LOS FILÓSOFOS “CÍNICOS”: DIÓGENES DE SÍNOPE
Bajo el emblema del perro (kúon) símbolo para los griegos de la total desvergüenza, el cínico se proclamaba seguidor fiel de la naturaleza (physis) y sus instintos, y liberado de cualquier sumisión a toda institución o ley (nómos) convencional o local.
Se mofaba de las vanas penas y preocupaciones ajenas y escandalizaba a los más pacatos y necios.
Predicaba la autosuficiencia, la franqueza de palabra, la austeridad extrema, y la desvergüenza radical como el camino más corto para alcanzar la tranquilidad de ánimo y la vida feliz.
Sólo así puede el sabio reírse de los vaivenes de la Fortuna, sólo así se ve exento de penas, pasiones molestas y compromisos encadenantes.
Cosmopolita, desarraigado, pobre y a sus anchas en cualquier lugar, va y viene el cínico con un mínimo equipaje, un tosco manto, un bastón de caminante y una alforja ligera, suficiente a sí mismo, ascético imperturbable y dichoso en su espléndida libertad y su colmada independencia.
Así se configuró en la antigüedad el paradigma del sabio cínico, cuyo ejemplo inaugural fue Diógenes de Sínope.
Los muchos “kynikoi” que, primero en las ágoras soleadas de la Hélade, y luego en muchas otras plazas, calles y ciudades del imperio romano, dieron testimonio de esa austera y ácida sabiduría práctica, con su mínimo atuendo, sus hirsutas barbas, mordaces y mendicantes, imitaban al implacable Diógenes.
Diógenes fue un personaje histórico. Pero en mucha mayor medida, su figura se fue perfilando como un personaje literario, el auténtico fundador de la secta, el paradigma del cinismo.
En Antístenes, discípulo y amigo de Sócrates, se encuentran las líneas fundamentales de la ética cínica, pero no vive aún con la audaz desvergüenza del buen cínico. Y la unión de teoría y vida parece decisiva para el caso.
Porque, como en otras escuelas helenísticas, como entre los epicúreos y los estoicos, el valor de la doctrina se constata por su finalidad práctica y su realización en la propia existencia personal.
Todas estas filosofías helenísticas pretenden mostrar un camino hacia la felicidad individual, desligadas de las trabas de una sociedad alienada y alienante.
El cinismo responde al mismo malestar y descontento que otras doctrinas, pero resulta más tajante y subversivo.
El cinismo se muestra como un modo de vida (bíos), pero también como un estilo de pensar y expresarse (un trópos ).
Vida y estilo que iban unidos en el caso ejemplar de Diógenes, pero que luego puede disociarse en sus seguidores.
Son muchos los que llevan el manto áspero y el mínimo zurrón del cínico, pero pocos tienen la agudeza de palabra y humor mordaz del viejo maestro, es decir, de Diógenes.
Ese estilo y humor cínico se encuentra, en cambio, adoptado por algunos escritores que lo utilizan para expresar su propia y ácida visión de la sociedad y la cultura, como es el caso de Menipo y de Luciano, dos maestros de la sátira y la parodia.
No se trata ya de practicar la ascética vida del cínico, sin patria ni hogar ni profesión ni dinero, sino de mantener en sus escritos una óptica desenfadada y crítica, subversiva y despiadada, expresada en el troquel de los nuevos géneros literarios ligados a ella.
R. Bracht Branham : … “De hecho, ningún otro movimiento filosófico de la antigüedad ha tenido consecuencias de tanto alcance en la literatura o ha extendido su influencia tan lejos en el ámbito del discurso escrito”.
El estilo cínico se refleja en nuevos moldes expresivos, que no tienen la formalidad de los antiguos.
La parodia, la sátira, la diatriba, el diálogo cómico, la anécdota y el chiste (chreia), la sentencia (gnome), permiten la expresión de ese humor característico y consiguen un efecto inmediato, muchas veces de alcance popular.
La escritura cínica se expresa en formas literarias que evitan la seriedad, y frecuentan la ironía y el sarcasmo.
La sátira es un producto de raigambre cínica. Lo es también el viaje fantástico (a un mundo utópico o al fúnebre Hades), que recoge y distorsiona en plan lúdico motivos de la comedia y los antiguos relatos míticos.
Y, sobre todo, lo es la anécdota y el chiste, lo que suele denominarse como la “chreia”.
