LA POESÍA BUCÓLICA GRIEGA: TEXTOS DE TEÓCRITO, MOSCO Y BIÓN
La poesía bucólica griega se inscribe como un tipo de poesía perteneciente a la literatura helenística (330 a. de C. – 30 a. de C.)
La civilización helenística, de raíces típicamente griegas, se extiende por todo el Oriente conocido, sobreponiéndose a viejas culturas como la egipcia, imponiendo una lengua común (la koiné) y una uniformidad cultural, con la visión de un mundo por primera vez unitario, creando las condiciones sobre las que se cimentará luego la dominación romana.
Se superan así los particularismos nacionales. Los dialectos griegos quedan como residuos localistas o, en el terreno literario, como curiosidades de uso esporádico, y las lenguas de los otros pueblos se ven reducidas en general al nivel de hablas sin cultivo literario alguno.
El Helenismo fue a la vez un puente para el paso a Occidente de ideas y creencias orientales, que invadirían progresivamente la cultura grecorromana como el “asianismo” en la prosa o ciertas corrientes poéticas.
Si el siglo IV a. de C. es una etapa dominada por la prosa y reacia a la poesía, en el comienzo del Helenismo asistimos a una vigorosa recuperación de la poesía y a un cierto retroceso de la prosa artística. Los prosistas buscan en general expresarse en un lenguaje técnico y con pretensiones de objetividad.
La oratoria política no tiene posibilidad de ejercitarse, no había ya ciudadanos sino súbditos.
El desarrollo científico requiere ahora un instrumento sencillo y tecnificado, lejos del ornato oratorio.
Se produce el desarrollo de las matemáticas, con la influencia del florecimiento contemporáneo de la astronomía de tradición babilónica.
Sobre todo, en las primeras generaciones, el cultivo de las ciencias y de la literatura aparece en alto grado emparejados.
Proliferan las grandes bibliotecas, de modo que la cultura va a quedar vinculada al libro.
Se elaboran las primeras ediciones de los autores antiguos, en las que éstos son tratados ya como “clásicos”.
Los poetas suelen ser eruditos, laboriosos y frecuentadores de las bibliotecas.
La más célebre de estas bibliotecas (la de Pérgamo fue también renombrada) es la de Alejandría, que llegó a tener 700.000 volúmenes. Estaba ubicada en el Museo de Alejandría, centro de estudio y de creación, pero también de vida cortesana.
Surgieron las ciudades recién fundadas, con gigantescas dimensiones y construcción hipodámica.
Al poeta le preocupa de modo prioritario la solidez formal y técnica de su obra. Ha dejado de ser el guía intelectual de su comunidad y no es tampoco el consejero de los actuales detentadores del poder. Aunque sigan invocando a las Musas, dejan de lado toda idea de inspiración y de espontaneidad. Tienen un afán de perfeccionismo y una gran preocupación por la arquitectura compositiva de su obra.
Los poetas, como proclamará expresamente Calímaco, se sienten liberados de toda sujeción ancestral, dispuestos a pasar ágilmente de un género a otro y a aproximarlos entre sí transgrediendo sus reglas diferenciadoras.
Se utiliza el humor y la ironía.
Hay una pérdida de respeto por las tradiciones y a los nombres altisonantes de la ancestral religiosidad, a un paso de convertir el aparato divino en mera decoración poética.
Domina la visión del amor como dolencia trágica y la del enamorado como víctima.
Hay preferencia por el relato abreviado, por ejemplo, el “idilio bucólico” o el “epilio”.
Básicamente en la última etapa del Helenismo se observa una pérdida de vigor de la fuerza recreadora de sus primeros tiempos.
La decadencia en el dominio de la poesía tiene exponentes muy concretos: el “manierismo sentimental y retórico” de la poesía bucólica tardía, el desarrollo de determinadas prácticas de poesía visual (technopaegnia) y el nacimiento de un género menor: “anacreónticas”.
A mediados del siglo II a. de C., un síntoma de declive es el escandaloso exilio de los sabios alejandrinos provocado por Ptolomeo VIII.
Poco a poco se irá distanciando el “poeta” del “científico”.
La producción literaria se torna en un producto gris.
La poesía bucólica se desarrolla en esta época helenística.
Esta época helenística tiene algún parecido con nuestra época: se vive normalmente en ciudades grandes, pero hay una añoranza e interés por la naturaleza y una cierta idealización del mundo del campo. Hay una preocupación por el medio ambiente y esto se refleja en la literatura, sobre todo en la poesía bucólica o pastoril.
La palabra “bucólica” procede del griego βουκόλος, que significa “boyero”, “vaquero” y este significado se extiende también a “pastores”, “cabreros”, etc.
La poesía bucólica nace, especialmente, con Teócrito y sus imitadores Mosco y Bión.
Sus motivos poéticos se repiten en otros géneros contemporáneos y su verso es el tradicional de la “épica”, el hexámetro dactílico.
Pero, a la vez, en la poesía bucólica se da ya, como elemento esencial, el modo relativamente novedoso de concebir el paisaje y la naturaleza que se refleja en las artes plásticas de la época y que supone una mayor identificación sentimental entre el hombre y su entorno, y esto ha de ponerse en relación con el aprecio del hombre helenístico por todo lo sencillo y humilde, con la necesidad de evasión de un mundo básicamente urbano e incluso de una sociedad amenazada, en razón de la despolitización colectiva, por apatía.
En la poesía bucólica propiamente dicha nos movemos por escenarios campestres; los protagonistas son pastores, vaqueros o cabreros; hay ganados que pastan y abundancia de términos pastoriles. El tema de estas composiciones suele ser erótico: aparece el tema amoroso y el tema del desamor. Y los cánticos y la música, así como la mitología, son elementos de continua presencia en ella.
En esa exaltación de la vida bucólica, el paisaje realza los deleites de la música y del amor. Ambas son características principales de la poesía bucólica, pero en Teócrito no se han convertido todavía en “tópicos”.
Los principales poetas bucólicos griegos son Teócrito, Mosco y Bión.
1. Teócrito
Es por lo general conocido como el fundador de la poesía bucólica, por lo que su nombre suele asociarse al de Virgilio. Sin embargo, su obra ofrece una variedad y una riqueza muy superior a la de esa única dimensión poética.
