EL EMPERADOR TEODOSIO
El emperador Teodosio (347 -395) fue uno de los grandes emperadores romanos.
Lo he seleccionado por ser de origen hispano, nacido en Coca (Segovia), pero sobre todo por los problemas que tuvo que afrontar, con enemigos exteriores (los bárbaros) e interiores (usurpadores), con problemas en la economía y crisis demográfica, además de problemas religiosos.
Fue un gran general, que supo luchar con sus enemigos con las armas, pero también con la diplomacia.
Desde el punto de vista religioso, fue el emperador que declaró el cristianismo como la religión oficial del Estado romano.
Por último, fue el emperador que unificó por última vez el Imperio romano bajo su mandato.
Aquí expongo, un poco más resumido, lo escrito por Alberto Monterroso en su obra “Emperadores de Hispania”: Trajano, Adriano, Marco Aurelio y Teodosio en la forja del Imperio romano. Edit. La Esfera de los libros.
Dos siglos después de los Antoninos el Imperio era muy diferente a como lo dejaron Trajano, Adriano y Marco Aurelio.
Las provincias fronterizas sufrían continuas invasiones y eran un lugar muy peligroso, expuesto a incursiones de pillaje de pueblos bárbaros cada vez más numerosos, que no pretendían derrocar el Imperio, sino vivir de la guerra y del botín que proporcionaban las ricas tierras romanas.
Ante el riesgo de ataque exterior y la imposibilidad del Estado romano de garantizar una protección como en tiempos de Adriano, los latifundios se habían organizado como fortalezas, con instalaciones defensivas, lejos de las ciudades.
Por su parte las ciudades se habían amurallado para resistir los ataques de los bárbaros, cada vez más frecuentes.
Las fronteras en Oriente y Occidente presentaban, a lo largo del siglo IV, dos frentes muy distintos entre sí.
En el Oeste había que defenderse de pueblos bárbaros desorganizados y tribales, como los godos y mauritanos; en cambio, en el Este Roma tenía que enfrentarse a los persas, un imperio bien organizado y con gran capacidad ofensiva.
La defensa militar consumía, en todo caso, muchos recursos económicos y humanos, más graves todavía estos últimos por la crisis demográfica.
Era cada vez más difícil alistar nuevos soldados como consecuencia de la pobreza, los sucesivos ataques de la peste, la baja natalidad y los continuos conflictos bélicos. Las bajas sufridas en los diferentes campos de batalla no podían suplirse con nuevos reemplazos. En esta coyuntura no quedó más remedio que alistar extranjeros, es decir, soldados no romanos, como los germanos que aportaban a Roma mercenarios que guerreaban por dinero o por ventajas sociales, por la adquisición de la ciudadanía o simplemente por el botín.
Durante el siglo IV de nuestra era, aquella política de asimilación se hará cada vez más necesaria para dotar al Estado de un número suficiente de soldados.
De hecho, Constantino, el primer emperador cristiano, en el año 330 permitió a grupos de vándalos asentarse en Panonia, actual Hungría y Serbia, en la península de los Balcanes. Aquellas tribus estaban siendo atacadas por otros pueblos más allá de las fronteras y pedían a los romanos que los acogieran en su territorio.
Constantino los ubicó en aquellas zonas despobladas con la intención de que cultivaran los campos y sirvieran también de soldados para su ejército.
Años después encontraremos junto a Valente a militares vándalos muy capacitados; de hecho su propio capitán, que sobrevivió al desastre de Adrianópolis, estaba casado con una romana.
Tendrá un hijo llamado Estilicón, que llegará a ser jefe militar y mano derecha de Teodosio, a quien casó con su sobrina Serena y le confió la tutoría de sus hijos hasta que tuvieran la edad reglamentaria para ejercer el poder.
Pero Valente había cometido un terrible error que puso a Roma al borde de su desaparición.
Los godos, ante el acoso de los hunos, le pidieron que les permitiera establecerse dentro de los límites del Imperio para cultivar sus campos y defender la frontera. Valente aceptó, aunque el contingente de godos era demasiado numeroso, casi medio millón. Creyó, no obstante, que aquellos bárbaros se integrarían como lo habían hecho los vándalos en tiempos de Constantino. Pero en esta ocasión, el fracaso fue total, pues un cúmulo de errores trajo como consecuencia el enfrentamiento militar y la posterior derrota romana en Adrianópolis.
Por otro lado, cubrir esta necesidad cada vez más urgente de efectivos militares traerá cambios en la pirámide social.
Desde tiempos de los Antoninos, las clases sociales se habían ido reduciendo a dos. Ya no es la ciudadanía romana la que marca la diferencia, sino el dinero y el poder.
Caracalla había nombrado “ciudadanos romanos” a todos los habitantes libres del Imperio.
Ahora los plebeyos, las clases bajas o los campesinos viven en un estatus parecido al de los antiguos esclavos, aunque nominalmente gocen de la libertad que aquellos no poseyeron. Se llamarían a partir de ahora “humiliores”, los más humildes, frente a los privilegiados, llamados “honestiores”, que controlaban el dinero o detentaban cargos civiles o militares.
Como consecuencia de la política castrense de los emperadores, un número considerable de generales bárbaros accederá a la cúpula militar, que se irá distanciando cada vez más de la élite civil, compuesta exclusivamente por romanos.
A esta élite civil pertenecen los senadores, que seguían existiendo, aunque carecían ya de poder efectivo: se habían convertido en asesores y colaboradores del emperador.
En el plano político también se han producido cambios radicales.
Roma, desde Diocleciano, no es ya la única capital imperial. Ha perdido influencia con la aparición de la tetrarquía y cuatro nuevas sedes: Tréveris, Milán, Tesalónica y Nicomedia.
Aun así, Roma mantiene su prestigio de antaño y el ascendiente de sus senadores sigue siendo grande. Pero Constantino había creado una nueva capital en Constantinopla y su hijo Constante la había dotado de otro Senado.
Desde ese momento, el Estado cuenta con dos capitales y con dos Curias (Senados) que evidencian la división del Imperio.
El Senado oriental es cristiano pero inexperto, tardará varias generaciones en aportar buenos administradores a Constantinopla.
El Senado romano es fundamentalmente pagano, tiene gran experiencia, pero perderá peso político paulatinamente.
En el plano religioso, el cristianismo ha ido avanzando imparable.
Precisamente desde finales del siglo IV y principios del V, la élite clerical será la que vaya adquiriendo cada vez más preponderancia política, económica y social.
Toda ciudad importante tenía su obispo.
La Iglesia recibía donativos y herencias, su poder sobre la plebe era muy grande, pero también mantenía contactos con la élite social, los altos funcionarios y el ejército.
A finales del Imperio, el obispo cristiano irá sustituyendo al senador romano en labores de asesoría e influencia política.
Y cuando el Estado romano colapse en su parte occidental, aquellos clérigos constituirán un verdadero Estado dentro del Estado hasta el extremo de llegar a imponerse sobre la autoridad civil.
Los emperadores acabarán sirviéndose del clero en lugar de emplear funcionarios.
Aun así, el dominio de aquellos clérigos no era total, porque entre el pueblo existía gran diversidad religiosa; seguía habiendo muchos seguidores de las antiguas creencias politeístas, los llamados cultos paganos. Pero no sólo ellos; había muchas religiones mistéricas, Isis, Mitra, Deméter, también ritos supersticiosos, filosóficos, animistas, etc. El mismo cristianismo estaba escindido en confesiones y herejías diferentes y enfrentadas entre sí: priscilianos, maniqueos, arrianos o nicenos; de estos últimos proceden los cristianos ortodoxos y católicos.
Los obispos librarán primero una guerra contra todo tipo de paganismo y luego otra dentro del propio cristianismo.
De todo ello es consciente Teodosio, que ha visto cómo el Imperio, al apostar por la nueva fe, lleva decenios involucrándose en otra rivalidad añadida, ahora religiosa, que se suma a las propias del poder político. Si antes surgían “usurpadores” que combatían por la primacía en el mando, ahora seguirán haciéndolo, pero fragmentando más aún a la sociedad con la utilización política de una u otra confesión religiosa.
Teodosio buscará la unidad apoyándose en el cristianismo y despejando el camino hacia el control absoluto. Había defendido desde el principio a los “nicenos”, que en el concilio de Nicea (325) habían establecido la ortodoxia cristiana. Poco a poco logrará imponerla hasta que el catolicismo se convierta en la única religión oficial del Imperio romano.
Muerto Valente en la batalla de Adrianópolis, los bárbaros dominaban la parte oriental del Imperio e incluso amenazaban la occidental, donde se encontraba Graciano, el único emperador que quedaba de la casa de Valentiniano. Éste era aún muy joven y no tenía prestigio ni experiencia militar. Su hermanastro Valentiniano II era un niño de cuatro años de edad.
En aquella difícil tesitura, Roma necesitaba un militar experimentado capaz de salvar la situación. Teodoreto de Ciro explica con claridad por qué el elegido fue el hispano Teodosio:
“En aquel momento Teodosio era el militar más prestigioso, tanto por la fama de sus antepasados como por el esplendor de sus propias virtudes.
Se había retirado a Hispania, la tierra en que había nacido y se había criado, para evitar así las consecuencias de la envidia de sus iguales y de los de su misma alcurnia…
Graciano comprendió que la concesión del cargo de jefe del ejército a Teodosio era la solución para sus males. Hizo venir inmediatamente a aquel hombre desde Hispania, lo nombró jefe de las tropas y lo envió allí al mando de todo el ejército”.
Teodosio acude inmediatamente a los Balcanes a combatir a los godos. Se enfrenta a una situación casi desesperada.