Platón llama a Diógenes “Sócrates enloquecido”.
H. Niehues- Pröbsting subraya la pervivencia del cinismo en algunos pensadores ilustrados, y, sobre todo, en Nietzsche. (“Después de Diderot, Nietzsche representó la etapa más importante en la historia de la recepción del cinismo filosófico que acabó llevando al concepto moderno del cinismo como actitud”).
Nietzsche aprecia en los cínicos su audacia en la rebelión ideológica, pero sobre todo su soltura en la expresión de su actitud subversiva.
Pueden considerarse tendencias del cinismo moderno: el alejamiento de la esfera pública, el movimiento ecológico, la nueva sensualidad y la toma de conciencia del cuerpo, el feminismo, etc.
La larga sombra del viejo cinismo puede percibirse sobre esos movimientos actuales de protesta y ruptura, que con un estilo también agresivo e irreverente claman contra lo establecido y se proponen también “paracharattein to nómisma”, “reacuñar de nuevo las convenciones” e “invalidar la moneda en curso”. Si presentan un acento revolucionario que no estaba en el cinismo antiguo, sin duda más individualista, mantienen un talante desvergonzado y subversivo que recuerda la rebeldía de los filósofos perrunos (cínicos).
(Carlos García Gual. A modo de prólogo al libro “Los cínicos”, de Branham y Goulet-Cazé.Edit. Ariel).
Se puede argumentar que el cinismo fue la rama más original e influyente de la tradición socrática en la antigüedad.
Curiosamente, los cínicos permanecieron todavía en la sombra hasta 1975, más o menos condenados a la marginación fuera de las escuelas canónicas de filosofía.
Para Hegel “no hay nada de particular que decir de los cínicos, pues tienen poquísima filosofía, y la que tuvieron no la estructuraron en un sistema científico”.
Hoy en día el cinismo, por fin, se le considera un movimiento filosófico y cultural de interés perdurable.
Ciertamente, la figura de Diógenes puede parecernos remota con su báculo, su zurrón y su manto andrajoso. Aun así, el movimiento cínico no sólo duró casi un milenio en la antigüedad, sino que generó una notable variedad de formas literarias que sobrevivirían a la cultura clásica.
La “sátira menipea” es probablemente el género cínico más familiar, pero en la antigüedad los cínicos eran conocidos por sus innovadoras formas de parodia, sátira, diálogo y aforismo.
Además, como demuestra Heinrich Niehues- Pröbsting y Daniel Kinney en sus trabajos, el cinismo fue también una preocupación filosófica central para pensadores diferentes como los humanistas del Renacimiento, Wieland, Rouseau, Diderot y Nietzsche.
La filosofía no fue tanto una materia que se impartiera en clases o conferencias como una mímesis: la imitación activa de figuras ejemplares.
El origen de la palabra “cínico”, literalmente “perruno” tiene dos etimologías.
Según una de ellas, la palabra proviene del gimnasio donde Antístenes acostumbraba enseñar, gimnasio llamado de “Cinosarges”, y dedicado a Heracles (que habría de convertirse en un legendario protocínico).
La segunda etimología es mucho más plausible: remite a una chanza que comparaba a Diógenes (o a Antístenes) con un perro ( κύων), cabe suponer que debido a su modo de vida perruno, o sea “cínico”,
Así pues, los cínicos fueron bautizados así no sólo por ser francos y directos (por “ladrar” y “menear el rabo”) o por su habilidad para distinguir entre amigos y enemigos (en este caso, los capaces de filosofar frente a los incapaces), sino ante todo, por su manera de vivir en público como los perros, “desvergonzadamente indiferentes” a las normas sociales enraizadas.
Su deliberado rechazo de la vergüenza, piedra angular de la moral tradicional griega, les permitió adoptar modos de vida que escandalizaban a su sociedad pero que ellos consideraban “naturales”.
Su radical idea de libertad – “utilizar cualquier lugar para cualquier propósito” (Diógenes Laercio 6, 22).
Hay que distinguir dos fases de este movimiento:
1. El cinismo primitivo (siglos IV y III a. de C.).
2. Su recepción en el imperio romano (desde el siglo I d. de C. hasta la antigüedad tardía).
La primera de estas dos fases tuvo por escenario Grecia, mientras que la segunda se desarrolló en las grandes ciudades del imperio romano: Roma, Alejandría y Constantinopla.
