La oratoria romana y su continuidad en la actualidad
Me he alegrado al leer la noticia de que “en los institutos y otros colegios se organizan “Ligas de debate” sobre temas de actualidad, en las que hay que defender tanto la postura a favor como la postura en contra de la tesis propuesta, fomentando así valores del parlamentarismo: la tolerancia, el respeto por la diversidad de opiniones y la conciencia democrática entre otros.
Los temas propuestos en la edición de este año han sido “¿Las sanciones y otras medidas económicas son una alternativa eficaz a la guerra convencional frente a Estados enemigos/hostiles?” Y “¿Los robots sustituirán a los humanos en el mercado laboral ?” (El Día de Segovia).
Me parece que es una actividad útil para que el alumno pierda el miedo al uso de la palabra en público y le permita pensar y organizar su discurso de un modo eficiente.
Esto nos muestra la importancia de la “oratoria”, que ahora, como en el mundo antiguo, es necesaria para persuadir y convencer, para exhortar, para defenderse, etc.
En el mundo antiguo la oratoria era importante para el militar que tenía que arengar a los soldados, para el político que tenía que defender sus opiniones en la Asamblea, en el Senado o en el Foro, para los participantes en un juicio, ya fuera acusador o defensor, para elogiar o censurar.
También hoy, los militares han de exhortar a los soldados, los abogados defender a sus clientes, los políticos convencer a sus votantes, etc.
De ahí la utilidad de estos ejercicios que se vienen realizando, por lo que veo, en los Institutos y colegios, y que se parecen mucho a los que se hacían en las escuelas de retórica romanas.
Así, Séneca el Mayor (54 a. de C. -39 d. de C.), el padre del filósofo Lucio Anneo Séneca, nos ha dejado una obra única en la literatura latina, “Orathorum et rethorum sententiae, divisiones, colores”, que divide en dos partes: “Controversiae” y “Suasoriae”.
En ella nos habla de los ejercicios que debían realizar los aprendices de retórica para convertirse en oradores.
Las “Suasoriae” eran propias de los principiantes y consistían en consultas imaginarias dirigidas a personajes históricos que, en determinadas situaciones, deben tomar una decisión importante: “Agamenón delibera sobre si debe inmolar a su hija Ifigenia”; “Cicerón delibera sobre si debe solicitar el perdón de Marco Antonio”, etc.
El aspirante a orador componía un discurso con las razones en pro y en contra que debían pesar en el alma del personaje.
Las “Controversiae” pertenecían a un estudio más avanzado y solían tener contenido jurídico; eran debates de leyes en oposición, de razones jurídicas a favor y en contra.
Los casos eran casi siempre rebuscados. Un ejemplo célebre es el del “juramento de los esposos”: “Dos esposos se juran mutuamente que ninguno de los dos sobrevivirá al otro. El marido se marcha de viaje y, para probar a su esposa, le envía un mensajero con la noticia de su muerte. Entonces la esposa se arroja desde una alta roca. Pero se salva milagrosamente de la muerte. Vuelve el esposo. El padre le exige a ésta que se divorcie de su marido. Ella dice que no. El padre reniega de ella y la deshereda. ¿Cómo defendería la mujer su actitud?”.
(Latín. A. Holgado – C. Morcillo. Edit. Santillana).
Con estos ejercicios se pretendía formar a los futuros oradores; pues, aunque el orador tiene que estar dotado de ciertas facultades naturales, se le puede formar y hacer de él un buen orador. Según la frase atribuida a Cicerón: “Poeta nascitur, orator fit” (El poeta nace, el orador se hace).
La importancia de esta formación oratoria podemos comprenderla por el hecho de que la última etapa de la educación en Roma la impartía el “rhetor”, el profesor de retórica, que enseñaba oratoria, lo que vendría a equivaler a nuestros estudios universitarios.
Cicerón (uno de los mejores oradores de la Antigüedad en Roma, así como en Grecia lo fue Demóstenes) en sus obras “De oratore” y “Orator” habla de la formación del orador y la técnica del discurso.
Cicerón opina que el perfecto orador ha de ser una combinación de tres factores: disposición natural, cultura profunda y todo lo extensa posible en todas las disciplinas (derecho, filosofía, historia…) y conocimientos de la técnica del discurso.
Esta técnica, que se enseñaba en las escuelas de retórica, se expone con amplitud en el “De oratore” (Sobre el orador) y abarca cinco puntos fundamentales:
Inventio o búsqueda de argumentos apropiados y probatorios; dispositio o distribución de esos argumentos en un plan adecuado; elocutio o arte de utilizar la expresión formal, las palabras y las “figuras” más convenientes; memoria, para recordar cada cosa en el lugar apropiado; actio, que es todo lo relacionado con el aspecto físico en el momento de pronunciar el discurso, sobre todo los gestos y el tono de la voz.
El discurso, como tal, tiene también diversas partes: exordium o introducción; narratio o exposición de los argumentos, y refutatio o rechazo de las objeciones reales o posibles; peroratio o conclusión, destinada a ganarse a los jueces y al auditorio.