El año de la batalla de Adrianópolis, el 378, ha quedado como la fecha clave de la invasión de los bárbaros, como la estrepitosa derrota que arrastrará al Imperio a su irremediable caída.
Pero Teodosio contará con algunas ventajas estratégicas.
La primera es que, a pesar de la invasión, los romanos consiguieron contener al enemigo gracias a las ciudades, que en esta época estaban ya amuralladas y sirvieron de freno a los invasores.
Una vez arrasados los campos, los bárbaros se encontraron con falta de víveres. Y en ese preciso momento, Teodosio ya avanzaba desde Occidente con un ejército dispuesto y bien pertrechado.
Teodosio pondrá toda su experiencia e inteligencia militar en aquel primer enfrentamiento y logrará una contundente victoria sobre el enemigo.
Tal era el miedo a los godos y lo inesperado de aquel éxito que la corte de Graciano y el propio emperador albergaron dudas sobre el resultado de aquella batalla. Es cierto que, tras Adrianópolis, los bárbaros parecían invencibles, pero, además, el general hispano contaba con enemigos en la corte que trabajaban en su contra. Teodosio acalló los rumores que negaban su victoria con los hechos: pidió al emperador que comprobara a través de emisarios el número de cadáveres enemigos que habían quedado en el campo de batalla.
Y la verdad era que Teodosio había obtenido una importantísima victoria que alejaba al enemigo de la parte occidental del Imperio.
Pero ahora había que restablecer el poder romano en la parte oriental del Imperio, donde no había ni “césar” (emperador) ni comandante ni casi tropas.
El 19 de enero del año 379, casi seis meses después del desastre de Adrianópolis, Graciano nombró a Teodosio emperador romano de Oriente.
El nombramiento de Teodosio como emperador de Oriente no respondía sólo al prestigio militar que había acumulado desde hacía años, primero a las órdenes de su padre y luego en solitario. Tampoco se debía en exclusiva a la victoria que había obtenido en Tracia, pero quedaba mucho por hacer.
Tras el desastre de Adrianópolis, Constantinopla se encontraba en una situación desesperada.
A pesar de todo, el emperador hispano logrará rehacer la situación con enorme esfuerzo y gran dosis de energía y talento.
Había alcanzado el trono gracias a su fama y virtudes militares, pero también porque contaba con los apoyos políticos necesarios.
Teodosio nació el 11 de enero del año 347 en Cauca, hoy Coca, al noroeste de Segovia, aunque últimamente algunos investigadores lo hacen originario del sur de España.
Era un hombre muy bien relacionado con todas las élites hispanas, del norte y del sur, muy pujantes ya en los tiempos en que Constantino había dejado el Imperio a sus dos hijos.
En aquella época, la presencia de hispanos en los ámbitos del poder y de la religión era ya muy notable y existía, como en tiempos de los Antoninos, un clan hispano poderoso que ejerció gran influencia en los cuadros de mando del Imperio.
Tres años antes de que fuera Teodosio llamado por Graciano, su padre, llamado Flavio Teodosio, era “magister equitum” (comandante de la caballería) de Valentiniano I, uno de sus mejores comandantes por haber ganado una merecida fama en el campo de batalla.
Comenzó defendiendo las fronteras en el bajo Rin, en combates contra los francos y sajones.
Llegó a ser general victorioso en la actual Holanda en 367 y, un año después, se le concedió un alto puesto de mando en Britania. El emperador Valentiniano I le había encomendado recuperar el control en la isla, roto por una rebelión. Allí se encaminó Flavio Teodosio para hacerse cargo de la situación. Ya por aquel entonces le acompañaba en esta campaña su hijo, que formaba parte de su Estado mayor.
Mezclando hábilmente el uso de la fuerza y la diplomacia, el padre logró controlar la revuelta.
Su hijo (Teodosio) aprendió junto a él los secretos de la milicia, pero también los de la diplomacia.
Restablecida la Administración Civil, Flavio Teodosio abortó una rebelión de romanos contra su persona, restableció la disciplina y fortaleció la defensa.
Reorganizó la provincia de Britania y restauró la muralla de Adriano.
Al año siguiente, el 369, se le nombró jefe del ejército en la frontera del Rin con mando sobre las provincias de la Galia. Es otro frente conflictivo.
Allí, junto a su hijo, combatió a los germanos en el Rin, asentó a muchos bárbaros en las llanuras del Po y reforzó las defensas.
Su buen hacer y el éxito demostrado en la protección y fortalecimiento de los límites del Imperio le granjearon fama, pero también envidias y recelos en la corte.
En 373, tras aplacar a los sármatas en el Danubio, se le encomendó una misión en el norte de África, parte muy delicada del Imperio, porque el abastecimiento de trigo de Roma dependía básicamente de aquellas tierras.
Allí, el padre de Teodosio tuvo que enfrentarse a dos problemas que serían una constante en el último siglo del Imperio: el ataque de los bárbaros y los intentos de usurpación del trono.
Reprimió el levantamiento de un general llamado Firmo. Apaciguó Mauritania con pocos efectivos y pasó inmediatamente a Cartago y a Egipto.
Su actuación fue rotunda y efectiva, pero cometió un error de carácter no militar, sino político.
Sabía que el gobernador de África, “comes Africae”, era un personaje oscuro, sospechoso de rebelión.
Desconfiaba de él y, sin miramientos, lo envió bajo vigilancia a la frontera. Y se ganó el odio de un enemigo muy influyente.
Es muy probable que ése fuera uno de los motivos de su caída, que quizás no se habría producido si el emperador Valentiniano I no hubiera muerto repentinamente de un ataque al corazón.
Muy poco después Flavio Teodosio fue condenado por alta traición en circunstancias extrañas y poco conocidas.
La noticia de la condena y muerte sorprende al hijo desempeñando sus funciones como general en la frontera danubiana, en la actual Bulgaria, donde combatía a los sármatas.
El joven tiene entonces 27 años. Atisba el peligro y decide prudentemente retirarse de la escena política.
Tras haber vencido al enemigo y haber devuelto la calma en aquellas tierras, dimite de su cargo de “dux Moesiae” en la región del Danubio.
Se marcha a Hispania, su patria de origen, para casarse en la Bética, con Aelia Flacila, de ilustre familia emparentada con la estirpe Elia, a la que siglos atrás perteneció el emperador Adriano.
Lo más probable es que el responsable de la muerte del padre de Teodosio fuera Valente. En el momento en que falleció su hermano Valentiniano I pudo sentirse amenazado por un hombre del prestigio militar y de la experiencia de Flavio Teodosio.
Es posible que temiera que aquel hispano le arrebatara el trono a su sobrino Graciano, joven e inexperto aún.
Pero, tras la muerte de Valente, Graciano, con el nombramiento de Teodosio como emperador de Oriente, está rectificando aquella injusticia y restableciendo el buen nombre del padre.
Pues la derrota de Adrianópolis se interpreta en clave divina. Los dioses ofendidos, han dado la espalda a Valente. Además, antes de la derrota, ese emperador había abrazado el arrianismo, una de las dos corrientes más importantes del cristianismo en aquellos tiempos. En cambio, Teodosio, y también su padre, son ortodoxos, católicos.
Según la mentalidad de la época, la derrota de Valente se explica como un error político y religioso a la vez: haber matado injustamente a aquel hombre, sin motivo aparente, fue un error político; haber abrazado el arrianismo se interpreta en la época como un error religioso, porque los dioses son los que favorecen la victoria o la derrota en el campo de batalla.
También influyó en el nombramiento de Teodosio como emperador de Oriente, el clan de hispanos que tienen cargos en el Imperio.
Su hijo Honorio continuará rodeándose de hombres de confianza hispanos, que mantendrán su pujanza e influencia, pues la península Ibérica seguirá siendo fuente importante de recursos y abastecimiento para Italia.
En 385 es Teodosio quien crea una nueva provincia, Baleárica, que queda desvinculada de la Tarraconense para facilitar las vías comerciales de acceso a Roma desde la península.
Con ello pretende garantizar el abastecimiento de productos esenciales en una época en que los mares son inseguros y están plagados de piratas.
De la importancia económica y logística de Hispania para el sostenimiento del Imperio hablan las propias leyes del “Codex Theodosianus”, que ordenan taxativamente que no se dificulte el viaje de naves hispanas, porque se trata de una cuestión de Estado.
Pero no sólo servirán la riqueza, el prestigio y las influencias de su tierra de origen. Teodosio tendrá que demostrar entre los seis meses que median entre la muerte de Valente y su nombramiento como emperador de Oriente que está cualificado para ese puesto.
Teodosio tendrá que afrontar dos conflictos muy serios: la invasión de los godos, que parecían invencibles, y la lucha interna por el poder en la sede de Constantinopla. Esta última es otra batalla sin cuartel, una rivalidad de carácter político y religioso donde no parece tener por el momento apoyos ni personas de confianza. Su primera medida será colocar en los cuadros de mando a gente de Hispania que conoce bien y cuya cualificación en los ámbitos político, militar y administrativo está acreditada.
Lo más perentorio era conseguir soldados para reclutar un ejército con que enfrentarse a los godos.
Promulgó inmediatamente leyes para facilitar el reclutamiento de soldados romanos, pero los campos estaban despoblados.
La crisis económica y la continua sangría de efectivos en las fronteras hacía cada vez más difíciles las levas.
Creó, lo más rápido posible, un contingente militar a base de campesinos, mineros y unidades regulares de las fronteras. Pero carecía de caballería, un elemento esencial en las batallas de aquel siglo. El ejército romano, compuesto esencialmente a base de infantería, llevaba años sin reforzarse y fortalecerse. Teodosio sabía que necesitaba modernizar sus tropas frente a unos godos que poseían un importante cuerpo de jinetes, precisamente el que lees había dado la victoria en Adrianópolis. Por eso alistó tropas de caballería godas, las mejores del momento, atraídas por la sustanciosa paga que ofrecía el ejército romano.
