DIÓGENES DE ENOANDA: ÉTICA
Diógenes de Enoanda fue un fervoroso epicúreo que hizo grabar en Enoanda, en el sudoeste de Asia Menor, más o menos a la altura de Rodas, una inscripción en el centro de la ciudad, como un sugerente mensaje de salvación, a modo de evangelio filosófico, no sólo para sus conciudadanos, sino para todos los que por allí pasaran.
El largo muro, de unos cinco metros de alto y más de noventa de largo, fue destruido ya en la Antigüedad, y muchos de sus bloques de piedra fueron dispersados y enterrados.
Era la más amplia inscripción del mundo griego de la que tenemos noticia.
Pero sólo gracias a la minuciosa labor de reconstrucción que los arqueólogos y filólogos han llevado a cabo podemos hacernos una clara idea de su contenido.
Es difícil evaluar qué tanto por ciento de la inscripción nos ha quedados repartida en numerosos fragmentos de muy distinto tamaño; acaso un tercio, más o menos (Smith calcula que tendría unos 25.000 palabras y ha podido editar 212 fragmentos, aunque algunos brevísimos).
No era, ciertamente, Diógenes un pensador original ni pretendía aportar novedades o críticas de fondo al mensaje filosófico de su maestro.
No era un gran filósofo, sólo un adepto entusiasta y sincero de la doctrina epicúrea. Con la mejor voluntad del mundo, con un afán filantrópico, como él mismo nos declara desde un comienzo, quería repetir y poner de relieve con su resumen las líneas maestras de la filosofía epicúrea, sus grandes lemas y sus principios básicos, y dejarlos ahí, al alcance de todo los paseantes de buena voluntad y sensato criterio, recomendando esas enseñanzas como un camino hacia la felicidad.
En cuanto a la presentación del contenido parece estar claramente distribuido en varios apartados y en columnas separadas y fáciles de leer.
Podemos distinguir varias secciones. Una primera que trata de Física, seguida por otra de Ética, luego otra que trata de la vejez, y una última que comprende máximas de Epicuro (entre ellas algunas “Máximas Capitales”), y otros textos de éste, como la “Carta a la madre”, y algún otro curioso relato (como el del “naufragio de Epicuro”). También hay varias cartas de Diógenes a amigos distantes, con afectuosos consejos proselitistas, y noticias sobre otros epicúreos.
De Diógenes sabemos lo que él mismo nos cuenta.
Estaba ya “en el ocaso de la vida” cuando encargó grabar esos textos, y andaba enfermo, acaso del corazón o del estómago. Impulsado por su buen carácter y su avanzada edad se apresta a dedicar en su inscripción unas cuantas palabras muy sentidas en defensa de la vejez, tan calumniada por la tradición literaria griega. Y sabe recalcar cómo los placeres auténticos –como la amistad y la sensatez- son fáciles de conseguir y los dolores no deben asustarnos demasiado.
Nada en su mensaje se desvía de las enseñanzas del maestro.
Debió de ser una persona de cierta fortuna, ya que costeó tan magnífica construcción e inscripción; y es probable, por tanto, que hubiera ocupado algún cargo político en su ciudad. Pero, como buen epicúreo, no habla de política y advierte que ni la riqueza ni los cargos públicos ni los trabajos ambiciosos deparan felicidad de ánimo.
No sabemos cuándo vivió ni, por tanto, cuándo debe fecharse esta inscripción monumental.
Se puede dar como fecha probable el final del siglo II, pero M. F. Smith expone buenas razones para retrotraer esa fecha hasta el año 120 d. de C. (es decir, a la época de los Antoninos), lo que, por otra parte, parece coherente con la época de prosperidad en esa zona del Imperio.
Aquí expongo sólo los escritos de Diógenes de Enoanda de Ética.
ÉTICA:
Epítome de Diógenes de Enoanda sobre pasiones y acciones.
Hay muchos que por afán de riqueza y fama se aficionan al filosofar, con la pretensión de obtener tales cosas de individuos particulares o de reyes que consideren a la filosofía como una elevada y honorable profesión.
