LA AMNISTÍA EN ATENAS DEL SIGLO V a. de C.
En estos días en que se habla tanto de la “amnistía” a los implicados en el “proces catalán”, me ha parecido bien recordar la amnistía que se produjo en la Atenas del siglo V a. de C., probablemente la primera amnistía de la historia.
[Los fracasos bélicos y políticos (expedición de Sicilia (415 a. de C.), la toma del “demos” de Decelea por el ejército espartano (413 a. de C.), Persia que considera violada la paz con Atenas (414 a. de C.) ) y las graves dificultades financieras que siguieron , debilitaron la causa de los “demócratas”, que a los ojos de muchos atenienses eran responsables de tanta calamidad.
Los “clubs (agrupaciones) (hetairiai) oligárquicos” redoblaron sus actividades y ya en el año 413 consiguieron que se eligiera un colegio de “diez probulos” (magistrados) que asumieron parte de las funciones de la “Bulé” (Consejo de 500 miembros elegidos por sorteo entre los “ciudadanos” de más de 30 años).
Antifonte el orador, Pisandro, Frínico y Terámenes eran las principales figuras del movimiento; con ellos entró en contacto Alcibíades, que habiendo roto con los espartanos, intrigaba ahora, inútilmente para distanciarlos de Persia y para atraer a ésta al bando de los atenienses.
Por fin en el año 411 a. de C., los “oligarcas” conquistaron el poder, comenzando por imponer un gobierno de treinta plenipotenciarios (entre ellos los diez próbulos) e instaurando una “Bulé” de cuatrocientos miembros (como la de Solón (siglo VII a. de C. – VI a. de C.), que consultaría, si ella lo juzgaba conveniente a una “Asamblea popular” compuesta sólo de cinco mil ciudadanos.
De paso se suprimieron todas las dietas y remuneraciones instauradas desde Pericles (495 a. de C. – 429 a. de C.), líder de los “demócratas”.
Estas reformas, aunque aprobadas en una reunión de la “Asamblea”, constituyeron una auténtica revolución en la que no faltaron los actos de terror habituales.
A toda costa los “oligarcas” quisieron conseguir la paz con Esparta. Algunos tramaron incluso la entrega de la ciudad, para lo cual establecieron una fortificación en el puerto del Pireo. Pero la conjura fue descubierta por el propio Terámenes (siglo V a. de C.) y ello significó el final de la oligarquía sólo unos meses después de su instauración.
Lo que vino después fue un “régimen mixto”, producto de un compromiso con el partido popular (el partido de los demócratas). El poder pasó a la “Asamblea” de los cinco mil ciudadanos, dividida en cuatro secciones para llevar por turno los asuntos de gobierno.
Es la llamada “Constitución de Terámenes”, que sólo estuvo en vigor unos meses.
En el verano del año 410 fue derrocado el régimen “oligárquico” de la moderada Constitución de Terámenes.
Se restableció la “Bulé” de los “Quinientos”, la “Asamblea” y la “Heliaia” (Tribunales de justicia) y se encomendó a una comisión, que fue inefectiva, una codificación de todo el derecho ático]
(Antonio Tovar y Martín Sánchez Ruipérez. Historia de Grecia. Edit. Montaner y Simón S. A. Editores. Barcelona.1976)
[El 22 de abril de 404 a. de C., el sitio de Atenas acaba de terminar. Los espartanos han ganado la “guerra del Peloponeso” (431 a. de C. – 404 a. de C.).
Critias y todos los desterrados (oligárquicos) vuelven a la ciudad y es la hora de la revancha.
Como primer gesto simbólico, los vencedores destruyen las “murallas” al son del “aulós”, ese instrumento tan íntimamente asociado al universo espartano.
Es la muerte de la “democracia imperialista” lo que aquí se muestra. Protegidos por los “Muros Largos” que unen la ciudad con su puerto (el Pireo), los atenienses han dominado el mar Egeo durante más de medio siglo, castigando a los aliados recalcitrantes gracias a su flota e importando los víveres necesarios para su aprovisionamiento, aun en caso de invasión de su territorio.
El entusiasmo de la victoria silencia las divisiones y hace olvidar los intereses divergentes entre los atenienses que vuelven del exilio y los espartanos vencedores, y en el seno mismo de la oligarquía, entre radicales y moderados.
