GRECIA: LA GUERRA DEL PELOPONESO
Decía Cicerón en su libro “De officiis” I, 35 que “sólo se ha de emprender la guerra para vivir en paz sin ultraje”.
No obstante, la mayor parte de las guerras tienen un motivo económico y a veces ideológico.
Esta “guerra del Peloponeso”, una de las más largas (431 a. de C. 404 a. de C.) con una duración de 28 años, en la que se enfrentaron las dos grandes “potencias” de Grecia, Atenas y Esparta, me parece que tiene un cierto paralelismo con guerras actuales, como la de Ucrania.
Se trata de luchar por tratar de implantar en el territorio del adversario el “estilo de vida” que a cada uno de los contendientes le parece mejor o más adecuado a sus intereses.
El “estilo de vida” de Atenas tendría que ver más con la forma de vida en Occidente (capitalista y basado en la libertad y la democracia principalmente), frente al “estilo de vida” militar de Esparta más parecido al “estilo de vida” de los países socialistas o comunistas, donde hay menos libertad y más igualitarismo en determinadas clases sociales.
Al igual que en la actualidad, en donde los distintos países se agrupan en los distintos bloques (socialistas/ capitalistas), las ciudades de Grecia (poleis) en esta guerra del Peloponeso se van a unir a una de las dos “Ligas” o coaliciones: la “Liga del Peloponeso”, liderada por Esparta, o la “Liga de Delos” o confederación de Atenas, según sus intereses o su manera de entender el mundo.
Sin embargo, las ciudades-estado (poleis) griegas no siempre se van a mantener en las mismas coaliciones en que se agruparon en un principio, sino que va a haber “defecciones”, que serán causa de mayor activación de la guerra.
Pero el mayor motivo de esta guerra va a ser económico y también el deseo de expandir el poder sobre su rival.
Vemos también cómo influyen los “líderes” de los distintos bloques en los resultados de las batallas llevadas a cabo e incluso en la posibilidad o no de la paz en algunos momentos.
Igualmente, influyeron en el resultado de la guerra cosas imprevistas como la “peste” que afectó a la población de Atenas, que tan bien explica Tucídides en su obra “Historia de la guerra del Peloponeso”, y que supuso la muerte de 1/3 de la población ateniense así como la muerte del líder de la Atenas democrática, Pericles y dos de sus hijos.
También vemos el peso que tienen en la guerra “agentes” que están fuera de la contienda, como el “reino persa” apoyando económicamente a los espartanos.
Gracias a este apoyo del rey persa, los espartanos terminaron ganando la guerra, pero como dicen los autores del libro “Historia de Grecia”, Antonio Tovar y Martín S. Ruipérez “Grecia entera perdió la guerra”.
Yo expongo aquí lo escrito sobre esta guerra en el libro “Historia de Grecia” de Antonio Tovar y Martín S. Ruipérez. Edit. Montaner y Simón S. A. Barcelona 1970, pues me parece que está bastante bien explicado y resumido el proceso y evolución de toda esta guerra.
[ANÁLISIS DE LAS CAUSAS:
Las rivalidades suscitadas por el inmenso poderío ateniense fueron, en el penetrante análisis del historiador griego Tucídides (c. 460 a. de C. – c. 396 a. de C.), la causa profunda de la guerra que durante 28 años enfrentó, prácticamente sin interrupción a la “Liga del Peloponeso” con Atenas y sus aliados.
Fue, desde la invasión persa de Jerjes (480 a. de C.) la más tremenda conflagración que sacudió al mundo griego.
Vista desde más cerca, la guerra se nos presenta como la salida inevitable de la competencia comercial de Atenas con sus rivales del istmo, Corinto y Mégara, acompañada de programas de política interna radicalmente opuestos (“democracia” en Atenas y “oligarquía” en Esparta), que cada uno de los bandos contendientes trataba de imponer en las ciudades que caían bajo su mando.
Atenas favorecía la causa democrática, por principios ideológicos, pero también por intereses económicos muy concretos, ya que los demócratas pertenecían predominantemente a la burguesía de comerciantes e industriales y éstos eran conscientes de que la prosperidad de sus negocios dependía precisamente de la vinculación al “imperio ateniense”, aunque con ello padeciesen un tanto la independencia política de sus ciudades.
La bandera propagandística que enarbolara Esparta y sus aliados peloponesios fue la de la autodeterminación.
Por oposición a los burgueses demócratas pro-atenienses, fueron los aristócratas –grandes y pequeños terratenientes – los que respiraban simpatías hacia Esparta, que en todas partes favoreció la instauración de gobiernos oligárquicos (política seguida desde el siglo VI a. de C.) y que se declaraba dispuesta a conceder, incluso a sus propios confederados, un grado mayor de independencia y autogobierno.
CAUSAS ECONÓMICAS:
La creciente expansión industrial y comercial de Atenas y sus confederados, incluidas las ciudades griegas de Asia Menor, llevó naturalmente a la conquista de nuevos mercados, que se buscaron preferentemente en el mundo griego de Sicilia e Italia.
Mégara, Sición y sobre todo Corinto fueron gravemente afectadas y no podían contemplar indiferentes los progresos de los productos atenienses.
Corinto, que había apoyado a Egina, la rival de Atenas, antes de que esta isla cayese definitivamente en manos atenienses (456 a. de C.), se veía ahora en la dura alternativa de someterse a los atenienses o sucumbir reducida a la impotencia económica.
Esparta se encontraba en realidad un tanto al margen de la rivalidad entre Atenas y las ciudades comerciales del istmo. Se trataba, en efecto, de una lucha por el control de los mares y de una competencia comercial, y Esparta no tenía flota ni su economía agraria tenía intereses industriales ni comerciales que interfiriesen los de las ciudades en pugna.
