DIOSCÓRIDES: “Plantas y remedios medicinales” (De materia medica)
Pedanio Dioscórides Anazarbeo (ca. 40 d. de C. – 90 d. de C.) fue un médico, farmacólogo y botánico de la antigua Grecia, que practicó la medicina en Roma.
Su obra “De materia medica” alcanzó una amplia difusión y se convirtió en el principal manual de farmacopea durante toda la Edad Media y el Renacimiento. Escribió su obra en griego en cinco volúmenes.
Se sabe poco de la vida de Dioscórides. Ésta se enmarca en el mundo grecorromano de la primera época del Imperio, cuando Grecia hacía un siglo que era provincia romana.
Nace en fecha desconocida en Anazarbo, ciudad griega de Cilicia, cerca de Tarso; de una conocida familia romana toma el nombre de Pedanio, de ahí su denominación “Pedanio Dioscórides Anazarbeo”.
En la carta que precede a la obra, como prefacio y a la vez como dedicatoria, se encuentra la mayor parte de las noticias que conocemos de su vida.
La dirige a un amigo suyo, Lecanio Ario, médico erudito de Tarso, en reconocimiento de su afecto.
Las menciones que Dioscórides hace de sus contemporáneos y el hecho de que Galeno, en el siglo II d. de C., use su obra y que Erotiano – quien redactó un “Compendio de la expresiones hipocráticas” en torno al año 60 d. de C. – lo mencione, permiten suponer que Dioscórides vivió y empezó a escribir bajo el imperio de Nerón, en los años 54-68 d. de C.
Fue médico militar, en tiempos de Claudio y Nerón.
Estas circunstancias le dieron, como él afirma, la oportunidad de viajar mucho, de conocer numerosas provincias del Imperio romano, de enriquecer con sus propias observaciones los conocimientos recibidos de sus antecesores en materia de plantas y de drogas medicinales, y de desarrollar esa vocación suya que confiesa en la carta: “desde mi temprana juventud – como bien lo puedo afirmar- fui inclinado con un apasionado deseo al conocimiento de la materia médica”.
Galeno, que es un crítico severo, consideró la obra de Dioscórides como la mejor de su clase y mostró su respeto y admiración con numerosas citas.
Su obra, “Plantas y remedios medicinales”, en conjunto, trata de seiscientas plantas, treinta y cinco productos animales y noventa minerales.
Es el autor que da la más amplia guía farmacéutica de la Antigüedad.
Dioscórides avanzó un paso gigantesco respecto de sus predecesores, tanto en su amplitud como en su método sistemático y teórico.
Dioscórides es el creador y propulsor de la farmacopea occidental, desde la época antigua grecolatina hasta el siglo XVII.
Las traducciones de su obra al siriaco, latinas, árabes y a las lenguas modernas de los países europeos revelan su importancia.
La trascendencia que ha tenido su obra se manifiesta particularmente en la necesidad que hubo de su conocimiento a lo largo de todos los tiempos.
Desde la época del propio autor el interés que despertó su obra fue continuo.
De Dioscórides existe ya desde el siglo VI una traducción íntegra de su obra en Latín vulgar, con el orden original de los remedios medicinales de Dioscórides, el llamado “Dioscórides Longobardo”, del que se posee un precioso manuscrito, en Munich, del siglo VII; texto que se difunde ampliamente en esa época por Europa.
Desde el siglo IX se suceden las traducciones latinas hasta el siglo XVIII.
Se hacen notar de manera extraordinaria su influencia e interés por las muy numerosas versiones que se llevan a cabo de la obra completa. A partir de las traducciones árabes también se realizan versiones a la lengua latina y de ésta a las lenguas modernas.
El mundo árabe e islámico, que es puente cultural entre Oriente y Occidente, asimila la obra dioscoridea, y de ellos pasa a la España árabe y cristiana.
Es de destacar que del árabe se hacen versiones al Latín en los siglos XI, XII y XIII, con el fin de adquirir la obra completa de Dioscórides.
La primera edición de “Plantas y remedios medicinales” publicada en España, igual que en otros países europeos, es en Latín; es la que patrocina Antonio de Nebrija, en Alcalá, en 1518, que es una reimpresión de la traducción al Latín del francés Jean Ruel, corregida y acompañada de un léxico con la correspondencia castellana de muchos nombres griegos y latinos de las plantas.
