LA NOVELA GRIEGA: Longo “Dafnis y Cloe”
La novela griega, que puede definirse como “de amor romántico y aventuras viajeras”, surge en el mundo helénico hacia el siglo II – I a. de C., y así en torno al cambio de era tenemos ya un ejemplo cabal de lo que va a ser este género: “Quereas y Calirroe” de Caritón de Afrodisias.
En la génesis de la novela griega están diversos motivos o tendencias presente en la literatura griega en diversas épocas: los viajes de aventuras, la novelización de vidas de personajes históricos, el amor romántico, la crisis del héroe y la degradación de los mitos épicos-heroicos.
En general “los dioses olímpicos” están ausentes de la novela griega, exceptuando algunas digresiones pictóricas o eruditas de signo pedante, por ejemplo, en Aquiles Tacio.
Estos dioses, que jugaban un papel tan destacado en la “Ilíada”, interviniendo activamente a favor de griegos o de troyanos, han dejado paso a divinidades nuevas, ya sea la impersonal “Fortuna”, ya los nuevos dioses venidos de las religiones orientales, sin olvidar al omnipotente Eros.
La “Fortuna” o “Týche” juega un papel importante en la novela en la medida en que es la que desencadena las peripecias de los protagonistas, zarandeados de un lado para otro en medio de un mundo hostil e imprevisible; por otra parte, las retóricas quejas más o menos estereotipadas contra la ciega “Fortuna” constituyen uno de los elementos típicos del género.
Frente a esta oscura divinidad se encuentran los dioses y diosas que velan por los amantes a lo largo de sus aventuras: Isis (identificada en ocasiones con Ártemis y con la Luna), Mitra, Helios (identificado con Apolo en la novela de Heliodoro), venidos todos ellos del Oriente.
Un caso especial lo constituye Longo y su novela “Dafnis y Cloe” en la que el papel principal corresponde a dioses de abolengo antiguo, en este caso Pan y las Ninfas; ello se explica por el ambiente rural en que se desarrolla la novela, en contraste con el mundo urbano de las demás. (En este mundo el cabruno Pan conservó un gran predicamento hasta el final de la Antigüedad).
También está en primer plano, y no sólo en la novela de Longo, el dios Eros, a veces en compañía de la diosa Afrodita, pero en este caso se aprecia que esta figura mítica es ya sólo un recurso plástico para exponer los efectos de una potencia psicológica incontrolable.
Sin embargo, en general los dioses no intervienen directamente en la acción, que se desenvuelve por procedimientos verosímiles; algunas excepciones son los milagros del Nilo en Jenofonte de Éfeso o la actuación del dios Pan en Dafnis y Cloe.
Son frecuentes, en cambio, los oráculos premonitorios –por ejemplo, en las “Etiópicas” de Heliodoro – y los sueños de origen divino, como el que exhorta a los padres de Dafnis y Cloe a que los manden al campo con el ganado.
Las novelas son, ante todo, literatura de evasión y entretenimiento, pero no está en un nivel tan ínfimo como el de la “novela rosa” o el “culebrón” modernos, a pesar de sus muchos puntos de contacto y su parecida función social.
La novela griega muestra una gran homogeneidad en lo referente al “esquema argumental”: la pareja de hermosos jóvenes que se conocen y enamoran, la separación, las distintas aventuras entre las que no puede faltar el rapto por los piratas o bandidos y el naufragio en alta mar, la muerte aparente de la protagonista, el reencuentro final y la feliz boda.
En cuanto a los “personajes” de la novela, en general domina un marcado maniqueísmo moral: los buenos son buenos de una pieza – además de estar adornados de una belleza fuera de lo común – y los malos suelen acabar muriendo o bien arrepintiéndose de sus maldades.
La psicología es poco complicada, y en este aspecto la novela griega resulta más bien decepcionante para el lector moderno; el análisis de los sentimientos y su expresión en boca de los protagonistas resulta por lo general convencional, esquemática y demasiado filtrada por la retórica; quizás la única novela que destaca en este aspecto sea “Dafnis y Cloe”, cuyo análisis del despertar sentimental y sexual de los dos protagonistas en la campiña de Lesbos supone toda una novedad en la literatura griega hasta entonces.
