Los tribunales de justicia en la Grecia antigua. Aristófanes: "Las Avispas"
El procedimiento judicial en la Grecia antigua: Aristófanes “Las Avispas”.
1. Órganos judiciales en la Grecia antigua
En primer lugar y el más antiguo era “el Areópago”, que toma el nombre de la colina de Atenas donde se reunía.
Era el órgano político y jurídico aristocrático por excelencia.
En los sistemas políticos oligárquicos, los órganos judiciales – como los religiosos – siempre han sido de tendencia conservadora.
Antes de la democracia, en Atenas correspondía al Areópago la responsabilidad de velar por las leyes y juzgar los casos más importantes, los delitos contra la integridad del Estado y los casos de sangre.
Aristóteles indica: “Los juicios de sangre en los que alguien mata a otro tras herirlo por su propia mano se seguirán celebrando de acuerdo con las costumbres tradicionales” (Cons.Ath. 39.5).
Se trataba de delitos a los que se aplica un criterio religioso, casi antropológico: los que, por el derramamiento de sangre suponían un estigma, una mancha, para la ciudad. Se consideraba que los homicidios eran particularmente contaminantes.
Los jueces del Areópago debían interpretar la ley no escrita, la “Themis”, de ahí que se les compare con los jueces de época homérica, o los de la época arcaica, que confiaban el juicio a la memoria y a la comparación – la jurisprudencia previa- del caso juzgado.
De ahí que el Areópago fue considerado, con el avance de la democracia, un órgano desfasado y poco participativo, pues en él quedaba limitada, si no prohibida, la “isegoría”, la libertad de palabra, que era uno de los conceptos fundamentales que definen a la ciudad democrática.
Uno de los abanderados de la democracia radical fue Efialtes. Éste tachó de “antidemocrático” al Areópago, y lo privó de la mayoría de sus atribuciones, relegando su función a una vaga “vigilancia de las costumbres tradicionales”, como era, por caso, “el cuidado de los olivos sagrados de la Acrópolis”.
También redujo su función como tribunal, permitiéndole juzgar sólo a los homicidas (los que voluntariamente quitaban la vida a un ciudadano), a los envenenadores y a los incendiarios.
La composición del Areópago era restrictiva: estaba formado únicamente por “arcontes”, magistrados que habían ya salido de su cargo. El puesto era vitalicio.
En segundo lugar, la “Ekklesía” (la Asamblea) ejercía a veces como tribunal.
Juzgaba delitos graves como las “eisangelías”: delitos contra la seguridad del Estado, “un grave daño causado al pueblo”.
En el siglo V a. de C., la “Ekklesía” (la Asamblea) juzgaba las “eisangelías” en la mayoría de los casos, pero en el siglo IV a. de C. prefería pasarlas a la “Heliea”.
Cuando en la Asamblea (Ekklesía) se presentaba una acusación de este tipo, una vez expuesto, se realizaba una votación para admitir el caso o no. Si se aceptaba, era el “Consejo” (Bulé) quien redactaba un informe (“probuleuma”) que enviaba luego a la Asamblea.
Los “tesmotetes” (seis arcontes menores) decidían si era la “Ekklesía”, es decir, la Asamblea, quien lo juzgaba.
Había otros tribunales “de sangre”: Además del Areópago, había otros cuatro tribunales “menores”, de tendencia aristocrática que juzgaban delitos de sangre:
- “El Palladio”, que juzgaba los homicidios “involuntarios” en la persona de un ciudadano y el homicidio, voluntario o no, sobre la de un meteco o de un esclavo.
Los metecos dependían de la jurisdicción del “arconte polemarco”. Podían ser vendidos como esclavos.
- “El Delfinio”, que juzgaba los casos de “homicidios legítimos”, los que podía perpetrar “tomando la justicia por su mano” alguien que se cobra una venganza.
- “El Pritaneo”, que juzgaba al animal u objeto que ha causado la muerte de un hombre, y la responsabilidad de los propietarios en el perjuicio producido.
- “El Freato”, que juzgaba a aquel individuo que fue mandado al exilio por causa de asesinato y que, cuando vuelve a Atenas, reincide en el mismo delito.
2. La demanda judicial
No existía en Grecia la acusación de una institución pública (no había algo equivalente al ministerio fiscal); la denuncia o acusación parte siempre de un particular, de un ciudadano.
Si la denuncia es contra un particular, y por un asunto privado, la acción judicial se denomina “diké”.
Si la denuncia o acusación contra alguien está fundamentada en el sentido de que éste actúa ilegalmente en perjuicio de la ciudad, se llama “graphé”.
La acción que se considera criminal por entender que se sitúa por encima de la ley (es decir, un abuso o extralimitación legal), se denomina “graphé paranomon”.
El sentido de este procedimiento era poner la ley vigente por encima de las veleidades populares o populistas, evitando tentaciones tiránicas.
La ley venía a garantizar la soberanía del “status quo” democrático.
En los procesos de “graphé”, el acusador debía estar seguro de poder demostrarla, pues era un arma de doble filo: si no se demostraba la culpabilidad del acusado en un proceso de “graphé” (al no obtener una quinta parte de los votos favorables del jurado) se le imponía al acusador una multa de mil dracmas, y la prohibición de presentar otra moción de “graphé”. Se trataba de evitar las acusaciones falsas o tendenciosas.
3. La Justicia en la ciudad democrática: los tribunales populares
En el siglo V a. de C. democrático no se confiaba en la rectitud o ecuanimidad de los tribunales tradicionales, y se instaló la idea de que la “Justicia” no era responsabilidad de los jueces, sino “una responsabilidad colectiva”. Con ello se justificó la creación de tribunales formados por un gran número de ciudadanos, que nada sabía de leyes.
