MITOLOGÍA: FILOMELA Y PROCNE
Hoy, que la maldad humana se hace presente en muchos aspectos de la vida (guerras, explotación de los seres humanos, prostitución, corrupción, niños que trabajan como esclavos o que se les utiliza en las guerras, violaciones, atentados terroristas, asesinatos, secuestros, fraudes, robos, engaños, etc.), pero especialmente en lo relativo a la “violencia machista”, en la que el hombre mata a su pareja o expareja e incluso a veces a los propios hijos para hacer daño a la madre (“violencia vicaria”), me ha parecido bien recordar este mito y, al mismo tiempo, constatar que situaciones que antes sólo aparecían en los mitos, hoy día algunas cosas de ellos, desgraciadamente, se están haciendo realidad.
Filomela era una de las hijas de Pandíon, rey de Atenas. Tenía una hermana llamada Procne.
Habiendo estallado la guerra por una cuestión de fronteras entre Pandíon y su vecino el tebano Lábdaco, aquél llamó en su ayuda al tracio Tereo, hijo de Ares (dios de la guerra), gracias al cual obtuvo la victoria.
Entonces Pandíon dio a su aliado en matrimonio a su hija Procne.
Al cabo de poco tiempo tuvieron un hijo, Itis. Pero Tereo se enamoró de su cuñada Filomela; la violó y, para que no pudiera quejarse, le cortó la lengua. Pero la joven encontró el medio de que su hermana se enterase, bordando sus desgracias en una tela. Entonces Procne decidió castigar a Tereo, para lo cual inmoló a su propio hijo Itis; mandó cocerlo y sirvió su carne a Tereo, sin él saberlo; luego huyó con Filomela.
Cuando Tereo descubrió el crimen, se armó con un hacha y salió en persecución de las dos hermanas, alcanzándolas en Dáulide, en Fócide.
Las jóvenes rogaron a los dioses que las salvasen. Éstos se apiadaron y las transformaron en pájaros: a Procne en ruiseñor, y a Filomela, en golondrina.
Tereo fue también transformado y se convirtió en abubilla.
(Pierre Grimal. Diccionario de mitología griega y romana. Edit. Paidós).
Yo voy a exponer el mito tal y como lo cuenta Ovidio en su obra “Metamorfois” (VI, 426 -676).
“El tracio Tereo los dispersó (a los enemigos) con fuerzas de socorro, y por su victoria tenía un nombre glorioso; a este Tereo, poderoso en recursos y hombres, y cuya prosapia (linaje) se remontaba hasta el augusto Gradivo (1), se le vinculó Pandíon mediante el matrimonio con Procne (una de las hijas de Pandíon).
No asistió a aquel Tálamo Juno la protectora del matrimonio, no el Himeneo (2), no la Gracia (3): las Euménides (4) sostuvieron las antorchas, cogidas de un entierro; las Euménides prepararon el lecho, en la casa se alojó un búho siniestro y vino a posarse en el techo de la alcoba nupcial. Con este pájaro como presagio se unieron Procne y Tereo, y con el mismo llegaron a ser padres. Es verdad que les felicitó la Tracia y que ellos dieron gracias a los mismos dioses y que, tanto el día en que había sido otorgada al glorioso soberano la hija de Pandíon como el día en que había nacido Itis (el hijo de Tereo y Procne), ordenaron que fueran celebrados como solemnes; ¡hasta tal extremo está oculto lo que es útil!
Ya Titán (el Sol) (5) había hecho pasar por cinco otoños la duración del año que retorna, cuando Procne habló así acariciando a su marido: “Si me estimas en algo, envíame a visitar a mi hermana, o bien que venga aquí mi hermana. Prometerás a tu suegro que volverá al poco tiempo; ver a mi hermana será para mí un magnífico obsequio tuyo”.
Ordena él que un navío sea botado al mar y, navegando a vela y a remo, entra en el puerto de Cécrope (6) y alcanza las playas del Pireo.
Tan pronto como llegó a presencia de su suegro, se une la diestra a la diestra y se entabla una conversación que se inicia con signo favorable.
Había empezado a exponer el motivo de su venida y el encargo de su esposa, y a comprometerse a un rápido regreso de la viajera: de pronto llega Filomela (la hermana de Procne), opulenta por el lujo de su atavío, pero más opulenta por su belleza, semejante a como solemos oir que avanzan por el corazón de los bosques las Náyades (7) y las Dríades (8), con sólo que se las suponga arregladas y con parecido atavío.
