Platón: La justicia en la "República"

PLATÓN: “LA JUSTICIA EN SU OBRA LA REPÚBLICA”

PLATÓN (427-347 a. de C.) representa un punto culminante, no sólo en la historia del pensamiento griego, sino también en toda la historia del pensamiento occidental.

Según Whitehead, el gran filósofo inglés, la filosofía occidental sólo son notas a pie de página a la obra de Platón.

Poeta y gimnasta en sus primeros tiempos, el trato con Sócrates le hizo virar a la filosofía, permaneciendo en el círculo de Sócrates durante siete años, hasta que Sócrates fue ajusticiado. Después viajó por Megara, la Cirenaica, Italia y Sicilia donde intentó poner en práctica por vez primera sus teorías políticas.

Fracasado este intento vuelve a Atenas, y allí fundó, en el 387 a. de C., a los cuarenta años, su escuela filosófica, denominada “Academia”, por estar cerca de un gimnasio consagrado al héroe Academo.

Desde esta fecha Platón se dedica a la enseñanza y a la elaboración de sus escritos que interrumpió en dos ocasiones (366 y 367 a. de C.) para intentar de nuevo, en la corte de Sicilia, la realización de sus ideales políticos que volvieron a fracasar. Su muerte acaeció el 347 a. de C., a los ochenta años.

Sus obras principales, aunque escribió muchas más, escritas en forma de diálogo son: la “República”, “Gorgias”, “Fedón”, “Fedro”, el “Banquete”, “Parménides” y el “Timeo”.

Las obras están escritas en forma de diálogo, donde Sócrates usa un método de filosofar característico: la “mayéutica” que consistía en preguntar al interlocutor hasta llevarlo a la contradicción; convencido el interlocutor de su ignorancia, se ponía en camino de investigar con seriedad.

Para Platón el hombre se halla compuesto de cuerpo y alma, unidos accidentalmente. El alma antes de unirse al cuerpo, preexiste eternamente en el mundo de las Ideas. Y es inmortal ya que por ser inmaterial, es incorruptible.

En el alma distingue Platón tres partes:

1. La “racional” –logistikón-, que es la más destacada y principal.

2. La “volitiva” –thymos-, que es la facultad de la ira, por la cual nos enfurecemos.

3. La “apetitiva” –epithymetikón – por la cual el alma ama, sufre hambre y sed y se inflama con otros deseos.

En el “Timeo” se refiere que el “demiurgo” (una especie de pequeña divinidad) después de haber formado el cuerpo del hombre con la materia o espacio, introdujo la parte racional del alma en la cabeza, la parte volitiva en el pecho y la parte apetitiva en el vientre.

La teoría de las facultades del alma (aunque Platón hable a veces de tres almas) se simboliza bellamente en el mito de “Fedro”: El alma puede compararse a un carro, arrastrado por dos caballos conducidos por un auriga, que avanza en el “topos noetós” (el mundo de las ideas), eternamente. El carro simboliza el alma, el auriga a la razón y los dos caballos son las partes volitiva y apetitiva. Cuando uno de los caballos escapa al dominio del freno y se desboca, entonces el alma comete una culpa que origina la caída. El carro se despeña del “topos noetós” (el mundo de las Ideas) para caer en el mundo de las sombras (el mundo sensible, es decir, nuestro mundo), donde es aprisionado por la materia corpórea –ensomatosis-, y así vive el alma en el cuerpo como en su tumba, habiendo olvidado en la caída cuanto aprendió en el mundo de las Ideas (topos noetós). En su cárcel corpórea “el alma está atormentada por la ignorancia, y, mientras no se vea libre de ella, jamás podrá alcanzar la verdad” y volver al mundo de las Ideas.

En la “República” Platón muestra cómo crea la teoría del Estado.

Quiere agrupar a los hombres en una unidad social que tiende a la realización de las Ideas del Bien y la Justicia.

Concibe al Estado como un animal grande – mega zoon – muy parecido al hombre, ya que participa de las tres partes del alma humana, y tiende también hacia el mundo de las Ideas como su fin.

El Estado está regido por las leyes, dirigidas a lograr la paz, la benevolencia y el bien de todos, siendo preferible el bien espiritual al bien material.

Los ciudadanos del Estado ideal se agrupan en tres grandes partes o clases sociales, que se corresponden con las partes del alma en el hombre:

- Los gobernantes – arkontes – representan en el Estado la parte “racional” del hombre, ostentan como virtud principal la “prudencia”, y es la clase encargada de la educación de los ciudadanos y de establecer las leyes de lo bello, lo bueno y de lo justo; Platón hizo recaer la misión de gobernar el Estado en los filósofos.

- Los guardianes o guerreros – Philakes -, que representan la parte “volitiva” del alma y que ostentan como virtud principal la “fortaleza” o valor, y tienen la misión de defender el Estado contra los enemigos internos y externos.

- El pueblo, que se corresponde con la parte “apetitiva” del hombre y posee como virtud principal la “templanza”, y está encargado de satisfacer las necesidades de las dos clases superiores; en él se integran los labradores, artesanos y comerciantes.

Las tres clases sociales están relacionadas entre sí, en unidad, mediante la Justicia.

(Historia de la filosofía y de las ciencias. Antonio Aróstegui).

En la ciudad-estado ideal los “guardianes” (los guerreros y los dirigentes filósofos) se rigen por un régimen de comunismo integral, algo que no se aplica a la clase inferior.

Así, al no tener posesiones las clases superiores, evitarían el amor por las riquezas, causa de muchas injusticias.

Su educación ha de ser controlada por el Estado, y no se limitaría a los aspectos físicos, como en Esparta, sino que incluiría la dimensión intelectual para hacerles llegar a la verdad que se esconde tras las falsas apariencias.

Dice que las mujeres han de participar en el Estado y que han de recibir la misma educación que los hombres. Los guardianes y sus esposas deben ocuparse de las mismas cosas.

El Estado asignaría mujeres de un mismo grupo social a los varones y con ellas – al margen de cualquier vínculo matrimonial – se procrearía una nueva generación de “guardianes” dignos y capaces de dirigir la ciudad. (Wikipedia).

Entre las obras de Platón nos vamos a centrar en la “República”.

En esta obra, aunque se tratan muchos temas, como la formación del Estado ideal, la división en tres clases sociales, la educación que habrían de recibir los ciudadanos de ese Estado ideal, las distintas formas de gobierno y cómo se pasa de unas a otras, el tema principal que sirve de unión a toda la obra es el de la Justicia y de la Injusticia: cuál de ellas tiene más ventajas para hacer al hombre feliz.

Sócrates es el que va a dirigir el diálogo de esta obra, utilizando su método de la “mayéutica”, es decir, ante la afirmación sobre algo de su interlocutor, va a refutarlo y hacerlo caer en contradicciones, para después llegar a una definición en que ambos estén de acuerdo.

La obra comienza de este modo:

Céfalo está reunido con unos amigos en su casa y también asiste a la reunión Sócrates.

