Luciano de Samosata (125 d. de C. -192 d. de C.) fue un escritor sirio en lengua griega, uno de los primeros humoristas, pertenecientes a la llamada “segunda sofística”.
Durante el siglo II d. de C. rápidamente se expanden las religiones mistéricas y el cristianismo.
La astrología, la brujería y la magia seducen a amplias capas sociales, honorables a la luz de la clásica visión del cosmos como viviente feliz, “zoón eudaimón” y la “sympatheia” entre todos los elementos cósmicos, tan arcaica como bien intelectualizada y espiritualizada por el estoicismo.
Las clases altas, por posición y cultura refractarias a las desmesuras, los misticismos y las supersticiones, adoran los valores áticos, la lucidez, el bien decir, la belleza del discurso: son el público que admira a los “rhetores”, los maestros de retórica, los grandes virtuosos del discurso, las figuras emblemáticas de la época.
En este entorno, florecen tres figuras únicas: el griego Plutarco de Queronea (m. h. 120 ), el africano Suetonio y el semita Luciano de Samosata (Siria h. 125 – h. 192).
Plutarco y Luciano se complementan como cara y cruz de una moneda, el lúcido sacerdote de Apolo (Plutarco), y el irónico, sarcástico, debelador de oropeles, pedanterías y lugares comunes (Luciano).
De Luciano aprendieron desde Apuleyo, su riguroso contemporáneo (ambos escribieron sobre “El asno”), hasta Erasmo, Rabelais, Quevedo, Fontenelle, Voltaire, pasando por las danzas de la muerte y los narradores de viajes inauditos (Bernat Metge, Jonathan Swift, Cervantes, hasta la típica novela picaresca española.
En Luciano, los más venerandos diálogos se inmergen en la atmósfera de la “Comedia nueva”.
(Luciano. Diálogos. Relatos verídicos. Traducción y notas de José Luis Navarro González y Andrés Espinosa Alarcón. Edit. Planeta DeAgostini).
La mayoría de los datos biográficos que se tienen de Luciano de Samosata son de fuentes inseguras, por lo que es difícil determinar su veracidad.
En el “Sueño” o “La vida de Luciano” dice haber sido aprendiz de escultor en el taller de un tío suyo, pero su torpeza manual le hizo dejar pronto ese aprendizaje.
Aunque su lengua natal fue el siriaco, un dialecto del arameo, pronto aprendió el griego ático tan a fondo que pudo parodiar a los tragediógrafos, a Platón y a diversos rétores, filósofos y religiosos, e incluso parodió el griego de Homero.
Ejerció de abogado en Antioquía, pero no estando acostumbrado a la vida sedentaria, se dedicó a la “sofística” y recorrió el Mediterráneo durante el reinado del emperador romano Marco Aurelio, ofreciendo conferencias por toda Grecia, Italia y la Galia que le fueron muy bien retribuidas; es muy posible que enseñara retórica en algún lugar del imperio romano.
Tras pasar unos años en Roma, donde fue amigo del filósofo platónico Nigrino (159), lo hallamos de nuevo en Antioquía en el año 163, y en el 165 se domicilió en Atenas, donde compró una casa e invitó a sus padres a vivir allí con él; permaneció diez años, y se cree que escribió entonces la mayor parte de sus obras, en dialecto ático muy puro.
Llevó a cabo lecturas de sus obras en ciudades helénicas como Éfeso y Corinto.
En el 167 asistió por cuarta vez a los “Juegos Olímpicos”, donde presenció el suicidio en la hoguera del filósofo cínico Peregrino Proteo, quien, expulsado de Roma por insolencia y subversión, había anunciado que se echaría a las llamas en Olimpia. Cumplió su palabra, tras declamar su propia oración fúnebre, arrojándose a la pira.
Esta acción no bastó para ganarle la simpatía de Luciano, que describe con desdén la autoinmolación en “Sobre la muerte de Peregrino”.
Debió casarse, ya que tuvo el menos un hijo al que alude en una ocasión.