No de otro modo se encendió Tereo al ver a la joven, que cuando se enciende fuego debajo de espigas que blanquean o se quema hojarasca y hierba que estaba almacenada en los heniles. Verdaderamente lo merecía la figura de Filomela, pero a Tereo le espolea también su lujuria innata, pues la población de aquellas regiones es propensa al amor: arde por el defecto de su raza a la vez que por el suyo propio. Siente el impulso de sobornar la custodia de los acompañantes de Filomela y la fidelidad de su nodriza e incluso solicitarla (seducirla) a ella misma con regalos exorbitantes gastando su reino entero, o bien raptarla y una vez raptada conservarla con feroz guerra; y no hay nada a lo que no se atrevería aquel hombre que es presa de un amor desenfrenado, y su pecho no es capaz de guardar encerradas sus llamas.
Y ya apenas puede soportar la tardanza, y con ávidos labios vuelve a exponer el encargo de Procne y expresa sus propios anhelos bajo el nombre de ella. El amor lo hacía elocuente, y cuantas veces suplicaba más de lo justo pretendía que ésa era la voluntad de Procne; añadió también lágrimas, como si también se las hubiera encargado. ¡Ay dioses, qué gran medida de noche ciega tienen los corazones mortales!
Por el mismo esfuerzo con que prepara su crimen es tenido Tereo por ejemplar esposo, y de su maldad saca glorioso nombre. Más aún, lo mismo ansía Filomela y, sujetando acariciante los hombros de su padre con sus brazos, por su propia vida y aun contra su propia vida le pide ella misma que la deje marchar a ver a su hermana.
Tereo la contempla y con la vista palpa antes de tiempo, y, al advertir los besos y los abrazos que rodean el cuello, todo le sirve de acicate y de tea y de pábulo de su insania (locura), y cuantas veces abraza ella a su padre quisiera ser su padre; porque no por eso se abstendría de su atrocidad.
El progenitor (su padre) se doblega a las súplicas de ambos: ella se alegra y da gracias a su padre y cree, desgraciada, que ha sido un éxito para las dos (hermanas) lo que era calamitoso para las dos.
Y ya era muy pequeña la tarea que Febo (el Sol) le quedaba y sus caballos golpeaban con las patas la región donde el Olimpo está en pendiente (9): un regio menú es servido en las mesas y Baco (vino) en el oro (en vajilla de oro), tras de lo cual se entregan sus cuerpos a un plácido sueño. Pero el odrisio (10), aunque también se ha retirado, hierve por ella y, representándose su figura y sus ademanes y sus manos, imagina como las quiere las partes que aún no ha visto, y alimenta él su propio fuego en medio de una ansiedad que elimina el sueño.
Se hizo de día y Pandíon, estrechando la diestra de su yerno al marchar éste, le recomienda a su acompañante con lágrimas en los ojos: “ yo te entrego a ésta, querido yerno, porque me ha obligado a ello una pretensión justamente afectuosa, conforme lo han querido ambas y lo has querido tú también, Tereo, y por tu lealtad y por los sentimientos de nuestros lazos te pido suplicante, y por los dioses, que la protejas con la solicitud de un padre, y que este dulce consuelo de mi vejez me lo devuelvas a mí, que quedo afligido, cuanto antes: toda tardanza será larga para mí. Y tú también cuanto antes, Filomela (ya es bastante que esté lejos tu hermana), si tienes algún amor filial, vuelve a mí”.
Hacía estos encargos y a la vez daba besos a su hija, y en medio de sus recomendaciones le caían tiernas lágrimas. Y como garantía de compromiso les pidió a ambos las diestras y cuando se las dieron las juntó, y les ruega que en su nombre se acuerden al hablar de saludar a su hija y a su nieto ausentes, y apenas pudo pronunciar, con la boca llena de sollozos, el último adiós, y se asustó de los presagios de su propio corazón.
Tan pronto como embarcó Filomela en el pintado navío y se alcanzó el mar abierto a fuerza de remos y la tierra quedó lejos, grita: “He vencido y conmigo viaja mi pasión”. Y se alboroza y apenas puede resolverse a aplazar su goce aquel bárbaro y en ningún momento aparta de ella la mirada, no de otro modo que cuando con sus patas ganchudas la rapaz ave de Júpiter (el águila) ha depositado una liebre en su elevado nido: no hay posibilidad alguna de huir para la prisionera, y la raptora contempla su botín.