Creado en la alegría, el grupo (partido) de los “oligarcas” consigue, durante un tiempo, ponerse de acuerdo sobre el castigo de cierta cantidad de “chivos expiatorios” antes de que el desbocamiento de las pasiones políticas venga a comprometer su equilibrio interno.
Tras un momento de ajuste, los atenienses ponen en práctica un nuevo régimen político.
Liderada por cinco Éforos designados entre las “hetarías” (agrupaciones) oligárquicas, la transición desemboca, en el transcurso del verano de 404 a. de C., en la elección de una comisión de “treinta miembros” (los “treinta tiranos”) encargada de recoger y restaurar las “leyes de los padres”, las patroi nomoi, y, en el intervalo, de gobernar la ciudad.
Es Lisias (458 a. de C. -380 a. de C.) quien señala los principios de la composición de esta comisión:
“Se había dado la consigna de elegir a diez ciudadanos designados por Terámenes, diez impuestos por los Éforos recientemente establecidos y otros diez elegidos entre los que estaban presentes, es decir, entre quienes aún ocupaban la Asamblea”.
Como recuerda Jenofonte (431 a. de C. -354 a. de C.), el nuevo régimen fue establecido “de acuerdo con los lacedemonios (espartanos)”.
Según la “Constitución de los atenienses” del Pseudo-Aristóteles, el cuerpo político se dividía entonces en tres grupos distintos: los “demócratas”, que buscaban conservar la democracia, los “notables” (aristócratas) que formaban parte de las “hetarías” y los desterrados que habían vuelto tras la paz, que querían la oligarquía; y los que no formaban parte de ninguna “hetaría” y que, de hecho, no parecían inferiores a cualquier otro ciudadano, que realmente deseaban la “Constitución de los antepasados”.
Pero los “Treinta” no contaban con ningún verdadero demócrata, sólo con hombres cuyas tomas de posición eran compatibles con los nuevos equilibrios de poder político, tanto dentro como fuera de la ciudad.
Este reclutamiento tan homogéneo existe porque los “Treinta” mostraron al principio un frente unido, decididos a poner fin a décadas de dominación popular (democracia). Unidos por la frecuentación de los banquetes, quisieron incluso crear una “comunidad ideal”, trasponiendo los principios de organización espartana a Atenas.
Los “Treinta”, en efecto, parecen haber querido romper con el sistema decimal de Clístenes (570 a. de C. -507 a. de C., marcado por una gran horizontalidad, para dar preferencia a un modelo mucho más jerárquico, estructurado en tres círculos concéntricos basados en múltiplos de treinta: la comunidad a partir de entonces contaban con 3.300 ciudadanos, divididos en 3.000 hoplitas, 300 caballeros y 30 dirigentes.
Si esta hipótesis es exacta, los “Treinta” se habrían inspirado de un modelo utópico espartano, sin duda promovido activamente por Critias (460 a. de C. -403 a. de C.), el intelectual orgánico de la “oligarquía”.
Esta redefinición de la comunidad fue acompañada de cierta violencia, bien aceptada en un principio.
Las primeras condenas a muerte, aplicadas a los “demócratas más radicales”, favorecieron incluso, en un primer momento, la unidad de los atenienses que permanecían en la ciudad.
Diodoro Sículo (90 a. de C. -30 a. de C.) señala: “En primer lugar, juzgaron a los ciudadanos más malvados y los condenaron a muerte; hasta ahí los ciudadanos más moderados estaban satisfechos de los acontecimientos”.
Estas primeras condenas pretendían, en sentido literal, purificar la comunidad, librándola de los jefes más malvados del “maldito pueblo de los atenienses”, parafraseando el epigrama funerario de Critias.
Los “Treinta” habían adoptado como misión “dejar la ciudad pura (katharan) de malos individuos e inclinar a los demás ciudadanos a la virtud de la justicia”.
“Durante cierto tiempo, los de la Ciudad estuvieron de acuerdo”. Pero el hechizo no tardó en romperse, porque los “Treinta” pronto arremetieron no sólo contra “demócratas confirmados”, sino también contra “ciudadanos” cuya única falta era la adhesión al régimen anterior (la democracia).
