ARISTÓTELES: “La ética de la virtud”
Edith Hall, prestigiosa clasicista británica, en su libro “La senda de Aristóteles”, repasa en distintas obras de Aristóteles, algunos aspectos que pueden ser una guía hacia una vida feliz.
Yo he seleccionado algunas de las muy interesantes cosas que dice en este libro, de cada uno de los diez puntos en que apoya su tesis de la “ética de la virtud” que propone Aristóteles para conseguir la felicidad.
Dice que casi todo el mundo cree que quiere ser feliz.
Algunos filósofos sostienen que la felicidad es “objetiva” y que un observador o un historiador la puede percibir e incluso evaluar; sería, por ejemplo, buena salud, longevidad, una familia que nos quiere, estar libres de problemas económicos o de ansiedad.
Otros filósofos niegan esta definición y entienden la felicidad como un hecho “subjetivo”. Para ellos la felicidad no se relaciona con “bienestar”, sino con “satisfacción”.
La felicidad “subjetiva” se puede describir, pero no medir.
Aristóteles fue el primer filósofo que indagó esta segunda clase de felicidad, la “subjetiva”, y desarrolló un complejo programa para llegar a ser una persona feliz.
La ética aristotélica abarca todo lo que los pensadores modernos asocian con la felicidad subjetiva: realización personal, búsqueda lograda de un “significado” o “sentido” y el “fluir” del compromiso creativo con la vida (o “emoción positiva”).
Decidir ser más feliz es algo que, cualesquiera que sean las circunstancias, está dentro de la competencia de la mayoría.
¿Qué es, pues, la felicidad?
Los filósofos modernos llegan a “la felicidad subjetiva” desde tres direcciones:
El primer enfoque se relaciona con la psicología y la psiquiatría, y sugiere que la felicidad es lo opuesto a la depresión, un estado emocional personal que se experimenta como una secuencia continua de estados de ánimo. Asimismo, implica una actitud positiva y optimista.
Según algunas corrientes filosóficas occidentales, tal estado emocional puede cultivarse con técnicas como la “meditación transcendental” y, al parecer, puede estar relacionado con altos niveles naturales de serotonina, el neurotransmisor que para muchos médicos y psiquiatras es fundamental a la hora de mantener el equilibrio de los estados de ánimo; es lo que les falta a las personas deprimidas.
Para Aristóteles la felicidad requería la realización de las potencialidades humanas.
El segundo enfoque filosófico contemporáneo de la “felicidad subjetiva” es el “hedonismo”, la idea de que la felicidad se define por la proporción total de nuestra vida que pasamos disfrutando, experimentando placer o sintiendo deleite y éxtasis.
Pero son pocos los filósofos del siglo XXI que defiendan las aproximaciones hedonistas en lo que respecta a la posibilidad de alcanzar la felicidad subjetiva.
La gente no considera que las sensaciones agradables sean el único factor determinante de la felicidad subjetiva total.
Queremos ser felices y parecemos creer que la felicidad es algo más que una serie de experiencias agradables.
Para ser feliz hace falta algo más permanente, más valioso, más constructivo, y eso fue lo que interesó a Aristóteles hace muchos siglos, en la Grecia clásica.
Aristóteles pensaba que la felicidad era un estado psíquico, una sensación de plenitud y satisfacción con nuestra conducta, con nuestras interacciones y con el rumbo que imprimimos a nuestra vida.
La felicidad implica cierto elemento de actividad y fijación de objetivos.
El Estagirita (Aristóteles) pensaba que, si nos entrenamos para ser buenos, si ejercitamos las virtudes y controlamos los vicios, descubriremos que el estado de ánimo feliz suele surgir cuando hacemos lo correcto.
Para Aristóteles, todas las virtudes formaban parte, por así decir, de un mismo paquete, pero pensadores recientes han tendido a dividirlas en subcategorías.
En “Virtues and Vices” (Virtudes y Vicios), 1978), James D. Wallace describe tres grupos: las virtudes de la autodisciplina – como el valor y la paciencia -; las virtudes de la dedicación y la escrupulosidad, como la honradez y la justicia, y las virtudes que implican ser benévolo con los demás, como la bondad y la compasión.
Las dos primeras pueden influir favorablemente en el buen resultado de los proyectos de un individuo y de toda la comunidad.
Las virtudes asociadas con la benevolencia son menos obvias, pero pueden lograr que nos gustemos más a nosotros mismos y que nos gusten más todos los que nos rodean.
En consecuencia, ser virtuoso redunda en nuestro propio interés. No obstante, Aristóteles, junto con Sócrates, los estoicos y el filósofo victoriano Thomas Hill Green, creía que también reportaban beneficios intrínsecos. Las virtudes dirigidas hacia los demás hacen una contribución constitutiva a nuestra propia felicidad.
En la “Ética a Nicómaco”, Aristóteles analiza la causa de la felicidad.
No es algo que otorgue Dios, dice (y Aristóteles no creía que los dioses se implicaran en los asuntos humanos), pues puede adquirirse “por el estudio (esfuerzo) o por la costumbre o por algún otro ejercicio”.
Por otra parte, siempre según Aristóteles, (la felicidad) podría ser un fenómeno muy extendido: “Con todo, aun cuando la felicidad no sea enviada por los dioses, sino que sobrevenga mediante la virtud y cierto aprendizaje o ejercicio, parece ser el más divino de los bienes, pues, por medio de cierto aprendizaje y diligencia, la pueden alcanzar todos los que no están incapacitados para la virtud”.
Aristóteles acepta que existen algunas ventajas que se tienen o no se tienen.
Pero no hace falta tener posesiones materiales, ni fuerza física o belleza para empezar a ejercitar la mente en compañía de Aristóteles, pues el estilo de vida que propugna tiene más que ver con la excelencia psíquica y moral que con la que reside en las cosas materiales o el esplendor del cuerpo.
Incluso las personas no especialmente agraciadas por la naturaleza o aquellos que han experimentado pérdidas terribles podrían tener una vida buena si se adentran por el camino de la virtud.
La única manera de ser una buena persona consiste en hacer buenas obras. Hay que tratar siempre a los demás con justicia e imparcialidad.
Aristóteles situó la experiencia humana en el centro de todo su sistema de pensamiento.
En nuestra vida, y en cuanto agentes morales, hemos de tener en cuenta lo más adecuado a las circunstancias en cada ocasión.
Cada uno de nosotros tiene que alcanzar el conocimiento de sí mismo y decidir la clase de sustento ético que necesita.
El mal abunda en este mundo. Pero un porcentaje no desdeñable de seres humanos, si cuentan con recursos básicos suficientes para no verse forzados a ser egoístas para sobrevivir, disfrutan siendo benévolos y viviendo socialmente interconectados.
Esas personas se sienten bien cuando ayudan a otros. Vivir cooperando con los demás, en familia o en comunidad, parece ser el deseo y el estado natural de los humanos.
Un pensador aristotélico se caracteriza por vivir en grupos sociales así, por pensar racionalmente, tomar decisiones éticas, utilizar los placeres sanos como guía para saber lo que es bueno y fomentar la felicidad propia y ajena.
En uno de los pasajes de más repercusión de la “Metafísica”, critica los relatos mitológicos y acientíficos sobre el origen del universo que urdieron los primeros poetas griegos, como Hesíodo.
Aristóteles fundó el “Liceo”, la primera universidad del mundo dedicada a la investigación y la enseñanza.
A Aristóteles le importaba su relación con su cuerpo. Creía sinceramente que el sexo, la comida y el vino, si se disfrutaban con espíritu constructivo y con personas a las que amamos, pueden ser claves para la felicidad.
Le fascinaban los sabores, la comida y la cocina; sabía qué cultivaba la gente en los huertos caseros.
También disfrutaba de un buen masaje, de una friega y un baño caliente en el gimnasio.
Todo lo que sabía de música y, de hecho, sobre los aspectos prácticos del aprendizaje de instrumentos musicales, sugiere que la música era un aspecto importante en su vida.
Lejos de desdeñar las obras de divulgación, él mismo escribió muchas. Obras llamadas “Exotéricas”, para el público.
Cicerón dice que su prosa fluía “como un río de oro”.
La más célebre de las “obras exotéricas” de Aristóteles es el “Protréptico”, o “Exhortación a la filosofía”, un clásico popular de filosofía “para todos”.
El texto expresa la pasión de Aristóteles por la filosofía y describe lo que más diferencia al hombre de los demás animales, a saber, la mera fuerza de la mente humana.