Y ya había terminado el viaje, y saliendo de las cansadas naves habían desembarcado ya en sus playas, cuando el rey arrastra a la hija de Pandíon a un apartado caserío, en la oscuridad de añosas espesuras, y allí, mientras ella palidece y se altera y tiene miedo de todo y pregunta ya, entre lágrimas, dónde está su hermana, la encierra, y declarando su crimen subyuga por la fuerza a quien era doncella y estaba sola, y a quien en vano llamó a gritos muchas veces a su padre, muchas a su hermana querida, y más todavía a los dioses poderosos.
Tiembla ella como una despavorida ovejita que, habiéndose escabullido, herida, de la boca del lobo de gris pelaje, todavía no se encuentra segura, y como una paloma con las plumas mojadas en su propia sangre se espanta aún y sigue teniendo miedo de las garras en las que estaba enganchada.
Cuando, después, recobró el control de sí misma, revolviéndose los sueltos cabellos, como una plañidera, hiriéndose a golpes los brazos y tendiendo sus manos, dijo: “¡Oh bárbaro por tus atrocidades, oh empedernido! ¿Ni te han conmovido los encargos de un padre con sus amorosas lágrimas, ni la ansiedad de una hermana ni mi virginidad ni las leyes del matrimonio? Todo lo has trastornado: me he convertido en la rival de mi hermana, tú en esposo doble, y merezco el castigo que se da a un enemigo. ¿Por qué no me quitas la vida también, para que no te quede, pérfido, maldad alguna por cometer? ¡Y ojalá lo hubieses hecho antes del impío concúbito! Habría disfrutado de unas sombras libres de deshonor (11).
Pero si los dioses ven estas cosas, si son algo las divinas potestades, si al mismo tiempo que yo no se ha perdido todo, alguna vez me pagarás con tu castigo.
Yo mismo, divulgando mi deshonra, anunciaré tu acción: si tengo posibilidad iré a la gente; si se me retiene encerrada en las selvas, llenaré las selvas y convenceré a las piedras, mis testigos. El cielo lo oirá y si algún dios hay en él.
Suscitada por tales palabras la cólera del feroz tirano, y no siendo menor su miedo, espoleado por los dos motivos, saca de su vaina la espada con la que iba ceñido, y agarrando a Filomela por los cabellos le sujeta los brazos a la espalda y la obliga a soportar cadenas. Ella presentaba el cuello y al ver la espada había concebido la esperanza de morir: Tereo le cogió con unas tenazas la lengua, que con indignación pronunciaba sin cesar el nombre de su padre y se esforzaba por hablar, y se la cortó con la feroz espada.
Palpita en convulsiones el extremo de la raíz de la lengua; ésta está en el suelo y cuchichea agitándose sobre la negra tierra; y, como suele saltar la cola de una culebra a la que se ha mutilado, se retuerce y busca al morir las huellas de su dueña.
Incluso después de esta atrocidad (yo apenas me atrevería a creerlo) se dice que muchas veces volvió Tereo a utilizar para su deleite aquel cuerpo lacerado.
Es capaz, después de tales acciones, de volver a Procne, que, al ver a su esposo, busca a su hermana; pero él profiere mentirosos gemidos, le cuenta una supuesta muerte, y las lágrimas le dieron crédito.
Se arranca Procne desde los hombros las ropas resplandecientes de oro en anchas franjas, y se viste telas negras y apresta un sepulcro vacío y ofrece sacrificios expiatorios a unos falsos manes (12) y llora la fatalidad de su hermana, a quien no era así como debía llorar.
Había recorrido el dios (Sol) los doce signos (del zodiaco) en el transcurso de un año. ¿Qué podría hacer Filomela? Una guarida le cierra la posibilidad de huir, los muros de la granja se alzan impenetrables, construidos de sólida piedra, su boca muda está desprovista de la capacidad de delatar lo ocurrido.
Grande es el talento propio del dolor, y el ingenio acude en socorro de las situaciones apuradas. De un telar de los bárbaros cuelga ella, astuta, una urdimbre, y en medio de los hilos blancos entreteje unas marcas de color púrpura que son la denuncia del atentado, y una vez terminado el trabajo se lo entrega a una esclava y le pide por señas que se lo lleve a su señora; aquélla, conforme se le había pedido, se lo entrega a Procne; no sabe qué es lo que entrega en aquel tejido.
Despliega la prenda la consorte del salvaje tirano y lee el desdichado mensaje de su suerte, y (¡es admirable que pudiera!) calla: el dolor le selló la boca, y su lengua no encontró las palabras de suficiente indignación que buscaba, y tampoco le es posible llorar, sino que se precipita dispuesta a confundir el bien y el mal, y toda entera se entrega a imaginar la venganza.