Atenas, por el contrario, tenía su fortaleza en su poderío marítimo, en el control de los mares, en la potencia económica de su imperio; las murallas que protegían a la ciudad, aseguraban la comunicación con sus puertos, y ofrecían un refugio seguro a la población, lo que permitían despreciar la fuerza militar espartana.
El chispazo que produjo el estallido de la guerra fue un incidente entre la isla de Corcira y Corinto, su antigua metrópoli, y, por otra parte, la “defección” de Potidea, antigua colonia corintia, que intenta separarse del imperio marítimo ateniense.
EL INCIDENTE DE CORCIRA:
En el año 435 a. de C., Corcira y Corinto se enfrentaron en una guerra abierta (en la que se ventilaban intereses comerciales) con motivo de la intervención de ambas en la lucha interna entre demócratas y oligarcas en Epidamno (hoy Durazzo), colonia fundada por Corcira.
Corinto rechazó el arbitraje propuesto por Corcira y sufrió una completa derrota naval, como resultado de la cual Epidamno se entregó a los corcirenses y fue hecha prisionera la guarnición corintia.
No dándose por vencida, Corinto hace nuevos preparativos de guerra, con el apoyo de Léucade y Ambracía.
Corcira, por su parte, hace un llamamiento a Atenas y concluye con ella un tratado de alianza defensiva.
Cuando en el verano de 433 a. de C., frente a las islas de Síbota, cercanas a Corcira, la flota corintia acababa de vencer a los corcirenses, la aparición de una flota ateniense arrebató a los corintios todo el provecho de la victoria.
Tolerar la presencia de Atenas en los puertos de Corcira equivalía, para Corinto, a renunciar a la última posibilidad de dificultar la expansión del comercio ateniense hacia Occidente, pues con Corcira en manos amigas, Atenas acapararía totalmente el comercio de Sicilia e Italia.
Por eso, desde este momento, la política de Corinto se enderezó a tratar de arrastrar a Esparta y a los demás peloponesios a un conflicto general.
LA DEFECCIÓN DE POTIDEA:
Pericles en el verano de 433 a. de C. presionó a Potidea – la antigua colonia corintia en la Calcídica, miembro ya de la confederación ateniense – para que rompiese los vínculos que todavía la unían a Corinto, consistentes en el envío por ésta de “epidamiurgoi”, magistrados que regían la ciudad durante un año.
La contestación de Potidea –apoyada en una alianza con Macedonia – fue su “defección” de la confederación ateniense, actitud en la que fue seguida por otras ciudades de la Calcídica.
El DECRETO MEGÁRICO:
El otro paso de Atenas fue dirigido contra Mégara, rival de Atenas y aliada de Corinto.
Pericles hizo aprobar el llamado “decreto megárico”, en virtud del cual se prohibía a todos los barcos de Mégara entrar en los puertos de la confederación ateniense.
Pericles asestaba así un golpe mortal al activo comercio de Mégara con los griegos de Asia y del Bósforo.
Mégara se sumó, por consiguiente, a la política activista de Corinto y logró que, primero, la asamblea espartana y, luego la conferencia de la “liga peloponésica” declarasen que Atenas había violado abiertamente “la paz de treinta años” firmada en el año 446 a. de C. Esto sucedía en el año 432 a. de C.
Las hostilidades tardaron todavía un año en empezar.
Esparta proclamó que su objetivo era la liberación de toda la Hélade del yugo ateniense y llegó a reclamar a Atenas la expulsión de los Alcmeónidas (a cuyo linaje pertenecía el propio Pericles).
Pericles propuso finalmente el arbitraje previsto en el tratado de paz; pero Esparta lo rechazó de pleno, poniendo definitivamente de manifiesto cuál de los dos bandos era el que quería la guerra.
Atenas, en efecto, sin temer la guerra en sí, tenía conciencia de que la paz ofrecía las mejores oportunidades para el progreso de su economía y de su preponderancia política.
A los 40.000 hombres del ejército de los peloponesios, Atenas podía sólo oponer – según las cifras de Tucídides – 13.000 hoplitas, 1200 soldados de caballería y 1.600 arqueros, sin contar los 16.000 hombres reclutados entre los ciudadanos más viejos y más jóvenes y entre los metecos, destinados a proteger el recinto amurallado de la ciudad, el muro Falérico y el exterior de los Grandes Muros que la unían a los puertos, así como el recinto del Pireo y de Muniquia, con un total de 30 km.
Atenas contaba con 300 trirremes propios, sin incluir los de Lesbos, Quíos y Corcira, y abundantes y entrenadas tripulaciones, reclutadas entre los “thêtes" (hombres libres sin tierras), los "metecos" (extranjeros residentes en Atenas) y esclavos de la propia Atenas y otras ciudades de su inmenso imperio.
En el momento de estallar la guerra, los atenienses disponían de una reserva de 6.000 talentos en el tesoro de la confederación, que cada año venían a engrosar 600 más como tributo de sus aliados.
LA GUERRA ARQUIDÁMICA:
La primera fase de la “guerra del Peloponeso” es conocida, desde la Antigüedad misma, como la “guerra arquidémica”, de Arquidamo, nombre del rey espartano que, en 431 a. de C., invadió el Ática y que murió en 427 a. de C., sin vivir por lo tanto la totalidad del período al dio nombre.
El plan de operaciones espartano consistía en invadir el Ática todos los años antes de la recolección, para arrasar los campos y llevar así a los atenienses a la desesperación y forzarles a presentar combate.
Al mismo tiempo, Esparta seguiría sembrando el descontento entre los aliados de Atenas.
La estrategia ateniense, por el contrario, tal como la concibió y logró imponer Pericles, evitaría precisamente cualquier batalla campal, que inevitablemente terminaría con una victoria para los espartanos. La población de todo el Ática, recogiendo lo más imprescindible de su ajuar, se refugiaría hacinada dentro del recinto amurallado de sus puertos.
