LA CASA ROMANA
Los romanos primitivos que poblaban el “Lacio” eran gentes dedicadas al pastoreo y sólo posteriormente a la agricultura, y habitaban en chozas (“casa”) construidas sobre un pedestal de piedra para aislarlas de la humedad, con una techumbre cónica de paja y una puerta rectangular. En la época de la Roma clásica quedaba todavía en el Capitolio una de ellas, que, según la tradición, era la que habitaron Rómulo y Remo cuando fueron recogidos por el pastor Fáustulo.
Muy pronto este pueblo de pastores pasó a ser un pueblo agrícola, emprendedor y artesano.
Asimiló rápidamente las artes de los etruscos y los recursos agrícolas de los Sabinos e inició los primeros mercados en la “Ruta de la sal”.
Y, bajo esas influencias y nuevas actividades, la primitiva choza redonda (“casa”) se fue transformando en la “domus romana” (la casa romana).
La palabra “domus” (de donde proceden nuestros términos “domicilio”, “doméstico”, “domótica” etc.) evoca una forma de vida muy peculiar y de gran poder aglutinante; la “domus” era el centro de la “familia romana”, núcleo creador del Imperio romano, en todo lo que representa esa expresión de poderío material y de irradiación espiritual.
La familia se recogía y tomaba constancia en la “domus”.
La “domus” consistía, en su forma primitiva, en una construcción rectangular, con un centro interior, el “atrium”, cerrada al exterior, y susceptible en todo momento de adaptarse a ampliaciones para acoger a nuevos miembros de la “familia”.
Las “domus” eran las viviendas de las familias de cierto nivel económico, cuya cabeza de familia (“pater familias”) llevaba el título de “dominus”.
La erupción del Vesubio en el año 79 d. de C., que sepultó las ciudades de Pompeya y Herculano, ha conservado muchas de ellas en un magnífico estado y ha permitido a los arqueólogos realizar estudios sobre su arquitectura.
Las medidas de una “domus” de gran tamaño podían llegar a 120 metros de largo por 30 metros de ancho.
El modelo habitual constaba de una sola planta.
A la entrada de la casa había una puerta (“ianua” – el bifronte dios Jano era el dios de las puertas, y su mes “ianuarius” (enero), era el mes que abría el año – vigilada por un esclavo portero ( “ianitor”). Esta puerta no daba directamente a la calle, sino que daba a un vestíbulo (“vestibulum”) de reducidas proporciones.
Tras acceder a la casa, por el “vestíbulo” se llegaba a través de las “fauces”(tramo de corredor que va de la puerta al atrio) al “atrium” (atrio), elemento característico de la “domus”, un patio cubierto y con una abertura central (el “compluvium”) por la que entraba el agua de lluvia, que se recogía en un pequeño estanque ( el “impluvium”).
El “atrium” (atrio) constituía el centro de la vida doméstica; en él se exhibían las estatuas de los antepasados (“maiorum imagines”) y se hacían ofrendas a los dioses protectores de la “domus” en el “Lararium” (un pequeño altar consagrado a los dioses “lares” y “penates” protectores del hogar y la familia).
También tenía lugar en el “atrium” la “salutatio matutina” (salutación matutina) de los “clientes” vinculados al dueño de la casa. Los “clientes” eran individuos de rango socioeconómico inferior que se ponían bajo el patrocinio de un patrón (“patronus”) de rango socioeconómico superior.
El “tablinum” (anexo al atrio) fue inicialmente la habitación donde dormía el dueño de la casa, pero se terminó convirtiendo en su despacho, lo que incluía la función de “archivo”.
El “triclinium” (triclinio) era la estancia donde se celebraba la “cena” (la comida vespertina que se celebraba como reunión familiar o con los amigos), y disponía de “klynai” (especie de divanes o lechos) para que los comensales se recostaran.
Los “cubicula” servían de dormitorios.
Otras estancias eran la “culina” (la cocina) y los “balnea” (baños).
En la parte opuesta al “atrium”, la “domus romana” solía tener un “hortus”, pequeño huerto y jardín a la vez, que servía tanto para el solaz como para la economía de la familia.