Pero en nosotros (esta afición a la filosofía) no se origina en ninguna de esas ventajas mencionadas; no por eso practicamos esta tarea, sino con el fin de ser felices logrando el objetivo final al que nos destina nuestra naturaleza. ¿Cuál es éste? Algo que no pueden procurarnos ni la riqueza ni la fama política, ni la corona real, ni una existencia de refinados lujos y mesa espléndida, ni los placeres de exquisitos goces sexuales, ni nada por el estilo.
Nosotros, en cambio, vamos ahora a mostrar que puede conquistarlo (el objetivo final) la filosofía, exponiendo ante vosotros la cuestión.
Con que hemos grabado en lugar público esta inscripción no con vistas a nosotros mismos, sino en atención a vosotros, ciudadanos, para dejarla al alcance de todos vosotros en forma muy accesible sin necesidad de proclamarla a voces…
Máxima de Epicuro (en el borde inferior):
“El ser feliz e imperecedero (la divinidad) ni tiene él preocupaciones ni las procura a otro, de forma que no está sujeto a movimientos de indignación ni de agradecimiento. Porque todo lo semejante se da sólo en el débil” (íd. S. V. 1).
Y nos hemos empeñado en esto con el propósito de que, incluso estando recluidos en casa, expongamos nosotros los beneficios de la filosofía, no ya sólo a todos los de aquí, sino a todos los civilizados en la lengua de nuestros conciudadanos.
Y no en mínima medida lo hemos hecho así pensando en los que llamamos “extraños”, pero que no lo son en realidad. Porque, según una y otra división particular de la tierra, la patria es una para unos y otra para otros; pero en la perspectiva total de este universo la patria de todos es una sola: la tierra entera, y una sola familia es todo el universo.
A ninguno de vosotros le conmino a que a la ligera y sin examen testimonie junto a los que afirman“esta es la verdad”. Porque en nada he dado sentencias sin más, ni siquiera al tratar de los dioses, sin agregar un razonamiento. Así que tan sólo os pido, como prójimo vuestro, lo siguiente: que no os pasméis ante este escrito como quienes pasan de largo sin prestarle la más mínima atención y despectivamente, recorriendo sus renglones a saltos y descuidando leerlo entero.
Máxima de Epicuro (en el borde inferior):
“La muerte nada es para nosotros. Porque lo que se ha disuelto es insensible, y lo insensible nada es para nosotros” (íd. S. V. 2).
Empecemos, pues, hablando desde el comienzo de los placeres y analizando…
Hablaré yo luego de la insensatez, enseguida; pero ahora ya de las virtudes y del placer.
Si la cuestión debatida entre ésos (los estoicos) y nosotros se centrara en ver “ lo que produce la felicidad”, y ellos quisieran afirmar que son las virtudes, lo que podría ser tal vez verdad, no habría que hacer más que reconocerlo y dejarnos de plantear más problemas.
Sin embargo, como digo, la cuestión no es la de qué es eso que produce la felicidad; sino en qué consiste el ser feliz y a qué tiende, como objetivo final, nuestra naturaleza. En el placer, afirmo, ahora y siempre, para todos, griegos y bárbaros, proclamándolo en voz alta; ése es el objetivo final de la mejor manera de pasar la vida.
En cuanto a las virtudes, las que ahora promocionan ellos de una manera inadecuada (porque las trasladan del lugar de las causas al del objetivo final) no son de ningún modo un fin, aunque sean instrumentos para tal fin. Que ésa es la verdad, en efecto, lo vamos a afirmar desde el comienzo mismo.
Si ahora alguien preguntara, aunque resulta bastante ingenua la pregunta: “¿A quién benefician esas virtudes?”, se contestará que: “al ser humano”.
No va a ser a los pájaros esos que pasan volando, a fin de que vuelen bien. Pues cualesquiera de los demás animales, con objeto de que realicen su fin natural, mejorando la naturaleza que les es propia y para lo que fueron engendrados, porque de acuerdo con su naturaleza lo hacen todo y con vistas a ello, tienen sus propias virtudes.