En su obra “El pescador” se definió a sí mismo en estos términos:
“Odio a los impostores, pícaros, embusteros y soberbios y a toda la raza de los malvados, que son innumerables, como sabes… Pero conozco también a la perfección el arte contrario a éste, o sea, el que tiene por móvil el amor: amo la belleza, la verdad, la sencillez y cuanto merece ser amado. Sin embargo, hacia muy pocos debo poner en práctica tal arte, mientras que debo ejercer para con muchos el opuesto. Corro así el riesgo de ir olvidando uno por falta de ejercicio y de ir conociendo demasiado bien el otro”.
Hacia el año 175 volvió de nuevo a dar conferencias.
Su bien su afilado cálamo (pluma) le supuso muchos enemigos y, deseoso de asentarse y no depender tanto de sus conferencias, solicitó y obtuvo un empleo estable y bien remunerado en la administración romana de Egipto: asistente del gobernador para asuntos judiciales.
Quizás murió en Alejandría poco después de la muerte del emperador Cómmodo, en el año 192 d. de C.
No fue estrictamente ni filósofo ni sofista, sino sólo un hombre de letras.
Sin embargo, su postura es la de un “escéptico” integral y un antidogmático convencido, y si se apoya alguna vez en el “epicureísmo” es solamente por su hostilidad con la religión, y lo mismo ocurre con sus simpatías por el “cinismo”, que obedecen a su desprecio por cualquier forma de amaneramiento y falsedad.
La “Suda” bizantina lo despacha con una frase lapidaria: “blasfemo o maledicente, o por mejor decir, ateo”.
Luciano apreció la filosofía del cínico Menipo de Gádara y sobre todo del “ecléctico” Demonacte, cuya vida sencilla y humilde escribió y de quien, sin duda, fue discípulo. Asimismo, apreciaba sinceramente a Epicuro, de una de cuyas obras dejó escrito este encomio (elogio):
“Qué bendiciones crea ese libro para sus lectores y qué paz, tranquilidad y libertad engendra en ellos, liberándolos, como lo hace, de los terrores, apariciones y portentos, de vanas esperanzas y ansias extravagantes, desarrollando en ellos inteligencia y verdad, y verdaderamente purificando su comprensión, no con antorchas, cebollas albarranas y demás tonterías, sino con pensamiento directo, veracidad y franqueza”.
Luciano es uno de los mayores genios satíricos de la literatura universal.
Se conserva casi toda su obra en prosa, el “Corpus lucianeum”, alrededor de 82 opúsculos de temática muy variada entre los cuales acaso una decena son apócrifos o espurios.
Bastantes de las originales son obras retóricas ( “Elogio de la mosca”, “Elogio de la patria”, “Juicio de las vocales”) y a veces ronda la autobiografía ( “El sueño”, obra en la que relata su vocación por la retórica, y “El gallo”) y le tientan la historia (“Historia verdadera”, una de sus obras más famosas, en la que parodia y satiriza los escritos de historiadores como Heródoto en su tendencia a narrar lo maravilloso sacrificando la verdad; “Cómo debe escribirse la historia”, que adopta forma epistolar) o la filosofía ( “La pantomima”, “El pecador”), pero se le conoce fundamentalmente por una serie de desternillantes “diálogos” satíricos y morales (“Diálogos de los dioses”, “Diálogos de los muertos”, “Diálogos de las heteras (cortesanas)”, “Caronte el cínico”, “Prometeo”, “La asamblea de los dioses”, “El parásito” y “Anacarsis”, en los que desacredita todo tipo de creencia filosófica y religiosa; entre estas últimas no sólo figura la religión pagana, sino también la cristiana, que tenía cada vez más pujanza.
Su lucha contra la credulidad no deja de ser recurrente: el mundo está repleto de charlatanes y embaucadores, prestándose las personas a ser engañadas de continuo.
Luciano se constituye en algo así como el Voltaire del mundo antiguo, como lo denominó Engels.
