ARISTÓFANES: LOS ACARNIENSES. PASAJES DE LA OBRA.
Aristófanes nació hacia el 445 a. de C. y murió en torno al 385 a. de C.
Su vida coincidió con la “guerra del Peloponeso” (431 a. de C. – 404 a. de C.), librada entre Atenas y Esparta, que concluye con la derrota de Atenas.
Aristófanes conoció y vivió la espléndida democracia de Pericles, ilustrada y liberal, próspera y culta, época en la que se construyó el Partenón; conoció la filosofía de los sofistas, de Sócrates, de Platón; coincidió con la “liga délica”, con la radicalización de la democracia, con la oligarquía.
De sus muchas comedias, cuarenta y cuatro llegaron a la biblioteca de Alejandría, y se nos han conservado sólo once.
La comedia griega suele dividirse en “comedia antigua” cuyo máximo exponente es Aristófanes y “comedia nueva”, que culmina con Menandro.
Éupolis, Cratino y Aristófanes formaron el canon, pues hubo otros muchos, de la comedia antigua.
La comedia griega fue, sobre todo, política, pues reflejaba la vida política cotidiana, pero también los grandes problemas de la sociedad: así, las relaciones hombre –mujer; el tema de la educación, el problema de la cultura y la filosofía, la esencia de la religión.
Una de las características de la comedia es que critica la sociedad y los eventos de su época.
Aristófanes criticó con dureza la política de Cleón, un demócrata demagogo.
Criticó con energía la guerra; la paz será un tema obsesivo para él; criticará las novedades intelectuales, que aportaban los sofistas y Sócrates, es decir, la nueva educación de la ilustración (Las Nubes); insistirá en criticar la guerra, mediante una de las más geniales ocurrencias: la huelga sexual; así, las mujeres de uno y otro bando, Atenas y Esparta, traen la paz, negándose a tener relaciones sexuales con sus equivocadamente belicosos maridos; critica la educación forense, basada en la habilidad de las argucias de la argumentación falaz, etc.
“Los Acarnienses”, obra compuesta a los seis años de una guerra cruenta, sin que pudiera preverse un final decisivo, en medio de las penurias y del hacinamiento ciudadano a que había dado lugar la concentración en Atenas de la población campesina, refleja el punto de vista del pobre labriego que, arrancado de sus raíces, padece todas las incomodidades del enclaustramiento en un medio urbano y soporta la destrucción de sus campos, en la impotencia de ver sus anhelos de paz cumplidos y sin la menos esperanza de que su voz sea atendida, en un clima de exacerbado belicismo.
La idea crítica que subyace a esta obra es la misma que anima “La Paz” y “Lisístrata”: para recuperar la prosperidad perdida es necesaria de todo punto la paz.
El tema cómico es una ocurrencia disparatada: ya que una paz general es imposible, dadas las circunstancias, un ciudadano hará un pacto particular con el enemigo, demostrará la futilidad de los motivos que han conducido a la guerra, se beneficiará en exclusiva de las ventajas reportadas por la paz y, en la prosperidad material de que disfruta, se burlará del belicismo encarnado por un militar de renombre.
Se hará difícil determinar si, para Aristófanes, el ambiente político-social de Atenas es una consecuencia de los condicionamientos bélicos o la guerra proviene de ese ambiente político-social.
En todo caso, se da a entender que la continuidad del conflicto se debe a los manejos de demagogos como Cleón, a la gestión de diplomáticos ineptos que dilapidan los fondos públicos en misiones interminables, y a la arrogancia de ciertos mandos militares: circunstancias todas ellas propiciadas por la pasividad de un pueblo, remiso en acudir a la asamblea, permisivo con la actividad de los sicofantas (denunciantes profesionales), deslumbrado por las argucias de los leguleyos en los tribunales.
El éxito obtenido por esta obra demuestra que los atenienses aceptaron, captando bien el mensaje, la crítica aristofánica.
Frente a sectores belicistas, como los caracterizados en el coro de carboneros de Acarnas (un grupo importante de la población del Ática entonces), era evidente que otros sectores no menos amplios de la población, por no decir, el pueblo entero de Atenas, añoraba el perdido sosiego y las comodidades de la paz.
No menos evidente es, ya que consta por el testimonio de Tucídides, la existencia de críticas a la estrategia preconizada por Pericles, que hasta el momento no producía resultados eficaces.
Aristófanes sabe reconocer la importancia del decreto de Mégara como origen de la guerra y, por tanto, la responsabilidad del político (Pericles) en la ruptura de hostilidades.
La historia de los recíprocos raptos de prostitutas entre megarenses y atenienses como raíz de la guerra, en su exageración evidente, no surtiría el efecto de comicidad buscado, de no existir una conciencia colectiva de la futilidad de las razones originarias del conflicto.
La guerra ¿a quién beneficiaba? Sin duda no era al pueblo llano, sino al funcionariado público, como los enviados en misión diplomática con dietas elevadas, o a ciertos mandos militares bien retribuidos.
Junto al aspecto político, efectivamente, hay otro en esta obra, no menos importante: el paródico.
La larga escena en que Diceópolis va a pedir prestado a Eurípides el disfraz de mendigo de Télefo no sólo es una “elaborada parodia del espíritu de los dramas de Eurípides y de su realismo sino que desempeña una función dramática primordial en esta obra, según ha puesto de relieve R. M. Harriot.
Los “Acarnienses” no se limitan a citar literalmente versos del “Télefo” (de Eurípides), sino que han tomado de esta obra tres elementos fundamentales: el disfrazarse de mendigo, la toma de un rehén, y el hablar a favor del enemigo.
Lo primero encubre la realidad bajo una apariencia engañosa que conduce al primer enfrentamiento de Diceópolis con Lámaco, tras la división de pareceres en el Coro entre los indignados por sus palabras y los convencidos por ellas.
En este enfrentamiento quedará claro que el verdadero ciudadano Χρηστός (valiente) es Diceópolis, en tanto que Lámaco se revelará bajo sus arreos militares como un σπουδαρχίδης (que intriga para conseguir un cargo) y un μισθαρχίδης (que busca empleos lucrativos), que con su conducta, aparentemente heroica, favorece el medro personal de los jóvenes vástagos de las clases superiores.
Un aspecto de “Los acarnienses” que suscita no pocos problemas son las numerosas alusiones personales que contiene, tanto puestas en boca del protagonista como en las del Corifeo y el Coro. Desde un primer momento, Diceópolis revela su enemistad con Cleón.
Fundamental para la comprensión de esta obra es la interpretación de su protagonista Diceópolis.
Desde su mismo comienzo le vemos, en contraposición al resto de los figurantes (personajes), en soledad, como un modelo de ciudadanía, puntual en su asistencia a la asamblea, molesto por la tardanza de los magistrados, descontento con la gestión de los asuntos públicos y la continuidad de la guerra.
Hecha la paz en beneficio propio y en el de su familia, mediante su “ponería” (malicia, astucia) engaña bajo el disfraz de Télefo a unos rudos campesinos; se enfrenta a Lámaco como “eiron” (pícaro) para mostrarse después como un “alazón” (impostor) mayor que su rival; saca provecho de sus tratos mercantiles con el Megarense y el Beocio; no quiere compartir con nadie el mágico bálsamo de la paz y se burla inmisericorde del ciudadano herido en el cumplimiento de su deber.
Pero un representante tan descarado del individualismo insolidario, ¿podría haber recibido el nombre “el de la ciudad justa?”
Lowel Edmunds ha dado otra interpretación al tipo que se ajusta mejor al mensaje que Aristófanes quiso transmitir a sus contemporáneos.
Al conseguir su paz privada y retornar a su “demo” (localidad), Diceópolis recupera su propia “ciudad”, al menos lo que era la verdadera ciudad para ese sector campesino de la población del Ática cuyas penalidades menciona Tucídides (II 16); una ciudad de estrechos horizontes, como simbolizan los límites del ágora que traza, en la que la comida, el sexo, la bebida y las condiciones del culto están aseguradas; una ciudad elemental y que puede ser calificada de δικαία (justa), en el sentido de cumplir con sus deberes con los hombres y dioses.
Aristófanes contrapone la “ciudad justa” –que es la ciudad de la paz – a la “ciudad injusta”, que es la ciudad de la guerra. En ésta proliferan la sicofancia, la impostura, los decretos ridículos, la retórica judicial. En aquélla, el culto a las divinidades dadoras de la vida y la alegría, Dioniso y Afrodita.
A Anfiteo, nombre que según Sterling Dow correspondía a una persona real, del mismo “demo” que Aristófanes y muy probablemente conocido suyo, Aristófanes le atribuye la concesión divina de hacer las paces con los espartanos.
La acción de “Los acarnienses” arranca de este acto de credulidad: Anfiteo, un ciudadano del montón, viene a ser el mago que trae al protagonista las treguas ansiadas en forma de vino.
El personaje llamado Teoro que introduce el heraldo como embajador llegado tras una larga ausencia de Tracia es, sin duda, el mismo que aparece en “Las Nubes” como perjuro y en “Las Avispas” como parásito de Cleón.
En el contexto de la obra, dado que θεωρός (Teoro) era el enviado oficial a una festividad, su propio nombre anticipa cuál fue su verdadera actividad en la corte de Sitalces, confirmada después por sus propias palabras. Aquella embajada no fue en definitiva otra cosa que una Θεορία, una romería, una fiesta para sus componentes. Al menos en la valoración aristofánica.