Con esos efectivos, a finales de ese año, el 17 de noviembre de 379 celebró en Constantinopla una victoria sobre los godos, hunos y alanos, que habían invadido los Balcanes, Épiro, Tesalia y el sur de Grecia.
Aquella victoria no fue tan contundente como la propaganda anunciaba.
La guerra contra los bárbaros era muy difícil, lenta y de desgaste.
A lo largo del conflicto, el propio Teodosio sufrirá serios reveses.
Sin haberse repuesto del último, los visigodos, al mando de su rey Fritigemo, ocuparon el sur de Macedonia a la vez que los godos Altheus y Saphrax arrasaban la Nórica y la Panonia.
El emperador hispano había caído enfermo y estuvo a punto de morir, posiblemente a consecuencia de una peste que había asolado toda la región.
Pudo, al final, acudir al frente de batalla para desplegar junto con Graciano una estrategia defensiva y frenar la masacre que estaban produciendo aquellas invasiones, pero fue rodeado por el enemigo y se vio obligado a huir para no caer en el propio campo de batalla.
En aquella derrota del año 380 Teodosio había estado a punto de perder la vida, pero lo que sí perdió definitivamente fue la mayor parte de aquel ejército romano de nueva formación que había alistado.
El joven emperador (Graciano) le envió desde Occidente tropas al mando de dos generales germanos muy cualificados: Bauto y Arbogasto.
Mientras llegaban esos refuerzos, Teodosio empleó también las armas de la diplomacia, firmando un pacto con el rey godo Atanarico.
Éste era enemigo del visigodo Fritigemo ante quien Teodosio había estado a punto de sucumbir. Ambos reyes eran adversarios, casualmente uno pagano, otro cristianizado.
Teodosio tiene que pactar con el pagano Atanarico para que invada los Balcanes y combata al cristiano Fritigemo, su enemigo más peligroso.
Mientras aquellos reyes godos luchan entre sí, llegan los refuerzos de Occidente y el emperador hispano logra salvar la situación.
En la siguiente campaña, la del año 381, conseguirá expulsar al otro lado del Danubio a esquiros, hunos y carpódacos.
Teodosio sabía que junto a la solución militar, debía poner en marcha la solución diplomática.
En este sentido, su alianza con Atanarico logró frenar la terrible amenaza del visigodo Fritigemo. Respecto a los godos Alatheus y Sarphax, les otorgó el derecho a asentarse en Panonia como “federados” del Imperio.
Esta medida de asentar bárbaros en los territorios del Imperio romano no era nueva.
Ya la había tomado 50 años atrás Constantino, pero lo que en el caso de Constantino fue algo puntual, con la extensión de la crisis se iba haciendo cada vez más frecuente y necesario.
Aun así, la iniciativa de Teodosio parecía eficaz en cuanto que, gracias a aquellos contingentes bárbaros, conseguía defender las fronteras, asimilar a potenciales enemigos y alistar en su propio ejército a soldados cualificados y profesionales.
El tratado con Atanarico se firmó en octubre de 382. Según sus estipulaciones, los godos eran aceptados en calidad de “federados”-
Se les permitía asentarse en la región del Danubio con un trato especial: podían vivir de acuerdo con sus propias leyes, se les concedía un territorio libre de impuestos y recibían una suma de dinero anual. A cambio, los bárbaros asumían la obligación de acudir como tropas auxiliares de los romanos cuando éstos los necesitaran, poniéndose bajo su mando en los niveles superiores.
Teodosio incorporó a estos pueblos dentro del Imperio para servirse de sus efectivos y experiencia militar, pero sabía que la suya era una decisión arriesgada.
Teodosio se encontraba en una encrucijada, como la que en su día tuvo que afrontar Valente, pero no quería cometer el mismo y fatal error.
Por un lado, no podía combatir a los godos con un ejército cada vez más mermado.
Contratarlos como soldados era lo más práctico.
Sin embargo, no puede correr el riesgo de que su número aumente hasta el extremo de que puedan rebelarse y destruir Roma desde dentro. Por eso intentó dispersar sus efectivos, intercambiándolos con otras partes del Imperio, como Egipto.
Es una decisión que tampoco será completamente satisfactoria, porque aquellos hombres no están romanizados ni quieren romanizarse. Su presencia en otras provincias despertará un profundo conflicto social y político, pues aquellos godos enrolados en el ejército, cuando subían en la pirámide social, no eran bien vistos por muchos romanos, lo que acabará provocando un conflicto étnico entre ambos pueblos.
Teodosio podrá contener este conflicto étnico durante su reinado, a veces con mano dura y pérdida de popularidad.
Pero alistando a aquellos soldados logrará contener las fronteras, y cuando tenga que enfrentarse a los “usurpadores” Magno Máximo y Eugenio, un numeroso contingente de tropas godas luchará a su lado.
Pero la medida de alistar a los bárbaros ha sido criticada por muchos historiadores, antiguos y modernos. Es lo que se conoce como la “barbarización del ejército” y se considera una de las causas que contribuyeron a la caída de Roma.
Pero también hay que reconocer que salvar el Imperio de las “usurpaciones” y las invasiones de otros pueblos, en esta época, se hacía imposible si no se echaba mano de mercenarios para cubrir las vacantes del ejército romano.
El integrar a algunos pueblos bárbaros para combatir a otros era una técnica que ya había empleado Roma desde el principio.
Desde César a Marco Aurelio, los romanos habían sabido sembrar la división entre las diferentes tribus bárbaras, convirtiendo a algunas en aliadas a cambio de combatir a otras.
Pero ahora son cada vez más los pueblos que fuerzan la entrada, mantienen sus estructuras sin integrarse y llegan a convertirse en verdaderos reinos y ejércitos bárbaros dentro de las fronteras del Imperio.
El ejército no será ya un factor de romanización, como en el pasado, cuando, poco a poco, los nuevos habitantes del Imperio se impregnaban lentamente de la lengua y cultura romana, sino todo lo contrario.
Y se busca la seguridad inmediata de las fronteras, pero también la integración y la romanización de los bárbaros.
Aquellas medidas eran las más sensatas: no sólo las más humanitarias, sino las más prácticas.
De hecho, funcionaron bien: la paz duró hasta el año 502, exceptuando dos breves períodos de guerra en los años 421 y 441.
Si las élites de la parte occidental de Roma hubieran adoptado medidas parecidas, quizás podrían haber sobrevivido al derrumbe del año 476.
En Oriente, Teodosio no adoptó una postura soberbia ni violenta, como la que ostentaron Valentiniano I y Valente, sino que se mostró amistoso y amable desde el principio con el Senado y el pueblo de Constantinopla.
Durante los primeros años evitó sentencias capitales. No quiso enemistarse con los paganos, aunque todos sabían que era un emperador decididamente cristiano.
Mantuvo en sus cargos a los jefes que habían sobrevivido a la batalla de Adrianópolis, pero, en el resto de los cargos civiles y militares, colocó a hombres de su máxima confianza, muchos de ellos hispanos.
Teodosio promovió una reforma fiscal para aumentar los ingresos y también promulgó leyes para facilitar los reclutamientos. Éstas no eran medidas populares. Para contrarrestar esa imagen, supo ganarse a los ciudadanos de Constantinopla, estableciendo allí su residencia imperial y dando pasos para convertirla en la capital del Imperio de Oriente.
Una vez que se hizo con el control de la cúpula administrativa, comenzó a acercarse a las élites de aquellas tierras, a los intelectuales y aristócratas que poseían gran poder y reputación en sus comunidades.
Teodosio, como si fuera un segundo Constantino, aprovecha una enfermedad que sufrió en 380 para bautizarse ante el peligro de morir.
Y lo hace en la fe ortodoxa, decantándose ya sin lugar a dudas por esta corriente del cristianismo.
Era, en aquellos momentos, la más poderosa y la que podía aportar más fácilmente la ansiada unidad religiosa en torno al Imperio.
Ahora, en el ámbito político, apuesta por ella y promulga una ley que impone definitivamente el “credo niceno” en la parte oriental del Imperio.
En tres años, Teodosio ha conseguido estabilizar la parte oriental del Imperio y asentarse en el poder.
Ha conseguido mitigar el peligro godo, asimilando a algunos, combatiendo a otros.
Ha logrado la unidad religiosa adoptando la misma línea dogmática que Graciano en Occidente, el credo niceno.
Se encuentra afianzado en el poder y decide estabilizar la dinastía, es decir, asegurar el trono a sus hijos.
El 19 de enero de 383 celebra el jubileo de su gobierno y nombra “augusto” a su hijo Arcadio.
Aquel hijo suyo, que había nacido en Hispania antes de que él fuera nombrado emperador, quedaba legitimado en esta ceremonia, como su sucesor.
Pero Graciano no quiere reconocer Arcadio como “augusto” y la rivalidad entre ambas partes del Imperio se hará cada vez más patente.
Pero precisamente en el año 383, Graciano tendrá que centrarse en su propia supervivencia y no en cuestiones sucesorias.
Los soldados de Britania nombraron “césar” al hispano Magno Máximo y lo animaron a usurpar el trono de Occidente.
Ante aquel levantamiento, Teodosio no quiso intervenir.
Máximo pasó inmediatamente al continente, donde se le sumaron las tropas de la frontera. El joven “césar” (emperador) se dirigió a las Galias para combatirlo en las cercanías de Paris, pero su ejército lo abandonaba para pasarse a las filas del usurpador.
