SOLÓN: DOS ELEGÍAS
Sólón (c. 638 a. de C. – 585 a. de C.) fue un poeta, reformador político, legislador y estadista ateniense, considerado uno de los Siete Sabios de Grecia.
Gobernó en una época de graves conflictos sociales producto de una extrema concentración de la riqueza y poder político en manos de los “eupátridas”, nobles terratenientes de la región del Ática.
Su Constitución del año 594 a. de C. implicó una gran cantidad de reformas dirigidas a aliviar la situación del campesinado asediado por la pobreza, las deudas (que en ocasiones conducían a su esclavización) y un régimen señorial que lo ataba a las tierras de su señor o lo conducía a la miseria.
En particular, se distinguen las reformas institucionales y el nuevo sistema censitario creados con objeto de abolir la distribución de los derechos políticos basada en el linaje del individuo y, en su lugar, constituir una “timocracia” (participan en el gobierno los que poseen un determinado capital o un cierto tipo de propiedades).
Como resultado, los estratos medios obtuvieron una mayor cuota de poder político, pero los estratos más bajos no consiguieron que fuese oído su reclamo de una repartición de tierras, que era en un principio anhelaban.
Durante su juventud tras caer su familia en la pobreza, hubo de dedicarse al comercio y a escribir poesía.
De acuerdo con Plutarco, la iniciativa de Solón en empresas comerciales correspondió más a un afán de aventura y conocimiento que a uno de lucro.
Plutarco resalta la austeridad de la vida del joven Solón y destaca algunos de sus versos al respecto, en los que no distingue diferencia entre “el que posee gran abundancia de oro y plata, campos extensos de abundantes mieses y mulas y caballos, y el que sólo tiene un modo de vida honesto que le baste a comer y vestir cómodamente; y si en mujer e hijos a esto añades belleza y juventud, la dicha es plena”.
Siendo Sólón aún joven finalizó la guerra que Atenas mantenía con Megara por la posesión de Salamina.
Solón, de acuerdo a Plutarco, se dirigió a la plaza y recitó un poema elegíaco denominado “Salamina”, con el que convenció a los atenienses de que no debían rendirse. La guerra volvió a producirse con Solón a la cabeza y, finalmente, Salamina fue recuperada.
Su fama de moderado en una época marcada por los conflictos entre un bando popular y la aristocracia antigua lo llevó al “arcontado” y a que se le otorgara un poder especial para legislar e introducir cambios en la forma de gobierno.
Sin embargo, aunque sus leyes resolvían varios problemas de la sociedad ateniense, no era suficiente para las clases más bajas, que esperaban medidas más radicales, sobre todo en lo relacionado con la cuestión agraria y la repartición de tierras.
Solón, en cambio, buscaba el justo medio, atribuyéndosele la frase “guarda todo con mesura”.
Dejó a los atenienses por el lapso de 10 años, en los que debían respetar las leyes, cosa que no ocurrió, y recorrió varios países como Chipre, Lidia y Egipto, de donde obtendrá –a partir de varios sacerdotes –el relato de la “Atlántida”, conservado por Critias y después ampliado y adaptado por Platón en sus diálogos “Timeo” y “Critias”, regresando a Atenas durante el gobierno del tirano Pisístrato, que se mantuvo respetuoso con el viejo legislador.
Debatió sobre el sentido de la ley con el filósofo Anacarsis el “escita” y falleció el año 558 a. de C.
Respecto a Anacarsis, Solón le explicó que los hombres cumplen los “contratos” cuando ninguno de los que firman tiene interés en quebrantarlos, y al unir las leyes que él había creado con los intereses de los ciudadanos, él había hecho leyes que nadie tendría interés en quebrantar, ya que tendría más interés para ellos observarlas que desobedecerlas.
Anacarsis no estuvo de acuerdo y le reprochó la ingenuidad de creer que sus leyes iban a contener las injusticias y frenar la codicia de los ciudadanos, para lo cual comparó las leyes a meras telas de araña, que rompe cuando quiere el fuerte, poderoso o rico como un pájaro o un insecto fuerte, mientras que sufren los débiles como mosquitos su rigor.
Plutarco, que es quien cuenta la anécdota, se inclina a pensar que Anacarsis andaba más en lo cierto que Solón.
También cuenta Plutarco que “cuando llegó Solón a Mileto para visitar a Tales (de Mileto), se extrañó de que no tuviera ningún interés por el matrimonio y la procreación; Tales entonces guardó silencio. Dejó pasar unos cuantos días y luego se puso de acuerdo con un extranjero para que dijera que acababa de llegar, hacía diez días, de Atenas. Le preguntó Solón si había alguna novedad en Atenas y aquél, aleccionado sobre lo que debía decir, respondió: “No, nada; salvo, por Zeus, que enterraban a un muchacho y asistía al entierro la ciudad entera. Era, según decían, hijo de un hombre famoso y eminente entre los ciudadanos por su virtud. Pero no estaba allí, sino que, decían, llevaba fuera ya mucho tiempo”. “¡Ay, desventurado de él!”, dijo Solón; “ y ¿cómo lo llamaban?”. “Oí el nombre”, contestó el extranjero, “pero no me acuerdo; sólo que se comentaba mucho su sabiduría y justicia”. Así, a cada respuesta, Solón se iba llenando de miedo y al final ya, en su inquietud, él mismo le sugirió el nombre, preguntando si acaso el muerto se llamaba hijo de Solón. Asintió el hombre y él empezó a darse golpes en la cabeza y a hacer y decir todo lo demás que acostumbran los que están embargados por profundo dolor. Entonces Tales le puso la mano encima y riéndose le dijo: “Mira, eso es, Solón, lo que me tiene apartado del matrimonio y los hijos, lo que a ti, el hombre más firme, te sume en tanto abatimiento. Anda, no te preocupes por esta noticia; que no es cierta”.