El pundonoroso militar que era Lámaco, aunque se refiera a sí mismo como general, en realidad lo presenta Aristófanes como un taxiarca (oficial) subordinado, según él mismo dice, a “generales más numerosos que valerosos”, el cual cumple con su deber saliendo de operaciones un día festivo para ser víctima de un percance inmerecido que nada tiene de heroico.
Hasta cierto punto, pues, cabe decir con Whitman que estos caracteres son “imágenes”, pero hay otro tipo de ellas que abocan a la acción, las imágenes dramáticas; por ejemplo, la de representar la paz como vino. Junto a éstas hay imágenes dominantes como la del carbón, originada por la profesión del Coro, que determina, entre otras cosas, los nombres de los coreutas y la naturaleza del rehén tomado por Diceópolis.
Pero ha sido Edmunds el que ha llevado la investigación sobre la implicación de las imágenes lingüísticas en el desarrollo de “Los acarnienses”.
El tomar el término “spondái” (“treguas”) en su sentido literal (“libaciones”) conduce a que el protagonista las “libe” y las “beba”, con lo que lo político (la tregua), lo privado (el beber) y lo sagrado (la libación) se unen en un mismo plano; y de ahí que de un acto meramente profano se pase a la celebración de las “Dionisias camperas”.
La procesión fálica que entraña conduce a poner de relieve los aspectos sexuales de la paz, después manifiestos en la escena del Megarense, y que unidos de nuevo al vino, aparecerán al final de la obra.
La aparente falta de solidaridad de Diceópolis con el campesino que ha perdido sus bueyes no es tal, sino un acto apotropaico, como pone de relieve el hecho de que dé parte del bálsamo de la paz a la recién casada.
ARGUMENTO:
Se supone una sesión pública de la asamblea en Atenas, en la que se hace intervenir a un cierto Diceópolis, un labrador que demuestra que los oradores incitan a la guerra y engañan descaradamente al pueblo.
Por medio de un individuo llamado Anfiteo, éste hace la paz en privado con los laconios (espartanos) y enterados del hecho unos ancianos de Acarnia se presentan persiguiéndole en forma de coro.
Y viéndole después a Diceópolis hacer un sacrificio, se disponen a lapidarlo en la idea de que ha hecho las paces con sus más acérrimos enemigos. Pero éste promete defenderse poniendo su cabeza sobre un tajo, con la condición de dejarse cortar el cuello si no logra convencerlos de que sus argumentos son justos, y va a casa de Eurípides a pedirle un atavío de pobre.
Revestido de los harapos de Télefo, parodia el parlamento de éste atacando con gracia a Pericles por el decreto de Mégara. Irritados algunos de aquéllos porque parecía estar defendiendo a los enemigos y dispuesto a echársele encima, se ponen a su favor otros en la idea de que había dicho lo justo, y en ese momento aparece Lámaco y trata de alborotar. Se produce a continuación una discusión, el coro convencido absuelve a Diceópolis y dirigiéndose a los espectadores habla de la excelencia del poeta y de otros particulares.
Y cuando Diceópolis disfruta ya de su paz privada, se presenta primero un megarense que lleva un saco para venderlas a sus hijas disfrazadas de lechones; después de éste llega otro que viene de Beocia a traer al mercado anguilas y toda suerte de aves. Aparecen a continuación unos sicofantas, Diceópolis agarra a uno de ellos, lo mete en un saco y se lo entrega al beocio como mercancía de intercambio, y acercándosele algunos más a pedirle que les diera parte de las paces, los despacha desdeñosamente.
Cuando está preparada la fiesta de las Jarras y las Ollas, llega un mensajero de parte de los generales a ordenarle a Lámaco, que vive al lado de Diceópolis, a salir con sus armas a vigilar los accesos del territorio, y viene otro de parte del sacerdote de Dioniso invitando a comer a Diceópolis.
Poco después regresa Lámaco herido y malparado, y también Diceópolis de vuelta del banquete con unas heteras.
(Aristófanes. Los Acarnienses. Traducción y notas de Luis Gil Hernández. Edit. Gredos. Madrid 1995).
PASAJES DE LA OBRA
DICEÓPOLIS:
(Tras un silencio) ¡Cuántas veces me he reconcomido el corazón! Pocas, muy pocas, me he alegrado: cuatro…
Mis pesares fueron tantos como las arenas de la playa…
Pero nunca, desde que me lavo, me escoció tanto el jabón en las cejas como ahora: la asamblea ordinaria estaba convocada para el amanecer, y mirad (señalando a su alrededor), la Pnix está desierta. Ellos, charla que te charla en el ágora, esquivan arriba y abajo la maroma almagrada (1).
Los prítanes no llegan sino a deshora, y luego –imagínatelo - ¡cómo se empujan y precipitan los unos sobre los otros para disputarse el primer banco, abalanzándose todos a la vez! El que haya paz no les importa nada. ¡Oh! Ciudad, ¡oh! Ciudad.
Yo, sin embargo, llego siempre antes que nadie a la asamblea y me siento. Luego, aburrido de estar solo, suspiro, bostezo, me estiro, me peo, no sé qué hacer, dibujo en el suelo, me arranco pelos, hago mil cuentas, con la mirada puesta en mi tierra, deseoso de paz, aborreciendo la ciudad, añorando mi pueblo, que jamás pregonó “compra carbones”, ni “compra vinagre”, ni “compra aceite”, y ni siquiera conocía eso de “compra”, pues por sí mismo producía de todo y no había allí quien te aserrara el oído gritando “compra”.
Pero hoy vengo dispuesto sin más a dar voces, a interrumpir, a insultar a los oradores, si se habla de otra cosa que no sea la paz.
(Entra un grupo precipitadamente) ¡Tate! ya están aquí los prítanes, ¡a mediodía! ¿No lo anunciaba yo? Ya está: lo que decía. Todo quisque se empuja hacia la presidencia.
Notas:
(1) A la hora de la asamblea, por medio de una maroma recién teñida de rojo (almagre o bermellón), los magistrados empujaban hacia la Pnix (el lugar de la asamblea) a los ciudadanos que remoloneaban en el ágora. Los manchados por ella podían ser multados.
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HERALDO:
Pasad hacia delante, pasad, para quedar todos dentro del recinto purificado.
ANFITEO:
¿Habló alguien ya?
HERALDO:
¿Quién quiere tomar la palabra?
ANFITEO:
Yo
HERALDO:
¿Quién eres?
ANFITEO:
Anfiteo.
HERALDO:
¿No eres del género humano?
ANFITEO:
No, soy inmortal. Anfiteo era hijo de Deméter y de Triptólemo. De éste nace Céleo; Céleo se casa con Fenareta, mi abuela. De ella nació Licino. Por parte de éste soy inmortal y, por ello, el único a quien los dioses encargan hacer treguas con los lacedemonios. Pero, pese a ser inmortal, señores, no tengo dietas de viaje, porque los prítanes no me las dan.
HERALDO:
¡Arqueros!
ANFITEO:
(Mientras se lo llevan) Triptólemo y Céleo, ¿me vais a dejar abandonado?
DICEÓPOLIS:
(Levantándose) Señores prítanes, afrentáis a la Asamblea deteniendo a un individuo que quería hacernos treguas y colgar los escudos.
HERAlDO:
Siéntate y calla.
DICEÓPOLIS:
¡Por Apolo!, no lo haré, si no ponéis a debate la paz.
[El heraldo anuncia unos embajadores que vienen de ver al Rey (persa). A Diceópolis no le gustan los embajadores, porque dice que gastan el dinero público inútilmente. Un enviado del Rey (el ojo del Rey) dice que el Rey los va a enviar oro, pero Diceópolis no se lo cree]
… HERALDO:
(Dirigiéndose a Diceópolis) Calla. Siéntate. El Consejo invita al Ojo del Rey al Pritaneo. (Pseudartabas y los eunucos salen)
DICEÓPOLIS:
¿No es esto para ahorcarse? Y encima yo aquí soportando dilaciones, cuando jamás deja esa puerta de hospedarles. ¡Ea!, haré algo pasmoso y grande.
Pero ¿dónde está Anfiteo?
ANFITEO:
(Acercándose agachado y en voz baja) Estoy aquí.
DICEÓPOLIS:
Toma estas ocho dracmas y haz treguas para mí solo, los niños y la parienta. (A los prítanes) Vosotros enviad embajadores y seguid con la boca abierta.
[El heraldo anuncia a otro embajador que viene de Tracia y que dice que les han enviado al pueblo más belicoso de los tracios. Y el embajador dice que por un sueldo de dos dracmas, aplastarán con sus escudos Beocia entera]
DICEÓPOLIS:
A esos descapullados, ¿dos dracmas? Gemiría el personal del remo alto (1), la salvaguarda de la ciudad. (Los tracios le quitan las alforjas) ¡Ay!, desgraciado de mí. Estoy perdido. Los tracios me han saqueado los ajos. Pronto, tiradlos al suelo (hacen ademán de comerlos).
. DICEÓPOLIS:
Prítanes, ¿vais a consentir que reciba esta afrenta en la patria, y encima de unos bárbaros?