Sócrates, hablando sobre la utilidad de las riquezas, le pregunta a Céfalo – un hombre bastante rico -, “cuál es el mayor beneficio que crees haber obtenido de poseer una gran fortuna?”. Y Céfalo responde: “Algo con lo cual, si lo digo, no persuadiré a mucha gente. Pues debes saber, Sócrates, que en aquellos momentos en que se avecina el pensamiento de que se va a morir, a uno le entra miedo y preocupación por cosas que antes no tenía en mente. Así pues, los mitos que se narran acerca de los que van al Hades, en el sentido de que allí debe expiar su culpa el que ha sido injusto aquí, antes movían a risa, pero entonces atormentan al alma con el temor de que sean ciertos. Y uno mismo, sea por debilidad provocada por la vejez o bien por hallarse más próximo al Hades, percibe mejor los mitos. En esos momentos uno se llena de temores y desconfianzas, y se aboca a reflexionar y examinar si ha cometido alguna injusticia contra alguien.

Así, el que descubre en sí mismo muchos actos injustos, frecuentemente se despierta de los sueños asustado, como los niños, y vive en una desdichada expectativa. En cambio, al que sabe que no ha hecho nada injusto le acompaña siempre una agradable esperanza, una buena “nodriza de la vejez”, como dice Píndaro.

Pues, en efecto, Sócrates, bellamente ha dicho esto: que a aquel que ha pasado la vida justa y piadosamente “lo acompaña, alimentando su corazón, una buena esperanza, nodriza de la vejez, la cual mejor guía el versátil juicio de los mortales”.

Entonces se entabla un diálogo en el que se habla de la “Justiicia”.

*… ”Hablas con palabras muy bellas, Céfalo –dije - .

Ahora bien, en cuanto a esto mismo que has mencionado, la justicia, ¿declararemos, como tú, que en todos los casos consiste en decir la verdad y en devolver lo que se recibe? ¿O bien éstas son cosas que algunas veces se hacen justamente y otras veces injustamente?

Me refiero a casos como éste: si alguien recibiera armas de un amigo que está en su sano juicio, pero si éste enloqueciera y las reclamara, cualquiera estaría de acuerdo en que no se las debe devolver, y que aquel que las devolviese no sería justo, ni tampoco ni siquiera decir toda la verdad a quien estuviera en tal estado.

~ Es cierto lo que dices – asintió.

*. Por consiguiente, no se puede definir la justicia como el decir la verdad y devolver lo que se ha recibido.

~ Sí que se puede, Sócrates – replicó súbitamente Polemarco (hijo de Céfalo, que también estaba en la reunión); al menos, si debemos creer a Simónides.

(Céfalo, padre de Polemarco, se marcha a ocuparse de unas ofrendas sagradas).

Entonces Sócrates le pregunta a Polemarco lo que afirma Simónides acerca de la justicia.

Y Polemarco contesta: “Que es justo devolver a cada uno lo que se le debe”.

Pero Sócrates dice que parece estar en contradicción con lo que han hablado anteriormente, de que no parece justo devolver a alguien que, no estando en su sano juicio, reclama lo que ha entregado en depósito.

Polemarco dice que Simónides piensa que los amigos deben obrar bien con sus amigos, nunca mal.

Y dice Polemarco: “Eso sí, creo que lo que se debe al enemigo es lo que corresponde al enemigo: algún mal”.

… Y pregunta Sócrates: “Y ¿qué es lo que da el arte que podría llamarse justicia, y a quiénes lo da?

Responde Polemarco: “Si es necesario ser consecuente con lo dicho antes, Sócrates, diremos que dará beneficios a los amigos y perjuicios a los enemigos”.

*. Por consiguiente, Simónides llama justicia al hacer bien a los amigos y mal a los enemigos.

Y le pregunta Sócrates: “Y los que dices que son amigos ¿son los que a cada uno parecen buenos, o bien aquellos que son buenos, aunque no lo parezcan? Y lo mismo respecto de los injustos”.

~ Lo natural es amar a los que se considera buenos y odiar a los que se considera malos.

*. Pero ¿no se equivocan los hombres acerca de esto, y así les parece que muchos son buenos, aunque no lo sean, y les sucede también con muchos lo contrario?

~ Sí, se equivocan.

*. En tal caso, para ellos los buenos son enemigos y los malos amigos.

~ En efecto.

*. No obstante, para ellos es justo beneficiar a los malos y perjudicar a los buenos.

~ Así parece.

*. Sin embargo, los buenos son justos e incapaces de obrar injustamente.

Según tu argumento, pues, es justo hacer mal a los que nada han obrado injustamente.

~ De ninguna manera, Sócrates; es el argumento lo que parece estar mal.

*. En tal caso, es justo perjudicar a los injustos y beneficiar a los justos.

~ Esto parece mejor que lo otro.

Entonces interviene el sofista Trasímaco y dice:

“¿Qué clase de idiotez hace presa de vosotros desde hace un rato, Sócrates? … Si realmente quieres saber lo que es justo, no preguntes solamente ni te envanezcas refutando cuando se te responde, sabedor de que es más fácil preguntar que responder, sino responde tú mismo y di qué es para ti lo justo. Pero no me vayas a decir que lo justo es lo necesario, lo provechoso, lo útil, lo ventajoso y lo conveniente; sino dime con claridad y exactitud qué es lo que significa, pues yo no he de tolerar que divagues de semejante modo.

Y Sócrates le responde: “No seas duro con nosotros, Trasímaco, pues tanto Polemarco como yo, si erramos en el examen de estas cuestiones, has de saber que erramos sin quererlo. Pues si estuviéramos buscando oro, no creas que querríamos hacernos cumplidos el uno al otro en la búsqueda, echando a perder su hallazgo; menos aún, buscando la justicia, cosa de mucho mayor valor que el oro, nos haríamos concesiones uno al otro, insensatamente, sin esforzarnos al máximo en hacerla aparecer. Créeme amigo. Lo que sucede es que no somos capaces de hacerla aparecer.

Entonces Trasímaco, tras pedirle Sócrates, Glaucón y otros de los reunidos, que diga lo que piensa que es la justicia, dice: “Afirmo que lo justo no es otra cosa que lo que conviene al más fuerte”.

Y Sócrates le dice: “Y esto, Trasímaco, ¿qué significa? Porque, sin duda, lo que afirmas no es, por ejemplo, que si Polidamante, el pancraciasta, es más fuerte que nosotros, y le conviene – en lo concerniente al cuerpo – la carne de buey, este alimento es también conveniente y justo para nosotros, que somos más débiles que él.

~ Me repugnas, Sócrates: interpretas la definición del modo que más puedas distorsionarla.

*. Pero, mi excelente amigo, de ningún modo: expresa más claramente lo que quieres decir.

~ ¿Acaso no sabes que en algunos Estados el gobierno es tiránico, en otros democráticos y en otros aristocráticos?

*. ¿Cómo no he de saberlo?

~ ¿Y no es el gobierno el que tiene la fuerza en cada Estado?

*. Sin duda.

~ “Bien. De este modo, pues, cada gobierno implanta las leyes en vista de lo que es conveniente para él: la democracia, leyes democráticas; la tiranía, leyes tiránicas, y así los demás. Una vez implantadas, manifiestan que lo que conviene a los gobernantes es justo para los gobernados, y al que se aparta de esto lo castigan por infringir las leyes y obrar injustamente. Esto, mi buen amigo, es lo que quiero decir, que en todos los Estados es justo lo mismo: lo que conviene al gobierno establecido, que es, sin duda, el que tiene la fuerza, de modo tal que, para quien razone correctamente, es justo lo mismo en todos lados, lo que conviene al más fuerte.

