EL EMPERADOR CONSTANTINO
Constantino (272 d. de C. -337 d. de C., también llamado “Constantino el Grande” fue uno de los emperadores más importantes de la historia de Roma.
[ Al emperador Constantino se le considera el personaje más importante de la Antigüedad Tardía.
Su fuerte personalidad puso los cimientos no ya de la Basílica de San Pedro o de la Iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén, sino de la civilización europea posclásica.
Su reinado estuvo repleto de acontecimientos de lo más dramático. Su victoria en el puente Milvio se cuenta entre los momentos decisivos de la historia del mundo.
Pero Constantino es también una persona controvertida, y esa controversia comienza incluso en la antigüedad misma.
Los escritores cristianos Lactancio y Eusebio de Cesarea vieron en Constantino un benefactor de la humanidad enviado por Dios.
Juliano “el Apóstata”, por el contrario, le acusa de codicia y despilfarro, y el historiador pagano Zósimo le hace responsable de la caída del Imperio de Occidente.
En tiempos más recientes, Constantino ha sido criticado ásperamente tanto por filósofos como por historiadores.
Así Voltaire, en su “Diccionario filosófico” (1767), describe a Constantino como “un afortunado oportunista al que le importaba poco Dios o la humanidad” y que “se bañó en la sangre de sus parientes”.
Y el filósofo alemán Johann Gottfried Herder (1744 -1803) pensaba que, al apoyar el Estado en la Iglesia, Constantino había creado “un monstruo de dos cabezas”.
Edward Gibbon, en su celebrada “Decadencia y caída del Imperio romano (1776 -88), sostiene que Constantino degeneró convirtiéndose en un “monarca cruel y disoluto”, alguien que “podía sacrificar, sin reparos, las leyes de la justicia y los sentimientos de la naturaleza a los dictados de sus pasiones e intereses”. También mantuvo que Constantino era indiferente respecto a la religión, y que su apoyo a los cristianos respondía a consideraciones puramente políticas. Así mismo, en esta obra, atribuye la decadencia del Imperio romano al cristianismo entre otras varias causas.
En su libro “La época de Constantino el Grande” (1852) el renombrado historiador suizo Jacob Burckhardt vio en Constantino una persona esencialmente irreligiosa, alguien completamente consumido por su ambición y afán de poder, peor aún, un “asesino egoísta” y un perjuro habitual. Y según Burckhardt, un hombre no sólo inconsistente en materia de religión sino “intencionadamente ilógico”.
Incluso el gran Theodor Mommsen, cuyo juicio nunca se puede tomar a la ligera, expresó la opinión en 1885, de que habría que hablar de una “época de Diocleciano” más que de una “época de Constantino”; aparte de lo que se pueda decir del carácter de Constantino, de las adulaciones o hipocresías de sus partidarios y de los famosos ataques de sus enemigos.
Henry Grégoire (1881-1964), distinguido estudioso belga, negó vigorosamente una conversión de Constantino en 312 d. de C. y, bastante irrazonablemente, afirmó que el verdadero campeón del cristianismo fue Licinio.
Por lo general, en nuestro propio tiempo, competentes historiadores de la antigüedad han visto las cosas con algo de más de objetividad y han alcanzado, si no, un consenso, al menos unas conclusiones más equilibradas.
Durante el medio siglo transcurrido entre la muerte del emperador Alejandro Severo en 235 d. de C. y la accesión del emperador Diocleciano en 284 d. de C., el Imperio romano presenció una serie interminable de crisis y calamidades, políticas, militares, económicas y sociales de toda clase.
Una indicación clara de la inseguridad de aquel tiempo lo encontramos en la rápida sucesión de emperadores.
Con predecible regularidad, un emperador tras otro procede de las filas del ejército, reina un corto período y muere en el campo de batalla o víctima de asesinato.
La duración media de los reinados de estos emperadores es de tres años, y ninguno dura más de ocho (salvo que Galieno fue “coaugusto” con su padre Valeriano en 253-60 d. de C. antes de reinar como único augusto en 260 -8 d. de C.)
Es difícil saber, con algún grado de precisión cuántos emperadores hubo, pues además de los que obtuvieron el reconocimiento del Senado, hubo numerosos “usurpadores” y contendientes. Todos ellos salieron de las filas del ejército y son por ello llamados con frecuencia los “emperadores – soldado”.
Al mismo tiempo, la integridad del Imperio estaba amenazada por movimientos separatistas tanto en Occidente como en Oriente: el emperador Aureliano (270 -5 d. de C.) tuvo que superar tanto un reino secesionista de Palmira, bajo la famosa Zenobia, en Oriente, como un separatista Imperio Galo-Romano, en Occidente.
A lo largo de la extensa frontera Rin –Danubio, los romanos tuvieron que enfrentarse con unas tribus germánicas mejor organizadas y más aguerridas que antes: sajones, francos, alamanes, marcomanos, vándalos, burgundios y godos.
De cuando en cuando, una u otra de estas tribus penetraba profundamente en el territorio romano. La Galia y el norte de Italia sufrían especialmente repetidas incursiones germánicas; Dacia tuvo que ser abandonada. Incluso la seguridad de la ciudad de Roma estaba comprometida; el muro de Aureliano, con 12 millas de largo, que rodea casi por completo el corazón de la ciudad, es un monumento a la pericia de los ingenieros romanos, pero también a la inseguridad de Roma.
En Oriente, la Persia sasánida proseguía su política de agresión y expansión.
En 260 d. de C., el emperador Valeriano cae prisionero del rey persa Shapur I en Edessa y sufre una indescriptible humillación antes de morir en cautividad.
En tales circunstancias, es fácil comprender que la necesidad de reclutar, pagar y aprovisionar un gran ejército permanente toma la delantera a cualquier otra necesidad.
Los impuestos y las requisas de mercancía, con frecuencia mal administrados, impusieron intolerables cargas a la población y debilitaron la economía.
La inflación se disparó rampante y se devaluó la moneda.
La producción agrícola disminuyó y la población rural llegó a la desesperación de tener que abandonar las tierras productivas y emigrar.
Aumentó el bandolerismo.
En las ciudades había dificultad creciente en encontrar quienes ejercieran de “curiales”, miembros de la clase de propietarios, que cubriesen los puestos de la administración y soportasen la carga financiera que esos puestos suponían.
Para más añadir a estos infortunios, algunas zonas del Imperio, sobre todo el norte de África y los Balcanes fueron visitados por la peste.
Pero, mientras el Imperio se veía así alterado, el emperador Filipo el Árabe (244 -9) celebró en el año 248 d. de C. el “milenario” de la fundación de Roma con unos extravagantes y dispendiosos Juegos.
Pero el sentimiento que prevalecía en la época era de carácter conservador: no se veía la salvación en atreverse a innovar, sino en la vuelta a las prácticas, instituciones y valores tradicionales.
Es también en este contexto como podemos entender las medidas del emperador Decio, en 249 d. de C., y del emperador Valeriano, en 257 d. de C., contra los cristianos.
Finalmente le fue dado al emperador Diocleciano (284-305 d. de C.) poder devolver al Imperio, tras infatigables esfuerzos, una relativa seguridad y estabilidad.
Diocleciano, que llevó el nombre de Diocles al nacer, era un hombre de humilde cuna, como muchos de los “emperadores – soldados” anteriores a él.
No fue eso óbice para su carrera hasta los puestos más altos de la escala militar, unos puestos en otro tiempo el coto de la clase senatorial.
Y como varios de los emperadores-soldado que le precedieron, como Decio y Claudio Gótico, por ejemplo, era natural de Iliria (los Balcanes).
Eso no es mera coincidencia, pues la región era conocida por su adhesión a los valores romanos tradicionales, como el patriotismo, la disciplina y la piedad, y por la calidad de sus reclutas.
El año 285 d. de C., Diocleciano es proclamado emperador por el ejército y comenzó la difícil tarea de restaurar el Imperio.
También él, como sus predecesores, era de carácter conservador: las instituciones tradicionales se restauraron o reforzaron, no se sustituyeron, y en esta línea la religión jugó un importante papel.