En la “época helenística” con la decadencia de la “polis” (ciudad-estado) como referente principal de la vida social, cada individuo se sintió impulsado a asegurar su propia felicidad en un mundo en el que no resultaba infrecuente verse exiliado, caer en poder de los piratas o ser vendido como esclavo, según los caprichos de la fortuna (Týche).
Desde este punto de vista, el cinismo se concibió como una respuesta a esa búsqueda de la felicidad, por la que los griegos de aquella época incierta estaban casi obsesionados.
En consecuencia, el cinismo ofrecía a la sociedad helenística una práctica (téchne) moral sistemática capaz de guiar al individuo hacia la felicidad y liberarlo de la angustia.
Si, además, el cinismo suscita hoy un vivo y renovado interés, y un autor como Sloterdijk tiene un éxito extraordinario cuando insta a sus contemporáneos a abandonar el “cinismo” (Zynismus) moderno para regresar al “cinismo” (Kynismus) antiguo, ¿no se deberá a que nuestra sofisticada civilización, invadida por artilugios y esclava de las apariencias, ansía reaprender el significado de términos como “felicidad”, “simplicidad”, “libertad” y “autonomía”?
Dice José Ferrater Mora en su “Diccionario de Filosofía” que “el sentido peyorativo que adquirió la palabra “cínicos” muy posteriormente se debe, en gran parte, al desprecio en que tenían los cínicos las convenciones sociales, y en parte a los adversarios de la escuela, sobre todo desde que algunos de sus “miembros” abandonaron el rasgo ascético y se inclinaron al hedonismo”.
Pero, en general, el cínico era estimado como el hombre a quien las cosas del mundo eran indiferentes.
Epicteto llega a decir que es difícil ser un cínico, y Juliano el Apóstata establecía una distinción entre los verdaderos cínicos, “a quienes hay que imitar”, y los falsos cínicos, “a quienes hay que combatir “.
En la antigüedad se consideraba a Antístenes (ca. 445 – 366 a. de C.) el fundador del cinismo. Éste se convirtió en rétor (profesor de oratoria) antes de ser compañero asiduo de Sócrates. Fue uno de los pocos seguidores de Sócrates que presenciaron su muerte.
Probablemente resulte más adecuado considerarle un importante precursor del cinismo, cuyas enseñanzas tanto las transmitidas por tradición oral como las contenidas en sus escritos, aportaron a la práctica de Diógenes cierta base teórica. Particular relevancia tendrían sus creencias en la virtud.
Si, como muchos creen, Jenofonte sigue a Antístenes en su retrato de Sócrates, Antístenes debió hacer hincapié especialmente en el “autodominio” (egkrateia) de Sócrates.
En su “Simposio” (4, 34-44), Jenofonte presenta a Antístenes quitando importancia a la riqueza para gozar de la felicidad e incluso propugnando la pobreza, lo que ciertamente tiene resonancias cínicas.
Diógenes Laercio (6,15) dice que Antístenes proporcionó a Crates (otro filósofo cínico) el modelo de “autodominio” y a Diógenes de Sínope el de “imperturbabilidad” (apatheia), que aprendió imitando a Sócrates, con lo que se inició el modo de vida cínico.
Cualquiera que fuese su relación con Antístenes, Diógenes de Sínope (412/403 – 324/321 a. de C.) personificó el paradigma del cínico de la antigüedad.
Su vida, sus escritos perdidos y sus enseñanzas orales se entremezclan en una tradición que presenta al menos dos vertientes: una biográfica, transmitida por la obra “Las vidas y sentencias de los más ilustres filósofos”, de Diógenes Laercio; y el retrato más abiertamente literario, de Diógenes a cargo de autores de época imperial, como Luciano y Dión Crisóstomo.
Pero faltan las extensas fuentes contemporáneas de que disponemos, por ejemplo, para Sócrates en la obra de Platón y Jenofonte.
De acuerdo con Diógenes Laercio, Diógenes de Sínope era hijo del banquero Hicesias, y fue desterrado de Sínope (en la costa meridional del mar Negro) por invalidar monedas de la ciudad.
“Invalidar la moneda en curso” – la razón de que el filósofo fuera desterrado- iba a convertirse en una metáfora central de la actividad filosófica de Diógenes: rechazar la falsa moneda de la sabiduría convencional para dejar paso a la auténtica vida cínica.
