SENECA: “De tranquillitate animi”(Sobre la tranquilidad de espíritu)
Lucio Anneo Séneca nació en Córdoba el año 4 a. de C., fue maestro y ministro del emperador Nerón hasta el año 65 d. de C. en que, cayendo en desgracia ante el emperador, fue condenado a muerte. Conocida la sentencia, él mismo se suicidó abriéndose las venas.
Séneca fue uno de los más importantes representantes del estoicismo en Roma.
Escribió mucho de filosofía, donde muestra la doctrina estoica.
Son obras suyas importantes, las “Cartas a Lucilio”, las “Consolaciones”, los “Diálogos morales”, las “Tragedias” y las “Cuestiones naturales”.
Aquí nos vamos a fijar en uno de sus “Diálogos”: “De tranquillitate animi” (Sobre la tranquilidad del espíritu).
Los filósofos estoicos, aunque también estudian la “Lógica” y la “Física”, dan más importancia a la “Ética”.
La importancia concedida por el estoicismo a la Ética se manifiesta en aquel símil de la filosofía, debido a Zenón de Citio (fundador del estoicismo), quien la comparó a un jardín en el quela “Lógica” representa el muro (la pared), la “Física” los árboles y la “Ética” los frutos.
El estoicismo recibió influencia de los “Cínicos”, cuyo principal interés estaba centrado en la Ética. De ellos heredó Zenón la noción, fundamental para todo el estoicismo, de que la verdadera naturaleza o “physis” de un hombre consiste en su racionalidad.
A lo largo de la historia del estoicismo hallamos un énfasis puesto en la “indiferencia” hacia las cosas exteriores, en la “racionalidad” como fuente de la felicidad humana, en el “cosmopolitismo” e “idealismo moral”, y todo ello refleja una adhesión de Zenón a las doctrinas cínicas.
La Ética estoica propugna que el hombre debe acomodarse a la Naturaleza, tanto a la Naturaleza en general como a la naturaleza humana en particular, y aceptar su Destino. Sólo en la voluntaria aceptación del Destino puede lograr el sabio estoico la felicidad. Y, como la naturaleza humana es racional, el hombre sólo puede alcanzar la felicidad obrando conforme a la razón. En ello consiste la “virtud”; y el vicio consiste en obrar irracionalmente contra la naturaleza. El “vicio” es denominado por los estoicos “pathos” (pasión). Por consiguiente, sólo puede alcanzarse la “virtud” que es el “bien” y en la que estriba la felicidad, despojándose de todas las pasiones. De ahí que el ideal del sabio consista precisamente en esto, en la “apatheia”, en la ausencia de pasiones que le desvíen del curso de la naturaleza que tiene que seguir necesariamente. Si el estoico consigue adecuar esta necesidad de la naturaleza con su propia voluntad, habrá conseguido la sabiduría, que es su ideal ético.
La “apatheia” es, pues, el ideal del sabio, y consiste en despojarse de todas las pasiones para vivir una vida virtuosa, imperturbable y austera, conforme a la naturaleza racional del hombre.
En este “Diálogo” , “De tranquillitate animi”(sobre la tranquilidad del espíritu), de Séneca, el interlocutor es SERENO, al parecer, un estoico que sigue las reglas del estoicismo, pero que no se encuentra conforme consigo mismo, y le pregunta a Séneca qué medios hay para conseguir la tranquilidad de espíritu. Y SÉNECA va repasando las distintas cosas que producen esa intranquilidad y señala los medios para evitarla.
SERENO dice: “Cómo es esta inestabilidad de mi espíritu entre lo bueno y lo malo y que no se inclina animosamente a lo correcto ni a lo perverso, no puedo mostrártelo tanto de una vez como por partes: diré qué me sucede, tú le encontrarás un nombre a la enfermedad.”
Después de explicar las cosas que le gustan ( a Sereno) – y muchas están de acuerdo con la moral estoica- dice que le asaltan deseos de las cosas contrarias a las que le gustan: en lugar de la austeridad, la suntuosidad; en lugar de la participación política, la soledad, etc., y luego dice: “ El rasgo que principalmente descubro en mí es el de no haberme liberado en conciencia de las cosas que temía y odiaba ni haberme metido de nuevo en ellas. Me encuentro en un estado, aunque no pésimo, sí quejumbroso y malhumorado al máximo: ni estoy enfermo ni estoy sano. Te pido que, si tienes algún remedio con el que detener estas vacilaciones mías, me consideres digno de deberte mi tranquilidad”.
SÉNECA (dice): Ahora bien, lo que deseas es algo magnífico y sublime y cercano al dios (a la divinidad): no dejarse agitar (perturbar). Esta disposición inmutable del espíritu la llaman los griegos “euthymia”, yo la llamo “tranquilidad”.
