ARATO: “Fenómenos” (Φαινόμενα)
Ahora que se están produciendo quejas de la “contaminación lumínica” que impide ver en el cielo las estrellas, me ha parecido oportuno recordar al poeta y astrónomo Arato (siglo III a. de C.), que hace una descripción del firmamento (cielo), de las constelaciones que aparecen en él.
Y es que los griegos y otros pueblos de la antigüedad tenían más necesidad que nosotros de conocer el cielo y sus estrellas, para orientarse los barcos en su navegación y prever los fenómenos meteorológicos los campesinos a la hora de sembrar y cosechar los frutos y las mieses del campo.
Hoy día vivimos demasiado apegados a la tierra y apenas miramos al cielo; por eso conviene volver la mirada a los clásicos (griegos y latinos), que siempre tienen algo que enseñarnos, y más en estos tiempos en que estamos medio perdidos debido a una megainformación.
Arato nos habla en su obra “Los Fenómenos” de las constelaciones.
Una “constelación” es una agrupación de estrellas cuya posición en el cielo nocturno es aparentemente tan cercana que las civilizaciones antiguas decidieron conectarlas a través de líneas imaginarias, dibujando así “figuras” en la bóveda celeste.
La mayor parte de las constelaciones que describe Arato son “catasterismos”, es decir, transformaciones de personajes mitológicos en una estrella o en una constelación.
Las constelaciones del mundo antiguo que hoy se usan se deben, prácticamente, a la cultura griega.
Homero, en su obra “La Odisea” ya menciona la constelación de “Orión”.
Los astrónomos griegos Timocaris y su alumno Aristilo, desde la Gran Biblioteca de Alejandría, trazaron un mapa del cielo, alrededor del 290 a. de C. Este compendio fue el que permitió a Hiparco, unos 160 años después, descubrir la “Precesión de los Equinocios”.
Los trabajos de Hiparco de Nicea se desarrollaron entre los años 162 y 127 a. de C.
Hacia el 132 a. de C., notando una diferencia entre las posiciones de las estrellas dadas por Timocaris y Aristilo, determina la “Precesión de los Equinocios”, un movimiento secular de la Tierra que hace que cambien las posiciones de los astros con el correr de los años y que sólo es perceptible cuando se comparan posiciones de las estrellas separadas por grandes lapsos de tiempo.
Hiparco elaboró un catálogo con 1.080 estrellas dispuestas en 49 constelaciones.
Arato de Solos escribe en el 270 a. de C. su obra “Fenómenos” (Φαινόμενα), hasta ahora la única obra escrita sobre este tema que ha llegado hasta nuestros tiempos.
En esta obra Arato describe 45 constelaciones, probablemente conocidas milenios atrás por Caldeos y Acadios.
Alrededor del 170 a. de C., Eratóstenes escribe “Catasterismos” (transformaciones en estrellas) y restringe el número de constelaciones a 42.
Cayo Julio Higino (Gaius Iulius Higinus) (64 a. de C. – 17 a. de C.) describe en su obra “Poeticon Astronomicon” 42 constelaciones, en lo que constituye una copia moderna del trabajo de Eratóstenes.
Plinio (Gaius Plinius) (23 d. de C. -79 d. de C.) en su obra “Historia naturalis” dedica dos capítulos a la cosmografía en donde describe 72 “asterismos” (grupo de estrellas) y 1.600 estrellas.
Claudio Tolomeo (85 d. de C. – 165 d. de C.), astrónomo de la Gran Biblioteca de Alejandría, realiza un trabajo de recopilación del conocimiento astronómico de la antigüedad entre los años 138 y 161 d. de C.
Su obra de 13 tomos “Mathematiké sintaxis”, fue escrita en griego, y en ella compiló un catálogo de 1.028 estrellas, dispuestas en 48 constelaciones.
A esta obra los árabes la llamaron “Almagesto”.
Gracias a este tratado se tienen referencias de los trabajos de Timocaris, Aristilo e Hiparco.
