LAS INVASIONES GERMÁNICAS Y LA BATALLA DE ADRIANÓPOLIS
La invasión de las fronteras romanas por los “pueblos bárbaros” fue una de las causas de la caída del Imperio romano de Occidente.
Muchos fueron los intentos de invadir las fronteras romanas hasta llegar a la famosa batalla de Adrianópolis.
Pero fue constante la lucha de Roma contra los invasores germanos.
La primera invasión de Roma la realizaron los Galos en el siglo IV a. de C., concretamente en el año 390 a. de C.
Los galos, pertenecientes a la tribu de los senones, liderados por el jefe Breno, derrotaron al ejército romano en la batalla del río Alia y luego saquearon la ciudad de Roma.
La única parte de Roma que resistió el saqueo fue la colina del Capitolio, donde se refugiaron algunos romanos.
Según la tradición, el general romano Marco Furio Camilo regresó y derrotó a los Galos, obligándolos a abandonar Roma sin pagar el rescate.
Sin embargo, otras fuentes señalan que los galos se retiraron después de recibir un cuantioso rescate en oro.
La segunda gran invasión fue la de los cimbrios y teutones en el año 113 d. de C.
[Desde el año 113 a. de C. había aparecido en los confines noroccidentales de Italia un nuevo enemigo.
Se trataba de un gran reagrupamiento de tribus, cuya masa principal estaba compuesta por los cimbrios (tribu de probable origen germánico, provenientes de las orillas del mar Báltico) y comprendía algunos elementos célticos.
La imponente horda se movía con mujeres y niños y con todos los enseres domésticas y el ganado.
Los carros les servían de habitación y, en caso de necesidad, de campamentos atrincherado.
Su organización militar y su armamento eran bastante primitivos. Agredían al enemigo en una masa compacta, y en los combates peligrosos los guerreros de las primeras filas acostumbraban atarse con sogas unos con otros.
Los cimbrios impresionaban por su valor, que rayaba en el absoluto desprecio de la muerte, y por la violencia de la presión que ejercían con su masa.
En el año 113 a.de C. los cimbrios se habían acercado a los pasos de los Alpes nororientales.
El cónsul Cneo Papirio Carbón había marchado contra ellos con un gran ejército, ordenándoles alejarse de los territorios de las tribus de los tauriscos, amigos de Roma.
Los cimbrios habían obedecido: el temor a los romanos les impedía invadir Italia.
Pero Carbón, deseoso de obtener una victoria fácil, había decidido llevar a los bárbaros a una emboscada, atrayéndoles por guías locales que les conducirían a un lugar donde los romanos atacarían.
Pero la perfidia de Carbón fue cruelmente castigada: los romanos sufrieron enormes pérdidas y, sólo gracias a una espantosa tormenta que impidió que prosiguiera la lucha, el ejército romano no fue destruido.
Sin embargo, después de la victoria los cimbrios no entraron en Italia. Dirigiéndose hacia Occidente, habían pasado el Rin, desembocando en el curso superior del Ródano.
Es posible que justamente en ese período apareciese en el norte otra tribu germánica, los teutones, que se uniera a los cimbrios.
A la Galia había sido enviado el cónsul del año 109 a. de C. Marco Julio Silano, que había tratado de atacar a los recién llegados, pero fue derrotado perdiendo hasta el campamento.
Tampoco esta vez los bárbaros aprovecharon su triunfo.
Sólo en el año 105 a. de C. aparecieron sobre el curso inferior del Ródano con intención, según parece, de invadir Italia.
Contra ellos actuaban dos ejércitos romanos: uno al mando del cónsul Cneo Malio Máximo, y el otro del procónsul Quinto Servilio Cepión.
Los dos comandantes romanos estaban en desacuerdo: Cepión, perteneciente a una estirpe más noble, no deseaba ejecutar las órdenes de Máximo que, como cónsul, era superior.
Por culpa de estos desacuerdos los dos ejércitos romanos fueron destruidos uno después del otro en las cercanías de la ciudad de Arausio (Orange) en el otoño del año 105 a. de C.
Pero en lugar de invadir directamente Italia, los bárbaros se habían entregado al saqueo del territorio de las tribus galas de los auvernenses.
Luego los cimbrios se habían dirigido a España, y los teutones a la Galia septentrional.
En el año 102 a. de C. los cimbrios y los teutones aparecieron de nuevo en el horizonte.
Los cimbrios, al encontrar una encarnizada resistencia por parte de los celtíberos, habían abandonado España y se habían dirigido a la Galia septentrional para reunirse con los teutones.
Después de haber sido rechazados por las valerosas tribus de los belgas, los jefes de los bárbaros habían decidido finalmente atacar Italia.
Con este fin se habían dividido en dos partes: los teutones debían lanzarse a través de los pasos alpinos occidentales, a lo largo de la costa ligur; los cimbrios penetrarían en Italia a través de los pasos orientales, que ya conocían por la campaña anterior.
En este tiempo, MARIO (cónsul) se encontraba en Roma. Sabedor de la aparición del enemigo se apresuró a regresar al Ródano. El otro cónsul del año 102 a. de C., Quinto Lutacio Catulo, se quedó en la Galia Cisalpina para hacer frente a los cimbrios.