Graciano quiso retirarse entonces al sur, pero fu capturado por el enemigo en las inmediaciones de Lyon, donde encontró la muerte el 25 de agosto de 383.
El hermanastro de Graciano y ahora único descendiente vivo de la dinastía de Valentiniano seguía en Italia. Tenía doce años, pero ya había sido nombrado “augusto” a los cuatro y su madre Justina se ocupaba de la regencia.
Con este nuevo levantamiento y tras la muerte de Graciano, el Imperio se encontraba ahora en manos de tres césares: Máximo dominaba Hispania, las Galias y Britania; Valentiniano II Italia y África; Teodosio era el más poderoso de los tres y controlaba todo el Oriente.
Se mantuvo el “statu quo” mientras el emperador hispano procuraba calmar sus fronteras en el Este. No podía intervenir en los asuntos de Occidente, aunque quisiera, sin tener antes las espaldas cubiertas.
En el Danubio había asentado a los visigodos, que cumplían bien una función defensiva que interesaba a ellos tanto como a los romanos.
En cambio, el frente persa era siempre un peligro latente.
En estos momentos se dio una circunstancia que beneficiaba a Teodosio.
Murió el rey Artajerjes y subió al trono Sapor II.
El cambio de rey en Persia siempre estaba sometido discordias civiles, más aún que en Roma, pues aquel Imperio estaba dividido en “satrapías”, donde sus gobernadores gozaban de gran influencia e independencia.
Además, el nuevo rey tenía que hacer frente a incursiones de pueblos bárbaros al noreste de su país. En aquella tesitura, a los persas les interesaba un acuerdo con Roma más incluso que al propio Teodosio.
Se entablaron rápidas negociaciones de paz que dejaron las manos libres a Teodosio para centrarse en los problemas de Occidente.
La guerra contra Máximo era previsible por dos motivos: se trataba de un usurpador que se había levantado en armas y, además, el emperador hispano debía, al menos, vengar a Graciano, que era el hombre que lo había colocado en el trono. Por eso había mantenido sus tropas cerca de la frontera occidental y, ante aquel despliegue de efectivos, Máximo no se había atrevido a derrocar a Valentiniano II, a pesar de ser mucho más fuerte que él.
En ese tiempo, Roma fue un Imperio tripartito donde Teodosio tenía mayor fuerza que el resto.
El eslabón más débil era Valentiniano II, un joven inexperto y débil, apoyado por su madre Justina, una mujer muy capaz que actuaba como regente.
La corte funcionaba bien, con disputas internas, pero con personajes capaces que resolvían los problemas; el más importante de todos fue Ambrosio de Milán.
Ambrosio consiguió entretener a Máximo mientras Bauto, general de Valentiniano alistaba un ejército con el que poder combatirlo.
Pero un levantamiento en Panonia ofreció al usurpador la excusa de acercarse a Italia y, en una operación por sorpresa, invadió el territorio de Valentiniano II, que salvó la vida huyendo por mar, con su madre Justina y su hermana Flavia Gala, navegando hacia Tesalónica, para pedir ayuda a Teodosio.
INTRIGAS POR EL PODER
Teodosio tenía poder y fama militar, pero para gobernar sobre todo el Imperio necesitaba legitimidad dinástica. Valentiniano II y su madre Justina se la proporcionarán a cambio de derrocar al usurpador Máximo.
Tras la desaparición de Constantino reinó Valentiniano I (364- 375), un buen jefe militar que dará años de tranquilidad al Imperio. Los soldados le pidieron que nombrara un colega y Valentiniano se reservó la parte occidental para encomendar a su hermano Valente la parte oriental del Imperio.
No fue una división oficial, sino un reparto de esferas de influencia.
Siete años antes de su muerte, Valentiniano se había casado en segundas nupcias con Justina y, en ese lapso, tuvo cuatro hijos: un varón, Valentiniano II, y tres mujeres, llamadas Gala, Grata y Justa.
A la muerte de Valentiniano I en 375, a orillas del Danubio, su hijo Graciano, fruto de su primer matrimonio, heredó la parte occidental del Imperio, mientras la parte oriental seguía en manos de su tío Valente.
Aunque había muchas diferencias entre Justina y Teodosio. También religiosos: la madre de Valentiniano II y Gala profesaban la religión arriana y Justina procuró frenar la influencia del católico Ambrosio de Milán.
El emperador Teodosio los acogió a todos.
Se casará con Gala a cambio de combatir a Máximo y restituir a Valentiniano II en el trono de Occidente.
La oferta de la madre de Valentiniano II era una hábil maniobra política en la que ganaban todos, porque así el emperador hispano emparentaba con la dinastía legítima valentiniana y alcanzaba una unión dinástica que lo afianzaría definitivamente en el poder, a él y a sus dos hijos.
Arcadio había nacido en el sur de España en el año 378. Honorio en Constantinopla, en el año 384, cuando su padre ya era emperador. Ambos habían quedado huérfanos hacía poco; ahora, con Flavia Gala como madrastra, alcanzarían la legitimidad de la dinastía valentiniana aún en el poder.
Con este matrimonio que le ofreció Justina, Teodosio pasará a ser cuñado y yerno de los Valentinianos.
Y lo más importante, sus hijos Arcadio y Honorio serán nietos de Valentiniano I, fundador de la dinastía, quedando firmemente afianzados en el trono.
Aquello fue un matrimonio de conveniencia, un pacto de poder al más alto nivel.
En la guerra que Teodosio emprende contra Máximo fue muy importante la figura de Estilicón.
Estilicón era hijo de padre vándalo y madre romana.
Es un ejemplo de integración en el ejército romano y llegará a convertirse en el general que dirija el Imperio de occidente a la muerte de Teodosio, pues el césar ha decidido que se case con su sobrina Serena y sea tutor de sus propios hijos.
El emperador lo pondrá al frente de sus tropas en la guerra contra Máximo. Aquel comandante es fiable y el mejor militar de su tiempo. Pero, a pesar de ello, los tradicionalistas romanos siempre lo verán como un mestizo y lo mirarán con recelo. Lo acusarán de conspirar con Alarico y otros bárbaros enemigos de Roma. No es cierto.
Aquel competente general nunca levantó la mano contra los hijos de Teodosio, sino que cumplió a la perfección su labor de tutor y jefe militar. Incluso cuando Honorio lo retire la confianza y lo condene a muerte, Estilicón acudirá sin queja al cadalso, cumpliendo con la máxima fidelidad la misión que en su día le encomendó el césar hispano.
Teodosio avanzó hacia Panonia con rapidez y se adueñó de víveres para su ejército. Marchó en dos columnas contra el usurpador apoyado por una flota que iba en vanguardia. En un ataque sorpresa, su caballería, compuesta en gran parte por godos, cruzó el río Save y sembró el desconcierto entre las filas enemigas. Los soldados de Máximo se reagruparon en Poetovio, hoy Pettau, en la actual Eslovenia, donde Teodosio, no sin dificultades, consiguió la victoria.
Algunas tropas de su adversario se unieron a su ejército y pudo avanzar hasta Aquileya donde tenía intención de librar la batalla definitiva.
No fue necesario. Dicen que los propios soldados de Máximo acabaron con él y entregaron su cadáver en el verano de ese mismo año.
Comentan los panegiristas y cortesanos de la época que al usurpador tenía intención de perdonarlo, pero los legionarios se habían adelantado y le habían dado muerte.
Las tropas del usurpador fueron indultadas e incorporadas al ejército vencedor.
En el momento en que ha vencido a Máximo tiene 40 años, pero ya ha pensado en la sucesión. Sus dos hijos varones, Arcadio y Honorio, garantizan el relevo. El matrimonio con Gala le aporta la legitimidad y futuros descendientes.
Un niño nacido en 394 morirá pronto, el mismo año que su madre. Pero Gala había tenido una hija de Teodosio, Gala Placidia. Esta mujer aportará descendientes a la dinastía: será la madre de Valentiniano III, por tanto, nieto de Teodosio, que regirá el Imperio de Occidente entre los años 425 y 455. Mientras tanto, gobernará en Oriente otro de sus nietos, Teodosio II.
El emperador hispano ha cumplido con creces su deber dinástico.
A través de sus hijos Honorio y Arcadio, dividiendo definitivamente el Imperio en su parte oriental y occidental, ha colocado dos dinastías en el poder que perdurarán medio siglo más.
Arcadio, nacido en Hispania, mantendrá el Imperio de Oriente y lo legará a sus sucesores.
Su otro hijo, Honorio, nacido en Constantinopla heredó el Imperio de Occidente. Este Imperio de Occidente sólo sobrevivirá 21 años más tras la muerte de su nieto, pero la parte oriental del Imperio romano, asignada a Arcadio, logrará contener las invasiones y la anarquía militar para perdurar mil años más bajo el nombre de” Imperio bizantino”, hasta la caída de Constantinopla en 1453.
EL RENACIMIENTO CULTURAL
Si querían buscar referentes intelectuales, los hombres del siglo IV no podían volver la vista al calamitoso siglo III, en que la cultura se había hundido por completo.
Las pestes, la despoblación, la carestía de la vida, los conflictos sociales y las invasiones bárbaras habían acabado con el bienestar y el progreso de la época anterior, de aquel siglo II gobernado por la dinastía hispana Antonina, que había creado un verdadero renacer de la cultura.
Teodosio recogerá el testigo del primer emperador cristiano (Constantino). Gracias a escritores como Jerónimo, Agustín, Prudencio o Claudiano, el césar hispano y sus sucesores impulsarán el inicio de un florecimiento en la literatura latina, estancada completamente en el siglo III.