Al comenzar su reinado, nombró “césar” a un compañero de su confianza y también ilírico, Maximiano, y lo hizo responsable de la parte occidental del Imperio, especialmente de la seguridad de la frontera del Rin.
No mucho después, el 1 de abril del 286 d. de C., le confirió el rango de “augusto”.
El gobierno conjunto de dos “augustos” ya se había probado antes, pero con poco éxito: Marco Aurelio tuvo al comienzo de su reinado como “augusto” al oscuro Lucio Vero, y Galieno había sido “augusto” junto a su padre Valeriano.
El 1 de marzo del año 293 d. de C. Diocleciano expandió este gobierno de “dos augustos” y lo convirtió en el sistema que ahora conocemos como la “Tetrarquía”, o “primera tetrarquía”, para distinguirlo de la “segunda tetrarquía” que subsistió una temporada antes de retirarse Diocleciano en el año 305 d. de C.
Llevó a cabo esta reforma asociando a dos nuevos ilíricos, Galerio y Constancio, como “césares” o “emperadores juniors”.
Galerio sirvió como “césar” bajo Diocleciano, y Constancio, el padre de Constantino, sirvió como “césar” bajo Maximiano.
Para reforzar los vínculos entre cada “césar” y su “augusto”, ambos “césares” fueron adoptados por su respectivo “augusto”; más aún, Valeria, la hija de Diocleciano fue dada en matrimonio a Galerio, y Teodora, hija de Maximiano (o hijastra, según algunas fuentes), a Constancio.
El nuevo sistema no dividió el Imperio.
Toda nueva ley se promulgaba con el nombre de los dos “augustos”.
El nuevo sistema produjo mayor eficiencia en la administración del Imperio y mayor seguridad en las fronteras (al reducir el tiempo de respuesta). También suponía un orden claro de sucesión: ya se sabía que, en su momento, al retirarse los dos “augustos”, les sucederían los dos “césares”, que traerían consigo un buen caudal de experiencia, y ellos a su vez nombrarían a los nuevos “césares”.
Así que el sistema, en teoría, era perpetuo; prevenía contra el desgraciado modo de acceder al trono que habían tenido los anteriores emperadores, incluido el mismo Diocleciano.
También acometió Diocleciano una nueva organización territorial del Imperio. Hubo ahora cuatro áreas de responsabilidad, las anteriores “prefecturas”: Occidente, Italia, Iliria y Oriente.
Cada una de ellas tenía su propia capital, o, mejor dicho, su principal residencia imperial: Constancio residió en Tréveris (Viena), Maximiano en Milán, Galerio en Tesalónica y Diocleciano en Nicomiedia (actual Izmit).
La ciudad de Roma, aunque siguió siendo sede del Senado, había perdido mucha importancia.
El segundo nivel de la administración lo constituían las “diócesis”, al frente de cada una había un vicario y reunían un cierto número de provincias.
Dividiendo las “provincias” existentes, Diocleciano aumentó el número de “provincias” del Imperio, de unas 40 a más de 100; con frecuencia se ha supuesto que el objetivo era reducir las posibilidades de rebelión.
Italia, excepto la ciudad de Roma, perdió su estatuto privilegiado y fue dividida en provincias y sujeta a un régimen fiscal como los demás territorios del Imperio.
Diocleciano y sus colegas tuvieron bastante éxito en sus esfuerzos para proteger la integridad y seguridad del Imperio.
Para conseguir estos éxitos militares, Diocleciano había incrementado el número de efectivos del ejército, hasta llegar a doblarlo.
También lo había dividido en dos ramas: “la móvil”, conocida como los “comitatenses” y las “tropas de guarnición en las fronteras”, conocidos como los “limitanei”.
Diocleciano tuvo menos fortuna en sus intentos de fortalecer la debilitada economía romana.
Las cargas soportadas ahora por esta economía eran más pesadas que nunca por el tamaño desmesurado del ejército, una creciente burocracia y cuatro residencias imperiales.
La igualación de las cargas fiscales proporcionaba algún alivio.
Su reforma monetaria, emprendida en 294 d. de C., tuvo un éxito parcial; el “edicto de la moneda” de 301 d. de C. representa un último intento de estabilizar el sistema.
Su famoso “edicto de precios”, también de 301 d. de C., buscaba combatir la inflación estableciendo un precio máximo para una larga lista de mercancías y servicios.
No resultó, pero para los historiadores, es el documento más importante de la historia económica romana.
En sus esfuerzos por controlar la economía, Diocleciano recurrió incluso a medidas coercitivas para obligar a la gente a permanecer en su trabajo, ya fuesen campesinos o artesanos, y en sus lugares de residencia.
Su deseo de uniformidad, incluso en materia religiosa, y otras consideraciones políticas, le llevó a decretar una dura persecución de los maniqueos, seguidores del visionario mesopotámico Manes (214 -76 d. de C.) considerados amigos de Persia. Pero el “maniqueísmo” sobrevivió a la persecución, y más tarde, en el siglo IV d. de C., San Agustín fue uno de sus seguidores durante unos 9 años.
A los cristianos les llegó el turno un poco más tarde, aunque se dice que su esposa Prisca y su hija Valeria, eran procristianas.
El 23 de febrero del año 303 d. de C. se derribó la iglesia de Nicomedia por orden de Diocleciano. El primer “edicto de persecución” (de los cristianos) se promulgó al día siguiente.
No fue una sorpresa. Diocleciano había comenzado a expulsar a los cristianos del ejército y del servicio imperial.
El primer edicto ordenaba a los cristianos entregar sus escrituras para quemarlas; también mandaba destruir todas las iglesias
En el verano se promulgó “un segundo edicto (contra los cristianos)”, después de dos incendios sospechosos en el palacio imperial de Nicomedia; ordenaba la detención de todos los obispos cristianos.
“El tercer edicto”, promulgado más tarde en el mismo año, ordenaba obligar a los cristianos encarcelados a sacrificar a los dioses y luego ponerlos en libertad.
Un “cuarto edicto”, probablemente en la primavera del año 304 d. de C., ordenaba a todos los cristianos ofrecer sacrificios o enfrentarse a la ejecución.
Aunque la persecución duró años no consiguió notables resultados.
En su libro “Sobre la muerte de los perseguidores”, Lactancio hace responsable de la persecución a Galerio y ve en la dolorosa muerte de Galerio, descrita con espeluznantes detalles, el castigo de Dios.
Ya antes “Eusebio de Cesarea”, en su “Historia de la Iglesia”, había expresado la opinión de que, mediante la persecución, castigaba Dios a los cristianos por sus disensiones internas; más tarde, en su “Vida de Constantino”, también él hace a Galerio responsable.
Y Constantino, en su “Discurso a la Asamblea de los Santos”, también nombra a Galerio como el autor de la persecución.
Estudios más recientes intentan ver más allá del odio a los cristianos que Lactancio atribuye a Galerio, el deseo de Diocleciano de reforzar los valores tradicionales romanos y restaurar la antigua religiosidad romana.
Diocleciano y Maximiano habían reclamado para ellos los títulos de “Jovius” y “Herculius” respectivamente, reafirmando así la antigua religión y dando a entender a sus súbditos que ellos gozaban de la protección divina.
Rodeándose cada vez más de símbolos y el ritual de la “adoratio” que suponía la sanción divina del poder imperial, sus personas y todo lo perteneciente a ellos se convertía en sagrado.
Pero los dioses les otorgaron sólo éxitos parciales; tanto el “Edicto de precios” como la “Gran Persecución” fueron fracasos.
Pero los historiadores reconocen el notable talento organizador de Diocleciano; incluso le han llamado “el mayor organizador del Imperio después de Augusto” y un hombre de Estado de primera magnitud.
Sin discusión, puso fin a la anarquía y restauró la estabilidad en una situación caótica.
Su reinado demostró, como se verá luego en el de Constantino, que las cuestiones fundamentales de Estado y religión estaban conectadas en el mundo romano.
También muestra el cambio profundo que se produce en la historia de los emperadores desde su inicio: desde el poder compartido del “prínceps” al poder absoluto del “dominus”.
El 1 de mayo del año 305 d. de C., Diocleciano y un contrariado Maximiano anunciaron su retirada.
