VOLVER LA MIRADA A LOS CLÁSICOS (III)
Los escritores griegos y romanos a veces nos hablan de “temas” que afectan a toda la humanidad.
Hoy voy a referirme a la “muerte” y al “destino”, temas que nos preocupan a todos en mayor o menor medida.
1. La muerte
La muerte, thánatos en griego, aparece en la mitología como un genio masculino alado. En la Ilíada aparece como hermano del sueño (Hipnos), y esta genealogía es adoptada por Hesíodo, quien hace de estos dos genios los hijos de la Noche.
La muerte produce un temor en todas las personas, porque todos nos aferramos a la vida, pero también produce inquietud y miedo por temor a qué va a pasar después de la muerte, pues están muy presentes las creencias recibidas de una vida ultraterrena y el temor a los castigos que los dioses puedan ocasionarnos por las faltas cometidas aquí en la tierra.
Filósofos antiguos, como Platón, creían que el hombre está compuesto de cuerpo y alma, y que el alma es inmortal. Otros filósofos, como Epicuro, pensaban que el alma estaba compuesta por átomos, como el cuerpo, aunque más sutiles, pero que perecía lo mismo que el cuerpo.
Pero dónde iban estas almas después de la muerte, pues la mitología nos dice que iban al Hades (los Infiernos), donde eran juzgadas y, según el veredicto de los Jueces, eran enviadas o bien al Tártaro o Erebo, donde expiaban sus faltas, o bien a los Campos Elíseos, donde vivían felices por toda la eternidad.
Santiago Segura Munguía, en su libro: Virgilio. Eneida (selección).Edit. Anaya. Madrid 1969. , dice:
“Las creencias acerca de las condiciones de existencia de las almas de los muertos sufrieron una evolución constante en la Antigüedad. La sustitución de la inhumación por la incineración, que parece de influencia doria, pudo estar inspirada por el deseo de destruir cuanto antes las almas de los muertos, consideradas como peligrosas para la seguridad de los vivos. Ahora bien, al ir perdiéndose la idea de inmaterialidad del alma, de su espiritualidad y de que éstas se difundían con el humo de la hoguera funeraria y persistían, ya como sombras (umbrae), ya como humos (simulacra, imagines), ya como formas humanas incorpóreas, se localizó la sede de estas sombras en un mundo subterráneo, separado del mundo de los vivos por ríos que sólo la muerte puede franquear. Son éstos, la Estigia (“odiosa”), el Aqueronte (“río del dolor”), el Cocitos (“río de las quejas”), el Piriflegethon (“arroyo de fuego”) y el Leteo (“río del olvido”).
A este reino de las sombras llamado Hades por los griegos y Orcus por los romanos, llegan las almas a bordo de la barca de Caronte. El Hades, para los griegos prehoméricos, no es un lugar de suplicio sino simplemente la personificación de la tierra, receptáculo universal de los muertos, pero a la vez una fuente perenne de la vida.
En la mansión de las sombras, éstas llevan una apariencia de vida, vacía de contenido, en la que continúan realizando las ocupaciones habituales de su vida terrena, pero sin conciencia de sí mismas, sin fuerzas ni voz, ya que la existencia del cuerpo es el complemento indispensable para que exista el individuo. El alma que lo vivificaba no ha perecido, pero con la muerte, ha perdido sus características esenciales. Hay otras creencias que superan esta concepción popular acerca del destino ultraterreno de las almas, y están representadas más tarde por los filósofos y los adeptos de los “Misterios”, pero para la generalidad de los griegos de la época homérica, la vida mejor es la terrena: “es mejor ser un pobre trabajador en el mundo que reinar en las sombras”, hace decir Homero a Aquiles, deplorando éste su destino de ultratumba.
Ahora bien, la creencia posterior en una justicia ultraterrena, niveladora de las profundas diferencias existentes en el mundo de los vivos y correctora de las injusticias cometidas en éste, convirtió el Hades en lugar de expiación e hizo surgir el concepto de un juicio de los muertos. Eaco, Minos y Radamantis, jueces inexorables, envían a cada alma, después de sopesar escrupulosamente sus méritos y sus faltas, al lugar que le corresponde de acuerdo con su vida terrenal.
Homero nos describe ya la mansión de los muertos, a la que llama Erebo, como un lugar subterráneo de expiación, situado bajo los Campos Elíseos.