Las ideas centrales del cinismo de Diógenes son:
1. La naturaleza aporta una norma ética observable en los animales y deducible de comparaciones entre culturas.
2. Puesto que la sociedad griega contemporánea (y por extensión cualquier sociedad existente) se halla en conflicto con la naturaleza, sus valores más fundamentales (por ejemplo, en religión, política, ética, etc.) no sólo son falsos sino contraproducentes.
3. Los seres humanos sólo pueden ajustarse a su naturaleza y, por lo mismo, alcanzar la felicidad adoptando una rigurosa disciplina (askesis) de entrenamiento corporal y actos ejemplares encaminados a prepararlos para las condiciones reales de la vida humana, a saber, todas las enfermedades de las que la carne mortal es heredera.
4. La finalidad de la “disciplina” cínica (askesis) consiste en promover los atributos esenciales de una vida feliz, que son la libertad y la autosuficiencia (autarqueia).
5. La libertad cínica es “negativa” en el sentido de Isaiah Berlin – “libertad de” más que “libertad para”-, pero también es activa, tal como se expresa en la metáfora de “invalidar” la tradición (mediante la parodia y la sátira) y en actos provocativos de libre expresión dirigidos a subvertir las autoridades existentes (por ejemplo, Platón, Alejandro Magno).
Es muy conocida la anécdota de Alejandro Magno, que antes de partir a la conquista de Asia, se detuvo en Corinto y pidió conocer al “filósofo” (Diógenes). El joven macedonio quedó asombrado con Diógenes, pues no se parecía a ningún sabio que hubiera conocido o imaginado nunca: dormía en una tinaja y se rodeaba las veinticuatro horas del día por una jauría de perros.
Alejandro le preguntó si podía hacer algo para mejorar su situación. “Sí, apártate que me estás tapando el sol” contestó de malas maneras al que era ya dueño de Grecia.
Pero Alejandro Magno no sólo aceptó el desplante, sino que le mostró su máxima admiración diciendo: “De no ser Alejandro, yo habría deseado ser Diógenes”.
Respecto a Platón, resulta significativo que aparezca con mucha mayor frecuencia que otros filósofos en las anécdotas a propósito de Diógenes:
Una vez, después de que el padre de la metafísica (Platón) expusiera su teoría de las “formas” recurriendo a conceptos como “idea de mesa” e “idea de copa”, Diógenes replicó: “Platón, yo veo una mesa y una copa, pero tu “idea de mesa” y tu “idea de copa” no las veo de ninguna manera” ( D. L. 6, 53).
En una ocasión en que Platón desplegó su pregonado método de reunión y división para definir al hombre como un “bípedo implume”, Diógenes presentó un pollo desplumado como contraejemplo, diciendo: “¡He aquí el hombre de Platón!” (D. L. 6,40).
Siempre desaconseja las exposiciones de Platón (diatribé) como una pérdida de tiempo ( katatribé) ( D. L. 6,40), o ridiculiza al filósofo por adular al tirano Dionisio ( D.L. 6,58).
Cuando un exilio lo llevó a Atenas, Diógenes había tratado, en un principio, de acondicionar una casa para vivir en ella, como hubiera hecho cualquiera. Sólo cuando la casa no llega a materializarse improvisa la idea de vivir en un “pithos” (una tinaja), como un perro (D. L. 6,23).
El Diógenes de la tradición es, desde luego, perfectamente consciente de su situación como contrario a las normas.
Una vez trataba de entrar en un teatro cuando el público lo estaba abandonando. Le preguntaron por qué lo hacía y Diógenes respondió con toda naturalidad “Es lo que yo practico [epitedeuo] durante toda mi vida” (D. L. 6,64).
Hay muchas anécdotas sobre Diógenes.
Séneca en su obra “Cartas a Lucilio” (90,14) dice: “¿Cómo, te pregunto, puede ser compatible tu admiración por Diógenes y por Dédalo? ¿Cuál de estos dos te parece un hombre sabio: el que inventó la sierra (Dédalo), o el que, al ver a un muchacho beber agua en el hueco de su mano, se apresuró a sacar la copa que llevaba en su zurrón y a romperla, recriminándose a sí mismo con estas palabras: “Qué necio era acarreando todo el tiempo un equipaje superfluo”, y se acurrucó en su tonel y se durmió”?