… Debemos mostrar cuáles de los deseos son naturales y cuáles no. Y que, en general, todos cuantos encajan en el primer grupo se colman fácilmente.
Máximas de Epicuro (en el margen inferior):
“Con el fin de tener seguridad ante la gente hay un bien en el poder y en la realeza como medios para procurarse esa seguridad”.
“Ningún placer es por sí mismo un mal. Pero las causas de algunos placeres acarrean muchas más molestias que placeres” (íd. M.C. VIII; Íd. S.V. 50).
… y Zenón propone también la doctrina… Es como si uno llamara placer a la virtud, y los hombres acuden a las palabras. Y de nuevo, en otra parte, olvidándose del hambre, no dijeron… Así ellos extienden la virtud como una trampa para cazar hombres como si fueran pájaros, y finalmente arrastran a todos los atrapados hacia los nombres de las virtudes, acechando a veces…
Pero quiero ahora resolver el error que os domina acerca de semejante experiencia y hablaros sobre todo acerca de vuestro credo básico, estoicos. Viene a ser algo así; No en todos los asuntos los motivos preceden a los efectos, si bien eso ocurre en la gran mayoría de los casos. Unas veces les preceden, otras son simultáneas en el tiempo, y otras son posteriores. Así, por ejemplo, en los casos de cauterización y extirpación éstas preceden a la curación. Porque entonces después de alcanzar el extremo del dolor a eso le sigue el placer. Son simultáneas causas y efectos en la toma de alimentos sólidos o líquidos y, por añadidura, en las relaciones sexuales.
Pues no comemos el alimento y luego gozamos, ni bebemos vino luego gozamos, ni eyaculamos el esperma y más tarde gozamos, sino que la acción al instante nos procura sus placeres, sin aguardar al futuro.
Y resulta posterior (la causa al efecto) en el caso de esperar elogios después de nuestra muerte. Así, puesto que hay personas que experimentan placer ya porque va a haber cierta memoria de su buena acción después de su muerte, a pesar de que la causa de su placer surge más tarde.
De modo que vosotros, que sois incapaces de distinguir estos matices y que ni siquiera sabéis que las virtudes tienen su lugar entre los motivos que son simultáneos a los efectos (pues también ellas son coincidentes con el placer) andáis muy equivocados.
Máxima de Epicuro (en el margen inferior):
“Si lo que motiva los placeres de los disolutos les liberara de los terrores de la muerte respecto a los fenómenos celestes, la muerte y los sufrimientos, y les enseñara además el límite de los deseos, no tendríamos nada que reprocharles a ellos, saciados por doquier de placeres y carentes en todo tiempo de pesar y de dolor, de lo que es en definitiva el mal” (íd. M. C. X).
… De la felicidad… esperanza en la selección de ellos… y cura de los sentimientos erróneos. Donde, digo, es grande el riesgo también lo es el disfrute. Pero debemos refutar esos argumentos sofísticos, porque son embaucadores e insultantes y confeccionados a partir de la ambigüedad de los términos para el extravío de los desdichados mortales…
No debemos rehuir cualquier dolor presente ni elegir cualquier placer, como hace una y otra vez la mayoría. Porque en cada caso hay que emplear el razonamiento, ya que no siempre la cuestión avanza en línea recta. Así como un desembolso asegura con frecuencia una ganancia y otras más que se añaden con el paso del tiempo, eso mismo pasa con el sentir placer. Pues el plantar las semillas no aporta al sembrador el beneficio de inmediato, sino que algunas ofrecen un fruto pronto y otras [más tarde]…
Investiguemos ya nosotros cómo nuestra vida puede hacerse placentera tanto en su condición estable como en nuestras actividades. Hablemos primero de las situaciones duraderas (la distinción entre placeres “ catastemáticos” y placeres “energéticos” (momentáneos) es muy importante en la elección de los mismos), destacando lo fundamental: el hecho de que, una vez que se suprimen los padecimientos que perturban el alma se presentan en su lugar los que la alegran. ¿Cuáles son las cosas que la perturban? Por un lado, son terrores: el de los dioses, el de la muerte, el de los dolores. Y además de esos, los deseos que exceden los límites de lo natural. Ésas son, en efecto, las raíces de todos los males, y, si no las extirpamos, nos inundará una cascada de desdichas.
