El emperador MARCO AURELIO
Marco Aurelio (121 d. de C. -181 d. de C.) fue uno de los mejores emperadores del Imperio romano.
Aquí he resumido un poco lo expuesto por Alberto Monterroso en su obra “Emperadores de Hispania. Trajano, Adriano, Marco Aurelio y Teodosio en la forja del Imperio romano. Edit. La Esfera de los libros).
Cuando Adriano adoptó a Antonino Pío para que fuera emperador, estaba eligiendo al hombre que con más seguridad cumpliría su deseo de que reinara su verdadero heredero, que siempre fue Marco Aurelio.
No podía imaginar el emperador viajero (Adriano) que su última decisión sería la mejor. Aquel Antonino Pío llegará a ser uno de los mejores césares de Roma y además garantizará el trono a Marco Aurelio, aquel niño oriundo de Hispania, nieto de Annio Vero, considerado hoy uno de los mejores gobernantes de la historia.
El emperador elegido por Adriano (Antonino Pío) cumplió todos los requisitos a los que se había comprometido, pero había una decisión que era sólo verbal y que él no había firmado: las bodas de los herederos.
Antonino Pío quería alterar los compromisos matrimoniales que había organizado su antecesor. Pero antes le pidió permiso a su esposa Faustina.
A través de este detalle se observa que ella era la garante de que se cumplieran todos los pactos.
Era una mujer que ostentó un poder enorme como emperatriz. Murió a los tres años de que su marido hubiera alcanzado el Imperio, pero durante ese tiempo la tía de Marco Aurelio demostró ser una pieza importantísima del gobierno. Fue ella quien permitió al césar (Antonino Pío), en última instancia, que rompiera el compromiso entre su sobrino y Fabia para casarse con la hija de ambos, Faustina la Menor.
La decisión es muy relevante, porque evidencia el pensamiento que tenían los tíos de Marco Aurelio con respecto a la sucesión.
Al contrario que Adriano, sospechan que dos coemperadores podrían rivalizar entre ellos y en ningún caso querían otorgar la primacía a Lucio Vero casándolo con su hija. Por eso Antonino Pío deshizo la futura boda de Marco Aurelio con Fabia, hermana de Lucio Vero, para casarlo con Faustina.
Aquella niña, heredera de la sangre de Trajano por vía materna, era también prima suya.
Cuando se produjera el matrimonio, aquel enlace daría toda la legitimidad a Marco Aurelio por delante de su hermano de adopción.
Hay que reconocer que Antonino nunca despreció a L. Vero, pero siempre prefirió a Marco Aurelio, como lo demuestra aquel cambio de planes con que otorgaba al hermano mayor todas las prerrogativas, situándolo en la primera línea de sucesión. Y no sólo con esta medida.
La boda se celebró en el año 145, pero Antonino ya contaba con su sobrino, desde mucho antes para gobernar.
Al año siguiente a la muerte de Adriano y durante los cinco años previos a este enlace, entre 140 y 145, el nuevo césar (Antonino Pío) había desempeñado todos los consulados con Marco Aurelio.
Ambos ejercen sin interrupción la Jefatura del Estado durante este lustro, lo que implica que, desde el inicio, el emperador está compartiendo el poder con su sobrino, un joven que tenía 19 años cuando murió Adriano y que accederá a la más alta magistratura del Estado entre sus 20 y 25 años de edad.
Durante este tiempo seguirá desempeñando labores políticas de primer orden y acumulando, poco a poco, experiencia, honores y responsabilidades.
Al año siguiente de la boda con Faustina, en el año 146, Antonino Pío le confirió la potestad tribunicia y el imperium, prerrogativas que sólo se otorgaban al sucesor al trono y a los emperadores reinantes.
Podemos entender, con este tipo de medidas, que el joven Marco Aurelio actuaba “de facto” como césar junto a Antonino Pío desde casi el principio del reinado. Sin duda estaba aprendiendo con uno de los mejores el oficio de “emperador”.
Lucio Vero quedaba relegado, pero no se trataba de falta de cariño, sino de cuestiones políticas.
La “Historia Augusta” explica que Antonino lo quiso sinceramente por sus cualidades de generosidad y honradez. Le decía a menudo a Marco Aurelio que debía mirar a su hermano e imitar sus cualidades. El muchacho era de naturaleza más alegre y vitalista que Marco, un hombre más serio y formal.
Antonino entendía que ambos hermanos, de espíritu epicúreo y estoico respectivamente, podían, desde sus diferencias, influirse mutuamente y beneficiarse de ese intercambio de caracteres.
Aun así, a pesar de su afecto por los dos y de la fidelidad a sus compromisos, que nunca incumplió, no llegó en ningún momento a otorgar a Lucio Vero cargos ni poder alguno, como sí hizo con Marco Aurelio. Era igualmente su hijo adoptivo, pero, durante sus veintitrés años de gobierno, lo trató como a un ciudadano particular.
Es más, cuando llegue el momento de nombrar emperador a Marco Aurelio, el Senado querrá investirlo en solitario, pero él (Marco Aurelio) sólo aceptará el cargo si, en el mismo acto, se nombra también conjuntamente a su hermano (Lucio Vero) como césar con los mismos derechos y capacidad de mando.
Es un gesto de generosidad, inteligencia y fidelidad a los deseos de Adriano.
A la muerte de Antonino Pío, ambos hermanos adoptivos recibieron la potestad tribunicia y el imperium; regirían el Imperio conjuntamente.
Será la primera vez en la historia que reinen dos emperadores desde el principio y con el mismo poder.
Aquel gobierno compartido recordará al de dos cónsules de la antigua República romana, aunque en este caso no serán honores (cargos) anuales, sino vitalicios.
La “Historia Augusta” describe a Antonino Pío como un hombre muy atractivo, de gran talento y buenas costumbres, elegante y de elevada estatura. Su expresión era noble, su semblante plácido y sereno. Dotado de gran personalidad y muy cordial, era simpatizante de la corriente filosófica del estoicismo, que propugna la serenidad y la moderación en todos los actos de la vida. “Ecuanimidad” es el consejo que dio a Marco Aurelio en su lecho de muerte. Consiste en contemplar la vida con serenidad, buscando la justicia, la clemencia y la moderación en su labor pública. “Estoicismo” significa racionalismo, paciencia, sabiduría y templanza.
Y ésa es la gran lección que aprendió de él Marco Aurelio, que llegaría a convertirse, además de en emperador, en uno de los tres filósofos estoicos más importantes de Roma, junto a sus predecesores, Séneca y Epicteto.
Durante el reinado de Antonino Pío, en ningún momento se descuidaron las fronteras, a pesar de que algunos historiadores afirman que Antonino quizá se desinteresó de los acontecimientos que sucedían en el exterior de Italia, y que su inactividad provocaría los casi 20 años de guerra que tuvo que encarar Marco Aurelio.
Le censuran que no hiciera guerras preventivas.
Pero aquellos críticos no entienden sus verdaderas motivaciones, que son las mismas que tuvo Adriano y que tendrá después Marco Aurelio.
Todos estos césares (emperadores) procuraron evitar los conflictos armados. Ninguno de ellos inició jamás una guerra de conquista ni, en palabras actuales, mostró ningún afán imperialista.
Prefirieron, como hizo Séneca mientras dirigió el Imperio a la sombra de Nerón, mantener el statu quo y utilizar la diplomacia antes que la violencia.
No tuvieron interés en aumentar las fronteras del Imperio. No era además aconsejable. Se limitaron a defenderse y reprimir los ataques con moderación.
Su motivación principal fue mantener la paz.
Cuando murió su tío (Antonino Pío), tanto los persas como los britanos y germanos se le echaron encima.
Provocaron guerras brutales que pusieron a Roma contra las cuerdas. Marco Aurelio no tuvo más remedio que responder a esas agresiones masivas y coordinadas en varios frentes distintos al mismo tiempo. Tuvo que dedicar la mayor parte de su reinado a combatir a los enemigos, no por voluntad propia, sino por pura obligación de autodefensa.
Nos transmite la “Historia Augusta” una frase que solía repetir Antonino Pío y que muestra sus intenciones: “Nadie tuvo, ciertamente, tanta autoridad sobre las naciones extranjeras, a pesar de que amó siempre la paz, hasta el punto de que solía repetir aquella frase de Escipión en que afirmaba que prefería salvar a un solo ciudadano que matar a mil enemigos”.
Los gobiernos pacíficos imbuidos en la filosofía política del estoicismo no excluyen el uso de la guerra cuando es estrictamente necesario. No lo fue durante el reinado de Antonino. Sí lo fue y de manera ineludible durante el gobierno de Marco Aurelio.
Y su hijo Cómodo debería haber continuado la labor de su padre. De hecho, abandonar por pereza las fronteras fue lo que abocó al Imperio a su lenta decadencia.
Antonino Pío mantuvo buenas relaciones con el Senado. Promovió el progreso y la justicia social. Su reinado, junto con el de sus predecesores Trajano y Adriano, y el de sus sucesores, Marco Aurelio y Lucio Vero, se conoce como la Edad de Oro del Imperio romano.
En política interior, los años en que Marco ejerció labores de gobierno bajo la dirección de su tío brillaron por la honradez y la buena gestión económica.
Los procuradores eran obligados a cobrar los impuestos con moderación. A todos los que intentaban extralimitarse se les obligó a rendir cuentas de sus actos y siempre se evitó que se lucraran de los habitantes de las provincias. Hubo control y un deseo firme de frenar todo abuso de poder. Aquellos dos Antoninos (Antonino Pío y Marco Aurelio) siempre tuvieron en cuenta las quejas de quienes reclamaban por trato injusto. Controlaron a los servidores de palacio, a todos los intermediarios que querían traficar con las influencias y vender las decisiones del emperador antes de que fueran de dominio público. Eliminando intermediarios y atendiendo directamente a los asuntos de Estado, se cargaron de trabajo, pero también evitaron la corrupción de los libertos, que con césares perezosos y descuidados tomaron en otro tiempo decisiones por su cuenta y obtuvieron grandes cantidades de dinero traficando con la información de que disponían.