Heródoto relata que en su viaje a Lidia, Solón se entrevistó con el rey Creso. Según la leyenda, convencido el monarca de ser el hombre más dichoso del mundo, consultó a Solón sobre quién era a su juicio, el más afortunado entre los hombres.
Solón dio algunos nombres, todos de personas fallecidas. Consternado Creso por no haber sido nombrado entre ellos, le preguntó si en tan poco apreciaba su prosperidad. A esto Solón respondió diciendo que no le era posible ponderar la dicha de un hombre vivo, pues la fortuna es caprichosa y, por tanto, sólo puede ser evaluada una vez que el individuo ha muerto.
La mayoría de la crítica –incluso Plutarco – considera poco probable que este encuentro se haya producido alguna vez, puesto que a sus dificultades cronológicas se añade el evidente carácter legendario del relato.
1. Labor política
La comunidad ateniense, aunque fundamentalmente agrícola en la época, había alcanzado, desde los comienzos de su unificación política, una estratificación social ya bastante avanzada.
Los “eupátridas” o “bien nacidos”, nobles terratenientes de la zona del Ática, eran dueños de la mayor parte de la tierra y señores de una considerable proporción de la población. Al respecto, señala Aristóteles: “Los pobres se hallaban esclavizados no sólo ellos en persona, sino también sus hijos y sus mujeres. Recibían la denominación de “hektémoroi” (los de la sexta parte), pues precisamente bajo tales condiciones labraban las tierras de los ricos.
Los “hektémoroi” eran aparceros que pagaban al propietario de las tierras un sexto de la cosecha y retenían los cinco sextos restantes para sus propias necesidades, incluyendo la semilla para el año siguiente.
Y, en general, la tierra estaba en manos de unos pocos.
Y, si los indigentes no abonaban el precio del arriendo, se los podía llevar esclavizados, a ellos y a su prole. También los préstamos se aseguraban mediante la esclavización personal”.
(Aristóteles, Constitución de los atenienses 2.2)
El estrato intermedio entre los “eupátridas” e “indigentes” lo constituían dos grupos: “geomoros” (o geomori), agricultores dueños de escasas tierras en zonas infértiles; y los “demiurgos” (o demiurgi), artesanos sin tierras.
Conel progresivo desarrollo del comercio marítimo ático y la exportación de artesanías, los sectores carentes de tierras productivas (pequeños productores rurales, artesanos, mercaderes, etc.) se concentraron en Atenas, su puerto (el Pireo) y la costa (Paralia), junto con los “metecos”, inmigrantes sin derechos políticos e incluso sin derechos a la posesión de casa propia.
Al caer la monarquía el poder político se basó en un gobierno de nueve arcontes, elegibles año a año exclusivamente por los “eupátridas”.
Al abandonar sus cargos, los “exarcontes” ingresaban en el Areópago, órgano de autoridad indiscutible, que representaba la instancia superior para la mayor parte de los asuntos y poseía el voto decisivo en la elección de los “arcontes”. De tal manera, los “eupátridas” tuvieron en sus manos, a la vez que la concentración del poder económico, la concentración absoluta del poder político ateniense.
Durante los siglos VII y VI a. de C. se produjo la sublevación y posterior lucha de los atenienses contra los “eupátridas” y sus instituciones.
Los más pobres reclamaban, ante todo, un nuevo reparto de tierras y la abolición del derecho vigente sobre el endeudamiento.
Los estratos medios, por su parte, en tanto ya poseían cierta estabilidad económica, ansiaban ante todo el poder político, por lo que exigían la anulación de los privilegios políticos de los “eupátridas”.
Las leyes de Dracón, redactadas hacia el año 621 a. de C., se promulgaron en el contexto de este enfrentamiento y, si bien pueden ser interpretadas como una reafirmación escrita de las leyes vigentes y benefactoras de la aristocracia, también desde otro ángulo, pueden ser consideradas como la primera delimitación legislativa, clara y definida, que acotaba la arbitrariedad de los jueces hasta entonces basada en el “Derecho consuetudinario”.
Dice Plutarco: “Primero derogó todas las leyes de Dracón, salvo las de asesinato, por la dureza y magnitud de sus penas. Pues para casi todos los delincuentes se había fijado una sola pena, la muerte; y así, hasta los reos por holgazonería eran ejecutados y los que hurtaban verduras o frutas sufrían el mismo castigo que los ladrones de objetos sagrados y los homicidas”.
A comienzos del siglo VI a. de C. el enfrentamiento había llegado a un punto sin retorno.
Desde tiempo atrás la situación entre las dos facciones (ricos y pobres) estaba bloqueada.