Los tribunales populares fueron bien aceptados porque las sentencias eran por lo general muy benignas; al ciudadano se le evitaban torturas y penas que supusiesen pérdida de su dignidad. Eran, se dice, “más humanos”, pero no sabemos si eran justos.
El sistema tenía muchas carencias, como la ausencia de un ministerio público. En su defecto, la prueba de la acusación, la denuncia, y parte del juicio, correspondía a los ciudadanos, y entre ellos había delatores profesionales (“sicofantas”).
En los juicios había pocas garantías procesales, y se confiaba la suerte del acusado a jurados populares no profesionales y demasiado numerosos.
Los pleiteantes (acusado y acusador) eran quienes hablaban en el juicio para defender su inocencia o probar la culpabilidad del otro.
En estas circunstancias importaba mucho la capacidad oratoria. De ahí que en muchos casos, acusadores o acusados contratasen a un orador profesional. Ahí los “demagogos” populistas estaban en su salsa, máxime si el acusado era un noble.
A veces contrataban a “logógrafos” que escribían el discurso que tenían que pronunciar.
4. La Heliea
Con las reformas democráticas de Efialtes de 462-461 a. de C., muchas de las competencias judiciales del tribunal del “Areópago” pasaron al tribunal popular de la “Heliea”.
En esta institución se juzgaban casi todos los delitos, excepto los muy graves.
Para atender a los tribunales populares (“dikasteria”) se contaba con 6.000 miembros-jurados elegidos por sorteo de entre los ciudadanos atenienses mayores de 30 años.
De esos, 2.500 formaban parte de la “Heliea”, atendiendo los turnos de juicio, en los que realmente sólo se reunían unos pocos centenares que, tras oir a las partes, decidían por votación acerca de la inocencia o culpabilidad del acusado, tras asistir, sin intervenir durante la “instrucción judicial”, que llevaban a cabo instructores peritos para cada tipo de acusación.
Por un complicado sistema y según el asunto, se designaba por sorteo (bajo control de un magistrado instructor) un número pequeño o grande de “heliastas” (jueces) para cada proceso.
La acusación era siempre, en ausencia del equivalente a nuestros “ministerios públicos”, a iniciativa personal de un ciudadano. A veces había “delatores profesionales” (“sicofantas”), pues en caso de “condena” del acusado, el acusador recibía una parte de la multa, como indemnización y recompensa de sus esfuerzos por la justicia.
Los jueces recibían una compensación económica (“misthós heliastikós”) por cada día que ejercían como “jurados”.
Hacia el año 440 a. de C., a propuesta de Pericles, era de dos óbolos, y luego pasó a tres. La idea de pagar esta dieta era animar a los ciudadanos a que dejaran ese día sus quehaceres y se dedicaran a la labor judicial.
A los ciudadanos más pobres, a los desocupados o a los ancianos, les compensaba ir a echar el día en la “Heliea”, hacer de jueces y cobrar la dieta.
De este sistema judicial se mofaba Aristófanes en su comedia “Las avispas”.
La Heliea se reunía con mucha frecuencia: todos los días excepto los festivos y aquellos en que se reunía la “Ekklesía”. Se ha calculado que los “jurados” se convocaban unos 300 días al año.
Las sesiones de los juicios las presidían los “Tesmotetes”(magistrados encargados de transcribir y custodiar las sentencias emitidas por los jueces. Los seis tesmotetes instruyen el resto de las causas y pleitos. El secretario se encargaba de las funciones de archivo y del sorteo de jurados o jueces en las “tribus cívicas”).
Los “Tesmotetes” establecían qué causas se admitían, y fijaban los días de juicio.
Las sesiones comenzaban con las primeras luces del día. Se abría la puerta para dejar pasar a los jurados hasta la hora señalada, y se les entregaba una ficha (“symbolon”) que tenía que entregar a la salida, al final del día, para cobrar la dieta.
Comenzaba el día con un sacrificio, y diversas invocaciones a los dioses. Y se procedía al juramento.
Por fortuna nos ha llegado la fórmula del juramento que hacían los jueces de los tribunales populares:
“Votaré según las leyes y los decretos del pueblo ateniense y de la “Bulé” de los quinientos (Consejo). No votaré por un tirano ni por un oligarca, y si se ataca el poder del pueblo ateniense, si se habla o si se hace votar contra él, no lo consentiré. No estaré de acuerdo no con una abolición de las deudas particulares ni con una división de las tierras ni de las casas de los atenienses. No perdonaré a los desterrados ni a los condenados a muerte, y no pronunciaré contra los que viven en el país un destierro contrario a las leyes establecidas ni a los decretos del pueblo ateniense y del Consejo (“Bulé”); yo mismo no lo haré e impediré que cualquiera otro lo haga. No recibiré presentes a título de “heliasta” (juez), ni yo mismo ni nadie por mí, hombre o mujer, de mis amistades, sin ninguna simulación ni engaño. Escucharé al acusador y al acusado con toda imparcialidad y daré mi voto con arreglo al fondo preciso de la causa.
Si soy perjuro que perezca yo y mi causa; si soy fiel a mi juramento, ¡ojalá pueda prosperar!
(H.Lipsius, Das attische Recht and Rechtsverfahren, I, 1905, p. 151).
Tras el juramento, los jueces se dividían por secciones, mediante sorteo, procurando que los de cada una de las diez tribus tuviese una carga de trabajo parecida.
Un pregonero anunciaba los casos que se iban a juzgar, indicando si eran causas particulares o de interés público.
Una vez constituidos los jurados, se procedía a dar la palabra a los demandantes y demandados.
Si éstos no se sentían seguros o no eran expertos en leyes, solían confiar su defensa a los “logógrafos” –algo parecido a los abogados de oficio – que hacían el alegato ellos personalmente, o lo preparaban para que su cliente lo memorizara y lo expusiese delante del jurado. Se entiende que este procedimiento era poco ágil y poco seguro, pues no se podía prever los argumentos de los demandantes o sus defensores.