Según todos los indicios, la novela griega fue un género muy popular, con un público repartido por todas las clases sociales; incluso un emperador como Juliano, en el siglo IV d. de C., muestra tener un conocimiento de Heliodoro, aunque pretenda prohibir tal tipo de lecturas poco edificantes a los sacerdotes paganos. Tampoco los cristianos debían de ser una excepción, como muestra la creación de algunas obras construidas sobre el esquema típico del “reconocimiento” o descubrimiento de la verdadera identidad de los protagonistas al final de la narración.
Esta popularidad tan indiscriminada supone una novedad con respecto a géneros anteriores – como el drama clásico – o coetáneos – la épica culta o la filosofía, por ejemplo.
El público potencial de la novela era sencillamente la enorme masa de ciudadanos del imperio romano “la burguesía mundial de un tiempo antiheroico” (O. Weinreich), un público básicamente anónimo y apolítico, desinteresado por los asuntos públicos, que busca en estas narraciones una evasión de la mediocridad del mundo circundante y un entretenimiento privado sin demasiadas pretensiones intelectuales.
Como ocurre con todos los novelistas griegos, casi nada sabemos del autor de “Dafnis y Cloe”, Longo de Lesbos, ni siquiera es seguro que fuera de Lesbos.
En cuanto a la datación de la obra, los estudiosos son unánimes en colocar la obra a mediados o finales del siglo II d. de C., o a principios del III d. de C. como muy tarde.
Dafnis y Cloe ocupa un lugar peculiar entre las novelas griegas que se han conservado.
En primer lugar, se trata de la única novela de tipo pastoril de que tenemos noticia.
Por otra parte, si la novela griega puede definirse como “novela de amor y de aventuras viajeras”, en este caso el amor es propiamente el tema y el núcleo de la obra, mientras que los viajes y peripecias quedan reducidas a su mínima expresión (toda la acción se desarrolla en la isla de Lesbos).
Se ha dicho por ello que, si las demás novelas griegas se construyen sobre el esquema de un viaje por distintos países, la obra de Longo es más bien un viaje en el tiempo, pues es el paso cadencioso de las estaciones el que llevará por fin a los muchachos a la madurez sexual y a la boda, el inevitable final feliz del género.
Son muchas las influencias literarias detectables en Dafnis y Cloe, desde la poesía bucólica de Teócrito y Virgilio hasta la elegía helenística, Safo y Tucídides (para la guerra entre Metimna y Mitilene), pasando por la “comedia nueva” que sin duda evocan personajes como Gnatón o Licenion.
Con todos estos ingredientes y con las propias convenciones del género novelístico, Longo ha sabido crear una obra profundamente original; la descripción del despertar sentimental y sexual de Dafnis y Cloe en medio de una naturaleza casi paradisiaca constituye probablemente el mayor logro de la novela griega.
En la obra, las Ninfas, Pan y Eros han sustituido por completo a la estereotipada Fortuna de otras novelas.
La acción se desarrolla en un marco más o menos intemporal, a pesar de algunos detalles que remiten vagamente a la época de las ciudades libres (es decir, antes de la dominación romana).
También la sociedad está pintada de una forma bastante convencional: los personajes de baja extracción son moralmente inferiores (Gnatón, Lampis, los propios Lamón y Driante y sus respectivas mujeres), mientras que el potentado Dionisófanes y su hijo Astilo se muestran justos y magnánimos.
Por lo que sabemos, la producción novelística griega cesó en el siglo IV d. de C., al tiempo que se liquidaba el paganismo.
Dafnis y Cloe, aunque no fue tan apreciada como las novelas de Aquiles Tacio y Heliodoro, tuvo cierto éxito ya entre los autores bizantinos, y a lo largo de los siglos XVI y XVII fue traducida a diversas lenguas europeas.
En el siglo XVIII la obra fue también muy apreciada, como testimonian la admiración de Goethe o la influencia evidente de la novela en el “Pablo y Virginia” de B. de Saint- Pierre.
En España la primera traducción castellana del texto griego no apareció hasta 1880, de la pluma de Juan Valera.
En el siglo XX ha sido sin duda la novela griega más apreciada y traducida en toda Europa, y ha inspirado a numerosos pintores y músicos.