En 305 d. de C., antes de anunciar su retiro, Diocleciano conferenció en Nicomedia con su “césar” Galerio sobre la elección de los dos nuevos “césares”; al parecer, Maximiano y Constancio no fueron consultados.
La elección recayó en Severo, un oficial del ejército de Panonia (Hungría), y en Maximino Daya, otro oficial del ejército, sobrino de Galerio y, como él, feroz anticristiano.
Majencio, hijo de Maximiano, y Constantino, hijo de Constancio, fueron intencionadamente ignorados.
Majencio, aunque estaba casado con Valeria, hija de Galerio, no tenía prestigio. Pero Constantino se había distinguido en el servicio militar en Oriente a las órdenes de Diocleciano y de Galerio, había alcanzado el rango de “tribuno”, y gozaba de gran popularidad entre los soldados; se esperaba que fuera elevado al rango imperial.
En mayo de 305 d. de C., Diocleciano confirió la púrpura a Maximino Daya en Nicomedia ante el ejército reunido, y en la misma fecha Maximiano lo hacía a Severo en Milán en un escenario parecido.
Galerio y Constancio se convirtieron en “augustos”, sustituyendo a Diocleciano y Maximiano que se retiraban y volvían a ser simples ciudadanos.
Diocleciano se fue al palacio que se había construido en Split, mientras que Maximiano lo hizo a una finca en Lucania (en el sur de Italia).
Los miembros de la “segunda tetrarquía” se repartieron las provincias del Imperio, tal como habían hecho los de la primera.
Constancio retuvo la Galia y Britania a los que añadió España.
Italia, África y Panonia se asignaron a Severo.
Galerio eligió los Balcanes, excepto Panonia y Asia Menor.
Las “provincias orientales” se asignaron a Maximino Daya.
Había bastante tensión entre los cuatro emperadores, ahora que la influencia restrictiva de Diocleciano había desaparecido, y especialmente entre Constancio y Galerio.
Constancio pidió que su hijo Constantino, que había estado con Diocleciano y Galerio en Oriente, se le asociase. Galerio consintió, y Constantino corrió junto a su padre, sin dar oportunidad a Galerio de cambiar de parecer.
Constantino encontró a su padre en Gesoriacum (Boulogne), cruzó el canal con él, y le asistió en la campaña contra los pictos (el pueblo que habitaba más allá del “muro de Adriano”, la actual Escocia).
Luego, el 25 de julio del año 306 d. de C., murió Constancio en Eburacum (York), y los soldados proclamaron al punto a Constantino como “augusto”, volviendo a lo que los ejércitos romanos habían hecho con tanta frecuencia en el pasado.
El “principio dinástico” se había mostrado más fuerte que el “principio tetrarquico”.
Desde entonces, Constantino celebraría el 25 de julio como su “dies imperii”, sancionando así la ilegal acción de los soldados.
Al saber Galerio lo que había ocurrido, ofreció una solución de compromiso: el rango de “augusto” pertenecía por derecho a Severo, pero Constantino podía ser “césar”. Constantino, por el momento, aceptó. Pero la paz y la tercera tetrarquía no duraron mucho.
En Roma, el Senado y la Guardia pretoriana se habían resentido bastante por su pérdida de poder, prestigio y privilegios. Encontraron un aliado en el hijo de Maximiano, Majencio, y el 28 de octubre del 306 d. de C. le proclamaron emperador, inicialmente con el rango de “prínceps”.
Luego Maximiano volvió del retiro que había aceptado a regañadientes, no sólo para apoyar a su hijo, sino también para reclamar de nuevo para él mismo los poderes de “augusto”.
Severo era incapaz de oponerse eficazmente a Majencio y Maximiano. No era popular en Italia, y su ejército estaba debilitado por las deserciones.
Severo marchó a Rávena, donde, en la primavera de 307 d. de C., se rindió a Maximiano, quien le prometió respetar su vida, pero muy pronto le forzó a suicidarse.
Entre tanto Maximiano y Constantino habían alcanzado un entendimiento y Constantino no acudió al rescate del asediado “augusto” Severo.
En el año 307 d. de C. Maximiano y Constantino reclamaron juntos el consulado, pero fueron reconocidos solamente en sus propios dominios.
En septiembre del 307 d. de C., en Tréveris, Constantino se casó con Fausta, la hija de Maximiano, apartando a su amante Minervina, que le había dado su primer hijo, Crispo.
Cuando Maximiano y Majencio se enemistaron entre sí, Maximiano buscó refugio junto a Constantino en la Galia.
Fracasaron los intentos de Galerio para desalojar a Majencio, quien reclamó el rango de “augusto” el 27 de octubre de 307 d. de C.
Diocleciano salió brevemente de su retiro para conferenciar con Maximiano y Galerio, el 11 de noviembre del 308 d. de C., en Carnuntum (cerca de Viena).
Invitaron a Diocleciano a recuperar los poderes como “augusto senior”, pero él se negó; encontraba más placer en cultivar berzas en el huerto de su palacio. Nunca se volvió a implicar en el gobierno.
La fecha de su muerte no es conocida con certeza; se han propuesto los años 311, 312 y 313 d. de C. Su palacio donde se encuentra su mausoleo, se considera uno de los exponentes más notables de la arquitectura de la Antigüedad tardía.
Los tres emperadores (Maximiano, Galerio y Diocleciano) llegaron a un acuerdo en la reunión de Carnuntum: Maximiano volvería al retiro, a Majencio se le declaraba “usurpador” (así como a un cierto Domicio Alejandro, que se había apoderado de África y la retuvo hasta que Majencio le venció en el 311 d. de C.).
En un intento de preservar el “principio tetrárquico”, Galerio nombró un nuevo “augusto”, Licinio.
Este nombramiento desairó a los dos hombres que habían servido como “césares”: Maximino Daya y Constantino; ellos también se proclamaron “augustos” a continuación, pues no se contentaron con el título de “filius augusti” que les ofreció Galerio.
Aunque Constantino había dado refugio a Maximiano y se había casado con su hija Fausta, tuvo buen cuidado en no dar al anciano ningún poder ni autoridad.
Maximiano abusó de su hospitalidad, ignoró los lazos de parentesco, y en 310 d. de C. intentó recuperar de nuevo el poder. Mientras Constantino estaba en campaña con los bárbaros en el Rin, se apoderó del tesoro de Arlés y se proclamó “augusto” una vez más.
Pero fracasó en su intento. Constantino acudió rápida y resueltamente contra él. Maximiano tuvo que rendirse en Massilia (Marsella) y fue pronto obligado a suicidarse, después de un inútil complot contra la vida de Constantino, según el horrible relato de Lactancio.
Eso dejó en liza a cinco contendientes: Constantino, Majencio, Galerio, Licinio y Maximino Daya.
Galerio sería el primero en desaparecer. En mayo del 311 d. de C. sucumbió a una terrible enfermedad (¿cáncer en el vientre?) en Sérdica (Bulgaria); fue enterrado en su nativa Romulianum, en el Danubio, no en el espléndido mausoleo que se había preparado en Tesalónica (Grecia).
Los cuatro emperadores supervivientes, todos con el rango de “augustos”, albergaron profundas sospechas unos de otros.
En sus turbulentos días, Constantino estaba ocupado no sólo en protegerse contra competidores actuales y futuros, sino también en defender su territorio contra los bárbaros a lo largo de sus fronteras.
Después de ser proclamado “emperador” en York, el 25 de julio del 306 d. de C., dejó asegurados los asuntos de Britania y volvió al continente.
Durante los siguientes seis años, Tréveris será su principal residencia, como antes lo había sido de su padre, Constancio, y del emperador Maximiano.
Teniendo Tréveris como base de operaciones, luchó victoriosamente contra los francos en 306-7 d. de C. y contra los bructeos (en el norte del Ruhr) en 307-8).
A dos reyes francos capturados en el curso de la primera campaña, los echó a las fieras en el anfiteatro de Tréveris; durante la última campaña construyó un puente sobre el Rin en Colonia Agrippina (Colonia). Estaba luchando contra los francos y alamanes en 310 d. de C. cuando tuvo noticias de la usurpación de Maximiano. También encontró tiempo para hacer dos visitas a Britania, una en 307, y otra probable en 310.