A partir del año 390 a. de C. se permitía llevar escritos los argumentos de defensa, y leerlos en la sesión pública. Para cada intervención había un tiempo tasado, que se medía con la “clepsidra” (reloj de agua).
También a partir de ese año el voto de los jurados acerca de la sentencia era secreto.
Durante las exposiciones de la defensa y de la acusación, los jueces permanecían en silencio. No había diálogo con demandante o demandado, y tampoco había deliberación entre los jueces.
Los jueces / jurados, que no eran profesionales, ni necesariamente doctos, tampoco tenían en cuenta la “jurisprudencia” sobre casos similares.
De hecho, no había registro de sentencias dictadas.
Es decir, que se dejaba al juicio de los jueces la sentencia tras haber oído a las partes litigantes en una sola sesión. Cada juez votaba según su criterio. El voto era secreto y no motivado: se dirimía simplemente entre “condena” o “absolución”.
Se trataba de dar al ciudadano la libre capacidad para dictar sentencia. Para los defensores de la extrema democracia ese libre voto expresado por el juez era un valor esencial. Ahora bien, el sistema no garantizaba en absoluto una sentencia justa.
5. Funciones de los “Tesmotetes” según Aristóteles
“Los “tesmotetes” sólo tienen competencia primero para fijar los días en que se deben celebrar los juicios, y en segundo lugar para asignar dichas fechas a los magistrados, y éstos deben respetar todo lo que aquéllos dispongan.
Incumbe también a los “tesmotetes” presentar ante los tribunales los casos de traición que se incoan ante la Asamblea, los veredictos acordados por la Asamblea, así como todas las quejas previas al juicio, las acciones públicas por ilegalidad, las acusaciones contra el autor de una proposición de ley inadecuada, los procesos contra los “proedros” (ciudadanos atenienses que tenían el privilegio de tener los mejores asientos en los espectáculos públicos (Juegos, teatro); y que tienen tal privilegio, por razón de su cargo, los sacerdotes y los magistrados) y contra los “epistates” (presidentes) que presiden el Consejo (Bulé), la Asamblea (Ekklesía) o el Pritaneo, y las acciones contra los “estrategos” (generales) tras su rendición de cuentas.
También se les asigna los “procesos públicos” en los que se deposita una fianza: usurpación del derecho de ciudadanía, corrupción y acciones en las que alguien elude la acusación mediante soborno; casos de “sicofantas”(denunciantes profesionales. Generalmente cobraban del interesado en denunciar, que no deseaba hacerlo por sí mismo. Eran conocidos y temidos por las personas honradas que siempre podían verse envueltos en una denuncia falsa); casos de “venalidad”- adjudicación de ciertos cargos a cambio de dinero -, mala fe en el registro de deudores públicos, de falsificación de los registros, casos en los que no se ha cancelado registralmente una deuda ya pagada y casos de adulterio.
Son igualmente competentes a la hora de tramitar ante el tribunal el examen previo de todas las magistraturas; dan curso a las reclamaciones de quienes han sido excluidos por los “demótes” (los habitantes de un “demos”, el territorio donde se vive) y a los recursos contra las condenas emanadas del Consejo (Bulé).
Incoan también algunas acciones civiles, por ejemplo, las relativas al comercio al por mayor y a las minas, así como contra los esclavos que insultan a un ciudadano.
Por otra parte, mediante sorteo asignan a los magistrados los diversos tribunales tanto civiles como criminales. Ratifican los acuerdos firmados con otras ciudades”.
(Aristóteles. Constitución de los Atenienses, 59).
De aquellos 6.000 potenciales ciudadanos-jurados, y restados los 2.500 de la Heliea, los demás podían formar parte de múltiples tribunales creados por Efialtes, cada uno presidido por magistrados diferentes según la naturaleza del proceso.
(Sabino Perea, Yébenes. Vida y civilización de los griegos. Edit. Silex).
ARISTÓFANES: “LAS AVISPAS”
“Las Avispas” es una comedia escrita por el comediógrafo Aristófanes (siglo V a. de C.)
Se titula así debido a la identificación del “coro”, formado por miembros de los tribunales de justicia atenienses, con avispas armadas de aguijón.
La obra es un ataque contra Cleón (político ateniense adversario de Pericles).
Cleón es el primer representante de la clase comercial en la política ateniense. Actuaba en concierto con los aristócratas, que igualmente odiaban y temían a Pericles.
También es una crítica al funcionamiento de los tribunales de justicia populares de la “Heliea”.
La obra gira en torno a Filocleón (= que ama a Cleón) y su hijo Bdelicleón (=que es contrario a Cleón), cuyos nombres marcan su posición ante el político ateniense Cleón de Atenas, blanco favorito de las burlas de Aristófanes.
Filocleón es adicto a los juicios de la corte ateniense, y pasa todo su tiempo como miembro del jurado, juzgando a los demás.
Bdelicleón quiere ayudar a su padre, así que le encierra en casa, pero Filocleón hace todo lo posible para salir de allí para ir al juzgado. Protagoniza unos cómicos y poco exitosos intentos de fuga, incluida una parodia de la huida de Ulises de la gruta del cíclope Polifemo en el libro IX de la Odisea, empleando un burro en lugar de un carnero. A su rescate se presenta el “coro”, miembros del jurado como Filocleón, y como él también veteranos de las “Guerras médicas”, molestos, correosos e incisivos como las avispas.
Bdelicleón y sus sirvientes pelean contra las “avispas”(miembros del tribunal de Filocleón), siendo la victoria para los primeros.
Finalmente, todos deciden debatir el asunto y aceptar el resultado de la discusión. Las razones que esgrime Bdelicleón se imponen, haciendo ver a su padre y al “coro” de avispas que son el mero instrumento de los poderosos como Cleón.