…Porque tú crees que los pastores y los boyeros atienden al bien de las ovejas y las vacas, y las engordan y cuidan mirando a otra cosa que al bien de los amos y al de ellos mismos; así como también estimas que los gobernantes de los Estados – los que gobiernan verdaderamente – piensan acerca de los gobernados de otro modo que lo que se ha establecido respecto de las ovejas, y que los atienden día y noche de otra manera que de aquella que les aprovechará a ellos mismos. Y has ido tan lejos en lo concerniente a lo justo y a la justicia, que desconoces que la justicia y lo justo es un bien en realidad ajeno al que lo practica, ya que es lo conveniente para el más fuerte que gobierna, pero un perjuicio propio del que obedece y sirve; y que la injusticia es lo contrario y gobierna a los verdaderamente ingenuos y justos, y que los gobernados hacen lo que conviene a aquel que es más fuerte, y al servirle hacen feliz a éste, mas, de ningún modo, a sí mismos. Es necesario observar, mi muy cándido amigo Sócrates, que en todo sentido el hombre justo tiene menos que el injusto. En primer lugar, en los contratos entre unos y otros, allí donde éste se asocia con aquél, al disolverse la asociación, nunca hallarás que el justo tenga más que el injusto. Después, en los asuntos concernientes al Estado, cuando se establecen impuestos, aunque sus bienes sean iguales, el justo, paga más, el injusto, menos.

Pero cuando se trata de cobranzas, aquél no recibe nada, éste cobra mucho. Y cuando cada uno de ellos ocupa un cargo, al justo le toca, a falta de otro perjuicio, vivir miserablemente por descuidar sus asuntos particulares, sin obtener provecho alguno de los asuntos públicos, en razón de ser justo; y además de eso, es aborrecido por sus parientes y conocidos, por no estar dispuesto a hacerles un servicio al margen de la justicia.

Al injusto le sucede lo contrario. Hablo de aquel al que hace un momento me refería, que es capaz de alcanzar los más grandes privilegios. A éste debes observar, si es que quieres discernir cuánto más le conviene personalmente ser injusto que justo. Pues bien, lo aprenderás del modo más fácil si llegas a la injusticia más completa, la cual hace feliz al máximo al que obra injustamente y más desdichados a los que padecen injusticia y no están dispuestos a ser injustos. Esto es la “tiranía”, que se apodera de lo ajeno, no poco a poco, sino de un solo golpe, tanto con engaño como con violencia, trátese de lo sagrado o de lo piadoso, de lo privado o de lo público: pero, cuando alguien es descubierto, tras obrar injustamente en uno solo de esos casos, es castigado y vituperado, pues los que cometen tales delitos parciales son llamados sacrílegos, secuestradores, asaltantes, estafadores o ladrones.

Cuando alguien, en cambio, además de secuestrar las fortunas de los ciudadanos, secuestran también a éstos, esclavizándolos, en lugar de aquellos denigrantes calificativos, es llamado “feliz” y “bienaventurado” no sólo por los ciudadanos, sino por todos aquellos que se han enterado de toda la injusticia que ha cometido. En efecto, los que censuran la injusticia la censuran no por temor a cometer obras injustas, sino por miedo a padecerlas.

De este modo, Sócrates, la injusticia, cuando llega a serlo suficientemente, es más fuerte, más libre y de mayor autoridad que la justicia; y tal como dije desde un comienzo, lo justo es lo que conviene al más fuerte, y lo injusto lo que aprovecha y conviene a sí mismo”.

Una vez dicho esto, Trasímaco pensaba marcharse, pero los que estaban presentes no se lo permitieron.

Y Sócrates dice: … “En lo que a mí toca, te diré que no estoy convencido, y que no creo que la injusticia sea más provechosa que la justicia, ni, aunque aquélla sea permitida y no se le impida hacer lo que quiera.

Admitamos, mi amigo, que existe el hombre injusto y que puede obrar injustamente, sea en forma oculta o combatiendo a cara descubierta. Pero, aun así, no me persuado de que esa injusticia es más provechosa que la justicia. Y esto, seguramente, también le ha sucedido a algún otro de nosotros, no sólo a mí. Persuádenos adecuadamente, mi bienaventurado amigo, de que no argumentamos correctamente cuando estimamos más a la justicia que a la injusticia”.

*. Pues de la misma manera que el verdadero pastor, en tanto pastor, apacienta las ovejas mirando a lo que es mejor para ellas. Del mismo modo estoy convencido de que es forzoso estar de acuerdo en que todo gobierno, en tanto gobierno, no atiende a ninguna otra cosa que al sumo bien de aquel que es su gobernado y está a su cuidado, trátese del gobierno del Estado o de ámbitos particulares.

… En todas las artes, cada una realiza su función y beneficia a aquello con respecto a lo cual está organizada.

… Pues bien, Trasímaco, ahora es evidente que ningún arte ni gobierno organiza lo que le beneficia a sí mismo, sino que, como decíamos antes, organiza y dispone lo que beneficia al gobernado: atiende a lo que conviene a aquel que es el más débil, no al que es el más fuerte.

Por eso mismo, querido Trasímaco, decía hace un momento que nadie está dispuesto voluntariamente a gobernar y tomar en sus manos y corregir las deficiencias ajenas, sino que para ello reclama un salario; porque aquel que va a ejercer adecuadamente su arte jamás hace o dispone –si dispone de acuerdo con su arte – lo mejor para sí mismo sino para el gobernado; y para esto es necesario, según parece, asignar una remuneración a los que estén prestos a gobernar, sea plata u honores, o un castigo, si no estuviera dispuesto a gobernar.

Interviene Glaucón (un filósofo) y le dice a Sócrates que no entiende eso del castigo para los que no están dispuestos a gobernar.

Sócrates le dice: “porque no comprendes la remuneración de los mejores, por la cual gobiernan los más aptos, cuando están dispuestos a gobernar.

¿Acaso no sabes que el amor a los honores o a la plata es considerado reprobable, y que lo es realmente?

Por tales motivos, pues, los hombres de bien no están dispuestos a gobernar con miras a las riquezas ni a los honores. No quieren, en efecto, ser llamados “mercenarios” por exigir abiertamente un salario para gobernar, ni ser llamados “ladrones” por apoderarse de riquezas, ocultamente, por sí mismos, desde el gobierno.

Y tampoco por causa de los honores, pues no aman los honores. Por eso es necesario que se les imponga compulsión y castigo para que se presten a gobernar.

Ahora bien, el mayor castigo es ser gobernado por alguien peor, cuando uno no se presta a gobernar. Y a mí me parece que es por temor a tal castigo que los más capaces gobiernan, cuando gobiernan.

En efecto, si llegara a haber un Estado de hombres de bien, probablemente se desataría una lucha por no gobernar, tal como la hay ahora por gobernar, y allí se tornaría evidente que el verdadero gobernante, por su propia naturaleza, no atiende realmente a lo que le conviene a él, sino al gobernado; de manera que todo hombre inteligente preferiría ser beneficiado por otro que ocuparse de beneficiar a otro.