Según algunos historiadores, esta obra pudo estar influenciada por los trabajos realizados por Eudoxus de Knidos en el 350 a. de C.
El “Almagesto” fue tan influyente que dominó el acontecer astronómico y filosófico por más de 1300 años.
(“Las constelaciones del mundo antiguo”. Tayabeixo)
Aquí nos vamos a centrar en la obra de Arato.
Arato nacido en Solos (Cilicia) en el año 310 a. de C. y muerto en el año 240 a. de C. fue un escritor griego, poeta y astrónomo.
Compuso su poema más famoso “Fenómenos” (Φαινόμενα) en la corte macedonia de Antígono II Gónatas y lo completó alrededor del 275 a. de C.
Gozó de una gran reputación entre los alejandrinos primero y entre los romanos después.
El mismo Calímaco lo celebró en un bello epigrama y muchos otros lo elogiaron, como maestro de esa poesía astronómica, estelar en sus temas y luminoso en sus versos.
En “Amores” I 15, 9 -18, Ovidio ofrece una significativa lista de los poetas griegos cuya fama ha de pervivir por siempre: Homero, Hesíodo, Sófocles en la tragedia, Menandro en la comedia y Calímaco entre los alejandrinos; y entre tan destacados autores cita la tan a menudo olvidada personalidad de Arato, de quien profetiza “Arato siempre vivirá con el Sol y con la Luna”, es decir, Arato siempre estará asociado a un determinado tipo de poesía: la poesía didáctico-astronómica.
Según la “Vita II”, lo más destacable de la obra de Arato es la regulación de los años, meses, días y estaciones, de los ortos y ocasos del Sol, la Luna y los planetas; asimismo, se le atribuye la defensa de la esfericidad de la Tierra como cuerpo celeste inmóvil respecto al Universo.
Los “Fenómenos” son el producto helenístico más radiante y famoso de la poesía didáctico astronómica. En poco más de mil hexámetros (1.154 exactamente), Arato de Solos, un poeta culto, describe el alto firmamento (cielo) y sus constelaciones en versos de resonancias homéricas.
Es una magnífica y pintoresca muestra de esa poesía alejandrina llena de erudición y, por otra parte, sustentada en un sólido saber astronómico, de moda en su época.
Arato escribe un poco antes de la invasión de las doctrinas caldeas en el mundo helenístico; ignora, por tanto, la “astrología”, y su poema es de inspiración netamente estoica: comienza por un himno a Zeus comparable al de Cleantes; la Providencia ha colocado en el firmamento las constelaciones como signos que guíen a la humanidad.
Arato, con este comienzo teológico, deja expedito el camino al determinismo astrológico, que se desarrollará en los siglos siguientes, al revelar a los hombres la “pronoia” (providencia) de Zeus.
Arato ofrece una ventaja sobre la mayor parte de los poetas de esta época: la posibilidad de leer una obra suya completa, los “Fenómenos”.
Y su lectura demuestra cómo un poeta cualificado tiene capacidad para convertir en obra maestra la materia más árida, tal y como también hará más tarde Virgilio en las “Geórgicas”.
Cicerón adaptó, en su juventud, del griego la obra astronómica de Arato por el que sentía una profunda admiración.
Virgilio también conoció el poema de Arato para escribir sus “Geórgicas”.
Manilio (siglo I d. de C.) en su obra “Astronomica” parece que conoce también la obra de Arato.
Tras Cicerón y Manilio, Arato encontró un nuevo adaptador en Germánico, sobrino del emperador Tiberio, que tradujo con bastante libertad sus “Fenómenos” y sus “Pronósticos”.
Rufo Festo Avieno (siglo IV d. de C.), que continuó la tradición didáctica de la poesía romana, tradujo de nuevo los “Fenómenos” de Arato.
De las 45 constelaciones que describe en su obra he elegido diez (una vez exceptuadas las constelaciones del zodiaco: Aries, Tauro, Géminis, Cáncer, León, Virgo, Libra, Escorpión, Sagitario, Capricornio, Acuario y Piscis).