A partir de la influencia griega (siglo II a. de C.), este patio va a ir evolucionando a imitación del “peristylum” griego, y se va a convertir en un patio ajardinado rodeado de columnas que irá ganando protagonismo en detrimento del “atrium”, que pierde su función hacia el siglo I d. de C.
Algunas casas (las más ricas) tenían un sistema de calefacción (“hypocaustum”) antecedente de las “glorias castellanas”.
En el exterior del edificio había un horno y los gases calientes producidos en la combustión se llevaban por canalizaciones situadas bajo el suelo de las habitaciones a calentar, cuyo suelo se sustentaba sobre pilares de ladrillos. La altura del espacio vacío por el cual circulaba el aire era de unos 40 o 60 cm. En el extremo contrario de la entrada de los gases se disponía un “humero” o chimenea para la evacuación de los gases, cuyo “tiro térmico” facilitaba su circulación.
Se calcula que la temperatura obtenida en las viviendas no pasaba de los 30 grados.
Además de las “domus”, existían en Roma las “insulae”, bloques de pisos –normalmente en régimen de alquiler – y que eran utilizados por los ciudadanos que no podían permitirse una “domus”.
Sorprende la altura, de hasta tres y cuatro pisos, y las dimensiones que llegan a tener. Incluso fue preciso regular por leyes esas dimensiones, ante el afán de constructores y arquitectos por aprovechar el terreno y construir lo más elevado y rápido posible los edificios, con detrimento de su seguridad y aumento de ganancias.
Esas “insulae” conservaban muy poco del antiguo ambiente hogareño de las “domus”. Tenían un patio central, una escalera exterior, ventanas abiertas al ruido de la calle y a la inclemencia del tiempo; no quedaba nada del jardín recoleto, ni de la intimidad del atrio. Los servicios de agua eran insuficientes, sobre todo en los pisos altos. La higiene dejaba mucho que desear, los desechos de la vecindad se acumulaban en letrinas comunes.
El fuego de los hogares, mal instalado, originaba frecuentes incendios.
La vida ciudadana pagaba un precio: aglomeración, falta de independencia, molestias ajenas de todo orden.
Roma, al crecer, como todas las ciudades, se hizo incómoda, menos para unos pocos privilegiados.
Además de las casas de las ciudades, existieron “villas romanas” que originariamente eran una vivienda rural cuyas edificaciones formaban el centro de una propiedad agraria.
Después se convirtieron en grandes residencias aristocráticas que combinaban funciones residenciales y productivas.
La “villa” es una casa situada en la periferia de las ciudades. Podía estar dedicada al “recreo”, en este caso es una “villa urbana”, o bien, servir para gestionar una explotación agrícola o ganadera, en cuyo caso se denomina “villa rústica”.
La “villa rústica”, aunque no solía ser tan lujosa como la “villa urbana”, guardaba muchas semejanzas.
No obstante, al estar dedicada fundamentalmente a la explotación agropecuaria, tenía una serie de características o elementos particulares, como son la casa del “villicus”, el capataz o encargado de la explotación, diferentes edificios para el ganado y las herramientas, pajares, graneros, caballerizas, bodegas, almacenes, huertos, etc.
Solía contar, además, con un edificio reservado al dueño de la finca para el caso de que quisiera pasar alguna temporada en el campo.
La “villa urbana” o de recreo hospedaba a los dueños de la finca cuando la visitaban. Es una construcción de lujo, no tiene ninguna función práctica ni necesaria.
Refleja la riqueza de sus propietarios, ricos terratenientes o miembros de la aristocracia.
Se compone de una sola planta o dos a lo sumo y estaban dotadas de todo tipo de comodidades, entre las que no faltaban unas “termas”.
Las manifestaciones artísticas adquieren gran desarrollo en ese tipo de casas tanto en la rica articulación de espacios en torno a los patios porticados o galerías abiertas al paisaje, como en la ornamentación.
Se pavimentaban con mármoles, mosaicos y pinturas, y solían estar rodeadas de un jardín con fuentes y estanques.