Se dice que vivía en una tinaja y que de día caminaba por las calles con un farol encendido diciendo que “buscaba hombres (honestos)”.
El cínico más influyente de la antigüedad fue, después de Diógenes, Crates de Tebas (368/365 -288/285 a. de C.), un rico terrateniente, lo opuesto a Diógenes que era desterrado y pobre.
Su matrimonio cínico (kunogamia), basado tan sólo en el consentimiento mutuo, era congruente con los puntos de vista de Diógenes, pero se enfrentaba radicalmente a la costumbre griega.
Según la tradición Hiparquia (su esposa) adoptó la sencilla indumentaria de Diógenes- un manto basto (sin chitón), zurrón y báculo – y vivió en términos de igualdad con su marido, dedicada a asuntos usualmente reservados a los hombres, y defendiendo con éxito su decisión de entregarse a la filosofía y no a tejer.
Crates e Hiparquia también se hicieron famosos por vivir y dormir juntos en lugares públicos, cínicamente indiferentes a la vergüenza y a la opinión pública.
Fue Crates quien describió los frutos de la filosofía como “una medida de habas y la ausencia de preocupaciones”.
Se llamaba a sí mismo “conciudadano de Diógenes”.
Parece que vendió todas sus posesiones y repartió las ganancias entre sus conciudadanos, abrazando así la pobreza, como ya hiciera Diógenes. (D. L. 6, 87).
Sus fragmentos denotan una perspectiva satírica (o a medias seria y cómica): “Acostumbraba decir que deberíamos estudiar filosofía hasta que consideráramos a los generales como meros conductores de asnos”. (D. L. 6, 82).
Crates fue una de las figuras literarias más influyentes del siglo IV a. de C., y sus escritos contribuyeron en gran medida a extender la ideología cínica y a fijar la “parodia” como el modo característico de los cínicos para “invalidar la tradición”.
Menipo de Gádara (primera mitad del siglo III a. de C.) es el más famoso cínico de la antigüedad después de Antístenes y Crates.
Se le atribuye la invención de la “sátira menipea”, una forma que parodia tanto el mito como la filosofía.
Las imitaciones y adaptaciones de su obra por Varrón (116 -26 a.de C.) y Luciano (en “Icaromenipo”, en “Menipo” y en los “Diálogos de los muertos”) dieron a las formas menipeas una larga e influyente posteridad en la antigüedad y en el Renacimiento, haciendo del cinismo una de las fuentes primarias de la literatura satírica en Europa.
Bión de Borístenes (325 -245 a. de C.) también desempeñó un papel importante en el cinismo primitivo, particularmente en el ámbito de la literatura.
Probablemente Bión dio origen a la forma literaria de la “diatriba”, un monólogo de debate con interlocutores imaginarios, que constituyó un modelo importante para los satíricos y los ensayistas de época imperial.
También merecen destacarse en este contexto los primitivos estoicos, cuyo pensamiento se desarrolló a partir de un diálogo con el cinismo, incluyendo entre aquellos al fundador de la escuela, Zenón de Citio (ca. 332 -261 a. de C.), convertido al cinismo por Crates antes de elaborar su propio sistema; y a su influyente alumno Aristón de Quíos.
Esta breve panorámica sirve para subrayar la importancia de la actividad literaria de los primeros cínicos.
Los cínicos repudiaban toda cultura intelectual (paideia).
Desdeñaban las disciplinas intelectuales, como la música, la geometría y la astronomía, que juzgaban desprovistas de utilidad e innecesarias. Desde su punto de vista, tales empeños teóricos distraían a la humanidad del estudio que le es propio: el ser humano (anthropos).
El propósito de Diógenes era demostrar con su propio ejemplo la superioridad de la naturaleza sobre la costumbre y dedicó toda su vida a tratar de “invalidar” los falsos valores de la cultura dominante.
En política, frente a la “polis” (ciudad-estado) Diógenes predicaba el “cosmopolitismo”, declarándose a sí mismo “sin ciudad” (a-polis), “sin hogar” ( a-oikos) y “ciudadano del universo” (kosmopolites).
Diógenes animaba a la gente a abstenerse de todo compromiso político que, al igual que la familia o las obligaciones sociales, pudieran constituir un obstáculo para la libertad individual.