Comienza la obra con un “Proemio” (un himno a Zeus de 18 versos):
“Comencemos por Zeus, a quien jamás los humanos dejemos sin nombrar. Llenos están de Zeus (profesión de fe panteísta) todos los caminos, todas las asambleas de los hombres, lleno está el mar y los puertos. En todas las circunstancias, pues, estamos todos necesitados de Zeus. Pues también somos descendencia suya.
Él, bondadoso con los hombres, les envía señales favorables; estimula a los pueblos al trabajo recordándoles que hay que ganarse el sustento; les dice cuándo el labrantío está en mejores condiciones para los bueyes y para el arado, y cuándo tienen lugar las estaciones propicias tanto para plantar las plantas como para sembrar toda clase de semillas.
Pues él mismo estableció las señales en el cielo (es decir, los astros que pueblan el firmamento) tras distinguir las constelaciones, y ha previsto para el curso del año estrellas que señalen con exactitud a los humanos la sucesión de las estaciones, para que todo crezca a un ritmo continuo…”.
1. Eje del mundo y constelaciones circumpolares: Osas y Dragón
“Todas sin excepción, cada una hacia un lado, al deslizarse son arrastradas con el cielo todos los días sin cesar nunca; por el contrario, el eje no se traslada ni un poco siquiera, sino que está siempre bien fijado, mantiene en equilibrio la tierra, atravesándola toda por el centro, y él mismo hace girar en torno el cielo. (En realidad, el eje no es la causa real del movimiento de la esfera, sino únicamente el centro).
Dos polos lo limitan por ambos lados: uno no es visible, y el otro está en el extremo opuesto en la región boreal (Arato hace referencia al hemisferio norte, ya que el sur queda fuera de sus observaciones) encima del Océano.
Las dos Osas que están en torno suyo corren a una; razón por la cual se les llama “carros”.
Aquéllas subieron al cielo desde Creta por voluntad del gran Zeus, pues siendo todavía niño lo ocultaron en la perfumada gruta del Dicte, no lejos del monte Ida, y lo alimentaron durante un año, cuando los Curetes Dicteos engañaron a Crono.
La leyenda más célebre cuenta que una vez que Rea dio a luz a Zeus en una caverna cretense, la ninfa Amaltea rogó a los Curetes que bailasen alrededor del niño sus danzas guerreras, con el objeto de que Crono no descubriese el llanto del recién nacido.
La “Osa menor” recibe el nombre de “Cinosura” (la cola del perro) a partir de Tales (ca. 600 a. de C.).
De esta constelación tenemos pocos datos excepto que fue una ninfa nodriza de Zeus, convertida en osa por Ártemis al encontrarla embarazada.
La estrella principal α (alfa), en el extremo de la cola, es la estrella Polar, una supergigante amarilla a alrededor de 700 años luz, que recibe este nombre en el siglo XV.
A la otra osa se la llama “Hélice” (la “osa mayor”). Esta constelación era conocida por Homero como “el Oso”, ya que, generalmente, se admite que aquél no conocía la Osa menor.
Se trata de la otra nodriza de Zeus, identificada a veces con otra ninfa, Calisto.
Es la tercera constelación del firmamento en dimensiones. La denominación latina de este catasterismo es “Triones”, a la que se antepone el numeral “septem” – pues está compuesta de siete estrellas- dando como resultado “Septem Triones”, de donde nosotros tenemos “Septentrion” y “septentrional”.
Con Hélice (la “Osa mayor”) los aqueos determinan en el mar el lugar donde hay que dirigir las naves; confiados en la otra (la “Osa menor”) atraviesan el mar los fenicios, de ahí que a veces sea llamada “fenicia”.
Pero si Hélice está clara, fácil de reconocer y muy visible desde el comienzo de la noche, la otra, por el contrario, es pequeña, pero mejor para los marinos (Hasta los tiempos modernos ha sido tradicional entre los navegantes guiarse por la estrella Polar, estrella de la “Osa menor”), porque gira toda ella en una órbita menor; con ella también los sidonios navegan sin torcerse lo más mínimo.