La filosofía también nos acerca a lo que él llamó simplemente “dios” – aunque los griegos adoraban a muchos dioses, los filósofos pensaban en un poder divino y superior unitario que era el motor último del universo.
En el libro I de la “Política”, Aristóteles defiende la esclavitud, al menos como sistema griego para esclavizar a no griegos, y afirma claramente que las mujeres tienen un cerebro inferior al de los hombres. (Claros errores de Aristóteles).
Pero también afirma que todas las opiniones deben ser siempre susceptibles de ser revisadas.
Por ejemplo, en la “Ética a Nicómaco” escribe que, aunque la firmeza es en esencia una virtud, hay veces en que puede ser perjudicial seguir rígidamente unas ideas fijas.
Y cita el ejemplo de Neoptólemo, personaje de la tragedia “Filoctetes”, de Sófocles: Ulises había convencido a Neoptólemo para que mintiera a Filoctetes, malherido por la mordedura de una serpiente, pero cuando ve a éste sufriendo y sabe más cosas sobre su infortunio, cambia de opinión y se niega a participar en el engaño.
Asimismo, opina que los códigos jurídicos escritos pueden revisarse y mejorarse.
Por otro lado, Aristóteles fue un naturalista empírico y filósofo, y en sus escritos celebra una y otra vez la materialidad del universo y que la percibimos con los sentidos y que sabemos que es real.
Lejos de despreciar el cuerpo humano como hizo Platón, consideraba que somos animales maravillosamente dotados y con una conciencia inseparable de nuestro ser orgánico, con unas manos que son un milagro de la ingeniería mecánica y para quienes el placer físico instintivo es una auténtica guía para una vida plena de virtud y felicidad.
El Estagirita (Aristóteles) explica el mundo material recurriendo a la ciencia y el mundo moral con criterios humanos, más que con los que impone una deidad externa.
Temistio, uno de los principales comentaristas antiguos de Aristóteles, dijo que el Estagirita era “más útil para la masa” que otros pensadores.
En 1986 el filósofo Robert J. Anderson escribió:
“Ningún pensador de la Antigüedad habla más directamente a las preocupaciones y las angustias de la vida contemporánea que Aristóteles.
Tampoco está claro que algún pensador moderno ofrezca tanto a quienes viven estos tiempos de incertidumbre”.
1. LA FELICIDAD
Al comienzo de la “Ética a Eudemo”, Aristóteles cita una línea de la literatura sapiencial inscrita en una antigua piedra descubierta en Delos, la isla sagrada, en la que se lee que las tres mejores cosas de la vida son “la justicia, la salud y la realización de nuestros deseos”.
Según Aristóteles, el objetivo más alto de la vida humana es, sencillamente, la felicidad, lo que significa encontrar un propósito para realizar nuestro potencial y mejorar nuestra conducta para llegar a ser la mejor versión de nosotros mismos.
En la ética aristotélica, el individuo es el responsable.
Como comprendió Abraham Lincoln “la mayoría de la gente es tan feliz como decide ser”.
Las recomendaciones de Aristóteles para conseguir la satisfacción: trabajar con la situación que se tiene delante, la reflexión previa, el foco siempre puesto en las intenciones, la flexibilidad, el sentido común, la autonomía individual y, no menos importante, el consultar con otros.
Transcurrido un tiempo, actuar correctamente se vuelve un hábito y nos sentimos bien con nosotros mismos; el estado de ánimo resultante es la “eudaimonía”, es decir, la felicidad.
La “eudaimonía” la hacemos nosotros, por lo cual necesita una aportación positiva. En efecto, para Aristóteles, felicidad es una actividad (práxis).
Y, si el objetivo de la vida humana es la felicidad, la manera de conseguirla consiste en reflexionar a fondo sobre cómo Vivir Bien o estar vivo de la mejor manera posible.
Para eso se requiere un “hábito consciente” y Aristóteles piensa que los demás animales no son capaces de tenerlo.
Aristóteles creía que la manera en que educamos a los futuros ciudadanos es crucial para que puedan realizar su “potencial” como individuos y como miembros de la comunidad.
La afirmación más famosa de Aristóteles dice que el hombre es un “animal político” (Zoon politikón). Aristóteles quiso decir que el hombre se diferencia de otros animales por tender naturalmente a reunirse para vivir en una vasta comunidad estable, la “polis” o ciudad-Estado.
En la “Ética a Nicómaco” formula una pregunta crucial: ¿cuáles son los rasgos distintivos del ser humano?
Los humanos, igual que los animales y las plantas, participan en la actividad básica de vivir y crecer obteniendo nutrientes. Si otros animales y plantas viven, se alimentan y crecen, en este sentido no se distinguen de la humanidad. Los animales, como los humanos, tienen sentidos con los que perciben y distinguen a las demás criaturas y el mundo que les rodea. Por tanto, lo sensitivo no puede ser el rasgo distintivo que define al ser humano.
Sin embargo, ningún otro ser vivo comparte la vida activa del ser dotado de razón.
Los seres humanos hacen cosas y son capaces de pensar antes, durante y después de hacerlas.
Ejercitar la razón para “Vivir Bien” implica cultivar las virtudes y evitar los vicios. Ser buenas personas nos hará felices.
Poner el acento en la relación entre felicidad y acciones virtuosas es una de las diferencias fundamentales entre la receta aristotélica de la felicidad y la de otras escuelas filosóficas, como el egoísmo, el utilitarismo y el kantismo.
La “ética de la virtud” siempre ha atraído a humanistas, agnósticos, ateos y escépticos precisamente porque ofrece a los que quieren una vida feliz, decente y constructiva una manera reflexiva de conseguirla.
La “ética de la virtud” ayuda a acercarse a las decisiones, a la moral y a las “grandes preguntas” acerca de la vida y la muerte confiando en nuestro propio juicio y en la capacidad de cuidarnos a nosotros mismos, a nuestros amigos y a las personas que dependen de nosotros.
Si la gente comprendiera que la felicidad personal depende de su propio comportamiento, escribió entonces “el bien podrá ser más común y más divino: más común, porque sería posible a un mayor número de gente participar de él”.
Aristóteles fue el autor de los primeros libros dedicados a la pregunta “¿cómo debería actuar?”
Nadie ni siquiera Platón, había reflexionado sobre la cuestión separándola de otros temas como la religión o la política.
Aristóteles escribió dos grandes tratados sobre ética, la “Ética a Nicómaco”, al parecer dirigida a su hijo Nicómaco, y la “Ética a Eudemo”, así llamada por su amigo Eudemo.
En el comienzo, ambas abordan el proyecto fundamental de la eudaimonía para pasar a centrarse en la naturaleza de la virtud en general (areté) y las virtudes discretas (aretai) que ha de cultivar el animal humano si quiere “Vivir Bien” y prosperar y ser feliz.
También tratan temas como la amistad, el placer y (brevemente) la relación de los seres humanos con lo divino.
En los tratados sobre ética son pocas las reglas que pueden aplicarse a rajatabla o las instrucciones de carácter general. No hay una fórmula estricta o un “código moral”.
La intención es siempre mejorar nuestra vida y dirigirla hacia el bienestar, pero la dimensión ética de cada decisión será diferente y requerirá otro análisis y otra acción receptiva.
Aristóteles pensaba que los principios generales son importantes, pero también, y a menudo, pueden inducir a error si no se toman en cuenta las circunstancias concretas.
Aristóteles también opina que la gente que reprime demasiado sus emociones no es capaz de vivir persiguiendo eficazmente un buen objetivo; en ese aspecto, suena muy moderno y freudiano.
En la “Ética a Nicómaco” sugiere que la relación entre razón y emoción no es de polaridad, sino que ambas son inseparables como “en una curva lo cóncavo y lo convexo”.
Asimismo, observa que mucha gente confunde ciertas cosas buenas – el placer, la riqueza o la fama – con la clase de “bien constructivo” al que él realmente se refiere.
El problema que presentan esos objetivos reside en que pueden verse radicalmente afectados por la “suerte”.
Si nuestro objetivo es la riqueza y seguimos siendo pobres o de repente perdemos nuestro dinero por un golpe de mala suerte, nunca alcanzaremos esa felicidad que la “eudaimonía” promete.
No obstante, vivir conscientemente una vida ética no es algo para todo el mundo.
Aristóteles divide en tres grupos a los seres humanos que persiguen objetivos:
- El primero sólo se interesa por la clase de “bien” que procede del placer físico, y compara a sus miembros con el ganado.