Aristóteles se refiere al clima entonces reinante: “La mayoría del pueblo se hallaba subyugado por unos pocos, y el pueblo se había sublevado contra los nobles. El alboroto era muy fuerte, y durante largo tiempo unos lucharon contra otros”. (Aristóteles, op. cit. 5.2).
En este clima de “stasis” (guerra civil), los dos partidos eligieron como magistrado de la ciudad a este poeta-soldado (Solón): “[Algún otro] no hubiera podido contener al pueblo […] Pero yo, entre éstos, como en el espacio entre dos ejércitos, me erigí como un mojón”. (Loraux, Nicole, La guerra civil en Atenas. La política entre la sombra y la utopía. Edit. Akal. Pag. 174).
Estos dos versos son citados por Aristóteles, quien juzgó conveniente transmitirlos.
Aristóteles, aludiendo a la división tradicional de las ciudades entre ricos y pobres, da una definición de toda ciudad constituida de tres partes. De éstas la tercera es la más importante, dado su posición intermediaria entre las antagonistas: desde el centro se distinguen los extremos más claramente. A este “meson” (μέσον) político le corresponde la forma media de “politeia” (constitución), en tanto “que es la única que está a salvo de la guerra civil”.
Las ciudades pequeñas según el “estagirita” (Aristóteles) están expuestas a disturbios porque es “fácil dividir a la población en dos sin que quede nada en medio”.
En el año 594 a. de C., Solón fue elegido arconte y árbitro (diallaktés), asumiendo poderes extraordinarios.
Según Aristóteles, contó tanto con el apoyo de los “eupátridas” como con el de los no nobles, en tanto ambas partes lo veían como defensor de sus respectivos intereses.
“Por su origen y por su notoriedad, Solón se contaba entre las primeras personalidades en el país, y por sus condiciones económicas, en la clase media” (Aristóteles, op. cit.)
“Fue, pues, elegido Arconte, después de Filómbroto, y juntamente medianero y legislador: a satisfacción de los ricos, por ser hombre acomodado, y de los pobres, por la opinión de su probidad (honradez)”. (Plutarco, Vidas Paralelas: Solón XVI).
Al asumir el cargo de “arconte”, Solón se propuso realizar una serie de reformas que quedaran plasmadas en una nueva Constitución ateniense.
2. Reformas constitucionales
2.1 Sistema censitario
Solón organizó un “sistema timocrático” que significó la división de la población no extranjera y libre en cuatro clases según el volumen (en medimnos o medimnoi) de su producción agraria.
Para los sectores que no obtenían ingresos de la tierra, se confeccionó una equivalencia (por ejemplo, un medimno de cereales o una oveja valían un dracma; un buey, cinco).
De este modo, los derechos políticos de cada individuo dejaban de establecerse de acuerdo a su “linaje” y pasaban a considerarse con arreglo a su “riqueza”.
A su vez, la división servía para organizar la milicia.
La clase más alta fue la de los “pentacosiomedimnos” que tenían ingresos de 500 medimnos (equivalente a 600 fanegas castellanas) o más.
Éstos disponían de la plenitud de sus derechos políticos y podían elegir o ser electos para cualquier cargo gubernamental (incluido el de arconte).
En tiempos de guerra ejercían los más altos cargos militares y se les encomendaba a sus miembros el suministro de los recursos necesarios.
En particular, debían hacer entrega de las denominadas “liturgias”, que incluían el equipamiento de un barco de guerra (“trierarquía”), la financiación de una embajada en el extranjero y el montaje de una pieza teatral (“coregía”).
La segunda clase fue la de los hippeis, con ingresos superiores a los 300 medimnos. Contaban con los mismos beneficios políticos que los primeros.
Éstos debían prestar servicios como caballeros (en la caballería) y mantener el caballo por su cuenta.
La tercera clase la constituyeron los zeugitas (zeugitai), cuyos ingresos superaban los 200 medimnos.
Este grupo no podía ser electo ni participar en la elección del “arconte”, aunque sí en la de los demás cargos y sus integrantes podían ser electos para dichos cargos.
Debían integrarse a los “hoplitas” (milicia de infantería pesada) y cargar con los costos de sus armas.
La última clase estaba formada por los tetes (thetes), de ingresos inferiores a los 200 medimnos.
No podían ser electos para ningún cargo; podían, en cambio, participar en la elección de aquellos cargos que no fueran el arcontado.
Este grupo, en tiempos de guerra, constituían la “infantería ligera” y el grueso de los remeros de la flota de Atenas.
2.2 Poder político e instituciones
El Areópago o Consejo Aristocrático, en época monárquica había sido el Consejo del rey y, durante la época de los nueve arcontes, tribunal supremo en asuntos de justicia.
En época de Solón fue mantenido como un Consejo prestigioso que supervisaba el gobierno de la ciudad, el trabajo de los magistrados, opinaba sobre el gobierno y actuaba como tribunal para delitos graves y de sangre. Sin embargo, ya no participaba directamente en asuntos administrativos.
La administración y el quehacer legislativo de la ciudad quedó a cargo fundamentalmente de la asamblea popular (Ekklesía) y de la “Bulé”, ambos organismos establecidos por Solón.