La novela “Dafnis y Cloe”:
La obra se desarrolla en Mitilene que es una ciudad de Lesbos.
“A unos 35 Km. de esta ciudad de Mitilene había una finca de un hombre adinerado, la más bonita propiedad: montes criaderos de caza, llanadas de trigales, colinas de viñedos, pastos para el ganado. Y a lo largo de una playa dilatada, de muelle arena batía el mar”.
Un cabrero, por nombre Lamón, encontró un niño al que una de las cabras daba de mamar.
Junto al niño abandonado había una mantilla de púrpura, un broche de oro y una espadita con empuñadura de marfil.
Y, esperando la llegada de la noche, lleva todo, las prendas de identificación, el niño y hasta la propia cabra ante Mírtile, su mujer. Y acordaron ponerle el nombre de Dafnis.
Pasados que fueron ya dos años, un pastor, de nombre Driante, que apacentaba ganado en campos aledaños, tropieza, también él, con hallazgo y espectáculo parejos.
Había una gruta dedicada a las Ninfas, un gran peñasco hueco en su interior.
La cueva arrancaba desde el centro exacto de la gran peña. Y el agua, que del manantial borboteaba, se vertía en forma de arroyuelo, de suerte que delante de la gruta también se extendía un prado delicioso al nutrir la humedad abundante y tierna hierba. Y estaban allí consagrados, como exvotos de viejos pastores, colodras (vasijas de madera en forma de barreño que usan los pastores para ordeñar cabras, ovejas y vacas), flautas, zampoñas y caramillos.
Allí se acercó Driante y encontró a una niña que mamaba de las ubres de una oveja. Y también le acompañaban pañales y prendas destinadas a ser reconocidas: una cofia bordada en oro, zapatos dorados y ajorcas de oro para los tobillos. Y se la llevó a su mujer Nape, para que la tuviera como hija y la criara como propia.
Los niños fueron creciendo y los padres les mandan de pastores, Dafnis apacentar el rebaño de las cabras y Cloe a apacentar el rebaño de las ovejas.
Estos muchachos, pues Dafnis tenía 15 años y Cloe 13, empiezan a enamorarse y, aunque no saben lo que les pasa, sienten un amor mutuo el uno por el otro.
En la novela se ve cómo van descubriendo este amor y cómo son protegidos por las Ninfas y el dios Pan, principalmente, a los que hacen sacrificios y regalos.
Van a encontrar muchas dificultades, por ejemplo, el cabrero Dorcón, que, en una ocasión en que Dafnis había caído en una zanja lo sacó de allí, se enamora de Cloe y le lleva regalos, que luego ella se los daba a su amado Dafnis. Y se produjo una cierta rivalidad entre ellos (entre Dafnis y Dorcón). Incluso Dorcón llevó regalos al padre de Cloe (Driante) para pedirle su mano y casarse con ella. Y, al decirle Driante que no se la concedía, intentó raptarla por la fuerza disfrazado de lobo, y escondido junto a un abrevadero donde tenía que ir a beber el ganado. Pero los perros lo descubrieron y lo mordieron, y tuvieron Dafnis y Cloe que ayudarlo.
Pero Dorcón murió cuando unos piratas saquearon la campiña y se llevaron a Dafnis.
Y Dorcón le dice a Cloe el modo de salvar a Dafnis, a cambio de un beso de ella, cuando ya estaba muriéndose.
Un viejo (Filetas) que había sido vaquero y que en esos momentos tenía un huerto, les cuenta que se le ha aparecido el dios Amor (Eros) y le dice que ahora es el pastor de Dafnis y Cloe. Y le preguntaron qué era Amor, si niño o pájaro, y cuál su poderío. Y otra vez les habló Filetas: “Amor es un dios, muchachos, joven y hermoso y capaz de volar. Es por esto por lo que en la juventud halla su alegría, acosa a la hermosura y da alas a las almas. Y su poder va más allá que el de Zeus mismo…”.