Dice que muchos se sienten vacíos y que viajan de un lado para otro, pero que no se encuentran bien en ningún sitio y de nuevo regresan a sus casas.
“Son incontables las características, pero una sola la consecuencia de este vicio: sentirse a disgusto con uno mismo.”
El defecto por el que pasamos fatigas no es de los lugares (en que vivimos) sino nuestro: somos débiles para tolerarlo todo, no soportamos ni el trabajo ni el placer ni a nosotros mismos ni ninguna cosa mucho tiempo.
Contra este “tedio” me preguntas qué recurso pienso que hay que emplear. El mejor sería, según afirma Atenodoro, mantenerse ocupado en la acción y en la dedicación a la política y en los cargos públicos.
En efecto, como tiene el propósito de hacerse útil a sus conciudadanos y a los hombres en general, el que se ha aplicado plenamente a sus tareas administrando según su capacidad asuntos del común y privados, al mismo tiempo se ejercita tanto como saca provecho.
Sin embargo, procurará que, donde quiera que se esconda su ocio, continúe queriendo ser útil a los hombres por separado y en conjunto con su talento, con su palabra, con su consejo; pues no es el único en ser útil al Estado el que promueve a los candidatos y defiende a los acusados y decide sobre la paz y la guerra, sino quien anima a la juventud, quien, en medio de una escasez tan grande de buenos maestros, inculca la virtud en sus espíritus, quien aferra y retiene a los que se lanzan a la carrera hacia el dinero y el lujo, ya que no otra cosa, al menos los demora, desempeña en privado una función pública.
¿Acaso hace más el pretor que entre extranjeros y ciudadanos o, si es urbano, a los que a él se presentan, proclama el dictamen de su asesor, que quien proclama qué es la justicia, qué es la piedad, qué la paciencia, qué la fortaleza, qué es el menosprecio de la muerte, qué el conocimiento de los dioses, hasta qué punto la buena conciencia es un bien gratuito?
Si te entregas a los estudios, habrás eludido todo el hastío de la vida y no ansiarás que se haga de noche por tu aburrimiento de la luz; no serás molesto para ti ni innecesario para los demás; a muchos atraerás a tu amistad y acudirán a ti los mejores.
En efecto, si eliminamos toda relación y repudiamos al género humano y vivimos sólo pendientes de nosotros mismos, a esta soledad, carente de todo estudio, seguirá la falta de quehaceres…
Así pues, de lejos es mejor mezclar el ocio con los negocios cada vez que la vida activa queda descartada por contratiempos fortuitos o por las condiciones de la ciudad; pues nunca ha estado todo cerrado hasta el punto de que no haya lugar para ninguna actividad honesta…
Debes saber que, por un lado, en una república corrompida el hombre sabio tiene ocasión de darse a conocer, que, por otro, en una (república) próspera y feliz reinan el orgullo, la envidia y otros mil defectos pasivos. Luego según como se presente la política, según como lo permita la suerte así o nos expansionaremos o nos encogeremos, en todo caso nos moveremos y no nos aturdiremos paralizados por el miedo. Más aún, será un hombre aquél que ante los peligros que lo acechan por todas partes, ante las armas y las cadenas que rechinan en derredor, no destroza su virtud ni la disimula. Pues preservarse no es enterrarse; la última de las desgracias es borrarte del número de los vivos antes de morir.
Pero lo que habrás de hacer, si topas con un tiempo desapacible en la política, es asignarte más para tu ocio y tus letras, y poner rumbo al puerto inmediato y no esperar que las circunstancias te suelten sino separarte tú mismo de ellas.
Nada, sin embargo, agrada al espíritu tanto como una amistad leal y grata.
Sin embargo, evitemos principalmente a los tristes y a los que de todo se lamentan, a quienes nada les gusta si no es motivo de quejas. Es posible que su lealtad y su afecto sean constantes, pero un compañero nervioso y que protesta por todo es un enemigo de la tranquilidad.
Pasemos a las “haciendas” (dineros), razón principal de las tribulaciones humanas; en efecto, si comparas todo lo otro que nos aflige, muertes, enfermedades, temores, deseos, sufrimiento de dolores y sinsabores, con las desgracias que nos provoca nuestro dinero, esta porción pesará mucho más…
Así pues, hay que pensar cuánto más leve pena es no tener que perder: al tiempo comprenderemos que la pobreza ofrece tanto menos ocasión de amarguras cuanto menos de pérdidas.
Respecto a los pobres y los opulentos: su padecimiento es parecido; pues en unos y otros se ha quedado adherido su dinero y no se le puede arrancar sin que se resientan.
La mejor proporción de dinero es la que ni cae en la pobreza ni se distancia lejos de la pobreza.
La propia pobreza puede convertirse en riqueza invocando la austeridad.