La Bulé consistía en un Consejo de cuatrocientos ciudadanos (cien de cada tribu o filai del Ática). Se cree que se ocupaba de proponer leyes, de preparar las reuniones de la “ekklesía” y, en general, de realizar las funciones que previamente tenía a su cargo el Areópago.
La Ekklesía o “asamblea popular” era la que tomaba todas las decisiones de política interior, exterior, legislativa, judicial y ejecutiva, pero necesitaba la aquiescencia y consejo del Areópago y la Bulé.
La Ekklesía elegía a los arcontes y, por tanto, elegía indirectamente a los nuevos miembros del Areópago.
Estaba compuesta por todos los ciudadanos mayores de dieciocho años, varones.
Delegaba su poder ejecutivo en los nueve arcontes y su poder judicial en el Areópago (tribunal para los casos de homicidio voluntario) y en la Heliea (tribunal ciudadano).
La Heliea era el tribunal de justicia supremo, compuesto por ciudadanos elegidos por sorteo.
3. Legislación y reformas sociales
3.1 Reformas agrícolas
En una de sus primeras medidas como arconte, Solón anuló las deudas contraídas por los campesinos según las leyes anteriores, y éstos recuperaron sus tierras embargadas.
La legislación al respecto fue denominada “seisachteia” o “supresión de cargas”.
El alcance de dicha anulación no está del todo claro.
Aristóteles, Plutarco y Diógenes Laercio interpretaron que la medida anulaba todas las deudas.
Dionisio de Halicarnaso, en cambio, consideró que los efectos alcanzaban solamente a los deudores más indigentes; y Androción, orador y político discípulo de Isócrates, opinó que no significaba otra cosa que la disminución de los intereses de las deudas contraídas.
Por otra parte, el mayor reclamo de los menos privilegiados, que consistía en una nueva repartición de tierras, no fue considerado.
3.2 Abolición de la esclavitud por deudas
En su legislación, Solón derogaba la ley vigente en ese entonces según la cual era posible cobrar deudas mediante la esclavitud del deudor y sus familiares.
La nueva ley amparaba exclusivamente en lo sucesivo la retribución mediante bienes.
Una vez que ésta entro en vigor, Solón compró esclavos con el fin de liberarlos.
Esto constituyó un cambio de gran importancia, puesto que al prohibirse la esclavitud del deudor, se estaba prohibiendo en sí la esclavitud del ateniense.
3.3 Política económica
Alguna de sus leyes en materia económica prohibían la exportación de cereales fuera de la región del Ática, pero estimulaban la exportación de aceite de oliva.
Se dispuso el orden y los métodos a emplear en la plantación y se reguló la forma de cavar y hacer uso de los pozos.
Se estimularon las labores artesanales y se redactó una ley que obligaba al padre a enseñar un oficio a sus hijos, quedando éstos, en caso de no haber recibido dicha educación, eximidos de la obligación de mantenerlo durante la ancianidad, tal como era costumbre en la época.
Entre las medidas que pretendían evitar el ocio en términos económicos, Solón, si bien mantuvo la ley de Dracón al respecto, modificó el castigo de pena capital por el de multas y privación de derechos civiles (atimía).
Por otra parte, si un extranjero se establecía con su familia en Atenas y establecía allí industria o comercio, podía solicitar el “derecho de ciudadanía”.
La legislación de Solón intentó estimular la actividad productiva como evitar los gastos improductivos. Por ejemplo, se prohibieron los funerales costosos y la inmolación de animales en honor al fallecido.
De igual modo, afirma Struve que “se prohibió también erigir sepulcros cuyo costo fuera mayor del de uno que pudieran construir diez personas en el curso de tres días”.
Atenas cambió su “unidad de medida”, proveniente de Fidón, por una propia; otro tanto hizo con su moneda, que hasta ese momento era la de Egina.
La nueva moneda ateniense era más liviana.
En su conjunto, estas reformas, que acercaban los sistemas atenienses a los entonces utilizados en Eubea, actuaron favorablemente en la ampliación del comercio de la “pólis ateniese”.
Solón modificó también la legislación vigente sobre el derecho de herencia. Estableció el derecho de los individuos varones que no tenían hijos, a testar libremente, pudiendo legar sus bienes a cualquiera, familiar o no. Hasta el momento de dicha reforma, los bienes pasaban automáticamente al patrimonio de la familia o a su “fratría”.
3.4 Matrimonio
Plutarco adjudica a Solón las primeras leyes atenienses tendientes a cuidar del patrimonio paterno tras el casamiento.
Según Plutarco, se estableció que si un hombre casado con una heredera sin hermanos varones no podía darle hijos, ésta tenía derecho a dejarlo y casarse con un pariente, de modo que la herencia que recibía de su padre –y de la que ella no era dueña en su calidad de mujer – se mantuviese en el linaje familiar. El marido de una “epiclera”(heredera de un padre que a su muerte no dejaba herederos varones), asimismo, quedaba obligado a tener relaciones sexuales con ella al menos tres veces al mes.
Según el mismo autor, además, se eliminó de todo matrimonio la entrega de “dote” por parte de la esposa, con objeto de reducir las uniones con fines económicos. La novia, al momento de casarse, sólo debía contar con tres vestidos y alhajas de poco valor.