Su lugar de nacimiento fue sin duda Sicilia y más concretamente la ciudad de Siracusa. Los otros dos lugares donde debió transcurrir parte de su vida son la isla de Cos, en el Egeo, y la gran urbe de Alejandría.
También a estos dos sitios alude el poeta en sus versos y en ambos pone el escenario de algunos de sus poemas.
En cuanto a su fecha de nacimiento, no hay noticia cierta, pero las etapas principales de su vida han de situarse sobre los años 300 y 260 a. de C.
Hacia el año 274 a. de C. residiría tal vez aún en Siracusa, ya que por entonces probablemente compuso su poema XVI, dirigido a Hierón II (rey de Siracusa). En cambio, el poema XVII, un homenaje al rey Ptolomeo Filadelfo (de Egipto), debió escribirse entre el año 274 y el 270 a. de C., lo que hace suponer que el traslado desde Siracusa a Alejandría sucedió entre una y otra fecha.
Se sabe muy poco de la biografía de Teócrito, pero hay en ella un hecho realmente determinante, como es su labor al servicio de la corte de Alejandría, cuya inmensa biblioteca, con seguridad, frecuentó también asiduamente.
En ese ambiente debió de convivir, entre otros poetas, con Calímaco, es decir, con el gran renovador de la teoría poética y de cuyas composiciones se encuentran claros ecos en los versos de Teócrito.
La corte de Alejandría es en este tiempo el principal centro cultural en lengua griega. Lo es para la ciencia, en torno a la biblioteca real, y lo es en el terreno de la poesía, que, hasta cierto punto, además, es ahora indisociable de aquélla.
Los reyes son los mecenas de un relevante grupo de poetas, que, por lo general, son a la vez filólogos y eruditos.
Estos poetas, y Teócrito y Calímaco de manera prominente, están en la cima de ese momento cultural, de la etapa más brillante del Helenismo (hasta el 250 a. de C. aproximadamente), antes de la larga crisis que culmina a mediados del siglo II a. de C., y que tendrá, como consecuencias artísticas, el descenso muy acusado del espíritu creativo y una imitación más servil e impersonal de los modelos antiguos, así como de los nuevos modelos de la propia cultura alejandrina.
Teócrito, que está bien lejos aún del “manierismo” generado en esta época de crisis, se ha convertido, sin embargo, ya en uno de sus principales inspiradores.
Entre él y Mosco y Bión, que forman, sin duda, parte de esta etapa, hay evidentes diferencias.
La originalidad de Teócrito, su sentido del humor, su tratamiento novedoso de los temas tradicionales, todo ello aparece transformado y desvalorizado en estos otros poetas.
Además de la poesía propiamente bucólica, Teócrito escribió poemas épicos en miniatura o “epilios”, con temas esencialmente mitológicos y con un tratamiento casi siempre antiheroico y humanizado, que reduce considerablemente la estatura moral de los héroes hasta aproximarlos al hombre de la época.
También trató el género mímico, en particular aquellos idilios de marcado carácter urbano como el poema II (la hechicera) y el poema XV (las siracusanas).
Hay también poemas de temas diversos, como el XVIII (el epitalamio de Helena), con recuerdos de Safo.
Tanto la tradición bucólica como la “Antología Palatina” conservan una colección de “epigramas” y una “technopaegnia”, la “siringa”, en diez dísticos dactílicos que imitan la forma del instrumento musical.
Teócrito no sólo influirá directamente en Mosco y Bión, sino también en Virgilio, Longo, Luciano, Nonno, Bocaccio, Petrarca, Ronsard, Garcilaso, etc.
1.1 POEMA I: “Tirsis”
Esquema argumental:
El pastor Tirsis y un cabrero, cuyo nombre no se cita, se encuentran y entablan amistosa conversación. Tirsis invita al cabrero a tocar la siringa, en la cual es un reconocido maestro, pero éste rehúsa por temor a despertar de su siesta al terrible Pan (dios de los pastores). Insta a su vez a Tirsis a cantar, con la oferta de un precioso cuenco. Tirsis entonces entona una canción, que es elogiada por el cabrero, y recibe el regalo prometido.
TIRSIS:
Dulce es, cabrero, el murmullo que el pino aquel entona, cercano al manantial; dulce es también el son de tu siringa. Después de Pan (1), el segundo trofeo te llevarás. Si él elige el cornudo buco (macho cabrío), tú obtendrás la cabra; si de premio él toma la cabra, en ti recaerá la chiva, y buena es la carne de una chiva hasta el momento en que la ordeñas.
CABRERO:
Más dulce es, pastor, tu canto que el agua resonante aquella que de alto de la peña se derrama. Si las Musas las ovejas se llevaran de regalo, tú un cordero lechal obtendrás de premio. Y si ellas tuvieran el antojo de coger el cordero, tú, detrás, te llevarías la oveja.
TIRSIS:
¿Quieres - ¡por las Ninfas! -, quieres, cabrero, venir aquí a sentarte a tocar la siringa, en este ribazo del collado, donde los tamariscos? Que yo apacentaré tus cabras entretanto.
CABRERO:
Nos está vedado, pastor, nos está vedado tocar la siringa por el mediodía. Tememos a Pan, pues de cierto a esta hora, fatigado de la caza, descansa. Y es irascible y en su nariz se asienta sin tregua áspera bilis.
Pero como tú, Tirsis, sabes cantar las penas de Dafnis y has llegado a lo más que se puede llegar en el arte bucólico, acá al pie del negrillo (árbol) sentémonos frente a Príapo (2) y las fuentes, donde tienen en el encinar su sentadero los pastores.
Y si cantas como cuando cantaste a porfía con Cromis, aquél (pastor) que vino de Libia, te dejaré ordeñar por tres veces una cabra que me parió dos mellizos y que, a pesar de tener sus dos chivos, me llena además al ordeñarla un par de colodras (tarros de ordeño).
Y te daré también un hondo cuenco, de dulce cera untado y dos asas, de tan reciente labrado que aún huele a la gubia. Arriba en sus bordes se enrosca la hiedra, la hiedra moteada de dorados corimbos, y en ella giran sus zarcillos orgullosos de un fruto color azafrán.
Y una mujer hay por fuera tallada, creación habilidosa de dioses, engalanada con túnica y diadema; a su vera, y cada uno de un lado, dos hombres de linda melena pleitean con discursos por turno, sin que con éstos a ella le lleguen al alma: que a ratos en el uno pone sonriente sus ojos, a ratos, en cambio, es al otro al que presta atención. Y ellos, con los párpados hinchados como huella duradera de su amor, es en vano que se esfuerzan.