El papel decisivo correspondería a su poderosa flota, que habría de controlar las rutas de Occidente, a través del golfo de Corinto y en torno al Peloponeso, bloqueando y hostigando mediante desembarcos, a Esparta y a sus aliados, y buscando el establecimiento de sólidos puntos de apoyo junto a las costas, que permitiesen mantener el bloqueo con mayor facilidad y eficacia, para aislar a los peloponesios de los muchos simpatizantes dorios que tenían en Sicilia y Magna Grecia.
Las hostilidades se rompieron con un golpe de mano de los tebanos contra Platea, aliada de Atenas.
Pero los hoplitas de Tebas, que tomaron la ciudad de noche por sorpresa, sufrieron un descalabro cuando los plateenses reaccionaron y pasaron a cuchillo a buen número de ellos. Platea invocó naturalmente la ayuda de Atenas.
En el verano, un ejército peloponesio al mando del rey de Esparta Arquidamo invadió el Ática, no con la suficiente rapidez para evitar que las gentes evacuaran el campo con sus enseres refugiándose en Atenas, ni que los rebaños de ganado se trasladaran a Eubea.
Pericles logró con mano firme que los atenienses, se atuvieran a la más estricta defensiva, con el resultado de que los espartanos se retiraron al cabo de un mes.
Por mar, una flota ateniense hostilizó el Peloponeso y logró la anexión de la isla de Cefalonia.
La invasión del Ática se repitió al año siguiente, intensificando su labor devastadora, pero sin lograr provocar la batalla en campo abierto que deseaban los peloponesios.
En ese verano (430 a. de C.) es cuando apareció en el Pireo, traída por tripulaciones procedentes del Asia, la terrible “peste”, magistralmente descrita por Tucídides.
Esta peste asoló a Atenas durante cuatro años seguidos, ocasionando la muerte de un tercio de la población.
La desesperación popular por la peste y las devastaciones de los campos, no podía menos de buscar una víctima expiatoria de tanta calamidad:
En el otoño del mismo año, Pericles fue ignominiosamente depuesto de su cargo de “estratego” (que había ocupado ininterrumpidamente durante quince años) acusado de malversación de fondos públicos.
Unos meses después, en la primavera de 429 a. de C., la asamblea popular eligió de nuevo a Pericles “estratego”.
Pero el gran estadista, después de perder a los dos hijos de su primer matrimonio víctimas de la peste, sucumbía él mismo a la terrible enfermedad poco tiempo después.
Precisamente a causa de la peste, las acciones de guerra de este año fueron de escasa envergadura; tan sólo el general espartano Brásidas intentó sin éxito apoderarse por sorpresa del Pireo.
Las buenas noticias llegaron a Atenas de la Calcídica, donde Potidea capituló a comienzos de año, después de dos de heroica resistencia frente al cuerpo expedicionario ateniense. Éste, sin embargo, sufrió una derrota luchando frente a calcidios y botieos.
Pero en la región, la diplomacia ateniense había conseguido un gran triunfo al lograr atraerse al rey tracio Sitalces, de cuyo reino, situado entre el Danubio y el Egeo, el Estrimón y el mar Negro, dependía la seguridad de las posiciones atenienses en aquella zona y la penetración del comercio de Atenas en los Balcanes.
También hubo buenas noticias sobre la campaña naval de Formión en el oeste, que logró consolidar Naupacto y apretar el bloqueo naval del Peloponeso, privado de los suministros de trigo itálico y siciliano.
El año 428 a. de C. fue señalado por la defección de la isla de Lesbos, con Mitilene como ciudad más importante.
Los atenienses hicieron un esfuerzo considerable, en medio de las calamidades, para reducir a los insurrectos y en el verano de 427 a. de C., Mitilene, sitiada por hambre, hubo de capitular sin condiciones.
La asamblea popular, privada ya de la sabia y prudente dirección de Pericles, decidió a propuesta del demagogo Cleón, que, como castigo ejemplar, todos los mitilenos adultos fuesen pasados a cuchillo y que las mujeres y los niños fuesen reducidos a esclavitud.
Afortunadamente, al día siguiente la Asamblea cambió lo acordado y los nuevos emisarios llegaron a Mitilene a tiempo todavía para evitar que se consumara la atroz brutalidad.
El castigo definitivo no fue, sin embargo, suave: un millar de ciudadanos considerados culpables de la defección fueron condenados a muerte; las murallas fueron arrasadas: la ciudad perdió su autonomía, hubo de entregar su flota y ver establecida en su territorio una “cleruquía” (colonia militar) ateniense.
En el vacío dejado por Pericles, salen a escena los “demagogos” del partido popular (partidario de la democracia).
Así en el año 427 a. de C. Cleón es elegido “helenotamías” (tesorero de la “Liga de Delos”) y desde 426 a. de C., en que es nombrado “estratego” dominará la política ateniense, imponiendo un recrudecimiento de las acciones bélicas.
En el 427 a. de C., la intervención ateniense pudo producirse a tiempo para evitar el triunfo de una revolución oligárquica en Corcira, que hubiera dado al traste con los planes atenienses en Occidente.
Precisamente en el otoño de ese año sale para Sicilia la primera expedición de Atenas, consistente en una pequeña flota al mando de Laquete y con la misión de apoyar a una coalición antisiracusana, en la que habían entrado los aliados de Atenas (Leontinos, Regio, Halicias, Segesta).
Una nueva expedición para Sicilia es despachada en la primavera de 425 a. de C., bajo el mando de Demóstenes, que la convirtió, sobre la marcha, en la más feliz operación de bloqueo naval del Peloponeso.