Me opongo a que se discuta en la Asamblea la soldada de los tracios. Hay una señal de Zeus, os lo aseguro: me ha caído una gota de agua (2).
Notas:
(1) Los remeros que ocupaban el banco superior de las tres hileras de remos de las naves de guerra manejaban el más largo de éstos, realizando así el mayor esfuerzo.
(2) Cualquier fenómeno (trueno, lluvia, etc.) de la naturaleza se estimaba una señal de Zeus que aconsejaba disolver la asamblea.
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HERALDO:
Que se retiren los tracios y se presenten pasado mañana.
Los prítanes disuelven la Asamblea. (se retiran).
DICEÓPOLIS:
¡Ay!, desdichado de mí, ¡Qué cantidad de alioli (1) he perdido. Pero, ¡tate!, ya está Anfiteo aquí de regreso de Lacedemonia. Buenos días, Anfiteo.
ANFITEO:
(Sin dejar de correr con tres odres) Buenos no, hasta que no pare de correr. Huyo de los acarnienses y tengo que escapar de ellos.
DICEÓPOLIS:
¿Qué ocurre?
ANFITEO:
Venía corriendo aquí con las treguas, pero las olieron unos ancianos de Acarnas, unos vejetes recios, tercos como alcornoques, inflexibles, excombatientes de Maratón, duros como leños de arce, e inmediatamente rompieron todos a gritar: “¡Grandísimo canalla! ¿Traes treguas, estando las vides taladas?” Y se pusieron a recoger piedras en sus mantos. Me fui huyendo, pero ellos me persiguieron gritando.
DICEÓPOLIS:
Ellos, que chillen. A lo nuestro: ¿traes las treguas?
ANFITEO:
Por supuesto. Aquí tienes tres gustos. Éstas son de cinco años: toma y prueba.
DICEÓPOLIS:
(Oliendo) ¡uf!
ANFITEO:
¿Qué pasa?
DICEÓPOLIS:
No me gustan, hieden a pez y a preparativos navales.
ANFITEO:
Entonces, toma y prueba estas otras de diez años.
DICEÓPOLIS:
También éstas tienen un tufo muy acre a embajadas a las ciudades, como a desgaste de los aliados.
ANFITEO:
Pues bien, éstas de aquí son treguas de treinta años por tierra y por mar.
DICEÓPOLIS:
(Tras oler y echarse un trago) ¡Fiestas de Dioniso!, estas sí huelen a néctar y ambrosía y no a aguardar la orden de “víveres para tres días” (2), y le dicen al paladar “ve adonde quieras”. Las tomo, sí, las libo y las bebo hasta apurarlas, mandando mil veces a paseo a los acarnienses. Libre de guerra y de desgracias, voy a entrar en casa a celebrar las Dionisias camperas.
ANFITEO:
Y yo voy a ponerme a salvo de los acarnienses . (Salen, entra el coro)
Notas:
(1) Con ajos, puerros, queso, miel, aceite y huevo se condimentaba el μυττωτόν, una especie de ensalada
(2) “Víveres para tres días”, lo que debían llevar consigo los soldados al salir de operaciones.
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[El corifeo dice que todo el mundo persiga al que ha traído las treguas y pregunta a los espectadores adónde ha ido. El coro lamenta que se haya escapado porque ya se siente mayor. El corifeo dice que hay que perseguirlo, que jamás pueda reírse por haberse escapado de unos acarnienses, por viejos que sean.]
DICEÓPOLIS:
(Desde dentro) ¡Chitón! ¡Respeto!
CORIFEO:
¡Silencio todo el mundo! ¿Oísteis, amigos, pedir silencio? Es ése el que buscamos. Apartaos. Todos aquí. (Aparece Diceópolis con una olla, seguido de su mujer, su hija y dos esclavos con un falo) El tío sale, según parece, a hacer un sacrificio.
[Diceópolis con su familia hace un sacrificio a Dioniso, pidiéndole que las treguas de treinta años le resulten provechosas]
… CORIFEO:
Ése es, ése. ¡A cantazos con él! ¡A cantazos, a cantazos, a cantazos!
¡Pégale, pega a ese canalla! ¡Apedréalo, apedréalo de una vez!
DICEÓPOLIS:
(Protegiéndose con la olla) ¡Heracles! Esto, ¿qué es? Haréis pedazos la olla.
CORIFEO:
A ti sí que te vamos a matar a pedradas, tipejo repugnante.
DICEÓPOLIS:
(Retrocediendo) ¿Por qué causa, venerabilísimos acarnienses?
CORIFEO:
¿Lo preguntas? Eres un sinvergüenza y un asqueroso. ¡Traidor a tu patria! Eres el único que hizo treguas, ¡y te atreves a mirarme a la cara”!
DICEÓPOLIS:
El motivo de mi pacto lo ignoráis. Escuchádmelo.
CORO:
¿Que te escuchemos? Morirás. Te sepultaremos a cantazos.
DICEÓPOLIS:
No lo hagáis sin escucharme. Conteneos, buena gente.
CORO:
No me voy a contener y no me vengas con razones, porque te odio aún más que a Cleón; y a éste le corto un día a tiras para hacerles suelas a los caballeros.
CORIFEO:
No voy a oírte exponer largos razonamientos, a ti que pactaste con los laconios, pero sí te daré lo merecido.
DICEÓPOLIS:
Buena gente, dejad de lado a los laconios (espartanos) y oíd sobre mis treguas, si las hice con razón.
CORIFEO:
Pero ¿cómo puedes decir que con razón, desde el mismísimo momento en que pactaste con quienes no respetan el altar, ni la palabra dada, ni el juramento?
DICEÓPOLIS:
También yo sé que los laconios, contra los que arremetemos en exceso, no son los culpables de todas nuestras desgracias.
CORIFEO:
¿Que no lo son de todas, bribonazo? ¿Te atreves a decirnos eso ya a las claras? Y encima, ¿voy a dejarte impune?
DICEÓPOLIS:
De todas no, de todas no. (Señalándose) Yo mismo, si hablara aquí, podría hacer ver muchas cosas en las que ellos han sido incluso agraviados.
CORIFEO:
Esta afirmación es intolerable ya y revuelve el estómago. ¿Tendrás la osadía de hablarnos en favor de los enemigos?
DICEÓPOLIS:
En efecto, y si no digo lo justo y no se lo parece al pueblo, estoy dispuesto a hablar con la cabeza en un tajo.
CORIFEO:
Dime: ¿por qué escatimamos las piedras, paisanos? ¿Qué nos impide despellejar a este tipo y dejarlo como capote de púrpura (1)?
DICEÓPOLIS:
¡Cómo hierve el negro tizón de vuestra bilis? ¿No me vais a escuchar? De verdad, ¿no vais a escucharme, hijos de Acarneo?
CORIFEO:
Por supuesto, no te escucharemos.
DICEÓPOLIS:
Grave desconsideración tendréis conmigo.
CORIFEO:
Que me muera, si te escucho.
Notas:
(1) La “phoinikis” era un capote teñido de púrpura que llevaban los espartanos.
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DICEÓPOLIS:
No, por favor, ¡oh! Lugareños de Acarnas.
CORIFEO:
Ten seguro que vas a morir ahora mismo.
DICEÓPOLIS:
Entonces os hincaré los dientes. Os replicaré matando a los más queridos de vuestros seres queridos, pues tengo rehenes vuestros, y los voy a coger para degollarlos. (Entra en su casa).
CORIFEO:
Decidme: ¿qué amenaza es ésa, paisanos, que nos hace a los lugareños de Acarnas? ¿Acaso tiene encerrado en casa a un hijo de alguno de los presentes? Si no, ¿en qué se apoya su bravura?
DICEÓPOLIS:
(Saliendo con un capacho y un cuchillo) Apedreadme, si queréis. Yo acabaré con éste y pronto sabré quién de vosotros mira por los carbones.
CORIFEO:
Estamos perdidos. Ese capacho es paisano mío. No hagas lo que vas a hacer. ¡Jamás! ¡Jamás!
DICEÓPOLIS:
Tened seguro que lo mataré. Chillad, que no voy a prestar oído.
CORIFEO:
¿Vas a matar a este compañero, a un amigo de los carboneros?
DICEÓPOLIS:
Tampoco hace un momento quisisteis escucharme, cuando hablaba.
CORO:
Pues bien, si te parece, explica ya cómo y por qué el lacedemonio te cae bien; pues yo jamás traicionaré a ese capachín.
DICEÓPOLIS:
Entonces, tirad vosotros primero las piedras al suelo.
CORIFEO:
(Mientras el coro sacude sus vestiduras) Ahí las tienes en tierra, pon en ella tú también el cuchillo.
DICEÓPOLIS:
¡Ojo! No vaya a quedar alguna en vuestro manto.
. DICEÓPOLIS:
(Dejando el cuchillo en el suelo) Era seguro que ibais a bajar el tono de vuestras voces, pero por poco murieron unos carboneros del Parnes sólo por la chaladura de sus paisanos.
Del miedo, el capacho me echó encima una buena plasta de carbonilla, talmente como una sepia. Indigna que el genio de algunos sea tan agrio como para tirar piedras y gritar y no avenirse a escuchar nada que aporte igualdad de oportunidades, cuando yo estaba dispuesto a decir, cuanto dijera en favor de los lacedemonios, con la cabeza en el tajo; y eso que tengo aprecio a mi vida.
