CLAUDIANO: “El rapto de Proserpina” y otros pasajes.
Claudiano (ca. 370 d. de C. – 405 d. de C.) era oriundo de Alejandría y pagano. Realizó una carrera breve pero brillante, pues murió bastante joven.
Cuando llegó a Roma en el año 394 d. de C. se le conocía ya por sus poesías griegas.
Durante diez años, en los que escribió en latín y fue protegido por grandes personajes, se afirmó como el poeta oficial del Imperio de Occidente, de Honorio y de su enérgico general Estilicón.
Murió poco después del año 405 d. de C., antes de la catástrofe de la gran invasión de los bárbaros de Alarico y la muerte de Estilicón (408 d. de C.).
Durante su vida le fue erigida oficialmente una estatua en el foro de Trajano: la inscripción que hemos conservado le compara a Homero y a Virgilio.
Su obra, además de las “Epístolas”, de virulentos “Epigramas”, de los “Epitalamios”, Claudiano escribió, en muy pocos años, poemas mitológicos y poemas de actualidad.
Sus mitologías no parecen haber interesado mucho: su “Rapto de Proserpina” se interrumpe al final de libro III; la “Gigantomaquia” (la guerra de los gigantes contra los dioses), en latín, quedó también sin terminar.
La realidad de la vida presente producía en él mayor impacto: ya se trate de adular a sus poderosos protectores en “panegíricos” convencionales (Sobre el consulado de Olibrio y Probino; de Manlio Teodoro) u oficiales (Sobre los consulados, sobre la boda de Honorio) o de una profunda sinceridad (guerra contra Gildón, guerra contra los Godos); o bien de lanzar invectivas contra los ministros del Imperio de Oriente, Rufino, Eutropio, y sus maniobras contra la política de Estilicón.
Estilicón es, en efecto, el héroe de Claudiano.
Claudiano, como panegirista y sobre todo como satírico, supera con mucho su época.
Para Claudiano, el imperio de Occidente y su venerable capital (Roma) constituyen la auténtica sede de la grandeza romana; y Estilicón, defensor de sus eminentes derechos frente al Imperio de Oriente, tiene el depósito, por muy germano que sea su origen, de la herencia de todas las generaciones latinas.
Una vez más – la última- el nacionalismo romano se afirma con riguroso orgullo. Excelentes condiciones para la creación épica: toda la historia del pasado vuelve a tomar vida en un sentimiento colectivo, y encuentra su representante en un “héroe individual”.
Poco importan todas las reminiscencias de Virgilio, Horacio o Juvenal que sostienen la inspiración de Claudiano: esta inspiración, de por sí, es natural y latente; nuestro poeta tiene el sentido de la epopeya como el de la sátira; y con ella, su obra adquiere un movimiento, una amplitud hacía tiempo olvidados.
Se ha reconocido en su obra cierta influencia oriental y el profundo conocimiento de la literatura griega.
Lo más sorprendente es que, tras tantos siglos de intensa producción literaria, cree metáforas nuevas, halle comparaciones insospechadas y precisas, con feliz libertad, superior a la de Virgilio en la “Eneida”.
Lo más asombroso, además, es que siendo griego escriba en el latín más clásico como si le fuera connatural y emplee los metros con una maestría armónica admirable.
Pero, a distancia, podemos valorar la justa admiración de sus contemporáneos hacia este poeta, muerto en plena juventud, que, por cualidades distintas, menos libre de fondo, menos filósofo e incluso menos psicólogo, pero más artista y más perfecto en la forma, merece ser comparado con Lucano.
(Literatura latina. Jean Bayet. Ediciones Ariel).
Algunos pasajes de la obra poética de Claudiano:
1. El rapto de Proserpina.
Este poema está inacabado, porque la muerte le impidió acabarlo.
Claudiano comienza el poema exponiendo el tema y suplicando la ayuda divina.
Se nos presenta a Plutón quejándose de su destino, que le ha negado incluso una esposa. Piensa entonces en rebelarse y luchar, pero intervienen las “Parcas” (las diosas del destino) y lo apaciguan. Láquesis exhorta al dios de los muertos a que pida una esposa a Júpiter. Se hace venir a Mercurio, el intermediario entre el cielo y el mundo subterráneo. En tono amenazador el dios de las tinieblas manifiesta que está harto de permanecer sin esposa.
Se le encomienda a Mercurio comunicar a Júpiter los deseos de Plutón. El mensajero cumple el encargo. El padre de los dioses reflexiona sobre el asunto y decide que sea Proserpina la esposa de Plutón.
Su madre, la diosa Ceres, estaba orgullosa de su única hija. La negaba a los pretendientes y, temiendo que se la raptaran, la ocultó en un lugar apartado en Sicilia; el poeta aprovecha la ocasión y nos describe la isla.
Ceres se había dirigido en un carro tirado por dragones a Frigia, junto a Cibeles.
Esta ausencia de la madre es oportuna para Júpiter, quien habla del asunto con Venus. Su plan es que la diosa del amor se dirija a Sicilia y consiga que Proserpina abandone su morada y salga a la campiña.
Venus comienza a ejecutar el plan; la acompañan Minerva y Diana, ignorantes del engaño.
Las diosas encuentran en un palacio a Proserpina, que se nos presenta bordando una tela para su madre.
A la llegada de la noche, Plutón se prepara en el mundo subterráneo para su subida a la tierra.
El prefacio al libro II cuenta que la lira de Orfeo, que permanecía ya en silencio durante largo tiempo, se avivó con la presencia de Hércules.
Claudiano dedica el poema a Florentino, al que considera su Hércules, pues ha sido él quien ha despertado el plectro del poeta, adormecido ya por un largo sueño.