(Wikipedia).
Aquí nos vamos a centrar en los “diálogos” y en concreto en algunos de los “diálogos de los muertos”.
Los denominados “Diálogos” de Luciano por antonomasia son: “Los Diálogos de los muertos”, los “Diálogos marinos”, los “Diálogos de los dioses” y los “Diálogos de las heteras”.
Se diría que Luciano ha querido criticar más que nunca el mundo entero: cielo – “Diálogo de los dioses”, tierra – “Diálogo de las heteras”, mar – “Diálogos marinos” – y el propio mundo del más allá- “Diálogos de los muertos”- son los escenarios en los que transcurre la acción imaginaria de esos diálogos.
Luciano presenta una auténtica cosmovisión integral en clave de humor que va de la sonrisa a la carcajada pasando por el siempre difícil e incomparable arte del esperpento.
En los “Diálogos de los muertos” asistimos a una trasposición y contaminación de los dos planos (realidad e irrealidad). La realidad, la vida, el “más acá” de un lado y la irrealidad, el Hades, el “más allá”, de otro.
Cuando la vida en el Hades se plantea como la vida en la tierra, no solamente está entrando en juego la imaginación del autor, sino que con los pies en la realidad conocida se ponen los ojos en la irrealidad desconocida que de algún modo se pretende hacer prolongación o mejor recreación de la realidad.
Cuando un personaje del mundo subterráneo lleva a cabo la operación contraria y se produce el encuentro entre quien viene de la muerte y quien va a ella, se realizan caricaturas de fantasía utópicas; el genio de Luciano llega entonces al cénit, cuando la realidad e irrealidad se mezclan y se caricaturizan desde una doble perspectiva. Porque, primero, hay que imaginar el Hades y presentarlo como algo real. Después, hay que seguir imaginando que los hombres al morir bajan a ese Hades recreado con la mentalidad que tenían en vida.
Para colmo, alguien – Menipo o Diógenes, generalmente está ya “adaptado” en su supuesta realidad cotidiana postmortuoria a la vida allí. Se producirá, pues, en un marco imaginado como una nueva realidad, un contraste entre quienes están en él como pez en el agua y quienes vienen del mundo de verdad con ideas y esquemas mentales que aquí (en el Hades) no funcionan y que están destinados al fracaso.
Y el lector, al tiempo que se ríe a mandíbula abierta, se ve obligado a reflexionar, por cuanto esa formidable y refinada técnica literaria se pone al servicio de una idea fundamental: no vale la pena afanarse en la vida, porque la muerte iguala a todos los hombres sin excepción.
(Luciano. Diálogos. Relatos verídicos. Traducción y notas de José Luis Navarro González y Andrés Espinosa Alarcón. Edit. Planeta DeAgostini).
1. Diálogo “Caronte y Menipo”
Caronte: En la mitología griega era el barquero del Hades, el encargado de guiar las sombras errantes de los difuntos recientes de un lado al otro del río Aqueronte donde estaba el Hades. Los difuntos debían llevar un óbolo (moneda) para pagar el viaje, razón por la cual en la Antigua Grecia los cadáveres se enterraban con una moneda debajo de la lengua, costumbre importada posteriormente en la Antigua Roma.
Aquellos que no podían pagar tenían que vagar cien años por las riberas del Aqueronte, tras los cuales Caronte accedía a llevarlos sin cobrar.
Menipo: (siglo IV – siglo III a. de C.) fue un filósofo de la escuela cínica y escritor griego. Se le considera habitualmente inventor de la clase de sátira denominada en su honor “sátira menipea”, escrita alternando verso y prosa. Aunque su doctrina se ha clasificado como cínica, presenta rasgos cercanos al hedonismo.
Hermes: Este dios era también el encargado de llevar las almas de los muertos a la otra vida. Y en ese sentido se le llamaba “Hermes psicopompo”.
(Wikipedia).
“Caronte: Paga, bribón, el importe del pasaje.