Durante un tiempo, la literatura pagana y la cristiana convivirán hasta que la nueva religión se haga completamente con el poder político, militar y cultural del Imperio.
Se mantuvo en este siglo la pujanza de la retórica, que cultivaron por igual paganos y cristianos.
El autor más destacado fue Libanio (314 -393), un importante orador que era empecinado defensor del paganismo, pero que tuvo entre sus alumnos a importantes intelectuales que profesaban la fe de Cristo.
En estos años se observa cómo se produce un relevo en el mundo de la cultura desde aquellos últimos paganos hasta los cristianos que comienzan a prosperar al abrigo de la política unitaria de Constantino y Teodosio. Algunos de ellos fueron Juan Crisóstomo, Basilio el Grande y Gregorio de Nacianzo. Pero también persisten autores paganos, como Libanio, que fue admirador del emperador Juliano “el Apóstata” y elogiaba su intento de volver a los antiguos cultos. Escribió cartas, panegíricos y discursos como “Epitafio a Juliano”.
Gracias al esfuerzo de estos intelectuales, los autores clásicos, rechazados en un principio por la nueva religión, se convertirán pronto en modelo de referencia para la literatura cristiana, que los intentará asimilar, especialmente a figuras como Virgilio, Cicerón y Séneca.
El siglo III había sido pagano en su totalidad, pero se aprecia la presencia cada vez más palpable del cristianismo.
Los emperadores como Septimio Severo habían intentado frenarlo; otros como Decio o Valeriano lo habían perseguido directamente.
Surgirán en estos tiempos obras en contra de la religión emergente, como “Contra Christianos”, de Porfirio, partidario de una teología solar que quiso imponer Aureliano como religión oficial del Estado. Pero aquella reacción será inútil y, con el tiempo, el cristianismo seguirá avanzando cada vez más en la esfera de la sociedad, la política y la milicia.
A finales del siglo III, surgirá la figura de Plotino (204-270), un intelectual pagano que alcanzó gran fama en Roma después de haber sido profesor en Alejandría. Su filosofía el “neoplatonismo”, servirá en el siglo IV para presentar un frente común ante el cristianismo, que, a pesar de la represión, seguía avanzando con firmeza.
En el año 260 Galieno revoca los edictos de persecución y los pensadores de la nueva fe proliferarán aún más, aunque su nivel académico siga siendo mediocre.
A finales del siglo III aparecerán intelectuales más preparados, como Minucio Félix (150 -270), Cipriano (200 -258) y Orígenes (184-253). Este último intentó integrar el pensamiento cristiano en la cultura griega a través del neoplatonismo, que era la doctrina filosófica imperante en este siglo.
Aquella filosofía, que en un principio nació para dar una respuesta mística diferente a la nueva fe, será asimilada por ella y permitirá a sus partidarios absorber con más facilidad el pensamiento antiguo. De hecho, los autores cristianos más cualificados de estos primeros tiempos serán escritores originariamente paganos convertidos luego al cristianismo.
El más destacado de ellos fue Lactancio (245 -325), profesor de retórica, hombre muy preparado al que se le conocerá como “el Cicerón cristiano”.
Durante la persecución de Diocleciano, cuyo primer edicto fue promulgado en 303, fue privado de su cargo de profesor de retórica y se dedicó a escribir. Estos años verán su obra cumbre, “Divinae Institutiones”, un tratado en siete libros sobre la doctrina de Cristo.
Lactancio, con su obra “De phoenice”, quizá sea el autor de la obra poética más antigua que cante la nueva fe.
Aquel intelectual era un famoso rétor pagano que fue traído de África por el emperador Diocleciano para emplearlo contra la nueva religión, pero acabó convirtiéndose y conseguirá hacer un trasvase de la poesía tradicional romana a los nuevos moldes cristianos.
Muchos intelectuales de primera fila se pasarán del paganismo a la fe de Cristo, aportando todo el bagaje cultural que atesoran y vertiendo a la nueva religión los logros de la cultura clásica. Ejemplo de ello es Mario Victorino, famoso rétor de África, en principio enemigo del cristianismo. Tras veinte años de docencia, se convirtió al final de su vida y escribió varios libros que ejercerán una influencia enorme en los siglos IV y V.
Con sus estudios, contribuyó a aproximar el “neoplatonismo” pagano a la nueva fe y facilitó su asimilación, aportando valiosos métodos y pautas intelectuales a San Agustín, que se servirá de él para escribir su “Ciudad de Dios”.
A lo largo del siglo IV el paganismo cederá claramente la primacía en el mundo de la cultura en beneficio del cristianismo.
El cambio se obrará desde el poder. Comenzará con Constantino en el año 313 con el “Edicto de Milán”, pero será Teodosio quien culmine la transición en el año 380 con su “Edicto “Cuntos populos” o “Edicto de Tesalónica”.
Las escuelas de Atenas y Alejandría son todavía en esta época florecientes lugares del pensamiento antiguo donde se combina el estudio de la filosofía platónica y aristotélica con las investigaciones matemáticas y naturalistas.
Allí trabajarán y estudiarán intelectuales tan eminentes como Hipatia de Alejandría, Teón, Juan Filópono y Hermias. Pero el avance del cristianismo es imparable y, con él, la nueva religión va dominando el mundo de la política y la sociedad.
El máximo representante de la tradición pagana fue Quinto Aurelio Símaco, prefecto de Roma entre los años 384 y 385. Dirige un grupo de intelectuales conocido como “Círculo de Símaco” y de él se conservan discursos y cartas.
Su escrito más famoso y de mayor trascendencia tuvo lugar con motivo del intento de reponer en el Senado el “Altar de la diosa Victoria”, en contra de la iniciativa cristiana.
Al círculo de Símaco pertenecían intelectuales de gran altura, como Macrobio, un hombre dedicado a defender el enorme peso cultural que poseía el mundo grecolatino.
Macrobio quiso salvar las joyas del pensamiento antiguo, mantener vivos los vestigios de la Antigüedad pagana. En su ilusión por preservarla, elaboró una obra enciclopédica. Y gracias a este esfuerzo, consiguió hasta cierto punto sus objetivos, porque, a pesar de la victoria posterior del cristianismo, el pensamiento antiguo llegará a sobrevivir dentro de la nueva religión, transformado y adaptado a otros cánones. Sus trabajos serán utilizados en el futuro como puente entre el paganismo y el cristianismo medieval. Así, la antigua cultura grecolatina sobrevivirá durante la Edad Media y volverá a triunfar durante el Renacimiento.
Macrobio es contemporáneo de Agustín, Ambrosio, Jerónimo, Crisóstomo y el emperador Teodosio.
Sus dos obras más importantes: “El Comentario al Sueño de Escipión” y las “Saturnales”.
La intención de Macrobio al escribir las “Saturnales” es doble. Primero pedagógica, pues pretende dotar a su hijo Eustacio de un conjunto de conocimientos básicos de la cultura, y también, como resultado de este primer objetivo, tiene una segunda intención: salvar del olvido la cultura pagana a través de esta especie de enciclopedia en siete libros donde reúne la esencia de la sabiduría antigua.
El “Comentario al sueño de Escipión” es un análisis del famoso relato que cuenta Cicerón en su “Republica”, según el cua Escipión el Africano se aparece en sueños a su nieto adoptivo, Escipión Emiliano, el destructor de Numancia. Entonces le revela su destino y el de su patria mostrándole los premios que le aguardan en el más allá por su virtud. En ese hermoso texto describe también el cosmos, el planeta que habitamos y el lugar del hombre dentro de ese universo infinito.
En el mundo de la poesía destacará Claudiano, nacido en Alejandría, que renovará el género lírico con su gran talento, al igual que Amiano Marcelino renovará la historiografía.
Son dos griegos que escriben en latín.
Claudiano será el poeta que loará la figura de Estilicón, verdadero soberano del Imperio cuyas hazañas cantó en sus versos.
Escribirá también poemas nupciales en honor a la boda entre Honorio y María, panegíricos e invectivas. También una “Laus Serenae”, un elogio a Serena la esposa de Estilicón y sobrina de Teodosio.
Claudiano es uno de los últimos representantes de la literatura antigua.
Claudiano está orgulloso del pasado romano y refleja en su poesía los ideales de la sociedad de su época.
En aquellos tiempos inestables desea con fervor la supervivencia de Roma y elogia a Estilicón, su protector y mecenas, como el hombre que puede salvar a la Ciudad Eterna de la catástrofe.
Es el último gran poeta de la historia de la literatura romana.
Juvenco es también un gran poeta.
En 330 publicó el primer poema épico cristiano, “Evangeliorum libri IV”. Es la versificación del Evangelio según S. Mateo en hexámetros latinos, el verso de los épicos Virgilio y Lucano.
Estos primeros atisbos de renacimiento cultural llegarán bajo Constantino, pero la gran historiografía nacerá en tiempos de Teodosio, a finales del siglo IV con Amiano Marcelino, el último gran historiador romano.
Es un hombre independiente, no es cristiano ni senador, tiene fuertes convicciones morales, pero le ha tocado vivir en una Roma decadente que no hace ya honor a su pasado.
Su obra “Res gestae” estaba escrita en 31 libros y trataba desde el reinado de Nerva hasta la muerte de Valente en Adrianópolis (378).
En el campo de la historiografía destaca también Sexto Aurelio Víctor. Poco después del 360 publicó un resumen de la Historia del Imperio bajo el género de pequeñas biografías desde Augusto hasta Constancio II, muerto en 361.
Otro importante historiador de la época es Eutropio, que ya había desempeñado cargos con Juliano, al que acompañó a la expedición persa que le costó la vida.