Y luego de ellos están labrados un viejo pescador y una áspera peña, sobre la cual está el anciano que afanoso recoge, para echarla, una gran red, con el aire de un hombre que brega duramente. Dirías que pone en pescar cuanto hay de vigor en sus miembros: hasta tal punto se le abultan de todos lados en el cuello los músculos, y eso que está cubierto de canas, pero su fuerza es más propia de un mozo.
Y a corta distancia de este viejo ajado por el mar hay un viñedo con lúcida carga de purpúreos racimos, que, sentado en una cerca de piedra, guarda un rapaz, y a ambos lados de éste dos zorras, la una que por las filas de cepas va y viene a las uvas maduras llevando el estrago, y la otra que contra el zurrón urde añagazas sin cuento y promete no antes dejar en paz al mozuelo sin haberle dejado su almuerzo sin pan. Mas él está tejiendo de asfódelos una jaula de grillos con trama de juncos y ni le importa el zurrón ni las cepas, según con su trenzado disfruta.
Y por todas partes en torno al vaso se extiende el acanto cimbreño.
Una joya admirable de cabreros, un prodigio para dejarte el ánimo pasmado. Por él le di una cabra a un barquero de Calidnas y de blanca leche en pago un queso bien grande. Ni aún ha tocado mis labios y está sin estrenar todavía. Gustoso te complacería con él si tú a mí me cantas, amigo, tu canción admirable. Y no me burlo de ti, con que ¡ea!, compañero, pues no creo que guardes tu copla para el Hades que nos hace perder la memoria.
TIRSIS:
(Dad principio al bucólico canto, Musas amadas, dadle principio) [estribillo]
Aquí está Tirsis de Etna, y la voz dulce de Tirsis.
¿Dónde, Ninfas, estabais , dónde, cuando Dafnis languidecía? (3) ¿Acaso por las lindas cañadas del Peneo (río de Tesalia), acaso del Pindo (monte de Tesalia)? Pues de cierto que no custodiabais la caudalosa corriente fluvial del Anapo ni la atalaya del Etna ni tampoco las aguas sacras del Acis (río de Sicilia).
(Dad principio al bucólico canto, Musas amadas, dadle principio)
Por él los chacales, por él los lobos aullaban; por él, a su muerte, hasta el león del bosque lloraba.
(Dad principio al bucólico canto, Musas amadas, dadle principio)
A sus pies muchas las vacas y muchos los toros, y muchas las novillas y las becerras gemían.
(Dad principio al bucólico canto, Musas amadas, dadle principio)
Llegó de la montaña Hermes, el primero de todos, y dijo: “Dafnis, ¿quién te da desazón?, ¿de quién, amigo, tan enamorado estás?
(Dad principio al bucólico canto, Musas amadas, dadle principio)
Llegaron los vaqueros, los pastores, los cabreros llegaron. Todos preguntaban qué mal padecía. Llegó Príapo y dijo: “Mísero Dafnis, ¿por qué languideces? Tu zagala va fuente tras fuente y bosque tras bosque.
(Dad principio al bucólico canto, Musas amadas, dadle principio)
¡Ah! Estás enfermo de amor y no hay quien te salve. Te llamaban vaquero, mas pareces ahora un cabrero: que el cabrero, al ver montar a las cabras, se le humedecen los ojos por no haber nacido también él un buco (macho cabrío).
(Dad principio al bucólico canto, Musas amadas, dadle principio)
Y a ti, de que ves cómo ríen las doncellas, se te humedecen los ojos por no estar con ellas bailando”.
Y ni palabra les replicaba el vaquero, sino que su amarga pasión apuraba, y la apuró hasta el final de su sino.
(Dad principio al bucólico canto, dadle de nuevo, Musas, principio)
En fin, también llegó Cipris (4) dulcemente gozosa, con gozo que ocultaba y su pesadumbre mostrando, y dijo: “Así que tú, Dafnis, te propusiste doblegar al Amor. ¿Y no fuiste tú el doblegado por Amor implacable?”
(Dad principio al bucólico canto, dadle de nuevo, Musas, principio)
Y a ella entonces replicóle Dafnis: “Cipris para los mortales odiosa, ¿es que imaginas que todo sol para mí ya se ha puesto? Incluso en el Hades un mal pesar para Amor será Dafnis.
(Dad principio al bucólico canto, dadle de nuevo, Musas, principio)
¿No dices que el boyero (5) a Cipris …? ¡Vete al Ida (monte de Troya), vete con Anquises! Allí hay encinas y aquí juncia, y aquí las abejas bordonean lindamente junto a las colmenas (6).
(Dad principio al bucólico canto, dadle de nuevo, Musas, principio)
También está Adonis (7) lozano, también pastorea sus ovejas, acierta a las liebres y acosa toda especie de fieras.
(Dad principio al bucólico canto, dadle de nuevo, Musas, principio)
¡Ve de nuevo a plantarle cara a Diomedes (8) y dile: “He vencido a Dafnis el vaquero; ¡ea, lucha conmigo!”
(Dad principio al bucólico canto, dadle, Musas, principio)
¡Oh Pan, Pan!, ya estés por las altas cumbres del Licaón (monte), ya el gran Ménalo (monte) recorras, ven a la isla de Sicilia y deja la cima de Hélice y el escarpado túmulo del Licaónida (10), hasta para los dioses dichosos tan placentero.
(Poned fin, Musas, al bucólico canto, ponedle ya fin)
¡Ven, oh señor, toma esta linda Siringa con fragancia de miel por su cera apretada y que el labio recorre: que a mí al Hades Amor ya me arrastra!
(Poned fin, Musas, al bucólico canto, ponedle ya fin)
Ahora violetas echad los zarzales; abrojos, echad vosotros violetas, y que florezca el precioso narciso sobre el enebro y todo se ponga al revés y que el pino dé peras, una vez que Dafnis se muere, y que el ciervo desgarre a los canes y desde los montes desafíen con su voz a los ruiseñores las lechuzas.
(Poned fin, Musas, al bucólico canto, ponedle ya fin)
Y estas fueron sus únicas palabras y cesó ya de hablar. Y Afrodita aún quería alzarlo, pero todos los hilos, que le asignaron las Moiras (11), se habían consumido, y Dafnis entró en la corriente (12).