El poema en sí comienza con la mañana.
Guiada por Venus, Proserpina se encamina a la campiña; la siguen también Minerva y Diana.
El padre de las flores, el Etna, hace venir a Zéfiro (viento del oeste, suave y apacible) para pedirle que lo haga florecer todo.
El grupo, disperso, coge flores a iniciativa de Venus. De pronto suena un gran ruido. Plutón, intentando la salida al mundo superior, sube en su carro desde los infiernos.
Sigue el rapto de Proserpina. Minerva y Diana se oponen al raptor sin éxito.
Proserpina es conducida al lecho nupcial y el libro termina con una felicitación.
El libro III comienza con una asamblea convocada por el soberano de los dioses. Júpiter expone cómo apartó de la raza humana la Edad de Oro. Pero ahora la Naturaleza le pide insistentemente que alivie al género humano. Por ello Júpiter ha determinado que Ceres, contenta cuando encuentre a su hija, conceda los cereales a los hombres.
El requisito indispensable es que Ceres no sepa quién ha raptado a su hija; el soberano de los dioses amenaza con castigar duramente a cualquiera que revele el secreto.
El poeta nos conduce ahora a Frigia, junto a Ceres. Proserpina se le aparece angustiada en sueños a su madre. Ceres le comunica a Cibeles que no puede permanecer allí por más tiempo.
Se dirige a Sicilia, donde no encuentra a su hija en el palacio.
Por Electra, nodriza de Proserpina, se entera de que su hija, guiada por Venus, salió del palacio y la ha raptado un desconocido.
Ceres corre delirante por todo el Olimpo, pero nada le dicen allí sobre el destino de Proserpina.
No le queda otra solución que recorrer toda la tierra para encontrarla.
Al punto se dirige al Etna para preparar dos antorchas que la guíen en su marcha nocturna.
Se queja una vez más de su triste suerte y emprende su búsqueda. (Aquí termina el poema).
Ceres, después de haberla buscado afanosamente por todas partes, desesperada y acongojada, supo por Helios, el Sol, dios de la adivinación, que la muchacha había sido raptada por el dios de los Infiernos, Plutón, y se enteró de que Zeus había dado su consentimiento.
Entonces, Ceres, triste y airada contra el rey del Olimpo, se alejó de la tierra, y habitó en lugares solitarios, presa de dolor, sin ejercitar su protección sobre los frutos, dejando secar las fuentes y marchitar las mieses. Así reinó en el mundo una gran carestía y los hombres se dirigieron a Zeus, que envió mensajeros a Ceres para inducirla a volver al Olimpo y ocuparse de la fertilidad de la tierra. Pero la diosa respondió que lo haría si le restituían a su amada hija. Zeus mandó al mensajero Hermes al Hades a pedir la restitución de Proserpina.
Pero ella había probado ya la granada, símbolo del amor, y estaba enamorada de Plutón, por lo que no podía regresar. Se llegó entonces a una solución de compromiso: Proserpina habitaría en el Hades durante tres meses al año y volvería a la tierra para acompañar a su madre los nueve meses restantes.
Ceres, la tierra, queda triste e infecunda durante los tres meses invernales en los que estaba privada de la presencia de su hija; se alegra con su regreso en primavera, y por ello esparce a manos llenas sus dones en verano, entristeciéndose de nuevo en otoño por el regreso de su hija al Hades.
2. Elogio de Roma
Para C. H. Moore, ninguno de los escritores de la época muestra un aprecio tan grande por Roma como Claudiano.
A su vez, en un grandioso pasaje (Stil. III 130-160), Claudiano enumera las glorias de Roma.
Cuando se ocupa de la grandeza de Roma, Claudiano es sincero. Como Rutilio Namaciano, Claudiano ha comprendido el servicio que Roma ha hecho a las naciones.
… Comenzando con sus espléndidas construcciones y su situación sobre las siete colinas, pasa luego a celebrar sus logros.
Él la llama “madre de las armas y de las leyes” para todos los pueblos.
Cuenta cómo partiendo de un comienzo pequeño ha extendido su poder a los dos polos y ha hecho su imperio tan grande como el curso del sol.
Se ha enfrentado a numerosos enemigos y los ha conquistado a todos.
Ningún revés le ha hecho ceder. Ni Cannas ni Trebia la desalentaron. Siempre ha avanzado en su dominio. Pero únicamente ella entre los vencedores ha tratado a los pueblos conquistados como una madre y los ha hecho pacíficos miembros de una nación.
El pasaje termina con la afirmación de la permanencia del imperio: “Nec terminus umquam/ Romanae dicionis erit” (= y jamás habrá límite al poder romano).
Sin embargo, junto a todas estas orgullosas manifestaciones sobre la eternidad de Roma, Claudiano no oculta el sentimiento de los peligros. En su “Guerra contra Gildón”, cuando Italia estaba amenazada por el hambre, el poeta nos presenta a Roma, cansada y con mal aspecto suplicando a Júpiter. Anhela entonces ella su pasado grandioso y repleto de victorias; entre tantas calamidades, desea ser la ciudad que fue en sus inicios.
Pero Claudiano expresa más a menudo sus sentimientos acerca del gran pasado de Roma, poniéndonos en sus poemas a los héroes de la tradición, cuyos nombres han sido por siglos el orgullo de generaciones de romanos. No sólo aparecen los reyes, el belicoso Quirino (Rómulo) y el pacífico Numa, sino también Bruto, Camilo, Serrano, los Decios, los Curios, Metelo, los Escipiones, los Catones, Cocles, Fabricio, etc.