Se prohibieron las delaciones y falsas acusaciones.
Todo el estamento senatorial era respetado, se le tenía en cuenta para gobernar y administrar el Imperio. Y no se ejecutó durante su reinado ni a uno solo de sus miembros. En el caso de un senador parricida que confesó voluntariamente el crimen, no se le condenó a muerte, como merecía según la ley, sino que fue desterrado a una isla desierta porque no merecía vivir entre ciudadanos.
En materia de justicia se preocuparon, como fue labor de toda la dinastía, por mejorar las leyes.
Antonino Pío se sirvió de expertos como Vindio Vero, Salvio Valente, Volusio Meciano, Ulpio Marcelo y Diaboleno. Marco Aurelio seguirá esta misma línea cuando gobierne primero con su hermano, luego en solitario.
Durante aquel reinado se reprimieron las sediciones con moderación, se estableció un gasto máximo para los juegos gladiatorios, se redujeron los gastos superfluos, se rindieron cuentas de todas las medidas (tomadas) en el Senado y por medio de edictos.
En política exterior, los años en que gobernaron juntos (Antonino Pío y Marco Aurelio) fueron tiempos en que se supo mantener el prestigio de Roma, evitando cualquier conflicto y procurando resolver las dificultades a través de la diplomacia.
Cuando Farasmenes , rey de Iberia, en el Cáucaso, llegó a Roma con su esposa, aquel monarca mostró más respeto y admiración por Antonino Pío del que había mostrado al propio Adriano.
Roma juega en estos tiempos el papel de árbitro político del mundo.
La “Historia Augusta” llega a decir que Antonino nombró a Pacoro “rey de los lazos” y que una carta suya fue suficiente para hacer desistir al rey de los partos Vologases III de sus ataques contra Armenia. Estos comentarios muestran claramente que Antonino actuó de mediador entre las guerras de diferentes reinos y con su palabra puso fin a los litigios entre reyes. También demuestran que la situación de Oriente era conflictiva, lo que sufrirá Marco Aurelio en el momento en que se haga cargo del poder, a la muerte de su tío.
En aquellos tiempos Roma gozó de una autoridad sin parangón sobre las naciones, pero ambos gobernantes sabían que el Oriente era un polvorín a punto de estallar.
Esa autoridad moral que ejerció Roma sobre el resto de los pueblos propició un importante auge económico y comercial en aquella época.
Se demuestra en las embajadas que llegaron desde la India, Hircania y Bactriana, y por el hecho, ya comentado, de que Antonino actuaba como árbitro en los litigios entre reyes bárbaros.
El contacto con la India y Bactriana en tiempos de su tío le permitió a Marco Aurelio fomentar sus relaciones con el Extremo Oriente.
En el año 165 el emperador filósofo (Marco Aurelio) envió una embajada a China. Un año después hay constancia de que hubo mercaderes griegos y sirios en la corte del emperador chino Huan-Ti, que actuaban como embajadores del césar An-Tun, es decir, Marco Aurelio Antonino, y que sentaron las bases para establecer un comercio directo entre el Imperio romano y China.
El emperador chino Huan-Ti celebró en el Palacio Imperial diversos ritos taoístas y budistas que deseaban la buena salud de Marco Aurelio y la futura amistad entre aquellos dos lejanos imperios.
Además, en recientes excavaciones en el delta del río Mekong, en la localidad de OC-EO, en Vietnam, han aparecido áureos, monedas de oro, de Antonino Pío.
La India mantenía un pujante comercio con Roma y China por vía terrestre y, sobre todo, marítima, hasta el extremo de que actuaba en muchas ocasiones como intermediaria entre ambas potencias. Roma levantó en Egipto y Asia una potente industria textil para elaborar y transformar, en productos manufacturados, la seda que le llegaba de China a través de la India.
África también participaba de toda esta potente red comercial, no sólo por su industria textil y por los ricos productos agroalimentarios de la franja romana, sino también por las relaciones con el interior del continente en lo que respecta al comercio de animales salvajes destinados a los anfiteatros de todas las provincias, así como oro, piedras preciosas, esclavos, marfil, etc.
Todo este sueño de prosperidad y comercio para los tres continentes se vio truncado por la guerra que Persia inició contra Marco Aurelio sin previo aviso y por la peste que asoló al Imperio romano tras su victoria sobre los partos.
Por si la terrible pandemia no fuera suficiente, los marcomanos invadieron las fronteras justo en ese momento, en el invierno de los años 166 a 167.
Ellos y los sármatas coordinados con otros pueblos bárbaros del Rin y el Danubio, iniciaron una nueva guerra que obligó a Marco Aurelio a prestar toda su atención a Occidente.
Aquellas durísimas contiendas provocaron una sangría que, junto al azote de la peste, forzó a Roma a descuidar el Oriente, abandonando posiciones avanzadas en el Éufrates y el golfo Pérsico. Sin esos apoyos, la navegación costera con la India se volvió cada vez más peligrosa e insegura, y con el tiempo, se fue reduciendo hasta desaparecer; lo mismo sucedió al comercio con China que, al tener que cruzar necesariamente por la India, corrió la misma suerte.
Antonino Pío murió a la edad de setenta años a causa de unas fiebres, el 7 de marzo del año 161.
Al tercer día, ante el empeoramiento de su enfermedad, encomendó el Estado a Marco Aurelio, en presencia de los prefectos del pretorio, y ordenó que la estatua de oro de la diosa Fortuna, que solía colocarse en el dormitorio de los emperadores, se trasladara a las estancias de su sobrino e hijo adoptivo. Legó a su hija sus bienes patrimoniales privados. Su cuerpo fue depositado en el Mausoleo de Adriano y se erigió una columna en su honor en el Campo de Marte. El Senado votó su divinización por unanimidad.
Cuando Adriano eligió a su sucesor, sabía que aquel reinado no sería demasiado complicado y que, tras su muerte, Marco Aurelio estaba llamado a ser emperador. La sangre de Trajano, que él también compartía por familia y matrimonio, se perpetuaría sin impedimento. Lo que no pudo sospechar fue que el reinado de Antonino Pío sería modélico, ejemplo de prosperidad, paz, justicia, progreso, uno de los mejores de la humanidad. Y luego, el gobierno de Marco Aurelio simbolizaría la encarnación del sueño de Platón, un sabio en el poder.
Las calamidades de las guerras y las pestes acosaron Roma a finales del siglo II, pero el rey filósofo supo responder, como nadie, a todas aquellas agresiones y salvar al Imperio de la mayor amenaza que había sufrido en su historia.
Por eso, los gobiernos de Antonino Pío y de los Antoninos (sus herederos Lucio Vero y Marco Aurelio) garantizaron a Roma medio siglo de prosperidad, diez lustros de una verdadera Edad de Oro, heredera de aquellos 40 años en que gobernaron los mejores emperadores que se había visto desde Augusto: Trajano y Adriano.
El siglo en que reinaron fue un campo de cultivo fértil, donde florecieron los personajes importantes de la “Segunda Sofística”.
La dinastía mostró siempre una especial preocupación por la filosofía y el buen gobierno, y procuró educar en esa línea a todos sus miembros.
El propio Adriano eligió a su amigo y colaborador Herodes Ático como maestro de retórica griega para su sobrino; aquél era el profesor más cualificado en esta materia, con lo que vemos que Marco Aurelio gozó de los mejores profesores de su tiempo.
Herodes Ático fue uno de los muchos profesores que tuvo Marco Aurelio y que contribuyeron a su excelente formación humana e intelectual.
A todos ellos agradece al principio de su libro de “Meditaciones” lo que aprendió de cada uno.
Fueron Cornelio Frontón y Herodes Ático, los más importantes y famosos de su tiempo. El escritor Aulo Gelio , en su libro “Noches áticas”, muestra su admiración por ambos y cuenta varias anécdotas en que se aprecia el nivel intelectual de la época y de los personajes que jugaron un papel preeminente en el mundo de la cultura y la política.
Desde el lado romano, Cornelio Frontón rivalizaba con Herodes Ático en fama y prestigio. Había sido el profesor de Marco y Lucio, los dos coemperadores. Era un gran orador que admiraba el estilo de Quintiliano antes que el de Séneca, aunque tuvo que aceptar, al igual que le ocurrió al padre de este último, que su pupilo se decantara antes por la filosofía que por la retórica, su especialidad.
Al igual que Séneca, Marco Aurelio considerará más importante “qué decir” que “cómo decirlo”.
Frontón era uno de los hombres más preparados de su tiempo.
Fueron muchos los intelectuales que destacaron en aquella época, entre ellos, Apiano de Alejandría, que escribió una “Historia romana” en 24 libros que abarcaba desde la fundación de Roma hasta la muerte de Trajano.
Hay muchos más personajes de gran altura intelectual. Albino, por ejemplo, fue un filósofo que vivió en Esmirna. Escribió una “Introducción a los Diálogos de Platón” donde combina las teorías platónicas con las estoicas y aristotélicas.
Ayudó a crear un renacimiento de la filosofía de Platón durante los reinados de Antonino Pío y Marco Aurelio. Ejerció una gran influencia en los escritores de época antonina, como Apuleyo y Máximo de Tiro. También tendrá gran importancia en el desarrollo posterior del neoplatonismo de Plotino, aunque en Albino seda más el racionalismo estoico que el misticismo.
Este filósofo fue maestro de Galeno, el médico de la familia imperial, uno de los hombres más importantes de su tiempo, cuyo nombre propio es sinónimo de “doctor”.
