EL ORÁCULO DE APOLO EN DELFOS
Por “oráculo” entendemos cuatro realidades diferentes e interconectadas.
- La revelación hecha por un dios acerca de un acontecimiento que afecta a una persona o a una colectividad.
- El dios al que se consulta para saber algo.
- El sacerdote que actúa como intermediario y comunica o interpreta la respuesta al consultante.
- El lugar sagrado donde tiene lugar la adivinación.
(Alberto Bernabé y Sara Macías Otero. Religión griega. Una visión integradora.)
Los oráculos en cuanto que servían para adivinar el futuro, tuvieron importancia tanto en Grecia como en Roma.
Aunque hubo otros oráculos o santuarios en Grecia, el más importante y conocido era el oráculo de Delfos. Estaba dedicado al dios Apolo.
Apolo es un dios que pertenece a la segunda generación de los dioses olímpicos.
Es hijo de Zeus y de la mortal Leto (o Latona) y hermano de la diosa Ártemis (Diana).
La diosa Hera, esposa de Zeus, celosa de Leto, había perseguido a la joven por toda la Tierra. Cansada de errar, Leto buscaba un sitio donde dar a luz a los hijos que llevaba en su seno, y en toda la Tierra se negaban a acogerla, temiendo la cólera de Héra. Sólo una isla flotante y estéril, llamada Ortigia (la isla de las codornices), consintió en dar asilo a la desventurada. Allí nació Apolo. Éste, agradecido, fijó la isla en el centro del mundo griego y le dio el nombre de Delos, “la brillante”. Allí, al pie de una palmera, el único árbol de toda la isla, Leto aguardó el parto durante nueve días y nueve noches, pues Hera retenía a su lado, en el Olimpo, a Ilitia, la divinidad que preside los partos felices. Todas las diosas y especialmente Atenea, se hallaban junto a Leto, pero nada podían hacer en su favor sin consentimiento de Hera.
Finalmente, resolvieron enviarle a Iris (mensajera, al igual que Hermes, de los dioses) para rogarle que permitiese el alumbramiento, ofreciéndole, para aplacar su ira, un collar de oro y ámbar de un espesor de nueve codos.
A este precio, Hera consintió en que Ilitia descendiese del Olimpo y se encaminase a Delos.
Leto se arrodilló al pie de la palmera y dio a luz, primero a Ártemis, y después, con ayuda de ésta, a Apolo.
En el momento de nacer Apolo, unos cisnes sagrados volaron sobre la isla de Delos, dando siete vueltas a su alrededor – pues era el séptimo día del mes -. Inmediatamente Zeus envió regalos a su hijo: una mitra de oro, una lira y un carro tirado por cisnes. Luego le ordenó que fuese a Delfos. Pero los cisnes condujeron primero a Apolo a su país, a orillas del Océano, en la tierra de los “hiperbóreos”, los cuales viven sobre un cielo siempre puro y que han consagrado a Apolo un culto que celebran sin cesar.
Allí permaneció Apolo un año, recibiendo los homenajes de los “hiperbóreos”, y regresó luego a Grecia, llegando a Delfos en pleno verano.
En Delfos, Apolo mató con sus flechas a un dragón llamado tan pronto Pitón como Delfine, encargado de proteger un antiguo oráculo de Temis, pero que se entregaba a todo tipo de desmanes en el país, enturbiando los manantiales y los arroyos, robando los ganados y los aldeanos, asolando la fértil llanura de Crisa y asustando a las ninfas.
También se cuenta que Hera le había dado el encargo de perseguir a Leto (la madre de Apolo) cuando llevaba en su seno a Ártemis y a Apolo.
Apolo liberó al país de la alimaña, pero en recuerdo de su hazaña – o tal vez para aplacar la cólera del monstruo después de muerto -, fundó en su honor unos juegos fúnebres, que se llamaron “Juegos píticos”, celebrados en Delfos.
Después se apoderó del oráculo de Temis y consagró un trípode en el santuario. El trípode es uno de los emblemas de Apolo, y sentada sobre él la sacerdotisa o pitonisa (la Pitia) pronuncia sus oráculos.
Los habitantes de Delfos celebraban con cánticos de triunfo la victoria del dios y su toma de posesión del santuario.
Por primera vez cantaron el “peán”, que es, en esencia, un himno en honor de Apolo.
Pero éste tuvo que ir hasta el valle del Tempe, en Tesalia, para purificarse de la mancha de la muerte del dragón.
Cada ocho años, una solemne fiesta conmemoraba en Delfos el exterminio de Pitón y la purificación de Apolo.
Se cuenta que, más tarde, el dios tuvo que volver a defender su oráculo, esta vez contra Heracles (Hércules). En efecto, éste había acudido a interrogarlo, y como la Pitia se negaba a responderle, quiso saquear el templo, llevarse el trípode y establecer un oráculo propio en otro lugar. Apolo inició la lucha, la cual quedó indecisa, ya que Zeus separó a los contendientes –ambos hijos suyos – fulminando un rayo entre ambos. Pero el oráculo quedó en Delfos.
(Pierre Grimal. Diccionario de la mitología griega y romana. Edit. Paidós).
El oráculo de Delfos era muy importante desde el punto de vista político, por ejemplo, no se podía emprender la fundación de una “colonia” sin haber consultado antes el oráculo.
Y numerosos personajes políticos acudían a consultar el oráculo de Delfos.