En Tréveris también pudo reunirse con su madre, Helena, para quien al fin era ya seguro salir de la oscuridad que había sido su suerte desde que se apoderó de Constancio.
Hoy cualquier visitante, aunque no sepa mucho de historia romana, puede admirar todavía el antiguo esplendor de la ciudad imperial.
El edificio más famoso de Tréveris, la Porta Nigra, data del siglo II d. de C., así como el “puente romano sobre el Mosela” y las “termas de Santa Bárbara”; el “anfiteatro” fue construido incluso antes, a finales del siglo I d. de C. Pero las “Termas imperiales”, impresionantes incluso en su ruinoso estado, y la llamada “Basílica del palacio imperial”, en realidad el Aula Palatina dedicada a las recepciones, son de tiempo de Constantino.
La catedral de Tréveris, dedicada a San Pedro, tiene una larga historia que se remonta en último término a Constantino.
En unas excavaciones arqueológicas realizadas en 1945-6 y de nuevo en 1965-8, se encontró un local que mide 10 X 7 m., construido después del 316 y derribada después de 330.
Su situación, la fecha de construcción y la calidad de la ornamentación persuadieron a los investigadores que fue una parte de la residencia imperial, “la casa de Helena”, y que se derribó para dejar sitio a la construcción de la iglesia de Constantino.
Aunque Constantino y Majencio eran cuñados, sus relaciones fueron muy tensas.
Majencio y Maximiano habían peleado y Maximiano había buscado refugio junto a Constantino. Pero, tras la muerte de Maximiano a manos de Constantino, Majencio prometió vengar a su padre y convenció a un complaciente Senado para que le deificara.
Cuando Constantino dio a Licinio en matrimonio a su hermana Constancia, a finales de 311 o comienzos de 312 d. de C., Majencio se sintió amenazado.
Poco después las estatuas de Constantino en Roma y en otros lugares de Italia fueron derribadas.
El mensaje era claro, y Constantino no tardó en responder. En el verano de 312 d. de C. cruzó los Alpes grayos camino del paso del monte Cenis con un gran ejército de más de 40.000 hombres.
La ciudad fortificada de Segusio (Susa) le cortaba el paso; Constantino la atacó, pero no la destruyó ni saqueó, alentando así a otras ciudades del norte de Italia a rendirse. Cerca de Augusta Turinorum (Turín), derrotó a una fuerza enemiga; Milán le abrió sus puertas. Constantino volvió a vencer en otro encuentro que tuvo lugar en las afueras de Verona; el resto del norte de Italia se pasó a su lado.
Majencio se había quedado tras la supuesta seguridad del “Muro Aureliano” de Roma. Quizás Constantino no podría desalojarle de allí, tal como Severo y Galerio habían fracasado antes al intentar sacar de Roma a Maximiano.
Pero al acercarse el ejército de Constantino, el pueblo de Roma se volvió inquieto y hostil, y Majencio temió una traición.
Tanto Lactancio como Zósimo cuentan que consultó los “Libros sibilinos” y supo que “el 28 de octubre era su dies imperii; él era supersticioso, y decidió presentar batalla fuera de las puertas de la ciudad.
Sobre un puente de barcas, construido a toda prisa a la altura del puente Milvio, su ejército pasó a la orilla derecha del Tíber. Allí Majencio sufrió una derrota completa. Sus hombres fueron puestos en fuga; miles de ellos y el mismo Majencio perecieron ahogados en el Tíber. “Un enemigo de los romanos”, desde el punto de vista de Constantino, había perecido.
Al día siguiente, 29 de octubre, Constantino entró en la ciudad. El cuerpo de Majencio fue recuperado, y Constantino hizo clavar su cabeza en una lanza y pasearla por las calles; luego la envió a África para que sirviera de advertencia allí.
El Senado, que apenas un año antes adulaba a Majencio, decretó ahora su “damnatio memoriae” y eligió a Constantino senior “augusto”.]
(Hans. A. Pohlsander. El emperador Constantino. Edit. Rialp.)
Una nueva alianza entre Constantino y Licinio selló el destino de Maximino Daya, quien se suicidó tras ser vencido por Licinio en la batalla de Tzirallum en el año 313 d. de C.
A partir de este punto, el Imperio romano queda dividido entre Licinio en Oriente y Constantino en Occidente.
Tras los enfrentamientos iniciales, ambos firmaron la paz en Sérdica en el año 317 d. de C.
Durante este período ambos nombraron “césares” según su conveniencia, entre los miembros de su familia y círculo de confianza.
En el año 324 d. de C., después de sitiar Bizancio y vencer a la armada de Licinio en la batalla del Helesponto, Constantino logró derrotar definitivamente a las fuerzas licinianas en Crisópolis.
Desde el año 326 -337 Constantino gobernó individualmente.
Constantino representa el nacimiento de la monarquía absoluta y hereditaria.
Durante su reinado se introdujeron importantes cambios que afectaron a todos los ámbitos de la sociedad del bajo Imperio.
Reformó la corte imperial, las leyes y la estructura del ejército.
Trasladó la capitalidad del Imperio a Bizancio a la que cambió el nombre por Constantinopla.
Falleció por enfermedad en el año 337 d. de C., treinta y uno años después de haber sido nombrado emperador en Britania.
Al final de su vida y solamente antes de morir se bautizó para morir como un cristiano.
Constantino y el cristianismo
Seguramente, Constantino sea más conocido por ser el primer emperador que autorizó el culto cristiano.
Los historiadores cristianos desde Lactancio se decantan por un Constantino que adopta el cristianismo como sustituto del paganismo oficial romano.
El historiador y filósofo Voltaire, no obstante, aseguró que “Constantino no era cristiano” y “no sabía qué partido tomar ni a quién perseguir”.
Después de estudiar el incremento del número de cristianos entre los siglos I y III d. de C., el sociólogo Rodney Stark sugirió que el “Edicto de Milán” (313), por el que se establecía la libertad de religión en el Imperio romano, no fue la causa del triunfo del cristianismo, sino una respuesta astuta de Constantino frente al crecimiento exponencial del número de cristianos en el Imperio romano.
Muchos historiadores actuales rechazan la conversión de Constantino al cristianismo y cuestionan la narrativa apologética de Eusebio de Cesarea y Lactancio.
Política religiosa
Su relación con el cristianismo fue difícil ya que fue educado en la adoración del dios Sol (Sol invictus), cuyo símbolo portaba y cuyo culto estaba asociado oficialmente al del emperador.
Su conversión al cristianismo, de acuerdo con Eusebio de Cesarea en su “Vita Constantini”, fue el resultado inmediato de un presagio antes de su victoria en la batalla del Puente Milvio sobre Majencio, el 28 de octubre del año 312 d. de C.
Tras esta visión, Constantino modificó el estandarte imperial – el lábaro, que llevaba el águila de Júpiter – para marchar a la batalla bajo el signo cristiano del crismón (ΧΡ), la χ (ji) y la ρ (rho), las dos primeras letras del nombre de Cristo (Χριστός).
La visión de Constantino ha sido relatada de maneras diferentes, según Eusebio de Cesarea: en primer lugar, “dijo que alrededor del mediodía, cuando el día ya comenzaba a declinar, vio con sus propios ojos el trofeo de una cruz de luz en los cielos, sobre el sol, y con la inscripción “In hoc signo vinces” (“con este signo vencerás”).
Tan pronto anocheció, “mientras dormía, el Cristo de Dios se le apareció con la misma señal que había visto en los cielos, y le ordenó que asemejara (imitara) esa señal que había visto en los cielos, y que la usara como protección en todos los combates contra sus enemigos”.
La señal, de acuerdo con Lactancio y Eusebio, fueron las letras griegas (Χ) atravesada por la letra (Ρ) para formar (ΧΡ) el “crismón”, que representa las dos primeras letras del nombre de Cristo en griego ΧΡΙΣΤΌΣ.