Con el coro derrotado, Filocleón se resigna a quedarse en casa, pero sin renunciar a su papel como juez.
Para ayudar a su padre a superar su adicción, Bdelicleón monta un juzgado en su propia casa para que su padre lo presida. A falta de alguien a quien acusar, Filocleón juzga al perro de la familia(Labes) por haberse comido un poco de queso siciliano (aparentemente esto hacía referencia a un juicio reciente en el que Cleón acusó al general ateniense Laques por aceptar sobornos de los enemigos sicilianos de Atenas. Posiblemente sea también una burla del juicio de Cleón al mismo Aristófanes, riéndose de que Cleón, también conocido como “el perro”, le imputara con lo que Aristófanes consideraba unos cargos ridículos).
En un juicio absurdo, Bdelicleón defiende al perro y, cuando todo lo demás falla, un grupo de niños, vestidos como los cachorros del perro, salen a la escena. Filocleón ni se inmuta, pero Bdelicleón intercambia las cajas donde estaban depositados los votos sin que se diera cuenta, haciendo que su voto apareciera junto con los que le consideraban “inocente”. Cuando se cuentan “todos los votos”, y se absuelve al perro, Filocleón se desmaya, pues hasta ahora jamás había absuelto a nadie.
Luego ambos (padre e hijo) acuden a un “simposio” (banquete).
Profundizando en el tema del cambio de roles, Bdelicleón le enseña a su padre cómo comportarse de forma adecuada en el simposio. En esta escena vemos una (intencionada) inconsistencia de Bdelicleón como personaje: expresa su desdén por cómo Cleón manipulaba a los miembros del jurado, pero sin embargo engaña a Cleón y a sus siervos en esta reunión de clase alta.
Sólo se muestran las consecuencias de esa fiesta al final: Filocleón se emborrachó, insultó a casi todo el mundo en el simposio, secuestró a una flautista, y golpeó una bandeja de pan.
Algunos de los que ofendió durante la noche vienen a informarle de las denuncias que le pondrán, pero el despreocupado Filocleón se ríe de ellos. Lo importante es que está feliz; el coro comenta que ha mejorado considerablemente.
La obra termina con un final absurdo y acorde con la trama, cuando Filocleón reta a tres cangrejos (los hijos de Carcino, que representan a los dramaturgos de Atenas) a participar en un concurso de baile.
(Wikipedia)
Pasajes de la obra:
Xantias (un esclavo).
… nuestro dueño, hombre poderoso, que duerme en la habitación que está bajo el tejado, nos ha mandado que guardemos a su padre a quien tiene encerrado para que no salga. Éste se halla atacado de una enfermedad tan extraña, que difícilmente la podríais conocer vosotros, ni aun figurárosla, si no os dijéramos cuál era. ¿No lo creéis? Pues tratad de adivinarlo. Aminias, el hijo de Pronapo, dice que es la afición al juego; pero se equivoca.
… Xantias:
En vano os cansáis; no daréis en ello. Mas si queréis saberlo, callad y yo os diré el mal que aqueja a mi dueño: es un filoheliasta (aficionado a pleitos y juicios) desenfrenado. Su pasión por juzgar le vuelve loco; se desespera si no se sienta él primero en el banco de los jueces. Durante la noche no disfruta un instante de sueño; si por casualidad se le cierran un instante los ojos, su pensamiento revolotea en el tribunal alrededor de la clepsidra (reloj de agua; se usaba para señalar el tiempo asignado a los oradores en los juicios), y, acostumbrado a tener la piedrecilla de los votos, se despierta con los tres dedos apretados, como quien ofrece incienso a los dioses en el novilunio ( fase lunar en la que la luna no refleja luz y no es visible desde la tierra).
Si ve escrito en alguna parte: “Hermoso Demo, hijo de Pirilampo”, enseguida pone al lado: “Hermosa urna de las votaciones”. Habiendo cantado su gallo al anochecer, dijo que sin duda le habían sobornado los criminales para que le despertase tarde.
En cuanto cena, pide a gritos sus zapatos; corre al tribunal antes del amanecer, y duerme allí recostado y pegado como una lapa a una de las columnas. Su severidad le hace trazar siempre sobre las tablillas la “línea condenatoria”, de suerte que siempre, como las abejas o los zánganos, vuelve a casa con las uñas llenas de cera.
Temeroso de que le falten piedrecitas para las votaciones mantiene ahí dentro un banco de grava. Tal es su “manía”; cuanto más se trata de corregirle, más se empeña en juzgar. Ahora le tenemos encerrado con cerrojos para que no salga, pues su hijo siente en el alma tal enfermedad. Primero trató de persuadirlo con afables palabras a que no llevase el manto burdo ni saliese de casa, mas no cambió por eso. Luego le bañó y purgó, y siempre lo mismo.
Luego trató de curarlo con los ejercicios de los “Coribantes”, y el buen viejo se escapó con el tambor y se presentó a juzgar en el tribunal. Viendo la ineficacia de estos medios, lo llevó a Egina y le hizo acostarse una noche en el templo de Asclepios. Pero en el momento de amanecer apareció ante la cancela del tribunal. Desde entonces no le dejamos salir, pero, como se nos escapaba por las canales y buhardillas, tuvimos que tapar y cerrar con paños todos los agujeros. Mas él, clavando palitos en la pared, saltaba de uno a otro como un grajo. Por último, hemos tenido que rodear con una red todo el patio, y así le guardamos. El viejo se llama Filocleón; ningún nombre, por Zeus, le es más propio.
Su hijo, aquí presente, se llama Bdelicleón, y es un joven que tiene una idea bastante importante de sí mismo.
Filocleón (el padre) intenta escaparse de varios modos.
Después van a buscarlo sus compañeros del tribunal.
…Bdelicleón:
Pero desdichado (refiriéndose al esclavo Sosias), ¿no ves que dentro de poco vendrán a llamarle sus compañeros de tribunal?