Ahora me parece mucho mejor examinar lo que dice Trasímaco cuando afirma que el modo de vida del injusto vale más que el del justo.

…Hace un momento ha sido dicho que la injusticia es más poderosa y más fuerte que la justicia.

Pero ahora, añadí, si la justicia es sabiduría y excelencia, pienso que se manifiesta más fuerte que la injusticia, puesto que la injusticia es ignorancia: nadie lo desconocería.

… En efecto, Trasímaco, la injusticia produce entre los hombres discordias, odios y disputas; la justicia, en cambio, concordia y amistad.

… Por consiguiente, sea que la injusticia surja en un Estado, en una familia, en un ejército o en donde sea, aparece siempre contando con la propiedad de producir, primeramente, la incapacidad de obrar en conjunto, a raíz de las disputas y discordias, y, en segundo lugar, la existencia de una enemistad consigo mismo como con cualquier otro y con el justo.

Y dice que los dioses también son justos, y, en tal caso, el injusto será hostil a los dioses, y el justo será amigo de ellos.

…Ahora debemos examinar si los justos viven mejor que los injustos y si son más felices.

La función de cada cosa es lo que sólo ella cumple o lo que esa cosa cumple más apropiadamente. Por ejemplo, podar la vid es función de la “podadera”.

… ¿Y no te parece que hay una excelencia para cada cosa que tiene asignada una función?

…Hay funciones del alma que ninguna otra cosa distinta de ella podría cumplir. Por ejemplo, el prestar atención, el gobernar, el deliberar y todo lo de esa índole: ¿será correcto que atribuyamos estas funciones a otra cosa que al alma y diremos que son propias de ésta?

~ Las atribuiremos al alma.

*. … ¿Y alguna vez, Trasímaco, el alma cumplirá bien sus funciones si está privada de su propia excelencia, o le será imposible?

~ Le será imposible.

*. Forzoso es, por consiguiente, gobernar y prestar atención mal con un alma mala, y, con un alma buena, hacer bien todas esas cosas.

¿y no habíamos convenido que la justicia es excelencia, y la injusticia malogro de aquélla?

~ En efecto.

*. El alma justa, por ende, el hombre justo, vivirá bien; el injusto, en cambio, mal.

Pero precisamente quien vive bien es feliz y bienaventurado, al contrario del que vive mal.

Por lo tanto, el justo es feliz y el injusto desdichado.

Ahora bien; no se obtiene provecho al ser desdichado, sino al ser feliz.

En tal caso es más provechosa la justicia que la injusticia.

Entonces interviene Glaucón y le dice a Sócrates:

“¿No crees que hay una clase de bienes que no deseamos poseer por lo que de ello resulta, sino que nos agradan por sí mismos, tales como el regocijo y aquellos placeres inocentes, por medio de los cuales nada se produce en un momento posterior, sino sólo el disfrute de poseerlos?

Pero hay bienes que anhelamos tanto por sí mismos como por lo que de ellos se genera, tales como la comprensión, la vista y la salud. Esas cosas, en efecto, nos agradan por ambos motivos.

¿Adviertes una tercera clase de bienes, en la cual se encuentran la práctica de la gimnasia, el tratamiento médico que recibe un enfermo, el ejercicio de la medicina y cualquier otro modo de ganar dinero? Pues de estas cosas diríamos que son penosas pero que nos benefician, y que no las deseamos poseer por sí mismas, sino por los salarios y demás beneficios que se generan de ellas.

¿En cuál de estas tres clases – preguntó – colocas a la justicia?

*. Pienso –respondí- que habría que colocarla en la clase más bella, la de los bienes que anhelamos tanto por sí mismos como por lo que de ellos se genera, al menos para quien se proponga ser feliz.

~ Pues la mayoría no opina así – dijo Glauco – sino que lo coloca en la clase de bienes penosos, que hay que cultivar con miras a obtener salarios y a ganarse una buena reputación, pero que, si fuera por sí mismos, habría que evitarlos, por ser desagradables.

*. Ya conozco esa opinión –dije- y hace rato que, en base a ella, la justicia es censurada por Trasímaco y alabada, en cambio, la injusticia.

~ Escúchame, entonces – dijo Glaucón -, para ver si estás de acuerdo conmigo; pues Trasímaco, me parece, se ha rendido demasiado pronto, encantado por ti como por una serpiente.

… retomaré el argumento de Trasímaco, y primeramente te diré qué es lo que se dice que es la justicia y de dónde se ha originado; en segundo lugar, cómo todos los que la cultivan, no la cultivan voluntariamente sino por necesidad, pero no por ser para ellos un bien; y, en tercer lugar, por qué es natural que obren así, ya que dicen que es mucho mejor el modo de vivir del injusto que el del justo.

En lo que a mí concierne, Sócrates, no soy de esa opinión, pero tengo la dificultad de que los oídos me aturden al escuchar a Trasímaco y a muchos otros, en tanto que de nadie he escuchado el argumento que quisiera oir en favor de la justicia y de su superioridad sobre la injusticia.

Óyeme hablar sobre aquello que afirmé que lo haría en primer lugar: cómo es la justicia y de dónde se ha originado.

Se dice, en efecto, que es por naturaleza bueno el cometer injusticias, malo el padecerlas, y que lo malo del padecer injusticias supera en mucho a lo bueno de cometerlas.

De este modo, cuando los hombres cometen y padecen injusticias entre sí y experimentan ambas situaciones, aquellos que no pueden evitar una y elegir la otra juzgan ventajoso concertar acuerdos entre unos hombres y otros para no cometer injusticias ni sufrirlas.

Y a partir de allí se comienzan a implantar leyes y convenciones mutuas, y a lo prescrito por la ley se lo llama “legítimo” y “justo”. Y éste, dicen, es el origen y la esencia de la justicia, que es algo intermedio entre lo mejor – que sería cometer injusticias impunemente – y lo peor – no poder desquitarse cuando se padece injusticia - ; por ello lo justo, que está en el medio de ambas situaciones, es deseado no como un bien, sino estimado por los que carecen de fuerza para cometer injusticias; pues el que puede hacerlas y es verdaderamente hombre jamás concertaría acuerdos para no cometer injusticias ni padecerlas, salvo que estuviera loco.

Veamos ahora el segundo punto: los que cultivan la justicia no la cultivan voluntariamente sino por impotencia de cometer injusticias.

Esto lo percibiremos mejor si nos imaginamos las cosas del siguiente modo: demos tanto al justo como al injusto el poder de hacer lo que cada uno de ellos quiere, y a continuación sigámoslos para observar adonde conduce a cada uno el deseo. Entonces sorprenderemos al justo tomando el mismo camino que el injusto, movido por la codicia, lo que toda criatura persigue por naturaleza como un bien, pero que por convención es violentamente desplazado hacia el respeto a la igualdad. El poder del que hablo sería efectivo al máximo si aquellos hombres adquirieran una fuerza tal como la que se dice que cierta vez tuvo Giges, el antepasado del Lidio.