Galeno fue médico, pero también crítico literario y filósofo. Sus teorías sobre medicina dominaron la ciencia europea a lo largo de más de mil años en campos tan diversos como la anatomía, la fisiología, la patología, la farmacología y la neurología. Hombre del Renacimiento antes de que existiera el Renacimiento, dominaba también la filosofía y la lógica, así como las principales esferas del conocimiento, sin que faltaran la gramática, la comedia o la retórica.
Trabajó para la familia imperial bajo Marco Aurelio y Cómodo. De él decía Marco Aurelio que era el mejor médico y un filósofo único.
Durante su estancia en la corte, Galeno será testigo de la llegada de una de las peores pandemias mundiales de la historia, la llamada “peste antonina”, que estudió, describió y relató en sus obras.
Los grandes intelectuales de la época de Adriano y Antonino Pío seguirán su carrera en tiempos de Marco Aurelio.
Hemos visto a Arriano, editor de la filosofía de Epicteto. También continuarán sus investigaciones los grandes juristas, como Gayo, que murió en el año 178 tras haber dejado una obra valiosísima, conocida como “Instituciones”, la primera exposición sistemática del Derecho Romano al modo griego. Sus escritos se convirtieron en libros de texto para los estudiantes de Derecho en tiempos de Justiniano y, de hecho, fue el manual en que se basaron los posteriores, como las “Instituciones” de Justiniano, que contribuirá a la creación y sistematización de todo el Derecho Romano posterior.
No sólo la ciencia y la jurisprudencia brillarán en tiempos de Marco Aurelio, también la literatura.
En esta época se escribe la única novela romana que se ha conservado completa. La sorprendente y original obra lleva por título “Metamorfosis”, conocida también como “El asno de oro”. Su autor Apuleyo.
Es el antecedente de la “novela picaresca” que se desarrollará ampliamente a partir del siglo XVI y sabemos que influyó en el “Quijote”, la primera novela moderna.
Otro de los intelectuales que más contribuyó a dibujar la sociedad en tiempos de Marco Aurelio fue Elio Arístides. Fue un gran orador y escritor de discursos. Su discurso “A Roma” es de gran interés no sólo literario, sino también político por cuanto elogia las virtudes del gobierno de aquella dinastía hispana Antonina.
Fue pronunciado en Roma en el año 143 y habla de la generosidad y el poder bien ejercido, de las ventajas de una paz universal, de las fáciles comunicaciones existentes entonces, de la prosperidad de todos los pueblos; en especial habla de Grecia y de cómo todas las partes del Imperio son tratadas con equidad e igualdad de oportunidades.
La preocupación de los Antoninos por la cultura fue una de las marcas de la dinastía hasta el extremo de que Marco Aurelio ha pasado a la historia como uno de los filósofos más importantes de Roma.
El libro “Meditaciones” de Marco Aurelio es una de las obras más leídas de la historia de la literatura.
Otro filósofo eminente de aquella época fue Casio Máximo de Tiro (125 -185), profesor en Atenas, intelectual que viajó por todo el Imperio y llegó a vivir en Roma en los últimos años de Marco Aurelio. Allí publicó la mayor parte de su obra, escrita en griego y de tintes platónicos. Pertenece también a ese movimiento cultural conocido como “Segunda Sofística”. Se conservan más de 40 discursos o disertaciones filosóficas bajo el título griego de “diálogos” “dialexeis”, en los que trata diversos temas con un estilo directo e impactante, divulgativo y fácil de entender para el gran público.
La filosofía compite con la retórica en la primacía de la actividad intelectual desde tiempos antiguos, y ahora, en época antonina, surgirán grandes filósofos y también grandes oradores, como el propio Hermógenes de Tarso (160 -225). Estuvo considerado el mejor profesor de retórica y un eminente teórico del arte de la elocuencia. Admiraba el estilo y la técnica de los grandes oradores de la época clásica griega, en especial Demóstenes. El compendio de su obra se conoce como “Arte”, “Techné” en griego.
La época de los Antoninos será la que alcance a ver el crecimiento de un género que se desarrollará plenamente en este momento y que hoy es el más importante del panorama literario actual: la novela. Aquí bastarán dos escritores para entender la originalidad a la que se llegó y la influencia posterior que ejerció sobre la literatura universal: Aquiles Tacio y Luciano de Samosata.
Aquiles Tacio había nacido en Alejandría, capital del Egipto romano a mitad del siglo II y pertenece, por tanto, a ese movimiento cultural llamado “Segunda Sofística”.
Su obra más famosa es una novela en ocho libros con el título de “Aventuras de Leucipo y Clitofonte”, un relato erótico- romántico escrito en primera persona, magnífica historia de amor y aventuras que tuvo una enorme influencia posterior durante la Edad Media y el Renacimiento.
Luciano de Samosata (125 -181), importante escritor en lengua griega, es uno de los primeros humoristas y precursor del género de la ciencia ficción.
Luciano se dedicó a dar conferencias en las ciudades más importantes del Mediterráneo durante el reinado de Marco Aurelio. Su fama le llevó por toda Grecia, Italia y la Galia.
Vivió unos años en Roma, donde fue amigo del filósofo platónico Nigrino. Sabemos que entre los años 163 y 165 Desarrolló su actividad intelectual en Antioquía, capital de la Siria romana.
Luego se trasladó a Atenas, donde compró una casa y vivió allí al menos diez años.
Fue en esa temporada cuando escribió la mayor parte de sus obras.
Escritor muy prolífico, crítico, con gran sentido del humor, compuso libelos, como “El maestro de retórica”, parodias de tragedias clásicas, como “El pie ligero” o “la tragedia de la gota”. Pero una de sus composiciones más asombrosas es una novela corta titulada “Historias verdaderas”, donde describe un viaje a la Luna, a la que llega en un barco arrastrado por una descomunal tempestad que empuja una gigantesca tromba de agua. Allí, en la Luna, descubre a sus habitantes, los selenitas, seres que no tienen ano, que hilan los metales y el vidrio para hacerse trajes, beben zumo de aire, tienen ojos portátiles que se ponen o se quitan a su antojo y viven en un mundo maravilloso donde, por cierto, los hombres son los que dan a luz en vez de las mujeres. Con esta asombrosa obra, Luciano ha pasado a la historia como uno de los pioneros del género de la ciencia ficción. Pero quizás lo que más le caracteriza es su crítica despiadada y su tremenda ironía, que ha influido en todas las épocas. Luciano es uno de los mayores genios satíricos de la literatura universal.
Por fortuna, se conserva casi toda su obra en prosa, el llamado “Corpus Lucianeum”, que consta aproximadamente de 82 libros de temática muy variada.
Toda esta preocupación por la cultura, la ciencia y la literatura no tuvo repercusiones solamente en la esfera intelectual de la sociedad. Los emperadores hispanos buscaron llevar también la inteligencia al mundo de la política. Este fue el objetivo prioritario de Marco Aurelio y a ello dedicó el poco tiempo que le dejaron las numerosas guerras que el destino le tenía preparadas.
El tiempo que pasó en Roma lo empleó en mejorar la legislación e iniciar medidas administrativas que hicieron progresar los derechos y libertades de la ciudadanía. Por ejemplo, ordenó que todos los ciudadanos registraran los nacimientos de sus hijos en el “Templo de Saturno”. En aquel lugar se custodiaban el erario público, las cuentas del Estado y los decretos del Senado. A partir de ahora todos los ciudadanos debían inscribir a sus hijos en el plazo de 30 días e imponer un nombre a los nuevos romanos. En las distintas provincias estableció la creación de archivos públicos donde se registraran también todos los nacimientos.
Dictó leyes sobre los banqueros y las subastas públicas. Designó al Senado como juez supremo para dilucidar muchas cuestiones que hasta aquel momento habían sido de su exclusiva jurisdicción.
Estableció medidas que agilizaron los trámites jurídicos, defendieron a las capas más desfavorecidas de la población y aumentaron el prestigio e importancia de la Curia. A varios senadores que eran pobres pero honestos les concedió la dignidad de tribunos o ediles para que sirvieran al Estado desde esos cargos. No eligió para este estamento a ninguno del que no conociera su integridad y ética.
Consultó con los senadores todos los asuntos delicados y no hizo pública ninguna decisión sin antes haberla consensuado con todos.
Si estaba en Roma, asistía siempre a las sesiones que se celebraban, aunque no hubiera ninguna proposición que someter a consulta.
Cuando tenía que hacer alguna propuesta, la presentaba personalmente aunque tuviera que viajar desde fuera de Roma. A menudo permanecía en las asambleas del pueblo, donde tenían lugar los debates políticos y las votaciones sobre nombramiento de magistrados, hasta bien entrada la noche. Y nunca se retiró de la Curia aunque su presencia no fuera necesaria. Todo esto lo hacía por deferencia a los distintos estamentos que conformaban el Estado, pueblo y Senado, a quienes respetaba por igual.
Mostró especial cuidado y atención a la justicia.
Designó al Senado juez de las apelaciones hechas por el cónsul. Añadió días “judiciarios” al calendario, dejando en 230 los días destinados al estudio de las causas y a la discusión de los litigios. Creó el cargo de “pretor tutelar”, cuyo primer responsable fue Arrio Antonino. Ésta y otras figuras jurídicas velaban por los intereses de los jóvenes menores de veinticinco años que por su inexperiencia habían sido engañados para hacer negocios perjudiciales para sus intereses.
Todas las leyes y medidas que puso en marcha buscaban garantizar los derechos de los ciudadanos e impedir los fraudes y abusos de los poderosos.
En el terreno económico también mejoró el gasto público y acabó con los falsos acusadores, despreciando las delaciones que enriquecían el fisco, pero perjudicaban a los particulares. Ingenió medidas inteligentes que beneficiaron la creación y la distribución de bienes y alimentos destinados al pueblo.
En tiempos de hambre, distribuyó eficazmente trigo entre los ciudadanos de Italia sacándolo de los graneros de Roma y se aseguró de que el reparto fuera completo.