Cubrió un remolino al varón de las Musas amado y al que tampoco eran adversas las Ninfas.
(Poned fin, Musas, al bucólico canto, ponedle ya fin)
Y tú dame la cabra y el vaso, para ordeñarla y hacer una libación en honor de las Musas. ¡Salve, Musas!, muchas veces salve! Que en otro momento a vosotras os entonaré una canción más dulce todavía.
CABRERO:
Que tu hermosa boca se llene, Tirsis, de miel y se llene de panales, y te sea dado comer el dulce higo de Egilo, ya que tú cantas mejor que una cigarra. Aquí tienes el vaso: repara, amigo, en qué rico es su aroma. Creerás que lo han lavado en las fuentes de las Horas (13). ¡Ven acá, Ciseta! Y tú, ordéñala. ¡Y vosotras, las cabras, dejar de brincar, no sea que acuda a montaros el macho!
Notas:
(1) Pan es el dios de los pastores y de los rebaños. Es corrientemente asociado a la flauta llamada “siringa”, e incluso a veces se le atribuye su invención.
(2) Príapo es el dios de la fecundidad. Es de suponer que alude a una tosca figurilla de este dios fálico.
(3) Dafnis es un semidiós siciliano. Era hijo de Hermes, dios de los rebaños y de una ninfa, y había nacido en un bosquecillo de laureles (de ahí su nombre) consagrado a las Ninfas. Educado por ellas, habíanle enseñado el arte del pastoreo. De extraordinaria belleza, Dafnis era amado por numerosas Ninfas y mujeres mortales, así como por los dioses. Pan, especialmente, lo había instruido en la música. Mientras pacían sus bueyes, Dafnis tocaba la siringa y cantaba canciones bucólicas, género inventado por él. Pero murió en plena juventud. La causa de su muerte fue el amor que le profesaba una Ninfa a la que él prestó juramento de fidelidad y a la correspondía hasta el día en que la hija de un rey de Sicilia se las ingenió para embriagarlo y unirse con él. La Ninfa le castigó con la ceguera o incluso con la muerte.
Teócrito aquí ha tomado como centro de su texto las que parecen ser las consecuencias de ese amor de Dafnis por la Ninfa, presentándolo como una enfermedad espiritual que lo arrastra fatalmente a su destrucción.
(4) Cipris, se refiere a la diosa Afrodita, la diosa del amor.
(5) El boyero aludido es naturalmente Anquises y el monte Ida en Troya es el lugar del encuentro de Anquises (un mortal) con la diosa Afrodita, del que nacerá el troyano Eneas.
(6) Las encinas, asociadas al mundo de los pastores, son aquí símbolo erótico (y de adulterio incluso); la juncia, en cambio, (consagrada a la diosa Hera) y las abejas representan la fidelidad y la castidad.
(7) Adonis es el amado de Afrodita matado por un jabalí, que, según alguna versión del mito, le envió el dios Ares (amante de Afrodita), por celos de él.
(8) Diomedes es un héroe que tomó parte en la guerra de Troya a favor de los griegos y, en una de las batallas, hirió a la diosa Afrodita que luchaba en defensa de los troyanos.
(9) Aretusa es una fuente de Sicilia.
(10) La cima de Hélice era un túmulo del cual nos habla aún Pausanias (VIII 35,8). Hélice era hija de Licaón y madre a su vez de Pan y de Arcade, epónimo de Arcadia. El túmulo del Licaónida es el túmulo o tumba de Arcade.
(11) Las Moiras son la personificación del Destino de cada cual, de la suerte que le corresponde en este mundo. En principio, todo humano tiene su “Moira”, que significa su “parte” (de vida, de felicidad, de desgracia, etc.).
(12) No es probable que se aluda al Aqueronte (río del mundo del Hades), sino más bien a alguna corriente cercana, quizás el mismo río Anapo, es decir, al dominio de las Ninfas y en particular de la Ninfa amada por Dafnis, que recibiría el alma de su enamorado, ya muerto. Teócrito habría tomado partido por la versión que hablaba del suicidio.
(13) Las Horas son diosas primaverales y origen consabido de belleza.
1.2 POEMA XI: “El cíclope”
Resumen argumental:
El poeta se dirige a su amigo el médico Nicias para darle su parecer sobre los remedios de las penas de amor: el único fiable es el canto, es decir, la poesía, el arte.
Un ejemplo de ello es el del cíclope Polifemo, que enamorado sin esperanzas de la Nereida Galatea, halló en el canto la adecuada medicina.
[ Teócrito, que no acoge sin un toque de humor ningún empeño didáctico, enfoca como tantas otras veces la figura del enamorado (aquí ya físicamente cómico) desde una perspectiva humorística. No hay curación, si acaso momentáneo alivio, y el enfermo vuelve a recaer.
En todo caso, no puede negarse que el canto, la poesía si se quiere, ha producido un efecto como tal medicina.
La apariencia de curación no es sino una broma con que el poeta nos encandila y engaña.
La incompatibilidad natural entre Polifemo y Galatea (la distancia entre el enamorado y su amada llevada al paroxismo) eran indicios de que una solución tal nunca fue pensada para ser tomada en serio.]