Tampoco sentían interés por las cuestiones religiosas, y consideraban a Dios un mero punto de referencia teórico.
En general, cabe decir que su actitud hacia la religión era escéptica o agnóstica: preferían no enjuiciar asuntos que superaban su comprensión.
Se negaban a vivir en el temor constante a los dioses y a los castigos del Hades. Por eso, además, envidiaban a los animales, a los que consideraban felices por su carencia de cualquier idea de un dios que premiara o castigara.
Semejantes puntos de vista, combinados con mordaces críticas al antropomorfismo, los misterios, las plegarias, la interpretación de los sueños, las purificaciones rituales y otras instituciones religiosas, apuntaban directamente contra la ideología religiosa tradicional.
Los cínicos, siguiendo los pasos de Sócrates, adoptaron una decidida orientación ética.
Para los cínicos lo que importaba era vivir bien para ser feliz.
Según la definición dada por Diógenes Laercio, “la finalidad (del cinismo) consiste en vivir de acuerdo con la virtud”.
Se ha sugerido que esta formulación tuvo su origen en el estoico Apolodoro de Seleucia a quien debemos la famosa definición del cinismo como “un atajo hacia la virtud”.
Cuando a Diógenes le preguntaron qué provecho obtenía de la filosofía, respondió: “Esto, si no otra cosa: estar preparado para cualquier tipo de suerte”, o “ser rico aunque no disponga de un solo óbolo”.
Para conseguir la felicidad, Diógenes y sus sucesores insistían en la importancia de los actos en oposición a las palabras. Su divisa pudo ser “Buen vivir en vez de buen hablar”.
La disciplina (askesis) del filósofo cínico, lo mismo que la del atleta era algo muy concreto. La única diferencia consistía en el “telos” (finalidad) de ese entrenamiento: mientras que el atleta adiestraba su cuerpo con vistas a la victoria en el estadio, el cínico se formaba para fortificar su voluntad y asegurar su capacidad de resistencia.
Diógenes advertía contra el sufrimiento inútil exigido por la costumbre social, la familia, el negocio o la política, y que no merecía la pena.
Diógenes se instruía en luchar contra adversarios existenciales como el exilio, la pobreza, el hambre y la muerte.
Para alcanzar ese estado mental, los cínicos se exhortaban a sí mismos y a los demás a llevar una vida acorde con la naturaleza (κατὰ φύσιν).
Alguien “entrenado” para beber agua, dormir en el suelo y comer y vestirse con sencillez y a exponerse al calor o al frío de las estaciones, sabía responder con serenidad a los ataques de la Fortuna.
La ley de la “askesis” cínica era simple. Consistía en vivir en la pobreza y en satisfacer sólo las necesidades naturales de uno.
De esta manera, el cínico buscaba liberarse de la agitación emocional (apatheia) y perseguir la independencia respecto al mundo exterior.
Para los cínicos los principales impedimentos para la felicidad son los falsos juicios de valor, junto con los trastornos emocionales y el carácter vicioso que dimana de esos juicios falsos.
En un pasaje del “Simposio” de Jenofonte, Antístenes señala que, aun no teniendo un céntimo, presume de su riqueza. La verdadera riqueza o pobreza radica en las almas de las gentes. Observa a personas convencionalmente ricas, pero patológicamente insatisfechas de sus posesiones.
En lo que se refiere a él, tiene lo suficiente para cubrir todas sus necesidades corporales básicas, y como no es exigente, siempre puede encontrar alguna mujer bien dispuesta si le apetece mantener relaciones sexuales.
Para la diversión, en lugar de adquirir cosas caras, busca en los recursos de su alma. Anticipándose a Epicuro, dice que procura más placer saciar el apetito cuando se está de veras hambriento o sediento que cuando no se tiene necesidad.
Semejante frugalidad genera honradez y conformidad.
En su contexto histórico, su elogio de la pobreza es revolucionario.
También encaja bien con dos tesis que generalmente se le atribuyen: “La virtud pertenece a las acciones y no necesita complejas teorías o lecciones. Y “la virtud basta para la felicidad, puesto que la virtud no necesita nada aparte de la fuerza socrática”.
La característica más notable de Sócrates en los escritos de Jenofonte es la “egkrateia”, el “autodominio”, entendiendo por tal el de cuerpo y mente. Es muy probable que Jenofonte estuviera, sobre todo, influido en esto por Antístenes.