Sosias:
¿Qué dices? Si aún no ha amanecido.
Bdelicleón:
Es verdad, además hoy se levantan más tarde de lo acostumbrado, porque suelen venir con sus linternas a medianoche y le llaman cantando dulces versos de las “Fenicias” del antiguo Frínico.
Sosias:
Pues, si es preciso, los apedreamos.
Bdelicleón:
No hay que ser temerarios; esa casta de viejos, cuando se la enfurece, es como la de las avispas; pues en la rabadilla tienen un aguijón agudísimo con el cual pican y saltan gritando y lo lanzan como una centella.
Corifeo (el jefe del “coro” de las avispas, formado por miembros del tribunal, compañeros de Filocleón):
… Pero, ¿qué le habrá sucedido al colega que vive en esa casa, que no sale a reunirse con nosotros? A fe que antes no había que sacarle a remolque; él iba delante de nosotros cantando versos de Frínico, pues es aficionado de la música.
Pienso compañeros, que debemos pararnos aquí y llamarle cantando; quizá la melodía de mi canción le haga salir.
… Filocleón:
(Asomándose a la ventana) Hace rato, amigos míos, que os oigo desde esta ventana y deseo responderos; pero no me atrevo a cantar. ¿Qué haré? Éstos me tienen cerrado porque quiero ir con vosotros hasta las urnas para ejercer mi severidad. ¡Oh Zeus, truena con furia y conviérteme de repente en humo, o en Proxénides, o en el hijo de Selo (Proxénides y el hijo de Selo (Esquines) eran dos hábiles charlatanes capaces con su locuacidad de salir de los trances más apurados), charlatán infatigable! Compadecido de mi suerte, otórgame esta gracia, Numen poderoso, o si no, redúceme a cenizas con tu ardiente rayo, o arrástrame con tu impetuoso viento a una salmuera ácida e hirviente, o transfórmame en aquella piedra sobre la cual se cuentan los votos.
El coro:
Pero, ¿quién te secuestra, cerrando la puerta? Puedes decirlo, ya sabes que hablas con amigos.
Filocleón:
Es mi propio hijo; pero no gritéis: duerme en la parte anterior de la casa; hablad más bajo.
El corifeo:
Y ¿qué motivos tiene para obrar así? ¿Qué pretexto?
Filocleón:
No quiere que yo vaya al tribunal, queridos amigos, y que pronuncie penas; sólo desea que me dé buena vida, y yo renuncio.
Los compañeros le aconsejan que se descuelgue con una sábana. Pero Bedelicleón se da cuenta, y hay una lucha entre los compañeros del tribunal y Bedelicleón y sus esclavos.
…Bdelicleón:
Es fuerte cosa que, fuera grande o pequeño el motivo, a todo lo hemos de llamar “tiranía”o conspiración. Durante cincuenta años, ni una sola vez oí ese dichoso nombre de tiranía; pero ahora es más común que el del pescado salado, y en el mercado no se oye otra cosa. Si uno compra orfos y no quiere membradas, el que vende estos peces en el puesto inmediato grita al momento: “Ese hombre quiere regalarse como durante la tiranía”. Si otro pide puerros para sazonar las anchoas, la verdulera, mirándote de soslayo, le dice: “¿Puerros, eh? ¿Quieres establecer la tiranía? ¿O piensas que Atenas te va a pagar los condimentos?
…Bdelicleón:
Eso le agrada al pueblo, y a mí, porque quiero que mi padre cambie de costumbre y dejándose de delaciones y pleitos y miserias, no salga de casa al amanecer y viva espléndidamente como Morsicos (poeta trágico y gran gastrónomo), me acusan de conjuración y tiranía.
Filocleón:
Y te está muy bien empleado, pues ni por todas las delicias del mundo dejaría yo este género de vida de que pretendes apartarme. A mí no me gustan las rayas ni las anguilas; un pleito pequeño cocido en su correspondiente tartera lo encuentro mucho más sabroso.
Bdelicleón:
Claro está, como te has acostumbrado a ello; pero si puedes callar y escuchar con paciencia lo que te digo, creo que te demostraré cuán engañado estás.
Filocleón:
¿Qué yo me engaño cuando juzgo?
Bdelicleón:
¿Pero no estás viendo cómo se burlan de ti esos hombres a quienes rindes culto y adoración? (demagogos y oradores). ¿Qué no eres más que un esclavo?
Filocleón:
¡Esclavo yo! Yo que mando a todo el mundo.
Bdelicleón:
No lo creas, te haces la ilusión de que mandas, y eres un esclavo; y, si no, dime, padre: ¿qué provecho obtienes de las recaudaciones que le procuras a Grecia?
Filocleón:
Muchos provechos; apelo a los testimonios de esos amigos.
…Bdelicleón:
Acepto el arbitraje. (A los esclavos) Soltadle ya.
Filocleón:
Dadme una espada. Si tus argumentos me vencen, me atravesaré con ella.
…Bdelicleón:
Y si no, ¿te conformas con la sentencia de esos árbitros?
…Bdelicleón:
Traedme aquí cuanto antes unas tablillas, pues quiero anotar fielmente todo lo que va a decir, para tenerlo bien presente.
…Filocleón:
Empezaré por probar desde las primeras palabras que nuestro poder no es menor que el de los reyes más poderosos. Pues, ¿quién más afortunado, ¿quién más feliz que un juez? ¿Hay vida más deliciosa que la suya? ¿Existe algún animal más temible, sobre todo si es viejo? Para cuando salto del lecho, ya me están esperando unos hombres de cuatro codos que me escoltan hasta el tribunal; apenas me presento, una mano delicada, que fue esquilmadora del erario, estrecha blandamente la mía; los acusados abrazan suplicantes mis rodillas, y me dicen con lastimera voz: “Ten compasión de mí, padre mío, te lo pido por los hurtos que haya podido cometer en el ejercicio de alguna magistratura o en el aprovisionamiento del ejército”. Pues bien, a éste a quien me refiero no sabría siquiera si yo existía si no le hubiera absuelto la primera vez.