Constantino lo mandó pintar de inmediato en los escudos de su ejército, comenzó la batalla y venció a Majencio. Se dice que tras estas visiones y por el resultado militar de la batalla del puente Milvio, Constantino se convirtió de inmediato al cristianismo.
Pero también se piensa que la influencia de su familia fue en parte la causa de su adopción del cristianismo.
Se dice que su madre Helena, que probablemente naciera en una familia cristiana, aunque no se sabe prácticamente nada de su entorno, exceptuando que su madre (Helena) era hija de un mesonero y que su padre (Constancio) fue un exitoso soldado, una carrera que excluía la práctica abierta del cristianismo, pues el culto contemporáneo de los soldados era el “mitraismo” (adoración a Mitra).
Constancio Cloro la tomó por esposa y más tarde se divorció de ella para casarse con la hijastra de Máximiano, Teodora.
El hijo de Helena, Constantino, se convirtió en emperador del Imperio romano y, después de su coronación, ella tuvo una destacada presencia en la corte imperial.
(Wikipedia).
[Cuando ya estaba “entrada en años”, Helena emprendió una peregrinación a Tierra Santa, viajando no como una persona privada sino como representante de su hijo y como “augusta”. Sabemos que su visita tuvo lugar después del concilio de Nicea (325 d. de C.) y que murió poco después de volver, y una evidencia numismática apunta a su muerte en 329 d. de C.
Muchos estudiosos han vinculado esta peregrinación con la tragedia que sucedió en la familia imperial en el año 326 d. de C.: en algún momento de este año Constantino ordenó la ejecución de su hijo Crispo, que había tenido con una amante llamada Minervina.
Algunos apuntan a celos, porque Fausta y su hijastro Crispo tenían relaciones.
Otros que fue Fausta la que indujo a Constantino a matarlo porque podía perjudicar en su acceso al poder a sus verdaderos hijos, que tenían menos de diez años.
En el mismo año, poco después de la muerte de Crispo, Constantino también condenó a muerte a su esposa Fausta, después de diecinueve años de matrimonio.
Las dos muertes se sucedieron tan cerca una tras otra que una conexión entre ellas parece probable.
El “epítome de Caesaribus” (anónimo del siglo IV) habla de esta conexión:
Por instigación de su esposa Fausta, según se cree, Constantino ordenó la muerte de su hijo Crispo. Luego, cuando su madre Helena, haciendo gran duelo por su nieto, se lo reprochó, él mató a su esposa Fausta arrojándola a un baño hirviendo.
Los historiadores sugieren que el viaje de su madre Helena a Tierra Santa fue un acto de desagravio, tanto por sus propios pecados como por los de su hijo.
Constantino y Helena estaban unidos en un mismo proyecto piadoso: la construcción y el embellecimiento de las iglesias de los lugares más venerados del cristianismo.
Cuando el emperador Adriano, después de la segunda guerra judía, convirtió la ciudad de Jerusalén en la ciudad romana de Aelia Capitolina, se construyó un templo a Venus sobre un terraplén que cubría el sitio preciso de la resurrección de Cristo, según la fe cristiana. Después del concilio de Nicea, Constantino ordenó la demolición de este templo pagano ofensivo y también del terraplén sobre el que se asentaba.
En el curso de la obra se descubrió el que se consideró entonces, y aún hoy lo confirman competentes estudiosos, el sepulcro de Jesús.
Constantino indicó luego al obispo Macario de Jerusalén que se construyese una espléndida iglesia, la del Santo Sepulcro, a veces llamada también la “Nueva Jerusalén”.
La iglesia se dedicó el 13 de septiembre del 335 d. de C. en una asamblea de obispos que estaban entonces asistiendo al concilio de Tiro. La dedicación formó parte de la “tricennalia” de Constantino y se celebró desde entonces anualmente la fiesta de su aniversario.
La iglesia tuvo la forma de una basílica de cinco naves, también conocida como el “Martyrium”. En un patio anejo a la basílica en el lado Oeste se encontraba la roca del Calvario, o Golgota, y el Santo Sepulcro, que algunos años más tarde se cerró mediante la famosa rotonda conocida como la “Anástasis” (Resurrección), que mide 35 m. de diámetro.
En Belén, la Iglesia de la Natividad se construyó sobre la gruta que se considera el lugar donde nació Jesús.
La planta de esta iglesia es semejante a la de la Iglesia del Santo Sepulcro, pero algo más pequeña.
En el siglo sexto (VI), el emperador Justiniano sustituyó la estructura original por otra algo mayor, y es esta iglesia de Justiniano la que ha llegado hasta nuestros días.
Una tercera iglesia interesante en este contexto es la de la Eleona o Iglesia del Monte de los Olivos.
Esta iglesia es más modesta en sus proporciones; es una basílica de tres naves. En el lado oriental está el ábside, debajo de él una cripta, en un lugar donde se cree que Cristo enseñó a sus discípulos.
Hoy sólo quedan de la antigua iglesia constantiniana las zanjas de los cimientos, algunos restos del muro y fragmentos de los mosaicos del pavimento.
Algunos relatos tardíos, no muy creíbles, atribuyen a Helena la fundación de 28, 30 o 48 iglesias en el curso de su peregrinación.
Se supone que visitó el Monte Sinaí, Alepo y Chipre.
Pero el mayor éxito que se le atribuye fue la invención (descubrimiento) de la Santa Cruz.
También le valió a Helena la consideración de “santa”. Su fiesta en Occidente es el 18 de agosto, y en Oriente comparte con su hijo la del 21 de mayo.
La exaltación de la Santa Cruz se celebra tanto en Oriente como en Occidente el 14 de septiembre.
La cuarta iglesia de Tierra Santa no está asociada con Helena sino con Eutropia, la suegra del emperador. Esta dama, a quien Constantino parece haber tenido en gran estima, viajó a Tierra Santa casi por la misma época que Helena, pero no parece que viajaran juntas.
Entre los lugares visitados por Eutropia estuvo en Mambré (cerca de Hebrón), un lugar santo para judíos y cristianos porque aquí, según Génesis 18, Abrahan recibió la visita de tres mensajeros divinos a la sombra de una encina o terebinto.
La dama encontró que este lugar santo había sido profanado por ritos paganos y actividades seculares. Informó a Constantino, quien ordenó al punto que se purificase el lugar y se construyera allí una iglesia. La iglesia se terminó hacia el año 333 d. de C.
Restos de los muros pueden verse hoy, y sabemos que en el atrio se encontraba el altar de Abrahán, el pozo y el árbol. San Jerónimo vio aún lo que quedaba del árbol.
La actividad constructora de Constantino en Palestina dio a estos lugares un puesto central en los sentimientos cristianos, cosa que no había sucedido antes; de hecho, a partir de entonces se habla de “Tierra Santa”.] (op. cit. (1)
Sin embargo, no todos los historiadores están de acuerdo con la conversión de Constantino y explican su acercamiento a los cristianos, entre otras razones, por la necesidad política de conseguir apoyos, sobre todo en los territorios orientales, ante sus aspiraciones de convertirse en emperador de Oriente y reunificar el Imperio bajo su único mandato.
Poco después de la batalla del puente Milvio, Constantino entregó al papa Silvestre I un palacio romano que había pertenecido a Diocleciano y anteriormente a la familia patricia de los Plaucios Lateranos, con el encargo de construir una basílica de culto cristiano. El nuevo edificio se construyó sobre los cuarteles de la guardia pretoriana de Majencio (los “equites singulares”), convirtiéndose en sede catedralicia bajo la advocación del Salvador, sustituida ésta más tarde por la de San Juan de Letrán. San Giovanni in Laterano era y aún es la “madre y cabeza de todas las iglesias de la ciudad de Roma y de toda la tierra”, la Iglesia catedral de Roma. (op. cit. (2).
[Las obras de la “antigua Basílica de San Pedro” (la llamamos así para distinguirla de la basílica actual) comenzaron entre el año 315 y 319 d. de C. y se terminaron en torno al año 329 d. de C. Esta basílica era incluso mayor que la de San Juan de Letrán.
En el centro del transepto o crucero estaba el “martyrium”, la tumba de San Pedro, pues esta basílica se construyó expresamente sobre la tumba del apóstol.