En resumen, Claudiano vio señales de malos presagios para el futuro: los lazos del imperio estaban debilitándose, los godos estaban dentro del territorio romano; una capital rival (Constantinopla) en el Bósforo amenazaba al antiguo centro del imperio; una nueva religión se había abierto camino contra los viejos dioses (el cristianismo).
Pero a pesar de ello, Claudiano encontró en el heroico pasado de Roma algo más que un medio para adornar sus versos; como otras muchas personas de su tiempo, encontró consuelo en el recuerdo del pasado y sintió satisfacción con el poder presente.
Incluso en sus tiempos de decadencia, nuestro poeta fue consciente de que Roma había dominado a los pueblos convirtiéndolos en una sola nación.
Ella había sido en verdad “armorum legumque parens” (= madre de las armas y de las leyes).
3. Contra Rufino ( In Rufinum)
Rufino era uno de los consejeros de Arcadio, emperador de Oriente y enemigo declarado de Estilicón, general del emperador de Occidente, Honorio.
Libro I
Mi pensamiento reflexionó muchas veces sobre la dudosa idea de si los dioses se preocupan del mundo o no existe ningún gobernante y los asuntos de los mortales suceden según un incierto azar. Pues al haber indagado yo las leyes del orden del mundo, los límites prescritos al mar, el ciclo de los años y la alternancia de la luz y la oscuridad, entonces pensaba que todo había sido establecido de acuerdo con el plan de un dios que ordenó a las estrellas moverse según una leyes fijas, a los frutos nacer en las diferentes estaciones, a Febe ( la luna) llenarse mediante fases con una luz prestada y al sol brillar con la suya propia, divinidad que les extendió los litorales a las olas y colocó a la tierra en medio del firmamento. Pero cuando contemplaba que los asuntos de los hombres se desarrollaban entre tan grandes tinieblas, que los perversos florecían dichosos durante largo tiempo y que los justos eran vejados, mis creencias religiosas caían de nuevo quebrantadas y seguía yo contra mi propia voluntad el camino del otro sistema que sostiene que los átomos van a la deriva con un movimiento libre de leyes y que las nuevas formas a través del inmenso vacío son regidas por el azar, no por designio, doctrina que, con ideas ambiguas en cuanto a la divinidad, piensa o que no existe ninguna o que están despreocupados de nosotros.
El castigo de Rufino acabó por fin con esta duda y absolvió a los dioses.
Ya no me quejo de que los malvados crezcan hasta la cima del poder. Se elevan a lo alto para derrumbarse con una caída más dura.
Vosotras, Piérides, mostradle al poeta de dónde irrumpió tan gran peste.
Un día la espantosa Alecto se encendió con los aguijones de la envidia al ver las ciudades en paz en una gran extensión. Al instante convoca en su tétrica morada a sus hermanas infernales, horrorosa asamblea.
Se reúnen juntamente los innumerables monstruos del Erebo, todos los que dio a luz la Noche en su funesto parto: la Discordia, nodriza de la guerra, el Hambre imperiosa, la Vejez, vecina de la muerte; la Enfermedad, que no se soporta a sí misma; la Envidia, atormentada por la prosperidad, el triste Dolor con sus ropas desgarradas; el Miedo y la Audacia temeraria con sus ojos ciegos; el Lujo, devastador de las riquezas, al que siempre acompaña pegándose a su lado la Pobreza con humilde paso y llegan en enorme multitud las insomnes Preocupaciones abrazando el horrible pecho de su madre Avaricia.
Los asientos de hierro se llenan con esta variada concurrencia y la horrenda cámara está repleta de monstruos reunidos.
Alecto se puso de pie en medio de ellos, mandó callar a la multitud, echó hacia sus espaldas las serpientes que le estorbaban y las dejó esparcirse por sus hombros.
Entonces descubrió con rabiosas voces la ira encerrada en lo profundo de su corazón.
“¿Es que permitiremos que los siglos transcurran en una sucesión tranquila y que la gente viva así dichosa? ¿Qué extraña bondad corrompió nuestro carácter? ¿A dónde se hunde nuestra furia innata? ¿De qué sirven nuestros inútiles látigos? ¿Por qué nos rodeamos de negras antorchas? Ay, demasiado cobardes nosotras, a las que Júpiter aparta del Olimpo y Teodosio de la tierra. Mirad, nace una Edad de Oro; mirad vuelve la antigua raza.
La Concordia, la Virtud y la Piedad juntamente con la Lealtad andan por el mundo con la cabeza en alto y cantan el insigne triunfo sobre nuestro pueblo. ¡Ay, dolor!
La misma Justicia, bajando por el límpido aire, me ultraja y, tras haber cortado los males de raíz, saca afuera las leyes oprimidas en tenebrosas cárceles. ¿Pero nosotras, expulsadas de todos los reinos, quedaremos vergonzosamente inmóviles por largo tiempo?
Reconoced por fin qué conviene a las Furias. Recobrad vuestras adormecidas fuerzas y decidid un crimen digno de tan gran asamblea…”
Habiendo hablado así, dio un grito sangriento, irguió abiertas todas las bocas de las serpientes y con las sacudidas de su cabellera esparció su funesto veneno.
Dudoso era el parecer de la asamblea: la mayor parte declara la guerra a los dioses, otra defiende los derechos de Dite (Plutón).
El alboroto creció con esta disensión.