Disminuyó los espectáculos sangrientos. Moderó los combates de gladiadores. Racionalizó los donativos excesivos que se hacían a los actores de moda, ordenando que no recibieran más de cinco piezas de oro y que ningún promotor de espectáculos sobrepasase los diez áureos.
Vigiló y mantuvo operativos todos los caminos, calzadas y vías. Adoptó todas las medidas necesarias para el aprovisionamiento de trigo.
Nombró cuatro jueces supremos para Italia como en su tiempo había hecho Adriano. Con esto delegó en ellos funciones para ejercer la justicia en su nombre.
Promulgó leyes sobre los impuestos, sobre la tutela de los libertos, sobre las herencias para que las madres pudieran disponer de ellas y, a su vez, legarlas directamente a sus hijos sin la mediación del un varón.
Creó comisarios encargados de cada distrito y les otorgó la facultad de castigar a quienes exigieran más impuestos de lo establecido. Se esforzó por reforzar y mejorar la antigua jurisprudencia. Se rodeó de expertos, prefectos, asesores, de cuya autoridad y experiencia se sirvió en todo momento para la promulgación de leyes. Uno de los máximos colaboradores era Escévola, el mayor experto en jurisprudencia de su época.
Con el pueblo se comportó siempre de forma respetuosa, mirando por sus intereses antes que por los propios.
Marco Aurelio actuó con gran moderación en todo.
Era enérgico y actuaba con firmeza, pero se mostraba siempre respetuoso y razonable.
En sus medidas buscaba el consenso y el acuerdo con el Senado. Procuró que todos los ciudadanos vivieran como hombres libres en un Estado libre.
A los malvados los apartaba del mal con su autoridad moral. A los buenos los hacía mejores. Premió a los esforzados. Idolatró la libertad de expresión.
Nunca favoreció al Estado por delante de los ciudadanos, pero afirmaba que lo que perjudica a la colmena no beneficia a la abeja.
Pero en Roma estuvo un tiempo muy escaso.
El acoso de los bárbaros en las fronteras no le permitió dedicarse a más cuestiones de política interior.
Los otros emperadores de la dinastía, Nerva, Trajano, Adriano, Antonino Pío y Lucio Vero, pusieron las bases para ese tremendo éxito.
Cuando muera asesinado Cómodo, el último de la estirpe, todos los césares que vengan después querrán presentarse como herederos de los Antoninos.
Por eso Severo y sus hijos se nombraron descendientes de los Antoninos, se hicieron adoptar póstumamente.
La dinastía de los Severos y sus hijos Caracalla y Geta siempre quisieron ser vistos como Antoninos y ser llamados “Antoninos”. Y no sólo ellos. Al menos una docena de emperadores que siguieron a la muerte de Cómodo se llamaron o quisieron ser llamados así.
Aquellos gobernantes (los Antoninos) habían dejado el listón muy alto. De ello es consciente Alejandro Severo, que es el primero que rechaza del Senado, a pesar de la insistencia, el título de “Antonino” y lo hace por no querer ser medido por aquella exigente vara de medir.
A la muerte de Antonino Pío, Lucio Vero tendrá el enorme privilegio de gobernar conjuntamente con Marco Aurelio durante ocho años.
Pero aquel privilegio también entrañaba, necesariamente, una tremenda responsabilidad, algo de lo que tampoco podrá librarse Cómodo, el hijo del emperador filósofo.
Marco Aurelio siempre confió en su hermano (Lucio Vero), a quien quiso y educó como a un hijo.
Lucio Vero se crió bajo la atenta mirada de su hermano y recibió una formación exquisita, muy parecida a la que él tuvo en su día.
Dicen las fuentes que Lucio Vero apreció mucho a todos sus maestros y también ellos a él. Aunque no fuera un alumno tan excelente como Marco Aurelio, sí era muy amable y sincero.
De joven fue muy aficionado a la caza, a los ejercicios gimnásticos y al deporte.
Durante los 23 años que duró el reinado de su padre adoptivo Antonino Pío, Lucio Vero estuvo viviendo como un ciudadano normal en el palacio imperial.
En el año 161 fue elegido cónsul junto con su hermano.
Aquello era una premonición de lo que habría de pasar. Dos cónsules, como en la antigua República, compartiendo el poder durante un año, estarían llamados dos meses después, a convertirse en emperadores con igual rango.
Oficialmente ambos hombres compartían los mismos poderes, pero Lucio Vero siempre respetó a su hermano como a un padre; nunca puso en duda su mayor autoridad moral.
Marco Aurelio le había cedido el control del ejército y había arengado a las tropas en nombre de los dos demostrando así la confianza que tenía con su hermano adoptivo.
Es la primera vez que este hecho tiene lugar en la historia de Roma.
Lucio Vero siempre se comportó con dignidad y en todo momento respetó las directrices de Marco, tal como lo explica la “Historia Augusta”. Fue un hombre honesto y humilde, conocedor de sus obligaciones, agradecido por los gestos de respeto y aprecio que siempre le mostró su hermano.
Durante los años en que su hermano colaboró en la dirección del Imperio, él se mantuvo como un particular, sin los honores con que era recibido Marco Aurelio. No se sentó nunca en el Senado hasta que desempeñó la “cuestura”. Cuando viajaba, no lo hacía en compañía del emperador, sino con el prefecto del pretorio. No recibió nunca ningún honor extraordinario que no le correspondiera.
Las fuentes comentan que Lucio Vero manifestó hacia Antonino Pío lealtad, pero no amor. Quizá notara la predilección que Antonino Pío siempre tuvo por Marco Aurelio, inevitable por lazos familiares, de temperamento y creencias. Ambos eran tío y sobrino y tenían un carácter muy parecido, los dos eran fervientes estoicos, hombres serios, morales, adustos. A Lucio Vero le gustaba más el epicureísmo, se le notaba su carácter sensual, divertido, ávido de lujo y placeres. Pero, a pesar de las diferencias de temperamento, siempre respetó a Antonino Pío y a su hermano Marco Aurelio. Y Antonino Pío siempre apreció a Lucio Vero por su ingenuidad de carácter y honestidad. Era un joven sincero y sensato, amable y sin malicia alguna.
Pocos meses pudieron estar los hermanos juntos en Roma. La guerra estalló muy pronto en Persia y Lucio Vero tuvo que marchar a Oriente para comandar las tropas de defensa. Allí estuvo destinado al mando del ejército entre los años 162 y 166.
Las fuentes cuentan que se dedicó al lujo y los placeres, abandonando sus obligaciones al frente de los ejércitos y dejando todo el trabajo a sus generales.
Dice la “Historia Augusta” que cuando marchó a Siria, adquirió fama de irresponsable y vividor por llevar una vida licenciosa, con abundantes adulterios e incluso relaciones con muchachos jóvenes.
Cuando volvió a Roma, llevaba, según decían, una vida de vicio al estilo de Calígula, Nerón o Vitelio. Muy aficionado a las carreras de caballos, al juego, a todo tipo de vicios, organizaba en sus banquetes privados luchas de gladiadores.
“Pero Marco Aurelio, a pesar de que conocía con detalle todos estos hechos, simulaba no saberlo, porque sentía vergüenza de reprender a su hermano”.
Pero hay que tener en cuenta que la exageración de los vicios de Lucio Vero ayuda a elevar aún más la virtud de Marco Aurelio.
Pero ambos, tanto la virtud de uno como el vicio del otro, están sobredimensionados. La descripción de Lucio Vero es más bien un recurso novelesco que carece de argumentos reales.
Lo cierto es que Lucio Vero, aunque fuera aficionado al lujo y a la buena vida, no descuidó nunca sus obligaciones. Siguiendo las órdenes de su hermano, había marchado inmediatamente a Oriente para encabezar la campaña militar contra los persas. Lo que ocurrió allí no son rumores de taberna, sino hechos comprobados.
Vologases III, rey de los partos, había comenzado la guerra sin previo aviso. Esperó justo a la muerte de Antonino Pío en el año 161, y en ese mismo año, aprovechando la transición de poder y luto, ordenó a su general Cosroes que atacara por sorpresa. El persa rodeó completamente a las dos legiones que estaban acantonadas en Elegeia (Armenia). El ataque fue totalmente inesperado y la victoria persa fulminante. Con aquel golpe, el enemigo había destruido las fuerzas romanas que protegían el acceso a las provincias orientales.
En poco tiempo ocuparon sin dificultad el reino de Armenia y la provincia romana de Siria.
Lucio Vero llegó a Antioquía en el año 162 y, durante todo ese año, preparó y equipó en Anatolia un enorme ejército compuesto por 16 legiones, unos 200.000 hombres. Una vez en el terreno, confió el desarrollo de las operaciones a sus cuatro mejores generales: Gayo Avidio Casio, Publio Marcio Vero, Marco Claudio Frontón y Marco Estacio Prisco.
La campaña contra Persia supuso un éxito clamoroso para las armas romanas.
El hermano de Marco Aurelio había dispuesto las medidas oportunas para frenar la invasión e iniciar el contraataque.
Es verdad que delegó en sus generales, pero él estaba allí para materializar la presencia del emperador, no para dirigir personalmente las tropas.
También Antonino Pío hizo la guerra a través de sus legados.
Lucio Vero reunió los suministros para la guerra y confió las legiones a Avidio Casio. Éste resistió el ataque de Vologases. Detener al rey persa era el primer paso para poder tomar la iniciativa en aquella durísima guerra.
A principios del año 163, los romanos comenzaron la contraofensiva. El primer paso era retomar el control de Armenia. El general Marcio Vero envió a su comandante Tucídides para tomar el país y colocar a Sohaemus en el trono armenio.
Recuperar aquel reino era vital para el desarrollo del conflicto. Es la puerta de acceso a tierras de Roma y, precisamente por eso, era el punto donde había comenzado la invasión persa.