Se traduce y difunde en las lenguas propias de cada país a partir del siglo XVI, cuando surge un interés grande de parte de los escritores en expresarse en la lengua propia y dar a conocer y hacer asequible al pueblo, en su idioma corriente, las obras importantes.
“Plantas y remedios medicinales” se traduce al italiano, al alemán, al francés y al español.
La traducción más importante en castellano hasta bien entrado el siglo XVII es la de Andrés Laguna, publicada en Amberes en 1555, bajo el título renacentista: “Pedanio Dioscórides Anazarbeo. Acerca de la materia medicinal y de los venenos mortíferos”. Se hizo un ejemplar especial de la versión de Andrés Laguna, en el mismo año de su publicación, para Felipe II, polícromo, con grabados iluminados a mano, ejemplar que se conserva en los depósitos de la Biblioteca nacional.
Dioscórides escribe su obra en la lengua griega ática con una tradición literaria de más de cuatro siglos, con algunos rasgos jónicos procedentes de la tradición literaria anterior, lengua de la prosa que se empleó para transmitir contenidos históricos, científicos y filosóficos; como otros autores científicos escribe en el dialecto que tiene mayor difusión y parece reflejar la lengua común de su tiempo.
La estructura general que presentan las ochocientas veintisiete entradas que componen cinco libros es la siguiente:
El encabezamiento del artículo con el nombre de la planta, su descripción y sus virtudes medicinales.
Los estudios realizados sobre el vocabulario muestran algo de lo que Dioscórides significa para la terminología científica. Se podría decir que, siguiendo la tradición y el método de la escuela hipocrática griega, afianza, crea y especializa la terminología propia de los tratados científicos y más particularmente, de los tratados farmacéuticos, de herboristería y de recetarios medicales.
Con Dioscórides la prosa científica griega adquiere la base de la nomenclatura de la ciencia posterior.
Dice de las plantas que, ante todo, conviene tener cuidado en guardar y recolectar cada cosa en su propia sazón: pues, de acuerdo con ésta, los fármacos son eficaces o inoperantes.
Han de recogerse, en efecto, cuando el cielo está estable; pues gran diferencia hay en esto, si se recolectan en tiempo seco o lluvioso; como también la hay, si los lugares son montañosos y altos, y batidos por el viento, y fríos y sin humedad, pues sus poderes son más fuertes. En cambio, los poderes de los que nacen en lugares llanos y acuosos, sombríos y no batidos por el viento, son más faltos de vigor, en su gran mayoría, y, en especial, los no recolectados oportunamente en su estación, o que por su debilidad no se han desarrollado.
No se debe ignorar que, con frecuencia, según la peculiaridad del lugar y la temperatura del año, tales plantas maduran más rápido o más tardíamente. Algunas, incluso, según sus propias peculiaridades producen flores y hojas en el invierno. Algunas florecen incluso dos veces al año.
El que quiera tener experiencia en ellas debe estar a su lado en su reciente germinación de la tierra, cuando están en su vigor y cuando declinan: pues quien está presente sólo en la germinación no reconocerá la planta una vez desarrollada, ni quien ha visto las plantas desarrolladas puede conocer la recién nacida. Debido a las transformaciones de las hojas y los tamaños de los tallos, de las flores y de los frutos, y algunas otras particularidades, caen en grandes errores sobre algunas aquellos que no las han contemplado así.
.. Es necesario saber que de las hierbas medicinales se conservan durante muchos años sólo el eléboro blanco y el eléboro negro, las restantes son útiles no más de tres años.
Las que son ramosas, entre las cuales están el cantueso, el camedrio, el polio, el abrótano, el Serifo, el ajenjo, el hisopo y las semejantes a éstas, deben ser recolectadas cuando están llenas de semilla, las flores antes de que se desprendan.
Se debe extraer el zumo de las hierbas cuando los tallos están recién brotados, igualmente también el de las hojas.
Los licores y lágrimas se deben coger cortando los troncos cuando están aún en pleno vigor.
Para guardar las raíces, los licores y las cortezas hay que cogerlos cuando las plantas empiezan a perder las hojas y, limpias, deben secarse, principalmente, en lugares no húmedos; las que tienen tierra o lodo deben lavarse con agua.