En cuanto al tema de los dioses…
Máxima de Epicuro (en el margen inferior):
“Límite de la grandeza de los placeres es la eliminación de todo dolor. Donde exista placer, por el tiempo que dure, no hay ni dolor ni pena ni la mezcla de ambos.” (íd. M. C. III).
Ahora bien ese terror unas veces resulta claro, y otras veces es turbio. “Claro” cuando tratamos de huir de un mal manifiesto, como cuando aterrorizados por el fuego nos lanzamos a la muerte; “turbio” cuando el miedo resulta infiltrado a nuestra mente y que amenaza de modo tenebroso…
Máxima de Epicuro (en el margen inferior):
“Ninguna sería la ganancia de procurar la seguridad entre los hombres si uno se angustia por las cosas de más arriba y por las de debajo de tierra y, en una palabra, las del infinito” (íd. M. C. XIII; S.V. 72).
… placeres… causas… del mito… y más… de los dioses.
El alma supone, por naturaleza, la causa última del vivir y del no vivir. Pues, aunque no aporta la misma cantidad de átomos que el cuerpo, juntando su componente racional y el no racional, sin embargo, aun así vivifica el conjunto del ser humano, y lo mantiene unido, cohesionándolo tal como una mínima porción de fermento conserva una gran cantidad de leche.
Y un indicio de la fuerza predominante de esa causa, entre otros, es que muchas veces estando el cuerpo consumido por una larga enfermedad y llegado a tal grado de delgadez y desvalimiento que le queda sólo la piel pegada a los huesos y parece que su armazón está vaciada de vísceras y exsangüe, sin embargo, en tanto que perdura en él, el alma no permite que muera el ser vivo. Y no es ése el único testimonio de su predominio, sino que también lo es que las amputaciones de pies y manos, e incluso de brazos enteros o de piernas, por medio del fuego o del hierro, no logran cercenar la vida. Tan grande es el poder real del elemento anímico en nosotros.
En cambio, hay ocasiones en que, aunque el cuerpo se mantenga entero y no haya sufrido ninguna pérdida de su tamaño, pierde su capacidad de sentir. Pues nada le sustenta si el alma ya no permanece en él y se disuelve la comunión de cuerpo y alma. Vemos, pues, que mientras se mantiene este elemento como su guardián, vive el ser humano. Así que, como dije, la causa última y definitiva de vivir es el alma, según esté unida o se separe del cuerpo.
Máxima de Epicuro (en el margen inferior):
“No es posible vivir con placer sin vivir sensata, honesta y justamente; ni vivir sensata, honesta y justamente sin vivir placenteramente. Quien no tiene esto a mano, no puede vivir con placer” (íd. M. C. V); S. V. 5; C. Men. 132).
… Es preciso entender que (el alma) es una parte [del ser vivo].Porque por sí misma no puede el alma existir, por mucho que sobre ello haga discursos Platón y también los estoicos, ni moverse del mismo modo que tampoco el cuerpo [tiene sensaciones cuando el alma lo abandona].
…¿Cómo, pues, Platón, va a darse esa indestructibilidad tuya? ¿O cómo va a ser indestructible ese conjunto…?
Los estoicos – pues también aquí pretenden decir algo más novedoso que otros – afirman sin más que las almas no son indestructibles. Ahora bien, dicen que las de los “simples” se destruyen al momento tras la separación del cuerpo, pero que las de los hombres sabios perduran, aunque también se destruyen en algún tiempo.
Veis lo notoriamente absurdo de tales asertos.