Al conquistar aquel reino, el rey Vologases había colocado a su hermano en el trono de Armenia mientras él proseguía sus ataques sobre las ciudades de Siria.
En un principio las fuerzas de Avidio Casio logran frenar el avance del rey Vologases.
Marcio Vero comienza presionando al adversario con todas sus fuerzas, logra hacerse con la iniciativa y luego a dominar poco a poco a los armenios gracias al potencial militar romano.
En el momento en que ha obtenido cierta ventaja, decide emplear otra de sus armas más potentes: la diplomacia.
Empezó a persuadir a los armenios de los beneficios de apostar por Roma. Les hizo importantes promesas, les garantizó un trato ventajoso, regalos, esperanza de prosperidad y poder en el futuro geopolítico que se avecinaba.
Todo esto calmó la irritación y la ira de los armenios.
La recuperación de Armenia dio un giro decisivo a la guerra.
En la siguiente campaña, el año 164, la estrategia romana sorprendió a los persas. En lugar de atacar Siria, tal como esperaba Vologases, los legionarios se dirigieron a Mesopotamia.
La invasión de aquellas tierras implicaba situar tropas romanas en la retaguardia del rey, cortar sus vías de suministro y ponerlos en riesgo de quedar rodeados.
Los persas entendieron que habían quedado atrapados en Siria y no tuvieron más remedio que abandonarla lo antes posible cruzando rápidamente el río Éufrates para no quedar cercados.
Entonces, los romanos, al mando de Avidio Casio, se dedicaron ese año a recuperar Siria con gran facilidad y sin bajas.
Habían conseguido restablecer la situación antes del ataque persa. Con la diferencia de que ahora dominaban Armenia y tenían bases en Mesopotamia para una futura invasión.
Ante aquellos reveses, el ejército persa comenzó a resquebrajarse.
La siguiente campaña fue en el año 165.Los romanos aplicaron una técnica que ya había dado grandes éxitos a Trajano en circunstancias parecidas a base de preparar ataques fluviales y desplazamiento rápido de tropas a la orilla del río Tigris. Aquellos movimientos permitieron el desembarco de las legiones en pleno centro del país enemigo.
Los soldados romanos buscaron el lugar más idóneo para construir un puente sobre el río Tigris. Lo hicieron con facilidad y rapidez, como también lo habían sabido hacer en tiempos de Trajano sobre el Danubio, el Rin y el Éufrates.
Conseguida la vía de acceso, los romanos atacaron directamente Mesopotamia, Dausara, Edesa, Carras y Nísibis. Al mando de Avidio Casio, las legiones romanas cruzaron el Éufrates por Seleucia. Ésta era una de las principales ciudades persas, que los romanos destruyeron e incendiaron. Los legionarios saquearon y arrasaron la mismísima capital Ctesifonte, que fue incendiada por Avidio Casio en el año 165 y, con ella, el propio palacio de Vologases.
Dueños por completo de la situación, en 166 cruzaron el río Tigris y entraron en Media. Los persas estaban definitivamente derrotados. Al rey persa no le quedó más remedio que firmar la paz.
Tuvo que entregar Mesopotamia occidental a los romanos, pero éstos no quisieron avanzar más, porque cundió una terrible epidemia de peste entre las tropas. Al regresar, Avidio perdió a muchos de sus soldados a causa del hambre y la enfermedad, pero volvió a Siria con los supervivientes tras haber obtenido una clamorosa victoria.
Una vez acabada la guerra, Lucio Vero regresó a Roma victorioso para celebrar su triunfo. Pero no quiso hacerlo en solitario. En el desfile participaron también Marco Aurelio, así como todos sus hijos y sus hijas solteras. Ambos recibieron del Senado los títulos honoríficos de Arménico, Pártico, Máximo y Médico en reconocimiento a las victorias alcanzadas en Oriente.
Se decretó para los dos el título de “padre de la patria”; a Lucio Vero por su éxito militar, a Marco Aurelio por su comportamiento ejemplar en Roma hacia todos los ciudadanos, fueran senadores o particulares.
Ambos recibieron también la “corona cívica”, honor que en época de la República alcanzaban los soldados romanos que habían salvado la vida de un conciudadano en combate y vencido al enemigo.
También pidió Lucio Vero que los hijos de Marco Aurelio, Cómodo y Marco Annio Vero, recibieran el nombre de “césares”, es decir, su postulación para ser herederos del Imperio en colegialidad, como ahora gobernaban Lucio Vero y Marco Aurelio.
Por otro lado, la “Historia Augusta” habla también de la modestia de Marco Aurelio, que no utilizó oficialmente los títulos ganados por Lucio Vero en la guerra de Persia. Sólo después de su muerte se dejó llamar “Germánico”, apelativo que él mismo se ganó a pulso durante las guerras marcomanas en las que tuvo que luchar solo y en primera línea de batalla.
LA MUERTE DE VERO Y LA LLEGADA DE LA PESTE
Terminada la guerra, cuenta la “Historia Augusta” que Lucio Vero vivió en Roma los dos siguientes años entre lujos y placeres.
Estos rumores van preparando la idea de que esta diferencia en el modo de vivir de ambos pudo ocasionar una rivalidad entre ellos. La “Historia Augusta”, a pesar de recrearse en este contraste entre virtud y vicio, no tiene más remedio que aceptar que aquella supuesta desavenencia entre Lucio Vero y Marco Aurelio era un “falso rumor”.
Sin que nadie lo esperara, en la primavera del año 168 estalló de nuevo la guerra, esta vez en el Danubio.
Los germanos arrasaron las fronteras y llegaron hasta la ciudad de Aquileya, en el golfo de Venecia. Los dos hermanos marcharon juntos a detener la invasión. Cruzaron los Alpes y plantaron cara al enemigo. Lograron conjurar el peligro y los bárbaros se retiraron, pero la amenaza continuaba latente.
Al año siguiente, el 169, ambos volvían juntos a Roma desde el frente de batalla.
Viajaban en un carruaje y, al pasar cerca de la ciudad de Altino, Lucio Vero tuvo un ataque súbito de apoplejía. Lo bajaron del carruaje, le practicaron una sangría y lo llevaron a la propia Altino, donde murió en tres días después sin haber podido articular una sola palabra.
Algunos historiadores modernos creen que Lucio Vero podría haber fallecido víctima de la viruela o de la peste, porque la pandemia la habían traído las tropas romanas al volver de Persia y en esta época hubo brotes muy letales. Si hacemos caso a los detalles que da la “Historia Augusta”, la más probable causa de la muerte fue un derrame cerebral.
Conjuraciones, celos, envidias y venganzas son ingredientes básicos de todo relato que pretende ser atractivo y bien sazonado de emociones, pero responden, en muchos casos, a la imaginación popular.
La “Historia Augusta” descarta que fuera el propio Marco Aurelio quien acabara con la vida de su hermano.
Explican categóricamente que esta hipótesis resulta totalmente inconcebible. Textualmente califican aquella acción como “incompatible con la vida de un hombre de tales cualidades”.
Basta observar el recorrido de Marco Aurelio de principio a fin, su generosidad, no ya con los suyos, sino incluso con los enemigos, el deseo de perdonar al golpista Avidio Casio, su integridad de vida, su ética implacable, su bonhomía insuperada.
Los datos reales dicen que Lucio tardó tres días en morir y que estuvo sin articular palabra. Estos síntomas parecen obedecer más a un ictus o infarto cerebral antes que a un envenenamiento, como proclaman las habladurías de la época.
Marco Aurelio lamentó profundamente la muerte de Lucio Vero. Acompañó al cadáver hasta Roma. Allí le ofreció juegos para honrar su memoria. Acudió a las honras fúnebres y después del funeral de Estado, el Senado sancionó la “apoteosis”, lo declaró dios. Y desde entonces, fue llamado “Divus Vero”, el divino Vero.
Vivió 39 años, gobernó ocho y su cuerpo fue enterrado en el Mausoleo de Adriano, donde también yacía Lucio Elio César, su padre biológico.
Tras morir su hermano se cree que pudo tener intenciones de compartir el mando con un general de gran prestigio, experiencia y moderación como fue Claudio Pompeyano. Por eso quizá lo casara con la viuda de Lucio Vero, su hija Lucila, convirtiéndolo por tanto en cuñado de su hijo Cómodo, a quien debía proteger, además de asegurar el Imperio, si Marco Aurelio faltaba. Pero dicen que aquél no quiso el poder o no se sintió merecedor de él. Lo más probable es que temiera la reacción de otros comandantes. La reacción de Avidio Casio cinco años después le dará la razón.
En todo caso, se mantuvo como general con Marco Aurelio y fue su hombre de plena confianza, pero sin aceptar el Imperio.
Marco Aurelio decidió entonces gobernar solo hasta la mayoría de edad de su hijo Cómodo.
Las legiones vencedoras de Persia traerán el microbio de la peste a Europa. La pandemia matará a millones de personas y dará paso a una crisis social y económica de la que Roma no podrá recuperarse.
LEVANTAMIENTO DE BRITANOS, GERMANOS Y DACIOS. LA GUERRA EN EL DANUBIO.
La guerra en Britania era inminente. Además en la frontera norte de la Europa continental, la tribu de los catos ocasionaba continuos problemas en el Rin y el Danubio.
Marco Aurelio mandó a su legado Calpurnio Agrícola a luchar contra los britanos.
Envió a Aufidio Victorino, uno de sus hombres más leales, a luchar contra los catos.
En la frontera del Danubio las escaramuzas habían empezado cuando 6.000 longobardos y obios cruzaron el río e invadieron territorio romano.
La caballería romana de Vindex repelió el ataque y la infantería comandada por Cándido se lanzó contra los enemigos, que fueron completamente derrotados. Éstos enviaron a Julio Baso, el gobernador de Panonia embajadores. Los emisarios ratificaron los acuerdos de paz con juramentos, y luego regresaron a sus tierras.