Giges era un pastor que servía al entonces rey de Lidia. Un día sobrevino una gran tormenta y un terremoto que rasgó la tierra y produjo un abismo en el lugar en que Giges llevaba al ganado a pastorear. Asombrado al ver esto, descendió al abismo y halló, entre otras maravillas que narran los mitos, un caballo de bronce, hueco y con ventanillas, a través de las cuales divisó adentro un cadáver de tamaño más grande que el de un hombre, según parecía, y que no tenía nada excepto un anillo de oro en la mano. Giges le quitó el anillo y salió del abismo. Ahora bien, los pastores hacían su reunión habitual para dar al rey el informe mensual concerniente a la hacienda, cuando llegó Giges llevando el anillo. Tras sentarse entre los demás, casualmente volvió el engaste del anillo hacia el interior de su mano. Al suceder esto se tornó invisible para los que estaban sentados allí, quienes se pusieron hablar de él como si se hubiera ido. Giges se asombra, y luego, examinando el anillo, dio vuelta al engaste hacia afuera y tornó a hacerse visible. Al advertirlo, experimentó con el anillo para ver si tenía tal propiedad, y comprobó que así era: cuando giraba el engaste hacia dentro, su dueño se hacía invisible, y cuando lo giraba hacia afuera, se hacía visible.

En cuanto se hubo cerciorado de ello, maquinó el modo de formar parte de los que fueron a la residencia del rey como informantes; y una vez allí sedujo a la reina, y con ayuda de ella mató al rey y se apoderó del gobierno.

Por consiguiente, si existiesen dos anillos de esa índole y se otorgara uno a un hombre justo y otro a uno injusto, según la opinión común no habría nadie tan íntegro que perseverara firmemente en la justicia y soportara el abstenerse de los bienes ajenos, sin tocarlos, cuando podría tanto apoderarse impunemente de lo que quisiera del mercado, como, al entrar en las casas, acostarse con la mujer que prefiriera, y tanto matar a unos como librar de las cadenas a otros, según su voluntad, y hacer todo como si fuera igual a un dios entre los hombres.

En esto el hombre justo no haría nada diferente del injusto, sino que ambos marcharían por el mismo camino. E incluso se diría que esto es una importante prueba de que nadie es justo voluntariamente, sino forzado, por no considerarse a la justicia como un bien individual, ya que allí donde cada uno se cree capaz de cometer injusticia, las comete. En efecto, todo hombre piensa que la injusticia le brinda muchas más ventajas individuales que la justicia.

Y, si alguien dotado de tal poder, no quisiese nunca cometer injusticias ni echar mano a los bienes ajenos, sería considerado por los que lo vieran como el hombre más desdichado y tonto, aunque lo elogiaran en público, engañándose así mutuamente por temor a padecer injusticia.

Luego Adimanto, hermano de Glaucón, dice que es necesario examinar los argumentos opuestos a los que enunció Glaucón: los de quienes alaban la justicia y censuran la injusticia.

Los padres dicen y exhortan a sus hijos cuán necesario es ser justo – y cuantos velan por alguien -, aunque no es por si misma por lo que alaban la justicia, sino por la buena reputación que de ella se deriva, con el fin de que, al parecer que se es justo, se obtengan cargos, casamientos convenientes y todo lo que Glaucón acaba de describir, cosas que corresponden al justo por su buena reputación.

Y en cuestión de fama, van más lejos en sus argumentaciones. Afirman, en efecto, que, al gozar de buena reputación ante los dioses, cuentan con los abundantes bienes que, según dicen, los dioses confieren a los que los reverencian.

Considera, además, Sócrates, otra especie de discursos respecto de la justicia y de la injusticia, dichos tanto por poetas como por profanos.

Todos a una voz, en efecto, cantan a la sobriedad y a la justicia por ser algo bello, aunque también difícil y penoso; la intemperancia y la injusticia, en cambio, son algo agradable y fácil de adquirir, vergonzoso sólo para la opinión y la convención.

Afirman que la injusticia es más ventajosa, por lo general, que lo justo; y que los perversos son ricos y cuentan con otros poderes, por lo cual están dispuestos a considerarlos felices y a honrarlos inescrupulosamente, tanto en público como en privado, y a subestimar e ignorar a quienes son débiles y pobres, aun cuando reconozcan que éstos son mejores que los otros.

… Probablemente, siguiendo a Píndaro, se dirá a sí mismo aquello de “por cuál de las dos vías ascenderé a la alta ciudadela, por la justicia o por las trapacerías tortuosas” para atrincherarme allí y así pasar toda la vida. Pues se me dice que, si soy justo realmente y no lo parezco, no obtendré ventaja alguna, sino penas y castigos manifiestos; en cambio, si soy injusto y me proveo de una reputación de practicar la justicia, se dice que lo que me espera es una vida digna de los dioses.

“Pero no es posible ocultarse de los dioses ni hacerles violencia”. Ahora bien, si los dioses no existen o no se mezclan en los hechos humanos, ¿por qué preocuparse en ocultarnos de ellos? Si existen y se preocupan de nosotros, no sabemos de ellos ni hemos oído nada que proceda de alguna otra parte que de las leyendas y de los poetas que han hecho su genealogía; los mismos poetas que dicen que los dioses son de tal índole que se les puede hacer mudar de opinión convenciéndolos “por medio de sacrificios y tiernas plegarias” y ofrendas.

Si hemos de creer a los poetas, debemos obrar injustamente y hacer sacrificios por los crímenes cometidos.

Ciertamente, si somos justos no sufriremos castigos de los dioses, pero rechazaremos las ganancias de la injusticia.

Si somos injustos, en cambio, obtendremos esas ganancias y, cuando cometamos transgresiones o faltas, implorando persuadiremos a los dioses para evitar ser castigados.

… Por lo tanto, no sólo debes demostrar, Sócrates, con tu argumento que la justicia es superior a la injusticia, sino que produce –el mal en un caso, el bien en el otro – sobre su portador cada una por sí sola, despojada de su reputación, tal como Glaucón reclamaba.

Elogia, pues, la justicia por lo que por medio de ella se beneficia el que la posee – mientras se perjudica por la injusticia -, y deja a otros el encomio de honores y recompensas.

No sólo debes demostrar con tu argumento, por ende, que la justicia es superior a la injusticia, sino que produce –el bien en un caso, el mal en el otro – sobre el portador cada una por sí sola, pase inadvertido o no a los hombres y a los dioses.

*. Entonces Glaucón y los demás me pidieron que apelara a todos mis recursos, y que no abandonara la discusión sin indagar previamente qué es la justicia, qué la injusticia, y qué hay de cierto acerca de las ventajas de cada una de ambas. Yo dije:

La investigación que intentaremos no es sencilla, sino que, según me parece, requiere una mirada penetrante. Ahora bien, puesto que nosotros, creo, no somos suficientemente hábiles para ello, dicha investigación debe realizarse de este modo: si se prescribiera leer desde lejos letras pequeñas a quienes no tienen una vista muy aguda, y alguien se percatara de que las mismas letras se hallan en un tamaño mayor en otro lugar más grande, parecería un regalo del cielo el reconocer primeramente las letras más grandes, para observar después si las pequeñas son las mismas que aquéllas.

~ Adimanto dijo: pero ¿qué hay de similar entre eso y la indagación de la justicia?

*. Te lo diré. Hay una justicia propia del individuo; ¿y no hay también una justicia propia del Estado?

~ Claro que sí – respondió.

*. ¿Y no es el Estado más grande que un individuo?

~ Por cierto que es más grande.