La conmoción en Esparta fue enorme; pero Cleón hizo que la Asamblea ateniense rechazase las proposiciones de paz espartanas.
Tomando él mismo el mando de una nueva expedición, obligó rápidamente a capitular a los espartiatas de Esfacteria, que todavía eran unos trescientos.
El triunfo fue resonante.
Con ese número de ciudadanos espartanos retenidos como rehenes, Atenas tenía en sus manos unas cartas excelentes.
Por de pronto, Cleón utilizó el efecto psicológico para imponer a los confederados una considerable elevación de los tributos: la contribución total pasó a 1.460 talentos, lo que permitió a Atenas seguir haciendo frente a los cuantiosos gastos de la guerra y a Cleón elevar de dos a tres óbolos las dietas de los heliastas (ciudadanos que formaban parte de la Heliea, tribunal popular de justicia de la antigua Grecia) para asegurarse así el favor político de la plebe.
En el año 425 a. de C., el general Nicias completó el bloque del Peloponeso con la ocupación de la isla de Citera.
Esparta y sus aliados no se rindieron.
En 424 a. de C., el general espartano Brásidas, tras una marcha relámpago a través del istmo, Beocia, Tesalia y Macedonia, se presentó repentinamente en la Calcídica y conquistó por sorpresa la colonia ateniense de Anfípolis. (el “estratego” Tucídides – el historiador de “La guerra del Peloponeso” –no llegó a tiempo con una escuadra de socorro desde la isla de Tasos).
El golpe infligido por Brásidas a Atenas fue considerable, precisamente en la zona en que el imperio ateniense parecía estar más seguro.
A raíz de la toma de Anfípolis, numerosas ciudades calcídicas hicieron defección del imperio ateniense; incluso las ricas minas de oro del Pangeo cayeron en manos de Esparta.
También en otras partes las cosas fueron mal ese año para los atenienses contra la clara concepción estratégica de Pericles, un ejército ateniense intentó la conquista de Beocia; pero experimentó una completa derrota en Delio, frente a los hoplitas beocios, que por primera vez aplicaron la “táctica de la falange en formación oblicua”.
En Sicilia, el temor a los atenienses se hizo general y todas las ciudades griegas reunidas en el congreso de Gela, depusieron sus querella y decidieron despedir a la flota ateniense, que nuevamente había llegado a Sicilia al mando de Sófocles y de Eurimedonte.
Por fin en 423 a. de C., el general Laquete gestionó una tregua de un año, que parecía dejar la puerta abierta a una paz definitiva.
Pero, cumplido el plazo de la tregua, la guerra se reanudó en la Calcídica, donde Nicias logró atraerse al rey Pérdicas II de Macedonia y Cleón cosechó algunos éxitos importantes. Pero al aproximarse a Anfípolis, los espartanos les infligieron una sangrienta derrota.
Cleón pereció con seiscientos atenienses. Brásidas también quedó en el campo de batalla. Era el final del verano de 422 a. de C.
LA PAZ DE NICIAS:
La muerte simultánea de Cleón y de Brásidas eliminó de la escena política de Atenas y Esparta las dos personalidades más beligerantes.
Quedaba así abierta la puerta para una paz que deseaban ardientemente ambos bandos.
En Atenas, Nicias impuso esta política, frente a la oposición de demagogos radicales como Hipérbolo y Pisandro.
Esparta, por su parte, abrigaba serios temores ante la posible actitud de Argos, cuyo tratado de paz por treinta años estaba a punto de expirar.
Después de seis meses de laboriosas negociaciones se llegó en la primavera del 421 a. de C. a la conclusión de un tratado de paz entre atenienses, lacedemonios (espartanos) y los aliados de ambos, por el cual Esparta obtenía la devolución de los prisioneros de Esfacteria, y la evacuación de Pilos y Citera, a cambio de la restitución de las ciudades que durante la guerra habían sido arrancadas de la “Liga ateniense”.
La paz de Nicias era un triunfo para Atenas. Esparta traicionaba los intereses comerciales de Corinto, que había sido la verdadera causa de la guerra y hacía tabla rasa de sus ofertas propagandísticas de autonomía y libertad para todas las ciudades griegas. Atenas, aunque con el territorio del Ática devastado y la población menguada por la peste, lograba mantener su imperio de la víspera de la conflagración, que había sido el objetivo que movió a Pericles a entrar en la guerra.
ALIANZA ENTRE ATENAS Y ESPARTA:
En su deseo de paz, los espartanos habían cometido la ligereza de adquirir una serie de compromisos que no podrían fácilmente cumplir y de no contar con sus principales aliados.
Corinto veía con indignación que el tratado confirmaba la supremacía naval ateniense.
Mégara, por su parte, no recuperaba su puerto de Nisea, pues los atenienses se negaban a devolverlo en tanto los beocios no restituyesen la libertad a Platea.
Elis y Mantinea tenían otros motivos más particulares para no aceptar el tratado negociado por Esparta.
Pero, además, los espartanos mismos no cumplían las condiciones que dependían más de ellos.
Entonces, ante la abierta insubordinación de sus principales aliados, Esparta recurrió a Atenas y, todavía en la primavera de 421 a. de C., concertaron las dos grandes potencias un tratado de defensa mutua para cincuenta años.
LA COALICIÓN ARGIVA:
Pero este tratado lejos de impresionar a los aliados de Esparta, excitó aún más su animosidad.
Corinto tomó la iniciativa de formar una coalición con Argos bajo un programa notablemente democrático que servía de bandera propagandística contra los sistemas oligárquicos impuestos por Esparta.
Mantinea y Elis ya se habían unido a Argos, y las ciudades calcídicas entraron poco después.
Los beocios, por el contrario, gobernados por oligarquías aristocráticas, no quisieron romper con Esparta y acabaron concluyendo con ella un tratado de alianza en el invierno de 421 -420 a. de C.