En la península ibérica encontramos numerosos restos arqueológicos de villas romanas. Entre ellas, la “villa romana de la Olmeda” en Castilla y León, las “villas romanas de Toralla” en Vigo, las “villas romanas de Bruñel” en Jaén, las “villas romanas de Rótova” en Valencia, la “villa romana de Almenara-Puras” en Valladolid, la “villa romana de Cencelles” y la “villa de Els Munts” en Tarragona, la “villa Fortunatus” en Fraga (Huesca) o la “villa de Quintanilla de la Cueza” en Palencia.
La “Villa de la Olmeda”, en Pedrosa de la Vega (Palencia), era una explotación agrícola. La planta del conjunto residencial es cuadrada con cuatro torres en los extremos, las dos de la fachada norte son cuadradas y las dos de la fachada sur son octogonales. La casa se distribuye en torno a un patio rectangular porticado. Poseía termas propias, “frigidarium” y piscina.
Lo más destacable de la villa son la serie de “mosaicos” que cubren la mayor parte de las habitaciones y, en concreto, el de la gran sala de recepciones. La escena principal narra la historia del descubrimiento de Aquiles por Ulises en el “gineceo” de Licomedes, en la isla de Esciros.
La “Villa de Els Munts”, en Tarragona, es una gran vivienda residencial que pertenecía a los gobernadores romanos de “Tarraco”. Está situada en el campo y contaba con multitud de habitaciones, dependencias y patios porticados decorados con mosaicos y mármoles.
Posee, además, un conjunto termal privado, con vestuarios y piscinas de agua caliente y fría.
La “Villa de Bruñel, en Jaén, se concibió como una villa residencial frente a la Sierra de Quesada, aunque no estuvo desligada de actividades agropecuarias.
Destaca el atrio con “impluvium” y “peristilo” en torno al cual se distribuye la mayor parte de las habitaciones.
Se decoró con numerosos mosaicos, la mayor parte de ellos son composiciones geométricas con bandas de trenzas y combinaciones con medallones que encierran figuras humanas.
La “Villa romana de Almenara-Puras”, en Valladolid, es una lujosa residencia en la que se distinguen tres zonas: un patio central en torno al cual se distribuyen diversas habitaciones; adosado a este núcleo, otro conjunto de estancias alrededor de un “peristilo”; y, por último, al oeste las termas.
Estaba dotada de “hipocaustos”, que son complejos sistemas de calefacción, y bañeras.
La mayor parte de las estancias se pavimentan con mosaicos.
Entre todos destaca el mosaico figurado de la sala octogonal que representa el tema mitológico de Pegaso y las Ninfas.
La “Villa Fortunatus”, en Fraga (Huesca), es una villa de tipo rural, una villa rústica.
Presenta una estructura abierta a un gran patio, un “peristilo” rectangular y a través de él se accedía a las distintas dependencias de la villa.
Se pavimentó con mosaicos. En el patio, se colocó un “aquarium” decorado con frescos de tema marino, y un pozo de agua.
Disponía de calefacción subterránea y también de termas.
(Urbanismo romano. Arte España).
En Segovia también existe una villa romana, la “villa romana de Santa Lucía” en Aguilafuente.
Es una gran villa tardorromana que tuvo su esplendor hacia el siglo IV d. de C. y, al parecer, pervivió hasta bien entrado el siglo V d. de C.
Emplazada en una gran extensión de tierras para la agricultura y ganadería, tiene la característica de ser una “villa rústica”, aunque también cuenta con el confort de una residencia urbana, ya que posee sistemas de calefacción, el denominado “hypocaustum”, zona termal, así como cierto lujo y gusto estético, tras ver los pavimentos de mosaico o la decoración mural hallada.
Los mosaicos romanos aparecidos en estas excavaciones, entre 1968 y 1972, se encuentran depositados en el Museo Municipal –Aula Arqueológico. Destaca especialmente el que se encontraba en el centro de una gran sala cuadrangular: el “oecus”(gran sala de la casa romana que se encuentra normalmente entre el “atrium” y el “peristylum” y que solía hacer pareja con el “tablinum”), ya que aparecen en él cuatro caballos atados por parejas, y dos de los cuales aún conservan sus nombres, “Tagus” (Tajo) y “Evfrata” (Eufrates).
(Portal Oficial de Turismo de la Junta de Castilla y León).
Segovia, 25 de diciembre del 2021
Juan Barquilla Cadenas.