Luego se levanta de su lúgubre asiento la perversa Megera, que es la señora de los frenéticos bramidos, del delirio impío del pensamiento y de la cólera que se agita con furiosas espumas. Ella no bebe sino sangre ilícita y procurada de los crímenes entre parientes, la sangre que ha derramado la espada de un padre, la que han vertido los hermanos…
Habló ella entonces así con horrísonas palabras:
“Levantar nuestros estandartes contra los dioses, compañeros, es sin duda ilícito y pienso que no es posible. Pero si nos agrada hacer daño al mundo y dirigir una muerte universal a los pueblos, tengo un monstruo más espantoso que todas las hidras, más ágil que una tigresa recién parida, más violento que el impetuoso Austro, más traicionero que las refluentes aguas del Euripo: Rufino.
A él lo cogí yo la primera en mi regazo al salir de su madre. El pequeño se arrebujó muchas veces en este seno y, abrazando entorno a mi elevado cuello, buscó mis mamas con su tierno llanto; mis víboras modelaron los delicados miembros lamiéndolos con sus trífidas lenguas. Siendo yo también su maestra, aprendió los engaños y el arte de dañar: fingir lealtad, ocultar sus sentimientos de traición y encubrir el fraude con una dulce sonrisa, él repleto de crueldad e hirviendo en el ansia de lucro.
… ¡Qué hábil en traicionar los espíritus y en perturbar con el odio a los amigos íntimos!...
Yo misma me confieso en verdad inferior; con su rápido ingenio aventaja a la maestra. Y no os entretendré más con mis palabras: él solo tiene toda la perversidad que poseemos nosotros en conjunto. Yo si la proposición resulta aceptable a vuestra asamblea, lo introduciré en la corte imperial del supremo príncipe Arcadio)…
…cuando, tras haber recorrido el largo camino guiado por los perversos hilos del destino, se introdujo en el famoso palacio, al punto comienza a nacer la ambición, a desaparecer la justicia, a ponerse en venta todo.
Revela secretos, engaña a los clientes y vende los honores (cargos) solicitados al emperador. Hace crecer el número de crímenes, alimenta el fuego de los corazones inflamados y envenena las heridas insignificantes avivándolas…
Todo el que tuviese un collar formado con piedras preciosas o un predio (campo) cultivado era víctima segura de Rufino y un campo rico le procuraba la ruina a su propietario. La fertilidad era temible para los labradores; los arroja de su hogar, los expulsa de las tierras de sus antepasados; bien se las quita a sus dueños en vida, bien las ocupa como heredero. Sus riquezas se acumulan amontonadas y una sola casa obtiene el botín del mundo. Los pueblos son forzados a la esclavitud, ciudades opulentas se someten a la tiranía de un particular.
¿A dónde te precipitas insensato? Aunque poseas uno y otro Océano, Lidia te vierta sus fuentes de oro y reúnas el trono de Creso y la tiara de Ciro, nunca serás rico, nunca te saciaran tus ganancias. Siempre es pobre el que codicia. Fabricio, satisfecho con su honrosa indigencia, despreciaba los regalos de los reyes; el cónsul Serrano sudaba con su pesado arado y una casa pequeña abrigaba a los belicosos Curios. Esta pobreza es para mí más rica; esta morada es para mí más grande que tus palacios.
En un lado la lujuria busca inútiles manjares para dañar la salud; en el otro la tierra ofrece manjares gratuitos. Allí la lana absorbe los tintes tirios y los vestidos bordados se tiñen de púrpura; aquí resplandecen las flores y el vivo encanto de la pradera esmaltado según su propia naturaleza. Allí los lechos se alzan con resplandecientes cojines; aquí se extiende blanda hierba que no interrumpirá el sueño angustiado por las preocupaciones. Allí una multitud de “clientes” resuena por la anchurosa mansión; aquí el canto de las aves, el murmullo de las aguas.
Se vive mejor con poco. La naturaleza les concedió a todos ser felices si se sabe aprovechar.
Si hubiéramos aprendido esto, gozaríamos de una vida sencilla, no sonarían las trompetas de guerra, ni pasaría sibilante la lanza de fresno, ni el viento sacudiría las naves, ni las máquinas de guerra abatirían las murallas.
…. El terror había abatido a todos con odios ocultos, se lamentan en silencio con gemidos ahogados y temen mostrar su indignación.
Pero el valor del magnánimo Estilicón no se quebrantó con el mismo miedo, sino que, él solo en medio de la calamidad general, blandió sus armas contra las mortíferas fauces y contra la fiera voraz, sin ser llevado por la veloz carrera de un caballo alado ni ayudado por las riendas de un Pegaso.
Él era la calma ansiada por todos, él era la única defensa del peligro y el escudo opuesto al terrible enemigo, él era el refugio para los exiliados y el estandarte enfrentado al furor, él era la fortaleza para proteger a la gente de bien.
Rufino, amenazador hasta aquí, se detenía y emprendía la retirada en una huida cobarde…
¿Con qué elogio te alabaré dignamente a ti, que pusiste tus hombros en defensa del mundo que casi se derrumbaba y estaba a punto de desplomarse?
Los dioses te mostraron a nosotros como una dulce estrella a una nave temblorosa que es zarandeada en su agotamiento por la doble tempestad y va a la deriva tras haberse rendido su piloto…
Fue durante largo tiempo una lucha sublime, pero desigual en los procederes, entre la virtud y el vicio.
Él (Rufino) amenaza con asesinar, tú (Estilicón) se lo prohíbes. Él despoja al rico, tú le das al indigente. Él destruye, tú restauras. Él desencadena la guerra, tú lo vences.
…Pues cuando tu diestra, Estilicón, había abatido a la multitud de los “getas” (pueblo bárbaro) vengando la muerte del caudillo compañero tuyo y sólo quedaba una parte bastante débil y fácil de ser capturada, entonces aquel impío, traidor al imperio y conjurado con los “getas”, tras haber engañado al emperador, aplazó la apremiante batalla, pensando en obtener el refuerzo de los “hunos” (otro pueblo bárbaro), que él sabía que acudirían a la guerra y se unirían pronto al campamento enemigo de Roma.