Lejos de apuntar sólo a los miserables (ponêroi), los “Treinta” hicieron gala de una saña muy particular contra los “ricos atenienses”: de las dieciséis víctimas de la oligarquía conocidos por su nombre, once pagaban “liturgias”(consistían éstas en gestionar y financiar con recursos propios algunos cargos públicos: el de “gimnasiarca” (intendente del gimnasio), el de “corego” (pago a miembros del coro de teatro) o el de “trierarca” (construcción y mantenimiento de un trirreme).
Según L. Canfora, los “Treinta” habían llevado a cabo un asalto deliberado contra la riqueza, destinado a instaurar la nueva Esparta: el proyecto era refundar la comunidad en la virtud y no en el capital.
Esta extensión de la violencia provocó una primera fractura dentro de la “oligarquía” entre el bando más radical y todos los que, como Terámenes, rechazaban que se ejecutase a un hombre “por haber sido honrado por el pueblo, sin que haya hecho en realidad el menor mal a las gentes de bien (kaloi kagathoi).
Esta violencia también afectó a los “no ciudadanos” y, en particular a los ricos metecos que se quedaron en Atenas tras la derrota.
Lejos de ser arbitrarias, estas persecuciones concordaban con la nueva organización cívica, basada en la segregación política y espacial.
Reducidos a la cantidad de “tres mil”, los ciudadanos fueron inscritos en un registro, luego examinado por los “Treinta” y, finalmente reunidos en el “Ágora”; inversamente “todos los que no estaban en la lista” fueron “repartidos entre diversos lugares” antes de ser desarmados.
Dispersos por todo el territorio, varios miles de atenienses fueron despojados de su “ciudadanía” y privados de todo medio de defensa, ya fuera militar o judicial.
Terámenes se opuso a la fijación de un número preciso de ciudadanos, “como si hubiera no se sabe qué necesidad de dicho número”; se negaba a creer que “los hombres excelentes (kaloi kagathoi) fueran “tres mil” y resultase imposible que hubiese gente de calidad fuera de ellos o malas personas entre ellos”.
Sobre todo pensaba que semejante restricción ponía en peligro el mantenimiento del nuevo régimen: “Terámenes decía que, si no se asociaba a los asuntos de gobierno suficientes personas, era imposible que la oligarquía se mantuviera”.
Ante la creciente popularidad de Terámenes, los otros “Treinta” decidieron finalmente procesarlo por traición.
Simulando respetar la legalidad, reunieron al Consejo (Bulé), que, en el nuevo régimen, actuaba como tribunal. Critias desempeñó el papel de acusador y, al cabo de una parodia de juicio, Terámenes fue condenado y ejecutado.
Tras la muerte de Terámenes, los “Treinta”, con la idea de que a partir de entonces podían ejercer su tiranía sin miedo, proclamaron la prohibición de entrada a la ciudad a todos los que no figuraran en la lista.
Pero después hubo otro proceso que infundió terror a todos los ciudadanos.
Todos los “eleusinos” (habitantes de Eleusis, ciudad cerca de Atenas) en edad de combatir –en total trescientos hombres, anteriormente ciudadanos atenienses – fueron detenidos, a instigación de Critias y sus compañeros de partido. El motivo aducido, simpatía con los desterrados.
Al día siguiente, los “Treinta” convocaron en el Odeón a los “hoplitas” y “caballeros” – es decir, al conjunto de los “Tres mil ciudadanos” – para juzgar colectivamente a los prisioneros.
Critias busca precisamente hacer cómplices a los “Tres Mil” de un terrible crimen, para que ya no puedan luego desertar por miedo a las represalias.
La amenaza a los “Tres Mil” es aún más patente que durante el proceso de Terámenes: ya no son unos simples portapuñales, colocados en sitios estratégicos, los que hacen reinar el terror, sino “la guarnición lacedemonia (espartana) armada” que ocupa la mitad del Odeón: la tropa amenazante transforma el voto (de los Tres Mil) en mascarada y la tragedia en farsa siniestra.
En este proceso orquestado por Critias, el terror se infiltra en todas partes y afecta al conjunto de los participantes: víctimas, verdugos y cómplices; el espanto embarga a los eleusinos abocados a la muerte, pero los Tres Mil no están mucho más tranquilos, pues temen tanto la ferocidad de los “Treinta” como las futuras represalias de los demócratas furiosos por este crimen en masa, y los propios “Treinta” también viven en el miedo: si decidieron vaciar Eleusis de su población para reservarse un refugio en caso de necesidad, fue porque estimaban que “su situación ya no era segura”, a raíz de los primeros éxitos de Trasíbulo y su grupo de resistentes.