Se empeñan en semejante afirmación, como si no tuvieran la misma mortalidad los necios y los sabios, por más que unos y otros se diferencien por su inteligencia. Y yo me admiro aún más de su [obstinación]. ¿Cómo, si de por sí el alma no es capaz de subsistir separada del cuerpo, [va a existir], digamos, una mínima porción de tiempo…?
Máxima de Epicuro (en el margen inferior):
“De los deseos los unos son naturales y necesarios; los otros naturales y no necesarios; y otros no son ni naturales ni necesarios, sino que se originan en la vana opinión” (íd. M. C. XXIX; S. V. 20).
[Tampoco vamos a decir que el alma transmigra y no muere, como los órficos] y no sólo Pitágoras [que parecen gente que desvarían]
Máxima de Epicuro (en el margen inferior):
“Si no refieres en todo momento cada uno de tus actos al fin de la naturaleza, sino que te desvías hacia algún otro, sea para perseguirlo o evitarlo, no serán tus acciones consecuentes con tus racionamientos” (íd. M. C. XXV).
… No como dicen los discípulos de Empédocles y de Pitágoras…
…Empédocles en estas cosas tomó su filosofía de Pitágoras… Afirma que las almas transmigran de unos cuerpos a otros cuerpos cuando los primeros son destruidos y eso sucede hasta el infinito, así que uno debería ir a preguntarle: “Empédocles, si es que las almas son capaces de subsistir por sí mismas y no necesitan añadirse a la naturaleza de un ser vivo y por eso pueden trasmigrar, ¿qué fuerza les impulsa al traslado?
Porque en el tiempo intermedio, mientras tiene lugar el traslado de ellas a la naturaleza del ser vivo, todo su ser andará confundido. Y si es que de modo alguno pueden subsistir sin un cuerpo, ¿por qué les causa problemas precisamente a ellas, al arrastrarlas y hacerlas emigrar de un viviente a otro?
…Sería mejor imaginar a las almas indestructibles por sí mismas y no lanzarlas a un largo peregrinar en círculo, a fin de esa ficción tuya tan extremada pareciera algo más respetable. De otro modo, Empédocles, vamos a desconfiar de tantas idas y venidas…”.
Máxima de Epicuro (en el margen inferior):
“El dolor cuando es pequeño no suprime el placer, y cuando es muy grande no perdura” (No atestiguada en otro lugar).
[Las imágenes de los sueños no son vanas ilusiones de la mente] como opinan los estoicos, muy erróneamente.
Porque poseen también la naturaleza de las imágenes corpóreas y de las impresiones de modo semejante a todos esos objetos cuyas emanaciones nos permiten que los veamos, como he demostrado en la sección escrita antes que ésta, al explicar las teorías sobre los sueños.
Pues bien, esas imágenes en ningún modo las captan los sentidos, como postuló Demócrito, porque están formadas por átomos sutiles y visibles tan sólo a la mente. Si presentan la forma de aquellas cosas con las que se alegra nuestra naturaleza, regocijan en gran manera al alma. Pero si es la de aquellas con las que nuestra naturaleza se inquieta, llenan de gran angustia y temor a cualquier ser humano, y motivan sobresaltos en su corazón.
Máxima de Epicuro (en el margen inferior):
“Respecto a todos aquellos animales que no pudieron concluir (hacer un pacto) sobre el no hacerse ni sufrir daño mutuamente, para ellos nada hay justo o injusto.
Y de igual modo también respecto a todos aquellos pueblos que no pudieron o no quisieron concluir (realizar) tales pactos sobre el no hacer ni sufrir daños” (íd. M. C. XXXII).
[Tiene el alma] sufrimientos muy superiores a la causa que se los ha causado. También con una pequeña chispa se enciende un gran fuego, tan enorme que abrasa puertos y ciudades. Pero el predominio de los dolores del alma les es difícil de entender a la mayoría; porque, en efecto, no se tiene la ocasión de contrastarlos en algún momento sufriendo los extremados de unos y de otros (quiero decir, de los dolores del alma y de los del cuerpo) porque eso se presenta raramente alguna vez y, cuando se da, nos arrebata la vida. No se encuentra un criterio para decidir la preeminencia de uno sobre otro, ya que, cuando uno se halla en medio de los sufrimientos corporales, afirma que éstos son mayores que los anímicos; pero cuando es afectado por los del alma, dice que éstos son mayores que aquéllos.