*. Quizás entonces en lo más grande haya más justicia y más fácil de aprehender. Si queréis, indagaremos primeramente cómo es ella en los Estados; y después, del mismo modo, inspeccionaremos también en cada individuo, prestando atención a la similitud de lo más grande en la figura de lo más pequeño.

Entonces expone Sócrates cómo surge el Estado, la educación que han de recibir los ciudadanos de ese Estado ideal, las clases sociales, los distintos tipos de gobierno y cómo se pasa de unos a otros; pero todo ello encaminado a mostrar que es más ventajosa la justicia que la injusticia, tanto para el Estado como para el individuo.

Después de fundar el Estado y hablar de la educación, Sócrates dice: “No fundamos el Estado con la mirada puesta en que una sola clase (social) fuera excepcionalmente feliz, sino en que lo fuera al máximo toda la sociedad. Porque pensamos que en un Estado de tal índole sería donde mejor hallaríamos la justicia, y, en cambio, la injusticia en el peor fundado; …

Pienso que, si nuestro Estado ha sido fundado correctamente, es por completo bueno, pues es sabio, valiente, moderado y justo”.

Al referirse a la justicia dice:

*. Hace rato, y ya desde el principio, querido amigo, creo que ha estado rodando delante de nuestros pies, pero no la hemos percibido, sino que nos hemos comportado ridículamente, como los que a veces se desesperan buscando algo que tienen en sus manos.

… Lo que desde un comienzo hemos establecido que debía hacerse en toda circunstancia, cuando fundamos el Estado, fue la justicia o algo de su especie. Pues establecimos, si mal no recuerdo, y varias veces lo hemos repetido, que cada uno debía ocuparse de una sola cosa de cuantas conciernen al Estado, aquella para lo cual la naturaleza lo hubiera dotado mejor.

Y que la justicia consistía en hacer lo que es propio de uno, del modo adecuado…

*. Opino que lo que resta en el Estado, tras haber examinado la moderación, la valentía y la sabiduría, es lo que, con su presencia, confiere a todas esas cualidades la capacidad de nacer y –una vez nacidas- les permite su conservación.

… Ahora, si fuera necesario decidir cuál de esas cualidades lograría con su presencia hacer al Estado bueno al máximo, resultaría difícil juzgar si es que consiste en una coincidencia de opinión entre gobernantes y gobernados, o si es lo que trae aparejada entre los militares (guerreros) la conservación de una opinión pautada acerca de lo que debe temerse o no, o si la existencia de una inteligencia vigilante en los gobernantes; o si lo que con su presencia hace al Estado bueno al máximo consiste, tanto en el niño como en la mujer, en el esclavo como en el libre y en el artesano, en el gobernante como en el gobernado, en que cada uno haga sólo lo suyo, sin mezclarse en los asuntos de los demás.

…y en ese sentido habría que convenir que la justicia consiste tanto en tener cada uno lo propio como en hacer lo suyo.

… Pero cuando un artesano o alguien que por naturaleza es afecto a los negocios, inducido por el dinero o por la muchedumbre o por la fuerza o por cualquier otra cosa de esa índole, intenta ingresar en la clase de los guerreros, o alguno de los guerreros procura entrar en la clase de los consejeros y guardianes sin merecerlo, intercambiando sus herramientas y retribuciones, o bien cuando la misma persona trata de hacer todas estas cosas a la vez, este intercambio y esta dispersión en múltiples tareas, creo, serán la perdición del Estado.

…En tal caso, la dispersión de las tres clases existentes (gobernantes, guerreros y artesanos) en múltiples tareas y el intercambio de una por otra es la mayor injuria contra el Estado y lo más correcto sería considerarlo como la mayor villanía.

… ¿Y la peor villanía contra el propio Estado, no dirás que es la “injusticia”.

Por consiguiente, la injusticia es eso. A la inversa, convengamos en que las realizaciones de la propia labor por parte de la clase de los negociantes, de los auxiliares y de los guardianes, de modo tal que cada uno haga lo suyo en el Estado – al contrario de lo antes descrito – es la justicia, que convierte en justo al Estado.

… Tampoco un hombre justo diferirá de un Estado justo en cuanto a la noción de la justicia misma, sino que será similar.

… Y hemos convenido adecuadamente que en el alma de cada individuo hay las mismas clases – e idénticas en cantidad- que en el Estado: la “racional” (gobernantes), la “volitiva” (guerreros) y la “apetitiva” (labradores, artesanos y comerciantes).

Debemos recordar entonces que cada uno de nosotros será justo en tanto que cada una de las “especies” que hay en él haga lo suyo, y en cuanto uno mismo haga lo suyo (es decir, que haga lo que corresponde a su “clase social” y en él lo correspondiente a cada parte de su alma).

Y al raciocinio corresponde mandar, por ser sabio y tener a su cuidado el alma entera, y a la fogosidad (alma volitiva) le corresponde ser servidor y aliado de aquél.

…Contábamos entonces, Glaucón, con una cierta imagen de la justicia, que nos ha sido de provecho para tener por recto que quien es por naturaleza fabricante de calzado no haga otra cosa que fabricar calzado, y que el carpintero no haga otra cosa que obras de carpintería, y así con los demás de esa índole.

… Y la justicia era en realidad, según parece, algo de esa índole, mas no respecto del quehacer exterior de los suyo, sino respecto del quehacer interno, que es el que verdaderamente concierne a sí mismo y a lo suyo, al no permitir a las “especies” que hay dentro del alma hacer lo ajeno ni interferir una en las tareas de la otra. Tal hombre ha de disponer bien lo que es suyo propio, en sentido estricto, y se autogobernará, poniéndose en orden a sí mismo con amor y armonizando sus tres “especies” simplemente como los términos de la escala musical: el más bajo, el más alto y el medio. Y si llega a haber otros términos intermedios, los unirá a todos; y se generará así, a partir de la multiplicidad, la unidad absoluta, moderada y armónica. Quien obre en tales condiciones, ya sea en la adquisición de riquezas o en el cuidado del cuerpo, ya en los asuntos del Estado o en las transacciones privadas, en todos estos casos tendrá por justa y bella – y así la denominará – la acción que preserve este estado del alma y coadyuve a su producción, y por sabia la ciencia que supervise dicha acción. Por el contrario, considerará injusta la acción que disuelva dicho estado anímico y llamará “ignorante” a la opinión que la haya precedido.

Creo que, después de esto, debemos examinar la injusticia.

¿No ha de consistir en una disputa interna entre las tres partes (del alma), en una intromisión de una en lo que corresponde a otras y en una sublevación de una de las partes contra el conjunto del alma, para gobernar en ella, aun cuando esto no sea lo que le corresponde, ya que es de naturaleza tal que lo que le es adecuado es servir al “género” que realmente debe gobernar? Pienso que diremos que cosas de esa índole, y el desorden y el funcionamiento errático de estas tres partes es lo que constituye la injusticia, la inmoderación, la cobardía, la ignorancia y, en resumen, todos los males del alma.

Por consiguiente, tanto el obrar injustamente y el ser injusto como el actuar justamente, todo esto se nos revela claramente, si ya se nos ha revelado claramente la justicia y la injusticia.

Tal como las cosas sanas y las malsanas, de las que en nada difieren, pues lo que éstas son en el cuerpo, aquellas lo son en el alma.