Rufino fue asesinado por el ejército oriental en Constantinopla en noviembre del 395 d. de C.
Claudiano nos presenta al gobernante del Este como un tirano avaricioso, cruel y sanguinario, en tanto que Estilicón aparece como un pacificador que conserva la unidad del Imperio y la concordia entre los dos hermanos, Honorio y Arcadio.
4. Contra Rufino (In Rufinum)
Libro II
Comienza a describirnos aquí la primera campaña de Estilicón en Grecia.
En el año 395 d. de C. Oriente fue gravemente herido por las invasiones bárbaras. Aparte de los “hunos” y los “marcomanos”, los “visigodos”, a quienes Teodosio había asentado en Mesia a lo largo del Danubio, se habían rebelado bajo el enérgico liderazgo de Alarico, su nuevo rey.
Rufino no podía hacer frente a estos peligros ya que el ejército oriental permanecía aún en Italia, donde Teodosio lo había dejado en el 394 d. de C.
Fue totalmente natural que Estilicón aprovechara su oportunidad de intervenir en los asuntos del Este. Alrededor de septiembre del 395 llegó a Tesalia a la cabeza de ambos ejércitos. Aunque el caudillo occidental había atrapado a los bárbaros en una desesperada posición, incomprensiblemente se le permitió a Alarico retirarse con su ejército más o menos intacto. Parece ser que Rufino persuadió a Arcadio para que Estilicón se retirara del territorio del Este y devolviera el ejército oriental. Estilicón obedecíó las órdenes del emperador.
5. Panegírico de Honorio
Hechos históricos:
Tras el desastre de Adrianópolis (378 d.de.C.), Graciano, sintiendo la necesidad de unirse a un hombre capaz de defender el Imperio, proclamó “augusto” a Teodosio (19 de Enero del 379 d. de C.) y le confió la parte oriental del Imperio como sucesor de Valente, que acababa de morir en la terrible batalla.
Teodosio (nacido en Cauca, Hispania, en el 347 d. de C. y muerto en Milán el 17 de enero del 395 d. de C. era hijo del conde Teodosio, uno de los grandes generales del emperador Valentiniano I y al que Graciano mandó decapitar por falsas sospechas. Se ha supuesto que la decisión de Graciano de elegir como colega a Teodosio, a pesar de haber mandado matar poco antes a su padre, pudo obedecer a una determinada influencia procedente del sector religioso, concretamente la del papa español Dámaso, quien a través quizá de Antonio, prefecto del pretorio y padre de Flacila, esposa de Teodosio, habría tratado de introducir en los órganos del poder a un español que era ferviente cristiano. De todos modos, no podemos olvidar que Teodosio era un militar muy experto y el imperio vivía en una situación angustiosa desde el punto de vista militar.
Teodosio se dedicó sobre todo a resolver el problema godo. La acción más importante de su política con los bárbaros fue el “foedus”(tratado) del 382 d. de C.
Teodosio autorizó la instalación de los visigodos al sur del Danubio, en las mismas tierras que habían saqueado pocos años antes.
Al negociar con los bárbaros, el emperador logró cierta tranquilidad y pudo así firmar la paz con Persia y hacer frente a dos usurpadores occidentales, los rebeldes Máximo y Eugenio.
En Oriente, Teodosio aprovechó las disputas sucesorias de la corte sasánida para restablecer la influencia romana en una parte de Armenia (384 -387 d. de C.) y para firmar (389 ó 390 d.de C.) un tratado de paz con el que la frontera oriental quedó asegurada hasta el 502 d. de C.
En el año 383 d. de C., un general hispano del ejército de Britania, Máximo, se rebeló contra Graciano, que fue vencido y muerto en la Galia.
Máximo quería, al parecer, defender la romanidad contra los bárbaros. Se apoderó de toda la prefectura de las Galias (Galia, Hispania y Britania).
Teodosio comprendió que todo consistía en aceptar la usurpación de Máximo y reconocerlo como emperador, cosa que se hizo en el año 384 d. de C.
El imperio tuvo entonces tres emperadores: Máximo en Tréveris, Valentiniano II en Milán y Teodosio en Constantinopla.
Pero en el 387 d. de C. Máximo marchó a Italia para derrocar a Valentiniano II (que había sucedido a su padre Valentiniano I muerto en el Danubio). El joven emperador y su madre pidieron ayuda a Teodosio. Éste vaciló, pero finalmente venció y mató a Máximo en Aquileya.
Teodosio permaneció en Occidente del 388 al 391(d. de C.), casi constantemente en Milán, salvo una corta permanencia en Roma (389 d.de C.).
Valentiniano II fue enviado a la Galia y confiado a Arbogastes, “magister militum”. Las relaciones entre el poderoso general y su joven protegido se envenenaron: en mayo del 392 Valentiniano aparecía estrangulado. Unos meses más tarde Arbogastes proclamaba emperador a Eugenio, un profesor de retórica favorable a los paganos.
Teodosio nunca aceptó la alianza que le ofrecía Eugenio. La lucha entre uno y otro adoptó el carácter de una “guerra de religión”, en la que las leyes de tolerancia de Eugenio, señor de Italia, recibían la respuesta de las antipaganas y antiheréticas de Teodosio.
En el año 394 d. de C. Teodosio decidió acompañar la actividad legislativa de medidas militares y de nuevo se puso en marcha hacia Occidente, donde venció a las tropas de Eugenio y Arbogastes en el río Frígido (septiembre del 394 d.de C.)).