Pero Marco Aurelio sabía que la intención de los marcomanos no era mantener la paz. Los había apaciguado a duras penas, intentando ganar tiempo para que concluyera la guerra en Persia. Y la estrategia dilatoria de Marco Aurelio dará sus frutos. Los romanos han vencido en Persia y traen de vuelta numerosos efectivos con los que cubrir la frontera del Danubio.
Pero, debido a la peste, las legiones que acuden desde el este para sujetar las invasiones en la línea Rin –Danubio son muchas menos de las esperadas y, al traer consigo la pandemia, van sembrando además la muerte entre la población civil y militar de la parte occidental del Imperio.
Los marcomanos, al conocer la situación de Marco Aurelio, atacaron en masa la línea del Danubio y arrasaron las fronteras desguarnecidas.
A través de los pasos de los Alpes avanzaron rápidamente hacia Italia y se plantaron en Aquileya, en el golfo de Venecia.
Marco Aurelio tuvo que improvisar. Alistó un ejército a base de gladiadores, cuerpo de policía, bomberos, mercenarios e incluso presidiarios. Ordenó incorporar a esclavos voluntarios. Concertó con los germanos aliados la compra de tropas auxiliares.
Aquello costó una cantidad ingente de dinero y el tesoro imperial estaba exhausto. Antes que esquilmar a ciudadanos y provincias con nuevos impuestos, decidió poner en marcha otra vía de financiación.
Hizo una subasta en el foro de Trajano con todos los objetos valiosos de palacio. Esta venta se prolongó durante dos meses. Gracias a ella, Marco Aurelio reunió dinero suficiente para armar y equipar un portante ejército compuesto por numerosos efectivos y se puso a la cabeza de todos ellos.
Repelió la agresión y avanzó contra los bárbaros de la región del Danubio, contra yáciges y marcomanos, utilizando Panonia, actual Hungría, como base de operaciones.
El emperador marchó junto a sus dos mejores generales y hombres de máxima confianza: Claudio Pompeyano y Pértinax.
Vencieron a los enemigos.
Vencido el adversario, los legionarios se envalentonaron y reclamaron una paga adicional.
Ante aquella amenaza de motín, el emperador rechazó categóricamente la petición de la milicia, explicándole que eran muchos los gastos que asumir en tantas y diversas guerras.
Como soldados de Roma habían luchado con honor y valentía, pero eso era por lo que se les pagaba. Habían cumplido con su obligación.
No podía abonarles ninguna cantidad extra.
Si ellos obtenían un donativo por encima de su salario, sería a costa de exprimir al pueblo con más impuestos, un pueblo que no podía pagar más de lo que ya tributaba. Sacar más dinero para ellos suponía hacerlo a costa de exprimir la sangre de sus padres y parientes.
Y no tuvo miedo de que sus soldados se amotinaran y quisieran nombrar a otro emperador que accediera a sus exigencias. Se lo dejó muy claro: les dijo que el destino del Imperio no estaba en sus manos, sino en la de los dioses.
Con tanta firmeza habló, tan tranquilo y convencido de todo lo que decía, que los soldados acataron sin rechistar.
Pero tuvo que volver muy pronto al frente del Danubio. Tal como había sospechado, los bárbaros se habían hecho fuertes y amenazaban de nuevo con invadir las fronteras.
Marco Aurelio permaneció en Panonia para comandar su ejército y dar audiencia a los embajadas de los bárbaros.
Muchos acudieron para pedir la paz. Marco Aurelio aprovechó la ocasión para desplegar los beneficios de la diplomacia.
Tenía información muy precisa del carácter y las intenciones de cada una de aquellas tribus bárbaras que se acercaban a él y utilizaba a quienes pactaban con él para que convencieran a otros jefes amigos suyos de detener sus ataques y llegar a acuerdos con los romanos.
En estos momentos también los cuados pidieron la paz. Marco Aurelio se la concedió con la esperanza de romper así su alianza con los marcomanos, pues aquél era el pueblo más belicoso y que suponía una verdadera amenaza contra el Imperio.
La técnica de Marco Aurelio es la misma de siempre: “divide y vencerás”. Pretendía dejar aislados a los bárbaros más agresivos e irreductibles.
Los cuados, finalmente, se comprometieron en los tratados de paz a no recibir a sus antiguos aliados marcomanos ni permitir que ellos ni los yáciges cruzaran sus tierras.
Además de estos pueblos que pactaron con Marco Aurelio, muchos otros acudieron para firmar los términos de rendición.
Algunos fueron enviados a luchar como mercenarios en otros lugares del Imperio en que eran necesarios. Se habían producido revueltas en Mauritania y Egipto. Lo mismo hizo con los cautivos y desertores que estaban en condiciones de luchar. Tras las pérdidas humanas causadas por la peste, el emperador no podía despreciar ni un solo soldado.
Gracias a estos acuerdos, otros hombres recibieron tierras en Dacia, Panonia, Moesia, la actual Alemania e incluso Italia.
Marco Aurelio procuró asimilar a todos aquellos pueblos. Obligarlos a la paz. Concederles condiciones en que pudieran desarrollar dignamente su vida.
Pero algunos no estaban aún preparados para una existencia pacífica y despreciaban la valiosa oportunidad que se les daba.
Los bárbaros que estableció en Rávena y a los que dio tierras y medios de vida se sublevaron.
Quisieron robar en lugar de trabajar, continuar con aquella práctica de guerra y botín que era la base de su tradición y su cultura. Aquella rebelión a las puertas de Rávena les permitió incluso llegar a apoderarse de la ciudad. Marco Aurelio tuvo que intervenir. Los reprimió y, por esta razón, no volvió a instalar a ninguno de los bárbaros en suelo italiano. Desterró a los que ya estaban asentados y diseñó nuevas estrategias para el futuro.
Durante el reinado de Marco Aurelio todos los conflictos bélicos que se produjeron fueron de autodefensa, de defensa propia. Igual ocurrió en los tiempos de Antonino Pío y la respuesta a la agresión de los bárbaros, a las invasiones persas, a las fronteras romanas asaltadas y los pueblos masacrados no fue la ciega venganza y el aniquilamiento, no fue el genocidio ni la violencia gratuita.
La respuesta a la agresión fue la defensa firme primero, la búsqueda de pacto después, la garantía de que aquellos bárbaros no volvieran a atacar ni usar la tregua o la paz para rearmarse.
Se procuró cultivar a aquellas tribus cuyo régimen de vida era la guerra y la conquista, el robo y el pillaje. Y se les ofreció establecerse en tierras, cultivar los campos, dedicarse a la ganadería o engrosar las filas de los ejércitos romanos. En esto se ve la labor civilizadora de Marco Aurelio, que representa lo mejor de Roma.
No hubo en estos tiempos afán imperialista ni genocidio de pueblos bárbaros. Hubo contundencia, pero también legítima defensa y generosidad.
Si alguien quiere criticar el militarismo romano, que busquen, por ejemplo, a César en las Galias, nunca a Marco Aurelio, aunque este último sostuviera más guerras que César y Augusto juntos.
El trabajo que tuvo que afrontar el emperador fue agotador. Se habían levantado en armas todos los pueblos que habitaban en la frontera norte desde la Galia hasta la frontera Ilírica.
Los marcomanos se habían convertido en una seria amenaza. Vencieron a los romanos en una batalla y mataron a Marcus Vindex, el prefecto.
Aquella muerte fue un duro golpe para Marco Aurelio, que erigió tres estatuas en su honor.
Marco Aurelio siguió luchando contra ellos hasta que los venció. En honor a aquella victoria recibió de manos del Senado el título de “Germánico”.
El emperador filósofo derrotó a muchos pueblos belicosos con gran esfuerzo, suyo personal y de sus soldados. Todos imitaban su ejemplo, desde los legados y generales hasta el último de los legionarios. Sufría las penalidades con extrema paciencia. Padecía el rigor de las hostilidades como el más humilde de los soldados.
Sin el esfuerzo conjunto de todos ellos, no habrían podido sobrevivir a guerras tan descomunales e inusitadas hasta el momento.
En aquellas contiendas perecieron muchos nobles y hombres de gran valía, intelectual y militar.
Para honrarlos a todos ellos le erigió estatuas en el foro de Trajano.
Muchos de sus amigos le aconsejaban frecuentemente que abandonara el campo de batalla y volviera a Roma. Pero él no hizo nunca caso de aquellos consejos. Sabía que tenía que cumplir su deber y dar ejemplo para sostener aquel Imperio que amenazaba con venirse abajo.
Nunca se retiró de un frente hasta acabar completamente todas las guerras.
Reprimió con rigor las agitaciones que se produjeron en las distintas partes del Imperio, pero prefirió siempre la estrategia y la diplomacia.
Con las medidas que puso en práctica para romper la alianza de todos los pueblos del Danubio, Marco Aurelio demostró tener un gran talento militar. Pero su inteligencia se plasmó también en el terreno de la diplomacia.
Sabía pactar con unas tribus para oponerlas a otras y conseguir que los bárbaros lucharan entre sí.
Durante casi todo su reinado, Marco Aurelio tuvo que dejar la toga de filósofo para vestirse el uniforme militar.
Marco Aurelio había recibido una excelente educación, era intelectual y filósofo. No había servido en el ejército ni recibido instrucción militar. A pesar de ello, fue un sufrido general y un inteligente estratega.
El emperador, a pesar de llevar esta vida militar, se dedicaba a la cultura cuando la guerra le dejaba tiempo libre. Solía compartir su tiempo con oradores, realizaba estudios e investigaciones sobre temas jurídicos y de política social.
Era un hombre perfeccionista, metódico y trabajador.
Su cuerpo no estaba acostumbrado al rigor de aquel clima danubiano ni a las durezas de la vida militar. Sin embargo, aprendió a soportar el frío. Tomaba muy poca comida y solía hacerlo por la noche, tiempo que aprovechaba para escribir sus libros de filosofía en la tranquilidad de su tienda de campaña.