Pero la idea del Erebo (“tenebroso”) como lugar exclusivo de suplicio es muy posterior a Homero. Los cinco grandes ríos de los que se ha hablado, no aparecen aún en éste ni en Hesíodo, que sólo aluden a la Estigia, por la que hacen los juramentos más solemnes los propios dioses.
….. En épocas posteriores a Homero se imaginó el Eliseo (los campos Elíseos) en el lejano occidente, en el borde extremo del mundo, y no en las regiones subterráneas. Allí los héroes inmortales alcanzaban la eterna felicidad, equiparables a la vida de los dioses. Así surgió la creencia poética en la vida de los Bienaventurados”.
Los griegos y romanos, pues, creían que, después de la vida en la tierra, había otra vida ultraterrena, que tenía su sede en el Hades (los Infiernos). Los muertos tenían que ser sepultados, y antes de ello se les ponía una moneda (un óbolo) debajo de la lengua, que servía de pago al barquero Caronte, para que trasladase sus almas al mundo de los muertos (Hades). Allí eran juzgados por Eaco, Minos y Radamantis de sus méritos y faltas cometidas en el mundo terrenal, y éstos los enviaban según su valoración o bien al Erebo/ Tártaro para expiar sus faltas, o bien a los Campos Elíseos para vivir allí felizmente.
Esto es lo que decía la mitología, pero ¿qué pensaban personas reales, como Sócrates y Epicuro?
Sócrates (470 a. de C. - 399 a. de C.) fue acusado injustamente de corromper a la juventud y de no creer en los dioses de su ciudad e introducir otros nuevos (lo cual no era cierto), y fue condenado a muerte por el tribunal que le juzgó. Sus discípulos le ofrecieron la posibilidad de huir y así evitar la muerte, pero él prefirió cumplir con las leyes de su ciudad y tomar la cicuta (veneno), que fue la forma de muerte decidida por el tribunal.
Cuenta Platón en su obra “La Apología de Sócrates” que, aunque Sócrates creía en la inmortalidad del alma, sin embargo, puesto que veía a sus discípulos muy entristecidos, poco antes de tomar la cicuta les dijo: “Pues una de estas dos cosas es la muerte: o bien el que está muerto es como un no ser nada ni tener sensación alguna de nada, o bien, según se dice, se da la circunstancia de que es un cambio y mudanza del alma de la morada de aquí a otro lugar. Y si, efectivamente, no hay ninguna sensación sino que es como un sueño, como cuando uno durmiendo ni siquiera ve ensueño alguno, maravillosa ganancia sería la muerte…..Entonces si la muerte es algo de esta índole ,yo, al menos, la tengo por ganancia, pues incluso el tiempo todo no parece en tal caso ser más que una sola noche. Y, a su vez, si la muerte es como un trasladarse de aquí a otro lugar, y es verdad lo que se dice, que allí están todos los muertos, ¿qué mayor bien habría que éste, jueces? Pues si uno, al llegar al Hades, liberado de esos que aquí afirman ser jueces, va a encontrar a los jueces de verdad, los que precisamente incluso se dice que allá hacen justicia, Minos, Radamantis, Eaco y Triptólemo y todos cuantos semidioses fueron justos en sus propias vidas, ¿acaso vano sería el viaje? O incluso por reunirse con Orfeo, Museo, Hesíodo y Homero ¿cuánto pagaría uno de vosotros? Pues yo estoy dispuesto a morir una vez tras otra, si eso es verdad. Porque sobre todo para mí maravillosa iba a resultar mi conversación allí, cuando me topase con Palamedes, con Ayante, el hijo de Telamón, y con cualquier otro de los antiguos que hayan muerto merced a un juicio injusto, cuando me pusiera a comparar mis padecimientos con los suyos- en mi opinión no sería desagradable- y, en fin, lo más importante, pasar el tiempo investigando y examinando a los de allí como a los de aquí, quién de ellos es sabio y quién se lo cree, pero no lo es… Con toda seguridad los de allí no condenan a muerte por eso; entre otros motivos por los que son más felices los de allá que los de acá, el principal es que el resto del tiempo son inmortales, si lo que se cuenta es verdad.