Fue cronista personal del emperador Valente, “magister memoriae”, de quien recibe el encargo de redactar un resumen de la historia de Roma. Su obra se conoce como “Breviario ab urbe condita”, en diez libros y está dedicada al “césar”. Es un extracto de la magna obra de Tito Livio, en el que toma como fuentes también a Floro y Suetonio.
La gran mayoría de autores paganos miran hacia atrás para preservar el gran legado de la literatura latina. Así lo hace Servio, que escribió un comentario a la obra de Virgilio entre los años 395 y 410. Fue uno de quienes ayudaron a editar a los clásicos.
Son hombres de la nobleza romana, paganos e intelectuales, que se esforzaron por conservar la cultura clásica y los autores antiguos. Servio editó también a Juvenal. Los Símacos y Nicómacos revisaron toda la obra de Tito Livio contribuyendo decisivamente a su conservación.
Donato, que pertenece a este grupo intelectual, se convirtió en el gramático y filólogo de referencia durante la Edad Media.
Prudencio era hispano como Teodosio.
En sus obras traslada las formas clásicas a los moldes de la nueva fe, cada vez más preponderante gracias al impulso de Teodosio.
Prudencio fue conocido como “el Virgilio cristiano”.
Es un autor que vierte los géneros poéticos paganos en una obra que podemos definir como la última de la poesía antigua y la primera de la era cristiana. Escribió “Psicomaquia” sobre el triunfo de la fe y las virtudes; “Hamartigenia” sobre el origen del mal o “Apoteosis” sobre la Trinidad.
Muchos de estos intelectuales apoyaron desde sus puestos de la Administración a Teodosio.
Uno de ellos pudo ser Ausonio, famoso gramático y rétor, a quien Valentiniano llamó en 365 a la corte de Tréveris como preceptor de su hijo Graciano.
Paulino de Nola es su discípulo, cristiano como él, que ejercerá gran influencia sobre San Agustín.
Durante el reinado de los hijos de Teodosio, Paulo Orosio es un personaje clave para el cristianismo.
Nacido también en Hispania, viaja a África huyendo de la invasión vándala de la península.
En Hispania entró en contacto con San Agustín, al que influirá. En el año 416 vuelve a África, con las reliquias de San Esteban. Entonces escribe “Los siete libros de Historia contra los paganos”.
Acababa de producirse el saqueo de Roma por Alarico, un acontecimiento que conmovió al mundo antiguo por su simbolismo antes que por la importancia política, de la que ya no gozaba Roma.
Orosio influirá en el pensamiento de San Agustín en el sentido de que aquel saqueo era un castigo de Dios para que Roma, símbolo del paganismo, se convirtiera al cristianismo.
El argumento histórico que defiende será el mismo que San Agustín: hay dos realidades, la terrena y la ajena a este mundo. La ciudad terrena simbolizada por Roma, puede caer; pero no la otra ciudad, la importante, la eterna, “La ciudad de Dios”.
EL TRIPLE ÉXITO DE TEODOSIO
Desde el año 383, en que Teodosio derrota al usurpador Magno Máximo y repone en el trono a Valentiniano II, ha conseguido de facto el dominio sobre la totalidad del Imperio, la unificación política en su persona. Aunque nominalmente su cuñado Valentiniano II gobernaba sobre Britania, Galias e Hispania, en realidad estaba rodeado de hombres de confianza de Teodosio que controlaba todos sus movimientos. El más influyente de ellos era Arbogasto, que ejercía el mando en nombre del emperador.
En estas circunstancias, el emperador hispano podía retirarse a Oriente sabiendo que era el dueño efectivo de todo el Imperio. Pero había subestimado la ambición de Arbogasto.
Aquel general victorioso de ascendencia bárbara se había rodeado de hombres de su círculo más íntimo, fieles a él antes que a cualquier otro. Con ellos pensaba acaparar todas las esferas del poder.
Pero Arbogasto no había contado con la fuerza y energía de Justina, la madre del emperador pusilánime en que se había convertido Valentiniano II.
Justina se encargará de suplir satisfactoriamente los defectos de Valentiniano II, un joven inexperto, que se mantiene en el trono gracias a la inteligencia de su madre.
Pero cuando ella murió, su hijo se vio privado de ese apoyo que siempre había necesitado para gobernar.
Arbogasto sí pudo entonces conseguir el protagonismo que codiciaba y, sin el freno de Justina, se fue haciendo poco a poco con el mando.
Fue apartando al “césar” hasta el extremo de llegar a confinarlo en la Galia y así tenerlo bajo su completa supervisión.
Pero en el año 392 Teodosio tiene que volver a fijar sus ojos en la parte occidental del Imperio:
Valentiniano II había muerto en extrañas circunstancias.
No se supo si aquello había sido un suicidio o un asesinato, pero Arbogasto reaccionó por su cuenta y con rapidez. Él mismo no podía nombrarse “césar” (emperador) por no ser romano, sino bárbaro, así que colocó en el trono a un hombre que pudiera controlar. Escogió a Eugenio, profesor de retórica y alto funcionario imperial simpatizante con el paganismo.
Teodosio no podía permitir que, tras la muerte de su cuñado, Arbogasto eligiera como emperador a quien quisiera. Aquello era una usurpación y debía combatirla.
Pero el emperador hispano se encontraba entonces en un momento muy delicado: aún tenía que sofocar las revueltas godas en Tracia y afrontar sus propios problemas en la corte de Constantinopla.
Siguió la misma estrategia que había puesto en práctica desde el principio de su reinado.
Aprovechó que las diferentes tribus de los godos eran rivales entre sí y quiso atraerse a aquellos que podían servirle, entre ellos, Alarico y los alistó para la guerra que se preparaba en Occidente.
No pudo declarar la guerra inmediatamente a Arbogasto, porque la empresa era muy difícil.
Sabía que costaría tiempo y dinero: el ejército de Arbogasto era poderoso y estaba en manos de generales experimentados. Teodosio se mantuvo a la expectativa y fue preparando la campaña durante ese año y el siguiente.
Cuando todo estaba dispuesto y se disponía a marchar contra los usurpadores, a finales de abril de 394, murió de parto su esposa Gala junto al niño que traía. No tuvo mucho tiempo para el luto. Debía ponerse en movimiento para ganar aquella última guerra y colocar en el trono a sus dos hijos, Arcadio y Honorio.
El ejército de Teodosio se dirigió hacia Aquileya y tras pasar los Alpes, en la actual Eslovenia tuvo lugar el enfrentamiento decisivo, a inicios de septiembre de 394. A la batalla se la llama “Frigidus” por el nombre de un pequeño arroyo cercano al lugar del combate. El primer día, Teodosio estrelló sus fuerzas godas contra el enemigo para abrir brecha. No tuvo éxito, pero el segundo día las rachas de viento ayudaron al emperador, que venció definitivamente a sus enemigos.
Aquella ayuda de la naturaleza será descrita por los historiadores cristianos como un milagro que obró Dios para beneficiar a su defensor, ensalzando así el carácter cristiano de Teodosio y aplicándole el apelativo de “Grande”.
Es muy posible que Teodosio hubiera enviado el primer día a los mercenarios godos en un ataque suicida para desgastar al adversario y que, después, confiado el enemigo por la gran cantidad de soldados caídos, los atacara por sorpresa con todo su ejército alcanzando una victoria contundente.
Había conseguido un doble objetivo: primero, quitarse de encima a un buen número de godos que podían ser peligrosos para el propio Teodosio y, después, vencer a Eugenio sin haber expuesto a sus propios soldados.
Aquella será la última guerra que entable en Occidente. Y será definitiva: le permitirá unificar el Imperio en su persona y luego allanar el camino del poder para sus dos hijos: Arcadio y Honorio.
Desde Britania y el Sahara hasta el río Éufrates, era un solo hombre quien gobernaba ahora todo el Imperio romano.
Es cierto que Teodosio había conseguido una unificación política total, pero durará muy poco.
A su muerte dividirá definitivamente el Imperio en dos partes: la occidental será par su hijo menor, Honorio; la oriental para su hijo mayor, Arcadio.
La experiencia había demostrado la necesidad de tal medida y el padre sabía que los dos hermanos se ayudarían respetando la independencia de ambas cortes.
La elección de Constantinopla como capital imperial responde a esa misma estrategia. La ciudad se convertirá en una “segunda Roma”, sede del Imperio cristiano de Oriente. Esto ha sido una decisión exclusivamente suya, porque aquella urbe, fundada por Constantino el Grande, no llegó a ser oficialmente la capital de la parte oriental del Imperio hasta la llegada de Teodosio al poder. Es más, su predecesor en el trono, Valente, había elegido Antioquía como capital y sede imperial porque le permitía estar más cerca del verdadero peligro, Persia.
Teodosio prefiere Constantinopla por varios motivos, entre otros, porque la ciudad está cerca de los Balcanes y de Occidente, dos focos de conflicto que él no ha podido descuidar en ningún momento.
En los Balcanes se producen las invasiones y revueltas galas, en Occidente las usurpaciones y las consiguientes guerras civiles.
La ciudad, decididamente cristiana, le servirá además para la unión religiosa, que va pareja a la política. Allí se reúne un concilio que pretenderá, como en Nicea, imponer una doctrina religiosa única. Será allí donde por primera vez se califique a Constantinopla como la “segunda Roma”.
En Constantinopla su intención es realizar una labor parecida a la que hizo Augusto siglos atrás en Roma.
Por eso Teodosio embelleció la ciudad con magníficos edificios, aseguró el abastecimiento de la población, puso en marcha monumentales proyectos urbanísticos de los que sólo mencionaremos dos emblemáticos: el obelisco que erigió en el imponente hipódromo en el año 392 y el Foro de Teodosio, inaugurado en 393 a imitación del Foro de Trajano en Roma.