Dentro de Esparta, el descontento fue grande por las consecuencias desastrosas de los tratados concluidos con Atenas. El partido antiateniense se impuso de nuevo, aunque no logró que se rompiera abiertamente la paz concertada y no cumplida.
ALCIBIADES:
En Atenas, igualmente, los ánimos andaban excitados y se renegaba abiertamente de la paz con Esparta, que acababa de concertar con los beocios una alianza manifiestamente dirigida contra Atenas, y que permitía a los nuevos aliados incumplir las condiciones del tratado de paz.
La situación favoreció al “partido radical”, que propugnaba la guerra con tanto más ardor cuanto que el mismo tratado de paz aceptado por Esparta era un palpable reconocimiento de la supremacía ateniense.
Junto al demagogo Hipérbolo, la verdadera cabeza de ese partido era Alcibiades, hijo de Clinias y sobrino, por su parte de su madre, de Pericles, con el que había vivido y se había educado.
Alcibiades poseía una vigorosa personalidad y una inteligencia poco común, que le había granjeado la amistad de Sócrates.
Pero lejos de seguir las enseñanzas de su maestro y amigo, Alcibiades era un genuino producto de la formación sofística, por lo que considerando la moral, la religión y las instituciones políticas como meras convenciones humanas, él se conducía sin escrúpulo alguno como un “superhombre”, lleno de vanidad y soberbia.
Alcibiades buscó aislar Esparta, y para ello concertó una alianza con Argos, Elis y Mantinea, que necesariamente conduciría a una ruptura con Esparta. Pero la masa ateniense vaciló ante la perspectiva de ver sus campos arrasados de nuevo: así en 419 a. de C. eligió “estrategos” al pacifista Nicias y a Alcibiades y en el 418 a. de C. rechazó decididamente a este último.
MANTINEA:
Pero ya era difícil detener la marcha de los acontecimientos.
Argos había intentado obligar a entrar en la coalición a la vecina Epidauro, fiel aliada de Esparta, lo que obligó a ésta a intervenir abiertamente.
La lucha entre Argos y Esparta por la supremacía en el Peloponeso era ya una guerra abierta.
La batalla decisiva se libró en Mantinea en 418 a. de C.: las tropas de espartanos, tegeatas y otros arcadios, mandados por el rey de Esparta Agis, infligieron una gran derrota a las de la coalición argiva.
El resultado de la victoria espartana en Mantinea fue la reconstrucción de la poderosa “liga del Peloponeso”, dentro de la cual figuraban ahora Argos y Acaya.
Con ello quedaban malparados los planes de Alcibiades de aislar a Esparta.
Una vez más Esparta había triunfado con su formidable máquina militar.
MELOS:
Una vez más también, el descontento en Atenas buscaba culpables y para ello se resucitó la práctica del “ostracismo”, aplicado por última vez en 443 a. de C. contra Tucídides.
Pero inesperadamente Alcibiades logró un pacto político con Nicias y evitó el voto condenatorio que fue a parar contra Hipérbolo (417 a. de C.).
Fue la última vez que en Atenas se recurrió a esta medida.
La candidatura de Nicias y Alcibiades resultó triunfante en las elecciones para “estrategos”, y Alcibiades, de nuevo en el poder, sintió la necesidad de presentar éxitos que hiciesen olvidar sus fracasos anteriores.
Con desprecio de toda consideración humana, se dirigió con una expedición contra la isla de Melos, que, aunque doria, no formaba parte de la “Liga espartana”, como tampoco la isla de Creta.
En una acción de estremecedora brutalidad, sin que mediara provocación alguna, la isla neutral fue tomada y sus habitantes pasados a cuchillo o reducidos a la esclavitud.
Alcibiades daba una triste muestra de su sed de triunfo y de su carencia absoluta de escrúpulos morales.
Esparta se abstuvo de intervenir y aguantó pacientemente las algaras (tropas de caballería que salían a correr y robar la tierra del enemigo) que desde Pilos realizaba la guarnición ateniense, pues sus relaciones con Argos habían empeorado hasta el punto de que ésta concertó en 416 a. de C. un nuevo tratado con Atenas.
En ese mismo año, Alcibiades, buscando su gloria personal para fines políticos, acudió a los “juegos olímpicos” con siete troncos de caballos, al modo de los tiranos, y encargó a Eurípides el canto coral que celebrase su victoria.
LA EXPEDICIÓN A SICILIA:
Alcibiades seguía siendo partidario de buscar una victoria completa sobre Esparta; pero con la experiencia reciente de la superioridad espartana en tierra, era claro que la decisión había de buscarla donde la flota ateniense pudiese poner a contribución su clara superioridad.
Las miradas se dirigieron a Sicilia.
Después del congreso de Gela de 424 a. de C., se habían resucitado las luchas entre las ciudades griegas, sobre las que Siracusa quería mantener su dominio.
Leontinos, aliada de Atenas, había sido sometida por la fuerza por los siracusanos, en tanto que, otra de las ciudades aliadas, Segesta, en guerra con Selinunte, invocaba la alianza y solicitaba la ayuda de Atenas.
Alcibiades disponía así de los pretextos necesarios para organizar una expedición, cuyo mando, lejos del control estrecho de las instituciones políticas, le proporcionaría una formidable posición personal.
Las colonias griegas de Occidente pasaban por ser un auténtico país del Dorado, con lo que le resultó fácil a Alcibiades excitar la codicia de sus conciudadanos, presentando a su imaginación las ventajas económicas sin cuento que se seguirían del dominio de aquellas tierras.
Frente a la oposición de Nicias, Alcibiades logró en la primavera del 415 a. de C. que la Asamblea votase el envío, para ayudar a Segesta y restituir su independencia a Leontinos, de una gran fuerza expedicionaria de 134 trirremes y más de 32.000 hombres.