La finalidad del discurso no es otra que instruir, agradar, conmover y convencer. (op. cit.).
Había distintos tipos de discurso:
- El “forense o judicial” que se pronuncia ante un juez o tribunal.
- El “político o deliberativo” que se pronuncia ante una Asamblea, ante el Senado o ante el Foro.
- El “epidictico o mostrativo” que se pronuncia en alabanza o vitupero de alguien.
La consolidación de la oratoria en Roma se realiza en el siglo II a. de C.
Paradójicamente la oratoria romana de este siglo tiene sus principales valedores en dos figuras diametralmente opuestas en mentalidad y en formación: Catón y Escipión Emiliano.
Pero ambos comparten, sin embargo, algo que va a conformar la oratoria de este período y que sobrevivirá como tendencia en la oratoria posterior: la “preocupación moral”.
Marco Porcio Catón (234 – 149 a. de C.) representa la “conciencia moral” de la sociedad de su tiempo.
Fue elogiado como orador elocuente por muchos escritores latinos, pero su mejor crítico y panegirista (elogiador) fue Cicerón. Tenía éste más de 150 discursos de Catón, al que compara con Lisias (orador griego) y califica así: “¿Quién fue nunca de más gravedad en el elogio, más duro en la crítica, más penetrante en el pensamiento y más sencillo en la exposición y en la argumentación?”
El eje de su oratoria es la aludida preocupación moral: fustiga incesantemente la corrupción de las costumbres, el lujo de las mujeres, los despilfarros de los banquetes, la corrupción administrativa (“los ladrones de los ciudadanos pasan la vida en la cárcel, mientras los ladrones del Estado viven entre púrpura y oro”)
Define al orador como “vir bonus dicendi peritus” (hombre bueno experto en el arte de hablar).
Escipión Emiliano (185 a. de C. – 129 a. de C.) y su “círculo” representa la impregnación de la cultura romana por la griega. Pero no son menos romanos que Catón con su antihelenismo.
Profesan igualmente una moral elevada, transida de un humanismo de raíz filosófica, cultivado bajo la inspiración y guía de uno de los miembros del “círculo”, el filósofo estoico Panecio de Rodas, y plasmado literariamente en la obra entera de otro de los miembros, Terencio (escritor de obras teatrales).
Entre los fragmentos conservados destacan los de tono moral, en la faceta que podríamos llamar de “diatriba moralizante”.
Así, por ejemplo, su ataque contra el afeminamiento de los jóvenes, llenos de ungüentos y cosméticos, con las cejas y las pantorrillas depiladas, borrachos y homosexuales; o contra educadores que pervierten a los jóvenes, enseñándoles cantos y danzas reprobadas por los antiguos como propias de esclavos y no de hombres libres.
En el siglo I a. de C. se produce el mayor desarrollo de la oratoria en Roma, con Cicerón (106 a. de C. -43 a. de C.) como su mayor representante.
Los problemas sociales y políticos surgidos en tiempos de los Gracos (133 a. de C. -123 a. de C.), van a acentuarse progresivamente hasta culminar en el siglo I a. de C. con la desaparición de la república.
Estos problemas, con el enfrentamiento de los partidos (políticos) y el papel cada vez más preponderante del pueblo, fueron causas determinantes de un desarrollo vigoroso de la elocuencia: se denuncian ante el pueblo, desde la tribuna de las arengas, intrigas y proyectos revolucionarios, ambiciones de poder y casos de traición a la patria; se exponen ante los tribunales acusaciones de soborno, concusión, etc.; y se curten los oradores en campañas electorales continuas y vibrantes.
Por otro lado, el desarrollo de la poesía y el progreso de la retórica hacen brotar en el campo de la elocuencia la consideración y el sentimiento de que un discurso es una obra de arte y merece ser escrito con sujeción a las reglas del género y publicado como cualquier obra literaria.
De entre los oradores de esta época sobresale, sobre todos ellos, Marco Tulio Cicerón.
Su obra oratoria puede dividirse en “Discursos” y “obras retóricas”.
En los “Discursos” son muy conocidos “Las Verrinas” (In C. Verrem), en los que acusa de concusión y extorsión al ex-gobernador de Sicilia Gayo Verres.
Son siete discursos demoledores. Parece que sólo pronunció los dos primeros, pues Verres, viéndose perdido, se desterró voluntariamente, adelantándose al fallo del tribunal.
También “Las Catilinarias” (In L. Catilinam): discursos contra Catilina, político romano que aspiraba al consulado junto con Cicerón, y que, al no ser elegido, trama una conspiración contra el Estado, para hacerse con el poder, incluyendo el asesinato de Cicerón.
Cicerón, al tanto de todas las maquinaciones por la información que recibe de uno de los conjurados, pronuncia contra Catilina cuatro discursos en el Senado, el primero de ellos (que comienza con el famoso “Quousque tándem, Catilina, abutere patientia nostra?”(¿Hasta cuándo, Catilina, abusarás de mi paciencia?) lo pronunció en presencia del propio Catilina, al que señala acusadoramente una y otra vez.