…Filocleón:
Entro después, abrumado de súplicas, y, calmada mi cólera, suelo hacer en el tribunal todo lo contrario de lo que había prometido; pero escucho a una muchedumbre de acusados que en todos los tonos piden la absolución. ¡Oh! ¡Cuántas palabras de miel pueden oir allí los jueces! Unos lamentan su pobreza, y añaden males fingidos a los verdaderos hasta lograr que sus desgracias igualen a las nuestras; otros recitan fábulas; éstos nos refieren alguna gracia de Esopo; aquéllos dicen un chiste para hacerme reir y desarmar mi ira. Cuando tales recursos no nos vencen, se presentan de pronto trayendo a sus hijos e hijas de la mano; yo presto atención; ellos, desgreñando el cabello, prorrumpen en berridos; el padre, temblando, me suplica como a un dios que le absuelva, siquiera por ellos. “Si te gusta la voz de los corderos, dice, compadécete de la de mi hijo”. “Si te gusta más la de las cerditas, procura compadecerte de la de mi hija”. Entonces disminuimos un poco nuestro furor. ¿No es esto, decidme, un gran poder que nos permite despreciar las riquezas?
…Filocleón:
También. cuando se examina la edad de los niños, tenemos el privilegio de verlos desnudos. Si Eagro (célebre actor trágico) es citado a juicio, no consigue salir absuelto hasta después de habernos recitado el más hermoso trozo de “Níobe”. Si gana un flautista el pleito, en pago de la sentencia se pone delante de la boca la correa, y nos toca al salir el tribunal una marcha primorosa. Cuando muere un padre disponiendo con quién ha de casarse su hija y única heredera, nosotros hacemos caso omiso del testamento y de la “conchita” que con tanta gravedad cubre sus sellos, y entregamos la hija a quien ha sabido ganarnos con sus súplicas.
Y todo esto sin la menor responsabilidad. Cítame otro cargo que tenga este privilegio.
…Filocleón:
Además, cuando el Consejo (Bulé) y la Asamblea (Ekklesía) del pueblo no saben qué decir sobre algún grave asunto, dan un decreto para que los acusados comparezcan ante los jueces. Entonces Evatlo (orador de mala reputación) y el ilustre Sleónimo, grande adulador y arrojador de escudos, juran no abandonarnos nunca y combatir por la muchedumbre. Y dime, ¿ante el pueblo, ha podido nunca orador alguno hacer prevalecer su opinión si no ha dicho antes que los jueces deben retirarse en cuanto hayan sentenciado un solo pleito? El mismo Cleón, que todo lo avasalla con sus alaridos, no se atreve a mordernos; al contrario, vela por nosotros, nos acaricia y nos espanta las moscas. ¿Has hecho tú eso ni una vez siquiera por tu padre?
Pues, hijo mío, Teoro, el mismo Teoro, aunque no vale menos que el ilustre Eufemio (vil adulador), coge una esponja del barreño y nos limpia los zapatos. Considera, pues, de qué bienes quieres excluirme y despojarme; mira si esto es servidumbre y esclavitud, como decías.
Bdelicleón.
Desahógate a gusto; día llegará en que conozcas que esa tu decantada autoridad se parece a un trasero sucio.
Filocleón:
Pero se me olvidaba lo más delicioso: cuando entro en casa con el salario, todos corren a abrazarme, atraídos por el olorcillo del dinero; enseguida mi hija me lava, me perfuma los pies y se inclina sobre mí para besarme; me llama “papá querido” y me pesca con la lengua la moneda de tres óbolos que llevo en la boca. Después mi mujercita, toda mimo y halagos, me presenta una tarta riquísima, se sienta a mi lado y me dice cariñosa: “come esto, prueba esto otro”. Lo cual me deleita infinito y me libra de miraros a la cara a ti ni al mayordomo para ver cuándo os dignaréis servirme la comida, gruñéndome y maldiciéndome. Mas, que para cuando mi mujer no me trae pronto la tarta, tengo este quitapesares (su salario), muralla en la que se estrellan todos los dardos. Por si no me das de beber, he traído este soberbio porrón con dos asas a modo de orejas de asno. ¡Cómo rebuzna cuando, inclinándome hacia atrás, apuro su contenido! Sus terribles cloqueos ahogan el ruido de tus odres.
Mi poder es por lo menos igual, igual al padre de los dioses, pues hablan de mí como del propio Zeus.
Cuando nos alborotamos suelen decir todos los transeúntes: “Zeus soberano, ¡cómo truena el tribunal!” Y cuando lanzo el rayo de la indignación. ¡Oh! Entonces es de ver cómo me halagan todos y cómo el terror descompone el vientre a los más ricos y soberbios.
Tú mismo me temes más que ningún otro; sí, por Démeter, me tienes mucho miedo. Yo, en cambio, que me muera si te tengo miedo a ti.
…El coro:
¡Qué bien lo ha dicho todo! ¡De nada se ha olvidado! Me enorgullece al oírle. Yo pensaba estar administrando justicia en las Islas Afortunadas. Tal es el encanto de su elocuencia.
…Bdelicleón:
Escucha, pues, querido padre, y desarruga un poco tu entrecejo. Empieza a calcular no con piedrecillas, sino con los dedos (la cuenta no es difícil), cuál es el total de los tributos que nos pagan las ciudades aliadas; a ellos agrega los impuestos personales, los céntimos, las rentas, los derechos de los puertos y mercados y el producto de los salarios y las confiscaciones. En conjunto sumarán unos dos mil talentos. Cuenta ahora el sueldo anual de los jueces y hallarás que asciende, si no me equivoco, a ciento cincuenta talentos.