POETA (Teócrito):
Ninguna otra medicina, Nicias, hay en mi opinión para el amor, ni en pomadas ni en polvos, a no ser las Piérides (Las Musas, el arte, la poesía). Ésta es para los hombres suave y placentera, mas no es fácil de hallar. Y creo que tú bien lo sabes, tú que eres médico y en la estimación de las nueve Musas sin duda predilecto. Así fue como le resultaba de lo más llevadero a mi paisano el Cíclope, el antiguo Polifemo, cuando de Galatea anduvo enamorado a poco de apuntarle el bozo hacia las sienes y en torno de la boca. Y no era su amor ni de manzanas, ni de rosas, ni de bucles, sino de auténtica locura, y todo lo demás no le importaba. Tantas veces sus ovejas solas retornaron al redil desde los verdes pastos, y él solo, cantando desde el alba a Galatea, se consumía en la orilla cubierta de algas, con la herida más cruenta allá en su corazón que el dardo de la gran Cipris (Afrodita) le abriera en las entrañas. Pero halló el remedio y, sentado en alta peña y en el mar la mirada (puesta), así cantaba:
“¡Blanca Galatea!, ¿por qué al que te ama lo rechazas, tú a los ojos más blanca que cuajada, más tierna que un cordero, más vivaz que una ternera, más suave que una uva en agraz (que no está madura)? ¿Y así, al momento acudes cuando me rinde el dulce sueño y te vas de inmediato cuando me deja el dulce sueño y escapas como oveja que al cano lobo viera? Muchacha, de ti me enamoré en cuanto llegaste con mi madre a recoger del monte flores de Jacinto, y yo os mostré el camino. Y por haberte visto, y ya aún hasta ahora desde entonces, a mi amor no puedo poner fin. Y a ti nada se te da, nada, por Zeus. Yo sé muchacha encantadora, la razón de que me huyas: porque una larga, peluda y única ceja se extiende de una oreja a otra oreja por mi frente toda, y un solo ojo hay debajo y sobre mis labios tengo una ancha nariz. Mas, con ser de tal traza, apaciento mil cabezas de ganado y las ordeño y bebo leche la mejor. Y no me falta queso ni en verano ni en el otoño ni al final del invierno, y bien cargados siempre tengo mis zarzos. Y sé tocar la zampoña como ningún otro cíclope aquí, y a ti, mi dulce manzana querida, y a mí juntamente van mis canciones que muchas veces entono a deshoras de la noche. Once cervatillas crío para ti, todas con su collar, y cuatro cachorros de oso. ¡Ea!, ven a mí y nada perderás. Deja que la verdosa mar siga contra la tierra palpitando: más a gusto pasarás la noche en la cueva a mi lado. Allá hay laureles, hay cimbreantes cipreses, hay oscura yedra, hay viña de dulces frutos, hay agua fresca, bebida divina que para mí el Etna arbolado de su blanca nieve hace manar. ¿Quién podría preferir a estos bienes poseer la mar y sus olas?
Mas si te parece que soy demasiado velludo, tengo leña de encina, un fuego infatigable, y si es por tu mano me dejaría quemar hasta el alma y hasta mi único ojo, que es para mí la más dulce prenda.
¡Ay, que cuando mi madre me parió no naciera con agallas!: me sumergiría hasta ti y besaría tu mano, si tu boca no quisieras, y te llevaría ya blancos narcisos, ya delicada amapola con sus pétalos rojos.
Pero se da la una en verano y aquellos en cambio en invierno, y así no podría a la vez llevártelos todos.
Ahora, dalo por hecho, mocita, que ahora al instante a nadar, sí, voy aprender, por si algún extranjero con su bajel navegando acá se llegara, para así yo saber qué placer sea para ti habitar allá en lo profundo. Sal, Galatea, y, en saliendo, (permanece) tal como yo aquí y ahora sentada. Ojalá te olvides del retorno a tu hogar y desees junto conmigo apacentar el ganado y ordeñar y hacer queso echándole el agrio cuajo a la leche.
Mi madre, ella sola, es la que me ocasiona este daño, y a ella la culpo: nunca en modo alguno te ha hablado en mi favor, y eso que de día en día me ve enflaquecer. Le diré que tengo palpitaciones en la cabeza y en uno y otro pie, de modo que sufra, ya que también sufro yo.
¡Oh Cíclope, Cíclope!, ¿a dónde se ha ido de un vuelo tu razón? Si te fueras a tejer zarzos y a coger ramón (ramas) para llevarlo a tus ovejas, puede que tuvieras más entendimiento. Ordeña la que está a tu vera: ¿a qué perseguir al que te huye? Tal vez encontrarás otra Galatea, incluso más hermosa. Muchas son las zagalas que me invitan a hacer el amor por la noche con ellas. Y todas se ríen provocativas cuando atiendo sus llamadas. Está visto que, en tierra, también yo tengo el aire de ser alguien.”
Así, ya lo ves, con sus canciones pastoreaba Polifemo su pasión y encontraba más alivio que si hubiera gastado en ello su dinero en médicos.
2. MOSCO
Es uno de los más conocidos entre los imitadores de Teócrito.
La “Suda” lo llama siracusano y añade dos datos: que fue “gramático” y que era discípulo de Aristarco (astrónomo y matemático griego).
La tradición le atribuye cuatro poemas, tres son fragmentos procedentes de la “Antología Palatina” y un epigrama.
Entre los tres primeros, el poema III, “canto fúnebre por Bión”, no puede ser obra suya, puesto que Bión es posterior a Mosco.
Busca lo novedoso, pero no innova. Utiliza un tono amable, gracioso y suave.
El poema “Amor fugitivo”, que ha sido muy imitado a lo largo de toda la literatura europea, parte de que Afrodita pregona la huida de Amor como si fuera un esclavito suyo rebelde.
Su composición más larga, “Europa”, es un “epilio” que no llega a los 200 versos.
2.1 Poema II: “Europa”
Esquema argumental:
Una vez soñó Europa con dos damas que se la disputaban: una aseguraba haberla criado, pero la otra de aire extranjero, alegaba que la propia voluntad de Zeus amparaba sus derechos.
Ya despierta, Europa siente profunda inquietud, en especial por la personalidad de aquella extranjera. Llama entonces a sus amigas y juntas van a un prado, junto al mar, a coger flores. Europa lleva un precioso cesto de oro, decorado con la historia de Io. Y ya ellas en el prado, Zeus, prendado de la joven y transformado en un hermoso y manso toro, se presenta (ante ellas). Europa monta encantada, sobre él, y el toro penetra en el mar a la carrera. Un cortejo de animales marinos, de Nereidas y Tritones, los acompaña, con Poseidón por guía. Europa interroga al toro y él le explica quién es y le vaticina un glorioso destino. Ya en Creta, Europa se convierte en esposa del dios y madre de los hijos que le fueron profetizados.
“En una ocasión le mandó Cipris (Afrodita) un dulce sueño a Europa (princesa fenicia). Cuando comienza la tercera parte de la noche y el alba se acerca, cuando una somnolencia más dulce que la miel se posa en los párpados y relajando los miembros traba los ojos con blanda cadena, justo a la hora en que la especie de los ensueños veraces anda errabunda, entonces a Europa, la hija de Fenix, todavía virgen, que dormía en los aposentos de arriba (los aposentos femeninos), le pareció ver que por ella pugnaban dos continentes, Asia el uno y el de enfrente el otro (Europa). Y una traza tenían cual mujeres. La una mostraba aspecto extranjero y la otra con visos de ser de la tierra, y ésta era la que más se le aferraba, como a una hija propia, y aseguraba haberla ella parido y criado. Mas la otra con todo el vigor de sus manos robustas la arrastraba consigo sin que supiera oponérsele, desde el momento en que aquélla hubo afirmado que, según el sino (destino) dispuesto por Zeus el que porta la égida, Europa era un privilegio que le había sido asignado.