Menipo: Chilla, Caronte, si es que eso es lo que te gusta más.
Caronte: Paga te digo, por los servicios de porte que te he prestado.
Menipo: Mal podrías cobrar de quien no tiene.
Caronte: ¿Es que hay alguien que no tenga un óbolo?
Menipo: Si hay alguien, no lo sé, pero yo desde luego no lo tengo.
Caronte: Te voy a estrangular, por Plutón, sinvergüenza, si no me pagas.
Menipo: Pues yo te voy a partir el cráneo en dos golpeándote con mi palo.
Caronte: ¿Resulta entonces que has hecho de balde una travesía tan larga?
Menipo: Que te pague por mí Hermes, que es quien me entregó a ti.
Hermes: Pues apañado voy si tengo encima que pagar por los muertos.
Caronte: No voy a soltarte.
Menipo: Si es por eso, amarra la barca y aguarda, sólo que… ¿cómo podrías cobrar lo que no tengo?
Caronte: ¿Pero es que no sabías que tenías que traerlo?
Menipo: Lo sabía, pero es que no lo tenía. ¿Y qué?, ¿no debía morirme por ello?
Caronte: ¿Así que vas a presumir de ser el único que ha hecho de balde la travesía?
Menipo: De balde no, buen hombre, que achiqué el agua y te ayudé a mover el remo y además era el único de los pasajeros a bordo que no lloraba.
Caronte: Eso no tiene nada que ver con el importe del pasaje; el óbolo es lo que tienes que pagar; no hay más cáscaras.
Menipo: Entonces llévame de vuelta a la vida.
Caronte: ¡Qué cosas tan cachondas dices!, para que encima me sacuda Eaco (uno de los jueces del Hades).
Menipo: Entonces no me des más la lata.
Caronte: Enseña qué es lo que llevas en la alforja.
Menipo: Altramuces, ¿quieres?, y la cena de Hécate. (alusión a las ofrendas que se depositaban a los pies de las estatuas de Hécate en las encrucijadas de los caminos. Hécate fue asociada de diversas maneras con encrucijadas, caminos de entrada, luz, magia y brujería).
Caronte: ¿De dónde nos has traído, Hermes, al perro ese? ¡Qué manera de charlar durante la travesía sin parar de reírse y de tomar el pelo a todos los pasajeros sin excepción! Y venga a cantar él solo mientras los demás no paraban de lamentarse.
Hermes: ¿Ignoras, Caronte, a qué hombre has transportado en tu barca? Un hombre libre absolutamente; le importa un pito nadie. Es Menipo.
Caronte: Como te coja alguna vez.
Menipo: Si es que me coges, buen hombre, que desde luego dos veces no me podrías coger”.
2. Diálogo “Diógenes y Alejandro”
Diógenes: Fue un filósofo griego perteneciente a la escuela cínica.
Alejandro (Magno): Fue rey de Macedonia (desde el 336 a. de C.), hegemón de Grecia, faraón de Egipto (332 a. de C.), gran rey de Media y Persia (331 a. de C.) hasta la fecha de su muerte (323 a. de C.).
“Diógenes: ¿Cómo es esto, Alejandro? Has muerto también tú exactamente igual que todos nosotros.
Alejandro: Ya lo ves, Diógenes. Nada de extraño tiene que haya muerto dada mi condición de hombre.
Diógenes: ¿Así que mentía Amón al decir que era tu padre, siendo tú realmente hijo de Filipo?
Alejandro: De Filipo, más claro que el agua, pues si lo hubiera sido de Amón, no habría muerto.
Diógenes: Pues cosas parecidas se contaban de Olimpiade (su madre), que una serpiente tenía trato con ella y que la habían visto en su lecho, de resultas de lo cual habías sido engendrado tú, en tanto que Filipo resultaba engañado creyendo que era tu padre.
Alejandro: También yo oí esa versión, pero ahora estoy viendo que ni mi madre ni los profetas de los amonios decían nada saludable.