Venció a los yáciges en una memorable batalla que se desarrolló sobre tierra y sobre el río, pues aquel año el Danubio se había congelado. Los yáciges enviaron emisarios para negociar, pero no consiguieron nada. Marco Aurelio sabía que no podía fiarse de ellos.
Tanto los yáciges como los cuados lo habían engañado una y otra vez. Prometían su amistad para rearmarse y volver a atacar luego por sorpresa. No eran dignos de confianza y la única salida era vencerlos completamente.
Por norma general, Marco Aurelio siempre trató a sus adversarios, incluso a los más obstinados, con humanidad; así, no ordenó la muerte de Tirídates , un sátrapa que promovió una revuelta en Armenia y mató al rey de los heniochos, un hombre que podíamos considerar enemigo público número uno de la época y que incluso llegó a amenazar de muerte al propio Lucio Vero.
Cuando cayó prisionero, el emperador filósofo le recriminó su traición y lo envío a Britania.
A Ariogeso al que los yáciges habían nombrado su rey en sustitución del rey impuesto por Marco Aurelio, y al que Marco Aurelio había puesto precio a su cabeza, vivo o muerto, cuando fue capturado vivo, Marco Aurelio tampoco le hizo ningún daño. Lo envió a Alejandría. Quizás el contacto con aquella ciudad, capital de Egipto, una de las más cultas del Imperio, conseguiría que aquel bárbaro entendiera de una vez por todas las ventajas de la civilización y la cultura.
Marco Aurelio nunca actuó por despecho ni movido por la sed de venganza. Cuando reprimió a los bárbaros, sólo buscaba acabar con una amenaza que al final, con el transcurso de los siglos, constituyó una de las causas de la caída del Imperio.
Después de muchas luchas y peligros, consiguió someter a los marcomanos y yáciges. Tuvo que enfrentarse después a los cuados, que lo pusieron en grandes apuros. La batalla decisiva se libró en circunstancias muy difíciles para el ejército romano y sólo la fortuna les ayudó a conseguir una victoria inesperada, que todos pensaron que había sido otorgada por el cielo.
EL GOLPE DE AVIDIO CASIO
La rebelión de Avidio Casio marcará un punto de inflexión en la historia de Roma. La dinastía más longeva y la que dio el nombre al siglo de oro del Imperio empezará a resquebrajarse en los últimos cinco años de la vida de Marco Aurelio, concretamente desde el intento de golpe de Avidio Casio en el año 175, y se desplomará definitivamente durante el reinado de su sucesor Cómodo.
Se observa que en tiempos de Marco Aurelio la disciplina del ejército y su fidelidad al césar no son tan sólidas ahora como en tiempos de Trajano y Adriano.
Durante los años del gobierno de Lucio Vero y Marco Aurelio, la fuerza e influencia de los comandantes se ha ido incrementando. En la balanza del poder, el estamento militar ha ido cobrando más peso, aunque los generales siempre respetaron a Antonino y los soldados adoraban a Marco Aurelio. Pero ya, durante los últimos años del reinado de Marco Aurelio, había habido señales de alarma.
La situación exigía que, inmediatamente después de él, reinara otro hombre de su altura. No lo hubo; su hijo Cómodo fue un verdadero desastre.
Guerras, catástrofes, la terrible peste, todo eso lo afrontó el padre con decisión, pero el desgaste fue inevitable. Sólo el talento y las virtudes de Marco Aurelio evitaron el colapso, pero no podrían frenar la lenta decadencia del Imperio.
Creyendo que el césar estaba enfermo o ha muerto, o simplemente aprovechando que está enfrascado en una guerra sin fin contra los germanos, Avidio Casio, el héroe de Persia, se levanta en armas y da un golpe de Estado.
El rey filósofo tendrá que hacer frente a una posible guerra civil. Por eso, en el mismo año en que Avidio Casio se levanta, él asocia a su hijo Cómodo al Imperio y le otorga los poderes del emperador, mando sobre el ejército, potestad tribunicia, etc. Su hijo tiene entonces sólo catorce años.
Pero hay que dar la sensación de que la sucesión está garantizada y calmar así las inquietudes y ambiciones del ejército.
Marco Aurelio tendrá la autoridad suficiente para controlar a la tropa y cumplir aquella máxima de Cicerón, “cedant arma togae”, que cedan el paso las armas a la toga, es decir, el poder civil (la toga) debe mandar siempre sobre el militar (las armas). Marco Aurelio lo conseguirá. Su hijo Cómodo y sus sucesores no. Ellos estarán ya controlados por el ejército, dependerán de él. La anarquía militar dictará su ley. Y a partir de Cómodo terminará el principado y comenzará el dominado, es decir, el dominio militar y las guerras civiles como medio de transición entre dinastías.
Avidio Casio era un general capaz y de muy buena reputación.
La “Historia Augusta” nos describe a Avidio Casio como un general serio, amante de la disciplina y riguroso, pero cuya severidad degeneraba en crueldad. Mantuvo la obediencia de sus soldados a costa de una represión salvaje.
Cuentan los historiadores que fue el primero que hizo crucificarlos para castigar sus actos de violencia contra la población civil. Condenaba a la hoguera o al ahogamiento.
A los sentenciados los encadenaba de diez en diez y los arrojaba al mar. Mutiló a los desertores. Apresó y castigó a quienes desobedecían sus órdenes o actuaban ilegalmente.
Con estas medidas draconianas mantuvo el orden entre la tropa. No consintió ningún atisbo de corrupción.
Es cierto que enderezó la disciplina militar y que sus victorias contra el enemigo fueron sonadas. Venció en Armenia, Arabia y Egipto.
Conocemos sus hazañas en la guerra contra Persia. Su conquista de Seleucia y Ctesifonte.
Es evidente que Avidio Casio ha demostrado ser un comandante capaz e inteligente. Pero le pierde su violencia y ambición. Representa un modo de actuar completamente contrario al de Marco Aurelio.
Piensa el general que hay que actuar con mano dura, que Marco Aurelio es demasiado intelectual y blando.
En la “Historia Augusta” se dice que de haber llegado a emperador, Avidio Casio habría sido “severo y riguroso”.
Es partidario de la mano dura, del poder militar más que del senatorial. Es un hombre que no entiende de política ni de ideas. Es un buen general, pero habría sido un pésimo emperador.
Marco Aurelio conoce el sentido político de la palabra “clemencia”, el que existe en Séneca y en el estoicismo.
Sabe que el gobierno de un imperio se hace con la inteligencia y no sólo con la espada. Marco Aurelio demostró ser un excelente general, como lo era Avidio Casio, pero además supo ser un excelente político y emperador.
Además Avidió Casio es ambicioso y rival del general Claudio Pompeyano, que es estoico, sensato y prudente y sin ambición.
Avidio Casio sabe que Marco Aurelio está enfermo, pero su hijo Cómodo tiene ya trece años. Cuando cumpla catorce podrá vestir la toga viril, lo que equivale a una especie de mayoría de edad. Eso le faculta para dirigir ejércitos y le acerca a la sucesión. Casio no puede esperar a que Cómodo alcance esta meta y se perfile como heredero del Imperio. Por eso se levanta en armas justo un año antes: el año 175.
Avidio Casio confiaba con hacerse con el poder fácilmente a la muerte de Marco Aurelio.
Aprovechando la pasividad de Claudio Pompeyano y la minoría de edad de Cómodo, le habría sido muy fácil presentarse como el emperador de transición que quería el ejército.
Pero Marco Aurelio, a pesar de su aparente debilidad, no muere. Resiste y supera las acometidas de la enfermedad. Sigue comandando la guerra en el Danubio sin desfallecer. Cómodo está creciendo, pronto será un hombre: el general golpista no puede esperar más.
Se difunde el bulo de que el emperador ha muerto, pero Marco Aurelio sale inmediatamente a escena y demuestra que está vivo.
Desvelado el bulo, Avidio Casio no es ya un hombre que aspira a suceder al césar por la fuerza de las armas. Es un “usurpador” que se levanta contra Marco Aurelio y el Senado de Roma.
Y, cuando se descubre la verdad, todos los generales, que, en un principio, estaban dispuestos a apoyar a Avidio Casio, lo dejan solo.
El Senado interviene declarando enemigo público a Avidio Casio.
La rebelión obligó al emperador a improvisar una tregua con los yáciges. Tuvo que actuar muy rápidamente porque la situación era urgente.
Lo primero que hizo Marco Aurelio fue llamar a su hijo Cómodo desde Roma. Hizo que tomara la toga viril antes de la edad reglamentaria, le nombró su “colega”, y le aportó la potestad tribunicia.
Mantuvo oculta la noticia por un tiempo en el frente del Danubio hasta que firmó la paz con los yáciges.
El césar se dirigió primero a los soldados y escribió luego al Senado pidiendo instrucciones.
Cuando se supo todo esto en la frontera del Danubio y el Rin, algunos pueblos bárbaros le ofrecieron su ayuda como mercenarios, pero Marco Aurelio rehusó. Con esto mostró buen criterio y honestidad. Aceptar la ayuda de aquellos pueblos hostiles a Roma habría acelerado la decadencia del Imperio.
Mientras estaba aún haciendo los preparativos para la guerra civil, le llegó la noticia del asesinato de Avidio Casio.
Un centurión lo mató cuando Avidio Casio iba a pie. Le cortaron la cabeza y se la llevaron a Marco Aurelio clavada en una pica. Cuando le llevaron la cabeza, no quiso verla. Ordenó que se enterrara con el resto del cuerpo.
Lamentó no haber tenido ocasión de perdonar al general, haberle echado en cara su traición y haberle conservado luego la vida. Pero se evitó una guerra civil.
Desde ese momento, no quiso rencores ni revanchas.