Entre ambas, como la corriente de un río, se revuelve el “Dragón” (o la serpiente).
El Dragón constituyó junto a las dos Osas, las tres constelaciones polares para los griegos.
Se le suele identificar con el dragón que custodiaba las manzanas de oro del jardín de las Hespérides (“las occidentales”), que Heracles debía coger en su undécimo trabajo, y a quien éste dio muerte, siendo posteriormente catasterizado por la diosa Hera.
La cabeza del Dragón está situada en el límite del círculo ártico o círculo de las estrellas siempre visibles.
2. El arrodillado
“Allí mismo rueda una figura parecida a un hombre que se esfuerza; nadie es capaz de nombrarlo claramente ni decir por qué clase de trabajo está suspendido en el cielo, sino que simplemente le llaman “el arrodillado”.
Parece que al afanarse en algo dobla las rodillas; desde ambos hombros se elevan sus manos y se extienden sus brazos en cruz.
Tiene la punta del pie derecho encima de la cabeza del tortuoso Dragón”.
A menudo se ha identificado este catasterismo con Heracles, probablemente porque apoya su pie sobre la cabeza del Dragón.
A pesar de ser la quinta constelación del firmamento en cuanto a extensión no es de las más importantes.
Es visible, sobre todo, a finales de primavera y verano.
3. La corona
(Ptolomeo la llama la “Corona Boreal” para diferenciarla de la “Corona austral”, débil figura situada a un extremo de la Vía láctea).
En tiempos de Arato sólo se conocía como “Corona” la emplazada al norte.
Consiste en un arco de siete estrellas, entre las que destaca una de magnitud 2 llamada “Gema”, que se sitúa, como su nombre indica, como la gema central de la corona.
Esta constelación, especialmente visible en primavera y verano, contiene un importante racimo de alrededor de 400 galaxias situado a más de 1.000 millones de años luz.
“Allí mismo la “Corona” que colocó Dioniso para que fuese recuerdo insigne de la desaparecida Ariadna, da la vuelta bajo la espalda de la sufriente figura”.
Está incrustada entre el “arrodillado”, el “boyero” y el “dragón”.
4. El Boyero
Detrás de Hélice (la “Osa mayor”) evoluciona, parecido a un conductor, Artofilace, a quien los hombres dan el sobrenombre del “Boyero”, porque hace el efecto de tocar con la aguijada el carro de la Osa, y es todo él muy brillante; debajo de su cintura da vueltas, clara entre las demás, la estrella Arturo.
(Artofilace significa “el guardián de la Osa”, y se trata de Árcade, hijo de Zeus y de la ninfa Calisto, y que fuera el héroe epónimo de Arcadia).
Zeus lo catasterizó en compañía de su madre.
5. El cochero, la cabra y las cabritas
El “cochero”: suele identificarse esta constelación con Erictonio, el semirreptiliano rey de Atenas que Apolodoro (III 14, 6 ss.) presenta como el cuarto rey de Atenas desde Cécrope, inventor de la cuadriga, y catasterizado por Zeus que lo admiraba por haber rivalizado con el Sol.
Hay otras variantes secundarias que identifican al cochero con Mírtilo, el cochero de Enomao, y sobre todo con Hipólito, el hijo de Teseo y de la amazona.
La “cabra” es la principal estrella del “cochero”, séptima en brillo de todo el firmamento, y señala su hombro izquierdo.
Se trata de la cabra Amaltea, la que fuera nodriza de Zeus en Creta, y con cuya piel se fabricó Zeus un famoso escudo llamado “égida” (del griego αἴξ-αἰγός).
Su cuerno se convirtió en un prodigioso productor de bienes, por lo que se le conoce como el “cuerno de la abundancia” o “cornucopia”.
Es una binaria espectroscópica de un diámetro 16 veces mayor que el Sol y 150 veces más luminoso que éste.