Era la época en que las señoras sitonias (mujeres tracias) suelen celebrar los festivales bienales de Baco; la noche es testigo de los festivales. Por la noche resuena el Ródope (montaña) de agudos tintineos de bronce (13).
Por la noche salió de su casa la reina, y se equipa para los ritos del dios y empuña las armas frenéticas (14). Se cubre la cabeza con sarmientos y pámpanos, de su costado izquierdo cuelga una piel de ciervo, sobre su hombro descansa una ligera jabalina.
Lanzándose a través de las selvas acompañada de un tropel de seguidoras, resulta terrible Procne y, alterada por enfurecimiento de su rencor, simula el tuyo, Baco (15).
Llega al fin al apartado caserío y profiere alaridos y hace resonar el euhoe (16) y echa abajo la puerta y arrastra consigo a su hermana y llevándosela la viste con los atavíos de Baco y le oculta el rostro con hojas y ramas de hiedra, y tirando de ella, que está espantada, la conduce dentro de sus propias murallas (hasta el interior del palacio real).
Cuando Filomela se dio cuenta de que se encontraba en la mansión infame, sintió escalofríos la infeliz y palidece en toda su tez.
Procne, después de alcanzar un lugar idóneo, quita a su desdichada hermana los ornamentos cultuales, le descubre el rostro avergonzado y se echa en sus brazos. Pero Filomela no es capaz, teniéndose por rival de su hermana, de levantar los ojos hacia ella, y queriendo jurar, con la cabeza inclinada hacia el suelo, y poner a los dioses por testigos de que aquella deshonra se le había hecho por la fuerza, su mano hizo las veces de la voz.
Arde Procne y no contiene su cólera, y reprochando el llanto de su hermana le dice: “No es con lágrimas como hay que ventilar esto, sino con hierro, sino con algo, si lo tienes, que pueda superar al hierro. Yo, hermana, estoy preparada para todas las atrocidades: yo, o bien, quemando con teas el palacio real, arrojaré al culpable Tereo en medio de las llamas, o bien le arrancare con el hierro la lengua o los ojos y los miembros que te quitaron la honra, o bien a través de mil heridas echaré fuera su alma dañina. Grande es lo que estoy decidida a hacer: lo que va a ser, todavía no lo sé”.
Mientras tales cosas expone Procne, se acerca Itis (el hijo de Tereo y Procne) a su madre; su presencia le sugiere qué es lo que puede hacer, y mirándolo con ojos implacables dijo: “¡Ay! ¡Qué parecido eres a tu padre!”, y sin hablar más prepara una acción siniestra y hierve en silenciosa cólera. Cuando al fin llegó el hijo y saludó a su madre y se le colgó del cuello con sus bracitos y le dio besos mezclados con infantiles caricias, se sintió impresionada, sí, la madre y su cólera, desarmada, se detuvo, y sus ojos sin querer, se humedecieron de lágrimas que brotaban a su pesar. Pero tan pronto como advirtió que como madre vacilaba por su acendrada ternura, apartó de él la mirada volviéndose de nuevo al rostro de su hermana, y mirándolos alternativamente a los dos dijo: “¿Por qué el uno me prodiga caricias y la otra está muda y con la lengua arrancada? A la que éste llama madre, ¿por qué aquella no la llama hermana? Considera, hija de Pandíon, de qué marido eres esposa. Estás decayendo: un crimen es tener amor materno para quien tiene a Tereo por consorte”.
Y en el acto arrastra a Itis, como un tigre del Ganges a la cría lactante de una cierva a través de las selvas umbrosas, y cuando se encontraron en un sitio apartado de la profunda mansión, mientras el niño tiende las manos y advierte ya su destino y grita “¡madre, madre! y busca su cuello, lo traspasa Procne con la espada en el sitio donde el pecho se une al costado, y no vuelve la cabeza. Incluso un solo golpe hubiera bastado para su muerte: pero Filomela le corta el cuello; y aquellos miembros, vivos todavía y que aún conservaban algo de aliento, los despedazan; a continuación, unos saltan en capaces calderas de bronce, otros chisporretean en asadores: chorrea sangre la estancia.
Con ellos sirve la esposa una mesa a la que invita a Tereo, que nada sabe, y fingiendo que se trata de un rito tradicional de sus padres al que sólo es lícito que asista el marido, hizo retirarse a acompañantes y criados.
