EL ARCO DE TITO
Es un arco honorífico situado en la “Vía Sacra” justo al sureste del Foro, en Roma.
Fue construido hacia el año 80 d. de C. por el emperador romano Domiciano poco después de la muerte de su hermano mayor, Tito, para conmemorar las victorias de éste contra los judíos, con la toma de Jerusalén y la destrucción del templo de Jerusalén.
El arco de Tito ha proporcionado el modelo general para muchos “arcos triunfales” erigidos desde el siglo XVI, y es lo que inspiró el “Arco del Triunfo” en París.
En el imperio romano eran muy frecuentes los “arcos de triunfo”, que tenían un valor conmemorativo de la batalla ganada al enemigo y manifestación del poder imperial.
Oscar Martínez, en su obra “Umbrales. Un viaje por la cultura occidental a través de sus puertas”. Edit. Siruela, explica muy bien el arco de Tito, exponiendo en lo que consistía el “triunfo” y los elementos compositivos del arco de Tito en Roma.
“Arcos como el de Tito son el único vestigio que tenemos de una de las grandes celebraciones que tenían lugar en la antigua Roma: los “triunfos”.
Imaginemos cómo pudo ser asistir al comienzo de alguno de esos acontecimientos. El centro de la ciudad está absolutamente abarrotado y es casi imposible acercarse a las calles y vías por las que desfilará el enorme cortejo. Cientos de miles de personas han abandonado sus ocupaciones para poder contemplar la entrada del Ejército después de su última campaña victoriosa en las mismas fronteras del Imperio, allí donde el trigo y la vid dejan paso a bosques impenetrables, y ríos grises y profundos separan a la civilización de lo desconocido.
Después de discutir y casi pelear con un grupo de tracios que se negaban a dejarnos pasar, hemos conseguido auparnos a una carreta cargada de ánforas de vino desde la que tenemos una visión más que aceptable. Por fin, tras horas de espera y entre el humo y el hedor de los cientos de personas que nos rodean, los primeros prisioneros de guerra cruzan el umbral y penetran en el interior de la capital del mundo conocido.
En palabras de la historiadora británica Mary Beard, estos desfiles triunfales suponían la ostentación del éxito y el éxito de la ostentación.
Había pocas ocasiones en las que la antigua Roma exhibiera de manera más impúdica su poder y su grandeza.
Un “triunfo” era el máximo honor que podía conseguir un militar romano, tan sólo concedido después de victorias extraordinarias.
A lo largo del tiempo, el concepto del propio “triunfo” fue lógicamente variando a la par que la sociedad romana evolucionaba.
Así, los primeros “triunfos” de los que se tiene noticia, tras siglos de oscuridad y leyendas, tuvieron un carácter muy ligado a lo religioso y lo ritual, algo que, aunque nunca dejó de estar presente, sí que fue perdiendo importancia paulatinamente.
Los investigadores fechan a finales del siglo III a. de C. el primer cambio en la naturaleza de los “triunfos”.
Por aquel entonces tuvieron lugar las entradas triunfales de Claudio Marcelo y de Escipión el Africano, ocasiones en las que lo religioso fue dejando paso a una exaltación cada vez mayor de la personalidad del triunfador, de su familia y de su posición dentro de la sociedad romana.
Lo ritual se transformaba en individual, un proceso que iba a culminar dos siglos después con el reinado de Augusto. Fue éste quien decidió que el honor triunfal sólo podía corresponder a miembros de la familia imperial.
A pesar de los siglos, parece ser que algunas de sus características se mantuvieron estables a lo largo del tiempo, como si de esa forma se intentara conectar el poder imperial con los orígenes mismos de la dignidad romana.
El cortejo seguía normalmente un trayecto estable.
Desde el Circo Flaminio, situado al sur del Campo de Marte, el desfile entraba en el recinto sagrado de la ciudad por la “Porta triumphalis”. Desde allí pasaba por el Circo Máximo, recorría la “Vía Sacra”, entraba en el Foro romano y culminaba en la colina del Capitolio, lugar sagrado en el que se realizaban los últimos rituales ceremoniales con ofrendas a los dioses.