El emperador Teodosio moría en Milán pocos meses después.
Fueron los deseos de Teodosio que su hijo Honorio, un muchacho de diez años todavía, reinara en Occidente, donde estaba ya instalado, y que su hijo mayor, Arcadio, a quien había dejado como regente en Constantinopla cuando se dirigió a Occidente, continuara gobernando la parte oriental.
El emperador Teodosio encarga a Estilicón, al que había casado con su sobrina Serena, la custodia y protección de sus hijos: Arcadio y Honorio.
…cuando se llegó al palacio, el emperador ordena a todos alejarse del edificio y por su propia voluntad obliga a su yerno con tales palabras:
“Estilicón, poderoso en la guerra, del que he comprobado la fuerza en las armas y la lealtad en la paz - ¿Pues qué llevé yo a cabo en los combates sin ti?, ¿qué triunfo logré sin que tú sudaras en mi ayuda?
Juntos teñimos el odrisio (de Tracia) Hebro con la sangre de los “getas”, juntos abatimos a los escuadrones de los sármatas, extendimos al mismo tiempo nuestros fatigados miembros en la nieve de los montes Rifeos y surcamos el helado Istro ( Danubio) con las ruedas de nuestras carrozas; así pues, puesto que me reclama la morada celeste, venga, sucédeme tú en mis preocupaciones; cuida tú solo de mis hijos, protege tú con tu diestra a los dos hermanos.
Por el matrimonio de mi misma sangre y por aquella noche dichosa, por las antorchas que la misma emperatriz sostuvo en tus nupcias cuando condujo a la novia desde el palacio común, asume en tu espíritu el papel de padre, a estos niños que crecen encaminándolos como hijos de tu emperador, como hijos de tu suegro.
Yo marcho tranquilo a los astros siendo tú su guardián.
Honorio fue proclamado “augusto” en el 393 d. de C. a los nueve años de edad; su hermano Arcadio en el 383d.de.C., cuando sólo contaba seis años.
6. Panegírico al cuarto consulado del emperador Honorio
Pero tu padre (se refiere al padre de Honorio, el emperador Teodosio), superando con mucho la gloria de tu abuelo, sometió el Océano a su imperio y limitó sus dominios con la frontera del cielo, gobernando todo el territorio que separa Gades del Tigris, todo el espacio que dejan entre sí el Tanais y el Nilo. Sin embargo, esto lo alcanzó por sí mismo con innumerables victorias, no consiguiéndolo con regalos de familia ni con ambición. Su virtud fue digna de ser elegida.
Por sí misma se le presentó la púrpura suplicante y solo él mereció reinar tras habérsele pedido. Pues cuando los bárbaros, agitados por completo, se precipitaron contra el gimiente Ródope y el norte abandonado ya, había arrojado a sus pueblos en confusa multitud contra nosotros, cuando todas las riberas del Danubio vomitaban batallas, cuando la ingente Misia era oprimida por los carros de los “getas”, y rubios ejércitos cubrían las llanuras de Bistonia, con todo sacudido y tambaleándose por el golpe o próximo a derrumbarse, sólo él se levantó contra tantas matanzas, extinguió el fuego, devolvió los campos a los colonos y arrebató a las ciudades de las fauces de la muerte.
No hubiera quedado sombra alguna del nombre de Roma si tu ilustre padre no hubiese soportado la carga que amenazaba ya ruina, si no hubiese socorrido a la nave sacudida y no hubiese impedido con mano segura el naufragio de todos.
Del 379 al 382 d.de.C., Teodosio y sus generales intentaron perseguir y vencer a las fuerzas bárbaras que se habían dividido en varios grupos y se habían dispersado a través de los Balcanes. Finalmente, Teodosio permitía a los “visigodos” (octubre del 382 d.de C.) instalarse en Mesia y en el norte de Tracia, a lo largo del Danubio, en calidad de “federados”.
Así le fue confiado el Oriente y así fue salvado. Pero no le fue confiada la otra parte del mundo: dos veces se apoderó de ella con su fuerza, dos veces la conquistó con riesgo.
Por múltiples crímenes surgieron en las tierras occidentales dos tiranos: a uno lo produjo la salvaje Britania, al otro lo había elegido como siervo suyo un germano desterrado.
Ambos se atrevieron al crimen, ambos se mancharon con la sangre de emperadores inocentes.
… Diferentes pero semejantes en su muerte. A ninguno de los dos le fue posible escapar a la deshonra ni sucumbir en la confusión de la batalla.
…Perecieron los generales de ambos: éste se lanzó por sí mismo al mar desde la nave, a aquél su propia espada le arrebató la vida.
… y, sin embargo, no olvidando que eran sus conciudadanos, no se comportó implacablemente con las facciones que se rindieron: prefería no injuriar a los que yacían abatidos.
Estaba abierto a las súplicas, era rico en clemencia, parco en el castigo. No llevó su ira a la paz; tras la batalla, el final del odio fue el mismo que el de las armas.
Resultó provechoso ser capturado por tal vencedor y las cadenas entregaron a muchos vencidos para otorgarles posteriormente prosperidad.
Era liberal en abundantes riquezas, liberal en honores, e inclinado a cambiar con alegría los destinos a mejor.
De aquí el amor, de aquí la vigorosa fortaleza de sus abnegadas tropas, de aquí la lealtad que permanecería para sus hijos.