Guárdense las flores y cuanto es de buen olor en cajitas de madera de tilo seco; a veces también se envuelven útilmente en papeles, o en hojas, para la conservación de las semillas.
Para los fármacos líquidos, conviene cualquier materia de plata o de vidrio, o de cuerno; también es apropiado el barro cocido, no poroso; entre los de madera, los recipientes que se hacen de boj. Los vasos de cobre son convenientes para los medicamentos oftálmicos líquidos y para cuantos se hacen de vinagre, o de pez líquida, o de resina de cedro.
Las grasas y las médulas guárdense en vasos de estaño.
Aquí muestro, como ejemplo, cinco plantas de las seiscientas que describe Dioscórides en su obra:
1. La juncia
Unos la llaman “erysiskeptron”, como el aspálato.
Tiene hojas semejantes al puerro, aunque más largas y más delgadas; el tallo de un codo o incluso mayor, anguloso, semejante al del junco, en la cumbre del cual salen unas hojuelas pequeñas y la semilla. Sus raíces, que son la parte aprovechable, subyacen enlazándose entre sí, semejantes a aceitunas alargadas, o bien son redondas, negras, olorosas, más bien amargas. Nacen en lugares cultivados y pantanosos. La mejor raíz es la muy pesada y densa, gruesa y difícil de romper, áspera, olorosa con cierta acritud. Tal es la de Cilicia y la de Siria y la que procede de las islas Cícladas.
La virtud de su raíz es calorífica, desopilativa; si se bebe, es diurética para los que padecen litiasis o hidropesía.
Es un socorro también para los picados por un escorpión, y es conveniente, aplicada en baños de vapor, para los enfriamientos de la matriz y obstrucciones, provocando los menstruos. Seca y mojada, es eficaz para las llagas de la boca y las corruptivas.
Se mezcla también en las cataplasmas emolientes y caloríficas, y es útil para las sustancias astringentes de los perfumes.
2. El cardamomo
El cardamomo mejor es el traído de Comágene, de Armenia y de Bósforo. Nace también en la India y en Arabia.
Elige el difícil de romper, lleno, macizo – pues el que no lo es está fuera de sazón -, y picante al olfato, de gusto agrio y un tanto amargo.
Tiene virtud de calentar. Bebido con agua, es eficaz contra la epilepsia, contra la tos, contra la ciática y contra la perlesía, contra las roturas internas, contra los espasmos, contra los retortijones de tripas, y expele la lombriz ancha.
Bebido con vino, es conveniente para los que padecen de los riñones, para los que tienen disuria, para la punzada de escorpión y para todo veneno lanzado de fiera.
Bebida la cantidad de un dracma, con corteza de raíz de laurel, deshace la piedra.
Aplicado como sahumerio, destruye el feto y, como unción con vinagre, elimina la sarna. Se mezcla también con los astringentes de los perfumes.
3. El nardo
Hay dos clases de nardo. Uno se llama “indio”, otro “sirio”, no porque se encuentre en Siria, sino porque el monte en el que cada uno crece, uno mira hacia Siria y otro hacia la India; y del llamado “sirio” es mejor el fresco y ligero, muy peloso, de color rubio, muy oloroso, semejante a la juncia en el olor, con la espiga pequeña, amargo al gusto y desecativo de la lengua, y conserva el olor bastante.
Del nardo “indio”, uno se llama “gangitis” por el río, llamado Ganges, que corre al lado del monte en el que nace; es más débil en su virtud por estar en lugares húmedos, y más alargado, y de una sola raíz tiene muchas espigas de muchos pelos e intrincadas, de olor fétido.
Otro, más montañés, es más oloroso, de espigas enanas, semejante a la juncia en el buen olor, y en él se encuentran las demás cualidades que se dijeron de siriaco. Hay también una especie que se llama “sampharitiké”, que lleva el nombre del lugar donde nace, de espiga grande, más blanco, a veces de tallo medio, que huele mucho a macho cabrío; éste debe rechazarse en la elección.
Suele venderse remojado, lo que se conoce por la espiga blanca y seca y por no tener pelusilla.