3.5 Sexualidad
De acuerdo a algunos autores, Solón dio un marco formal a las costumbres sexuales atenienses.
En un fragmento de la obra “Hermanos” del poeta y dramaturgo Filemón se alude al establecimiento de burdeles públicos en Atenas.
Esto ha sido interpretado como un intento, por parte de Solón, de “democratizar” el placer sexual y, a su vez, de promover la idea de un ciudadano “dueño de sus placeres”.
Si bien son varios los autores que ponen en duda la veracidad de este hecho, no deja de ser significativo que, varios siglos después de Solón, existiera un discurso que vinculara a sus reformas la intensificación de la vida sexual ateniense.
Un aspecto importante de su legislación en el ámbito sexual, fue la regulación de la práctica de la “pederastía”. Ésta, en la Atenas del siglo VII a. de C., era aceptada y carecía de reglamentación.
Solón redactó ciertas normas destinadas a reglamentar dicha práctica y proteger a los jóvenes libres.
En la época en que Solón redactó sus leyes, era frecuente que los jóvenes se ejercitaran desnudos en los gimnasios y que fueran seducidos por espectadores maduros. Una norma establecida en el marco de esta reglamentación prohibía el acceso de los hombres esclavos a estos recintos y, en general, cualquier intento de relación amorosa entre esclavos y jóvenes libres. La mencionada reglamentación, que por el hecho de ser tal también implicaba legitimación, se limitó a preocupaciones de esta índole.
Plutarco encuentra una explicación para la convivencia de la legislación soloniana con la institución de la pederastía en aspectos de la vida íntima y de las experiencias del mismo Solón:
“De la madre de Solón refiere Heráclides Póntico que era prima de la de Pisístrato; y al principio hubo una gran amistad entre los dos por el parentesco y por la buena disposición y belleza, estando enamorado Solón de Pisístrato, según la relación de algunos[…] Por otra parte, que Solón no se dominaba en punto a inclinaciones desordenadas, ni era fuerte para contrarrestar al amor como con mano de atleta, puede muy bien colegirse de sus poemas, y de la ley que hizo prohibiendo a los esclavos el usar de ungüentos y el requerir de amores a los jóvenes, que parece que puso ésta entre las honestas y loables inclinaciones, y que con repeler de ella a los indignos convidaba a los que no tenía por tales”. (Plutarco, op. cit.).
Aristóteles, por su parte, desmiente la relación amorosa entre Solón y Pisístrato. Por otra parte, la autoría de ciertos “aforismos pederastas”, atribuida por algunas fuentes – entre ellas Plutarco –a Solón es atribuida, por otras, a Teognis.
3.6 Otras reformas
Las reformas de Solón limitaron el dominio ancestral absoluto que un padre tenía sobre su familia.
Se prohibió que un hombre vendiera como esclavos a su mujer o hijos o que los expulsara del hogar.
Además, el beneficio de manutención a costa de su descendencia se limitó a la comida, ropa y entierro.
Otra reforma consistió en la admisión de todo ateniense como miembro de una Corte de Justicia, así como la posibilidad de apelación ante cualquier fallo judicial.
No obstante, dice Plutarco, creyó que debía procurar mayor protección aún a la debilidad del pueblo, y permitió que cualquiera pudiese iniciar un proceso a favor del ultrajado. Así, si alguien era golpeado, maltratado o lesionado, era posible a quien tuviera capacidad para ello y quisiera, denunciar y perseguir al agresor; de este modo, como es debido, el legislador iba acostumbrando a los ciudadanos a compartir los sentimientos y las penas, como partes de un solo {cuerpo}.
Se recuerda un dicho suyo que tiene que ver con esta ley.
En efecto: cuando, según parece, se le preguntó sobre qué ciudad era la mejor administrada, respondió que aquella donde los que no sufren daño persiguen y tratan de castigar a los agresores con no menos afán que las propias víctimas.
Del resto de sus leyes es especialmente particular y extraña la que dispone que sea proscrito quien en una revuelta no tome partido por ninguno de los dos bandos. Pretende sin duda que nadie quede impertérrito ni insensible ante el peligro común, poniendo a salvo los bienes propios y recurriendo a bonitos pretextos para no compartir los dolores y aflicciones de la patria, sino que cada cual se ponga de inmediato a favor de los que obran mejor y con más justicia y comparta el riesgo con ellos y les ayude, en vez de esperar sin peligro al bando de los vencedores.
Es elogiada también la ley de Solón que prohíbe hablar mal de los muertos. Pues es señal de piedad considerar sagrados a los que ya nos han dejado, de justicia perdonar a los que ya no existen y de civismo quitar a las enemistades la perpetuidad.
En cuanto a los vivos, también prohibió hablar mal de ellos en los templos, en los tribunales, en las residencias oficiales y durante el espectáculo de los juegos, so pena de multa que fijó en tres dracmas pagaderas al particular y otras dos al erario público; pues no controlar la ira en ningún sitio es una falta de educación y una intemperancia; pero hacerlo siempre es difícil y para algunos imposible. Y la ley ha de dictarse teniendo en cuenta lo posible, si es que se desea castigar con eficacia a unos cuantos y no a muchos en vano.