Pues siempre los (dolores) presentes son más agobiantes que los ausentes, y todo el mundo está dispuesto, sea por necedad o por gusto, a reconocer la superioridad del sufrimiento que lo domina. Pero el hombre sabio reflexiona sobre eso tan difícil de calcular para la mayoría partiendo de otras muchas [razones]…
Máxima de Epicuro (en el margen inferior):
“No se demora continuamente el dolor en la carne (cuerpo) (Para Epicuro tanto el cuerpo como el alma son corpóreos y materiales, puesto que ambos están compuestos de átomos (más finos los del alma), sino que el más agudo perdura el mínimo tiempo, y el que sólo aventaja apenas lo placentero de la carne no persiste muchos días. Y las enfermedades muy duraderas ofrecen a la carne una mayor cantidad de placer que de dolor” (íd. M. C. IV; S.V. 3).
[En su reflexión] sobre las cosas futuras ellos (los estoicos), movidos por las pasiones del alma…golpean… nunca exageran [los dolores corporales] en sus almas.
El experimentar dolor físico y pena a la vez…
[¿Lo anula el placer?]
“Donde exista placer, por el tiempo que dure, no hay ni dolor ni pena ni la mezcla de ambos” (íd. M.C. III).
Ni siquiera pensamos nosotros que las más espantosas desgracias produzcan semejantes dolores. Lo explico, por Heracles, por si alguien necesita tomar ejemplos.
Si uno es alcanzado por un rayo o cuando le cae encima una roca de cuatro pies, veloz como el pensamiento, o cuando uno es decapitado por una espada a la velocidad de un sueño, apenas hay dolor, al presentarse al instante de la muerte, sin darle siquiera tiempo para gritar “¡ay de mí!”, eliminando con un tremendo impacto los dolores del alma. Así que, digo, los percances más extremados, y los que no quedan muy por debajo de éstos, que ni unos ni otros ocurren dejando largos sufrimientos en el cuerpo, para nosotros no son en modo alguno terroríficos. Porque si el dolor se inclina a lo más fuerte ya no perdura mucho rato, sino que se agudiza y se altera en brevísimo tiempo. Y cuando cede, encamina al ser humano hacia la salud. ¿Qué hay, pues, por los doce dioses, ahí de terrible? ¿O qué reproche justo podemos echarle en cara a la naturaleza, si después de haber vivido uno ya tantos años y tantos meses y tantos días llega a su última jornada?
Ni lo uno ni lo otro son desgracias: ni lo primero, el mal que, llegando a lo extremo, no persiste muchos días, tras los cuales va a alcanzarle a uno la muerte y al instante se producirá la total insensibilidad, o bien pronto llegará la curación y quedará a salvo su vida.
Incluso en las más aguzadas dolencias, las que en sí mismas deben sufrirse, ¿por qué hay, además, que angustiarse?
Máxima de Epicuro (en el margen inferior):
“[Éste es el grito de la carne: no tener hambre, no tener sed, no tener frío; quien tenga y confíe contenerlo podría] rivalizar [incluso con Zeus en felicidad”] (íd. S.V.33).
“Además, los alimentos sencillos [procuran igual placer que una comida costosa y refinada una vez que se elimina todo el dolor de la necesidad. Y el pan y el agua dan el más elevado placer cuando se los procura uno que los necesita”] (C. Men. 130-131).
Hay tres tipos de síntomas dolorosos: el que tenemos por alguna carencia, el que surge en los nervios o en los huesos (ya sea por algún golpe o sin causa conocida) y el de las enfermedades. De todos es posible escapar en la medida en que la naturaleza puede evitarlos.