Lo adulteran insuflándole negro de antimonio con agua o con vino de dátiles, para comprimirlo y hacerlo más pesado. Para el uso, se debe limpiar el lodo que tenga adherido a las raíces, y tamizar el lodo que hayamos separado, pues es útil para lavar las manos.
Los nardos tienen virtud calorífica, desecativa, diurética, por lo cual, bebidos, constriñen el vientre, y, aplicados, detienen los flujos de matriz y humores acuosos pálidos.
Bebidos con agua fría, son una ayuda para las náuseas, para la cardialgia, para las flatulencias, para los padecimientos hepáticos y para la ictericia, y para los dolores nefríticos. Hervidos en agua y aplicados en fomentos, en baños de asiento, curan las inflamaciones de la matriz. Son eficaces también contra la blefaritis purulenta; comprimen y hacen más espesas las pestañas y son polvos olorosos para los cuerpos húmedos.
Se mezclan también con los antídotos.
Macerados con vino y dándoles forma, se guardan en un recipiente de tierra nuevo, no empegado, para los remedios oftálmicos.
4. El aligustre
Es un árbol que produce unas hojas alrededor de sus ramas, parecidas a las del olivo, pero más anchas, más tiernas y más verdes; flores blancas, arracimadas, olorosas, simiente negra, semejante a la del sauco. Nace excelente en Ascalón y en Canope.
Las hojas tienen virtud estíptica, por lo que mascadas curan las aftas y, aplicadas como cataplasmas, son útiles para los ántrax y las demás inflamaciones ardientes.
Su decocción es loción de las llagas causadas por el fuego. Majadas las hojas, remojadas con el zumo de la saponaria y aplicadas como unción, vuelven rubios los cabellos. La flor, majada y puesta con vinagre en la frente, alivia las cefalalgias.
El ungüento ligustrino, hecho del aligustre, es calorífico y molificativo de los nervios, oloroso, si se añade a las mezclas ardientes.
5. La rosa
La rosa enfría, astringe, pero las secas astringen más.
Se debe extraer el zumo de las tiernas, después de cortarles con unas tijeras la llamada uña, que es precisamente lo blanco de la hoja, y de exprimir el resto y macerarlo en mortero; se deja a la sombra, hasta que se espese, y así se guarda para unciones de ojos. Se secan las hojas, a la sombra, dándoles vuelta continuamente para que no se enrojezcan. La sustancia exprimida de las secas, cocidas en vino, es eficaz contra el dolor de cabeza, de ojos, de oídos, de encías, del ano, del intestino recto, de la matriz, aplicado con una pluma y echado en clíster.
Las mismas hojas, sin exprimir, maceradas, aplicadas en emplasto, son eficaces contra inflamaciones de hipocondrios, contra exceso de humores de estómago y contra erisipelas.
Las secas, majadas, se espolvorean en la cara interior de los muslos, y se mezcla en emplastos, en remedios para heridas y en antídotos.
Se queman también para embellecer párpados y pestañas. El botón que se encuentra en medio de las rosas, seco, aplicado en polvo, es eficaz contra los humores de las encías. Las cabezas, bebidas, restañan el flujo de vientre y la expectoración de sangre.
Las llamadas “pastillas de rosas” (rhodides) se preparan del siguiente modo: de rosas frescas, enjutas, marchitas, cuarenta dracmas; de nardo índico, cinco dracmas; de mirra, seis dracmas; majado todo, se le da forma de pastillas de tres óbolos de peso y se secan a la sombra.
Se guardan en un recipiente de barro, no empegado, con una tapa que comprima bien alrededor.
Algunos añaden también dos dracmas de costo (planta) y lo mismo de iris ilírica, mezclándolo con miel y vino de Quíos.
Las pastillas se usan, puestas en el cuello de las mujeres, a modo de collar de olor agradable, para encubrir el mal olor de los sudores.
Se emplean solas y majadas, en polvo, después del baño, y mezcladas con los ungüentos, y después de secarse, se lavan con agua fría.
(Dioscórides. Plantas y Remedios medicinales. (De materia medica. Libros I y II). Introducción, traducción y notas de Manuela García Valdés. Edit. Biblioteca Básica Gredos).
Segovia, catorce de mayo del 2025.
Juan Barquilla Cadenas.