Diógenes: Sus embustes en cambio no te vinieron mal, Alejandro, para tus empresas, pues muchos se doblegaron creyéndote un dios; pero dime, ¿a quién has dejado un imperio tan inmenso?
Alejandro: No lo sé, Diógenes, pues no me dio tiempo a tomar medidas al respecto, excepto en este punto, al morir entregué el anillo a Perdicas (general macedonio). Mas … ¿de qué te ríes, Diógenes?
Diógenes: ¿De qué va a ser sino de acordarme de lo que hacían los griegos, adulándote luego de haber tomado el mando, eligiéndote baluarte y caudillo contra los bárbaros, sumándote alguno a los doce dioses, edificando templos en tu honor y haciéndote sacrificios en la idea de que eras hijo de una serpiente? Pero dime, ¿dónde te enterraron los macedonios?
Alejandro: Aún yazgo en Babilonia, por trigésimo día, pero Ptolomeo, mi escudero, me tiene prometido que, en cuanto se vea libre de los problemas que le van saliendo al paso, me trasladará a Egipto y me enterrará allí para convertirme en una de las divinidades egipcias.
Diógenes: ¿Cómo no voy a reir, Alejandro, al ver que hasta en el Hades no paras de decir sandeces, al tiempo que albergas la esperanza de llegar a ser Anubis u Osiris (dioses egipcios). De ningún modo esperes, divinísimo, que eso pueda llevarse a cabo, pues no es lícito que ninguno de los que han atravesado ya la Laguna (Estigia) y han penetrado en el interior, regresen arriba. Que ni Eaco se descuida ni a Cerbero (perro del Hades) se le burla así como así.
Me gustaría saber de tu boca ¿cómo te sienta cada vez que piensas cuánta felicidad dejaste sobre la faz de la tierra al llegar aquí: guardaespaldas, escuderos, sátrapas, oro en cantidad, pueblos a tus pies, Babilonia, Bactras, fieras enormes, honores, fama, el quedar destacado, estar en el punto de mira al avanzar a caballo con la cabeza ceñida de blanca diadema, bien engalanado con manto de púrpura?
¿No te aflige todo esto cada vez que te viene a la memoria? ¿Por qué lloras, necio? ¿Ni siquiera te enseñó esto el sabio Aristóteles, el no creer que es sólido lo que depara el azar?
Alejandro: ¿Sabio Aristóteles, que era el más rastrero de todos mis aduladores? Permíteme que sea yo el único que conozca la conducta de Aristóteles; cuántas cosas me pidió, qué recomendaciones me daba, cómo abusaba de mi alto aprecio por la cultura, halagándome y elogiándome unas veces por la belleza, como si eso formara parte de la virtud, otras por mis gestas y mi riqueza. Claro que él también pensaba que eran un bien, posiblemente para no sentir escrúpulos de participar en ellas. Un impostor y un maniobrero, Diógenes.
Y, a falta de otros, el único fruto que he sacado de su ciencia ha sido el afligirme por todos esos supuestos y enormes bienes que poco antes me enumeraste.
Diógenes: ¿Sabes lo que vas a hacer? Te voy a sugerir un remedio a tus cuitas. Dado que aquí no se cría el eléboro, con la boca bien abierta échate un buen trago del Leteo (río del olvido) y así una y varias veces. De ese modo por lo menos dejarás de dolerte de los bienes de Aristóteles.
Pero estoy viendo allí a Clito y a Calístenes (rivales de Alejandro, derrotados por él) y a otros muchos que avanzan hacia ti con intención de despedazarte y de vengarse de las afrentas que de ti recibieron. Así que lárgate a otra parte y bebe varios tragos, tal y como te he recetado”.
(Luciano. Diálogos. Relatos verídicos. Traducción y notas de José Luis Navarro González y Andrés Espinosa Alarcón. Edit. Planeta DeAgostini).
Segovia, 31 de julio del 2021
Juan Barquilla Cadenas.