“Yo mismo he sido joven y enamorado de Amarilis: ni me acordaba del yantar ni probaba una bebida ni conciliaba el sueño. Tenía el alma dolorida, agitado el corazón, y mi cuerpo estaba yerto. Daba gritos como si fuera apaleado, enmudecía como un cadáver, como si me abrasara me sumergía en los ríos. Llamaba en mi socorro a Pan, porque también él de Pitis (ninfa) estuvo enamorado. Alababa a Eco, que en pos de mi voz clamaba el nombre de Amarilis; rompía mis zampoñas, que seducían a las vacas y, en cambio, a Amarilis no traían. Pues no hay medicina para amor ni que se beba ni se coma ni se pronuncie en cantos, sino besos y abrazos y acostarse juntos con los cuerpos desnudos”.
Entonces ellos se dan cuenta que a ellos les pasa lo que Filetas les ha dicho que les ocurre a los enamorados:
“Sufren dolores los que aman: igual nosotros. Su dejadez es nuestra dejadez. No pueden conciliar el sueño: también nos pasa eso a nosotros. Creen abrasarse, y en nosotros hay fuego. Anhelan verse el uno al otro: ésa es la razón de que roguemos que amanezca más deprisa.
Sin duda, esto es el amor y nos amamos mutuamente sin saber si esto es el amor y si yo, el ser amado.
¿A qué vienen, pues, tales sufrimientos y por qué nos buscamos uno a otro? Cierto es cuanto Filetas nos ha dicho.
A las Ninfas hay que acudir en busca de socorro. Pero tampoco a Filetas, cuando enamorado de Amarilis, le dio su ayuda Pan.
En fin, que se han de procurar todos los remedios que nos dijo: besarse y abrazarse y echarnos desnudos en el suelo”.
Hay un incidente con unos cazadores, mozos adinerados de Metimna, que decían haber perdido una embarcación por culpa de las cabras de Dafnis. Y golpearon a Dafnis que era el que cuidaba de las cabras. Y Dafnis llamó a los campesinos y pedía socorro a Lamón y Driante. Éstos y los campesinos plantaron cara a los Metinenses y exigieron que el incidente se zanjara con un pleito. Y cada uno, los metinenses y Dafnis expusieron su causa, y el juez del pleito dio la razón a Dafnis. Pero no convenció la sentencia a los mozos de Metimna, al contrario, tiraban de Dafnis y pretendían maniatarlo. Los vecinos, entonces, saltan sobre ellos y le quitan de las manos a Dafnis y les pone en fuga a palos.
Pero los de Metimna, al llegar a duras penas a sus casas, reunieron la asamblea de ciudadanos y pedían que se les vengara, sin contar ni uno solo de los sucesos verdaderos para no ser blanco de la rechifla por haber sufrido de manos de pastores agravios tales; sino lanzando contra los de Mitilene acusaciones de haberles dejado, en son de guerra, sin su barco y robado sus caudales.
Se les creyó y se decretó contra los mitilinenses una guerra sin heraldo (es decir, sin avisar).
Y ordenaron que el comandante de su ejército zarpara con diez naves para saquear la comarca de la costa. Al día siguiente zarpó y embistió contra los campos ribereños de Mitilene. Y, como presa, tomó mucho ganado y abundante trigo y vino, y también gente no poca de cuantos en esos parajes trabajaban.
Abordó igualmente las tierras de Dafnis y Cloe, y con un desembarco repentino se llevó de botín todo lo que halló.
No estaba Dafnis al cuidado de sus cabras, sino que había subido al bosque a cortar ramón verde para tener con qué alimentar en el invierno a sus cabritas. Y, en cambio, Cloe estaba con los rebaños y, perseguida y suplicante, se refugia al lado de las Ninfas y pide que por las diosas respeten tanto su ganado como a ella. Pero de nada valió, pues los metinenses colmaron de injurias las imágenes (de las Ninfas) y se llevaron tanto sus rebaños como a ella, como a una cabra o a una oveja más, golpeándola con mimbres.
Al bajar Dafnis y ver lo que ha sucedido, hace reproches a las Ninfas. Éstas se le aparecen en sueños, pues se había quedado dormido, y le dicen que no se preocupe, pues han puesto a Cloe bajo la protección del dios Pan. Y le dicen que se vaya y se muestre a Lamón y Mírtile (sus padres “adoptivos”), que también yacen en tierra en la creencia de que tú igualmente formas parte del botín. Pues Cloe te llegará mañana con las cabras y con las ovejas, y las llevaréis juntos a pastar y tocaréis juntos la zampoña. Y del resto acerca de vosotros será Amor el que se ocupe.