El “Liber Pontificalis” cuenta que Constantino puso una gran cruz de oro puro sobre la tumba de San Pedro, y también registra, aunque de modo imperfecto, la inscripción que llevaba la cruz. Según esta inscripción, los donantes eran Constantino y Helena.
En la Vía Appia, sobre la catacumba de San Sebastián, erigió Constantino la Basílica Apostolorum, así llamada por la creencia de que, en tiempos de las persecuciones, las reliquias de los apóstoles Pedro y Pablo se habían llevado allí por motivos de seguridad.
En la antigua Vía Lambicana, hoy Vía Casilina, no lejos de Porta Maggiore, erigió Constantino una basílica en honor de los mártires Marcelino y Pedro.
Aneja a esta basílica estaba la rotonda cubierta que Constantino proyectó como un mausoleo para él y su familia.
Con frecuencia se señala que las fundaciones cristianas de Constantino se construyeron en terreno de propiedad imperial o fuera de los muros de la ciudad. Todas estuvieron dotadas con riqueza, y no reparó en gastos, pero las iglesias eran más esplendorosas en el interior que en el exterior.
La ambigüedad de su programa de construcción corre pareja con la de su programa político: quería promover el cristianismo, pero evitaba un conflicto abierto con el partido pagano.
Para la historia de la arquitectura es significativo que Constantino escogiera para sus iglesias un estilo de construcción que había servido mucho tiempo atrás para fines seculares, la “basílica”.] (op. cit. (1)).
En febrero del año 313 d. de C., y probablemente aconsejado por el obispo de Córdoba Osio, Constantino se reunió con Licinio en Milán, donde promulgaron el “Edicto de Milán”, declarando que se permitiese a los cristianos seguir la fe de su elección. Con ello, se retiraron las sanciones por profesar el cristianismo, bajo los cuales muchos cristianos habían sido martirizados, y se devolvieron las propiedades confiscadas a la Iglesia.
El edicto no sólo protegió de la persecución religiosa a los cristianos, sino que sirvió también para las demás religiones, permitiendo que cualquier persona pudiese adorar a la divinidad que eligiese.
Un edicto similar ya se había emitido en el año 311 d. de C. por Galerio, entonces emperador, primero entre sus iguales, de la tetrarquía. El edicto de Galerio concedía a los cristianos el derecho a practicar su religión, pero no a recuperar los bienes confiscados.
El edicto de Milán incluía varias cláusulas que establecían que todas las iglesias confiscadas durante la persecución de Diocleciano serían devueltas, así como otras disposiciones sobre los anteriormente perseguidos cristianos. Sin embargo, lo cierto es que, a partir de ese momento, el cristianismo pasa a adquirir el “estatus” de religión privilegiada y se inician las persecuciones a las demás religiones.
Tras el edicto se abrieron nuevas vías de expansión para los cristianos, incluyendo el derecho a competir con los paganos en el tradicional “cursus honorum” para las altas magistraturas del gobierno, otorgándose privilegios al clero, así como la exención de ciertos impuestos; también ganaron una mayor aceptación dentro de la sociedad civil en general. Se permitió la construcción de nuevas iglesias y los dirigentes cristianos alcanzaron una mayor importancia.
Como muestra de ello, los obispos cristianos adoptaron unas posturas agresivas en temas públicos que nunca antes se habían visto en otras religiones.
Por otra parte, Constantino posiblemente conservó el título de “pontifex máximus” hasta su muerte, un título que los emperadores romanos ostentaban desde Augusto como jefes de la antigua religión romana hasta que Graciano el Joven (375 -383 d. de C.) renunció al título.
Según los escritores cristianos, Constantino finalmente se declararía a sí mismo cristiano cuando tenía más de 40 años, escribiendo a los cristianos para dejarles claro que creía que debía su éxito a la protección del Dios cristiano.
Constantino tampoco patrocinaría únicamente al cristianismo. Después de obtener la victoria en la batalla del puente Milvio (312), mandó erigir un arco triunfal, el Arco de Constantino, construido en el año 315 d. de C. para celebrarlo. El arco, que está decorado con imágenes de la “Victoria”, con trofeos y sacrificios a dioses como Apolo, Diana y Hércules, no contiene ningún simbolismo cristiano.
En 321 d. de C., Constantino legisló que el venerable “domingo” debería ser un día de descanso para todos los ciudadanos, que durante este día los jueces no podrían dictar sentencias ni se podría trabajar en las ciudades.
Incluso después de que los dioses paganos hubiesen desaparecido de las monedas, los símbolos cristianos aparecían sólo como atributos personales de Constantino entre sus manos o en su lábaro.
Constantino, siguiendo una extendida costumbre de la época, no fue bautizado hasta cerca de su muerte en 337 d. de C., cuando eligió para que le administrara este sacramento al obispo arriano Eusebio de Nicomedia, quien, a pesar de ser aliado de Arrio, aún era el obispo de la región. Eusebio era también amigo íntimo de la hermana de Constantino, lo que probablemente asegurara su vuelta desde el exilio.
Aunque el cristianismo no se convertiría en religión oficial del Imperio hasta el final de aquel siglo (un paso que daría el emperador Teodosio en el año 380 d. de C. en el Edicto de Tesalónica), Constantino dio un gran poder a los cristianos, una buena posición social y económica a su organización, concedió privilegios e hizo temporalmente donaciones a la Iglesia, apoyando la construcción de templos y dando preferencia a los cristianos como colaboradores personales.
Las controversias de la Iglesia, que habían existido entre los cristianos desde mediados del siglo II d. de C., eran ahora aventadas en público y frecuentemente de una forma violenta.
Constantino consideraba que era su deber como emperador, designado por Dios para ello, calmar los desórdenes religiosos, y por ello convocó el Primer concilio de Nicea (20 de mayo al 25 de julio del año 325 d. de C.) para terminar con algunos problemas doctrinales que infectaban la Iglesia de los primeros siglos, especialmente el arrianismo. (op. cit. (2) ).
[Arrio, un antiguo discípulo de Luciano de Antioquía, presentó su doctrina de Cristo como una criatura: Cristo, antes de ser engendrado o creado no existiría; hubo un tiempo en que él no era. Por tanto, Cristo no es coeterno con el Padre.
Padre, Hijo y Espíritu Santo son tres “hypostaseis” distintas (en griego, hypostasis o ousía, en latín, substantia; en español, sustancia o esencia). El Hijo está subordinado al Padre, sería un intermediario, como el primero entre las criaturas.
En el año 318 d. de C., el obispo Alejandro reunió en concilio a un centenar de obispos de Libia y Egipto, que condenaron la doctrina de Arrio y le excomulgaron.
Por eso se convocó el “Concilio de Nicea” en el que Constantino estuvo presente.
Al comienzo, Eusebio de Cesarea, aún bajo la pena de excomunión de Antioquía, presentó el credo bautismal de su iglesia de Cesarea. Fue aceptado en principio, pero se le añadieron significativas expresiones antiarrianas.
El mismo Constantino, probablemente por consejo de Osio (obispo de Córdoba), propuso la inclusión del término “homousios” (latín consubstantialis, español, “consustancial”). Se añadieron anatemas contra los que dijeren que el Hijo “alguna vez no existía”, o “no existía antes de ser engendrado”, o que fue creado, o era de una sustancia o esencia distinta de la del Padre. El credo que resultó era así muy diferente del presentado por Eusebio.
… El credo de Nicea, aun en las revisiones siguientes del concilio de Constantinopla en 381-2 d. de C., se convirtió en un pilar de la ortodoxia. En su núcleo está el homousios, es decir la doctrina que declara al Hijo “consustancial con el padre”. En Occidente se le conoce como el “credo niceno-constantinopolitano”.] (op. cit. (1) ).
Durante las discusiones de carácter teológico en el Concilio de Nicea, por el análisis de la carta escrita por Constantino, se evidencia una gran carencia de formación teológica, y los estudiosos descartan la posibilidad de que él pudiese haber influido en la doctrina de la Iglesia debido justamente a este desconocimiento de la teología.