Otro discurso muy conocido son “Las Filípicas” (In M. Antonium orationes Philippicae), discurso contra Marco Antonio, que formó el segundo “triunvirato” , junto con Octavio y Lépido.
Se llaman “Filípicas” en homenaje a los discursos de Demóstenes (orador griego del siglo IV a. de C.) contra Filipo de Macedonia (el padre de Alejandro Magno).
También es conocido el “Pro Archia poeta”, en defensa del poeta Arquias, al que se acusaba de usurpación del derecho de ciudadanía, y hace en él un elogio de las humanidades en general y de la poesía en particular.
Entre las “obras retóricas” destacan, “Brutus”, “De oratore” y “Orator”.
“Brutus” es una historia de la elocuencia en Roma, desde los orígenes hasta su época, precedida de un pequeño resumen sobre la elocuencia en Grecia.
“De oratore” y “Orator” tratan de la formación del orador y de la técnica del discurso.
En el “Orator” se centra más en la “elocutio”, estudiándola en los tres estilos (simple, templado, sublime): figuras de dicción y de pensamiento, elementos de la expresión, armonía de la forma, ritmo oratorio, etc.
En las postrimerías del siglo I d. de C. surge una reacción contra el estilo conceptuoso y afectado de la oratoria retoricista y un intento de retomar el clasicismo ciceroniano.
El representante de esta tendencia es el español Marco Fabio Quintiliano.
Varios emperadores de Vespasiano a Trajano, lo tuvieron en gran estima y lo colmaron de honores.
Quintiliano, el más importante educador de Roma, nos ha dejado, con los doce libros de su “Institutio oratoria”, el tratado de retórica más completo de toda la Antigüedad.
Como Catón, no separa la elocuencia de la moral.
Un buen orador tiene que ser un hombre honesto.
La corrupción de las costumbres es una de las causas de la decadencia de la oratoria.
Su teoría y sus métodos tienen como modelo supremo a Cicerón.
Insiste en la idea de la “graduación” de los ejercicios escolares y exige que los temas propuestos estén inspirados en la “realidad”, frente a la común tendencia a debatir temas extraños, mitológicos y absolutamente irreales.
A partir de Augusto desaparecen las condiciones que habían producido un desarrollo de la oratoria de altos vuelos y desparecen, con ellas, los grandes oradores.
La causa profunda de la muerte de la oratoria en Roma en la época imperial no es otra que la desaparición de la libertad política.
Al asumir los emperadores el poder total, la vida política de Roma, que se desarrollaba antes en el Foro desaparece. Se acaban las rivalidades electorales, las campañas de los candidatos, las reuniones públicas en las que se fogueaba el orador en busca de sufragios y de gloria.
La vida política languidece y muere, y la oratoria romana que necesitaba respirar el aire de la libertad, muere por asfixia.
La “eloquentia” se convierte en “declamatio”, retirándose del Foro al interior de las escuelas de retórica.
En estas condiciones, la única elocuencia pública posible es la “elocuencia de los funcionarios”.
El modelo más acabado de este tipo de oratoria es el “Panegírico de Trajano, de Plinio el Joven.
En el siglo II, Cornelio Frontón, de origen africano y maestro de Marco Aurelio, pronunció discursos, que se han perdido, en elogio de Adriano y Antonino Pío.
De la misma época es Apuleyo, también de origen africano, del que poseemos la única muestra de elocuencia judicial bajo el imperio: su “Apología”, discurso pronunciado para defenderse de la acusación de haber obtenido la mano de una rica viuda con artes mágicas.
En el siglo III y IV d. de C., la elocuencia, bajo un régimen de monarquía absoluta, acaba por no manejar otro tema que el elogio de los emperadores.
Así surgió la colección de Panegirici Latini, doce discursos en honor de diversos emperadores, desde Maximiano Augusto hasta Teodosio, desde el 289 al 389 d. de C., algunos anónimos y los otros de autores poco conocidos.
En el siglo IV d. de C. vive el último de los grandes oradores latinos paganos: Aurelio Simmaco. Pronunció panegíricos de los emperadores Valentiniano I y Graciano, y dirigió, siendo prefecto de Roma, una famosa “relatio” a Valentiniano II pidiendo el restablecimiento de la estatua y el altar de la Victoria en el salón de sesiones, teniendo un formidable antagonista en San Ambrosio.
Fue el último gran defensor de las tradiciones romanas frente al cristianismo que lo invadía todo.
En los fragmentos conservados de sus discursos se ve la “evidente ambición de repetir los modelos de la elocuencia clásica, Cicerón y Plinio el Joven” (Rostagni).
(Latín. A. Holgado- C. Morcillo. Edit. Santillana).
Segovia, 16 de abril del 2023
Juan Barquilla Cadenas.