Aristóteles creía que el placer físico era importante, una guía útil para todos los animales, pero para el animal humano es bueno porque, más que constituir la felicidad propiamente dicha, es decisivo a la hora de guiarnos hacia la feliciidad.
- El segundo grupo lo forma gente de acción que pasa la vida en la esfera pública o política. Su objetivo es la fama o el honor, el reconocimiento. No obstante, es que les interesa más ser reconocidos que ser de verdad buenas personas.
- En el tercer grupo están aquellos cuyo objetivo es aprender y satisfacer su intelecto. Es mucho más difícil que este objetivo resulte saboteado por factores que escapan a nuestro control, como la “suerte”. Es algo que podemos hacer solos y está intrínsecamente vinculado a la autosuficiencia.
La autosuficiencia o autarquía (autarkeia) es un elemento clave de la idea de Aristóteles sobre cómo tener una buena vida y, en consecuencia, una vida feliz.
Hacia el final de la “Ética a Nicómaco”, Aristóteles sugiere que la vida más autosuficiente es la pura contemplación filosófica, que no requiere la intervención de nadie. Pero afirma que el sabio a tiempo completo, “aun estando solo, puede teorizar, y cuanto más sabio, más; (pero) quizá sea mejor para él tener colegas”.
Si intentamos ser felices practicando la justicia en nuestras relaciones, hace falta que haya alguien con quien ser justo, porque “el justo necesita de otras personas hacia las cuales y con las cuales practicar la justicia”.
Para Aristóteles, incluso la vida de una persona autosuficiente mejora si tiene amigos.
No hace falta siquiera tener “talento natural” para “Vivir Bien” y practicar la virtud con vistas a ser lo mejor posible.
En el libro III de la “Ética a Nicómaco”, Aristóteles se ocupa de ir en contra de los que afirman que las personas nacen malas o nacen buenas.
Es posible asumir la responsabilidad que nos compete en lo que atañe a nuestra propia felicidad y decidir “Vivir Bien” en cualquier etapa de la carrera moral.
Además, en el libro IX del mismo tratado insiste en que las personas que quieren “Vivir Bien” y tratar justamente a los demás tienen que quererse a sí mismos a toda costa.
Mucho antes de que el psicoanálisis freudiano animara a la gente a comprender sus impulsos primarios como naturales y no moralmente despreciables, Aristóteles sostuvo que la felicidad no se lleva bien con el odio a uno mismo.
A diferencia de la mayoría de las religiones y otros sistemas éticos, la ética aristotélica no juzga en absoluto a las personas inmorales, pues el filósofo advierte que son profundamente desdichadas.
Los inmorales viven en un conflicto constante; hacen lo que les procura placer, pero a algún nivel saben que la búsqueda del placer por el placer mismo no conduce a la felicidad.
Igualmente, conflictuadas, viven los que saben qué es lo correcto, pero no lo hacen por cobardía o pereza.
Aristóteles había afirmado que “el bien es simple, pero el mal polimorfo. El hombre bueno es siempre semejante a sí mismo y no cambia de carácter; el malo y el insensato no se parecen en nada por la tarde a lo que eran por la mañana”
La amenaza más seria a la consecución de la felicidad es la mala suerte.
En la “Ética a Eudemo”, Aristóteles dedica muchas páginas a la relación entre el fuero interno como agente moral – la capacidad de determinar la propia conducta y controlar el destino – y la mala suerte ocasional, que está completamente fuera de control.
Pero, como dice Aristóteles, los pequeños cambios debidos a la suerte no afectan a todo el curso de la vida.
Dice Aristóteles: “Sin embargo, también [en la adversidad] brilla la nobleza cuando uno soporta con calma muchos y grandes infortunios, no por insensibilidad, sino por ser noble y magnánimo”.
Según un antiguo proverbio griego, de nadie se podía decir que era feliz hasta que moría.
El consejo de Solón: para juzgar una vida humana hay que “ver el final que cada cosa trae”.
2. EL POTENCIAL
Para Aristóteles ser “fiel a uno mismo” significaba realizar nuestro “potencial”, en el sentido de desarrollarlo plenamente hasta convertirlo en realidad, por lo cual nunca es demasiado tarde para empezar a serlo.
De todos los conceptos clave de Aristóteles (la mayor parte de ellos son clave) el más importante es el de “potencia”.
Según Aristóteles, cada objeto del universo tiene una finalidad y existe para ella.
Incluso un objeto cotidiano como una mesa tiene una finalidad: es un mueble alrededor del cual la gente se sienta y encima del cual coloca cosas. Pero las cosas vivientes tienen un potencial diferente, una dýnamis, que se desarrollará hasta ser la versión madura de lo que alguien es, y da igual lo que fuere; una semilla o una bellota tiene el potencial de desarrollarse hasta formar una planta o un árbol; un huevo de gallina, fertilizado, tiene la dýnamis necesaria para desarrollarse hasta ser un polluelo.
En el caso de los animales (incluido el animal humano), la idea aristotélica de dýnamis anticipa misteriosamente los conceptos modernos de codificación genética y ADN, y así lo han reconocido biólogos y genetistas de nuestros días.
Para Aristóteles, la idea de finalidad está vinculada a una de sus doctrinas más célebres, la que postula que todo tiene cuatro causas fundamentales.
Una estatua, por ejemplo, tiene (1) una “causa material” (la piedra de que está hecha); (2) una “causa eficiente” (el escultor); (3) una “causa formal” (el diseño y la forma exactas de la estatua obra del escultor), y (4) una “causa final”, que es la razón y el propósito de su existencia (estar en un santuario y recibir ofrendas).
En un ser humano, la potencialidad está íntimamente relacionada con la “causa final”, la que explica la razón de ser y el propósito de la existencia.
La causa material de un ser humano (1) es la materia orgánica – la sangre, la carne, los huesos – de la que está hecho.
La causa eficiente (2) son los padres que lo engendraron.
La causa formal (3) es el ADN que determinó la estructura genética, el aspecto y la constitución de un individuo.
La única causa que un ser humano controla es la causa final (4), razón de ser y finalidad.
El término que emplea Aristóteles para designar el potencial y la potencialidad es dýnamis, del que se deriva “dinámica” y se relaciona con el desarrollo personal constructivo y a largo plazo.
Desde las primeras muestras de poesía griega, la voz dýnamis aludía al poder o la capacidad para hacer algo.
Aristóteles desarrolla su concepción de la “dýnamis” en el libro IX de la “Metafísica”.
Se puede tener el potencial necesario para respirar, crecer o caminar y las plantas, los animales y los humanos pueden realizar esa clase de potencial inconscientemente.
Sin embargo, hay una “dýnamis” especial y superior, a la que llama “potencialidad racional” y sólo la poseen los seres humanos.
Dicha potencialidad no puede realizarse sin recurrir al pensamiento consciente.
En el caso del hombre, la “dýnamis” se refiere al conjunto de cualidades, talentos y aptitudes de las que nos dota la naturaleza.
Algunas potencialidades se realizan inevitablemente y nada las detiene; otras pueden requerir que se den las circunstancias idóneas.
Ahora sabemos que la parte “racional del cerebro humano”, el cortex frontal, ni siquiera está plenamente “conectada” hasta los veinticinco años, cosa que significa que hay que seguir apoyando a una persona hasta mucho después de la mayoría de la edad legal, y, a menudo durante años después de concluidos los estudios.
Dicho de otro modo, a los humanos se los puede criar y cuidar de una manera que les permita realizar todo aquello de lo que son potencialmente capaces, pero es posible también que su potencial quede atrofiado o no llegue a realizarse.
Aristóteles sostenía que cada individuo tiene un potencial diferente.
La felicidad, en sentido aristotélico, significa decidir lo que queremos hacer y por qué, y luego elaborar un plan para conseguirlo.
Aristóteles comienza su obra más importante sobre moral, la “Ética a Nicómaco”, señalando que todo lo que hacemos tiene un objetivo positivo; él lo llama “un bien”.
En medicina ese bien es la salud; en la construcción naval, un barco; en lo que atañe al presupuesto familiar, la prosperidad económica.
En la “Ética a Nicómaco”… las cosas realmente importantes que queremos hacer sólo tienen que estar en nuestra mente como un bosquejo; los detalles pueden completarse, como en una partitura, a medida que avanzamos.
El mayor don consiste en ayudar a alguien a identificar su potencial y fomentar las circunstancias adecuadas para su desarrollo.
Cuando se elabora un plan, el principio más importante es el placer.
Aristóteles sostiene que todos deberíamos aspirar a ejercer las ocupaciones que nos procuran placer. Nuestro filósofo advirtió que las personas que ejercer una actividad que les procura placer son casi siempre los mejores en su profesión.