Pero además es preciso que vosotros, jueces, estéis llenos de buena esperanza respecto a la muerte y que un solo pensamiento tengáis como verdadero, que no hay para un hombre bueno mal alguno, ni cuando está vivo ni después de muerto, y que tampoco hay despreocupación por parte de los dioses de sus asuntos;….Pero efectivamente ya es hora de marcharnos, yo a morir y vosotros a vivir; mas quién de nosotros se encamina a mejor situación, cosa oscura es para todos, salvo para el dios”.
(Platón, Apología de Sócrates, 40, c ).
Sócrates, efectivamente, murió tomando la cicuta con gran tranquilidad, siguiendo las instrucciones del que se la dio a beber.
Epicuro de Samos (341 a. de C. – 270 a. de C.), filósofo griego materialista, que trata de conseguir la felicidad de los hombres suprimiendo sus miedos, especialmente el miedo a los dioses y el miedo a la muerte.
Respecto a la muerte dice: “Acostúmbrate a pensar que la muerte para nosotros no es nada, porque todo el bien y todo el mal residen en las sensaciones, y precisamente la muerte consiste en estar privado de sensación.
Por tanto, la recta convicción de que la muerte no es nada para nosotros nos hace agradable la mortalidad de la vida; no porque le añada un tiempo indefinido, sino porque nos priva de un afán desmesurado de inmortalidad.
Nada hay que cause temor en la vida para quien está convencido de que al no vivir no aguarda tampoco nada temible.”
“Es estúpido quien confiese temer la muerte no por el dolor que pueda causarle en el momento en que se presenta, sino porque, pensando en ella, siente dolor: porque aquello cuya presencia no nos perturba, no es sensato que nos angustie durante su espera. El peor de los males, la muerte, no significa nada para nosotros, porque mientras vivimos no existe y cuando está presente nosotros no existimos. Así pues, la muerte no es real ni para los vivos ni para los muertos, ya que está lejos de los primeros y, cuando se acerca a los segundos, éstos han desaparecido ya. A pesar de ello, la mayoría de la gente unas veces rehúye la muerte viéndola como el mayor de los males, y otras la invoca para remedio de las desgracias de esta vida. El sabio, por su parte, ni desea la vida ni rehúye el dejarla, porque para él el vivir no es un mal, ni considera que lo sea la muerte. Y así como de entre los alimentos no escoge los más abundantes, sino los más agradables, del mismo modo disfruta no del tiempo más largo, sino el de más intenso placer”.
(Los textos de Epicuro aquí expuestos están tomados del libro de José Manuel García González, Manual de Filosofía práctica para tu día a día. Edit. Arcopress, S.L. 2018 )
Según estos dos filósofos griegos no deberíamos, pues, tener tanto miedo a la muerte por las razones que ellos mismos aducen.
2. El Destino
El “destino” también es algo que preocupa a mucha gente. Hay quien piensa que desde que nacemos estamos “predestinados”, es decir, tendríamos asignada ya una fecha para morir. De alguna manera en nuestro código genético estaría “programado” el período de tiempo de nuestra vida, aunque no del todo, porque hay otro elemento, que los griegos llamaban “tiche” y los romanos “fortuna”, es decir, la suerte que le toca a cada uno, que puede modificar ese “destino” reservado a cada uno.
La gente trata de conocer su “destino”, su futuro, con las “cartas” y otros métodos, como la astrología, aunque no estaría mal escuchar el consejo que el poeta romano Horacio (65 a. de C. – 8 a. de C.) da a una amiga de que no intente conocerlo (el futuro), sino que es mejor disfrutar del presente.
El “Destino” en Grecia lo personifican las “Moiras”.
Las Moiras son la personificación del “destino” de cada cual, de la suerte que le corresponde en este mundo.
En principio, todo humano tiene su Moira, que significa su parte (de vida, de felicidad, de desgracia, etc.). Luego, esta abstracción se convirtió muy pronto en una divinidad. Impersonal, la Moira es inflexible como el “destino”; encarna una ley que ni los mismos dioses pueden transgredir sin poner en peligro el orden del universo.
La Moira es la que impide a tal o cual dios acudir en socorro de un héroe determinado en el campo de batalla cuando ha llegado su “hora”.