En general parecen de lo más extraño las leyes de Solón sobre las mujeres. Pues al que sorprenda a un adúltero le autoriza a matarlo. Pero por raptar a una mujer libre y forzarla, impuso una multa de cien dracmas y, por prostituirla, de veinte dracmas, con excepción de las que se pasean exhibiéndose, o sea, las “heteras”; pues éstas frecuentan sin recato alguno a los que les pagan. Prohíbe además vender a las hijas y hermanas, salvo si advierte que, acostada con un hombre, no es virgen.
Dictó también una ley relativa al daño causado por animales de cuatro patas; en ellas establece que se entregue a un perro que muerda, atado con una cadena de tres codos. La medida responde a razones de seguridad.
Una medida peculiar de Solón fue también la relativa a la manutención pública, y que él mismo ha llamado “ser parásito”. Pues no deja que la misma persona coma así muchas veces, y si aquél al que le corresponde, no quiere (ir a la comida), le impone un castigo, considerando aquello abuso y esto menosprecio a la comunidad.
Dio una vigencia para todas las leyes de cien años y fueron grabadas en “axones” de madera que giraban dentro de unos pivotes cuadrados que las contenían. Se llamaron, según dice Aristóteles, “kyrbeis”.
Algunos aseguran en particular que se llaman “Kyrbeis” aquellos donde están las ceremonias y sacrificios, y las demás “axones”.
Juró la “Bulé” con juramento público que conservaría las leyes de Solón y cada uno de los “tesmotetas” en privado, comprometiéndose en caso de incumplir alguno de los decretos a ofrecer en Delfos una estatua de oro de su misma talla.
Tras la publicación de las leyes, algunos acudían a diario a casa de Solón con elogios y críticas o para aconsejarle que en las ya escritas introdujera o eliminara cualquier detalle que se les ocurría.
Para acabar con estos problemas, decidió marcharse.
Puso como pretexto para sus viajes el negocio de la navegación y se embarcó, tras pedir a los atenienses ausentarse del país diez años.
Esperaba que en ese tiempo aquéllos se acostumbrarían a las leyes.
Viajó primero a Egipto, luego a Chipre y después estuvo con Creso, rey de Lidia, en Sardes.
Los de la ciudad otra vez empezaron a alborotarse mientras Solón estaba de viaje.
La ciudad aún tenía vigentes las leyes, pero todos esperaban ya una situación nueva y aspiraban a otra “Constitución”, con la esperanza de obtener no igualdad sino ventaja con el cambio, y de imponerse por completo a sus rivales.
Así estaban las cosas cuando regresó Solón a Atenas.
Seguía contando con el respeto y la estima de todos, pero en público ya no tenía la misma autoridad para hablar y actuar, ni tampoco el mismo ardor a causa de su vejez, sino que se entrevistó en privado con los cabecillas de las “facciones” y trató de reconciliarlos y ponerlos de acuerdo.
Parece que era Pisístrato quien más caso le hacía.
Tenía éste cierto atractivo y agrado en la conversación, ayudaba a los pobres y era ecuánime y mesurado respecto a las enemistades.
Las cualidades que no tenía por naturaleza, también éstas se las acreditaba con la simulación mejor que los que las poseían; así parecía un hombre cauto y contrario a que nadie tratara de alterar el orden y promoviera revueltas.
Con esto conseguía engañar a la mayoría.
Pero Solón se dio cuenta enseguida de su carácter y fue el primero en percatarse de sus intenciones. Sin embargo, no le tomó odio por ello, sino que hizo lo posible por frenarlo y hacerlo entrar en razón y hablaba con él y con otros, convencido de que si alguien lograba extirpar de su espíritu la ambición de poder y curaba su ansia de tiranía, no había ningún ciudadano mejor dispuesto para la virtud ni más noble.
Cuando el propio Pisístrato, cubierto de heridas que se había hecho a sí mismo, se hizo transportar al “ágora” en un carro y provocó la cólera del pueblo fingiendo que había sido objeto de insidias por sus enemigos a causa de su actitud política, contaba con muchos que compartían su irritación y daban gritos. Entonces Solón se acercó y deteniéndose a su lado dijo: “No representas bien, ¡oh hijo de Hipócrates!, el papel de Odiseo homérico; pues empleas para engañar a los ciudadanos las mismas tretas con que aquél engañó a los enemigos, cuando se maltrató a sí mismo”.
Desde entonces la chusma estaba dispuesta a luchar por Pisístrato y el pueblo se reunió en Asamblea. Aristón propuso que se concedieran cincuenta maceros a Pisístrato como escolta personal.
Entonces Solón se levantó y se opuso a ello, exponiendo muchas razones parecidas a éstas que ha escrito en sus poemas: “pues atendéis a la lengua y a las palabras de un hombre astuto.
Por separado cada uno de vosotros anda con pasos de zorro, pero juntos tenéis la mente vacía”.
El pueblo aprobó el decreto y además no le regateó a Pisístrato en cuanto al número de maceros, sino que le era indiferente que contratara y llevara consigo todos los que quisiera, hasta que se apoderó de la acrópolis.
Cuando ocurrió esto y la ciudad fue presa de la revuelta, Megacles huyó al punto con los demás Alcmeónidas y Solón ya era demasiado viejo y no tenía quien le ayudara; a pesar de todo se dirigió al “ágora” y habló a los ciudadanos, censurándoles su pasividad y cobardía y animándolos todavía y exhortándolos a a que no renunciaran a la libertad.