Aristóteles concibió un mundo en que las máquinas podían llevar a cabo la mayor parte del trabajo manual, lo que liberaba al hombre, que a partir de entonces podía dedicarse a la vida contemplativa.
A diferencia de Platón, su tutor, un pensador elitista que creía poco en la inteligencia de los pobres y de las clases trabajadoras, Aristóteles suele hacer hincapié en que los mejores expertos en un tema dado son probablemente personas con un sentido común que han acumulado experiencia por baja que sea su condición social.
La confianza que Aristóteles depositaba en el sentido común del grueso de la población le permitió incluso encontrar un lenguaje con que expresar su prototipo de la “multitud inteligente”.
Nuestra inteligencia colectiva es mucho más grande que la suma de sus partes.
Aristóteles sabe que la filosofía y la ciencia comienzan unos doscientos años antes de su nacimiento y que, al principio, el “maravillarse” ante cosas materiales era un pasatiempo. Solamente se puede empezar de verdad en un lugar y una época en que la gente tenía suficiente para comer y tiempo para dedicarse a pensar. Las necesidades prácticas de la vida estaban cubiertas.
Para designar el acto de “maravillarse ante el mundo”, Aristóteles emplea el término griego “teoría”. “Poseemos la “dýnamis theoritiké”, es decir, la capacidad para teorizar acerca del mundo.
… Dado que el objetivo de cualquier ciudad-Estado es garantizar que sus ciudadanos tengan una buena vida, “es manifiesto también que la educación debe necesariamente ser única y la misma para todos, y que el cuidado de ella debe ser común, no privado.
Aristóteles no cree que dejar a cada padre la libertad de decidir privadamente la educación de los hijos sea útil a la comunidad. Mucho mejor sería que todos los ciudadanos recibieran la misma educación en todas las materias que él denomina “de interés común”.
Para algunos estudiantes es necesario un tratamiento especial cuidadosamente adaptado incluso en un sistema educativo universal.
“Sin duda, concluye Aristóteles, el maestro de boxeo no propone el mismo modo de lucha a todos sus discípulos”.
Y dice “Ahora bien, lo mejor es que la ciudad se ocupe de estas cosas públicas y rectamente; pero, si públicamente se descuidan, parece que cada ciudadano debe ayudar a sus hijos y amigos hacia la virtud o, al menos, deliberadamente proponerse hacer algo sobre la educación”.
Aristóteles no admiraba a la belicosa Esparta, el único Estado en que el currículo se fijaba realmente por ley, y donde los niños pequeños, fueran libres, ricos o pobres, recibían todos idéntica formación.
Como ejemplo del otro extremo menciona a los cíclopes…Los cíclopes no tenían Parlamento ni legislación común: cada uno era el rey de su caverna y dictaba las leyes para su prole y su esposa. Los demás no le interesaban.
3. LAS DECISIONES
“Eubolía” es el vocablo griego empleado para denominar todo el proceso de deliberación y toma de decisiones.
La “eubolia” designa la capacidad de deliberar para uno mismo y, a la vez, reconocer la deliberación competente y las decisiones racionales ajenas; incluye, por tanto, el pedir consejo a asesores bien escogidos.
Según Aristóteles, el proceso (de deliberación) afectaba por igual a las decisiones importantes – por ejemplo, cuánto dinero dedicar a la defensa de un país – y a las menores, de carácter doméstico – qué hacer con un adolescente rebelde.
De todas las obras de Aristóteles, pero en especial de la “Ética a Nicómaco” y la “Ética a Eudemo”, podemos extraer una especie de “fórmula” para deliberar mejor siempre que tengamos que tomar una decisión, da igual cuál sea su importancia.
La “ética de la virtud” y la “deliberación” como habilidades aprendidas pueden contribuir a compensar la injusticia por la que algunos nacen con una mayor predisposición natural a hacer las cosas que conducen a la felicidad.
Sin embargo, la sabiduría práctica es acumulativa, y perfeccionar el arte de la deliberación requiere experiencia.
Educar en procedimientos de toma de decisiones morales hace que el mundo sea un lugar más habitable para todos.
La ética es incluso mucho más variable y complicada que la fisiología humana.
En primer lugar, es necesario definir la “deliberación”.
Para Aristóteles tiene un sentido muy concreto, pues no se trata de nuestros fines últimos – un médico no delibera acerca de su intención, que es, obviamente, sanar a su paciente -, sino de escoger la mejor manera de alcanzar nuestros objetivos.
Sabemos que la felicidad es nuestra meta, pero deliberamos sobre “los medios” que nos permitirán alcanzarla, las medidas que más probablemente nos traerán la felicidad.
Deliberar es, para Aristóteles, una actividad distintiva.
Sólo deliberamos acerca de las incertidumbres.
Únicamente “deliberamos sobre lo que está en nuestro poder y es realizable”.
La deliberación también afecta a lo que vamos a hacer en el futuro, no a lo que ocurrió o a lo que hicimos ayer.
…Si uno quiere alcanzar la felicidad, tiene que hacerse responsable de sus actos, tanto de lo que ha hecho como de lo que no ha hecho.
“En cuanto a las cosas que pueden ser o no ser, es posible deliberar sobre ellas y está en nuestro poder hacerlas o no”, escribió Aristóteles, afirmando que todos tenemos libertad para actuar como personas buenas o malas. La conclusión necesaria es que “tanto la virtud como el vicio están en nuestro poder”.
Aristóteles llega al extremo de afirmar que “juzgamos el carácter de un hombre por su elección, es decir, no por lo que hace, sino por qué causa lo hace”.
Aristóteles recomienda fundamentar los objetivos – que deberían ser difíciles, pero alcanzables y conformes a nuestras capacidades y recursos – en buenas intenciones.
Aristóteles denominó “incontinentes” a los que no mantienen lo que deciden tras deliberar.
¿Cuáles son las “reglas” de Aristóteles para la deliberación?
La primera regla que según los griegos antiguos sigue quien reflexiona de manera competente es “no deliberar precipitadamente”.
La segunda regla manda “verificar toda la información”.
Verificar la información es una medida estrechamente relacionada con la tercera regla, a saber, “consultar y escuchar a un asesor experto en la materia de que se trate”.
El consejero ha de ser una persona desinteresada, que no pierda ni gane nada con la decisión que tomemos.
El cuarto imperativo manda “consultar, o, al menos, observar la situación atendiendo al punto de vista de todas las partes”.
La quinta regla implica “examinar todos los precedentes conocidos, tanto de la vida personal como de la historia”.
Regla número seis: “calibrar los probables resultados y prepararse para cada uno de los que consideramos posibles”.
Además de en las consecuencias probables y predecibles, la séptima regla requiere “que pensemos también en ese factor desconsiderado llamado “suerte”.
4. LA COMUNICACIÓN
El estudio de la persuasión verbal experimentó un cambio revolucionario con la “Retórica” aristotélica que ponía el acento en los factores que consiguen que un discurso sea eficaz y en las bases de la técnica argumentativa en lugar de centrarse en la manera de alcanzar el poder en la ciudad-Estado, siendo un orador inteligente.
El tratado se inicia con una afirmación: que la retórica es una destreza que puede enseñarse y que absolutamente todo el mundo puede aprender.
La teoría aristotélica de la persuasión se desarrolló de manera integral con el resto de su obra.
Las emociones y el pensamiento subyacen a la “ética de la virtud”, pero también son parte esencial de sus consejos sobre la persuasión.
Toda su teoría se asienta en la relación entre el “comunicador” y el “auditorio”, y en el modo en que las emociones y el lenguaje crean la relación.
La persuasión puede usarse con fines loables.
Para Aristóteles, la retórica no es más que una caja de herramientas que permite exponer de la manera más convincente los hechos relevantes a cada caso, lo que permite que el auditorio se forme juicios racionales. El argumento más convincente es siempre el que se centra en las pruebas, y Aristóteles lo llama “entimema”.
Las formas más simples, pero las más importantes, de un argumento son meramente afirmaciones o “premisas”. Al poner dos afirmaciones juntas podemos deducir o inferir una tercera que constituye una conclusión o verdad.
Estamos ante algo parecido al “entimema” retórico, pero se trata de un silogismo.
Si las dos “premisas” son correctas, se puede extraer una conclusión acertada y útil.
El punto vulnerable es siempre el “medio” del silogismo, porque si el oyente ha dado por buena “la primera premisa”, ya está mentalizado para considerar que el orador no miente, y más dispuesto a aceptar la “segunda (premisa)”.