CORO:
¿Por qué no sacas, pues, a la puerta un tajo y dices, desgraciado, eso tan importante que tienes que decir? Pues tengo muchas ganas de saber lo que tú piensas. Pero, tal como concertaste el pleito, pon aquí el tajo y trata de hablar.
DICEÓPOLIS:
(Entra en su casa y sale) Aquí está el tajo, miradlo, y aquí también, tan poquita cosa, el hombre que va a hablar. Descuida, i por Zeus!, no me escudaré con subterfugios y diré a favor de los lacedemonios lo que es mi parecer.
Aunque tengo mucho miedo, pues conozco el carácter de los campesinos y sé cuánto se alegran, si algún embustero les elogia a ellos y a la ciudad, con razón o sin ella. Y así no se percatan de que se chalanea con ellos.
También sé que los viejos por su talante no miran sino a morder con su voto.
En cuanto a mí, sé lo que me hizo pasar Cleón por la comedia del año pasado (1). Me arrastró a la sede del Consejo para calumniarme, me baboseó falsedades, cayó sobre mí como el Ciclóboro (2) y me dio tal baño que faltó muy poco para que sucumbiera enfangado en la porquería de sus manejos.
Así que ahora, antes de hablar, permitid que me arregle de la manera más miserable.
Notas:
(1) Aristófanes habla aquí en su propio nombre. La comedia aludida son “Los Babilonios”, representada en 426 a. de C. Cleón acusó al comediógrafo ante el Consejo de haber ultrajado a los magistrados y vilipendiado a la ciudad ante los extranjeros.
(2) Torrente de Ática, temible por sus inundaciones.
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CORO:
¿Qué rodeos son esos? ¿Qué dilaciones maquinas y preparas?
DICEÓPOLIS:
Es el momento ya de cobrar un ánimo esforzado. Tengo que ir a casa de Eurípides. (Llamando a la puerta) ¡Chico! ¡Chico!
CRIADO:
(Entreabriendo la puerta) ¿Quién es?
DICEÓPOLIS:
¿Está dentro Eurípides?
CRIADO:
Dentro está sin estar dentro, si me entiendes.
DICEÓPOLIS:
¿Cómo? ¿Está dentro y no está dentro?
CRIADO:
Exactamente, anciano. Su mente, que está fuera recogiendo versecillos, no está dentro, pero él está dentro, con los pies en alto, componiendo una tragedia.
DICEÓPOLIS:
¡Qué dicha tan grande la de Eurípides, cuando su esclavo responde tan sabiamente! Llámalo.
CRIADO:
Imposible.
DICEÓPOLIS:
Aun así, hazlo. (El criado cierra la puerta). Pues no me iré, y golpearé la puerta.
¡Eurípides! ¡Euripidín! Atiéndeme, si alguna vez lo hiciste con algún mortal. Te llama Diceópolis el Colida, yo.
EURÍPIDES:
(Desde dentro) No tengo tiempo.
.. DICEÓPOLIS:
¡Eurípides!
EURÍPIDES:
¿Qué vociferas?
DICEÓPOLIS:
¿Compones con los pies en alto, pudiéndolo hacer con ellos en el suelo? Con razón creas personajes cojos. Pero, ¿por qué te has puesto esa “vestimenta lamentable”, esos trapos sacados de alguna tragedia? Con razón creas mendigos.
Te lo suplico por tus rodillas, Eurípides, dame algún andrajo de ese viejo drama tuyo, pues tengo que hacerle al coro un largo parlamento y, si lo hago mal, me costará la vida.
[Eurípides le pregunta qué tipo de harapos quiere, el de qué personaje de sus tragedias y, finalmente, Diceópolis dice que el de Télefo.]
.. DICEÓPOLIS:
Sí: Télefo. Dame sus pañales, te lo suplico.
EURÍPIDES:
Chico, dale el andrajario de Télefo. Está encima de los andrajos de Tiestes, debajo de los de Ino.
CRIADO:
Aquí los tienes, tómalos.
DICEÓPOLIS:
(Mostrando al público los muchos rotos del manto) ¡Zeus oteador y escudriñador de todo! Concédeme disfrazarme del modo más lamentable.
Eurípides, ya que me hiciste este regalo, dame también lo que hace juego con los andrajos, el gorro misio para la cabeza (en tono melodramático, “pues hoy me es menester semejar pobre, ser, sí, el que soy, mas no parecerlo” (versos del “Télefo” euripideo).
Los espectadores han de saber que soy yo, y los coreutas han de estar ahí como imbéciles, para que con mis palabrejas les pueda dejar con un palmo de narices.
EURÍPIDES:
Te lo daré, pues con sólida mente maquinas sutilezas.
DICEÓPOLIS:
… (Da unos pasos y vuelve) ¡Tate!, necesito una cachavita apropiada a un mendicante.
EURÍPIDES:
Toma ésta y apártate de los pétreos aposentos.
[Diceópolis sigue pidiéndole cosas a Eurípides y éste le da todo lo que le pide.]
EURÍPIDES:
Me vas a matar. Ahí las tienes. ¡Adiós mis dramas!
DICEÓPOLIS:
No insistiré, me marcho. Pues soy harto enojoso y “sin sospecharlo yo, los monarcas me odiaban”.
Olvidaba aquello de lo que depende todo. Euripidín, mi alma, cariño mío, ¡que me aspen!, si vuelvo a pedirte algo, salvo una cosita, esta solita, esta solita: dame unos perifollos de los que heredaste por parte de tu madre (la madre de Eurípides era verdulera).
EURÍPIDES:
El individuo se está sobrepasando. (Al criado) Cierra los batientes de la morada.
DICEÓPOLIS:
¡Oh! Corazón, sin perifollos hay que ponerse en camino. ¿Sabes acaso en qué pleito te vas a meter dentro de un momento, a punto ya de hablar en favor de los lacedemonios?... (Rompiendo a andar) Eso está bien. Anda, pues, sufrido corazón, vete allá y ofrece luego tu cabeza allí diciendo lo que te parezca. ¡Ánimo!, ve, avanza. Te admiro, corazón mío.
CORO:
¿Qué vas a hacer? ¿Qué dirás? Entérate bien: eres un hombre sin reparos y de hierro, pues ofreces el cogote a la ciudad y vas a decir lo contrario que todos, tú, uno solo.
No le hace temblar al tío el compromiso. Sea, puesto que tú lo eliges, habla.
DICEÓPOLIS:
“No me tengáis a mal, señores espectadores, el que, pese a ser pobre, me disponga a hablar ante los atenienses sobre la ciudad” (1), representando una “tragedia”. Pues la tragedia conoce también lo justo y, aunque duras, serán justas las cosas que diré.
Ahora no me incriminará Cleón de hablar mal de la ciudad en presencia de extranjeros. Estamos nosotros solos y ésta es la competición del Leneo (Dioniso).
Los extranjeros todavía no están aquí, ni han llegado los tributos, ni los aliados desde sus ciudades. Estamos ahora nosotros mondos y lirondos, pues a los metecos los tengo por la paja del vecindario.
Yo también, sí, les odio a los lacedemonios mucho y ¡ojalá! El dios del Tenaro (2), con un terremoto, les derribe a todos sus casas. Pues también tengo yo taladas mis vides. Pero - puesto que somos amigos los que estamos aquí hablando -¿por qué culpamos de esto a los laconios?
Algunos de los nuestros –y no me refiero a la ciudad, sino a unos tipejos miserables, de mala ley, sin valía, falsos ciudadanos medio extranjeros – denunciaban los manticos de lana megarense (3); y si veían por alguna parte un pepino o un lebrato, un cochinillo, una ristra de ajos o sal gorda, todo ello procedía de Mégara y se ponía a subasta el mismo día.
Eso, ciertamente, era poca cosa y no salía de aquí, pero unos jóvenes que habían ida a Mégara, emborrachándose en el juego del cótabo (4), raptan a Simeta, una puta. Los megarenses, enfurecidos de dolor como gallos picados de ajo, robaron en venganza dos putas de Aspasia (la amiga de Pericles). Y de ahí se desencadenó sobre todos los griegos el principio de la guerra: ¡tres furcias” Desde ese momento, Pericles el Olímpico, enfurecido, comenzó a lanzar rayos y truenos y a remover la Hélade entera.
Notas:
(1) Parodia del “Télefo” de Eurípides.
(2) Poseidón era la divinidad causante de los terremotos.
(3) Se trata de unas túnicas de lana con mangas de mala calidad, que constituía la principal manufactura de Mégara.
(4) El juego del Kóttabos consistía en arrojar sobre una palangana el resto de una copa, pronunciando el nombre del ser amado. Según fuera el sonido producido, se extraían diferentes predicciones.
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Daba leyes como escolios: “No se debe consentir la permanencia de megarenses, ni en la tierra, ni en el mercado, ni en el mar, ni en el cielo”.
Los megarenses después, cuando empezaron a sentir gradualmente los efectos del hambre, pidieron a los lacedemonios que se revocase el decreto ese originado por las furcias. Y nosotros no quisimos, aunque lo pidieron muchas veces. Después, vino ya el fragor de los escudos. Dirá alguien: no debió ocurrir.