Critias se interesaba por la forma en que los espartanos habían basado su propia libertad política en el miedo y, en particular, en el temor suscitado por los “ilotas”, las poblaciones esclavizadas de Laconia y Mesenia que cultivaban la tierra por cuenta de los “homoioi” (los espartiatas”).
Apenas unos días después de la masacre de los eleusinos, los “Treinta” partieron a la reconquista del Pireo, del que Trasíbulo (del partido de los demócratas) y sus hombres acababan de apoderarse.
Pese a su superioridad numérica y a su armamento pesado, los “oligarcas” sufrieron una derrota estrepitosa en los flancos de Muniquia (403 a. de C.), donde perecieron en particular Critias y Cármides: visiblemente, el miedo no había contribuido a la cohesión de la tropa de los oligarcas.
No obstante, aún hubo que esperar varias semanas para que se iniciasen auténticas negociaciones de paz entre “los de la Ciudad” y los “exiliados demócratas”.
Atenazados por el miedo a las represalias, los “Tres Mil” se atrincheraron tras las murallas y se negaron a dejar las armas. Si bien se decidieron a destituir a los “Treinta”, y los reemplazaron por una comisión de “diez hombres” que resultó igualmente belicosa e intransigente:
“Pero los Diez, tras entrar en funciones, no hicieron nada de aquello para lo que habían sido elegidos y enviaron una embajada a Lacedemonia (Esparta) para solicitar un préstamo.
Como los “ciudadanos” soportaban mal estos actos, los “Diez” temiendo ser destituidos y queriendo atemorizar a los demás, decidieron e hicieron ejecutar a Demareto, uno de los principales ciudadanos [de la Ciudad].
En esta versión de la historia, los “Tres Mil” son descritos como ciudadanos atemorizados, manipulados “a su pesar” por los “Diez” después de haberlo sido por los “Treinta”.
Una vez restablecida la “democracia” unos meses más tarde, los antiguos oligarcas adoptaron, de hecho, esta línea de defensa ante los tribunales de justicia popular, al menos los que no se beneficiaron de la amnistía.
TRASÍBULO
Cuando los autores de la época helenística (323 a. de C. – 30 a. de C.) e Imperial escriban la historia de la Atenas clásica, sólo asociarán el nombre de Trasíbulo al recuerdo de la victoria de 403 a. de C. en Muniquia, atribuyéndole personalmente el derrocamiento de la tiranía de los “Treinta”, hasta el extremo de convertirlo en un igual de los grandes personajes de la Atenas clásica, como Milciades, el vencedor de Maratón, o Pericles, el icono de la democracia triunfante del siglo V a. de C.
Puesto que “no sólo fue el primero, sino el único, al principio, que declaró la guerra a los tiranos”, como mucho más tarde escribirá Cornelio Nepote (100 a. de C. -25 a. de C.).
SAMOS 411: UN EXPERIMENTO POLÍTICO
El episodio de Samos abre una secuencia decisiva de la historia ateniense que no se cerrará hasta el año 403 a. de C.
Los adversarios del régimen democrático habían aprovechado la ausencia de la mayoría de los ciudadanos pobres, embarcados por entonces en los combates en el mar Jónico, para derrocar las instituciones democráticas. Los “oligarcas” pretendían, en efecto, sustituir el “Consejo” de quinientos ciudadanos elegidos por sorteo por un Consejo restringido de cuatrocientos miembros, y reservar la ciudadanía a los cinco mil atenienses más ricos.
Como “trierarca” – y no como “estratego” – Trasíbulo formaba parte del ejército ateniense presente en Samos, base de operaciones de las intervenciones atenienses en el conjunto del Egeo oriental.
Según Tucídides (460 a. de C. – 396 a. de C.), fueron Trasilo y Trasíbulo quienes, al anunciarse la toma de poder en Atenas por los “Cuatrocientos”, habrían convencido a los remeros atenienses de Samos de tomar las armas para derrocar el régimen oligárquico.
Los dos “trierarcas” habrían sido incluso autores del juramento que cada uno de los soldados allí presentes debía prestar, el de “vivir en democracia, ponerse de acuerdo, llevar enérgicamente a término la guerra contra los peloponesios (espartanos) y, en cuanto a los “Cuatrocientos”, tratarlos como enemigos sin enviarles heraldos”.