Para mandarla se concedieron plenos poderes a tres “estrategos”: Nicias, Lámaco y Alcibiades.
EL ESCÁNDALO DE LA MUTILACIÓN DE LOS HERMES:
En vísperas de la salida de la expedición, un acontecimiento sacrílego vino a excitar el histerismo de las masas.
Una mañana aparecieron mutiladas las cabezas de los Hermes (troncos de pirámide invertidos, con la parte superior en forma de cabeza más o menos antropomórfica), que había a las puertas de las casas, para protegerlas y en las encrucijadas de caminos, para señalar y delimitar carreteras y fronteras y marcar los límites de las propiedades.
El hecho constituía una provocación susceptible de desencadenar la ira de los dioses contra Atenas, y fue probablemente obra de jóvenes embriagados pertenecientes a clubs oligárquicos.
Al mismo tiempo, se reveló que en algunas casas se parodiaban las representaciones sagradas de los “Misterios de Eleusis”, y esta acusación iba dirigida especialmente contra Alcibiades.
Se abrió una investigación. Pero para no diferir la salida de la expedición, se dejó partir a Alcibiades, reservando para su regreso la definitiva aclaración de esos cargos
No obstante, después de que éste desembarcara en Siracusa, la Asamblea cambió de parecer y envió a buscarle para que compareciese ante el tribunal.
Alcibiades salió para Atenas. Pero, al hacer escala en Turios la nave que le traía, burló la vigilancia de sus guardianes y buscó refugio en la propia Esparta.
LAS OPERACIONES EN SICILIA:
Frente al parecer de Nicias –que quería ir derecho contra Selinunte – y el de Lámaco –que era partidario de descargar el golpe en Siracusa misma – Alcibiades impuso su propio plan, que era buscar primero aliados.
Pero Regio –su antiguo aliado – les acogió fríamente, sin comprometerse. Mesina no quiso saber nada. Naxos les dispensó una buena acogida, mientras que Catania fue tomada por la fuerza y Camarina se retiró después de declararse amiga.
En Catania es donde Alcibiades recibió la orden de marchar a Atenas, lo que privó a la expedición del alma que la había animado.
La impericia y las vacilaciones de Nicias conducirían al cuerpo expedicionario ateniense, dos años después, a una espantosa catástrofe.
A fines del otoño de 415 a. de C., Nicias desembarca en el puerto de Siracusa y logra algunas victorias.
Los siracusanos, con Hermócrates a su frente, dirigen una angustiosa llamada a Esparta y a Corinto para que acudan en su ayuda y reanuden en Grecia la guerra contra Atenas.
En 414 a. de C., se produce un nuevo desembarco de los atenienses (en Siracusa) que construyen obras de fortificación y aislan a la ciudad del interior.
En este punto las cosas, llega a Sicilia un cuerpo expedicionario espartano al mando del general espartano Gilipo, que logra penetrar en Siracusa, burlando el bloqueo, y romper el cerco ateniense.
Los atenienses sufren ahora los ataques desde fuera y desde dentro de la ciudad.
Atendiendo una apremiante llamada de Nicias, a fines de 414 a. de C., Atenas envía a Eurimedonte con una pequeña expedición, que, en la primavera de 413 a. de C. es seguida por otra mayor, encomendada a Demóstenes.
La situación de los atenienses en Siracusa mejora considerablemente; pero en el verano de ese año Demóstenes sufre una grave derrota.
Nicias y Demóstenes discuten sobre la conveniencia de abandonar el sitio de Siracusa.
Cuando Nicias, tras muchas dilaciones – una de ellas por un eclipse de luna – decide la retirada, la flota ateniense se ve encerrada en el puerto, sin posibilidad de salida, y toda ella tiene que ser abandonada al enemigo.
La retirada por tierra acarreó un sinfín de calamidades, que terminaron con la capitulación de todo el ejército ateniense.
Nicias y Demóstenes fueron ajusticiados por los siracusanos, sin que Gilipo pudiera evitarlo.
Los soldados prisioneros fueron llevados a las famosas “canteras”, para ser luego vendido como esclavos los que pudieran sobrevivir.
El incomensurable desastre ateniense decidió ya el curso de la guerra.
LA TOMA DE DECELEA:
La guerra en Grecia se había rearmado en 414 a. de C., como consecuencia de la intervención ateniense en Sicilia y de las llamadas de los siracusanos.
A comienzos del 413 a. de C., el ejército espartano, mandado por el rey Agis, invadió el Ática. Pero en lugar de retirarse después de realizar las devastaciones pertinentes, se fortificó en Decelea, siguiendo el consejo de Alcibiades, y desde allí hostilizó a Atenas, donde la permanente proximidad de los espartanos hacía temer en todo momento un ataque y la vida normal fue ya desconocida.
La desmoralización y el nerviosismo subieron de punto cuando, unos meses después, llegó la noticia de la catástrofe de la “expedición siciliana”.
ACTITUD DE PERSIA:
El hundimiento del poderío ateniense dejaba manos libres al imperio persa, que desde este momento intervendrá activamente en la política griega.
Todavía en 424-423 a. de C., Persia y Atenas habían renovado la “paz de Calias”.
Pero, a consecuencia de una inoportuna intervención de Atenas en el 414 a. de C. a favor del rey de Caria, Amorges, que se había apartado de la obediencia al emperador, y, sobre todo, por el progresivo debilitamiento de la situación ateniense, Persia considera violada su paz con Atenas y Darío II decide proceder abiertamente contra las comunicaciones griegas de Asia Menor y de las islas.
Esparta no tiene inconveniente en sacrificar a Persia esas comunidades a cambio de las cuantiosas subvenciones que desde 412 a. de C. recibe del gran rey.