Saltó ésta llena de espanto de entre las ropas del lecho, el corazón palpitante, pues tan real había sido la visión de su sueño. Y se estuvo, en silencio, largo tiempo sentada, aún con la imagen de ambas mujeres en sus ojos de par en par abiertos.
Y al cabo alzó la doncella su voz temerosa:
“¿Quién de entre los celestiales me envió semejantes visiones? ¿Qué pesadillas son esas que, en mi alcoba, mientras dormía dulcemente en el lecho, han venido a turbarme? ¿Quién fue la extranjera que vi entre mis sueños? ¡De qué modo se adueñó de mi corazón el ansia que siento por ella! ¡Con qué solicitud me acogió ella también y como a su propia hija me miraba! ¡Sea para bien que los dioses benditos den cumplimiento a mi sueño! “
Así dijo y se alzó y fue a buscar a las nobles compañeras de su misma edad tan gratas a su corazón y siempre hermanadas en los juegos, ya a la hora de entregarse a la danza, ya a la hora de lavar su cuerpo en los chorros de las riveras, ya a la de recoger de la pradera los lirios olorosos. Y ellas al instante estuvieron ante sus ojos, cada una llevando una cesta para las flores en las manos. Y marcharon a los prados que lindan con el mar, donde de siempre se reunían en grupo para disfrutar de la hermosura de las rosas y del rumor del oleaje.
También Europa portaba una cesta, de oro, admirable, una gran maravilla, una labor grande de Hefesto, que éste diera como obsequio a Libia el día en que accedió al lecho del que sacude la tierra (Poseidón), y ella la diera a su vez a Telefasa la de insigne hermosura, que era de su sangre. Y a Europa, aún soltera, Telefasa, su madre, le dio el ilustre presente. Había en él labrada mucha obra deslumbrante y de extrema pericia. Formada de oro estaba allí Io (1), la hija de Ínaco, cuando todavía era novilla y no poseía figura de mujer. Con errantes pies iba por las saladas rutas, igual que si nadara, y el mar estaba en esmalte modelado. En alto, sobre las escarpas (acantilados) de ambas orillas, había hombres que apiñados contemplaban a la vaca en su marina travesía. Y estaba allí Zeus, hijo de Cronos, que tocaba con el suave roce de sus manos a la vaca nacida de Ínaco, y que, junto al Nilo de los siete cursos (2) tornaba a cambiarla, de cornuda res, en mujer. La corriente del Nilo era de plata, la vaca de bronce y el propio Zeus estaba labrado en oro. Y a los lados, bajo el reborde de la redonda cesta, había sido tallado Hermes, y Argos (perro de cien cabezas) yacía a su vera todo a lo largo, con sus ojos insomnes, y de su roja sangre se alzaba un ave, orgullosa del floreado colorido de su cola. Y, al desplegarla, igual que una nave de veloz derrotero, cubría con su plumaje el contorno de la boca de la dorada canasta. Así era la cesta de Europa la muy hermosa.
Y de que hubieron llegado a las praderas floridas, entonces cada cual buscó su placer en flores diversas: la una cogía el narciso aromático, la otra el Jacinto, ésta la violeta, aquélla el tomillo. Mucha era la variedad de pétalos de flores que brotaban por el suelo en los prados que la primavera nutre. Y ellas, a su vez, competían por coger la fragante cabellera del amarillo azafrán, y, en medio, su ama, mientras con sus manos recogía el esplendor de la rosa de rojo llameante, resaltaba cuál entre las Gracias la que naciera de la espuma (Afrodita).
Mas no iba a disfrutar mucho tiempo con las flores ni menos a preservar el cinturón de su virginidad intacto. Pues, no bien reparó en ella el hijo de Cronos, vio su ánimo turbado, abatido por los dardos de Cipris (Afrodita) imprevistos, de la única que puede abatir al propio Zeus.
Y, tanto para evitar el enojo de la celosa Hera, como por antojársele engañar la sencilla razón de la doncella, encubrió al dios que era, alteró su figura y se hizo toro: no como el que se ceba dentro del establo ni como el que abre el surco a fuerza de arrastrar el corvo arado ni como el que junto al rebaño pace ni como el que, domeñado, tira de la carreta bien cargada. Su cuerpo era todo de pelaje rubio, menos una redonda mancha blanca que refulgía en el centro de su frente. Debajo relucían sus ojos y relampagueaban de pasión. Y sus cuernos, enfrentándose parejos, se alzaban sobre su testa como el círculo que forma el disco partido en dos de la cornuda luna.
Y llegó al prado, y su presencia no asustó a las doncellas: al contrario, a todas les nació el deseo de aproximarse y de tocar a la admirable res, cuyo divino olor, allá a la distancia, triunfaba incluso de los efluvios deliciosos que exhalaba la pradera. Y fue a detenerse ante los pies de la irreprochable Europa, lamió su cuello y dejó encantada a la muchacha. Ella lo acariciaba, con sus manos delicadamente limpiaba la abundante espuma de su boca, y acabó por besar al toro. Y él lanzó un tierno mugido que se diría haber oído el dulce son de la flauta de Magdonia (3). Se echó a sus plantas y, con un giro de su cuello, fijó sus ojos en Europa, mostrándole la anchura de sus lomos.
Y así ella habló entre las doncellas de espesas guedejas: “Venid acá, amadas amigas y compañeras de mi misma edad, para que disfrutemos sentadas sobre el toro este. Pues sin duda a todas nos acogerá en la extensión dilatada de su lomo, según se le ve de amable y manso y tierno, de un modo que en nada se parece a ningún otro toro. Y lo anima un amistoso entendimiento, como de criatura humana, y sólo de la palabra está privado”.