Pero ¿qué era preciso hacer? Decidlo. Supongamos que un lacedemonio, dándose a la mar, hubiera denunciado y puesto a subasta un chucho de los serifios(1), ¿os hubierais quedado quietos en casa? Ni por lo más remoto. Muy al contrario, inmediatamente hubierais botado trescientas naves, y la ciudad se habría colmado del tumulto de los soldados, de griterío alrededor de los trierarcos (oficiales de un trirreme), del pago de los soldados, del estofado de los paladios (2), del alboroto de la lonja(3), del reparto de raciones, de odres, de estrobos, de gente comprando cántaros, de ajos, aceitunas, cebollas en redes, de coronas, de anchoas (4), de flautistas, de caras contusionadas. El arsenal, a su vez, de maderos aplanados para hacer remos, de martillazos en los toletes, de taladros de escobenes, de flautas, de cómitres, de pífanos, de silbatazos (5).
Eso es lo que hubierais hecho, lo sé. Y “¿creemos que Télefo no lo hubiera hecho también?”
Si es así, no tenemos seso.” (Pone su cabeza en el tajo. La mitad del coro se dirige amenazadoramente hacia él; la otra mitad trata de impedirlo).
Notas:
(1) Sérifo, minúscula isla de las Cícladas, se hizo proverbial para denotar la insignificancia. Aristófanes traslada a Esparta, confundiéndolos deliberadamente, los hechos que condena en Atenas: la denuncia de mercancías importadas fraudulentamente, con su venta en pública subasta, y el rapto y traslado a otra ciudad de alguien sin importancia.
(2) En las proas de los trirremes se ponían, a modo de mascarones, estatuas de Atenea (Palladia), cuyo estofado se reparaba periódicamente.
(3) La Stoa, dedicada a la venta de trigo del Pireo, construida por Pericles.
(4) Los alimentos que los remeros y soldados llevaban consigo.
(5) El cómitre (keleustés) ordenaba a los remeros el ritmo de boga que le indicaba el timonel con un silbato; el flautista (auletés) o trieráulés) lo marcaba con el pífano.
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GUÍA DEL HEMICORO I:
¿De verdad?, garduño, más que asqueroso. ¿Te atreves tú, un mendigo, a decir eso de nosotros? ¿Nos insultas tú que eres el mayor sicofanta que haya habido?
GUÍA DEL HEMICORO II:
Pero, si todo lo que está diciendo, ¡por Poseidón!, es justo y nada de ello es mentira.
GUÍA DEL HEMICORO I:
¿Y porque sea justo, tenía que decirlo? Pero no se va a alegrar de tener esa osadía.
GUÍA DEL HEMICORO II:
(Interponiéndose) ¡Eh! Tú, ¿adónde corres? ¡Quieto!
Si le pegas a ese hombre, pronto te alzarán por alto.
HEMICORO I:
¡Ay! Lámaco, tú que tienes mirada de relámpago y te pones la Gorgona por cimera, acude en mi auxilio, déjate ver. ¡Ay! Lámaco, amigo, compañero de tribu.
Si hay por ahí algún comandante o general o expugnador de muros, que venga de una vez en mi ayuda. Estoy agarrado de por medio.
LÁMACO:
(Saliendo de su casa armado) ¿De dónde viene el belicoso griterío que he escuchado? ¿Adónde hay que prestar auxilio? ¿Adónde hay que llevar el fragoso estruendo? ¿Quién levantó a la Gorgona de su funda (1)?
DICEÓPOLIS:
¡Oh! Lámaco, héroe de los airones y de los batallones.
GUÍA DEL HEMICORO I:
¡Oh! Lámaco, ¿no lleva ya un buen rato este individuo cubriendo de injurias a toda nuestra ciudad?
LÁMACO:
(A Diceópolis) Tú, un mendigo, ¿te atreves a hablar así?
DICEÓPOLIS:
Héroe Lámaco, discúlpame si dije alguna inconveniencia y me fui de la lengua, pese a ser pobre.
LÁMACO:
¿Y qué dijiste de nosotros? ¿No lo vas a repetir?
DICEÓPOLIS:
Ya no lo sé, pues el espanto de las armas me marea. Anda, te lo suplico, aparta de mí (señalando la Gorgona del escudo) la …cocona (2).
LÁMACO:
Ya está.
DICEÓPOLIS:
Pónmela a este lado, por favor, boca arriba.
[Diceópolis sigue pidiéndole cosas a Lámaco: que le dé el penacho de su casco, y dice que le dan náuseas los penachos.]
LÁMACO:
¡Qué muerte te espera!
DICEÓPOLIS:
De eso nada, Lámaco. No se trata de fuerza. Si tan fuerte eres, ¿por qué no me descapullas? Para eso estás bien armado.
LÁMACO:
¿Dices eso a un general, tú, un mendigo?
DICEÓPOLIS:
¿Que yo soy un mendigo?
LÁMACO:
Entonces, ¿qué eres?
DICEÓPOLIS:
¿Qué soy yo? Un ciudadano honrado, y no de la familia “Buscacargos”. De la “Militroncho” soy, desde que empezó la guerra, mientras que tú, desde entonces, eres de los “Cobrasueldos”.
LÁMACO:
Me eligieron por votación….
DICEÓPOLIS:
Sí, tres cucos (1). Y por darme asco eso hice la tregua. Veía en filas a hombres que peinaban canas, y escurrir el bulto a jóvenes como tú: unos en Tracia con paga de tres dracmas, los Tisámenes y Fenipos y los Mangante hiparquidas, a otros con Cares; a aquéllos entre los Cáones, los Geres y Teodoros y los impostores de Diomía, y a los de más allá en Camarina, en Gela y en Ja-Ja-Gela(2).
LÁMACO:
Los eligieron por votación….
DICEÓPOLIS:
¿Y cuál es la causa de que a vosotros, de un modo u otro, siempre se os pague, y de que no se le pague a ninguno de estos?...
LÁMACO:
¡Oh! Democracia, ¿es esto soportable?
DICEÓPOLIS:
Desde luego que no, si no percibe Lámaco su sueldo.
LÁMACO:
En cualquier caso, yo siempre combatiré contra los peloponesios y los hostigaré por todas partes, por tierra y mar, hasta donde lleguen mis fuerzas. (Coge el escudo y entra en casa).
DICEÓPOLIS:
Y yo pregono a todos los peloponesios, megarenses y beocios que vengan a vender y comerciar conmigo y con Lámaco no. (Entra en su casa).
CORIFEO:
Este sujeto ha vencido con sus razones, y le está haciendo cambiar al pueblo de opinión sobre las treguas. ¡Ea!, despojémonos de los mantos y pasemos a los anapestos.
… DICEÓPOLIS:
(Saliendo con cuatro postes y tres enormes correas)
Éstas son los mojones de mi mercado. Aquí les está permitido comerciar a todos los peloponesios, megarenses y beocios, a condición de que me vendan a mí y no a Lámaco.
Como ediles del mercado instituyo a quiénes les ha correspondido el cargo en el sorteo, a estas tres correas procedentes de los … Desolladeros.
Que aquí no entre sicofanta, ni otro alguno del género “fantasioso”. (Dirigiéndose a su casa) pero voy a buscar la estela a cuyos términos ajusté la tregua, para ponerla a la vista de todos en el ágora. (Entra).
Notas:
(1) “Tres cucos”: expresión popular para indicar un número insignificante, originada por los hábitos solitarios de este ave.
(2) En este pasaje aparecen deformados algunos nombres representativos de las grandes familias atenienses, en los que cualquier intento de identificación histórica falla. Los cáones eran un pueblo de Tracia y los habitantes de Diomía, demo ateniense, tenían fama de impostores. Cares parece ser un personaje histórico. Camarina y Gela, ciudades de Sicilia, harían esperar un Katánei, que es alterado por un juego de palabras con Gela con katagélai (irrisión).
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MEGARENSE:
(Entrando con un saco y dos niñas)
(1)¡Salud!, mercado de Atenas amigo dos megarenses (de los megarenses). Tiña tanta saudade de ti. (Tenía tanta nostalgia de ti), ¡por o deus da amistade! (¡por el dios de la amistad), como da miña mai (como de mi madre). ¡Ea!, pobriñas rapazas de un cuitado pai, tiradvos à torta, si lla encontrades por alguna parte. (¡Ea! Pobrecillas rapazas de un preocupado padre, id a por una torta, si la encontráis por alguna parte). Oídme agora, préstenme atención as vosas… barriguiñas. (Oídme ahora, prestadme atención como a vuestras barriguillas) E logo, ¿Qué queredes: ser vendidas o morrer de fame? (y entonces, ¿qué queréis : ser vendidas o morir de hambre).
MUCHACHAS:
Ser vendidas, ser vendidas.
MEGARENSE:
Eu mesmo, digolo tamén. (Yo mismo lo digo también).
E ¿quén vai ser tan necio para comprarvos, si sodes una verdadera ruina? ¿Y ¿quién va a ser tan necio para compraros, si sois una verdadera ruina? Mais teño un amaño megarense: vos disfrazarei de chonas y direi que eso traigo. (Pero tengo un truco megarense: os disfrazaré de cochinillos y diré que eso traigo).
(Abriendo el saco) Poñeos istas pezuñas de porco y cuidad de pracer fillas de una boa porca. (Poneos estas pezuñas de cerdo y cuidaos de parecer hijas de una buena cerda.) Pois, ¡por Hermas!, si volvedes a casa sin vender, vades a comprobar lo que es arreventar de fame. (Pues, por Hermes, si volvéis a casa sin vender, vais a comprobar lo que es reventar de hambre).