Habla de que la pobreza también tiene ventajas y dice que Diógenes, hombre de enorme espíritu, hizo que no le pudieran arrebatar nada. Tú llama a eso pobreza, penuria, indigencia, impón el nombre infamante que quieras a la seguridad; pensaré que ése no es dichoso, si me encuentras algún otro al que no le pueda desaparecer nada...
Habituémonos, entonces, a poder cenar sin público y a estar esclavizados a menos esclavos, y a disponer los vestidos para lo que han sido imaginados, y a vivir estrechamente.
Habituémonos a apartar de nosotros la ostentación y a ponderar la utilidad de las cosas, no sus atractivos. Que la comida apague el hambre, la bebida la sed, que el deseo sexual fluya en la medida imprescindible; aprendamos a sustentarnos en nuestros miembros (desplazarnos a pie), a disponer nuestro atuendo y nuestra alimentación no según la última moda, sino como las costumbres de nuestros antepasados nos aconsejan; aprendamos a aumentar la continencia, a coartar la lujuria, a moderar el orgullo, a mitigar la iracundia, a contemplar la pobreza con ojos imparciales, a practicar la austeridad, aunque muchos se avergüencen de ella; a aplicar a los deseos naturales soluciones adquiridas por poco, a tener bajo prisión las esperanzas desenfrenadas y el espíritu pendiente de lo porvenir, a actuar de manera que requiramos de nosotros las riquezas antes que de la suerte.
Incluso el muy abundante gasto en los estudios tiene justificación en tanto que tenga límite. ¿A qué fin, los libros innumerables y las bibliotecas cuyo dueño en toda su vida se ha leído los índices? Al que está aprendiendo lo abruma la multitud, no lo instruye y es con mucho preferible dedicarte a unos pocos autores que divagar por muchos.
Así pues, disponga uno de cuántos libros le sean suficientes, de ninguno por ostentación.
Es incorrecto en cualquier circunstancia lo que es excesivo.
En cualquier género de vida encontrarás diversiones y desahogos y placeres, si quieres considerar leves las desgracias antes que hacértelas aborrecibles.
La (naturaleza) ha descubierto la “costumbre” como lenitivo para las calamidades, haciéndonos rápidamente familiares las más penosas.
Todos estamos amarrados a la “suerte” (el Destino): la cadena de unos es de oro, deslavazada (floja), la de otros tirante y herrumbrosa, pero ¿qué más da? La misma prisión nos encierra a todos juntos y están maniatados incluso los que han maniatado, a no ser que tú consideres más llevadera una cadena en la (mano) izquierda. ( * el soldado puesto bajo custodia iba encadenado a su guardián, por lo que éste quedaba a su vez encadenado también, con la sola diferencia de que llevaba la cadena en la muñeca izquierda y no en la derecha, como el preso). A uno le atan sus cargos, a otros su baja condición, sobre las cabezas de algunos se cierne la tiranía ajena, sobre las de otros la suya propia; a algunos el destierro los retiene en un mismo lugar, a otros el sacerdocio: la vida toda es una esclavitud.
Así pues hay que habituarse a la condición de uno y quejarse de ella lo menos posible y atrapar todas las oportunidades que uno tenga a su alrededor: nada hay tan amargo que no encuentre en ello algún consuelo un espíritu ecuánime.
Usa la razón para las dificultades: pueden ablandarse las durezas, ensancharse las estrecheces y los pesares abruman menos a quien las soporta sabiamente.
Tampoco tengamos envidia a quienes están más arriba.
(Sobre la muerte): Regresar allí de donde has venido, ¿qué inconveniente supone? Mal habrá vivido quienquiera que no sepa morir bien.
…A los gladiadores, como dice Cicerón, los tenemos mal vistos si intentan salvar la vida por todos los medios; los aplaudimos si muestran ostensiblemente su menosprecio por ella.
Sabe que lo mismo nos ocurre a nosotros, pues a menudo la causa de la muerte es tener miedo a la muerte.
Quien tema a la muerte nunca hará nada como hombre vivo; por el contrario, quien sepa que esto, cuando fue concebido le fue dictaminado en el instante, vivirá conforme al veredicto y al tiempo procurará con la misma presencia de espíritu que nada de lo que le ocurra sea inesperado.
Hay que cortar con estas idas y venidas, normales para gran parte de los hombres, que recorren casas, teatros, foros: se ofrecen para los quehaceres de otros, semejando andar atareados siempre. Si a alguno de éstos, al salir de su casa, le preguntas: “¿A dónde vas? ¿Qué planes tienes?” te contestará: “Por Hércules, no lo sé”; pero a alguien veré, algo haré”.
Deambulan sin rumbo buscando quehaceres y no llevan a cabo aquellos que se han propuesto, sino aquello sobre los que se han arrojado; su marcha es impremeditada y vana, como las de las hormigas cuando trepan por los árboles, que se suben hasta la punta de la copa y de allí abajo absurdamente.