Así que sobre la carencia ya se ha tratado antes, sobre las heridas y daños parecidos basta con esto…
Pues aunque yo no hubiera explicado nada sobre la naturaleza de los placeres nada hubiera aclarado, ellos mismos ciertamente nos indican su natural utilidad…
En cuanto a los placeres del cuerpo como causas de la felicidad, el alma los admite sin reparos. Pues la naturaleza acoge aquello que es mejor para nuestra alma.
Por lo demás, está claro que el alma tiene más dominio que el cuerpo, porque ella mantiene su supremacía superior y el control sobre los demás sentimientos, como más arriba hemos mostrado.
Así que si, haciendo caso a Arístipo,si nos cuidamos de todo lo placentero para el cuerpo mediante bebidas, comidas y tratos sexuales, en una palabra, eligiendo todo cuanto ya no va a darnos [deleite una vez experimentado, y nos desinteresamos del alma, nos veremos privados de los mayores placeres.]
Máxima de Epicuro (en el margen inferior):
“Breves (sobre) saltos da al sabio la fortuna. Pues las cosas más grandes e importantes se las ha administrado su razonamiento y se los administra y administrará en todo el tiempo de su vida” (íd. M. C. XVI).
En el momento de buscar un patrón básico postularon como raíz del bien los placeres del estómago.
Al ser dominados por otros deseos, quienes los logran se dañan a sí mismos por sus añadidos.
Ni el prestigio público ni la realeza ni la riqueza es fundamento del placer. Así que el filósofo no ambiciona el poderío ni el reino de Alejandro, o poseer aún más de lo que él tenía, porque esos hombres no andan deseosos de nada vano.
¿Por qué, pues, el que sucedan algunas cosas, es un testimonio del poder de la adivinación más que el que no ocurran de su falta de sentido) Eso sería absurdo, pienso.
Según dicen ellos (los estoicos), es imposible escapar al destino…
Es evidente que no va a ser así. Pues si resulta rechazada la adivinación, ¿qué otro indicio queda de la fatalidad? Pues si alguno utilizara el argumento de Demócrito diciendo que los átomos no tienen ningún movimiento libre en el continuo chocar mutuo de unos con otros, y que de ahí se deduce que todos se mueven fatalmente, le replicaremos a éste que: “¿No sabes tú, quienquiera que seas, que hay en los átomos un movimiento libre, que Demócrito no descubrió, pero que Epicuro sacó a la luz, que consiste en su desviación según el demuestra considerando los fenómenos?”
Y lo más importante es esto: si uno cree en la fatalidad, eliminará con ello cualquier acusación o premio y ni siquiera sería posible castigar con justicia a los malvados, puesto que no serian responsables de sus delitos.
Máxima de Epicuro (en el margen inferior):
“Si el tiempo pudiera alargar el placer hasta el infinito, no podría sin embargo aumentarlo al infinito”
De modo que no en cualquier lugar hallaríamos la sabiduría, porque no todos son capaces de ella. Pero si la suponemos posible, entonces cuán de verdad la vida de los dioses se encontraría entre los seres humanos.
Pues todo rebosaría de justicia y amor recíproco.
Y no habría necesidad de muros ni de leyes ni de todo cuanto montamos para protección de unos contra otros.
En lo que respecta a los sustentos necesarios de la agricultura, como entonces no tendremos esclavos, nosotros mismos empuñaremos el arado y abriremos los surcos y velaremos por los cultivos, desviaremos los ríos y recogeremos [las cosechas]
Y habrá pausas en la tarea de filosofar de modo constante y en compañía al modo actual.
Pues las tareas del campo nos proporcionarán todo lo que la naturaleza exige…
Máxima de Epicuro (en el margen inferior):
“No cualquier ser vivo es capaz de ajustar pactos para no sufrir ni causar daño”.
(Epicuro. Obras. Introducción de Carlos García Gual. Traducción de José Marchena. Edit. Biblioteca Gredos. Barcelona. 2007).
Segovia, 28 de septiembre del 2024
Juan Barquilla Cadenas.