En este mismo año, Quios, Mitilene, Metimna (en Lesbos) y Mileto hacen defección.
En el año siguiente, Persia otorga de nuevo su ayuda financiera a Esparta.
Siguen las defecciones en el imperio ateniense: la de Eubea es seguida por la pérdida de las posiciones en el Helesponto y en el Bósforo, que interrumpe la llegada a Atenas de los aprovisionamientos de trigo, y por la de Tasos y Abdera.
LA REVOLUCIÓN OLIGÁRQUICA EN ATENAS:
Los fracasos bélicos y políticos – Sicilia, Decelia, Persia – y las graves dificultades financieras que siguieron debilitaron considerablemente la causa de los “demócratas”, que a los ojos de muchos atenienses eran los responsables de tanta calamidad.
Los clubs (hetairíai) oligárquicos redoblaron sus actividades, y ya en 413 a. de C. consiguieron que se eligiera un colegio de diez “probulos” (magistrados de edad avanzada y muy respetados) que asumieron una parte importante de las funciones de la “Bulé” (asamblea restringida de ciudadanos encargada de los asuntos corrientes de la ciudad. A menudo se traduce como “Consejo” y más raramente por “Senado”).
Antifonte, el orador, Pisandro, Frínico y Teramenes eran las principales figuras del movimiento. Con ellos entró en contacto desde Samos el desconcertante Alcibiades, que, habiendo roto con los espartanos, intrigaba ahora, inútilmente, para distanciarlos de Persia y para atraer a ésta al bando de los atenienses.
Por fin, en el 411 a. de C., los oligarcas conquistaron el poder, comenzando por imponer un gobierno de treinta plenipotenciarios (llamado gobierno de los “treinta tiranos”), entre ellos los diez “probulos” e instaurando una “Bulé” de cuatrocientos miembros (como la de Solón), que consultaría, si ella lo juzgaba conveniente, a una Asamblea popular sólo de cinco mil ciudadanos.
De paso se suprimieron todas las dietas y remuneraciones instauradas desde Pericles.
Estas reformas, aunque aprobadas en una reunión de la Asamblea, constituyeron una auténtica revolución, en la que no faltaron los actos de terror habituales.
A toda costa los “oligarcas” quisieron conseguir la paz con Esparta.
Algunos tramaron incluso la entrega de la ciudad, para lo cual establecieron un fortificación en el Pireo. Pero la conjura fue descubierta por el propio Terámenes y ello significó el final de la “oligarquía”, sólo unos meses después de su instauración.
Lo que vino después fue un “régimen mixto”, producto de un compromiso con el partido popular (partidario de la democracia).
El poder pasó a la “Asamblea” de los cinco mil, dividida en cuatro secciones para llevar por turno los asuntos de gobierno. Es la llamada “Constitución de Terámenes”, que sólo estuvo en vigor unos meses.
CÍZICO. REGRESO DE ALCIBIADES:
Las continuas defecciones de miembros de la “confederación ateniense”, la actividad de la flota espartana (formada gracias a la ayuda persa), la rebelión democrática de la flota ateniense en Samos, que había elegido “estrategos” a Alcibiades y a Trasíbulo, no hacían más que agravar la situación de Atenas.
Un respiro en este panorama lo proporcionó el propio Alcibiades cuando en 410 a. de C. obtuvo frente a Cízico una completa victoria naval sobre la escuadra espartana y pudo así recuperar para Atenas el dominio de la vital región de los estrechos. Incluso el sátrapa de Frigia aceptó un armisticio al año siguiente.
La derrota afectó tan profundamente a Esparta, que presentó, sin resultado, a Atenas, propuestas de paz sobre la base de mantener el “statu quo” y de cambiar Decelea por Pilos y Citera.
En el verano de 410 a. de C. fue derrocado el “régimen oligárquico” de la moderada “Constitución de Terámenes”.
Se restableció la “Bulé” de los quinientos, la “Asamblea” y la “Heliea” (tribunal supremo de justicia de la antigua Atenas) y se encomendó a una comisión que fue inefectiva, una codificación de todo el Derecho ático.
Alcibiades fue regularmente elegido “estratego” en el año 408 a. de C. e hizo una entrada triunfal en Atenas.
Su prestigio, que llegaba en esos momentos a su punto más alto, recibió una inusitada confirmación cuando la “Asamblea” le concedió plenos poderes para llevar adelante la guerra por tierra y por mar.
Alcibiades lograba así auténticos poderes dictatoriales.
LISANDRO. FIN DE ALCIBIADES:
La reincorporación de Alcibiades coincidió con la elección de Lisandro como “nauarco” o comandante de la escuadra espartana.
Lisandro era una personalidad de excepcionales cualidades morales y dotado de una clara inteligencia militar y política.
Comprendió que la decisión en la guerra había de buscarla ganándose para Esparta el más completa apoyo persa y separando de Atenas cuantas comunidades fuera posible.
Su actividad fue, en principio fundamentalmente diplomática, para convencer a Persia de que su interés era, no un equilibrio de fuerzas en Grecia, sino una total victoria de Esparta.
Lisandro logró inculcar al rey persa esa convicción y captó para la causa espartana al joven Ciro, hijo del rey Darío II, que a la sazón estaba al frente de la satrapía de Sardes.
De esta manera Lisandro logró cuantiosos subsidios (ayudas), que le permitieron reforzar considerablemente la flota espartana fondeada en Éfeso.
Los atenienses, entretanto, andaban por Asia Menor, ocupados en someter algunas ciudades que habían hecho defección, y la flota –que Alcibiades había encomendado a su lugarteniente – experimentó en Notion (406 a. de C.) una derrota frente a la de Lisandro.
La noticia de la derrota provocó en Atenas indignación contra Alcibiades, culpable de negligencia.