Así pues, que todo esfuerzo se refiera a un fin, que se remita a un fin…
Pienso que Demócrito secundaba esta opinión cuando empezaba así: “Quien quiera vivir tranquilamente, que no haga muchas cosas ni particular ni públicamente”, refiriéndose desde luego a las (cosas) superfluas.
También nos debemos hacer flexibles, para no encariñarnos demasiado con los objetivos que nos hemos fijado y pasar a aquellos a los que nos desvíe el azar, y tampoco asustarnos del cambio de intenciones o de actitud, con tal de que no nos atrape la volubilidad, el vicio más contrario al sosiego.
A los que son por su trabajo no intranquilos, sino insensatos, los inquietan sus ideas falsas de las cosas.
En efecto, también es seguro que resulta ansiosa y desdichada la obstinación, como que la suerte a menudo le arranca algo, y la volubilidad, mucho más penosa, pues jamás se reprime. Ambos extremos son enemigos de la tranquilidad, tanto no poder cambiar nada como no resistir nada.
Sobre todo, el espíritu hay que retirarlo de todo lo externo hacia sí mismo: que confíe en sí mismo, que disfrute de sí mismo, que aprecie sus bienes, que se aleje cuanto pueda de los ajenos y se repliegue sobre sí mismo, que no acuse los daños, que se tome incluso la adversidad con benevolencia.
Pero no sirve de nada haber desechado los motivos de la aflicción particular; pues no pocas veces nos invade el odio al género humano.
Así pues, hemos de tender a que todos los vicios del vulgo no nos parezcan odiosos, sino risibles, y a imitar a Demócrito antes que a Heráclito. Pues éste, cada vez que se presentaba en público, lloraba, aquél reía; a éste todo lo que hacemos le parecía una desgracia; a aquél una estupidez.
Hay que restarle importancia a todo y aguantarlo con una actitud optimista; es más humano reírse de la vida que reconcomerse por ella.
Que cada cual se plantee una por una las razones por las que estamos contentos y tristes, y se percatará de que es cierto lo que Bión dijo, que todos los actos de los hombres son muy semejantes en sus comienzos, y que su vida no es más sagrada a o más seria que la de un feto, que ellos, como han nacido de la nada < se ven reducidos a la nada>.
Pero es preferible aceptar las costumbres generales y los defectos de los hombres con calma, sin caer en la risa ni en las lágrimas; en efecto, atormentarse con las desgracias ajenas es una angustia interminable, disfrutar con las desgracias ajenas, un placer inhumano.
A continuación viene la parte que suele, no sin razón, apenar y producir inquietud. Cuando el final de los hombres buenos es malo, cuando Sócrates se ve forzado a morir en la cárcel, Rutilio a vivir en el destierro, Pompeyo y Cicerón a ofrecer el cuello a clientes suyos, Catón, viva imagen de las virtudes, a propagar su nombre y a la vez el de la república arrojándose sobre su espada.
Todos ellos con poco gasto, descubrieron cómo hacerse eternos y alcanzaron la inmortalidad muriendo.
Es motivo de preocupaciones nada trivial también si te acicalas exageradamente y a nadie te muestras con naturalidad, como en la vida de muchos, fingida, dispuesta para ostentarla y nunca nos libramos de esta inquietud, desde el momento en que pensamos que nos valoran cada vez que nos ven; no es una vida amena o sosegada la de los que siempre viven tras una máscara.
Por el contrario, ¡cuánto placer entraña la sencillez sincera y carente de adornos, que no tapa nada con su conducta!
Es preferible ser menospreciado por tu sencillez que ser atormentado por una perfecta simulación.
También hay que retirarse a solas con frecuencia; pues el trato con desiguales descompone lo que estaba bien ordenado y reaviva pasiones e irrita todo lo que está débil y no del todo curado en el espíritu.
De todos modos hay que mezclarla y alternarla, la soledad y la multitud.
Y tampoco hay que mantener regularmente la mente con la misma tensión, sino que hay que incitarla a los esparcimientos.
Hay que ser indulgente con el espíritu y concederle de cuando en cuando un ocio que haga las veces del alimento y la energía. Y pasear caminando campo a través, para que con el aire libre respirando en abundancia, se engrandezca y se eleve.
Lo mismo en el vino que en la libertad es saludable la moderación.
Y Liber (Baco), dios del vino, se llama así no por la licenciosidad de la lengua, sino porque libera al espíritu de la esclavitud de las preocupaciones y lo sostiene y reanima y lo hace más atrevido para cualquier empresa.
(Séneca. Edit.Gredos. Trad. Juan Mariné Isidro).
Segovia, 23 de agosto del 2025
Juan Barquilla Cadenas.