El obelisco se alza sobre un zócalo doble que lo eleva hasta casi 20 metros de altura, mostrando en sus cuatro paneles inscripciones en griego y en latín, así como estatuas en relieve.
Teodosio hace lo mismo que Augusto cuatro siglos antes: erigir obeliscos para vincularse al pasado glorioso de los faraones de Egipto.
El Foro de Teodosio, a imitación del de Trajano, modelo de emperadores, hispano como él, que está decidido a dotar a Constantinopla de una imagen genuinamente imperial. Ahora la ciudad contaba con un Foro a la altura del de Roma, con puertas de entrada magníficamente ornamentales sobre las que se elevaban las efigies de Arcadia y Honorio, los hijos de Teodosio, continuadores de la dinastía.
El elemento central del recinto lo constituía una columna erigida al estilo de la de Trajano y Marco Aurelio, con relieves ascendentes en forma de espiral. Comenzó a construirse en el año 386 y fue culminada en el año 394, con una estatua del emperador en su cima, al igual que la de Trajano en Roma. Si la Columna Trajana mostraba las guerras en Dacia, la de Teodosio mostrará su victoria sobre los godos.
También ordenó levantar en el Foro una basílica que hoy no se conserva.
Todo el conjunto servirá de modelo a posteriores construcciones, como las que mandó hacer su hijo Arcadio, otra columna erigida veinte años más tarde para glorificar sus propias victorias, ya con simbología cristiana explícita, en unos años en que se caminaba decididamente hacia la unificación religiosa como apoyo al absolutismo imperial.
Pero es muy difícil hacerse una idea de cómo sería Constantinopla en tiempos de Teodosio.
No quedan apenas edificios de aquella época, excepto las muestras del gran esplendor que hubo de tener, el gran obelisco que se alza en el hipódromo y los restos del Foro majestuoso que serviría para plasmar ante el pueblo la imagen de una dinastía perdurable, en efecto, la segunda más larga del Imperio tras la Antonina del siglo II. No es un detalle nimio saber que las dos dinastías más longevas de la historia de Roma fueron las hispanas, con la estabilidad que ello implica. Esto demuestra la buena gestión y buen gobierno.
Tampoco hay que olvidar el protagonismo de esta última estirpe hispana dentro del Imperio romano ni su importancia en la historia de Bizancio.
Cuando muera Teodosio y el Imperio quede definitivamente dividido en dos, gobernará sobre la parte oriental, el posterior “Imperio bizantino”, una dinastía de emperadores que continuará la labor de Arcadio, un hombre que había nacido en la Bética, actual Andalucía, de padres hispanos: Teodosio y su primera esposa Elia Flacilla.
La defensa militar del Imperio
Desde hacía siglos, Rin, Danubio y Éufrates eran las tres grandes fronteras que había que defender.
En sus años de general, Teodosio había tenido experiencia de combate en todos esos frentes.
Tras el desastre de Adrianópolis, Teodosio, llamado por el emperador Graciano, ya con todo el ejército a su mando tuvo que pacificar el Danubio, el primer frente.
Allí, con una inteligente mezcla de fuerza y diplomacia contendrá a los bárbaros gracias a un tratado firmado en 380 por el cual los establecía en Mesia a cambio de suministrar tropas auxiliares y defender la frontera.
En Persia, los problemas internos del enemigo habían evitado una nueva guerra contra Roma, que a duras penas mantenía en su conjunto el trazado tradicional de la frontera.
La defensa militar ante las invasiones se hacía cada vez más difícil.
Los conflictos civiles por el poder a cargo de “usurpadores” eran una sangría constante de recursos.
La autoridad imperial no llegaba a los confines del Imperio, donde los gobernadores o jefes militares actuaban por su cuenta, sabedores de que el emperador estaba lejos, acuciado por sus propios problemas, fueran de guerras civiles o invasiones bárbaras. Incluso en la época en que Teodosio parecía haber controlado perfectamente la situación después de acabar con Máximo y de vuelta a Constantinopla, no dejaban de surgir complicaciones. A pesar de la paz que hubo en sus dominios tras la victoria, estalló una revuelta en los Balcanes al mando del jefe godo Alarico, que había luchado bajo las órdenes de Teodosio en la última guerra civil romana. El emperador se apoyará en Estilicón, su hombre de máxima confianza, para aplacar las invasiones godas.
Teodosio logrará garantizar la defensa del Imperio frente a los enemigos exteriores, pero, dentro de sus fronteras, entre los propios romanos, le estaba costando mucho esfuerzo controlar la situación.
África, por ejemplo, llevaba tiempo actuando por su cuenta. Cuando reclamó como “césar legítimo” la ayuda del gobernador Gildo contra el último usurpador, éste se la negó a pesar de estar obligado por juramento.
Ahora, con la victoria sobre Eugenio, el emperador hispano se ha convertido en emperador único de todo el Imperio romano, pero las guerras en las que ha tenido que desgastarse y desgastar el vigor del Imperio han sido guerras civiles, luchas por el poder.
Ha tenido que vencer las resistencias de las élites de Roma y Constantinopla, que miraban sólo por sus intereses y era muy difícil hacerles leales al poder central.
A pesar de todo, ha conseguido la estabilidad: las invasiones de los pueblos fronterizos están bajo control y su política de asimilación de los godos, quizás la única viable en aquellos momentos, está funcionando, aunque no está exenta de riesgos.
Desde el año 394 en que Teodosio había unificado el Imperio en su persona, consiguió la ansiada unidad y centralización.
La victoria del cristianismo
Evidentemente, la identificación entre religión y política no fue un invento de Teodosio.
Desde que nació el Imperio romano de la mano de Octavio Augusto en 27 a. de C., la consigna había sido reunir bajo la persona del “césar” los poderes civiles, militares y religiosos.
Siguiendo un modelo creado a partir de las monarquías helenísticas, el emperador romano era convertido en dios a su muerte mediante aquel rito que sancionaba el Senado y que se llamaba “apoteosis”.
La religión servía ya al mundo de la política en cuanto legitimaba, con la justificación divina del poder, el mando del emperador sobre sus súbditos.
Y durante los dos primeros siglos del Imperio, no encontró oposición alguna, excepto el judaísmo, que como religión monoteísta se negaba a aceptar la divinidad del “césar”. Pero fueron fácilmente controlados y tenían poca influencia en el conjunto del Imperio.
Sin embargo, conforme avanza el cristianismo durante el siglo III, la situación cambia.
La nueva religión se extiende con rapidez por todas las provincias.
No acepta la divinidad del emperador, sino que cree en un solo dios, quedando, por tanto, lejos del control del poder y opuesto a él en cuanto que niega el origen divino del “césar”.
Emperadores como Aureliano y Diocleciano la perseguirán implacablemente, pero no lograrán acabar con ella.
Ellos pretendían unificar las diferentes creencias del Imperio en torno a una religión identificada con el poder, la del Sol Invictus. Así, el “césar” podría ejercer el mando como señor absoluto, pues era emanación del dios Sol y dios mismo sobre la Tierra.
Pero Constantino sustituirá el culto al dios Sol por el cristianismo en el año 323 para agrupar así en una misma unidad religiosa a todo el Imperio.
Así pues, el cristianismo se hizo oficial, pero no se consiguió la tan ansiada cohesión.
Había muchas corrientes en conflicto; la más importante el arrianismo. Arrio, sacerdote de Alejandría, seguía a Jesús, pero negaba su divinidad.
En el concilio de Nicea (325), promovido por Constantino, se discutió el asunto para establecer la unidad religiosa.
Arrio fue condenado y se impuso el “credo niceno ortodoxo” como oficial, pero esta cuestión no quedará resuelta tan fácilmente, pues los arrianos lograrán convencer al hijo de Constantino, Constancio II, de que su confesión (el arrianismo) le convenía más.
Los arrianos defendían que Cristo no era de la misma naturaleza que el Padre. Por el contrario los ortodoxos eran trinitarios y defendían que Padre, Hijo y Espíritu Santo compartían la misma naturaleza.
Los arrianos defendían que Cristo era hijo de Dios, pero no Dios mismo.
También los laicos tomaban partido en aquellas controversias religiosas, decantándose fervorosamente a favor o en contra de cada opción.
Las disputas degeneraban a menudo en tumultos y revueltas hasta el extremo de revestir, en ocasiones, el aspecto de una verdadera guerra civil.
Teodosio debe resolver todos estos problemas para cohesionar el Imperio bajo una misma fe.
Primero acaba con la rivalidad entre el paganismo y el cristianismo elevando a este último como única religión del Imperio. Y, a la vez, convierte su vertiente ortodoxa en la única oficial.
Esta versión dará lugar a lo que conocemos como “catolicismo” y será la que someta a todos los súbditos en torno a la figura del emperador, ya no como Dios mismo, sino como representante de Dios en la Tierra.
Este es el complejo panorama que heredó cuando alcanzó el Imperio. No sólo tenía que combatir a los bárbaros dentro y fuera de las fronteras, sino que también se vio sometido a enfrentamientos religiosos internos, que provocaron verdaderas guerras civiles en las ciudades, además de usurpaciones y golpes de Estado que apoyaron a unas u a otras facciones según su fe, conveniencia u oportunismo político.
Teodosio procurará imponer la unidad religiosa, pero poco a poco y en pasos sucesivos.
En el año 380 publicó el edicto “Cunctos populos”, según el cual únicamente los ortodoxos tenían derecho a llamarse “cristianos católicos”.
En 381 desposeyó en Oriente a todos los obispos arrianos de sus iglesias.