(Metiendo la mano en el saco) Poñeos tamén istos hocicos y meteos dispoís aquí n’iste saco. (Poneos también estos hocicos y meteos después aquí en este saco).
Y agora toca a gruñir y a facer “coi” y lanzar os berridos dos lechones mistéricos (2).
Eu gritaréi, como o pregoneiro: “Diceópolis”, para ver do se encontra. (Yo gritaré, como el pregonero: “Diceópolis”, para ver dónde se encuentra.)
(A gritos) Diceópolis, ¿e que queres mercar unos chones? (Diceópolis, ¿quieres comprar unos lechones?)
DICEÓPOLIS:
(Saliendo a la puerta) ¿Qué? ¿Un megarense?
MEGARENSE:
Viñemos ao mercado. (Venimos al mercado).
DICEÓPOLIS:
¿Cómo andáis?
MEGARENSE:
Consumímosnos sempre xunto ao fogo. (Consumimos siempre junto al fuego).
DICEÓPOLIS:
¡Por Zeus! Eso sí que es agradable, sobre todo cuando se tiene una flauta. Y ¿qué otra cosa hacéis ahora los megarenses?
MEGARENSE:
O que se pode. Cando eu salí de alí e metí pernas ao camino, os conselleiros coidábanse para ben da ciudade de que morréramos canto antes e peor.
(Lo que se puede. Cuando yo salí y me puse en camino, los consejeros se cuidaban por el bien de la ciudad de que muriéramos cuanto antes)
DICEÓPOLIS:
Así saldréis pronto de dificultades.
MEGARENSE:
¡Cómo non! (¡Cómo no!).
DICEÓPOLIS:
¿Y qué más hay por Mégara? ¿A cuánto se vende el trigo?
MEGARENSE:
Aprecio ten entre nos, tantísimo como os dioses. (A un precio tan alto entre nosotros como los dioses).
DICEÁPOLIS:
Entonces, ¿traes sal?
MEGARENSE:
E logo, ¿non sodes vos amos de ela? (Pues, ¿no sois vosotros los amos de ella?).
DICEÓPOLIS:
¿Tampoco ajos?
MEGARENSE:
¡Qué allos! Si vos, cantas veces nos invadís, tantas outras arrancades, como ratos de campo os dentes de allo. (¡Qué ajos! Si vosotros, cuantas veces nos invadís, tantas arrancáis, como ratones de campo los dientes de ajo).
DICEÓPOLIS:
(Señalando el saco) ¿Qué traes entonces?
MEGARENSE:
Eu traigo lechonas místicas. (Yo traigo cerditas místicas)
DICEÓPOLIS:
Bien dicho. Enséñalas.
MEGARENSE:
Fermosas a fe que son. (hermosas sí que son).
(Señalando el saco) Sopésalo, si queres, pois gordas y fermosas sí que están.
(Sopésalas, si quieres, pues gordas y hermosas sí que están).
DICEÓPOLIS:
(Introduciendo la mano) Esto, ¿qué cosa es?
MEGARENSE:
Una chona, ¡por Zeus! (Una cerdita, ¡por Zeus!
DICEÓPOLIS:
¿Qué dices tú? ¿De dónde es esta chona?
MEGARENSE:
De Mégara, ¿E que non e una chona ista?
(De Mégara, ¿Es que no es una cerdita ésta?
DICEÓPOLIS:
No me lo parece a mí.
MEGARENSE:
¿Non e para indignarse? (¿No es para indignarse?
(A los espectadores) Mirade a desconfianza de íste. (Mirad la desconfianza de éste).
Dice que non e una chona ísta. (Dice que no es un cerdita ésta).
(A Diceópolis) Veña, si queres, aposta comigo un puñado de sal con tomillo, si non e ista una…cona según a ley dos griegos.
(Venga, si quieres, apuesta conmigo un puñado de sal con tomillo, si no es ésta una …cona según la ley de los griegos).
DICEÓPOLIS:
Lo es, pero de género humano.
MEGARENSE:
Pois claro, ¡por Diocles! (3) . (Pues claro, ¡por Diocles! E miña. ¿E de quén pensas ti que vai ser? (Es mía. ¿Y de quién piensas tú que va a ser?
¿E que queres oírla berrar? ( ¿Es que quieres oírla berrear?.
DICEÓPOLIS:
Yo sí, ¡por los dioses!
MEGARENSE:
Berra enseguidiña, chonina. (Berrea enseguida, cochinilla).
¿Non queres? (¿No quieres?) ¿Ficas callada, mais que desgraciada? (¿Te quedas callada, más que desgraciada? Tórnote, ¡por Hermas!, a levar outra vez a casa. (Te vuelvo, por Hermes, a llevar otra vez a casa).
MUCHACHA:
Coi, Coi.
MEGARENSE:
¿No e ista una chona? (¿No es ésta un cerdita?
DICEÓPOLIS:
Ahora sí parece un cochinillo.
MEGARENSE:
E, crecida, se fará cona. (Y crecida se hará cerda). En cinco años, entérate ben, se parecerá a sua mai. (En cinco años, entérate bien, se parecerá a su madre).
DICEÓPOLIS:
Pero a ésta no se la puede sacrificar.
MEGARENSE:
E logo, ¿Cómo non vai ser sacrificable? (Entonces, ¿cómo no va a ser sacrificable?
DICEÓPOLIS:
No tiene rabo (4).
MEGARENSE:
Porque e noviña. Mais, en facendose porca, ha de ter-lo grande, mazizo e bermello. (Porque es joven. Pero haciéndose cerda, ha de tenerlo grande, macizo y bermellón.)
(Sacando a la otra muchacha) Si la queres pra cebar, ísta se te fará una boa chona. (Si la quieres para cebar, ésta se te hará una buena cerda).
DICEÓPOLIS:
¡Qué aire de familia tiene la cona de ésta con la otra!
MEGARENSE:
E que e filla da mesma mai e de mesmo pai. En canto engorde y lle salga o pelo, ha de ser a chona mais fermosa para sacrificar a Afrodita.
(Es que es hija de la misma madre y del mismo padre. En cuanto engorde y le salga el pelo, ha de ser la cerda más hermosa para sacrificar a Afrodita).
DICEÓPOLIS:
A Afrodita no se le sacrifican lechones (5).
MEGARENSE:
¿Qué non se lle sacrifican cho…nes a Afrodita?
(¿Que no se le sacrifican lechones a Afrodita?)
¡Si e a única divinidade a que se lle sacrifican! (¡Si es la única divinidad a la que se le sacrifican!). E a carne d’istos cho…nes está riquísima, cando ten metido dentro o espeto.
(Y la carne de estos cochinillos está riquísima cuando tiene metido dentro el asador).
DICEÓPOLIS:
¿Pueden ya comer sin su madre?
MEGARENSE:
¡Por Poteidán!, e tamén sin o pai.
(¡Por Poseidón! Y también sin el padre).
DICEÓPOLIS:
(Señalando a una) Y ¿qué es lo que come mejor?
MEGARENSE:
Todo canto lle deres. Pregúntalle ti mesmo. (Todo cuanto le des. Pregúntale tú mismo).
DICEÓPOLIS:
Lechona, lechona.
MUCHACHA I:
Coi, coi
DICEÓPOLIS:
¿Comerías nabos?
MUCHACHA I:
Coi, Coi, Coi.
DICEÓPOLIS:
¿Y qué dices de las brevas de Fíbalis?
MUCHACHA I:
Coi, Coi.
DICEÓPOLIS:
Luego, ¿qué? ¿Las comerías?
MUCHACHAS:
Coi, Coi, Coi.
DICEÓPOLIS:
¡Qué fuerte habéis gruñido a eso de las brevas!
Que alguien traiga de dentro algunas para las choninas. (Echándoles unas pocas) ¿Las comerán? ¡Hay! ¡Qué ruido meten al masticarlas! Parecen de Traga…sas.
MEGARENSE:
(Aparte) Mais non tragáronse todas as brevas. Que eu collín una de elas, ísta.
(Pero no se tragaron todas las brevas. Que yo cogí una de ellas, ésta.
DICEÓPOLIS:
¡Voto a Zeus! ¡Qué lindo par de animales! ¿Por cuánto te compro las choninas? Di.
MEGARENSE:
Ista de aquí por una ristra de allos. (Ésta de aquí por una ristra de ajos). A outra, si queres, por sólo un quénice de sal. (La otra, si la quieres, por sólo un quénice de sal).
DICEÓPOLIS:
Te las compraré. Espera aquí. (Entra en su casa)
Notas:
(1) En este diálogo entre Diceópolis y el Megarense el texto aparece en gallego/ portugués, la traducción puesta entre paréntesis la he realizado yo y puede haber algún error porque no conozco estas lenguas.
(2) Lechones mistéricos: en los misterios de Eleusis las lustraciones se hacían con sangre de lechón.
(3) Diocles, héroe megarense en cuyo honor se celebraban las Diocleas.
(4) Los animales de los sacrificios no debían tener ningún defecto físico.
(5) Por haberle matado a Adonis un jabalí, según apunta un escolio. No obstante, este tabú no era general.