No castigó a los habitantes de Antioquía, que habían conspirado contra él. Los perdonó a todos. A ellos y a las ciudades que habían apoyado el golpe.
No se vengó en los hijos de Casio. El Senado le había confiscado sus bienes. Él les restituyó la mitad del patrimonio familiar. A las hijas las dotó con oro, plata y piedras preciosas. A todos les dio libertad de ir donde quisieran, de mantener la dignidad de la clase social y los derechos que les correspondían como miembros del orden senatorial.
Los asesinos habían matado también a su hijo. La orden inmediata de Marco Aurelio fue que no hubiera más asesinatos.
El rey filósofo no consintió la condena ni la prisión de ninguno de los senadores que se habían conjurado con Avidio Casio.
Mandó quemar todos los documentos que incriminaban a los conjurados antes de leerlos.
Los descendientes de Avidio Casio vivieron sin inquietud. Gozaron de sus bienes. Tuvieron acceso a todos los cargos del Estado. Así ocurrió mientras Marco Aurelio vivió. Pero a su muerte, cuando el hijo tomó el poder, los condenó a todos a ser quemados vivos.
Se ve que Cómodo era más partidario de la forma de actuar de Avidio Casio. Sólo que él, además de ser un pésimo emperador, también fue un pésimo general y un pésimo ser humano.
En la villa de Halala, al pie del monte Tauro, murió su esposa Faustina como consecuencia de una enfermedad súbita.
Marco pidió al Senado que decretara para ella honores divinos y la construcción de un templo.
Pronunció su elogio fúnebre. Instituyó una nueva corporación de “Puellae Faustinianae”, como la que se hizo en honor de su madre, la esposa de Antonino Pío. Era un colegio de ayuda a viudas, huérfanos y niñas desamparadas.
El Senado acordó la “apoteosis” de Faustina. Decidió convertirla en diosa y honrar a quien había viajado con su marido en los campamentos militares: por eso la llamaron “madre de los campamentos”.
Convirtió también en colonia romana la aldea en que murió su esposa. Y el Senado decretó que las imágenes de plata de Marco Aurelio y Faustina se colocaran en el templo de Venus y Roma, y que se erigiera un altar, donde todas las doncellas pudieran casarse y sus novios ofrecer sacrificios. Decidieron la construcción de una estatua de oro suya, que debería ser llevada en una silla al teatro en todas las ocasiones en que el emperador acudiera como espectador.
La efigie se colocaba en el mismo asiento de honor que ocupó cuando estaba viva. Allí, junto a la estatua, como si estuvieran sentadas junto a la divina Faustina, se aposentaban las mujeres más influyentes de Roma cuando asistían a los juegos.
Calmado todo el Oriente y normalizada la situación en estas provincias del Imperio, Marco Aurelio se dirigió a Atenas y se inició en los Misterios de Eleusis y Ceres.
En Atenas, no sólo otorgó honores a sus habitantes, sino a todos en general. Estableció allí especialistas en todas las ramas del conocimiento y les otorgó un salario anual.
Embarcó a Italia en dirección a Brindis. Después de afrontar una violenta tempestad durante la travesía, llegó a Roma.
En Roma quiso ser generoso con los habitantes de la ciudad.
Celebró magníficos espectáculos y repartió 800 sestercios a cada ciudadano, 100 por cada año que había estado ausente de Roma, la mayor cantidad que recibieron nunca.
Además perdonó todas las sumas que cualquier persona debiera al tesoro privado del emperador o al erario público desde los tiempos de su padre Antonino Pío, es decir, fueron condonadas las deudas correspondientes a un período de 45 años atrás. Ordenó que todos los documentos relacionados con estos débitos fueran quemados públicamente, en el Foro.
Dión Casio demuestra que Marco Aurelio no fue un emperador tacaño. Simplemente gestionó los recursos como debía. Era un hombre que gastaba el dinero en lo necesario y útil, no en lujos superfluos. Manejó cantidades millonarias, pero no malgastó un solo sestercio.
En estos momentos casó a Cómodo con la hija de Brucio Presente en una ceremonia particular. El matrimonio de Cómodo se había celebrado antes de lo planeado, porque la guerra con los escitas exigía su presencia en aquellas lejanas tierras.
Para reforzar aquel frente, Marco Aurelio pidió al Senado una partida del tesoro público. No porque tuviera obligación legal de hacerlo: esos fondos estaban a disposición suya y no tenía que consultarlo con nadie. Pero el emperador filósofo rendía cuentas de todo el dinero que destinaba al Imperio. Pedía siempre permiso para acometer los gastos. Decía que el tesoro imperial era propiedad del Senado y el pueblo de Roma, y que él no poseía nada, ni siquiera la casa donde vivía. Y es cierto, porque el primer día que fue nombrado césar repartió su patrimonio familiar entre sus hermanas y el suyo propio lo sumó a las arcas del Estado.
Partió para Oriente después de haber cumplido con los ritos religiosos guerreros. Testigos presenciales contaron al historiador Dión Casio que Marco Aurelio arrojó la lanza sangrienta, que se guardaba en el templo de Belona, diosa de la guerra, en lo que se suponía que era el territorio enemigo.
Cumplida la ceremonia, se dirigió al campo de batalla. Puso en manos de Tarrutenio Paterno un gran número de tropas y lo envió por delante.
La victoria fue completa. El emperador filósofo fue saludado como “imperator” por décima vez.
Había un delicado juego de alianzas en la frontera del Danubio.
Marco Aurelio dio audiencia a todas las tribus que llegaban de aquella frontera, pero no los recibió a la vez ni en el mismo lugar.
Distinguió y pactó de modo diferente con quienes consideró dignos de recibir la ciudadanía, con quienes pensó que merecían quedar libres de impuestos y con aquellos a quienes ofreció exención perpetua o temporal del tributo. También eligió algunos a quienes prestar un apoyo permanente. Y cuando vio que los yáciges le resultaban útiles y más fiables, los liberó de muchas de las restricciones que les había impuesto. Sólo les obligó a que aceptaran comerciar juntos, les prohibió usar barcos propios y les exigió que se mantuvieran alejados de las islas del Danubio. Les permitió pasar por la Dacia para comerciar con los roxolanos y tener tratos con ellos siempre que lo supervisara el gobernador romano de la provincia.
Los cuados y marcomanos, aliados entre sí, eran los más hostiles. Cada vez les incomodaban más los 20.000 legionarios acantonados en campamentos fortificados entre ambas tribus.
Lo único que pretendía Marco Aurelio era obligar a los cuados a la paz y eliminar la posibilidad de que iniciaran en el futuro una guerra contra los romanos.
Los naristas también se veían controlados y sufrían en estos tiempos escasez de alimentos. Desertaron 3.000 de ellos. Marco Aurelio los acogió y les ofreció tierras dentro de su territorio.
Con estas inteligentes medidas, con paciencia y constancia, poco a poco la situación se iba controlando.
Dión Casio pensaba que si Marco Aurelio hubiese vivido más tiempo, habría llegado a someter definitivamente toda la región.
Pero falleció el 17 de marzo de 181. Según el historiador, había enfermado, pero no murió a consecuencia de la infección, sino por acción de sus médicos, que querían beneficiar a Cómodo.
Cuando estaba a punto de morir, Marco Aurelio encomendó a los soldados que protegieran a su hijo. Le dijo al tribuno: “Ve a la salida del sol, yo soy ya el crepúsculo”.
Con esa bella metáfora quería hablar de la transición del poder. Sabía que iba a morir. A quien Roma debía obedecer a partir de ahora era a su sucesor, el sol naciente, el nuevo césar.
Dión Casio habla del rey filósofo como de un excelente gobernante. Dice que poseyó todas las virtudes intelectuales y éticas que nadie le niega. Pero además gobernó mejor que cualquier otro emperador.
Hizo política social y se ocupó de dotar al Imperio de bases sociales sólidas el poco tiempo de tregua que le dieron sus responsabilidades militares.
Dedicó la mayor parte de su vida a atender a las capas más desfavorecidas de la población. No ofendió a nadie ni actuó con maldad: ni voluntaria ni involuntariamente. Toleró con paciencia las ofensas de los otros. No hizo nunca caso a las murmuraciones que hacían sobre su esposa.
Mientras una persona hiciera algo bueno, lo elogiaba y le permitía desempeñar el cargo, siempre que destacara en ello e hiciese bien su trabajo. Miraba la honradez y eficacia en el servicio. Procuraba ver lo bueno que hay en cada persona. En su conducta nunca actuó con orgullo ni prepotencia.
A pesar de haber gozado del máximo poder y respeto, no cambió de forma de ser a lo largo de su vida.
Siendo un joven dedicado mayormente al estudio, nunca llegó a ser un hombre de gran fortaleza física.
No era ágil ni corpulento, pero durante su vida, gracias al esfuerzo y al trabajo transformó su cuerpo débil en uno que fue capaz de resistir 20 años de duros combates en las frías fronteras del Danubio.
Escribía de su propio puño y letra las cartas a sus amigos y así siguió haciéndolo cuando alcanzó el trono.
Termina diciendo que sólo una cosa impidió que llegara a ser completamente feliz: después de haber educado y criado a su vástago lo mejor que pudo, se dio cuenta de que dejaba Roma en manos torpes. Su hijo lo decepcionó, incluso traicionó su memoria.
Con la muerte de Marco Aurelio y el advenimiento de Cómodo, la historia romana, confiesa Dión, desciende desde un reino de oro a uno de hierro y herrumbre.
Gibbon lo dirá con palabras menos poéticas: para él, tras la muerte de Marco Aurelio, comienza la lenta e inexorable decadencia del Imperio romano.
(Alberto Monterroso. Emperadores de Hispania. Trajano, Adriano, Marco Aurelio y Teodosio en la forja del Imperio Romano. Edit. La Esfera de los libros. Madrid.2022).
Segovia, 2 de julio del 2023
Juan Barquilla Cadenas.