En 385 erradicó la herejía prisciliana ejecutando sumariamente a su fundador y partidarios.
La unión entre Iglesia y Estado suponía ventajas para ambos estamentos, pero también inconvenientes.
El “césar” ganaba la lealtad de los fieles, sus súbditos, y el cristianismo, por su parte, conseguía extenderse más lejos y más deprisa gracias a su nombramiento como única religión del Imperio. Pero, a su vez, la Iglesia perdía independencia con respecto al poder.
Y el Estado también se encontrará limitado por la nueva religión en el sentido económico y político. Por ejemplo, tendrá que respetar siempre las concesiones fiscales y jurídicas que hizo a la Iglesia; también en el campo de las decisiones políticas habrá momentos en que el Estado tenga que ceder ante el clero, como Teodosio hizo en el caso de la matanza de Tesalónica, criticada por San Ambrosio, que lo obligó a una penitencia pública.
Para resolver todos los problemas – que se presentaban juntos – Teodosio recurrió a la concentración del poder mediante la imposición del catolicismo como religión y del absolutismo como política.
El Estado se apropió de todos los recursos y medios materiales y humanos, controló los precios, los oficios, todo. Las libertades de tiempos pasados fueron sacrificadas como si fueran ahora un lujo o un privilegio imposible.
Para imponer el catolicismo en todas las provincias, Teodosio eligió Roma como centro de la cristiandad.
Teodosio renunció al título de “Pontifex Maximus” que hasta entonces había correspondido al “césar” y lo cedió al obispo de Roma en exclusiva.
Pero todavía presentará resistencia la antigua religión grecorromana.
El “Altar de la Victoria” es paradigma de la resistencia pagana frente al avance del cristianismo.
Desde tiempos ancestrales se encontraba situado en la sala del Senado y estaba considerado el más importante símbolo de la religión tradicional romana. Se alzaba en uno de los extremos de la Curia (Senado), dominado por una estatua de oro de la diosa alada y simbolizaba la ayuda de las divinidades a la hora de vencer a los enemigos de Roma.
Fue levantada por Octavio Augusto en el año 29 a. de C. para conmemorar su victoria sobre Egipto y, junto a aquella estatua sagrada, los senadores llevaban siglos quemando incienso y ofreciendo libaciones.
Allí prestaban juramento los senadores al tomar posesión de su cargo y prometían lealtad al emperador al inicio de su magistratura.
En el pensamiento antiguo la victoria militar se obtiene gracias a la ayuda divina y en el ideario romano existía, desde los principios del Imperio, el convencimiento expresado por Virgilio de que Roma había nacido para dar leyes al mundo, como si esa misión fuera un designio divino. Esa visión de Roma, elegida por el destino para vencer a los enemigos y extender la civilización, alcanza su expresión más famosa en las palabras del poeta que loó al primer emperador, Augusto:
“Romane, memento; haec tibi erunt artes; pacisque imponere morem, parcere subiectis, et debellare superbos”. (Romano, acuérdate; ésta será tu misión: imponer la paz, apiadarte de los vencidos y combatir a los soberbios).
Y cuatro siglos después, para el mundo pagano la superioridad de la civilización romana sobre sus enemigos se seguía basando en esa idea y en esos mismos símbolos: Roma había sido elegida por los dioses para garantizar la paz y ejercer el poder sobre el resto del mundo.
Pero el panorama religioso se ha complicado mucho a lo largo del siglo IV.
Los paganos achacaban la crisis militar y la decadencia al abandono de los antiguos dioses, al abandono del “Altar de la Victoria” que había garantizado durante siglos el poder de Roma.
Quisieron reponerlo en el Senado. No lo consiguieron.
Se opuso sobre todo San Ambrosio, que tenía gran poder político en Occidente y que lo acrecentará aún más con la llegada de Teodosio al poder.
El catolicismo niceno es acérrimo enemigo del paganismo y, como ideología que hoy consideramos teocrática, le declara la guerra a la razón y a la ciencia, en aquel momento en manos paganas.
Cuando se impuso el cristianismo como única religión, el patriarca de Alejandría mandó que se destruyeran todos los templos paganos, incluido el de Serapis. La biblioteca se abandonó.
Cuando Teodosio hizo público su edicto del año 391, se prohibió taxativamente el culto pagano, se cerraron sus templos y se cancelaron las fiestas y las ceremonias tradicionales de aquella antigua religión, incluidos los “Juegos Olímpicos”.
En la propia Constantinopla se decretó el derribo de los templos de la Acrópolis y se cedieron todos esos espacios a la Iglesia. Lo mismo ocurrió en todas las ciudades del Imperio.
En la ciudad de Alejandría, el patriarca Teófilo se adueñó del santuario y lo convirtió igualmente en Iglesia, exigiendo que se cumplieran a rajatabla todos los puntos del Edicto del emperador.
Los paganos de Alejandría se refugiaron en el Serapeo, aquel conjunto de templo y edificio levantado en honor del dios egipcio Serapis donde se alzaba una biblioteca sobre 100 escalones, rodeada de columnas de gran valor y decorado con suntuosos mármoles.
Era un espacio privilegiado en cuyo interior había una estatua enorme de esta divinidad.
Ante aquel conflicto Teodosio ordenó que se respetaran las vidas de los defensores del templo de Serapis, pero que se demoliera allí mismo el edificio, que fue arrasado y los libros quemados.
Tras estos hechos y en esta difícil situación, llegó Hipatia a ser directora de la escuela platónica de Alejandría, en el año 400, cinco años después de la muerte de Teodosio. Allí daba clases de matemáticas y filosofía neoplatónica. Era una eminente científica a quien se le atribuye el invento del astrolabio.
Cuando Teófilo murió y su primo Cirilo ocupó su lugar, la situación se volvió más radical.
Cirilo era un monje integrista de las montañas, que formó en Alejandría una especie de ejército de fanáticos que recibían el nombre de parabalani.
El emperador Arcadio tuvo que limitar su número a 500, pero aquellos hombres trabajaban como una tropa paramilitar, que incluso llegó a expulsar a los judíos de Alejandría en el año 415, después de asaltar sus sinagogas. Poco después atacaron también a Hipatia acusándola de maga y bruja; la secuestraron, la torturaron con crueldad, la asesinaron y quemaron sus restos.
En ciertos sectores radicales, cada vez más numerosos, el cristianismo se imponía a sangre y fuego, con una violencia irracional que había declarado la guerra a la libertad de pensamiento.
A la muerte de Teodosio, Estilicón quedó como tutor al mando del Imperio de Occidente.
Era también cristiano niceno y su intención era aniquilar el antiguo legado pagano de Roma.
Después de la retirada del “Altar de la Victoria” y del asesinato de Hipatia, símbolo de la destrucción de la cultura y ciencia antigua, sólo le quedaba quemar los “Libros Sibilinos”.
Cuenta la tradición que aquellos textos se los había entregado la sibila de Cumas al rey Tarquinio; en ellos, de forma profética, aparecía escrito el destino de Roma. Siempre que la República había estado en peligro, se habían consultado para saber qué hacer.
Durante el Imperio fueron la base de los ritos adivinatorios y proféticos.
Augusto los colocó en dos arcas que reposaban en el templo de Júpiter y que sólo se consultaban en circunstancias de máximo peligro para el Estado.
Estilicón los quemó como una acción más destinada a erradicar los restos de la religión tradicional romana.
La división del Imperio: Honorio y Arcadio
El año de la guerra civil entre Eugenio, Teodosio había nombrado cónsules a sus dos hijos Honorio y Arcadio. Eran muy jóvenes aún, pero el padre había tenido la precaución de colocar como tutores suyos a hombres de su máxima confianza.
En Oriente había dejado a Arcadio, ya nombrado “augusto”, bajo la tutoría de Rufino, un alto cargo de la Administración civil, prefecto de los pretorianos y romano de pura cepa.
En Occidente el emperador hispano había nombrado como tutor de Honorio a Estilicón, el general godo que estaba casado con su sobrina Serena y pertenecía, por tanto, a la familia imperial.
Tras la muerte de Teodosio el 17 de enero del 395 no se producirá ningún vacío de poder, porque sus hijos son los emperadores, ya nombrados, de Oriente y de Occidente.
Pero, aunque no hubo desavenencias entre los hermanos, sí las hubo, y muy serias, entre sus respectivos tutores.
Estilicón quería ser nombrado responsable de ambos hijos, pero Rufino en Oriente respondía que Arcadio tenía ya dieciocho años y no necesitaba tutor alguno. El conflicto entre Rufino y Estilicón se saldó con el asesinato del primero en una encerrona que le hicieron las tropas a su vuelta a Oriente.
Arcadio fue testigo de aquel crimen que no pudo evitar. Lo más probable es que el jefe godo Gainas actuara por orden de Estilicón.
Eutropio sustituyó a Rufino, pero es evidente que los militares, en su mayoría tropas godas, eran quienes detentaban el poder efectivo.
La rivalidad entre ambas partes continuó en las personas de Estilicón y Eutropio, pero el Imperio no se encontraba aún formalmente dividido.
Había dos “césares”, uno encargado de la parte oriental, otro de la occidental.
El desarrollo de los acontecimientos hará que ambas mitades nunca vuelvan a unirse.
Se irán distanciando cada vez más.
El hispano Teodosio había sido el último emperador romano en gobernar conjuntamente todo el Imperio.
(Alberto Monterroso. “Emperadores de Hispania: Trajano, Adriano, Marco Aurelio y Teodosio en la forja del Imperio romano. Edit. La Esfera de los libros)
Segovia, 5 de agosto del 2023
Juan Barquilla Cadenas.