Las cosas sanas producen la salud y las malsanas la enfermedad.

De manera análoga, el obrar justamente produce la justicia y el actuar injustamente engendra la injusticia.

… En tal caso, parece que la excelencia es algo como la salud, la belleza y la buena disposición del ánimo; mientras que el malogro es como una enfermedad, fealdad y flaqueza.

… Y las empresas bellas conducen a la adquisición de la excelencia, en tanto que las deshonestas llevan al malogro.

Lo que nos queda por examinar es, creo, qué es más ventajoso, si actuar con justicia, emprender asuntos bellos y ser justo – aun cuando pase inadvertido el que se sea de tal índole-, o si obrar injustamente y ser injusto, aun en el caso de quedar impune y no poder mejorar por obra de un castigo.

~ Pero, Sócrates – protestó Glaucón- , me parece que ese examen se vuelve ridículo. Si en el caso de que el cuerpo esté arruinado físicamente se piensa que no es posible vivir, ni aunque se cuente con toda clase de alimentos y de bebidas y con todo tipo de riqueza y de poder, menos aún será posible vivir en el caso de que esté perturbada y corrompida la naturaleza de aquello gracias a lo cual vivimos, por más que haga todo lo que le plazca. Salvo que se aparte del mal y de la injusticia y se adquiera, en cambio, la justicia y la excelencia.

*Pero, si descubrimos qué es la justicia, ¿consideraremos que en nada debe diferir el varón justo de ella, sino en ser en todo sentido de la misma índole que la justicia, o bien nos contentaremos con que se aproxime a máximo posible y participe de ella más que los demás?

…Con miras a un paradigma, pues, buscábamos la justicia misma, y el hombre perfectamente justo, si podía existir, y lo mismo con la injusticia y el hombre completamente injusto, para que, dirigiendo la mirada hacia éstos, se nos revelaran en lo que hace a la felicidad y a la desgracia y nos viéramos constreñidos a convenir, respecto de nosotros mismos, que quien sea más semejante a ellos tendrá un destino semejante al suyo.

No con miras a demostrar que es posible que lleguen a existir.

… ¿Piensas, acaso, que un pintor que ha retratado como paradigma al hombre más hermoso, habiendo traducido en el cuadro todos sus rasgos adecuadamente, es menos bueno porque no puede demostrar que semejante hombre pueda existir?

Después expone que quienes han de gobernar ese Estado ideal han de ser los filósofos.

…”a menos que los filósofos reinen en los Estados, o los que ahora son llamados “reyes” y “gobernantes” filosofen de modo genuino y adecuado, y que coincidan en una misma persona el poder político y la filosofía, y que se prohíba rigurosamente que marchen separadamente por cada uno de estos dos caminos las múltiples naturalezas que actualmente hacen así, no habrá, querido Glaucón, fin de los males para los Estados ni tampoco, creo, para el género humano; tampoco antes de eso se producirá, en la medida de lo posible, ni verá la luz del sol, la organización política que ahora acabamos de describir verbalmente”.

*. …Puesto que son los filósofos los que pueden alcanzar lo que se comporta siempre e idénticamente del mismo modo, mientras no son filósofos los incapaces de eso, que, en cambio, deambulan en la multiplicidad abigarrada, ¿quiénes de ellos deben ser jefes de Estado?

~ A los que de ellos se revelan capaces de vigilar las leyes y costumbres del Estado, a ésos instituiremos como guardianes.

*. …La idea del Bien es el objeto del estudio supremo, a partir de la cual las cosas justas y todas las demás se vuelven útiles y valiosas.

… Sin duda tenemos desde niños convicciones acerca de las cosas justas y honorables, por las cuales hemos sido criados como por padres, obedeciéndolas y honrándolas.

Pero hay también otras prácticas contrarias a ésas, portadoras de placeres, que adulan nuestra alma y la atraen hacia ellas, pero los hombres razonables no les hacen caso, sino que honran las enseñanzas paternas y las obedecen.

Luego habla de las distintas formas de Estado y cómo se pasa de unas a otras.

*. … Por consiguiente, si las clases de Estado son cinco, también han de ser cinco las modalidades de las almas de los individuos.

Ahora bien, al hombre similar a la aristocracia ya lo hemos descrito, y dijimos que era bueno y justo.

Después de él, debemos pasar revista a los hombres inferiores, al amante del triunfo y del honor (timocracia), conforme a la constitución espartana, luego al oligárquico, al democrático y al tiránico, a fin de que, tras mirar al más injusto, lo contrapongamos al más justo, y sea completo nuestro examen de cómo ha de ser la justicia extrema en relación con la extrema injusticia, respecto de la felicidad y desdicha de quien las alcanza, de modo que, haciendo caso a Trasímaco, persigamos la injusticia o, según lo que ahora el argumento nos hace manifiesto, la justicia.

…de la libertad y de la amistad verdadera nunca gusta la naturaleza tiránica.

Para cualquiera es evidente que no hay Estado más desdichado que el tiránico ni más feliz que el real.

Por consiguiente, el alma tiranizada será la que menos hace lo que quiere; me refiero al alma como todo: arrastrada sin cesar por la pasión en forma violenta, estará llena de turbación y remordimiento.

También es forzoso que el alma tiranizada esté necesitada e insatisfecha.

Este Estado (el tiránico) es el más desdichado de los Estados. Y el hombre tiránico es mucho más desdichado que todos los demás hombres.

Cada uno de los particulares ricos que en los Estados poseen muchos esclavos guardan similitud con los tiranos: mandan a muchos, difiriendo del caso de los tiranos sólo en el mayor número.

… ¿no es una prisión de esta índole donde está encadenado el tirano al poseer una naturaleza como la que hemos descrito y estar colmado de los más variados temores y pasiones? Por curioso que él sea, es el único en el Estado a quien le está vedado viajar a donde sea y contemplar cuantos espectáculos gustan contemplar los demás hombres libres; la mayor parte del tiempo vive recluido en su casa como una mujer, envidiando a los demás ciudadanos cuando alguno de ellos viaja al exterior y ve algo valioso.

Hasta ese punto se acrecientan los malos frutos que cosecha el hombre tiránico, que está mal gobernado en su interior – y al que juzgaste como el más desdichado de todos-, cuando no vive una vida exclusivamente privada sino que, por algún azar, se ve obligado a ser tirano, e intentar gobernar a otros cuando no se domina a sí mismo; como si fuera alguien que, con el cuerpo enfermo e impotente para dominarse a sí mismo, en lugar de retraerse a su vida privada, fuese obligado a pasar la vida en competencia atlética con otras personas.

Por consiguiente, aunque a algunos no les parezca, es en realidad el verdadero tirano un verdadero esclavo, forzado a la mayor adulación y servilismo, lisonjero de los hombres más perversos; alguien que no satisface sus deseos en medida alguna sino que está necesitado de la mayor parte de las cosas, resulta realmente pobre para quien sepa contemplar su alma íntegra; a lo largo de su vida está lleno de temores, así como de convulsiones y dolores, si es que su condición se asemeja a la del Estado al que gobierna.