Solían abrir la comitiva los prisioneros de guerra capturados durante la campaña militar, momento en verdad esperado por todo el público asistente. Encadenados y sometidos al poder de Roma desfilaron por sus calles miles de cautivos, tanto célebres como anónimos, si bien eran los primeros los que lógicamente suscitaban un mayor interés. Caudillos, jefes y príncipes extranjeros caminaron entre la multitud durante los cientos de “triunfos” que se celebraron en la ciudad, algo que muchos enemigos de Roma veían como una humillación innecesaria e intentaron evitar a toda costa, incluso cuando el coste era la propia vida. De hecho, es posible que algunos adversarios célebres como Mitrídates o Cleopatra buscaran de forma voluntaria la muerte antes de arriesgarse a ser exhibidos como trofeos de guerra por las calles de la Ciudad Eterna.
Tras los prisioneros llegaba otro de los platos fuertes de todo triunfo: los botines de guerra. Armas, joyas y tesoros de todo tipo, pieles exóticas, obras de arte y estatuas.
Todo ello era transportado y exhibido ante los atónitos ojos de la ciudadanía de Roma y cuanto mayor hubiera sido la victoria militar, más extraordinarios eran los trofeos presentados por el triunfador.
Justo después desfilaban porteadores que mostraban grandes telas y cuadros con imágenes y representaciones de las batallas y los territorios conquistados, así como cartelas con los nombres de las ciudades y los pueblos derrotados.
De este modo, y, por extraño que pueda parecernos, un “triunfo” también era una ocasión para aprender geografía y conocer algo más del vasto imperio que Roma llegó a dominar.
Los senadores y magistrados de la ciudad eran los siguientes en aparecer en escena, seguidos por los “lictores”, un tipo especial de funcionarios que solía preceder a los cónsules y que portaban los “fasces”, formados por un haz de varas y un hacha.
Finalmente, tras los lictores y después de horas de espera, llegaba el gran momento de todo desfile con la aparición del general triunfador seguido de su Ejército desarmado, tal y como prescribía la tradición.
Pese a lo dicho, los “triunfos” eran algo más que ostentación y derroche. Es evidente que su fin principal acabó siendo la exaltación del general victorioso, el cónsul triunfante o el emperador ávido de atención, pero desde sus inicios tuvieron un carácter íntimamente ligado al concepto de “umbral”. Para los antiguos romanos, el Ejército y sus comandantes volvían de la guerra contaminados simbólicamente por la sangre derramada en combate. Esa mancha debía ser eliminada mediante rituales de purificación, ceremonias que estaban relacionadas con antiquísimos ritos de paso que hundían sus raíces en tiempos inmemoriales.
Algunos de estos cultos afirmaban que la purificación se lograba al traspasar un umbral sagrado, pues, al atravesar esa frontera entre dos espacios, la mancha quedaba borrada y la limpieza metafórica realizada.
Es más que probable que el umbral primitivo que purificaba al Ejército y a sus generales fuera la ya citada “Porta triumphalis”, pero lo cierto es que, a partir de comienzos del siglo II a. de C., los triunfadores comenzaron a levantar arcos de madera que reforzaban el carácter simbólico del paso del umbral, a la vez que aumentaba su fama y su prestigio. Nada queda de aquellas arquitecturas efímeras generalmente construidas en madera y yeso, pero, con la llegada de la época imperial, los gobernantes comenzaron a encargar sus arcos triunfales en piedra.
Buscaban de ese modo una última victoria. Aspiraban así al éxito más complicado, a la victoria frente al tiempo y la muerte.
Algunos lo consiguieron: sus historias y sus arcos atravesaron los siglos hasta llegar a nuestro tiempo.
Uno de esos triunfadores por partida doble fue, sin duda, el emperador Tito Flavio Vespasiano. Hijo del también emperador Vespasiano Augusto, murió a los 41 años, tan sólo dos después que su padre, por lo que su reinado fue muy breve. De hecho, ni siquiera tuvo tiempo de construir el arco. La inscripción que lo corona se refiere a Tito como “divino”, lo que indica que ya había fallecido cuando se levantó el arco y que éste debió ser encargado por su hermano y sucesor, Domiciano.