Las “cabritas”: Ptolomeo los identifica con las pequeñas estrellas de la muñeca izquierda del Auriga, y Virgilio las llamaba “lluviosas”, pues su orto vespertino, a finales de septiembre, anunciaba perturbaciones meteorológicas.
6. Híades
Se las considera las “lluviosas”, pues su ocaso anunciaba la estación de lluvias.
Conocidas por Homero (Il. XVIII, 486), eran siete ninfas: Ambrosía, Eudora, Fesile, Corónide, Polixo, Feo y Dione.
La forma de la Híades nos recuerda una V, y a los griegos debió recordarles la letra ýpsilon (Y); de manera que Híades debió significar “las estrellas en forma de V”.
Componen un racimo largo y brillante de unas 200 estrellas, de las que las más resplandecientes están dispuestas en forma de V.
7. Cefeo
Cefeo representa al rey de los etíopes, esposo de Casiopea y padre de Andrómeda, que fue catasterizado por voluntad de Atenea.
Cefeo está situado en el borde de la Vía láctea y está repleto de estrellas dobles y variables, siendo la más famosa de ellas la estrella δ (delta), utilizada para calcular distancias espaciales.
8. Casiopea
Esposa de Cefeo y madre de Andrómeda. Su país fue asolado por un monstruo marino enviado por Poseidón a instancias de las Nereidas, con las que Casiopea había rivalizado.
En el firmamento se la representa sentada en un trono que está compuesto por sus cinco estrellas más brillantes en forma de W.
9. Andrómeda
Según el oráculo de Amón, Etiopía se vería libre del monstruo que la asolaba, si le era entregada a éste como expiación la hija de Cefeo y Casiopea, Andrómeda. Perseo la salvó y se casó con ella.
Sófocles y Eurípides compusieron sendas tragedias sobre este tema y de las que sólo nos restan escasos fragmentos.
A pesar de la forma de esta constelación, no es muy brillante, al ser su estrella más luminosa solamente de segunda magnitud.
Andrómeda fue encadenada a una roca. Por esta razón tiene los brazos en cruz; postura en la que fue catasterizada.
10. Las Pléyades
Al lado del muslo izquierdo de “Perseo” evolucionan en racimo todas las Pléyades.
Las Pléyades, hijas de Atlante y Pléyone, son siete, una de las cuales –Mérope- es invisible por ser la única que se casó con un mortal, Sísifo.
Fueron perseguidas por Orión (un cazador) con la intención de violarlas, pero los dioses se apiadaron de sus súplicas y las transformaron en palomas; finalmente Zeus las catasterizó, formando el famoso racimo del Toro, que, en realidad, comprende como mínimo 130 estrellas de magnitud 3 a 14, situadas a 410 años-luz.
Ya eran conocidas por Homero, que hace que Hefesto las grabe en el escudo de Aquiles ( Il.XVIII 486; Od. V 272).
Para Hiparco (I 6,12), la rodilla izquierda de Perseo está lejos de las Pléyades.
El propio Arato, en un poema perdido titulado “El adivino”, daba otra versión, según la cual era Electra la pléyade invisible a causa de la muerte de Dárdano (su hijo) y la destrucción de Troya.
Por haber sido expulsada del coro de sus hermanas, lleva el cabello suelto y se le identifica con un cometa.
Las siete son llamadas (dice Arato) por un nombre distinto: Alcione, Mérope, Celeno, Electra, Estérope, Taigete y la venerable Maya.
Son igualmente débiles y oscuras, pero son célebres por dar vueltas tanto por la mañana como por la tarde, gracias a Zeus, que las hizo señalar el comienzo del verano y el del invierno y la llegada de la labranza.
Las Pléyades eran importantísimas para los pronósticos de cara a la vida agrícola y a la navegación, ya que, como indica Hesíodo, su orto anuncia el comienzo de la cosecha y su ocaso preludia la sementera de otoño.
(Arato. Fenómenos. Biblioteca Clásica Gredos. Introducción, traducción y notas de Esteban Calderón Dorda, revisada por el Dr. Riaño).
Segovia, 12 de julio del 2025
Juan Barquilla Cadenas.