¿Y que es necesariamente – y por causa del poder llegar a serlo más aún – envidioso, desleal, injusto, carente de amigos, sacrílego, anfitrión y nutridor de toda maldad; y a consecuencia de todo esto es infortunado al máximo y torna de esa índole a cuantos hombres se le aproximan?

Veamos ahora; tal como decide el juez de última instancia, decide tú también quién es el primero en cuanto a felicidad, en tu opinión, quién es el segundo, y así juzga en orden a los cinco hombres: el real, el timocrático, el oligárquico, el democrático y el tiránico.

La decisión es fácil, pues los juzgo según como han entrado en escena, como los coros, respecto de la excelencia y el malogro, la felicidad y su contrario.

Contratemos un heraldo, pues, ¿o proclamo yo mismo que el hijo de Aristón ha decidido que el mejor y más justo es el más feliz, y que éste es el hombre de carácter más real y que reina sobre sí mismo, en tanto que el peor y más injusto es el más desdichado, y que éste resulta ser el de carácter más tiránico que tiraniza al máximo al Estado y a sí mismo.

¿Añadiré a lo dicho que esto es así, pase inadvertido o no a todos los hombres y dioses?

…Se decía (al principio) que para el hombre injusto cometer injusticias era ventajoso, siempre que pasara por justo.

Pues bien, a aquel que afirma que cometer injusticias es provechoso para el hombre y que obrar justamente no produce ventaja alguna, repliquémosle que no está diciendo otra cosa que para ese hombre es de provecho alimentar y fortalecer la bestia polifacética, así como el león y lo que pertenece al león, y debilitar, en cambio, y matar de hambre al hombre, de modo que éste sea arrastrado hacia donde cada una de las otras dos partes lo lleve, y que, en lugar de acostumbrarlas a convivir amigablemente una con otra, se les permita que, luchando entre sí, se muerdan y devoren mutuamente ni una palabra más o una menos diría quien alaba la injusticia.

Por su parte, quien afirma que lo justo es de provecho dirá que se debe obrar y hablar de modo tal que sea el hombre interior el que prevalezca sobre el hombre total y que vigile a la criatura polifacética: tal como el labrador alimenta y domestica las plantas inofensivas, pero impide que las salvajes crezcan, el hombre tomará como aliada la naturaleza del león y cuidará de las otras partes, haciéndolas amigas entre sí, y así las criará.

Eso afirma el que alaba lo justo.

Pues el que elogia lo justo dice la verdad, mientras que quien elogia la injusticia miente.

Sea que lo consideremos en relación con el placer, con la buena fama o con la utilidad, el que ensalza la justicia está en la verdad, y el que la censura no dice nada sensato, y ni siquiera ha conocido aquello que censura.

… ¿No decíamos que, acorde con los preceptos legales, las cosas son consideradas honestas o vergonzosas por el hecho de que, en las honestas, la parte bestial de la naturaleza se subordina a la humana, mejor dicho, a la divina, en tanto que, en las vergonzosas, la porción mansa es esclavizada por la salvaje?

Por consiguiente, y a partir de este razonamiento, ¿es beneficioso para alguien apoderarse injustamente de oro, si le acontece que, al mismo tiempo que se apodera del oro, esclaviza lo mejor de sí mismo a lo más deleznable? Pues, si alguien que, tras recibir oro, entregase a su hijo o a su hija en esclavitud a manos de hombres malos y salvajes, no se beneficiaría con eso ni aunque recibiera el oro en gran cantidad, ¿no será desdichado el que someta sin misericordia lo más divino de sí mismo a lo más ateo y abominable? Al recibir el oro como soborno, ¿no sería la suya una ruina más terrible aún que la de Erifila cuando aceptó un collar por la vida de su marido?

¿De qué modo, entonces Glaucón, y por qué razón diremos que es útil cometer injusticia, vivir sin moderación y hacer algo vergonzoso, cosas que harán al hombre más malvado, por más riquezas y otros medios de poder que haya adquirido?

¿Y de qué modo diremos que es útil al que comete injusticia no ser descubierto ni expiar la falta?

¿O no sucede que el que pasa inadvertido se vuelve aún más perverso, mientras que quien es descubierto y castigado, la parte bestial se adormece y domestica, mientras la parte dulce queda liberada? Y en este último caso el alma íntegra, restablecida en su mejor naturaleza, alcanza una condición más valiosa – al adquirir la moderación y la justicia junto con la sabiduría-, que el cuerpo que obtiene fuerza y belleza junto con salud, tanto cuanto más valiosa es el alma que el cuerpo.

…Grande, en efecto, es la contienda, mi querido Glaucón, mucho más grande de lo que parece, entre llegar a ser bueno o malo; de modo que ni atraídos por el honor o por las riquezas o por ningún cargo, ni siquiera por la poesía, vale la pena descuidar la justicia o el resto de la excelencia.

…Pues bien, ¿no hay para el alma algo que la hace mala?

~ Por cierto que sí, todas las cosas que hemos enumerado, como la injusticia, la inmoderación, la cobardía y la ignorancia.

*… .Y hemos descubierto que la justicia es en sí misma lo mejor para el alma en sí misma, y que ésta debe hacer lo justo cuente o no con el anillo de Giges y, además de semejante anillo, el yelmo de Hades (que también hacía invisible al que lo llevaba).

… Yo os he concedido que el justo podía parecer injusto y el injusto justo, pues vosotros estimabais que, si bien no era posible que esto pasara inadvertido a los dioses ni a los hombres, no obstante debía ser concedido en favor del argumento, para que hubiera una decisión entre la justicia en sí misma y la injusticia en sí misma.

Concededme, ante todo, que a los dioses no se les escapa cómo son el hombre justo y el injusto. Y si no se les escapa, uno sería amado de los dioses y otro odiado por los dioses.

Cabe suponer, por consiguiente, respecto del varón justo, que, aunque viva en la pobreza o con enfermedades o con algún otro de los que son tenidos por males, esto terminará para él en bien, durante la vida o después de haber muerto. Pues no es descuidado por los dioses al que pone su celo en ser justo y practica la virtud, asemejándose a Dios en la medida que es posible para un hombre.

Y de parte de los hombres, ¿no será de este modo si planteamos las cosas como son?

¿No son los hombres astutos e injustos como aquellos corredores que corren bien al partir, pero no cuando se acercan a la meta?

Saltan rápidamente al comienzo, pero terminan por hacer el ridículo, escapándose sin corona alguna y con las orejas caídas sobre los hombros; los verdaderos corredores, en cambio, llegan a la meta, obtienen los premios y son coronados.

¿No sucede así a menudo con los justos? Hacia el final de cada acción, de la relación con los demás y de la vida, gozan de buena reputación y se llevan los premios que otorgan los hombres.

Cuenta, finalmente, el mito de ER para indicar lo que les espera a los justos después de la muerte.

Er es un guerrero que muere en la batalla. Cuando los cuerpos de aquellos que han muerto en la batalla son recogidos, diez días después de su muerte, el cuerpo de Er permanece sin descomponerse. Dos días más tarde, revive cuando está en la pira funeraria.

Habla entonces de su viaje al más allá, da cuenta de la reencarnación y de las esferas celestes del plano astral.

(Platón. La República. Traducción y notas de Conrado Eggers Lan. Edit. Planeta DeAgostini).

Segovia, 25 de octubre del 2021

Juan Barquilla Cadenas.