El énfasis en el endurecimiento corporal es una característica cínica. Concuerda con la noción de que uno será tanto más feliz cuanto menos dependa de circunstancias externas.
Una buena condición física ayuda a establecer un flujo regular de “impresiones mentales” que facilita los actos virtuosos.
El estoico Apolodoro (siglo II a. de C.) consideraba el cinismo un atajo hacia la virtud.
Tal vez el cinismo conduzca a la virtud con rapidez, porque si realmente uno puede vivir la vida de los cínicos – si uno puede dominar sus pasiones, no temer las contingencias como algo capaz de perturbar la fuerza mental- se habría adquirido o bosquejado un carácter virtuoso, tal como lo concebían los cínicos.
Diógenes invoca la conducta animal para ilustrar la superioridad de lo natural sobre lo convencional.
Los seres humanos son animales y como tales comparten muchas características con ellos. Los animales, al vivir su existencia natural, atienden a sus necesidades de manera efectiva, y carecen de necesidades que no puedan satisfacer, pues se las marca la misma naturaleza.
La naturaleza humana, esencialmente racional, requiere un adiestramiento riguroso para alcanzar la autosuficiencia, que es la condición adecuada para todo animal.
Aceptaba el apodo de “perro” ( κύων) como símbolo de su carencia de vergüenza (anaideia), la cualidad opuesta, “aidós” (vergüenza), estaba consagrada por la tradición como una característica necesaria de la vida civilizada.
Diógenes fue el único filósofo antiguo o moderno al que vemos comer, masturbarse, orinar, expectorar y defecar en público.
Se hizo famoso por decir, a propósito de su hábito continuado de masturbarse en público: “Sólo quisiera poder saciar el hambre frotándome el vientre” (D. L. 6,69).
La contrapartida positiva del impudor cínico se resume en la consigna “libertad de discurso” (parrhesía). Tras reducir todas las normas a las que uno debía atenerse a los dictados por la naturaleza, Diógenes se encuentra liberado de las inhibiciones burguesas y de los usos sociales.
Los primeros cínicos despreciaban a Fortuna, se negaban a tomarla en serio e interpretaban sus golpes como un estímulo para el esfuerzo moral.
De todas formas, a partir de Bión de Borístenes (ca.335 -245 a. de C.) su actitud cambió significativamente, considerándola el “khorégos” de la gran comedia humana, el director que reparte a cada uno su papel en el escenario de la vida y al que, por tanto, debemos obedecer.
Si la felicidad es una actividad, el ejercicio de la libertad sería felicidad para un cínico.
El ejercicio de esta libertad de palabras, “parrhesía”, es como Diógenes señala con toda claridad “lo más hermoso del mundo” (τὸ κάλλιστον), D. L. 6, 69).
Mientras que el cinismo como tal desaparece con la antigüedad clásica, el cinismo como fuerza ideológica y tradición literaria ha tenido una notable posterioridad y sus consecuencias para la cultura occidental tan sólo están empezando a comprenderse.
En el imperio romano la recepción del cinismo no fue una preocupación exclusiva de filósofos profesionales, sino que penetró en el discurso general literario, religioso, político y moral.
En efecto, la más vigorosa expresión de la vitalidad del cinismo en los inicios y en la plenitud del mundo moderno es discutible que se sitúe en el estricto ámbito de la filosofía; más bien habría que buscarlo en una tradición literaria de fantasía satírica (o serio-cómica) y en el diálogo, que va de obras lucianescas como “El elogio de la locura” de Erasmo, la “Utopía” de T. Moro y “Gargantúa y Pantagruel” de Rabelais, o las comedias satíricas de Ben Jonson, los “Viajes de Gulliver” de Swift y “El sobrino de Rameau” de Diderot.
Se ha dicho que los cínicos aportaron un importante modelo pagano a las primitivas comunidades cristianas.
Ambos movimientos estuvieron estrechamente asociados en las mentes de sus enconados críticos, como Luciano (en “el Peregrino”, Arístides (Or. 46) y el emperador Juliano (Or. 7, 224).
El terreno común compartido por cínicos y cristianos era, presumiblemente, la práctica de un género de vida ascética.
(Los Cínicos. Branham y Goulet-Cazé. Edit. Ariel).
Segovia, 1 de febrero del 2025
Juan Barquilla Cadenas.