Aprende en interés del orbe lo que cada uno aprende en interés de sí mismo. Cuando Prometeo, mezclando elementos terrenos con elementos celestes, creó nuestro cuerpo, aprisionó bajo cerrojos la parte pura del alma tras haberla robado del Olimpo, la ató, a pesar de su resistencia, y, como la humanidad no pudiese formarse de otro modo, añadió dos partes más. Éstas perecen desfalleciendo juntamente con el cuerpo; sólo aquella permanece y desde la pira vuela superviviente. La colocó en la alta ciudadela de la cabeza como directora de nuestros actos y para vigilar nuestro trabajo. A las otras dos las estableció más abajo del cuello y en una posición conveniente para obedecer los mandatos de su dueña suprema. Sin duda nuestro creador, temiendo mezclar lo sagrado con lo profano, distribuyó las partes del alma y separó sus residencias. Bajo el pecho, la zona del sanguíneo corazón protege a la cólera, llena de fuego, ansiosa por hacer daño e irreflexiva consigo misma. Se inflama encendida por el furor, se contrae entibiada por el miedo y como todo lo arrastraba consigo y, enloquecida, no le permitía descanso a los miembros, Prometeo encontró la ayuda del pulmón y lo aplicó húmedo a la furiosa para que las fibras encolerizadas se precipitaran en la dulzura. Por su parte el deseo, que todo lo pide para sí, que no ofrecerá nada, se retiró forzado al hígado y a las regiones más bajas; él, como un monstruo mientras abre sus fauces inmensas, no puede alimentarse y saciarse: ora cambia sus preocupaciones bajo el azote de la avaricia, ora arde por los estímulos del amor, ora se alegra, ora se duele entristecido, surge de nuevo tras haberse saciado y retorna más poderosamente que la hidra tras ser cortada.
Si alguien ha pedido apaciguar esta agitación, logrará un santuario inquebrantable para su alma pura.
Aunque tú extiendas tu dominio anchamente por los remotos indos y te adoren el medo, el pacífico árabe y los “seres” (los habitantes de China), si temes, si tienes deseos perversos, si te guías por la cólera, sufrirás el yugo de la esclavitud, soportarás en tu interior leyes despóticas. Cuando puedas ser rey de ti mismo, entonces gobernarás el mundo con justicia.
Las prácticas más fáciles se entregan a lo peor, el libertinaje incita al lujo y, desenfrenado, favorece los vicios.
Cuando Venus está dispuesta entonces es más difícil vivir castamente; cuando la venganza está a la vista, entonces se cuida peor de la ira.
Pero modera tus impulsos y considera no qué hay que hacer sino qué convendrá haber hecho y que el respeto por la honradez domine tu alma.
Además, en numerosas conversaciones te aconsejaré esto, que te des cuenta que vives en medio de miradas de toda la tierra, que tus acciones están a la vista de todos los pueblos y que nunca puede darse el secreto en los vicios de los reyes. Pues el grandísimo esplendor de su destino no permite que nada esté oculto, la fama penetra por todos los escondrijos y explora los rincones ocultos.
Sé clemente entre los primeros, pues, aunque somos superados por los dioses en todos los dones, sólo la clemencia nos iguala a ellos. No te hagas dudosamente sospechoso, ni seas falso para tus amigos, ni estés ansioso de rumores. El que se preocupa de tales cosas, intranquilo en todo momento, se estremecerá ante murmuraciones inconsistentes.
Ni la guardia ni las lanzas que nos rodean nos protegen tanto como el amor del pueblo.
No forzarás a que te amen; esto lo otorga la mutua confianza, esto la simple estima.
… Quien causa terror tiene él mismo más miedo; esa suerte corresponde a los tiranos. Que miren con recelo a los ilustres y maten a los valientes, que vivan protegidos por las espadas y confiados en sus venenos, que ocupen peligrosas ciudadelas y amenacen mientras tiemblan ellos mismos.
Tú compórtate como un ciudadano y un padre; tú mira por todos, no sólo por ti, y que no te muevan tus deseos sino los del pueblo.
Si ordenas algo para el bien común y piensas que se debe guardar, sométete tú el primero a tus mandatos.
El pueblo, cuando ha visto que el propio legislador se obedece a sí mismo, entonces se hace más cumplidor de la justicia y no se niega a someterse.
El mundo se comporta según el ejemplo de su gobernante y los edictos no pueden cambiar el pensamiento humano tanto como puede hacerlo la vida del que gobierna. El vulgo inconstante se cambia siempre junto con su gobernante.
Sin embargo, cumplido esto, no desprecies a tus inferiores ni intentes traspasar los límites establecidos para el hombre.
Corrompe los caracteres egregios la soberbia unida a ellos.
7. Epitalamio en honor de Honorio y María
(Refiriéndose a Estilicón)
Ahora cantamos lo que es conveniente relatar.
¿Quién lo supera en el consejo? ¿Quién es mejor en conocer la medida de la ley y la justicia? En ti se junta lo que siempre está apartado: el brío con la inteligencia, la prudencia con la fortaleza. ¿Quién hay con una frente igual? ¿A quién le convendría mejor el rango supremo en Roma?
¿Qué pecho soportaría tan grandes preocupaciones? Aunque estés entre el pueblo, todo el que te llega a ver exclama: “¡Aquí está, éste es Estilicón!”.
Así se presenta y manifiesta el sublime aspecto de tu poder, no con fiera voz, no simulado con un caminar arrogante ni pérfido en sus gestos. Todo lo que otros afectan y se esfuerzan por fingir, esto te lo concede la naturaleza como un don. Brillan en ti juntamente la modestia y una hermosa severidad y tus blancos cabellos acuden presurosos para enaltecer tu venerable rostro. Aunque, por suerte harto diferente, la gravedad le corresponde a la vejez y la fuerza a la juventud, a ti te adornan ambas edades con sus cualidades propias.