Entonces el comandante de la fuerza de Metimna, después de distanciarse navegando como unos diez estadios, quiso que sus soldados se recobrasen de la fatigosa correría. Y mandó anclar las naves cerca de un promontorio.
Sucedieron entonces una serie de fenómenos extraordinarios y se apareció el dios Pan, que les amenaza con convertirlos en pasto de los peces, si no devuelven a las Ninfas, al momento, a Cloe y sus rebaños de cabras y ovejas. Y el comandante mandó buscar a Cloe entre los prisioneros y devolverla junto con su ganado.
Al reencontrarse de nuevo los dos amigos, Dafnis cogió la mejor de sus cabras y la sacrificó a las Ninfas. Después fueron con Filetas a coronar al dios Pan.
Dafnis y Cloe siguen enamorados, pero Dafnis es inexperto en hacer el amor y una mujer joven llamada Licenion, que había oído las conversaciones que tenían sobre su inexperiencia sexual, se compadeció de Dafnis y, con una estratagema para que no se enterara Cloe, le inició en la forma de hacer el amor; pero también le habló de lo que suponía el quitar la virginidad.
Y Dafnis, que su primer impulso fue practicar con Cloe lo que había aprendido, reflexionando en las palabras de Licenion, se abstuvo de seguir aquel primer impulso y no se decidía ya a importunar a Cloe sino para los besos y abrazos: no quería que ella gritara, como si en él viera a un enemigo; ni llorase, como aquejada de un dolor; ni sangrara, igual que malherida, pues por su poca experiencia tenía miedo de la sangre y creía que la sangre solamente brota de una herida.
Luego llega el momento en que aparecen muchos pretendientes para casarse con Cloe y llevan muchos regalos a casa de Driante (su padre adoptivo).
A su madre Nape le parecía bien que se casara con uno de estos pretendientes ricos, pero su padre, pensando que la muchacha valía más que los labriegos que venían a cortejarla y que si alguna vez daba con sus padres verdaderos, mucha prosperidad habría de acarrearles, a la respuesta daba largas y dejaba correr el tiempo, y mientras tanto seguía obteniendo beneficio de la lluvia de regalos.
Cloe, al enterarse, estaba muy acongojada y por mucho tiempo lo mantuvo oculto a Dafnis para no hacerlo sufrir. Pero, al final. se lo cuenta.
Dafnis, preocupado porque sus padres eran pobres, pide socorro a las Ninfas, que en sueños le indican el lugar donde había una bolsa con tres mil dracmas. Y llegado el día fue al lugar y la recogió y se lo cuenta a Cloe. Luego se va a casa de Driante (padre adoptivo de Cloe) y le pide a Cloe como esposa y, tras entregarle la bolsa, dieron su palabra de entregarle a Cloe y prometieron convencer a Lamón (padre adoptivo de Dafnis).
Lamón dice que está de acuerdo y que también él está empeñado en esa boda, pero que, como siervo, no podía disponer de nada suyo, sino que es el amo, una vez informado, el que debe darnos su permiso.
¡Ea, pues, aplacemos el casamiento hasta el otoño! Por ese tiempo los que llegan de la ciudad dicen que vendrá el amo. Y le dio la noticia a Dafnis de que celebrarían para el otoño el casamiento.
Vino desde Mitilene un siervo, compañero de Lamón, a avisar de que poco antes de la vendimia llegaría el amo para enterarse de si la incursión de la flota de Metimna había producido algún daño en su finca.
Lamón hacía preparativos para que en la estancia del amo se complaciera en todo lo que viese. Y se esmeró en cuidar las flores y plantas que tenía en un parque, donde le gustaba al amo sentarse.
Pero un tal Lampis boyero arrogante, que también había solicitado la mano de Cloe y, empeñado en la boda, le tenía dados muchos regalos, al enterarse de que, si el amo consentía, sería esposa de Dafnis, buscó un medio de irritar al amo contra ellos.