Poco a poco parece haberse desarrollado la idea de una Moira universal que domina el “destino” de todos los humanos, y, sobre todo, después de la epopeya homérica, la idea de tres Moiras (Parcas), Átropo, Cloto y Láquesis que, para cada mortal, regulaban la duración de la vida desde el nacimiento hasta la muerte, con ayuda de un hilo que la primera hilaba, la segunda enrollaba y la tercera cortaba cuando la correspondiente existencia llegaba a su término…
En Roma, las Parcas son las divinidades del Destino, identificadas con las Moiras griegas, de las cuales se han asimilado casi todos los atributos. Al principio, parece que las Parcas fueron, en la religión romana, demonios del nacimiento. Pero este carácter primitivo desapareció muy pronto ante la atracción de las Moiras. Se las representa como hilanderas que limitan a su antojo la vida de los hombres. Como las Moiras, son también tres hermanas: una preside el nacimiento, otra el matrimonio, y la tercera la muerte.
En el Foro, las tres Parcas estaban representadas por tres estatuas, llamadas corrientemente las tres Hadas (tria Fata), los tres “Destinos”.
(Tomado del Diccionario de Mitología Griega y Romana, de Pierre Grimal).
Esto es lo que nos dice la mitología, que el “Destino” está fijado por estas divinidades ( Moiras / Parcas) y no se puede evitar, ni siquiera los dioses pueden evitarlo.
¿Qué dicen los filósofos de la antigüedad sobre el “Destino”?
Epicuro dice que no hay que temer al Destino.
“Recordemos también que el futuro no es nuestro, pero tampoco puede decirse que no nos pertenezca del todo. Por lo tanto no hemos de esperarlo como si tuviera que cumplirse con certeza, ni tenemos que desesperarnos como si nunca fuera a realizarse….
Porque, ¿a qué hombre considerarías superior a aquél…. que sabe que el límite de los bienes es fácil de alcanzar y el límite de los males, por el contrario, dura poco tiempo y comporta algunas penas; que se burla del Destino, considerado por algunos señor absoluto de todas las cosas, afirmando que algunas suceden por necesidad, otras casualmente; otras, en fin, dependen de nosotros, porque se da cuenta de que la necesidad es irresponsable, el azar inestable, y, en cambio, nuestra voluntad es libre, y, por ello, digna de merecer repulsa o alabanza?.
El sabio no considera la “fortuna” como una divinidad – tal como la mayoría de la gente cree - , pues ninguna de las acciones de los dioses carece de armonía, ni tampoco como una causa no fundada en la realidad, ni cree que aporte a los hombres ningún bien ni ningún mal relacionado con su vida feliz, sino solamente que la “fortuna” es el origen de grandes bienes y de grandes calamidades.
Pues ni los banquetes ni los festejos continuados, ni el gozar con jovencitos y mujeres, ni los pescados ni otros manjares que ofrecen las mesas bien servidas nos hacen la vida agradable, sino el juicio certero que examina las causas de cada acto de elección y aversión y sabe guiar nuestras opiniones lejos de aquellas que llenan el alma de inquietud”.
(Los textos de Epicuro expuestos aquí están tomados del libro de José Manuel García González, Manual de Filosofía Práctica para tu día a día. Edit. Arcopress, S.L. 2018).
Séneca (4 a. de C. – 65 d. de C.) dice que estamos predestinados.
Séneca es un filósofo romano, de origen hispano, representante del estoicismo en Roma.
Los Estoicos creían en la Providencia divina y que todo lo que sucede está gobernado por ésta.
Decían que había que vivir de acuerdo con la Naturaleza. Y que la felicidad se conseguía a través de la “virtud”.
Para ellos lo que le ocurre al individuo es lo mejor que le puede ocurrir. Que no había que oponerse a los designios de la Naturaleza, porque sería como nadar a contracorriente; es mejor dejarse llevar por la corriente.
Respecto a la muerte/ destino, Séneca decía: “Fata volenti ferunt, nolenti trahunt”, que significa que los Hados al que lo acepta (lo quiere) se lo llevan, y al que no lo acepta (no lo quiere) se lo llevan a la fuerza.
Los Estoicos consideraban el “Destino” como la fuerza inteligente y la razón suprema que rige el universo.
Pero, aunque decían que era mejor aceptar el “destino” que a cada uno le ha tocado, también dicen que si uno está sometido a esclavitud o a enfermedades, siempre queda el suicidio para liberarse de ello.
De manera que podemos decir que el “Destino” no es totalmente inexorable, pues está la voluntad del individuo para tomar ciertas decisiones, y también está la “fortuna”, la suerte que puede modificar ese “Destino”.
Segovia, 19 de abril de 2025
Juan Barquilla Cadenas.