Tereo así, sentado en alto sitial de sus antepasados, va devorando y amontona en su vientre sus propias vísceras y, tan grande es la oscuridad de su alma, que dice: “llamad aquí a Itis”. No puede Procne disimular su salvaje goce, y ansiando ser la mensajera de su propia calamidad dice: “Dentro tienes a quien pides”. Mira él a su alrededor y pregunta dónde está; mientras sigue preguntando y vuelve a llamar, avanzó de un salto Filomela, conforme estaba con los cabellos salpicados de la infernal carnicería, y arrojó a la vista del padre la cabeza ensangrentada de Itis, y en ningún otro momento habría preferido poder hablar y testimoniar su goce con bien merecidas palabras.
El tracio derriba la mesa con estentóreos gritos e invoca a las viperinas hermanas del valle estigio (17), y unas veces ansía abrirse el pecho, si pudiera, y sacar de allí el espantoso festín y las entrañas sumergidas, otras veces llora y se llama miserable sepulcro de su hijo, ya, en fin, persigue con el hierro desnudo a las hijas de Pandíon.
Se hubiera dicho que los cuerpos de las cecrópidas (Filomela y Procne) estaban sostenidos por alas: por alas estaban sostenidos.
Una de ellas se encamina a las selvas, la otra se acerca a los tejados, y aún no han desaparecido de su pecho las señales de la matanza y sus plumas están marcadas de sangre.
Él, veloz, por su dolor y por el deseo de castigar, se convierte en un pájaro que tiene en la cabeza una erguida cresta; el pico se prolonga desmesuradamente sustituyendo a la larga lanza: abubilla es el nombre del pájaro y tiene el aspecto de un guerrero armado.
Esta pena, antes de tiempo y sin haber llegado a la época extrema de una larga vejez, envió a Pandíon a las sombras del Tártaro.
(Ovidio. Metamorfosis. Texto revisado y traducido por Antonio Ruiz de Elvira. Texto, notas e índice de nombres por Bartolomé Segura Ramos. Edit. C.S.I.C. Madrid.1988).
Notas.
(1) Gradivo: Ares (Marte), dios de la guerra.
(2) Himeneo o Himen, hijo de Apolo y una musa, o de Baco y Venus, es el dios encargado de presidir las ceremonias nupciales, de encender las antorchas del cortejo nupcial y de dirigir esta procesión.
(3) Las Gracias, hijas de Zeus y de la oceánide Eurínome, aparecen aquí por vez primera, y en representación singularizada, como protectoras del matrimonio.
(4) Son las Erinias o Furias, que se designan también con otros nombres, como las “Augustas”, las “Terroríficas” y especialmente con esta designación eufemística, propia sobre todo de Atenas, las “Euménides” (las “Benévolas”), utilizada por Esquilo como título de la tercera tragedia de la trilogía orestea, aun cuando en la tragedia misma jamás se las llama así.
(5) Titán como nombre del Sol, que es hijo del titán Hiperión, es muy usual en la poesía latina; en la griega aparece pocas veces y casi exclusivamente en la época romana.
(6) Cécrope fue el primer rey de Atenas; por tanto, en el puerto de Atenas o el Pireo.
(7) Náyades son ninfas de las aguas dulces, sobre todo de los arroyos y fuentes de montaña.
(8) Dríades también llamadas “Hamadríades” son “ninfas de los robles” o bien “de los árboles en general”, cuya vida estaba ligada, de algún modo, a un árbol determinado cada una.
(9) Estaba a punto de ponerse por Occidente.
(10) Odrisio: el rey tracio (Tereo), por los Ódrisas, uno de los pueblos que habitaban la Tracia.
(11) Es decir, mi alma (=sombra) habría descendido pura al Infierno.
(12) Manes: el alma de su hermana, que en realidad no estaba muerta.
(13) Tintineos de los címbalos o platillos que tocaban en las Baquias (fiesta de las Bacanales) en las que sobre todo las Bacantes o Ménades, las “locas de Baco”, van ebrias, dando alaridos, agitando tirsos (vara cubierta de hiedra y parra que es el símbolo de Baco), tocando tambores y platillos, y danzando como poseídas.
(14) Armas frenéticas: los tirsos que las Bacantes agitaban en el delirante frenesí de las orgías.
(15) Es decir, simula que se trata sólo de la frenética excitación de la orgía báquica.
(16) Euhoe: grito ritual propio de las Bacantes.
(17) Se refiere a las Erinias, llamadas las Furias en latín. Son divinidades violentas, nacidas, como los Gigantes y las Ninfas Melias de la sangre de Urano, y viven en las tinieblas infernales del Érebo (Infierno, lugar o morada donde residen los muertos); están encargadas de perseguir sobre todo a los parricidas, a los que enloquecen y torturan implacablemente.
Segovia, 28 de enero de 2023
Juan Barquilla Cadenas.