Muchos se preguntan por qué el papa Silvestre I no asistió a dicho concilio, siendo el más indicado para presidirlo, motivos poderosos debieron ser los que le sujetasen en Roma, pero lo que sí sabemos es que, aparte de Osio de Córdoba, el papa envió en su representación a dos delegados papales: Vito y Vicencio, que actuaron en su nombre. El papa no sólo asumió como suyo todo lo salido del concilio, sino que se convirtió en uno de sus principales valedores.
A partir de ello, algunos críticos creen que Constantino establecía una nueva religión, transfiriendo a ésta ornamentos paganos que les eran propios a los gentiles, adoptados y santificados por la Iglesia, que no afectaban ni alteraban la esencia doctrinal y enseñanzas cristianas de la Iglesia.
…Si bien habían existido concilios antes que el de Nicea, éste fue el primer concilio ecuménico (universal), con la participación de alrededor de 300 obispos, la mayoría de habla griega, lo cual representó una minoría ya que en todo el territorio del Imperio había cerca de 1.000 obispos.
La importancia del mismo reside en la formulación del “Credo Niceno”, redactado en griego, no en latín, que esencialmente permanece inalterado en su mensaje 1.700 años después, y en establecer la idea de la relación Estado –Iglesia que permitiría la expansión del cristianismo con una vitalidad inédita.
En el año 333 d. de C. publicó un edicto en el que mandaba llamar “porfirianos” a los arrianos con el objeto de difamarlos y, además, ordenaba la quema de los escritos de Arrio, amenazando con la pena de muerte para quienes conservaran en su poder algún libro de éste y no lo entregaran a las llamas.
En sus últimos años de vida también ejerció como predicador, dando sus propios sermones en el palacio ante su corte y los invitados del pueblo. Sus discursos pregonaban al principio la armonía, aunque gradualmente se volvieron más intransigentes hacia los viejos modos paganos. Pero, aun al final de su vida siguió permitiendo que los paganos recibieran nombramientos públicos.
Ejerciendo su poder absoluto hizo recitar al ejército sus pregones en latín en un intento de convertir a la clase militar al cristianismo, cosa que no consiguió.
Veneración como santo
La Iglesia ortodoxa venera a Constantino como santo y le dio el título de “equiapostólico” (ἰσαπόστολοσ Κωνσταντίνος , “Constantino igual a los apóstoles”) por sus servicios a la Iglesia.
Su fiesta es el 21 de mayo.
Las iglesias católicas orientales también lo consideran un “santo”, pero no la Iglesia latina.
En cambio, su nombre figura en el calendario de Santos Luterano.
La persecución a los paganos
En el año 314 d. de C., inmediatamente después de su plena legalización, la Iglesia cristiana ataca a los paganos: en el Concilio de Ancyra, se denunció el culto a la diosa Artemisa.
En 326 d. de C., Constantino ordenó la destrucción de todas las imágenes de los dioses y la confiscación de los bienes de los templos.
Ya en 319 d. de C., Constantino había prohibido la construcción de nuevas estatuas de los dioses y que se rindiera culto a los existentes.
Muchos templos paganos fueron destruidos por hordas cristianas y sus sacerdotes fueron asesinados.
En 316 y 326 d. de C. se proclaman una serie de disposiciones que favorecen el cristianismo frente a la religión tradicional (prohibición de los “harúspices”, la magia y los sacrificios privados, exención fiscal a los clérigos cristianos, se otorga jurisdicción a los obispos…) También legalizó los legados a la Iglesia y permitió la manumisión de los esclavos a la Iglesia.
En Dydime, Asia Menor, es saqueado el oráculo del dios Apolo y torturados hasta la muerte sus sacerdotes.
También son desahuciados todos los paganos del monte Athos y destruidos todos los templos paganos de ese lugar.
Mediante un edicto del año 324 d. de C. ordenó, además, la destrucción de la obra “Adversus Christianos” escrita por el filósofo Porfirio y la prohibición del resto de obras de éste, así como muchos otros autores considerados heréticos, en lo que A. Von Harnack calificó como “la primera prohibición estatal de los libros en favor de la Iglesia”.
En el año 330 d. de C., el emperador Constantino roba todos los tesoros y las estatuas de los templos paganos de Grecia, para llevárselos y decorar su “Nueva Roma” (Constantinopla), la nueva capital del Imperio romano.
También parece que escribió una carta a Sapor II, rey de Persia, urgiéndole a proteger a los cristianos que estaban siendo perseguidos, identificados como aliados del emperador romano.
Leyes de Constantino
Las leyes de Constantino mejoraron en muchas facetas las de sus predecesores, aunque también son un reflejo de una época violenta.
- Por primera vez, las niñas no podían ser secuestradas.
- Se ordenó la pena de muerte para todos aquellos que abusaran de la recaudación de impuestos recaudando más de lo autorizado.
- No se permitía mantener a los prisioneros en completa oscuridad, sino que era obligatorio que pudieran ver la luz del día.
- A un hombre condenado se le podía llevar a morir a la arena, pero no podía ser marcado en la cara, sino que debía serlo en los pies.
- Los padres que permitieran que sus hijas fueran seducidas serían quemados introduciéndoles plomo fundido por la garganta.
- Los juegos de gladiadores fueron eliminados en 325 d. de C., aunque esta prohibición tuvo poco efecto.
- El propietario de un esclavo tenía sus derechos limitados, aunque aún podía golpearlo o matarlo.
- La crucifixión fue abolida por razones de piedad cristiana, aunque el castigo fue sustituido por la horca para mostrar que existía la ley romana y la justicia.
- La Pascua podía celebrarse públicamente. El concilio de Nicea estableció, en el año 325 d. de C., la regla según la cual la Pascua se celebraría el primer domingo tras la luna llena que sigue al equinoccio de primavera del hemisferio norte.
- El domingo fue declarado día de reposo el 7 de marzo del 321 d. de C., por primera vez en la historia, los mercados permanecerían cerrados, así como las oficinas públicas y talleres, excepto para el propósito de la liberación de esclavos. Se permitía, si era necesario, el trabajo en las granjas.
Reforma militar
Constantino continuó la reforma introducida por Diocleciano que separaba el poder civil y el militar. (Ferril 1986).
Como resultado, generales y gobernadores poseían menos poder que durante la “anarquía militar”.
Criterios tanto económicos como de seguridad llevaron a la modificación de la gran Estrategia del Imperio romano durante la primera época del siglo IV d. de C.
Constantino convirtió el viejo sistema de “frontera fortificada” en un sistema de “defensa elástica” en profundidad con la formación de una gran reserva central (Comitatenses Palatini) en detrimento de las tropas de frontera (Limitanei o ripenses) y el fortalecimiento de la caballería.
El mando del nuevo “ejército móvil” era compartido por dos mariscales de campo.
Constantino disolvió “la guardia pretoriana” y en su lugar estableció las Scholae Palatinae, cuerpos de caballería de élite, principalmente de origen germánico.
Por otra parte, el tamaño de la legión se redujo a 1.000 soldados.
Este cambio en la estrategia, criticada por los historiadores como Zósimo y Edward Gibbón y defendida por otros como Mommsen, no varió hasta la caída del Imperio de Occidente y hasta las reformas del emperador Mauricio en Oriente.
Acciones militares
Su victoria en 312 d. de C. sobre Majencio en la batalla del Puente Milvio le convirtió en gobernante de todo el Imperio romano de Occidente.
Gradualmente fue consolidando su superioridad militar sobre sus rivales de la ya desmenuzada tetrarquía.
Ya ocupada Roma celebró un “triunfo” por sus victorias contra los germanos de Danubio (296) y Rin (305 -306), persas en Siria (297-299) y pictos (306). Su éxito más importante en esas campañas fue el sometimiento de Chroco, rey de los alamanes (306).
En 320 d. de C. Licinio, emperador de la parte oriental del Imperio, renegó de la libertad de culto promulgada en el Edicto de Milán en 313 e inició una nueva persecución de los cristianos. Esto suponía una clara contradicción, ya que su esposa Constancia, hermanastra de Constantino, era una influyente cristiana. Esto derivó en una disputa con Constantino en el Oeste, que tuvo su climax en la gran guerra civil de 324 d. de C. Los ejércitos implicados fueron tan grandes que no se tiene constancia en Europa de una movilización similar hasta el siglo XIV.