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MEGARENSE:
Eso faréi, ¡Hermas comerciante! Inda pudiera vender asín à miña muller e à miña mesma mai!
(Eso haré. ¡Hermes comerciante! ¡Ojalá pudiera vender así a mi mujer y a mi misma madre!
SICOFANTA:
(Acercándose) Buen hombre, ¿de dónde eres?
MEGARENSE:
De Mégara. Sou vendedor de chones. (De Mégara. Soy vendedor de cochinillos).
SICOFANTA:
Pues bien voy a declarar estos chones como enemigos y a ti también.
MEGARENSE:
¡Velay! Chegóu outra vez aquello de do nace o principio de nosas desgracias.
(¡Mira! Llegó otra vez aquél de donde nace el principio de nuestras desgracias)
SICOFANTA:
Lágrimas te va a costar ejercer de megarense. Suelta de una vez el saco.
MEGARENSE:
Diceópolis, Diceópolis, decláranme.
(Diceópolis, Diceópolis, me denuncian).
DICEÓPOLIS:
(Saliendo precipitadamente) ¿Quién? ¿Quién es el que te denuncia?
(Empuñando las correas) Ediles, ¿no vais a poner en la puerta a los sicofantas?
¿Dónde aprendiste a “aclarar” (denunciar) sin mecha?
SICOFANTA:
¿No voy a declarar (denunciar) a los enemigos?
DICEÓPOLIS:
Con lágrimas, si no te vas corriendo a sicofantear a otra parte (el sicofanta huye).
MEGARENSE:
¡Qué desgracia e ísta en Atenas!
(¡Qué desgracia es ésta en Atenas!)
DICEÓPOLIS:
Tranquilo, megarense. El precio por el que vendiste las choninas, los ajos y la sal, aquí los tienes. Tómalo y que lo pases muy bien.
MEGARENSE:
Non úsase eso na nos aterra.
(No se usa eso en nuestra tierra).
DICEÓPOLIS:
¿Fue una impertinencia? Que caiga sobre mi cabeza.
MEGARENSE:
Choninas, tratade sin o voso pai de untar a torta con sal, si e que vos la dan.
(Choninas, tratad sin vuestro padre untar la torta con sal, si es que os la dan)
(Sale. Diceópolis entra en su casa con las muchachas).
CORO:
Tiene buena suerte el individuo. ¿No oíste cómo progresa la trama de su plan?
Recogerá fruto el tío, sentado en el mercado y si entra algún Ctesias y otro sicofanta le va a doler, cuando tome asiento (1)….
Notas:
(1) Evidentemente, por haber sido golpeado allí donde la espalda pierde su honesto nombre.
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[Sigue llegando gente a vender al mercado de Diceópolis, pero también llegan sicofantas (delatores) que Diceópolis quiere cambiar a un comerciante beocio por las cosas que le compre. El corifeo también está de acuerdo en que el beocio se lleve al sicofanta.]
… DICEÓPOLIS:
Trabajo me costó empaquetar a este maldito. Beocio, agarra y levanta el cacharro.
BEOCIO:
Isménico, ven y abaixa la espalla. (Isménico, ven y baja la espalda).
(Le carga al sicofanta).
DICEÓPOLIS:
Procura transportarlo con cuidado. De todas formas no te vas a llevar nada bueno, pero, aun así, llévatelo. Si sacas algún provecho cargando con ese bulto, serás afortunado, al menos en lo que respecta a los sicofantas.
(Mientras el beocio se marcha sale un criado de casa de Lámaco)
CRIADO DE LÁMACO:
¡Diceópolis!
DICEÓPOLIS:
¿Quién es? ¿Por qué me llamas a gritos?
CRIADO:
¿Por qué? Lámaco te pide que le des por este dracma para la fiesta de las Jarras parte de los tordos; y por tres dracmas te pide una anguila del Copais.
DICEÓPOLIS:
¿Quién es ese Lámaco que quiere la anguila?
CRIADO:
El terrible, el invulnerable, el que blande la Gorgona y “agita tres penachos que proyectan larga sombra”.
DICEÓPOLIS:
No se la vendería, ¡voto a Zeus!, ni aunque me diera el escudo. Que agite los penachos sobre una loncha de arenque. Y si alza la voz (señalando las correas), llamaré a los ediles del mercado. Que yo voy a coger para mí solo este fardo y a entrar en casa “bajo las alas de tordos y de mirlos” (coge el saco y entra).
CORO:
Viste, viste, ¡oh! Ciudad entera, la sensatez y supersabiduría de este hombre, y cuántas mercancías, por haber hecho la tregua, tiene para comerciar: unas útiles para la casa, otras pintiparadas para comerlas calentitas.
Espontáneamente toda clase de bienes se le agencian.
Ya nunca más daré acogida en casa a Combate, ni cantará jamás reclinado conmigo el Harmodio; por ser hombre de mal vino, pues cuando iba de jarana a casas de todo bien provistas mil fechorías perpetraba: derribaba las mesas, derramando el vino, peleaba; y encima, aunque se le insistiera diciendo: “sigue reclinado y bebe, toma esta copa de amistad”, echaba todavía más rodrigones al fuego y derramaba, violentándonos, el vino fuera de las vides.
Se ha provisto de alas para irse a comer y a la vez se muestra muy ufano, como indicio de su abundancia ha tirado estas plumas delante de su puerta.
¡Oh! Reconciliación, criada junto con la hermosa Cipris y las Gracias queridas.
¡Qué bello era tu rostro y yo no lo advertía! ¿Cómo podría unirme contigo algún Amor, cual el del cuadro (1) que tiene una corona de flores?
¿Tal vez me estimas demasiado viejo? Pero , si te agarrara, creo que aún te echaría … tres cosas: primero plantaría una larga hilera de cepas recientes; luego, retoños nuevos de higuera junto a ella, y en tercer lugar, un vástago de parra; sí, yo, este viejo, y en torno a la finca pondría a la redonda olivos, para ungirnos con su producto tú y yo en las lunas nuevas.
HERALDO:
Oíd gentes. Según la costumbre de los antepasados bebed las jarras al toque de trompeta. Y el que apure primero, recibirá un odre como la barriga de Ctesifonte (2).
DICEÓPOLIS:
(Saliendo de su casa y quedando a la puerta)
Chicos, mujeres, ¿no habéis oído? ¿Qué hacéis? ¿No estáis oyendo al heraldo?
Coced, asad, dad la vuelta, retirad las tajadas de liebre, pronto trenzad las guirnaldas. Trae los espetones para que ensarte los tordos.
CORO:
¡Cómo te envidio, hombre, por tu buena determinación o, mejor dicho, por la buena vida que te estás pegando.
DICEÓPOLIS:
(A un esclavo) Atiza el fuego.
CORO:
¿Oíste cuán cocineril, refinada y banqueterilmente se está sirviendo?
(Entra un labrador sucio y harapiento)
LABRADOR:
¡Ay! desgraciado de mí.
DICEÓPOLIS:
¡Heracles! ¿Quién es éste?
LABRADOR:
Un hombre desdichado.
DICEÓPOLIS:
Entonces, toma tu camino a solas.
LABRADOR:
Queridísimo amigo, ya que sólo tú tienes treguas, dame una medida de paz , siquiera de cinco años.
DICEÓPOLIS:
¿Qué te ocurrió?
LABRADOR:
Estoy hecho cisco: perdí mi yunta de bueyes.
DICEÓPOLIS:
¿Cómo?
LABRADOR:
Se los llevaron de File (3) los beocios.
DICEÓPOLIS:
¡Grandísimo desgraciado! ¿Y encima te vistes de blanco (4)?
LABRADOR:
Y te aseguro, ¡por Zeus!: era la pareja que me mantenía en la abundancia… de boñigas.
Notas:
(1) Según el escoliasta, se trata de un cuadro de Zeuxis del templo de Afrodita en Atenas que representaba a Eros en la figura de un niño coronado de rosas.
(2) “El odre de Ctesifonte” alude a la abultada barriga de este personaje.
(3) File estaba en la frontera de Atenas y Beocia.
(4) El color de luto era el negro.
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DICEÓPOLIS:
Entonces, ¿qué necesitas ahora?
LABRADOR:
Tengo los ojos perdidos de llorar por los dos bueyes. Si tienes alguna consideración a Dercetes (1) el Filasio, úngeme pronto con paz en uno y otro.
DICEÓPOLIS:
¡Desgraciado!, no ejerzo de médico público.
LABRADOR:
Anda, te lo ruego, a ver si recupero de algún modo mis bueyes.
DICEÓPOLIS:
Imposible. Vete a llorar a los ayudantes de Pítalo (2).
LABRADOR:
Al menos, échame una gota de paz en este canutillo.
DICEÓPOLIS:
Ni una pizquina. Ve con tus quejas a otra parte.
LABRADOR:
¡Ay! desdichado de mí. ¡Qué pena, mis bueyecitos de labor! (Se va).
CORIFEO:
Este tío le ha tomado gusto a las treguas, y no parece que vaya a compartirlas con nadie.
DICEÓPOLIS:
(A un esclavo) Echa miel en la longaniza. Asa las sepias.
CORO:
¿Oíste esos gritos?
DICEÓPOLIS:
Asad las anguilas.
CORO:
Me matarás de hambre, a mí y a los vecinos, con el humo y las voces que das diciendo cosas semejantes.