Filocleón:
De modo que nuestros sueldos no llegan a la décima parte de las rentas.
Bdelicleón:
Ciertamente que no llega.
Filocleón.
¿Y a dónde va a parar entonces el resto del dinero?
Bdelicleón:
A los que gritan: “Nunca haremos traición al pueblo ateniense; siempre combatiremos por la democracia”. Tú, padre mío, engañado por sus palabras, dejas que te dominen. Ellos, en tanto, arrancan a los aliados los talentos por cincuentenas, aterrándoles con estas amenazas: “O me pagáis tributo o no dejo piedra sobre piedra en vuestra ciudad”. Y tú te contentas con roer los zancajos que les sobran. A los aliados, en tanto, viendo que la multitud vive miserablemente con su salario de juez, les importa tanto de ti como el voto de Comio; mas a ellos les traen a porfía orzas de conserva, vinos, tapices, queso, miel, sésamo, cojines, frascos, túnicas preciosas, coronas, collares, copas; en fin, cuanto contribuye a la salud y a la riqueza; y a ti, que mandas en ellos, después de tus infinitos trabajos en el mar y en la tierra (Se refiere a los trabajos sufridos en las “Guerras Médicas” en las que participó, al igual que los demás miembros de su tribunal), ni siquiera te dan una cabeza de ajo para guisar pececillos.
…Bdelicleón:
Considera, pues, que tú y todos tus colegas podíais enriqueceros sin dificultad, si no os dejarais arrastrar por esos aduladores que están siempre alardeando de amor al pueblo. Tú que imperas sobre mil ciudades desde Cerdeña al Ponto, sólo disfrutas del miserable sueldo que te dan, y aún eso te lo pagan poco a poco, gota a gota como aceite que se exprime de un vellón de lana; en fin, lo preciso para que no te mueras de hambre.
Quieren que seas pobre, y te diré la razón: para que, reconociéndoles por tus bienhechores, estés dispuesto, a la menor instigación, a lanzarte como un perro furioso sobre cualquiera de sus enemigos. Como quieran, nada les será más fácil que alimentar al pueblo. ¿No tenemos mil ciudades tributarias? Pues impóngase a cada una la carga de mantener veinte hombres y veinte mil ciudadanos vivirán deliciosamente, comiendo carne de liebre, llenos de toda clase de coronas, bebiendo la leche más pura, gozando, en una palabra, de todas las ventajas a las que dan derecho nuestra patria y el triunfo de Maratón. En vez de eso, como si fuerais jornaleros ocupados en recoger la aceituna, le vais pisando los talones al que lleva la paga.
…Bdelicleón:
Esos intrigantes, cuando cobran miedo, os dan la Eubea y prometen distribuir cincuenta celemines de trigo; nunca te han dado, bien lo sabes, más de cinco celemines, y ésos con mil molestias, midiéndolos uno por uno y exigiéndote, previa justificación, de no ser extranjero. Ahí tienes por qué te tengo encerrado y quiero librarte de insolentes burlas. Resuelto estoy a darte cuanto quieras, salvo beber leche de alguacil.
…El primer semicoro.
(A Filocleón) Cede, cede a sus consejos, colega y contemporáneo nuestro; no seas obstinado ni hagas alarde de tenacidad inflexible. ¡Ojalá tuviera yo un pariente o amigo que así me aconsejase! Hoy, que se te aparece un dios para socorrerte y colmarte de favores, recíbelos propicio.
…Bdelicleón.
Sí, yo le mantendré y le daré cuanto un anciano puede desear: sabrosas papillas, blancas túnicas, un fino manto y una cortesana que le frote los riñones y el sexo.
Pero se calla, con la lengua helada. Mala espina me da.
…Filocleón.
Déjate de promesas; lo que quiero es estar allí, sentarme allí donde el ujier grita: “El que no haya emitido todavía su voto, que se levante”. Ah!¿Por qué no me he de encontrar frente a las urnas y depositar en ellas, el último, mi voto? ¡Apresúrate alma mía! ¿Alma mía, dónde estás? Tinieblas abridme paso. Oh!Te juro por Heracles, que mi más vehemente deseo es sentarme hoy entre los jueces y atrapar a Cleón con las manos en la masa.
Filocleón sigue insistiendo y su hijo le dice que siga administrando justicia entre el personal de la casa.
… El servidor:
Nada, que Labes, tu perro, se ha metido en la cocina, ha robado un magnífico queso de Sicilia, y se lo ha engullido.
Bdelicleón:
Ya tenemos la primera causa en la que ha de entender mi padre. Comparece tú como acusador…
Se sigue todo el proceso que conlleva un juicio ante el tribunal. Cuando hacen la invocación a los dioses antes de empezar la sesión, Bdelicleón dice:
“¡Oh mi dueño y Señor Apolo Agieco, que velas ante el vestíbulo de mi casa! Acepta este nuevo sacrificio que te ofrezco para que te dignes suavizar el humor áspero e intratable de mi padre. ¡Oh, Rey! Endulza con algunas gotas de miel su avinagrado corazón; que sea en adelante clemente con los hombres; más compasivo con los reos que con los acusadores, sensible a las súplicas, y que arranque las ortigas de su vía, corrigiendo su mal humor.
El coro:
Nosotros unimos nuestras preces a las tuyas en favor del nuevo magistrado. Pues te queremos, Bdelicleón, desde que nos has dado a conocer que amas al pueblo como ningún otro joven.
…Bdelicleón.
Vamos, padre, sé más humano. Coge tu voto; da un paso atrás, échalo en la segunda urna (la de absolver), entornando los ojos. Absuélvelo padre.
Filocleón:
Pues aquí echo mi voto.
Bdelicleón:
(Aparte) Cayó en el lazo y lo absolvió sin saberlo. Procedamos al escrutinio.