A Aristóteles le interesaba mucho más esta retórica “deliberativa” porque puede alterar el curso de la historia, aunque sea a una escala menor.
Por ejemplo, puede afectar drásticamente a lo que ocurre en las relaciones, las carreras profesionales, la política, de ahí que dominar la “retórica deliberativa”, empondere a quien posee esa capacidad. Y lo más hermoso de todo es que puede aprenderse.
Según Aristóteles, el “ABC” de la comunicación eficaz es el público, la concisión y la claridad.
Para Aristóteles, la retórica es, por encima de todo, una transacción emocional: queremos que los receptores se sientan bien consigo mismos y que deseen volver a vernos.
La segunda regla de la retórica aristotélica es la concisión. A la hora de persuadir a alguien, menos, siempre, es más.
La tercera cualidad fundamental de la retórica es la claridad. Si no se entiende o que decimos no conseguiremos persuadir.
Una parte importante de la retórica es el discurso, la expresión oral.
…para las deliberaciones es más útil la manera como se presente el orador y para los procesos judiciales, a actitud en que se halle el auditorio.
Tres son las causas que hacen persuasivos a los oradores. Esas causas son la sencillez, la virtud y la benevolencia.
Aristóteles continúa desarrollando el cuadro de la clase de individuo que, generalmente, cae bien. Es alguien que no vive de los demás, sino que se gana el sustento trabajando duro.
“Además, (se ama) a aquellos que nos deleitan con su trato y compañía, como son los complacientes y los que no reprueban los errores que cometemos ni son amigos de disputas o pendencieros”.
Como bien sabía Aristóteles, las primeras impresiones son importantes, y en sus obras sobre ética habla de la vestimenta y el aseo personal.
“No sólo es jactancia el exceso, sino la negligencia exagerada”.
Es muy útil establecer consecutivamente contacto visual con todos los presentes en la sala y mantener con todos ellos esa relación ocular, sobre todo cuando les toca hacer una pregunta.
Teofrasto, el colega de Aristóteles, dice que un orador que no mira a los ojos al auditorio causa mala impresión, como un actor que diera la espalda al público.
Aristóteles opina que las “analogías” son inestimables a la hora de persuadir al oyente.
5. EL CONOCIMIENTO DE UNO MISMO
Las categorías aristotélicas de las virtudes y los vicios abren un camino para conocernos a nosotros mismos permitiéndonos descubrir nuestras mejores características y también las peores.
La autoevaluación, seguida de medidas prácticas que ensanchen las virtudes y minimicen los vicios, no sólo hará más felices a quienes nos rodean; también logrará que nuestra felicidad sea mayor.
Para Aristóteles es evidente que los individuos con fallos en las virtudes básicas nunca pueden alcanzar la felicidad: pues nadie podría llamar feliz al que no participa en absoluto de la fortaleza, ni de la templanza, ni de la justicia, ni de la prudencia, sino que teme a las moscas que vuelan junto a él y no se abstiene de las peores acciones si le acucia el deseo de comer o beber, sino que sacrifica por un cuarto a sus más queridos amigos. (Política, libro VII).
Aristóteles pensaba que el bienestar humano requiere justicia, valor y templanza – la clase de “virtudes” que han hecho que los filósofos denominen “ética de la virtud” al sistema moral del Estagirita”.
Los pasajes de Aristóteles sobre las virtudes y los vicios asociados a ellas (“Ética a Eudemo” y “Ética a Nicómaco”) constituyen un práctico manual de instrucciones morales.
Las “virtudes” o “caminos hacia la felicidad”, son, más que rasgos de carácter, hábitos que pueden aprenderse con la práctica.
Casi todos podemos mejorar moralmente si queremos.
Para él, una virtud se parece a cualquier otra habilidad que puede aprenderse, y adquirimos las virtudes como resultado de actividades anteriores.
…” y este es el caso también de las virtudes”, dice Aristóteles; “pues por nuestra actuación en las transacciones con los demás hombres nos hacemos justos o injustos, y nuestra actuación en los peligros, acostumbrándonos a tener miedo o coraje, nos hace valientes o cobardes, y lo mismo ocurre con los apetitos y la ira: unos nos vuelven moderados y mansos, otros licenciosos e iracundos, los unos por haberse comportado así en estas materias, y los otros de otro modo”.
El camino que conduce a la felicidad se recorre con el “proyecto vital” de llegar a ser un hombre o una mujer magnánimos.
…; esa clase de magnanimidad, el estado de ánimo del individuo realmente feliz, es la característica de la clase de persona que la mayoría de nosotros aspira a ser: no exponerse al peligro por el peligro mismo, pero sí estar preparado para sacrificar incluso la propia vida por una causa que lo merezca. El “grande de alma” (magnánimo) prefiere ayudar a los demás a pedir ayuda. Nunca es obsequioso con los ricos y poderosos, pero es siempre educado, también con la gente humilde”. “Es necesario también que sea hombre de amistades y enemistades manifiestas (porque el ocultarlas es propio del miedoso).
En efecto, solamente el que teme a lo que piensan los demás tiene que ocultar sus verdaderos sentimientos. Aun así, evita las habladurías porque suelen ser algo negativo. Rara vez critica a nadie, ni siquiera a sus enemigos, a menos que lo haga en un contexto adecuado (un litigio, por ejemplo), pero evita igualmente los excesivos elogios.
Para Aristóteles, los rasgos de carácter y las emociones son casi todas aceptables – de hecho, para una “psyché” sana son necesarias -, siempre y cuando se tenga, digamos, la cantidad adecuada. Y esa cantidad la llama “el medio”, meson.
Un deseo sexual, pues los humanos somos animales, es algo bueno en la proporción justa. Por otra parte, si es demasiado intenso, o lo contrario, conduce a la infelicidad.
La ira es un componente fundamental de una personalidad sana, y aquel que nunca siente ira no siempre hará lo correcto; en consecuencia, tampoco logrará ser feliz.
Con todo, la ira en exceso, también es un defecto, un vicio.
Aristóteles escribió con gran agudeza sobre esos tres oscuros impulsos, la envidia, la ira y la venganza, y personalmente fue blanco de la envidia tanto en vida como después de su muerte.
La psicoanalista Melanie Klein consideraba que la envidia era una de las pulsiones primarias, sobre todo entre hermanos y con otras relaciones sociales inter pares.
Es imposible no envidiar a los que parecen haber recibido más bendiciones que nosotros.
En cierto sentido, puede ser una reacción saludable que nos lleva a poner remedio a toda clase de injusticia; puede expresarse en el trabajo abogando por una legislación que garantice igualdad de remuneración con independencia del género y, en política, desaprobando un sistema social que tolera una gran brecha entre ricos y pobres.
No obstante, envidiar las dotes puramente naturales, como las cualidades intelectuales de Aristóteles, va en contra de la felicidad, puede deformar la personalidad del envidioso y desembocar en una obsesión.
La ira también fascinaba a Aristóteles. En este caso, el “medio” es la serenidad o la amabilidad.
Según Aristóteles, a veces la ira es virtuosa y legítima.
En el libro IV de la “Ética a Nicómaco” sostiene que los sentimientos de venganza pueden ser virtuosos y racionales.
En efecto, Aristóteles no rechaza totalmente el placer de la venganza. Asimismo, es consciente de que la venganza a menudo apunta a recuperar el honor o el estatus si nos han desairado.
Aristóteles demuestra tener una extraordinaria agudeza psicológica cuando sostiene que las personas que necesitan criticar a los demás contantemente tienen problemas para respetarse a sí mismos.
Aristóteles es tajantemente claro cuando dice que usar bien la riqueza implica generosidad.
Los muy ricos que nunca dan nada a los menos afortunados nunca podrán ser felices porque viven practicando más que la virtud de la liberalidad, el vicio de la mezquindad.
Según Aristóteles, es mejor tender a la generosidad excesiva porque se trata de un defecto que “puede” fácilmente ser curado por la edad y la pobreza.
Aristóteles considera que la ambición es el rasgo de carácter más difícil de corregir.
El problema aparece cuando la sed de fama sustituye al deseo de ser buenos en lo que hacemos sin aspirar a nada más.
Aristóteles insiste en que son varios los motivos por los que incluso los ciudadanos más comprometidos con la ética de la virtud pueden cometer un desliz; en consecuencia, deberíamos ser más comprensivos con todo el mundo. La pasión, el deseo, la locura y otras amenazas a la contención total pueden afectar a cualquiera y socavar su comprensión intelectual de una situación dada.