Luego de hablar así, se sentó en los lomos sonriente. E iban las demás a hacer otro tanto, pero el toro, arrebatando con él la que quería, se alzó de un brinco repentino ganó veloz el mar. Ella con el cuerpo vuelto, con los brazos extendidos, invocaba a sus compañeras, mas éstas no tenían ya medio de alcanzarla. Y en cuanto pisó el toro la orilla, siguió adelante en su galope, igual que un delfín, en su marcha sobre el vasto oleaje sin mojarse siquiera las pezuñas. Y la mar entretanto a su paso se encalmaba, las bestias rebullían a los lados ante los pies de Zeus y, gozoso y desde lo profundo, un delfín hacía sus acrobacias por encima de las olas.
De la mar emergían las Nereidas, y todas sentadas a lomos de las bestias avanzaban en hileras, y el propio dios del grave fragor, el que sacude la tierra (Poseidón), alisando las olas guiaba a su hermano (Zeus) por la ruta marina.
En torno a él se congregaban los Tritones (4), sonoros flautistas de la mar que entonaban un canto de bodas en sus prolongadas caracolas. Y en tanto ella, sentada en los taurinos lomos de Zeus, con una mano llevaba sujeto el largo cuerno del toro, con la otra recogía los pliegues purpúreos del halda a fin de que, suelta tras ella, no la empapara el agua sin límites de la mar blanquecina, y en los hombros de Europa formaba hondo hueco su túnica, igual que el velo de nave, el peso de la joven volviendo liviano.
Pero cuando ya se vio lejos de la tierra paterna y no se mostraba a su vista ni costa ninguna con su resaca estruendosa ni monte escarpado, sino sólo el cielo en lo alto y, abajo, la mar sin confines, con inquietud paseando sus ojos en torno tan sólo pudo pronunciar estas palabras: “¿A dónde me llevas, toro divino? ¿Quién eres? ¿Y cómo atraviesas por rutas que son tan penosas para las reses de andar vacilante, sin temor a la mar? Pues la mar es paso de naves, que la surcan veloces, mas, los toros se asustan de las sendas marinas.
¿Qué dulce bebida hallarás en el mar, qué alimento? Sin duda tú eres un dios: obras al menos igual que los dioses. Ni los delfines del mar se abren camino por tierra ni los toros lo hacen por el mar, pero tú por tierra y por mar resuelto y sin miedo te lanzas y son tus pezuñas tus remos. Quizá también alzado a lo alto, allá sobre la región del aire azulado, te echaras a volar, semejante a las rápidas naves. ¡Ay de mí, en qué gran infortunio me veo, yo que, dejada bien lejos la casa de mi padre y en pos de esta res, voy siguiendo navegación extraña y marcho sin rumbo y tan sola! Mas tú, el que sacude la tierra, que riges la mar de blancas espumas, acude en mi ayuda benévolo: pues tú eres, según imagino, quien, abriéndome paso, estás gobernando esta travesía. Que no sin consentirlo algún dios recorro estas húmedas sendas”.
Así habló, y la respuesta del bien astado toro fue del modo que sigue:
“¡Ánimo, doncella! No temas el oleaje marino. El propio Zeus yo soy, por más que de cerca parezca ser toro, ya que puedo ofrecerme a la vista en la forma que quiera. Y el ansia de ti me impulsó a medir océano tan grande, con apariencia de toro.
Te recibirá la isla de Creta, que atendió a mi propia crianza, como lugar de tus bodas. Y de mí engendrarás hijos ilustres, que todos sin falta serán portadores de cetro entre las criaturas terrestres (5).”
Así habló. Y cuanto dijo se ha cumplido. Creta estuvo a la vista, Zeus de nuevo recobró su figura, desató el ceñidor de la joven y las Horas le prepararon el lecho. Y ella, que poco ha era virgen, pasó a ser al instante esposa de Zeus y concibió hijos para el hijo de Cronos y prontamente fue madre.”
Notas.
(1) La argiva Io fue metamorfoseada en vaca a consecuencia de los celos de Hera (esposa de Zeus). Ésta la hizo vigilar por el monstruoso perro Argos, el de cien ojos, y luego, liberada por Hermes, fue en una marcha errante hasta Egipto, donde Zeus le devolvió su forma natural.
(2) Las siete corrientes se refieren a las siete bocas del Delta.
(3) Magdonia, región de Frigia, aquí equivalente a Frigia. Este tipo de flauta destacaba por sus tonos graves.
(4) Los Tritones eran acompañantes y servidores de Poseidón.
(5) Aunque en Homero (Il. XIV 322) se mencionan sólo dos hijos de Zeus y Europa, con los nombres de Minos y Radamantis, lo usual desde Hesíodo es la cifra de tres (con Sarpedón en tercer lugar). Los tres fueron reyes desde luego.
3. BIÓN
Nacido en Esmirna. Vivió en la segunda mitad del siglo II y primeros del siglo I a. de C.
El “canto fúnebre” dice que murió envenenado. Es poco probable, pero sí que murió joven.
Se le atribuyen tres obras:
- El poema I “Canto fúnebre por Adonis”
El tema es la muerte de Adonis, herido en el muslo por un jabalí.
- El poema II “Epitalamio de Aquiles y Deidamía”: Aquiles en Esciros, disfrazado de muchacha, se enamora de una de sus compañeras.
- “A Adonis muerto”, en el que Afrodita ordena a los Amores capturar al jabalí que ha causado la muerte de Adonis. En un improvisado juicio el animal se justifica: no por el deseo de herir, sino por amor también por lo que él cometió su crimen. Por lo cual, la diosa compadecida lo perdona.
3.1 POEMA I: “Endecha por Adonis”
Esquema argumental:
El poeta despierta a Afrodita para que acuda al duelo por su amante Adonis y describe a éste mortalmente herido por el jabalí. Afrodita corre, doliente, por los montes, y la naturaleza se suma a su pena. La diosa clama por el joven y el poeta intenta consolarla, invitándola a rendir su homenaje al cadáver, en lo que la acompañan los Amores. Y las Gracias, las Moiras incluso, lamentan su pérdida.
“Mi lamento es por Adonis: Ha muerto el bello Adonis” [Estribillo]
“Murió el bello Adonis”, responden con sus lamentos los Amores. No sigas durmiendo, Cipris (Afrodita) entre tus colchas de púrpura. Despierta, desdichada, vístete de oscuro, haz resonar tu pecho con los golpes y di a todos: “Ha muerto el bello Adonis”.