Y como sabía que el amo disfrutaba mucho en el parque, resolvió dañarlo y estropearlo en lo posible.
Se decidió por arrasar las flores y así, acechando la llegada de la noche y saltando la cerca, arrancó unas, tronchó otras y otras pateó, como si fuera un cerdo y se alejó sin que nadie lo viera.
Al día siguiente al ver el estado en que había quedado todo lloraron y decía Lamón “¿cómo enseñaré ahora el parque al amo? ¿cuál será, al verlo, su reacción? Colgará a este viejo de un pino, como a Marsias, y quizás también a Dafnis, como si esto fuera obra de sus cabras”.
Y, un anochecer, Eudromo (un mensajero) les trajo la noticia de que el amo de más edad llegaría tres días después, mas, que su hijo al siguiente se le iba anticipar. Y ellos le explicaron a Eudromo la situación. Y él, por su afecto a Dafnis, les aconsejó confesar antes lo sucedido al amo joven y les prometió ayudarles.
Vino Astilo (el amo joven) y un parásito suyo Gnatón.
Lamón, con Mírtile y Dafnis, echándose a sus pies, le suplicó que tuviera compasión de un anciano infortunado y sustrajera de la ira de su padre a un inocente, y se lo cuenta todo. Astilo dice que él mismo intercederá ante su padre y echará la culpa a sus caballos: que atados allí, se desmadraron y, habiéndose soltado, troncharon unas flores, otras patearon y arrancaron las demás.
Pero Gnatón, hombre ducho en yantar y emborracharse y, tras la borrachera, en fornicar, no dejó de reparar en Dafnis y, aficionado a los mocitos y habiendo descubierto una belleza sin par aun en la ciudad, decidió conseguir a Dafnis e imaginó que, como tal cabrero, sería fácil seducirlo.
Como no pudo seducirlo, se decidió, echándole mano, a recurrir a la violencia, pero borracho, Dafnis de un empujón lo arrojó al suelo y escapó.
Pero aguardaba una ocasión para hablar a Astilo de él y confiaba en que el joven, bien dispuesto a hacer muchos y buenos presentes, había de regalárselo.
Llegó el padre de Astilo Dionisófanes y Gnatón aprovechó para pedirle a Astilo que le concediera a Dafnis, porque estaba enamorado de él, y que si no se lo concedía que se iba a matar. El joven, que tenía gran corazón y no desconocía las penas amorosas, le prometió pedirle a Dafnis a su padre y llevarlo a la ciudad a su servicio y al de los amores de Gnatón.
Eudromo, que había escuchado la conversación, oculto, tanto por su aprecio a Dafnis, como irritado porque semejante belleza fuera a ser víctima de las borracheras de Gnatón, al momento se lo cuenta todo a él y a Lamón.
Entonces Lamón dice a su esposa Mírtile que había llegado el momento de contar la verdad sobre Dafnis.
Previamente Astilo le había pedido a su padre llevar a la ciudad a Dafnis: que es bien parecido y no hecho para la vida en el campo y capaz de aprender pronto con Gnatón como maestro los usos de la ciudad. Su padre accede gustoso a ello.
Lamón le cuenta todo a Dionisófanes y le dice que no tenía por degradante que Dafnis fuera siervo de Astilo, hermoso criado de un señor hermoso y bueno. Pero no puede permitir que se convierta en juguete de las borracheras de Gnatón, que se empeña en llevarlo a Mitilene para que haga un oficio de mujeres.
Entonces Mírtile le enseña los objetos encontrados junto al niño que mamaba de la cabra.
Y Dionisófanes reconoce los objetos dejados cuando expusieron a su hijo. Luego reconoce que Dafnis es su hijo y toda la riqueza que le pertenecía.
Y, en tanto, Cloe estaba sentada llorando, al cuidado de sus ovejas, y decía lo que era de esperar: “Se ha olvidado de mí Dafnis: sueña con bodas de rico. Pues ¿por qué hice que jurara por sus cabras en vez de por las Ninfas? Las ha abandonado igual que a Cloe. Ni aun cuando sacrificaba a las Ninfas y a Pan deseaba ver a Cloe. Ha encontrado, tal vez, al lado de su madre sirvientas que valen más que yo. ¡Vaya en buena hora! Pero yo no seguiré viviendo”.