Lo que sí es seguro es que la construcción conmemora la victoria de Vespasiano y Tito contra los judíos y el posterior desfile triunfal realizado en Roma para celebrar la campaña militar.
También es cierto que el arco de Tito es uno de los mejores documentos para conocer cómo fueron esos desfiles conmemorativos, gracias sobre todo a sus extraordinarios “relieves”.
Estos consistían en dos grandes paneles colocados en el interior de las jambas y un pequeño cuadro situado justo en lo más alto del “intradós” del propio arco. Los paneles laterales muestran dos momentos concretos del cortejo triunfal que se celebró en Roma, mientras que la escena de la cúspide representa una imagen simbólica relacionada con la inmortalidad y el propio triunfo sobre el tiempo y la caducidad de la vida.
Los botines de la guerra contra los judíos son los protagonistas del relieve del lado sur del arco.
A pesar del mordisco implacable de los siglos, aún son perfectamente visibles los porteadores con los frutos del pillaje y el saqueo del Templo de Jerusalén, mítico edificio que fue destruido por las tropas de Tito en el año 70 d. de C. y que jamás sería reconstruido. Entre los tesoros arrebatados a los judíos destacan las trompetas de plata y la “menorá”, el candelabro de siete brazos y reliquia fundamental de la cultura hebrea, que se conservaba frente al “sancta sanctorum” del templo de Salomón.
Los soldados romanos también parecen transportar lo que podría ser una mesa, quién sabe si la mítica Tabla o Espejo de Salomón sobre la que el rey judío habría escrito las mismísimas leyes de la creación y el “Shem ha-Mephorash”, el verdadero nombre de Dios.
El gran protagonista del otro panel es el propio Tito. Montado en su cuadriga de caballos blancos, lo vemos desfilar tras sus lictores, a los que imaginamos vestidos de rojo y enarbolando las “fasces” mientras lanzan vítores y cánticos.
Se trataba, sin duda, del gran momento del desfile triunfal. El militar triunfante aparecía ante la ciudad como si de un auténtico dios se tratara. Con la cara pintada de rojo, coronado con una guirnalda (corona) de laurel, vestido de púrpura y oro y llevando un cetro de marfil, Tito debió de aparecerse ante sus súbditos como una verdadera personificación de Júpiter Capitolino.
La metamorfosis (transformación) era de tal calibre que, en época republicana y antes de que la familia imperial se hiciera con la exclusividad de los triunfos, el temor a que el militar triunfante acabase siendo víctima de su propio “ego”, hizo que se establecieran una serie de normas de comportamiento y de rituales simbólicos.
Los militares que gozaban del honor del “triunfo” debían comportarse con humildad, y sus soldados tenían permitido mofarse de ellos, realizar comentarios humorísticos e incluso insultarlos y dirigirles gestos obscenos. Además, la cuadriga solía decorarse con amuletos que ahuyentaban la envidia del público y del resto de la ciudad, amuletos con formas fálicas y sexuales y similares al Príapo itifálico de la casa de los Vettii (en Pompeya).
Por último, algunas fuentes afirman que un esclavo vestido como si de una victoria alada se tratara y situado tras el militar triunfante iba susurrándole al oído frases tales como “recuerda que eres mortal”.
Sin embargo, Tito no debió escuchar a ningún esclavo taladrándole el tímpano con ninguna letanía. En su condición de miembro de la familia imperial y futuro emperador no tuvo que poner límites a la magnificencia de su “triunfo”, y es muy dudoso que permitiera que sus soldados lo insultaran o se burlaran de él.
De hecho, el último de los “relieves” del arco nos lo muestra como una verdadera divinidad que es elevada a los cielos a lomos de un águila.
La “apoteosis” (transformación en divinidad) se había consumado finalmente. El cuerpo se había transformado en espíritu para vencer definitivamente a la muerte y al paso irremediable del tiempo”.
(Oscar Martínez. Umbrales. Un viaje por la cultura occidental a través de sus puertas. Edit. Siruela.)
Segovia, 1 de mayo del 2022
Juan Barquilla Cadenas.