Por un acto de disidencia en contra de los poderes establecidos, que Tucídides presenta como una revolución (metabolé), los remeros de Samos se proclamaron entonces únicos representantes de la ciudad de Atenas y, constituyéndose en Asamblea (ekklêsía), destituyeron a los “estrategos” para elegir en su lugar a Trasíbulo y Trásilo.
El juramento lo prestan no sólo los soldados de Atenas, entre los que se encuentran tanto ciudadanos como metecos y esclavos, sino también una parte de los samios.
En definitiva, el pueblo ateniense que volvía a fundar el “régimen democrático” en Samos en 411 se componía de libres y no libres, de atenienses y de samios.
La ruptura de 411 con la ciudad de los oligarcas es un acto solitario que Trasíbulo reproducirá en los últimos meses del enfrentamiento con los “Treinta”.
Mientras resiste con sus hombres en el frente de Fileo, los “Treinta” le proponen “asociarse con ellos para dirigir la ciudad, pues lo habían elegido para reemplazar a Terámenes, y ejercer la libertad de elegir a diez exiliados y hacerlos regresar a su patria”. Trasíbulo se muestra entonces inflexible, respondiendo “que prefería su exilio al poder de los “Treinta” y que no abandonaría la lucha hasta que todos los ciudadanos (demócratas) hubieran regresado y el pueblo hubiese recuperado la “Constitución de sus ancestros”.
Cuando se anuncia su exilio y se confiscan sus bienes, Trasíbulo deja Atenas para refugiarse en Tebas, a finales del año 404 a. de C.
Acompañado por setenta hombres, algunos de los cuales tal vez lo hubieran acompañado desde Samos, Trasíbulo es recibido en Tebas mientras la ciudad está bajo la influencia de Ismenias, que se ha propuesto desvincularla de su alianza tradicional con Esparta.
Trasíbulo nunca olvidará la protección que le brindó Tebas, consagrando en el gran Heracleion de la ciudad beocia dos estatuas gigantescas de Atenea y Heracles, obras del escultor ateniense Alcámenes. Situadas una junto a la otra, las dos divinidades recordaban la alianza precaria entre las dos ciudades y el apoyo determinante que Tebas, a contracorriente de su propia historia, había aportado al restablecimiento de la democracia ateniense.
Desde Tebas, Trasíbulo y sus hombres penetraron en el norte del Ática y lograron apoderarse de la fortaleza de Fileo, uno de los puestos avanzados que aseguraban la defensa militar del territorio ateniense.
Al conocer la toma de la fortaleza, los “Treinta” habrían enviado inmediatamente a un grupo de jóvenes combatientes, pero un acontecimiento milagroso habría salvado a los sitiados: una nevada a principios del invierno en Ática, fenómeno inesperado en el cual Trasíbulo querrá ver un signo del favor de los dioses, obligó al ejército de los “Treinta” a retirarse e instalar su campamento a varios kilómetros al sudoeste de Fileo.
Fue sin duda unas semanas más tarde cuando Trasíbulo y sus hombres atacaron de noche el campamento de los oligarcas. El éxito de la misión fue espléndido, y ciento veinte hoplitas y tres caballeros de los “Treinta” encontraron la muerte.
Los atenienses cuidarán de distinguir claramente el primer grupo de hombres que resistiera heroicamente el asedio de Fileo del conjunto de los que habían participado en el asalto contra el campamento de los “Treinta” en Acarnas.
En la estela que recordaba su nombre, situada sobre uno de los muros del Metroón, en el centro del Ágora, hicieron grabar el siguiente epigrama:
“Por su excelencia, el pueblo de los atenienses coronó a estos hombres que antaño, desafiando el peligro, fueron los primeros comprometidos con la destitución de un régimen basado en leyes injustas”.
Tras la victoria de Acarnas, Trasíbulo y sus hombres se dirigieron al Pireo, al que llegaron en menos de cinco días.
El enfrentamiento militar se concentró entonces en dos momentos.
Los exiliados lograron en primer lugar apoderarse de la colina de Muniquia, que domina el puerto del Pireo. El lugar era altamente estratégico, pues condenaba al ejército de los “Treinta”, claramente superior en tamaño, a atacar la posición desde la llanura del Pireo, haciendo ineficaz el uso de armas a distancia.