Filocleón:
¿Cuál es el resultado del jucio?
Bdelicleón:
Míralo, Labes queda absuelto. ¡Padre! ¡Padre! ¿Qué te pasa? ¡Agua! ¡Agua! Vamos, recóbrate.
Filocleón:
¿Cómo podré resistir la pena de haber absuelto a un procesado? ¿Qué va a ser de mí? ¡Oh, venerables dioses, perdonadme! Lo hice a pesar mío y contra mi costumbre.
Bdelicleón:
No te desesperes así, padre mío; yo te daré una vida regalada; te llevaré a cenas y convites; vendrás conmigo a todas las fiestas y pasarás agradablemente el resto de tu existencia; ya no se burlará de ti Hipérbolo. Pero entremos.
Filocleón:
Sea; puesto que tú lo quieres.
Bdelicleón lleva a su padre a un banquete, previniéndole antes de lo que ha de hablar y vistiéndole de modo apropiado. Pero no hace caso de los consejos de su hijo.
…El servidor:
Sucede que nuestro viejo es la peor de las calamidades. Ha sido el más procaz de todos los convidados y cuentan que allí estaban Hípilo, Antifón, Lico, Lisístrato, Teofrasto y Frínico; pues, sin embargo, a todos los dejó chicos su insolencia. En cuanto se atracó de los mejores platos, empezó a saltar, a reir, a eructar como un pollino harto de cebada y a sacudirme de lo lindo, gritándome: “¡Muchacho! ¡Muchachito! Lisistrato al verlo así, le lanzó una comparación: “Anciano, pareces un piojo reavivado o un burro que corre a la paja”. Y él, atronándonos los oídos, le replicó así: “Y tú pareces una langosta, de cuyo manto se pueden contar todos los hilos y a Esténelo (actor trágico) despojado de su guardarropa”. Todos aplaudieron, menos Teofrasto, que se mordió los labios como hombre bien educado.
Entonces, encarándosele nuestro viejo, le dijo: “Di tú, a qué te das tanto tono y te las echas de persona importante, cuando todos sabemos que vives a costa de los ricos a fuerza de bufonadas”.
Así continuó dirigiendo insultos semejantes a todos, diciendo los chistes más groseros, contando historias necias e inoportunas. Después se ha dirigido hacia aquí, completamente ebrio, pegando a cuantos encuentra. Mirad, ahí viene haciendo eses. Yo me largo, para evitar nuevos golpes.
Filocleón:
(Entrando con una tea encendida en la mano y acompañado de una flautista desnuda)
Dejadme. Marchaos. Voy a dar que sentir a algunos de los que se obstinan en perseguirme. ¿Os largaréis, bribones? Si no, os tuesto con esta antorcha.
Uno de los convidados.
A pesar de tus baladronadas juveniles, te juro que mañana nos has de pagar tus atropellos. Vendremos en masa a citarte a juicio.
Filocleón.
¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡Citarme a juicio! ¡Qué vejeces!
¿No sabéis que yo ni puedo oir hablar de pleitos? ¡Ja! ¡Ja! Ahora tengo otros gustos: tirad las urnas. ¿No os vais? ¿Dónde está el juez? Decidle que se ahorque.
(A la cortesana) Sube, manzanita de oro, sube agarrada a esta cuerda; cógela, pero con precaución, que está algo gastada; sin embargo, aún le gusta que la froten. ¿No has visto con qué astucia te he sustraído a las torpes exigencias de los convidados? Debes probarme tu gratitud. Pero no lo harás, demasiado lo sé, ni siquiera lo intentarás; me engañarás y te reirás en mis narices, como lo has hecho con tantos otros.
Oye, si me quieres y me tratas bien, cuando muera mi hijo me comprometo a sacarte del lupanar y tomarte por concubina. Ahora no puedo disponer de mis bienes; soy joven y me atan corto; mi hijito no me pierde de vista; es gruñón, insoportable y tacaño hasta partir en dos un comino y aprovechar la pelusilla de los berros.
Su único miedo es que me eche a perder, pues no tiene más padre que yo. Por ahí está. Se dirige apresuradamente hacia nosotros. Hazle frente. Coge estas teas; voy a jugarle una partida de muchacho, como él a mí antes de iniciarme en los misterios.
Bdelicleón.
… ¿No es una grosería burlarse, como acabas de hacerlo, de los convidados y arrebatarles su flautista?
Después aparecen otras personas con intención de denunciarle por lo que ha hecho: una panadera que dice que Filocleón, blandiendo torpemente su antorcha, le ha echado a rodar por la plaza diez óbolos de pan y cuatro de otra mercancía; un hombre que tiene señales de haber sido apedreado y que le quiere denunciar por “ultrajes”. Su hijo Bdelicleón dice que no lo haga, que le pagará la indemnización que desea.
Finalmente, Bdelicleón (llevándose a su padre hacia el interior) dice: “Voy a aplastarte. ¡Palabra!
El coro:
Envidio tu felicidad, anciano. ¡Qué cambio en su áspera existencia! Siguiendo prudentes consejos, vas a vivir entre placeres y delicias. Quizás los desatiendas, porque es difícil modificar el carácter que se tuvo desde la cuna. Aunque fueron muchos los que lo consiguieron. ¡Cuántas alabanzas no se atraerá, por ello, en mi opinión y en la de los sabios, el hijo de Filocleón, tan discreto y cariñoso con su padre!
Jamás he visto un joven tan comedido, de tan amables costumbres. Ninguno me ha regocijado como él. En todas las respuestas que daba a su padre resplandecía la razón y el deseo de inspirarle más decorosas aficiones….
(Aristófanes. Las Avispas. Biblioteca virtual. Digitalizada por Valeria Mourelle).
Segovia, 2 de enero del 2022
Juan Barquilla Cadenas.