Licinio, ayudado por mercenarios godos, representaba el pasado y la antigua fe del paganismo.
Constantino y sus francos marcharon bajo el estandarte cristiano del lábaro, y ambos bandos concibieron el enfrentamiento como una lucha entre religiones.
Supuestamente rebasados en número, aunque enaltecidos por su celo religioso, el ejército de Constantino resultó finalmente victorioso, primero en la batalla del Helesponto en 324 d. de C. y más tarde su hijo Crispo dio el golpe de gracia a Licinio en la batalla naval de Crisópolis. Ahora Constantino era el único emperador de un imperio romano reunificado (MacMullen 1969).
Esta batalla representó el final de la vieja Roma y el inicio del Imperio oriental como centro del saber, de la prosperidad y de la preservación de la cultura.
Constantino reconstruyó la ciudad de Bizancio, cuyo nombre procedía de los colonos que la fundaron en el 677 a. de C. procedentes de la “polis” griega de Megara bajo el mando de Byzas.
La ciudad fue refundada en el año 324 d. de C., dedicada el 11 de mayo de 330 d. de C., renombrada “Constantinopolis”, y se acuñaron monedas conmemorativas para celebrar el evento.
Constantino renombró la ciudad poniéndole el nombre de “Nueva Roma” (Nova Roma), otorgando a ésta un Senado y oficiales civiles de forma similar a la antigua Roma, y bajo la protección de la supuesta Vera Cruz, la Vara de Moisés y otras reliquias sagradas.
Las imágenes de los viejos dioses fueron reemplazadas o asimiladas con la nueva simbología cristiana.
Sobre el lugar donde se levantaba el templo de Afrodita se construyó la nueva Basílica de los Apóstoles.(op.cit.(2) )
[ Su decisión de refundar Bizancio como “Constantinopla y convertirla en la capital de su Imperio fue transcendental; afectaría a la historia del mundo durante siglos; se la ha comparado con razón a la fundación de Alejandría, siglos atrás, o a la de San Petersburgo, siglos más tarde. Esta decisión es comparable en importancia y profundidad con su decisión de adoptar el cristianismo. La nueva ciudad llegó a ser un centro del cristianismo, la sede de un patriarcado, comparable en estatura con Roma, Alejandría, Antioquía o Jerusalén.
Como la “nueva Roma”, la ciudad heredó las instituciones políticas de la antigua Roma, pero también las tradiciones culturales del oriente griego] (op. cit. (1) ).
Tras su muerte, la ciudad volvió a cambiar su nombre por el de “Constantinopla”, “la ciudad de Constantino”, y se convirtió de forma gradual en la capital del Imperio.
Reforma monetaria e iconografía
A lo largo de su reinado, Constantino introdujo un importante número de cambios en el sistema monetario (Sear 1988).
El tradicional “aureo” dio paso a una nueva moneda, el “sólido” de 4,50 gramos, como moneda estándar del Imperio romano.
Otras nuevas monedas de oro fueron el semis o médio sólido y el scrupulum (3/8) de sólido.
En cuanto a las monedas de plata, introdujo el miliarense de 4,5 gramos, con un valor de 1/18 de sólido y la siliqua con un valor de 1/24 de sólido.
El follis, moneda de bronce con baño de plata sufrió varias reducciones de tamaño; se desconoce el nombre de las nuevas monedas resultantes y se ha adoptado para ellas un nombre en código en función de su tamaño.
Las monedas acuñadas por los emperadores revelan con frecuencia su iconografía personal.
Durante la primera parte del gobierno de Constantino, las representaciones de Marte y posteriormente de Apolo aparecen de forma constante en el reverso de las monedas.
Tras la ruptura con Maximiano, un viejo colega de su padre Constancio I en 309 -310 d. de C., Constantino comenzó a reclamar su legítima descendencia del emperador del siglo III Claudio Gótico, el héroe de la batalla de Naissus (septiembre del 268 d. de C.), los emperadores retrataron al “Sol invicto” en su moneda oficial, con una amplia gama de leyendas, sólo algunas de las cuales incorporaron el épiteto “invictus”, como la leyenda “SOLI INVICTO COMITI”, reclamando al Sol no conquistado como un compañero del emperador, utilizado con particular frecuencia por Constantino.
La descripción representa a Apolo con un halo solar al modo del dios griego Helios y con el mundo en sus manos.
También existen monedas mostrando a Apolo conduciendo el carro del Sol sobre un escudo que Constantino sostiene y en otras de 312 d. de C. se muestra el símbolo cristiano del “crismón” sobre la armadura de Constantino.
La moneda oficial de Constantino continúa llevando imágenes del Sol hasta el 325-6 d. de C.
Los grandes ojos abiertos y fijos son una constante en la iconografía de Constantino, aunque no es un símbolo específicamente cristiano.
Esos ojos grandes y abiertos se harían aún más grandes a medida que progresara el siglo IV.
EL legado de Constantino
Además de haber sido llamado honoríficamente “El Grande” por los historiadores cristianos tras su muerte, Constantino podía presumir de dicho título por sus éxitos militares. Además de reunificar el Imperio bajo un solo emperador, también consiguió importantes victorias sobre los francos y los alamanes (306-308), de nuevo sobre los francos (313-314), los visigodos en 332 y sobre los sármatas en 334.
De hecho, hacia 336, Constantino había recuperado la mayor parte de la provincia de Dacia, perdida durante largo tiempo y que Aureliano se había visto forzado a abandonar en 271 d. de C. Por ello Constantino tomó el título de “Dacicus maximus” en 336 d. de C.
En los últimos años de su vida, Constantino planeaba una gran expedición para poner fin a la rapiña de las provincias del Este por parte del Imperio sasánida, pero la campaña fue anulada cuando Constantino enfermó en la primavera del 337 d. de C., muriendo poco después.
Fue sucedido en el Imperio por los tres hijos de su matrimonio con Fausta: Constantino II, Constante y Constancio II, quienes aseguraron su posición mediante el asesinato de cierto número de partidarios de Constantino. También nombró “césares” a sus sobrinos Dalmacio y Anibaliano.
El proyecto de Constantino de reparto del Imperio era exclusivamente administrativo. El mayor de sus hijos, Constantino II, sería el destinado a mantener a los otros supeditados a su voluntad. (El último miembro de la dinastía fue su yerno Juliano, quien trató de restaurar el paganismo) (op. cit. (2) ).
[En un sangriento golpe, los posibles rivales fueron eliminados: el anciano Dalmacio y el joven Anibaliano, el “rey de reyes”. El senior Anibaliano, tercer medio hermano de Constantino, al parecer había muerto en fecha anterior. A los dos hijos jóvenes de Julio Constancio, Galo y Juliano, les perdonaron la vida. El primero (Galo) fue nombrado “césar” en 351 d. de C., pero lo ejecutaron en el año 354 bajo sospecha de traición. El segundo ocuparía un lugar en la historia como Juliano “el Apóstata”.
El 9 de septiembre del año 337 d. de C., Constantino II, Constancio Ii y Constante asumieron los tres el título de “augusto”] (op. cit. (1) ).
La donación de Constantino
En el siglo VIII d. de C., probablemente durante el pontificado del papa Esteban II (752-757 d. de C.), aparece por primera vez un falso documento conocido como la “donación de Constantino”, en el cual un recientemente convertido Constantino entrega el gobierno temporal sobre Roma, Italia y el Occidente al papa.
En la Alta Edad Media, este documento se usó para aceptar las bases del poder temporal del papa de Roma, aunque fue denunciado como apócrifo por el emperador Otón III (980 -1.002), tercer emperador del “Sacro Imperio Romano Germánico”, y mostrado como la raíz de la decadencia de los papas por el poeta Dante Alighieri (1265 -1321).
En el siglo XV el experto filólogo y humanista Lorenzo Valla demostró la falsedad del documento. (op. cit. (2) ).
Segovia, 10 de marzo del 2023
Juan Barquilla Cadenas.