“Así también el irritarse, dar dinero y gastarlo está al alcance de cualquiera y es fácil; pero darlo a quien debe darse y en la cantidad y en el momento oportuno y por la razón y en la manera debidas, ya no todo el mundo puede hacerlo y no es fácil; por eso, el bien es raro, loable y hermoso”.
“El que apunta al “término medio” debe, ante todo, apartarse de lo más opuesto.
Aristóteles también tiene más consejos para identificar y – lo que es más importante – no apartarse del “término medio” virtuoso, en ninguna circunstancia.
- El primero trata de la importancia de recordar que incluso algo considerado generalmente una virtud puede convertirse en un problema llevado a su extremo.
Si nos elogian mucho por una virtud, hay que recordar la inscripción délfica “nada en exceso”.
- El segundo consejo: uno de los dos vicios correlacionados con una virtud es siempre peor que el otro. Por ejemplo, Aristóteles opina que es mejor ser excesivamente manirroto que rácano, aunque lo mejor de todo es ser adecuadamente generoso.
- El tercer consejo recomienda entender los errores relacionados con la virtud y el vicio a los que uno es más vulnerable.
- El cuarto consejo es una ayuda ante el nada sencillo desafío de “tirar de nosotros mismos en sentido contrario”.
Reconocer lo que nos procura el máximo placer y preguntarnos después el modo en que puede impedirnos alcanzar racionalmente la felicidad, puede ayudarnos a transitar la senda de la moderación siendo buenas personas y, en consecuencia, felices.
6. LAS INTENCIONES
“Alabamos y censuramos a todos los hombres considerando su intención más que sus obras”, escribió Aristóteles.
Aristóteles hace hincapié en el individuo autónomo y en la libertad para escoger actuar virtuosamente cuando todo los demás están comportándose mal.
Es posible que la elección moral más difícil se dé entre intervenir y no hacer nada.
Aristóteles fue el primer filósofo moral que advirtió que podemos cometer injusticias tanto por omisión como de obra.
… En el lecho de muerte no serán las cosas que hemos hecho las que lamentemos, sino las que no hemos hecho.
Para un aristotélico, no asumir la plena responsabilidad, debe considerarse equivalente a hacer daño por omisión.
Aristóteles insistía en que determinar el grado de intencionalidad es crucial.
Cuando llega la hora de la verdad, todos nos enfrentamos casi a diario al dilema medios/fines.
Mentir es estresante y afecta incluso a la fisiología. Decir mentiras va en contra del propio interés. Rara vez conduce a la felicidad, ni a la nuestra ni a la de aquellos con quienes interactuamos.
Los análisis de Aristóteles en torno a la verdad y la mentira no son en absoluto sencillos.
Aristóteles no cree que exista algo que pueda calificarse de verdad transcendental en el sentido platónico, ni que la verdad tenga rango metafísico o sea un bien en sí, pero sí piensa que “Vivir Bien” requiere entrenamiento y aplicar de manera sistemática una política coherente sobre la verdad y la doblez.
Según Aristóteles, una persona que aspira a “Vivir Bien” dirá la verdad. Cuando está en juego algo importante – como en un juicio –comparado con acuerdos más informales con la familia y los amigos.
Si nos acostumbramos a decir la verdad, es mucho más probable que la digamos cuando se trate de asuntos de peso bien para nosotros, bien para los demás.
Si nos ganamos la reputación de sinceros, la recompensa llegará. Cuando sea importante, los demás nos creerán.
Aristóteles en la “Ética a Nicómaco” (habla de la equidad) y dice: “Lo que ocasiona la dificultad es que lo equitativo, si bien es justo, no lo es de acuerdo con la ley, sino como una corrección de la justicia legal”.
Es decir, la “equidad” no reemplaza a la justicia, pero la mejora y la complementa.
Aristóteles sostiene que a las “leyes” les corresponde hacer afirmaciones de carácter general, pero “hay casos en los que no es posible tratar las cosas rectamente de un modo universal”.
Las “leyes” se dictan pensando en lo que es apropiado a la mayoría de los casos, lo cual crea necesariamente, en una minoría de situaciones, la posibilidad de que se cometa una injusticia.
La “equidad” es necesaria porque la vida es complicada, y las respuestas a aquellos que actúan mal tienen que modificarse según los detalles concretos de cada situación.
Para explicar qué entiende por “equidad”, Aristóteles introduce una de sus analogías más brillantes. La aplicación de normas preexistentes de manera que la “equidad” resulte atenuada se parece a medir una piedra con una regla que no es rígida, sino hecha de un material flexible.
Los albañiles de Lesbos medían las piedras curvas, con reglas flexibles de plomo. Aplicaban las mismas unidades prefijadas de medida, pero el resultado era mucho más exacto porque podían doblarla alrededor de la piedra y la regla se adaptaba a las curvas del mismo modo en que un buen juez amoldaría las “leyes” basadas en principios universales a los detalles de una situación determinada.
En tiempos de Aristóteles, la religión tradicional imponía penas inflexibles. El término original para designar la justicia era dike, la ley tal y como la administraba el dios Zeus.
La “equidad” es un ingrediente de la justicia total, e inseparable de ella.
La raíz semántica del término que Aristóteles emplea para designar la equidad, epieikeía, es eikós, lo posible, o adecuado.
Por supuesto, el argumento de más peso contra la “equidad” es que no podemos fiarnos necesariamente de la integridad y criterio de la persona que la aplica.
Si las “leyes” se han aprobado con la intención de fomentar la igualdad, hay que ser muy cuidadoso cuando permitimos que se aplique con flexibilidad.
Quien lo expresó mejor fue el parlamentario e historiador inglés John Selden (siglo XVII) quien afirmó que la “equidad” es una “astucia” de conformidad con la conciencia del juez de turno”. Asimismo, señaló que no empleamos el tamaño del juez como medida de longitud, porque no todos los pies de los jueces miden lo mismo: “uno puede tener el pie largo; otro, el pie corto y el tercero tener un pie normal; lo mismo puede decirse de la conciencia de los jueces”.
Y Aristóteles dice que la “equidad”, igual que la capacidad de deliberar, es una cualidad distintiva del ser humano, una que los caprichosos dioses de la mitología clásica no pueden entender ni apreciar y que, de hecho, considerarían ridícula.
7. EL AMOR
Aunque Aristóteles reconoce la fuerza del sexo, su largo y exhaustivo análisis del amor (philía) y las relaciones, se nos antoja tan asombrosamente moderno porque no trata las relaciones sexuales como algo intrínsecamente excepcional o cualitativamente distinto de otros vínculos amorosos.
Todas las relaciones con personas a las que amamos requieren esfuerzo, pero las recompensas son inestimables.
Aristóteles consideraba que el amor es un componente esencial de la vida humana.
Aunque en ninguna parte aborda el tema de las relaciones homosexuales, tampoco nunca las condena. Antes bien, se adhiere al discurso de Aristófanes en el “Banquete” de Platón donde los humanos se dividen en tres clases de parejas unidas eróticamente: mujer /hombre, mujer /mujer y hombre/hombre.
Aristóteles no dice que alguna de esas uniones sea mala de por sí, sino que el excesivo amor erótico, de la clase que fuese, puede ser socialmente desestabilizador.
La ética aristotélica tiene pocas reglas que puedan aplicarse a rajatabla, pero para Aristóteles el adulterio es inaceptable.
Engañar a la esposa o a la pareja socava la confianza, que, a su vez, es la base de toda amistad satisfactoria.
Como el robo y el homicidio, insiste, el adulterio es universalmente aborrecible.
Frente a lo que decía Diógenes, filósofo cínico, de que los vínculos entre humanos eran desviaciones de lo natural que no se encuentran en el reino animal, Aristóteles fundador de la Zoología, replicó diciendo que los vínculos amorosos eran naturales.
Aunque hay una transacción que sustenta la amistad por interés, el cariño mutuo suele desarrollarse sobre la base de la confianza.
“La mayor parte de las diferencias entre amigos tiene lugar cuando no son amigos de la manera que creen serlo”.
“Consideramos que el amigo es uno de los mayores bienes, y que la carencia de amistades y la soledad es lo más terrible, porque toda la vida y el trato voluntario con los demás tienen lugar con los amigos”.
Una amistad primaria entre personas que intentan “Vivir Bien” constituye un seguro contra los rumores maliciosos.
A diferencia de las otras dos categorías (la amistad por interés y la amistad por placer), las amistades primarias llevan tiempo. La duración de una amistad es garantía de su estabilidad.