El hombre que tú eres honra a la fortuna. Ningún arma para dañar ni espada manchada en el cuello de los ciudadanos.
No provocas el odio mediante el terror ni el favor afloja los frenos de la justicia. Te amamos y te tememos igualmente. Nuestro mismo temor te ama, justísimo intérprete de las leyes, fidelísimo guardián de una paz gloriosa, el mejor de los caudillos, el más afortunado de los padres.
Todos confesamos deber ya más, más a nuestro emperador, porque él es tu yerno, oh héroe invencible…
8. Guerra contra Gildón
Somos regidos por las leyes de un particular a manera de una pequeña finca. Lo que el Nilo y Atlante distan entre sí, lo que la árida Barce se aparta de la occidental Gades y lo que Tinge (ciudad de Libia) se retira del litoral perentorio, esto se lo adjudica como suyo propio.
Una tercera parte del mundo es propiedad de un saqueador.
También lo cercan vicios diferentes entre sí: lo que ha arrebatado su insondable avaricia, lo derrocha con una corrupción peor todavía.
Amenaza terriblemente a los vivos, es el heredero de los muertos, raptor de doncellas, repugnante adúltero de los tálamos. No tiene descanso ninguno: cesando la rapiña, surge la lujuria; el día es temible para los ricos y la noche para los maridos.
Todo el que tiene riquezas o es conocido por poseer una esposa bella, es acusado con falsos cargos; si faltan las acusaciones, muere como convidado tras haber sido convidado a un festín. Ninguna muerte le es ajena a este artista del crimen: busca variados jugos, verdosas babas de serpientes y hierbas desconocidas incluso para las madrastas. Si alguno condena con su expresión lo que está pasando o gime con demasiada libertad, en el mismo banquete un cruel servidor surge de pronto con la espada desenvainada a una señal de su jefe. Inmóvil cada cual en su lugar, come con silencioso miedo los mortíferos manjares, apura pálido las inciertas copas y mira alrededor las espadas dispuestas contra su costado.
Brilla la funesta mesa con un esplendor infernal, empapada de sangre, espantosa por las armas, sospechosa de veneno.
Cuando la pasión se ha excitado por el vino, entonces el desenfreno arde más furiosamente, exhalan su olor los perfumes mezclados con las guirnaldas.
A las mujeres, privadas de sus esposos, les obliga a ir entre servidores de larga cabellera y melodiosa juventud y a sonreir después de haberles matado recientemente a sus maridos.
… y no le bastan sus vergonzosos ultrajes al pudor: a todas las mujeres ilustrísimas las entrega a los mauros tras haberlas desdeñado él…
…Arroja de sus moradas ancestrales a todo el mundo; expulsa de sus campos a los viejos colonos.
El destierro me lleva dispersa. ¿Nunca podré regresar y devolver ya a mis errantes ciudadanos a su suelo?
Júpiter habla desde su trono:
“No permitiremos que tú, Roma, ni que tú, África, permanezcáis durante largo tiempo sin venganza. Honorio abatirá a vuestro común enemigo. Ninguna fuerza romperá vuestros lazos y África servirá a Roma solamente”.
… El padre interrumpió sus sollozos entre tales palabras ¿Era esto? ¿Por causa de un mauro surge la discordia entre los dos hermanos y está el mundo en desacuerdo y las dos cortes desunidas? ¿Acaso la salvación de Gildón puede ser el triunfo de tan gran locura?
…Gildón otorga las riendas del sur a quien él quiere y tan gran provincia sigue sus caprichosas leyes. A cualquier parte que se incline su incierto espíritu, arrastra consigo a Libia y ejerce malignamente su poder movedizo como la marea. África fue el regalo del mauro.
Apartad los engaños masilios (pueblo de Numidia Oriental), alejad sus pérfidas traiciones y sus palabras que respiran el veneno de su tierra. Que no luchen cuerpo a cuerpo las armas de dos hermanos, no, lo suplico.
¿Qué perversidad maquina nuestro Estilicón? ¿Cuándo no ha obedecido él al que le daba órdenes? ¿O hay alguien más fiel a nosotros que este héroe?
…Entonces (después de morir Teodosio) el mismo Estilicón me sucedió en el amor paterno, te crió a ti adolescente e inexperto y te educó hasta los años apropiados de emperador; apartó de ti a Rufino, al que tú confiesas haber temido. A él solamente lo considero agradecido y leal.
Incluso hubiera debido marchar contra los enemigos de tu hermano, él contra los tuyos.
¿Qué pueblo, que Rin e Istro (Danubio) os hubiera resistido a vosotros con vuestras fuerzas unidas y aliadas?
Pero concédeme tan sólo que sucumba Gildón: no pido nada más.
…Conozco la decisión de Estilicón, conozco su disposición constante para todos los avatares: penetrará en las arenas del desierto, encontrará el camino con su valor”.
9. Panegírico en honor del cónsul Manlio Teodoro
Tiene también un panegírico en honor del cónsul Manlio Teodoro.
Manlio Teodoro, el cónsul de Occidente en el 399 d. de C. Fue advocatus (abogado) en el tribunal del prefecto del pretorio; luego gobernador de algún distrito en África y posteriormente de Macedonia; fue reclamado a continuación por la corte para ocupar el cargo de “magister epistularum”(jefe de la sección de la cancillería imperial romana encargada de la correspondencia del emperador) de Graciano; posteriormente fue “comes sacrarum largitionum” (ministro de la hacienda imperial) y después “prefecto del pretorio de la Galia”.
( Claudiano. Poemas I. Introd. Trad. y notas de Miguel Castillo Bejarano. Edit. Gredos).
Segovia, 25 de octubre del 2025
Juan Barquilla Cadenas.