Fue entonces también cuando pronunció la famosa frase de que antes les era más fácil impedir que se instaurara la tiranía, mientras que ahora que ya se ha instaurado y es una realidad tiene mayor importancia y gloria cortarla de raíz y destruirla.
Nadie le hizo caso por miedo y él se retiró a su casa, cogió las armas y las dejó delante de la puerta de la calle: “Por mi parte ya se ha hecho todo lo posible por servir a la patria y a las leyes”.
A partir de ese momento se inhibió, sin atender los consejos de los amigos que le recomendaban que huyera y se dedicó a criticar a los atenienses con sus poemas: “Si habéis sufrido dolores por vuestra vileza no imputéis a los dioses la culpa de éstos. Pues vosotros mismos los aupasteis concediéndoles armas, y por eso caísteis en la maldita esclavitud”.
Muchos le censuraban por esto, pensando que moriría a manos del tirano y cuando le preguntaron en qué confiaba para ser tan imprudente, dijo: “En la vejez”.
De todos modos, Pisístrato, dueño de la situación, se atrajo tanto a Solón con sus atenciones, dándole muestras de respeto, tratándolo con afecto y llamándolo a su lado, que incluso fue su consejero y aprobó muchas de sus medidas. Pues además conservó la mayoría de las leyes de Solón, cumpliéndolas él el primero y obligando a hacerlo a sus amigos.
Por su parte dictó también otras leyes entre las que se incluye la que obliga a mantener a expensas del Estado a los mutilados de guerra.
Heráclides dice que Pisístrato se limitó a imitar en esto también a Solón que lo había decretado ya antes en favor de Tersipo, un mutilado.
Según cuenta Teofrasto “la ley de la holgazanería” no la promulgó Solón sino Pisístrato, que con ella hizo más productivo el país y volvió más tranquila la ciudad.
Pues bien, Solón prolongó su vida tras el comienzo de la “tiranía de Pisístrato” bastante tiempo, según Heráclides del Ponto; en cambio, según Fanias de Éreso, menos de dos años.
Su cadáver fue quemado y sus cenizas diseminadas por la isla de Salamina, así se ha escrito por muchos autores de prestigio y entre ellos por Aristóteles el filósofo.
(Plutarco. Vidas paralelas. Solón. Introducción, traducción y notas de Aurelio Pérez Jiménez. Edit. Gredos.)
4. Poesía
En sus elegías Solón expresa un conjunto de ideas políticas. Sus versos han llegado hasta nuestros días de manera fragmentaria, a partir de citas de autores antiguos como Aristóteles, Demóstenes, Teofrasto, Diógenes Laercio, Diodoro Sículo y Plutarco.
Sin embargo, también existe controversia sobre la veracidad de ciertos fragmentos, y es posible que algunos de los versos que se le atribuyen no sean de su autoría.
De acuerdo a Plutarco, Solón comenzó a escribir poesía como pasatiempo, y en un tono más popular que filosófico. Su estilo elegíaco puede haberse debido a la influencia de Tirteo, si bien trabajó en otros géneros líricos como el troqueo y el yambo, de tono más vital y directo.
(Wikipedia)
DOS ELEGÍAS DE SOLÓN
[En sus dos elegías más extensas, la dedicada “A las Musas” y la del “Buen Gobierno (Eunomía)”, Solón traza los esquemas básicos de su modo de pensar: respeto a la Justicia, la “Díke”, que siempre se impone, y rechazo de la riqueza y los excesos injustos. Con ello se halla en la línea religiosa tradicional, que aprecia ante todo la “sophrosyne” y detesta la “hybris”.
1. “A LAS MUSAS”
“Espléndidas hijas de Zeus del Olimpo y de Mnemosine, Musas de Pieria, escuchadme en mi ruego.
Dadme la prosperidad que viene de los dioses, y tenga ante los hombres por siempre un honrado renombre, que de tal modo sea a mis amigos dulce y a mis enemigos amargo; respetado por unos, terrible a los otros mi persona.
Riquezas deseo tener, mas adquirirlas de modo injusto no quiero. De cualquier modo llega luego la justicia.
La abundancia que ofrecen los dioses le resulta al hombre segura desde el último fondo hasta la cima. Mas la que los hombres persiguen con vicio, no les llega por orden natural, sino atraída por injustos manejos, les viene forzada y pronto la enturbia el Desastre.
Su comienzo, como el de un fuego, nace de casi nada; de poca monta es al principio, pero es doloroso su final.
Porque no les vale mucho a los hombres los actos de injusticia.
Es que Zeus vigila el fin de todas las cosas, y de pronto – como el viento que al instante dispersa las nubes en primavera, que tras revolver el hondón del mar estéril y de enormes olas, y arrasar en los campos de trigo los hermosos cultivos, alcanza el sublime hogar de los dioses, el cielo, y deja luego el aire con aspecto sereno y brilla el fulgor del sol sobre la fértil tierra, hermoso, y no queda ya ni una nube a la vista – así aparece el castigo de Zeus. Que no en todo momento es de pronta cólera como un individuo mortal.