Según Aristóteles, se puede saber quién es una mala persona porque generalmente busca ganancias materiales por encima del bienestar del amigo.
8. LA COMUNIDAD
Para Aristóteles, en soledad es imposible alcanzar eficazmente la felicidad. Es posible que los seres humanos disfruten de breves períodos de soledad, pero son biológicamente, animales sociales y prosperan a la perfección cuando viven asociados con sus semejantes y con los animales y participan activa y recíprocamente en la realización de buenas obras.
En la “ética de la virtud”, no basta con responder a propuestas cordiales; hay que tomar la iniciativa y fomentar activamente la cooperación.
El Estado ideal de Aristóteles es justo una ampliación de las relaciones primarias. El buen gobierno de una ciudad-Estado que aspire a la felicidad de sus ciudadanos requiere una base de amistades entre éstos y aspira a fomentarlas.
Allí donde el grueso de los ciudadanos se trata mutuamente como amigos, el Estado en su conjunto puede perseguir la felicidad.
En un Estado feliz, aunque los ciudadanos tengan distintas ocupaciones, comparten un objetivo común, el bienestar general.
Aristóteles también opina que, aunque las democracias pueden degenerar, el electorado más empoderado sería, en potencia, capaz de tomar decisiones mucho mejores que el escaso número de gobernantes de otros sistemas.
…Al ser muchos, cada uno tiene una parte de virtud y de prudencia, y, reunidos, la multitud se hace como un solo hombre con muchos pies y muchas manos y muchos sentidos; así también ocurre con los caracteres y la inteligencia. Por eso también las masas juzgan mejor las obras musicales y las de los poetas: unos valoran una parte, otros otra y entre todos, todas.
Asimismo, señala que un gran número de ciudadanos es más difícil de corromper que un individuo, del mismo modo en que es más difícil contaminar “una cantidad grande de agua” que un débil goteo.
Aristóteles es un utopista porque imagina la posibilidad de que todos los seres vivos sean capaces de realizar su “potencial” y hacer pleno uso de todas sus facultades.
Aristóteles llegó a concebir un mundo futurista en que los avances de la técnica harían innecesario el trabajo humano (y, por tanto, en su contexto histórico la esclavitud), y menciona a los artesanos mitológicos Dédalo y Hefesto, “el dios de la fragua” que construían “robots” que sabían moverse y trabajar obedeciendo órdenes y hacían innecesarios los sirvientes humanos.
Parece, casi, como si hubiera anticipado los modernos avances de la inteligencia artificial.
Aunque la filosofía moral de Aristóteles puede practicarla (dentro de ciertos límites) tanta gente de izquierdas como de derechas, para un negacionista del cambio climático sería imposible encontrar mucho aliento en ella.
…Al ver a los seres humanos como animales, si bien avanzados, Aristóteles llevó a cabo, en lo que atañe a la relación ética entre nosotros y nuestro medio ambiente, una transformación que sigue teniendo una importancia infinita en nuestros días.
A medida que tomamos conciencia del alcance total del daño que, como especie, hemos infligido al planeta que compartimos con otros seres vivos, vemos que sus ideas científicas son verdaderamente cruciales para nuestro proyecto de alcanzar la realización humana. A Aristóteles le habría dejado sin palabras el desastre en que hemos convertido el mundo por no asumir seriamente nuestra responsabilidad para con él y sus habitantes no humanos.
Además, su compromiso con el vivir deliberadamente de manera planificada, con asumir a largo plazo la responsabilidad total de nuestra supervivencia física y nuestra felicidad mental – y en este punto científicos y clasicistas están de acuerdo -, lo convertiría hoy en un defensor del medio ambiente.
Los ecologistas citan la hermosa descripción que, en la “Metafísica” hace Aristóteles de la unicidad y la interconexión de la naturaleza (phýsis).
Tal como lo platea Aristóteles, las plantas, los animales y los seres humanos existen en círculos concéntricos interdependientes: “Así, la naturaleza pasa gradualmente de los seres inanimados a los dotados de vida, de suerte que esta continuidad impide percibir la frontera que los separa y que se sepa a cuál de los dos grupos pertenece la forma intermedia”.
El Estagirita comprendió la idea de que el clima puede cambiar con el tiempo y el modo en que los cambios climáticos pueden amenazar a la especie humana; en el tratado “Meteorológicos” habla del envejecimiento de la tierra y las transformaciones que experimentan los continentes y el mar en relación mutua. “Hubo razas enteras (ethnoi) que acabaron destruidas antes de haber podido documentar lo que les ocurría. Por ejemplo, la tierra que rodeaba Micenas se volvió estéril y reseca”.
Igualmente, relevante para el ecologismo es la concepción moral de la economía que desarrolló Aristóteles, para quien la actividad comercial puede dividirse en dos categorías.
La primera es natural, y parte de la idea de “Vivir Bien”, pues la gente necesita cosas para vivir cómodamente en sus casas.
No obstante, esta clase de actividad comercial tiene unos límites intrínsecos, pues llega un momento en que los seres humanos tienen lo suficiente para vivir. Sin embargo, la otra categoría, que para Aristóteles es completamente antinatural, no tiene límites de ninguna clase; en este sentido, podría estar hablando del capitalismo industrial desbocado.
Sólo los seres humanos tenemos “agencia moral” y, en consecuencia, sólo nosotros, como cohabitantes del mundo natural del planeta Tierra con un número incalculable de plantas y animales, tenemos la responsabilidad de cuidarlo, pero también tenemos la capacidad, gracias a nuestra inteligencia incomparable, de provocar daños incalculables.
Como dijo Aristóteles, estableciendo una distinción escalofriante, pero verdadera, un hombre malo puede hacer diez mil veces más daño que un animal, puesto que el hombre inventó las armas y puede usarlas con fines perversos, “pues, así como el hombre perfecto es el mejor de los animales, así también, apartado de la ley, es el peor de todos”.
Los seres humanos hemos contribuido al exterminio de una comunidad entera de seres que antes vivían.
Asimismo, cita la destrucción que puede causar la interferencia del hombre en poblaciones animales naturales, motivada por la codicia, y nos remite al refrán (historia) del hombre de Cárpatos, que aspiraba a ganar dinero criando liebres e introdujo en la isla la primera pareja. En la isla pronto no cupieron más liebres, que devastaron los cultivos, los lechos vegetales y la ecología de las plantas.
No cabe duda de que condenaba algunas prácticas de crianza de animales por considerarlas perniciosas y contrarias a la naturaleza.
Y aunque Aristóteles no sabía nada de “genes egoístas” ni de “selección natural”, supo, sin duda de la existencia de una relación entre el clima de cada región, el paisaje y los tipos de animales que vivían en cada uno de ellos. En las tierras del interior o del norte de Grecia, como “Iliria, Tracia y Épiro”, los asnos son pequeños, y en Escitia y en la Galia no hay en absoluto, y es que en estas regiones los inviernos son muy rigurosos. En Arabia se encuentran lagartos que hacen más de un codo de largo y los ratones de allí son mucho mayores que nuestros “ratones de campo”.
…En “Investigación de los animales” incluye una clasificación de todos los animales de la tierra, que es, a la vez, una exposición de lo que significa ser humano, pues los humanos son animales con un puñado de características distintivas.
En algunos animales, Aristóteles sabe, que la mayor parte de los sentidos están mucho más desarrollados que en el hombre: “En cuanto a los sentidos y sus órganos […] el sentido del tacto es el más desarrollado en el hombre, y en segundo lugar viene el gusto. En cuanto a los otros sentidos, el hombre es inferior en relación con los demás animales”.
Aristóteles recomienda que seamos buenos con los animales, como hacía el ateniense Jenofonte, discípulo de Sócrates.
Aristóteles sabe que entre los humanos la pobreza es causa directa de conflicto social e insiste en que la agresión a los animales está vinculada a la escasez de recursos, sobre todo de alimentos.
En efecto, sostiene que es el hombre lo que provoca las dificultades entre el hombre y los animales salvajes.
De todos modos, es consciente de que los conocimientos de zoología facilitan la explotación de los animales.
9. EL TIEMPO LIBRE
Sus radicales ideas sobre el ocio tienen implicaciones para nuestros días, sobre todo, su insistencia en que es más importante que el trabajo y que la gente lo desperdicia si no está educada en pasatiempos constructivos.
Por ejemplo, señala que Esparta, por su sistema de gobierno, nunca prosperaba en tiempos de paz y que precisamente por entrenar bien a sus hombres para el combate, “los lacedemonios se mantuvieron mientras guerrearon, pero sucumbieron al alcanzar el mundo, porque no sabían estar ociosos ni habían practicado ningún otro ejercicio superior al de la guerra”.