Al cabo de un combate “largo y violento”, en el transcurso del cual Critias halló la muerte, los “Treinta” no lograron tomar la colina de Muniquia.
Esta victoria, decisiva, había convencido a una gran masa de atenienses, hasta el momento a la expectativa, de unirse en el Pireo al bando de los “demócratas”.
El ejército de Trasíbulo cambió entonces de naturaleza por segunda vez, en esta ocasión incorporando en su seno no sólo a nuevos exiliados de la ciudad, antiguos miembros de los “Tres Mil”, sino también a la población heterogénea de los habitantes del Pireo.
Muchos ciudadanos habían sido obligados por los “Treinta” a dejar la ciudad por no participar en el régimen de los “Tres Mil”.
A estos exiliados se unieron también muchos oportunistas a los que Lisias alude abucheando a quienes “se unieron al ver a los de Fileo tener éxito en su empresa” o, más concretamente, esos “hombres a los que sólo el azar ha implicado en los acontecimientos del Pireo y que estaban de corazón con la gente de la ciudad”.
En 403 a. de C., fueron en parte esclavos y metecos quienes en el Pireo, encarnaron el “dêmos” ateniense en lucha.
La participación de estos “no ciudadanos” en el ejército de Trasíbulo está probada por un decreto del año 401 /400 por el cual los atenienses, a instigación del propio Trasíbulo, concedieron honores a los extranjeros y los esclavos que habían participado en los combates junto a los demócratas.
Pero el proyecto de Trasíbulo estaba abocado al fracaso.
El decreto 401 /400, sin dejar de proporcionar un testimonio excepcional sobre la composición del ejército de los demócratas, lo demuestra, puesto que no otorgaba la “ciudadanía” al conjunto de los “no ciudadanos” presentes en el Pireo, sino sólo a los combatientes de Fileo. Y es que a este concepto inclusivo de la comunidad cívica se oponía el de Arquino que fiel a Terámenes en este sentido, se negaba a que la “ciudadanía” pudiera concederse a no atenienses de nacimiento. Arquino prevaleció y la propuesta de Trasíbulo fue rechazada por los atenienses.
Al negarse a integrar en el cuerpo cívico al millar de combatientes extranjeros del ejército de Trasíbulo, el cuerpo cívico que, en ese mismo momento, reinstauraba la ley de Pericles sobre la ciudadanía, afirmaba la intransigencia de sus fronteras.
La nueva fundación del régimen democrático procedió en este sentido a una doble exclusión:
La numéricamente irrisoria de los “Treinta” y de los “Diez”, expulsada de la comunidad y cuyos crímenes eran (en parte) imprescriptibles, y la de todos los metecos y esclavos que habían participado en el restablecimiento de la democracia y a quienes se negaba la integración en el cuerpo cívico (puesto que se les negaba la “ciudadanía”).
LA AMNISTÍA
A su regreso a la ciudad en octubre de 403 a. de C., los “demócratas” victoriosos hicieron gala de una gran moderación.
Los dos bandos (demócratas y oligarcas) juraron solemnemente “no recordar los males” o, más concretamente, “no guardar rencor alguno”, un mandato a menudo considerado como una de las primeras amnistías de la historia.
Para conjurar el horrible espectro de la guerra civil, los demócratas habrían elegido olvidar y, en cierto modo, recordar que debían olvidar ese episodio traumático.
Nicole Loraux ve en ello una decisión eminentemente política, retomando la propia formulación de la “Constitución de los atenienses” a propósito de la amnistía de 403: “Parece que[los atenienses] hayan usado sus desgracias pasadas de la forma más bella y más política (politikotata).
Arquino, resistente temprano contra los “Treinta” fue el principal artesano de la reconciliación en 403.
Infatigable promotor de una “ciudad unificada”, logró unir en torno a su proyecto a dos grupos de evolución simétrica: por una parte, todos los demócratas que, tras haber luchado contra los “Treinta”, no por ello deseaban abrir el cuerpo cívico a nuevos miembros, aun meritorios; por otra, toda la gente de la ciudad dispuesta a cooperar con la democracia restaurada.