Tales eran sus palabras, tales sus pensamientos, cuando el boyero Lampis, presentándose con una cuadrilla de gañanes, la raptó con la idea de que Dafnis ya no iba a desposarla y que Driante estaría encantado de aceptarlo.
Se la llevaron, pues, entre gritos lastimosos, pero uno que lo vio dio cuenta a Nape (madre adoptiva de Cloe), ella a Driante (padre adoptivo de Cloe) y Driante a Dafnis.
Dafnis se lamenta por lo sucedido y sus palabras las oyó Gnatón, que estaba escondido en el jardín. Éste, que vio la ocasión de reconciliarse con Dafnis, cogió algunos mozos del séquito de Astilo y se va a la alquería de Lampis; lo sorprende en el instante de hacer entrar a Cloe, se la arrebata y muele a los labriegos a porrazos.
Le lleva a Cloe a Dafnis y le cuenta todo. Luego le pide que le tenga por su esclavo más servicial. Dafnis se reconcilió con él por el favor que le había hecho, y se disculpó con Cloe por tenerla desatendida.
Driante, a la mañana siguiente, con las prendas de identificación de Cloe en una alforja, se acercó a Dionisófanes y Clearista (la verdadera madre de Dafnis) y les cuenta que Cloe no era su hija, sino que la había encontrado cuando mamaba de una oveja.
Y les enseñó los objetos que valdrían para identificarla. Y les dijo: “Miradlos y buscadle a la muchacha sus padres, a ver si la hacen digna de Dafnis”.
Luego llamó a Cloe y la animó a confiar: que, como ya tenía un esposo (Dafnis), pronto encontraría a su padre y a su madre.
Después de que se hubieron celebrado bastantes fiestas en el campo, se decidió emprender la marcha a la ciudad y buscar a los padres de Cloe sin demorar ya más su matrimonio.
Muy de mañana, con todo ya dispuesto, le dieron a Driante (padre adoptivo de Cloe) otras tres mil dracmas, así como a Lamón (padre adoptivo de Dafnis) la recolección y la vendimia de la mitad de la tierra, las cabras junto con los cabreros, cuatro yuntas de bueyes, vestidos de invierno y la libertad de su mujer. Y, después de esto, partieron para Mitilene.
Dionisófanes, que se había dormido profundamente, tuvo un sueño: le pareció que las Ninfas instaban al Amor si ya por fin consentía en el matrimonio. Y él, descansando su arco y dejándolo al lado de la aljaba, mandaba a Dionisófanes que invitara a un convite a todos los notables de Mitilene y que, luego que se llenara la jarra última de vino, mostrara a cada uno las prendas de identificación (de Cloe).
Y así lo hace, y ya de noche y llena la jarra de la que hacen una libación a Hermes, un criado trae en una bandeja de plata los objetos de identificación.
Ningún otro los reconoció. Pero un tal Megacles, que, por su ancianidad, estaba sentado el último, los reconoció nada más verlos.
Dionisófanes hace pasar a Cloe y le dice a Megacles: “Ésta es la criatura que expusiste. A esta doncella te la crió una oveja por providencia de los dioses, tal como me crió a Dafnis una cabra. Toma estas prendas y a tu hija. Y, luego de recibirla, dásela a Dafnis por esposa. A ambos expusimos, a ambos hemos encontrado, por ambos velaron Pan, las Ninfas y el Amor”.
Aprobó Megacles sus palabras, envió a buscar a Rode, su mujer, y apretó a Cloe contra su pecho. Y se quedaron a dormir en casa de Dionisófanes.
A la mañana siguiente acordaron ponerse de nuevo en marcha hacia el campo, ya que lo solicitaron Dafnis y Cloe, que no sobrellevaban la vida de la ciudad.
Y también decidieron celebrar sus bodas a la usanza pastoril.
(Longo. Dafnis y Cloe. Introducción general de Jorge Bergua Cavero. Traducción y notas de Máximo Brioso Sánchez. Biblioteca Clásica Gredos).
Segovia, 11 de enero del 2025
Juan Barquilla Cadenas.