El aburrimiento es enemigo no sólo de la paz, sino también de la felicidad.
Para el Estagirita, el trabajo y la recuperación posterior a la jornada laboral nunca son fines en sí mismos, sino únicamente el medio para practicar, en el tiempo libre, más actividades que contribuyan a realizar plenamente nuestro potencial y alcanzar la felicidad.
Aristóteles piensa que es sólo en las horas libres cuando puede realizarse plenamente el potencial humano.
Aristóteles habría visto con buenos ojos el acento que Thoreau puso en la educación como solución al “problema” que plantea emplear constructivamente el tiempo libre.
Lo ideal consiste en combinar el placer y el desarrollo personal escogiendo las distracciones con cuidado.
Según Aristóteles, la elección de la actividad recreativa influye directamente en la felicidad.
El propio Aristóteles fue un entusiasta de los paseos, de las caminatas, y valoraba mucho la salud y el placer del cuerpo.
Había fomentado, sin duda alguna, los pasatiempos que incluyen el ejercicio físico, las actividades creativas, la música y el disfrute de buena comida y bebida.
Sin embargo, la única actividad propia del tiempo libre a la que dedico serias reflexiones filosóficas fue la literatura y, en particular, la literatura dramática, el tema central de su “Poética”.
¿Por qué dedicó tanto tiempo en esto? La única explicación sería que ese entretenimiento tenía el potencial de mejorar enormemente la vida emocional y moral del espectador individual y del conjunto de la comunidad.
No cabe duda de que Aristóteles amaba el teatro, la música y las artes visuales.
Aristóteles fue el primer filósofo en sostener que las “artes” era un recurso educativo maravilloso.
Defendía con vehemencia que, en una democracia, los creadores de teatro y música tienen una responsabilidad tan grande que se les debería nombrar funcionarios públicos, seguidos en importancia sólo después de los sacerdotes.
La prescripción aristotélica para el conjunto de las artes es sencilla. Toda obra de teatro, todo poema, toda pintura o escultura que aspiren a tener eco han de ofrecer al espectador /lector/oyente algo placentero o útil.
Reflexionar sobre los rasgos de carácter y de comportamiento que conducen a la felicidad o a la desgracia ajenas, y sobre el modo en que otras personas toman decisiones difíciles o se enfrentan a la mala suerte, puede ser entretenido e instructivo y ofrecernos “modelos” que conviene imitar o evitar.
.. La historia nos ofrece un gimnasio donde ejercitar nuestros músculos éticos. Y lo mismo puede decirse de la ficción.
Aristóteles valoraba la libertad de las historias de ficción, que convertían en reales cuestiones éticas trascendentes.
En la “Poética” llega a la conclusión de que la ficción (y piensa concretamente en la tragedia) es “más filosófica y de mayor dignidad que la historia, puesto que sus afirmaciones son más bien del tipo de las universales, mientras que las de la historia son particulares”.
Edipo es el modelo perfecto de héroe trágico para Aristóteles porque es el tipo más apto para provocarnos lástima y miedo, emociones que considera que son las respuestas emocionales adecuadas a la tragedia.
Uno de los términos más inseparablemente asociados en la imaginación popular con Aristóteles es su teoría de la “catarsis” trágica. Asistir a la representación de una tragedia implica emociones como la compasión y el miedo, y, haciéndolos surgir, se produce la “catarsis” de esa clase de emociones”.
En la “Política”, el Estagirita habla del papel de la música tal como se emplea en ciertos rituales religiosos en el tratamiento de personas muy emocionales a través de “cierta catarsis” y cierto alivio acompañado de placer”.
10. LA MORTALIDAD
Pensar en la felicidad conlleva inevitablemente pensar en la muerte.
La existencia física, tal como la conocemos mientras vivimos, llegará a su fin. Si bien subrayó que pensar en nuestra muerte era un proceso necesario dentro del “Vivir Bien” y el ser felices.
En la “Ética a Nicómaco” afirmó: “Lo más temible es la muerte: es un término”.
No cabe duda de que el propio Aristóteles veía la muerte como el final, tal como opinan hoy la mayoría de ateos y agnósticos.
Uno puede desear la inmortalidad, insiste en la “Ética a Nicómaco”, pero elegirla es imposible.
Cualquier otra opinión habría sido incompatible con su comprensión científica del mundo tal como aparece esbozada en “Acerca de la generación y la corrupción”.
Las cosas del mundo físico, incluidos los animales humanos, viven en un proceso constante de generación, crecimiento, cambio, deterioro y final.
Cuando, al morir, se extingue, el organismo compuesto, hecho de cuerpo caliente y conciencia o “alma”, empieza a desintegrarse.
Como señaló en “Acerca del alma”, desde ese momento ese organismo no puede experimentar sensaciones ni tener actividad intelectual de las que pueda decirse que pertenecen a la “persona”.
Aristóteles: cuanto mejor se ha practicado su ética y, en consecuencia, cuanto más feliz se ha llegado a ser, más parece, al menos a primera vista, que hemos de perder al morir.
Tampoco su filosofía permite inferir que la aceptación serena o la conformidad ante la muerte sean reacciones necesarias.
La sensación que todo lo invade es que el reconocimiento de nuestra mortalidad y la confrontación con todas sus implicaciones pueden usarse eficazmente para ayudarnos a vivir y a morir bien.
Aristóteles había refutado a Pascal con un argumento sólido: no estamos encadenados ni forzados a pasarnos la vida viendo morir al prójimo.
Tenemos libre albedrío, tenemos “agencia” y un potencial para alcanzar la plena felicidad adquirido gracias a vivir correctamente y a las relaciones amorosas.
Podemos esperar vivir en casas confortables, esforzarnos por alcanzar objetivos, conocer el trabajo constructivo y las distracciones, disfrutar sensaciones placenteras, admirar la diversidad y la belleza del mundo natural y dedicar la mayor parte del tiempo que pasamos despiertos a pensar en cosas distintas de la muerte.
La “ética aristotélica” nos alienta a planear nuestra vida en lo que atañe a lo que deseamos emprender para realizar nuestro potencial.
Las ambiciones aristotélicas se refieren a proyectos más sostenidos e interconectados.
Un proyecto puede ser un niño al que ayudamos a crecer, una amistad que apreciamos, un negocio que lanzamos, una casa o un jardín que cuidamos, una obra de beneficencia que apoyamos, una escuela que dirigimos, un perro que criamos, un pasatiempo que nos entusiasma, montañas que queremos escalar, una colección de antigüedades.
El aristotélico cultiva todos sus proyectos de manera continuada, vinculando su pasado, presente y futuro.
Pensar en la muerte puede mejorar la posibilidad de que los proyectos lleguen a buen término.
… Pero en “De la memoria y el recuerdo” lo importante para Aristóteles es el hecho de que existe una gran diferencia entre recordar algo al azar – aunque hacerlo pueda ser un ejercicio valioso – y el “recuerdo deliberado”, que es un don exclusivamente humano, una capacidad consciente de nuestro intelecto y no una inconsciente de nuestros sentidos.
“El proceso de recordar es una especie de búsqueda”.
Se trata de una facultad que, si se desarrolla y se ejercita, puede beneficiarnos en la búsqueda de la felicidad, y se relaciona con nuestra otra capacidad distintiva, a saber, el poder deliberar sobre nuestras acciones, parte integrante del “Hacer lo Correcto” para realizar nuestro potencial.
Su convencimiento de que la memoria está estrechamente relacionada, a través de los sentidos, con nuestro cuerpo y de que, en cierto sentido, la experiencia de las imágenes mentales de toda clase es una actividad física, puede sonar extraordinariamente cercana a los descubrimientos de la neurología.
Lo importante es vivir de la mejor manera posible, pues la vida es un bien realmente precioso.
Los aristotélicos se apoyan en una concepción naturalista, lo que no excluye en absoluto la posibilidad de que existan seres divinos o que al menos algunos aspectos de la práctica religiosa puedan ser beneficiosos para la humanidad.
En sus obras sobre física y metafísica y ocasionalmente en la “Ética a Nicómaco”, señala que pensó que contemplar el universo material podía acercarnos mucho más a “Dios”.
(Edith Hall. La senda de Aristóteles. De cómo la sabiduría antigua puede cambiar nuestra vida. Traducción de Daniel Najmías. Edit. Anagrama. Barcelona. 2022).
Segovia, 25 de agosto 2022
Juan Barquilla Cadenas.