(Mi lamento es por Adonis. Me responden con sus lamentos los Amores)
Yace el bello Adonis en los montes, en el muslo herido por el colmillo, en su blanco muslo (herido) por el colmillo blanco, y con su débil hálito aflige a Cipris.
Negra sangre fluye entre su carne de nieve, bajo sus cejas se enturbia su mirada, la rosa huye de sus labios y en el cerco de éstos también perece el beso que ya nunca Cipris podrá tomar. Complace a Cipris incluso el beso del que ya no tiene vida, mas Adonis ignora que ella mientras él muere lo ha besado.
(Mi lamento es por Adonis. Me responden con sus lamentos los Amores)
Feroz, feroz herida tiene en el muslo Adonis. Pero herida más grave lleva Citerea (Afrodita) en su corazón.
Por el muchacho han gemido sus perros fieles y por él lloran las Ninfas de los montes. Afrodita, desatando sus trenzas, por los bosques vaga sin rumbo, doliente, con el pelo suelto y descalza, y las zarzas la arañan al pasar y cosechan su sangre sacrosanta. Y ella entre gritos agudos va por las largas vaguadas clamando por su consorte sirio y al mancebo llamando.
Y en su torno fluía, junto a su ombligo, su negra sangre, y los muslos le enrojecieron el pecho, y sus senos, antes de nieve, por Adonis se tornaron de púrpura.
(“¡Ay por Citerea!”, responden con sus lamentos los Amores)
Ha perdido a su hermoso varón, ha perdido con él su santa belleza: la santa belleza de Cipris, de cuando Adonis vivía, pero con Adonis pereció su hermosura.
“¡Ay por Cipris, ay!”, pregonan todos los montes. Y las encinas: “¡Ay por Adonis!”. Y lloran los ríos por el duelo de Afrodita y los manantiales derraman sus lágrimas en los montes por Adonis, las flores de dolor enrojecen, y Citera por todas las laderas, por todos los valles, entona su canto lamentable:( “¡Ay por Citerea!: Ha muerto el bello Adonis”) Y Eco le responde: “Ha muerto el bello Adonis”.
¿Quién no lloraría, ay, por el triste amor de Cipris?
Cuando lo vio, cuando se apercibió de la incontenible herida de Adonis, cuando vio la roja sangre en torno al muslo desfalleciente, alzando los brazos gemía:
“¡No te vayas, Adonis!, ¡infortunado Adonis, no te vayas! Que por vez postrera llegue a tu lado, y te abrace y una mis labios a tus labios.
Despierta un instante, Adonis, y bésame aún por última vez, bésame tanto cuanto siga con vida tu beso, hasta que expires en mi boca y en mi corazón tu hálito fluya y yo beba tu dulce poción de amor y así tu pasión apure. Y tendré en custodia ese beso como al propio Adonis, luego que tú, malaventurado, huyas de mí, lejos huyas, Adonis, y partas al Aqueronte, al lado del monarca odioso y feroz (Hades).
Mas yo, triste de mí, sigo viviendo y soy diosa y no puedo seguirte.
Toma a mi esposo, Perséfone (diosa del Infierno). Tú eres con mucho más fuerte que yo y todo lo hermoso a ti va a parar. Mi sino es del todo infortunado, mi dolor es insaciable y lloro por Adonis, que se me ha muerto, y tú me infundes miedo. Te mueres, tú tres veces deseable, y mi amor, como un sueño, se me fue volando, y ya está viuda Citerea y huérfanos quedan en mi casa los Amores. Con tu muerte ha perdido su poder mi ceñidor (1). ¿Por qué, atrevido, te fuiste de caza? ¿Por qué, siendo tan bello, tu locura te llevó a pelear con una fiera?”
Así Cipris gemía. Y respondían con sus lamentos los Amores:
(“¡Ay por Citerea!: Ha muerto el bello Adonis”)
No llores ya, Cipris, por tu hombre entre los bosques. No es buen lecho para Adonis uno de hojas solitario: que ahora, muerto Adonis, tenga por lecho el tuyo, Citerea. Hasta muerto está hermoso, hermoso cadáver, como dormido. Depositado en los blandos cobertores entre los que dormía cuando se empeñaba contigo en la nocturna brega del sagrado sueño, en tu lecho dorado, que añora a Adonis por ajado que ahora esté. Arrójale guirnaldas y flores. Todas lo acompañan: que como él ha muerto, las flores todas se marchitaron.
Riégalo con los ungüentos de Siria, riégalo con perfumes. Que todo perfume se extinga: tu perfume, que era Adonis, se ha extinguido ya.
Está reclinado el delicado Adonis entre ropajes de púrpura. En su torno, entre lágrimas, sollozan los Amores, sus cabellos cortados sobre Adonis.
Uno sobre él depositó sus flechas, otro su arco, éste sus plumas, la aljaba aquél. Uno ha desatado la sandalia de Adonis, otros, agua en jofaina de oro acarrean, éste lava sus muslos, aquél por detrás abanica con sus alas a Adonis.
(“¡Ay por Citerea!”, responden con sus lamentos los Amores)
Apagó todas sus antorchas Himeneo sobre las jambas de las puertas y desparramó la guirnalda de las bodas; ya no, ya no cantaba “¡Himen, Himen!”, su canción, sino que “¡ay, ay!” decía, y “¡Adonis!” aún más que “¡Himeneo!”. Las Gracias lloran por el hijo de Cíniras (2), las unas a las otras repitiéndose: “Ha muerto el bello Adonis”, y gritan ellas mismas con tonos más agudos que tú, Dione (3). Y las Moiras por Adonis, por Adonis claman y por él pronuncian sus ensalmos, mas no les presta oído, no en verdad porque él no quiera, sino porque Core (Perséfone) no accede a liberarlo.
Ceja en tus lamentos, Citerea, por hoy, contén tu duelo. A llorar has de tornar, tornarás otro año a verter lágrimas.
Notas:
(1) El ceñidor de Afrodita llamado “cestós” tenía poderes mágicos.
(2) Ciniras, el padre de Adonis, según una de las versiones, era el rey de Chipre.
(3) Dione es aquí la propia madre de Afrodita.
(Bucólicos Griegos. Edición de Máximo Brioso Sánchez. Edit. Akal. Madrid. 1986)
Segovia, 12 de diciembre del 2022
Juan Barquilla Cadenas.