El “demos” (el pueblo), receloso, además de los poderes dictatoriales de que disfrutaba, no le renovó en el cargo de “estratego” y Alcibiades consideró prudente no regresar a Atenas.
Abominado por atenienses, espartanos y persas, huyó al Quersoneso tracio donde adquirió unos castillos y se condujo como un rey, para refugiarse, a la caída de Atenas, en la corte de Farnabazo, sátrapa de Frigia, que le dio muerte a petición de Lisandro.
LA BATALLA DE LAS ARGINUSAS:
El objetivo inmediato de Esparta era el dominio de la región de los estrechos, por donde llegaban a Atenas los vitales aprovisionamientos de trigo.
Conón había sucedido a Alcibiades y Lisandro, al cumplirse el año improrrogable de su “nauarquía”, había sido sustituido por el joven Calicrátidas que empezó chocando con Ciro. No obstante, la flota espartana desplegó una intensa actividad y logró algunos éxitos sobre la flota ateniense mandada por Conón.
Los atenienses reaccionaron realizando un gran esfuerzo y equipando, con la ayuda de Samos, una gran flota de más de 150 trirremes, que en la batalla de las islas Arginusas (al sur de Lesbos) batió completamente a la espartana, en agosto del 406 a. de C.: más de 70 naves de Calicrátidas quedaron en poder de los atenienses.
En Atenas, el histerismo colectivo, excitado por el delito religioso aparentemente cometido por los generales al no ocuparse debidamente de los náufragos, quiso limpiar de la mancha a la ciudad, condenando a muerte a seis de aquellos, por cierto con la valiente oposición de Sócrates, que a la sazón era “prítanis” (la “Bulé” estaba compuesta de 500 “buleutas”, 50 por tribu. Los 50 delegados de cada tribu ejercían colectivamente durante uno de los diez meses del “año ateniense” la magistratura de prítano: la “pritanía” de su tribu).
Nuevamente Esparta hizo proposiciones de paz, que Atenas rechazó con la desmesurada pretensión de que le fueran restituidas todas las ciudades que habían hecho defección, cosa que, por lo demás, no estaba en manos de Esparta.
LA BATALLA DE EGOSPÓTAMOS:
Para el año siguiente (405 -404 a. de C.) fue elegido “nauarca” de la flota espartana Araco, si bien la dirección real de la campaña estuvo en manos de Lisandro, que acompañaba al “nauarca” como alto oficial y pudo ganarse de nuevo el apoyo persa.
Los atenienses se encontraban ocupados atacando Quíos, cuando, al llegarles la noticia de Lisandro en el Helesponto, acudieron a toda prisa con toda su flota de 180 barcos y avistaron a la espartana a la altura de Egospótamos.
Durante cuatro días se produjeron escaramuzas; pero al quinto, cuando los atenienses, confiados en que Lisandro se había retirado, desembarcaron sin precauciones en busca de aprovisionamiento, el general espartano lanzó un ataque por sorpresa y se apoderó casi sin lucha de 160 trirremes.
Capturó a continuación a las tripulaciones y ejecutó a 3.000 ciudadanos atenienses que había entre los prisioneros. Conón huyó a Chipre con unas pocas naves.
FINAL DE LA GUERRA. RENDICIÓN DE ATENAS:
Después de la victoria de Egospótamos, Lisandro consideró igualmente importante liquidar el imperio ateniense y tomar la ciudad de Atenas.
Para lograr lo primero, envió emisarios a las “cleruquías” (colonias) del imperio, dando a los ciudadanos y a sus familias la opción de regresar a Atenas o de sufrir la suerte peor.
La elección no era dudosa, y enseguida comenzaron a llegar a Atenas interminables expediciones de estos refugiados, que no sirvieron sino para agravar la situación de la ciudad, hostigada desde Decelea y privada ya definitivamente del trigo del mar Negro.
Lisandro mismo penetró en el golfo Sarónico con 150 naves, mientras el rey espartano Pausanias II llegaba con nuevos efectivos del Peloponeso y se unía al rey espartano Agis en Decelea para tomar posición en los jardines de Academo, ante las puertas de la ciudad.
El invierno demoró los acontecimientos. Pero la moral de los atenienses se desmoronaba y se iniciaron negociaciones.
Los espartanos exigían la destrucción de los “Muros largos” que unían la ciudad al Pireo y la retirada de las guarniciones atenienses de todo lo que quedaba de imperio, sin exceptuar siquiera las viejas colonias de las islas de Esciros, Imbros y Lemnos.
Cleofonte, responsable de que en dos ocasiones anteriores se rechazasen las ofertas de paz de Esparta, hizo también ahora que se prohibiese hablar de rendición.
Finalmente, Terámenes fue enviado a Esparta, con plenos poderes para negociar la paz.
Los espartanos procedieron con grandeza de espíritu al oponerse decididamente a la destrucción de Atenas, que exigían otros encarnizados enemigos como Corinto y Tebas.
La rendición fue, sin embargo, muy dura: Atenas hubo de entregar su flota, salvo doce naves, retirarse de todo su imperio, arrasar los muros, permitir el regreso de los desterrados y entrar en la “Liga del Peloponeso”.
La Asamblea ratificó sin demora las condiciones negociadas por Terámenes, y, a fines de abril de 404 a. de C., Lisandro entraba triunfalmente con su flota en el Pireo.
La rendición de Samos –la fiel aliada de Atenas – todavía tardó unos meses en producirse. Con ella terminó la guerra de Esparta y sus aliados contra el imperio ateniense.
A la larga se demostró que Grecia entera la había perdido.]
(Historia de Grecia. Antonio Tovar y Martín S. Ruipérez. Edit. Montaner y Simón. S.A. Barcelona 1970.)
Segovia, 4 de octubre del 2025
Juan Barquilla Cadenas.