DICEÓPOLIS:
Asad eso de ahí y dejadlo bien doradito.
(Entran un padrino y una madrina de boda)
PADRINO:
¡Diceópolis!
DICEÓPOLIS:
¿Quién es éste? ¿Quién es?
PADRINO:
Te envía un recién casado estas tajadas de carne de la boda.
DICEÓPOLIS:
Hizo bien, quienquiera que sea.
PADRINO:
Y pide que, agradecido por ellas, le escancies en este esenciero sólo una pizca de paz, para no ir a la guerra y quedarse en casa jodiendo.
DICEÓPOLIS:
Aparta, aparta las tajadas y no me las ofrezcas, pues no la escanciaría ni por diez mil dracmas.
(Reparando en la madrina) Pero ésta, ¿quién es?
PADRINO:
La madrina de la novia, y pide decirte de su parte unas palabras a ti solo.
DICEÓPOLIS:
(A la mujer llevándose la mano a la oreja)
Vamos a ver ¿qué me dices? (la mujer cuchichea algo) ¡Que risa da, dioses, la petición de la novia! Tanta insistencia para pedirme que se quede a mear en casa la picha del marido.
¡Ea! Trae acá las treguas, para que le dé sólo a ella, porque es mujer y no es culpable de la guerra. (Un esclavo saca un odre) Ven acá, mujer, y sostén por debajo aquí el pote de los ungüentos. ¿Sabes cómo se hace? Explícaselo a la novia: cuando recluten a los soldados, que unte de noche con esto (vierte un poco de vino) el pijo del marido. (La mujer se va).
(Al esclavo) Retira las treguas. Trae el cacillo del vino, que voy a escanciarlo para la fiesta de las Jarras. (Entra un mensajero).
CORIFEO:
¡Tate! aquí se acerca uno, deprisa y con el ceño fruncido, como si viniera a dar una terrible noticia.
MENSAJERO I:
¡Ay! fatigas y combates y Lámacos. (Llama a la puerta de Lámaco).
LÁMACO:
(Saliendo) ¿Quién resuena cabe estas mansiones de broncíneo ornato?
MENSAJERO I:
Los generales te ordenan ponerte hoy en camino rápidamente con tus batallones y tus airones, y vigilar después los pasos fronterizos aguantando la nevada. Alguien les ha anunciado que en la fiesta de las Jarras y las Ollas harán una incursión unos bandidos beocios.
LÁMACO:
¡Ay! generales más numerosos que valerosos. ¿No es indignante que ni siquiera se me deje celebrar la fiesta?
DICEÓPOLIS:
¡Ay! Cuerpo expedicionario de la guerra Lamacomáquica.
LÁMACO:
¡Qué desgracia la mía! ¿Te ríes ya de mí?
DICEÓPOLIS:
¿Quieres luchar con un Geriones (3) de cuádruple penacho?
LÁMACO:
¡Ay! ¡Qué noticia me trajo el heraldo! (Entra el segundo mensajero).
DICEÓPOLIS:
¡Ay! Y a mí ¿qué noticia se me trae tan corriendo?
MENSAJERO II:
Ve enseguida al banquete con la cesta y la jarra. Te manda a buscar el sacerdote de Dioniso. Date prisa. Hace rato que lo retrasas. Todo lo demás está preparado, lechos, mesas, almohadones, manteles, coronas, perfume, aperitivos – también tartas de miel, bailarinas – lo más querido de Harmodio – hermosas .
Con que apresúrate lo más rápido que puedas.
Notas:
(1) El nombre de Dércetes, en uno que ha perdido la vista, es irónico.
(2) Pítalo: uno de los médicos públicos.
(3) Geriones, cuyo ganado robó Heracles en su décimo trabajo, tenía tres cabezas según Hesíodo (Teog.287).
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LÁMACO:
¡Desdichado de mí!
DICEÓPOLIS:
Claro (señalando el escudo) ¡Te hiciste pintar encima esa Gorgona tan grande!
(A un esclavo) Cierra la puerta y que alguien coloque la comida en la cesta.
[Aparecen ahora Diceópolis y Lámaco ordenando a sus respectivos criados que saquen a la puerta los distintos preparativos: Diceópolis alimentos para la fiesta, Lámaco los utensilios para ir a la guerra, como el macuto, el escudo, etc.]
… LÁMACO:
Ata las mantas, chico, al escudo, que yo cargaré con el macuto.
DICEÓPOLIS:
Ata la comida a la cesta, que, en cogiendo el manto, arranco.
LÁMACO:
Levanta el escudo y camina, chico. Nieva. ¡Maldición! ¡De invierno se pone la cosa!
DICEÓPOLIS:
Coge la comida. ¡De cuchipanda se pone la cosa! (Salen ambos).
CORIFEO:
Id con Dios de operaciones
¡Qué diferentes caminos tomáis!
Ése, el de beber coronado; tú, el de hacer guardia tiritando, mientras él se va a dormir con una requetebuena moza y a dejarse frotar el chirimbolo.
… MENSAJERO III:
(Entra corriendo) “Sirvientes que estáis en la casa de Lámaco”, agua, calentad agua en un puchero. Preparad vendas, cerato, lana grasienta, hilas para el tobillo. Nuestro amo se ha herido con una estaca al saltar un foso, y se ha torcido y dislocado el tobillo. Cayó sobre una piedra, se abrió una brecha en la cabeza, e hizo levantarse del escudo a la Gorgona. Y la gran pluma de “chulogallo” yendo a dar sobre las piedras, entonó una horrenda melodía: “¡oh ilustre rostro!, viéndote ahora por postrera vez abandono la luz de mi vida. Mi existencia ha terminado”.
Dicho esto, cae en un regato; se levanta y se topa unos desertores fugitivos, cuando eran bandoleros a quienes “perseguía y acometía con su lanza”. Pero, helo ahí en persona. Abre la puerta (entra Lámaco sostenido por dos soldados).
LÁMACO:
¡Ayayay! Odiosos padecimientos éstos que hielan de espanto. ¡Cuitado de mí! Perezco herido por lanza enemiga.
Pero lo que sería para dar ayes de dolor es que Diceópolis me viera maltrecho y encima se burlara de mi desventura.
(Entra Diceópolis agarrado a dos heteras)
DICEÓPOLIS:
¡Ayayay! ¡Qué téticas! ¡Qué duras y melocotonudas!
Besadme blandamente, mis dos tesoros con la boca bien abierta, a cerrojazo. Pues he sido el primero en apurar la jarra.
LÁMACO:
¡Oh! Triste azar el de mis males.
¡Ay! ¡Ay! heridas dolorosas.
DICEÓPOLIS:
¡Eh! ¡Hola! Lamaquipito.
LÁMACO:
¡Aborrecible, mi sino!
DICEÓPOLIS:
(A una de las heteras) ¡Qué besos me das!
LÁMACO:
¡Lamentable mi suerte!
DICEÓPOLIS:
(A la otra) Y tú ¡qué muerdos me pegas!
LÁMACO:
¡Pobre de mí! ¡Cara fue mi contribución!
DICEÓPOLIS:
¿Se te exigió pagar contribución para la fiesta de las Jarras?
LÁMACO:
¡Oh! Peán, Peán.
DICEÓPOLIS:
No se celebran hoy las Peonias.
LÁMACO:
Cogedme, cogedme la pierna.
¡Ay! agarradla bien, amigos.
DICEÓPOLIS:
Y a mí, vosotras dos, por medio del pijo agarradme bien, amigos.
LÁMACO:
Me estoy mareando, herido en la cabeza por la piedra. Se me nubla la vista y todo me da vueltas.
DICEÓPOLIS:
También yo quiero acostarme y estoy empalmado y se me nubla la vista de ganas de follar.
LÁMACO:
Llevadme fuera a casa de Pítalo a ponerme en sus curaderas manos.
DICEÓPOLIS:
Llevadme a los jueces del certamen. ¿Dónde está el rey? Devolvedme el odre. (Se lo entregan)
LÁMACO:
Se me ha clavado una lanza en los huesos dolorosamente.
DICEÓPOLIS:
(Mostrando el odre vacío) Mirad, está vacío. (Al coro) ¡Olé por la gran victoria!
CORIFEO:
¡Olé! Sí, puesto que me invitas, anciano – ¡por la gran victoria!
DICEÓPOLIS:
Y es más: lo llené de vino puro y me lo pimple de un trago.
CORIFEO:
¡Olé! Otra vez, tío grande. Coge tu odre y camina.
DICEÓPOLIS:
Seguidme, pues, cantando: ¡Olé por la victoria!
CORIFEO:
Por darte ese gusto, te seguiremos cantando: “¡olé por la gran victoria!” en loor tuyo y de tu odre.
(Aristófanes. Los Acarnienses. Traducción y notas de Luis Gil Fernández. Edit. Gredos. Madrid 1995).
En esta comedia de Aristófanes hay una defensa de la paz frente a la guerra, pero teniendo en cuenta que es una comedia y, por lo tanto, todo está expresado de una manera exagerada. Pero lo que parece evidente es que en la paz se produce la prosperidad y la amistad de los pueblos mediante el intercambio comercial, la celebración de las fiestas y acontecimientos deportivos, y eso lleva a una vida más feliz y alegre para todos los ciudadanos.
Segovia, 29 de Junio del 2024
Juan Barquilla Cadenas.