Pero la reconciliación fue de la mano del mantenimiento de fuertes conflictos políticos, de los que da fe una sorprendente floración de procesos (judiciales) entre 403 y 399 a. de C., recogidos a la vez por numerosos alegatos judiciales y por fuentes epigráficas extraordinarias, maldiciones (katadesmoi) grabadas en tablillas de plomo enterradas en el suelo.
Estos enfrentamientos resultaron ser manifiestamente ventajosos para los “moderados” de ambos bandos, que lograron, en ese momento, prevalecer en la Asamblea y ante los tribunales y, más adelante, imponer su versión de la historia en la ciudad.
En la memoria ateniense de la guerra civil, Arquino, ocupa un lugar destacado.
No contento con hacer de Arquino uno de los que “habían ocupado Fileo”, el orador Demóstenes (384 a. de C. -322 a. de C.) añadía, con demostrada exageración, que éste fue “después de los dioses, el principal artesano del retorno”: el nombre de Trasíbulo ya ni siquiera se mencionaba.
La “Constitución de los atenienses” lo ensalza por su acción pacificadora: “En esto, Arquino parece haber actuado políticamente de la mejor manera (politeusasthai kalós).
Si bien acompañó a Trasíbulo a Fileo y ocupó plenamente su rango en la resistencia militar contra los “Treinta”, Arquino desempeñó una función primordial después del regreso de los demócratas a la ciudad.
Participó, sin lugar a dudas, en el gobierno interino, compuesto por veinte hombres designados para velar por la comunidad hasta que un nuevo cuerpo legal fuera establecido.
En esos tiempos de agitación, Arquino parece haber perseguido un único propósito: afirmar la continuidad de la ciudad más allá de las divisiones inducidas por la guerra civil.
Continuidad institucional, en primer lugar, puesto que se permitió a los magistrados nombrados bajo la oligarquía que rindieran cuentas bajo la democracia, como si nada hubiera ocurrido.
Continuidad financiera, seguidamente, en la medida en el que el dinero tomado por los oligarcas para la lucha contra los demócratas del Pireo fue finalmente reembolsado por todos los atenienses.
Continuidad religiosa, por último, puesto que se decidió hacer común a ambos bandos el santuario de Eleusis, aun cuando los eleusinos hubieran sido masacrados por los “Treinta”, con la complicidad de la gente de la ciudad (los “Tres Mil”).
Pero esta solución no se impuso sin dificultades.
Exigió, para verse coronada por el éxito, el ejercicio de cierta violencia.
La tradición atribuye a Arquino varias medidas de excepción destinadas a evitar el retorno a la “stasis” (guerra civil).
La que más conmoción causó fue, sin duda, la condena sumaria de uno de los demócratas que habían vuelto del Pireo y que había osado “guardar rencor”, contraviniendo el juramento de amnistía.
Si bien esta ejecución se llevó a cabo con el aval del Consejo, se trataba de una decisión si no ilegal, al menos extraordinaria.
El autor de la “Constitución de los atenienses” no oculta que esa ejecución sin juicio pretendía meter en vereda, mediante el terror, a los demócratas recalcitrantes. “Después de su muerte, ya nadie volvió a reproducir el pasado”.
Esta política voluntarista se tradujo también en el momento del pago de las deudas de la guerra civil.
Mientras las convenciones estipulaban formalmente que el reembolso de las sumas prestadas a ambos bandos se asumiría separadamente, los atenienses decidieron que el pago se efectuaría sin tener en cuenta las divisiones políticas anteriores.
Así pues, los demócratas reembolsaron, en parte, el dinero que se había prestado a los oligarcas para luchar contra ellos.
Más allá de estas medidas transicionales, la acción de Arquino transformó duraderamente el funcionamiento institucional de la ciudad.
En primer lugar, jerarquizando las normas: en 403 a. de C. los atenienses establecieron una distinción clara entre “leyes”, de alcance general, y los “decretos”, de contenido más circunstancial, desembocando en la creación de un “corpus jurídico” relativamente estable y coherente.
En esta nueva configuración, la escritura adquirió una creciente importancia, hasta el punto de convertirse en garantía del orden cívico: una ley de 402 a. de C. estipuló que los magistrados no debían en ningún caso usar una ley no escrita, hallándose a partir de entonces la soberanía del “dêmos” (pueblo) limitada por la autoridad del “nomos” (la ley).