Las respuestas del oráculo a veces eran ambiguas, como cuenta el historiador Heródoto: El rey lidio Creso, que había decidido invadir Persia, consultó el oráculo de Delfos y la respuesta fue: “Si Creso cruza el río Halis, un gran imperio caerá”. Y el rey Creso cruzó el río creyendo que se refería a que caería el imperio persa, en lugar del suyo, como ocurrió.
“Delfos es una localidad ubicada en la cima del monte Parnaso, en el sur de Grecia. Aquí se erigió en el siglo IV a. de C. el templo de Apolo que acogió al legendario oráculo.
En Delfos se encontraba el “ónfalo” (el ombligo) o el centro del universo.
El historiador y geógrafo griego Pausanias escribió sobre el “ónfalo” y decía de él que era el símbolo del centro cósmico donde se crea la comunicación entre el mundo de los hombres, el mundo de los muertos y el de los dioses.
La leyenda cuenta que Zeus hizo volar dos águilas o dos cuervos desde dos puntos opuestos del universo. Las aves llegaron a encontrarse en Delfos, en el lugar donde hay una piedra cónica llamada “ónfalo”. La piedra, en forma de medio huevo, fue encontrada durante las excavaciones cerca del templo de Apolo.
Estas piedras, que representaban el ombligo del mundo, simbolizaban el centro o lugar a partir del cual se había iniciado la creación del mundo. Al colocarlas en un determinado espacio, se le sacralizaba y convertía en centro religioso. En el caso del “ónfalo” de Delfos, este santuario se convirtió en el ombligo o centro religioso de toda Grecia”. (Wikipedia)
Hesíodo (Teogonía 497-500) identifica el “omphalos” con la piedra vomitada por Cronos tras devorarla, engañado por la diosa Rea.
Crono engullía a sus hijos al nacer, pero cuando nació Zeus, Rea le dio, en su lugar, una piedra envuelta en pañales.
“Primero vomitó (Cronos) la piedra que se había tragado en último lugar; Zeus la colocó en la amplia tierra, en Delfos la muy sagrada, en los valles del Parnaso, para que fuera en adelante un símbolo, maravilla para los mortales”.
Delfos contó con un espacio sagrado desde al menos el siglo VIII a. de C.
Existen restos materiales que apuntan al antiguo culto a la Tierra que recoge lejanamente el mito de Pitón (santuario de Temis) y a un establecimiento del culto de Apolo desde finales del mismo siglo. Desde el siglo VII a. de C. el santuario se encuentra en un proceso de permanente ampliación que no se detiene hasta el siglo IV a. de C.
Delfos fue el más importante de los santuarios oraculares del mundo griego. Su vitalidad se extiende hasta bien entrada la Antigüedad tardía: tras resistir las acometidas expoliadoras de Constantino a comienzos del siglo IV d. de C., experimentó una breve recuperación gracias a los esfuerzos de Juliano el Apóstata. Pero el edicto del emperador Teodosio en el año 394 d. de C. supuso su cierre definitivo y su transformación en terreno episcopal.
Para realizar la consulta al oráculo, el peregrino iniciaba su camino en la “fuente Castalia”, donde debía purificarse antes de traspasar la muralla que separaba el recinto sagrado de la contaminación del mundo exterior.
La “Vía sacra” (a lo largo de la cual podían observarse estatuas y “tesoros” (pequeños edificios destinados a albergar las ofrendas al dios), erigidos para conmemorar distintos hechos y sufragados por vencedores en competiciones o ciudades victoriosas tras una batalla) conducía a través de un camino ascendente hasta la imponente construcción que albergaba el oráculo, las oficinas de los intérpretes y el “adyton”, lugar de acceso permitido sólo para la Pitia, sacerdotisa del dios, cuyo presunto contacto directo con el dios, gracias a un trance de naturaleza muy discutida, permitía pronunciar en voz muy alta sus designios (respuestas oraculares).
Sólo podían consultar el oráculo los varones, bien en su propio nombre o bien en nombre de una ciudad.
El único día en que se podía acudir al oráculo era el séptimo de cada mes, dedicado tradicionalmente a Apolo.
Después de haber pagado la tasa e incluso una sobretasa, si deseaba adquirir el derecho de consultar antes que los demás (la “promanteia”), el consultante se aproximaba al “adyton”. Parece ser que el consultante no tenía contacto directo con la Pitia, sino con un “prophetes”, que transmitía las palabras de la sacerdotisa.
Plutarco, que estuvo tres décadas al servicio de Apolo en Delfos, señala que la Pitia no se dejaba ver y que tanto intérpretes (“prophetes”) como consultantes oían tan sólo su voz.
Además de los ya aludidos “prophetai”, conformaban el cuerpo sacerdotal unos “hiereis”, palabra que significa propiamente “sacerdotes” (los que hacían los sacrificios de los animales). En época helenística el cargo de “hiereus” era vitalicio y lo desempeñaban dos personas, que se encargaban del sacrificio (mataban una cabra) previo a la consulta del oráculo.
Además, estaban los “hosioi”, que eran cinco, siempre de origen délfico, y su función primera era controlar las cuestiones relativas al culto heroico. Eran los jefes del oráculo y del templo.
Los “prophetai” cobraban la tasa de consulta a los peregrinos, además de interpretar las palabras sin sentido de la Pitia y poner por escrito el resultado de su acción hermenéutica, normalmente en verso.
Tanto las respuestas como las listas de consultantes y la de los vencedores en los “Juegos píticos” se archivaban en el llamado “Chresmographeion” (lugar de escritura oracular).
(Alberto Bernabé y Sara Macías Otero. Religión griega. Una visión integradora. Edit. Guillermo Escolar).
Segovia, 25 de septiembre del 2022
Juan Barquilla Cadenas.