Pero no se le oculta por siempre quién tiene un perverso corazón; y de uno u otro modo al final lo evidencia. Con que uno al instante paga, y otro después. Algunos escapan, ellos, y no les alcanza la “Moira” fatal de los dioses, pero ésta llega en cualquier forma más tarde.
Mas los hombres, tanto el ruin como el bueno pensamos así.
Cada uno mantiene una elevada opinión de sí mismo hasta que sufre su daño, y entonces se queja. Pero hasta esto nos regocijamos, pasmados, con vanas esperanzas.
Aquél que está abrumado por enfermedades tremendas piensa que va a tener enseguida salud.
Otro, que es cobarde, se cree un valiente guerrero, así como hermoso quien no tiene una bella figura; el otro, que es pobre y al que su miseria agobia, piensa en conseguir de cualquier forma un montón de riquezas.
Se esfuerza cada uno de un modo. El uno, va errante en las naves, tratando de llevar a su hogar la ganancia, por el alta mar rica en peces, arrastrado por vientos terribles, sin disponer de resguardo ninguno a su vida. Otro, labrando la tierra de cultivo el año entero, es un siervo a jornal, de los que tras los curvos arados se afanan.
Otro, experto en las artes de Atenea y del hábil Hefesto, con manos de artesano consigue su sustento.
Otro, instruido en sus dones por las Musas Olímpicas, (consigue su sustento) como conocedor preciso de tan envidiable saber.
A otro lo hizo adivino el dios certero, Apolo, y sabe prever la desgracia que a un hombre amenaza, si le inspiran los dioses. Aunque de ningún modo ni el presagio ni los sacrificios evitan lo fatal.
Otros ejercen el arte de Peón , el de muchos remedios, el dios de los médicos, que ignoran el fin de su acción: muchas veces de una pequeña molestia deriva un gran dolor y nadie puede curarlo aplicando las drogas calmantes, en tanto que a otro, agitado por terribles dolencias, lo sanan al punto con sólo imponerle las manos.
La “Moira” es, en efecto, quien da a los humanos el bien y el mal, y son inevitables los dones de los dioses inmortales.
En todas las acciones hay riesgo y nadie sabe en qué va a concluir un asunto recién comenzado.
Así que uno que pretende obrar bien no ha previsto que se lanza a un duro y enorme desastre, y a otro, que obró mal, le concede un dios para todo la suerte del éxito, que contrarresta su propia torpeza.
De la riqueza no hay término alguno fijado a los hombres; pues ahora entre nosotros quien más bienes tiene el doble se afana. ¿Quién puede saciarlos a todos?
Las ganancias, de cierto, las dan a los hombres los dioses, y de ellas procede el desastre, que Zeus de cuando en cuando envía como castigo, y ya uno, ya otro lo recibe”.
2. EUNOMÍA
“No va a perecer jamás nuestra ciudad por designio de Zeus ni a instancias de los dioses felices.
Tan magnífica es Palas Atenea nuestra protectora, hija del más fuerte, que extiende sus manos sobre ella.
Pero sus propios ciudadanos, con actos de locura, quieren destruir esta gran ciudad por buscar sus provechos, y la injusta codicia de los jefes del pueblo, a los que aguardan numerosos dolores que sufrir por sus grandes abusos.
Porque no saben dominar el hartazgo ni orden poner a sus actuales triunfos en una fiesta de paz.
… Se hacen ricos cediendo a manejos injustos.
… Ni de los tesoros sagrados ni de los bienes públicos se abstienen en sus hurtos, cada uno por un lado al pillaje, ni siquiera respetan los augustos cimientos de “Díke”, quien, silenciosa, conoce lo presente y el pasado, y al cabo del tiempo en cualquier forma viene a vengarse.
Entonces alcanza a toda la ciudad esa herida inevitable, y pronto la arrastra a una pésima esclavitud, que despierta la lucha civil y la guerra dormida, lo que arruina de muchos la amable juventud.
Porque no tarda en agostarse una espléndida ciudad formada de enemigos, en bandas que sólo los malos aprecian.
Mientras esos males van rodando en el pueblo, hay muchos de los pobres que emigran a tierra extranjera, vendidos y encadenados con crueles argollas y lazos.
… Así la pública desgracia invade el hogar de cada uno, y las puertas del atrio no logran entonces frenarla, sino que salta el muro del patio y encuentra siempre incluso a quien se esconde en el cuarto más remoto.
Mi corazón me impulsa a enseñarles a los atenienses esto: que muchísimas desdichas procura a la ciudad el mal gobierno, y que el bueno lo deja todo en buen orden y equilibrio, y a menudo apresa a los injustos con cepos y grillos; alisa asperezas, detiene el exceso, y borra el abuso, y agosta los brotes de un progresivo desastre, endereza sentencias torcidas, suaviza los actos soberbios, y hace que cesen los ánimos de discordia civil, y calma la ira de la funesta disputa, y con Buen Gobierno todos los asuntos humanos son rectos y ecuánimes”.]
(Antología de la poesía lírica griega. Siglos VII –IV a. de C. Selección, prólogo y traducción de Carlos García Gual. Alianza Editorial. Madrid. 1996).
Segovia, 17 de agosto del 2024
Juan Barquilla Cadenas.