Seguidamente, homogeneizando sus procedimientos jurídicos: también en 403 a. de C. llegó a término el lento proceso, iniciado una década antes, de reorganización de los archivos cívicos, el cotejo y la revisión de las leyes de Dracón y Solón (en adelante expuestas en el “Agora” a la vista de todo el mundo) y el establecimiento de la lista de los “arcontes” atenienses, un conjunto de medidas orientadas a racionalizar la gestión de los documentos oficiales y que refleja también el establecimiento de una nueva relación con el pasado.
Esta armonización se extendió incluso a la grafía adoptada para escribir la ley, puesto que Arquino fue el iniciador de una reforma en profundidad del alfabeto.
En el mismo momento en que los atenienses reconciliados no dejaban de alabar la “constitución de sus ancestros” (patrios politeia), decidieron dar la espalda a su patrimonio lingüísticos adoptando el alfabeto jónico para transcribir sus documentos oficiales.
Sin duda hay que ver en ello la voluntad de romper con las prácticas de la “democracia imperial” del siglo V a. de C., la cual había impuesto sin la menor vergüenza sus formas de escritura a los jónicos sometidos, por medio de decretos redactados en lengua ática e instalados en el núcleo de las ciudades de la “Liga de Delos”.
Desde un punto de vista interno, era una forma de uniformizar la escritura de leyes y decretos, poniendo fin a la cohabitación anárquica entre diferentes grafías: la ciudad reunificada podía en adelante hablar con una única voz y hacerlo saber mediante una única escritura.
Pero atacó por ilegalidad el decreto propuesto por Trasíbulo –su antiguo aliado – que otorgaba la nacionalidad (ciudadanía) a los metecos, incluso a los esclavos que habían tomado partido por el pueblo en 404 a. de C.; por otra parte, demostrando un sorprendente autoritarismo, manipuló los términos de la amnistía con el fin de impedir a los “oligarcas” que abandonaran la ciudad por miedo a posibles represalias.
Para llevar a cabo esta política conservadora, Arquino pudo apoyarse en dos grupos “a priori” antagónicos, pero dispuestos a hacer causa común para defender la supuesta “constitución de los ancestros”: por una parte, mucha “gente de la ciudad” que tenía interés en pactar con los vencedores del momento (demócratas) para hacer olvidar su colaboración con los “Treinta”;por otra todos aquellos que, entre los resistentes del Pireo, no deseaban ampliar la comunidad para incluir a los extranjeros, por meritorios que fuesen.
Estos pequeños arreglos con la legalidad hallaron igualmente una traducción judicial en la iniciativa de Arquino, que propuso una ley que prohibía “guardar rencor” so pena, para el acusador, de encontrarse en una posición jurídica desfavorable: el individuo acusado podía oponer una “excepción” (paragraphé) que lo hacía ser considerado como solicitante y le permitía ser el primero en hablar ante el tribunal; lo que es más, en caso de absolución, el acusador se veía obligado a pagar una importante multa (la epobelia), equivalente a la sexta parte de la cantidad en litigio.
Ejecución sin juicio en toda regla, no respeto de las convenciones escritas, inversión del curso normal del procedimiento judicial, recorte autoritario de los plazos prescritos para la inscripción de los oligarcas que deseasen salir de la ciudad: para suturar el desgarro abierto de la guerra civil, Arquino y sus allegados parecen haber promovido una especie de estado de excepción.
Todo transcurre como si hubiera sido necesario mantener durante un tiempo la situación extraordinaria de la guerra civil y del gobierno “terrorista” de los “Treinta”.
Pero esas decisiones extraordinarias tuvieron un campo de aplicación extremadamente circunscrito, contrariamente a las tomadas por los “Treinta”, que hicieron de la suspensión de la legalidad lo ordinario de su gobierno.
Por otro lado, con excepción de la “paragraphé”, las medidas de urgencia no tuvieron ninguna continuidad institucional en la Atenas de después de 403 a. de C.
Por último, estas medidas pretendían menos discriminar al amigo del enemigo que asegurar que esta distinción mortífera fuera definitivamente neutralizada: todo se hizo para que, precisamente, los atenienses ya no pudieran considerarse enemigos inexpiables. ]
( Vincent Azoulay. Paulin Ismard. Atenas 403. Una historia coral. Edit. Siruela. Madrid. 2023)
Segovia, 4 de noviembre del 2023
Juan Barquilla Cadenas.