Mario esperó a los teutones en un campo fuertemente atrincherado sobre el Ródano.
Durante tres días los bárbaros intentaron vanamente asaltar el campamento romano, pero sólo consiguieron tener grandes pérdidas.
Finalmente desistieron de las tentativas, y después de haber evitado el campamento, se dirigieron hacia el sur, directamente a Italia.
Mario supo contenerse y dejó pasar tranquilamente a los enemigos, que durante algunos días desfilaron frente al campamento romano lanzando gritos insultantes.
Cuando los teutones se hubieron alejado, Mario levantó el campamento y a marchas forzadas, por caminos no principales, sobrepasó a la horda, que avanzaba lentamente, y alcanzó Aquae Sextiae (el actual Aix), localidad situada al norte de Masilia (Marsella).
Los romanos establecieron su campamento sobre la orilla opuestas de un pequeño río.
La vanguardia del enemigo, constituida por la tribu de los ambronios, probablemente de origen teutón, no esperando enfrentarse con el grueso del ejército romano, atacó las posiciones de Mario, y fue completamente aniquilada.
Dos días después llegaron los teutones. Dio comienzo una batalla prolongada y feroz: a pesar de la enorme disparidad de fuerzas (Mario no tenía más de 30.000 ó 40.000 hombres), las virtudes guerreras del nuevo ejército romano le dieron una brillante victoria.
No menos de 10.000 teutones fueron muertos o hechos prisioneros: ninguno logró escapar al país enemigo.
Muchas mujeres teutonas se suicidaron (verano del año 102 a. de C.).
Mientras tanto, los cimbrios ya habían penetrado en la Italia nororiental.
Quinto Lutacio Catulo no había sabido detenerlos en los pasos de la montaña y se había retirado a la margen derecha del Po.
Toda la Galia Traspadana había caído en manos de los bárbaros. Sin embargo, no tenían prisa para marchar hacia el sur y habían pasado el invierno del 102-101 a. de C. descansando y disfrutando del suave clima, al que no estaban acostumbrados, y de las comodidades de la vida civilizada.
Esto permitió a los romanos reunir sus propias fuerzas. El ejército victorioso de Mario fue trasladado al valle del Po y se reunió con el de Catulo.
El mismo Mario, después de una breve estancia en Roma, donde fue elegido cónsul por quinta vez para el año 101 a. de C., se hizo presente en el campo de operaciones.
En la llanura cerca de Vercelas (en la Galia Cisalpina), al norte del Po, tuvo lugar la batalla, en la que los romanos utilizaron ampliamente la caballería.
A los cimbrios les tocó al mismo destino que habían tenido los teutones un año antes: no menos de 65.000 muertos; los supervivientes, tomados prisioneros, llenaron los mercados de esclavos (verano del año 101 a. de C.).
Por fin, Italia podía respirar libremente.
Mario se convirtió en el hombre más popular de Roma.
Otro contacto de los romanos con los germanos fue cuando JULIO CÉSAR llegó a la Galia Narbonense/ Provincia el año 58 a. de C.
En la Galia propiamente dicha la situación era alarmante.
En la región que limitaba con la Provincia (Galia Narbonense) hacía tiempo que tres tribus luchaban por la supremacía: los eduos, los secuanos y los arvernos.
Los eduos se consideraban aliados de Roma; los sécuanos y los arvernos se inclinaban por los germanos del otro lado del Rin.
A petición de los secuanos, el jefe de la tribu germana de los suevos, Ariovisto, cruzó el Rin con una gran tropa, y después de una larga lucha venció a los eduos (alrededor del año 60 a. de C.).
En compensación por la ayuda, los sécuanos fueron obligados a ceder a Ariovisto una parte de sus propias tierras (en la actual Alsacia).
El ataque de los germanos provocó un movimiento de los helvecios, tribu establecida en la región occidental de la Suiza actual. En busca de tierras libres, habían decidido trasladarse a las bocas del Garona, pero para hacerlo les era necesario pasar a través del territorio romano.
César se opuso decididamente a que cruzara la Provincia (la Galia Narbonense) semejante cantidad de gente (según él, cerca de 300.000 personas), y para impedirlo se colocó en los límites septentrionales de la Provincia.
Entonces los helvecios eligieron otro camino, y marcharon a través del país de los secuanos y los eduos.
César aprovechó inmediatamente la coyuntura para intervenir en los asuntos de la Galia.
En junio del año 58 a. de C. cruzó los límites de la Provincia (Galia Narbonense), cayó sobre los Helvecios y en Bribacte, les derrotó duramente, obligando a los supervivientes a que volvieran atrás y concluyeran una alianza con Roma.
El paso siguiente que proyectaba César era eliminar la influencia de los germanos.
Con el objeto de presentar la lucha contra Ariovisto como una guerra nacional de toda la Galia, en el verano del 58 a. de C., bajo presión de los romanos, se convocó una reunión de representantes de las tribus galas, que decidieron pedir a César les defendiera de los germanos.
Luego Ariovisto rechazó las condiciones romanas por lo que César le declaró la guerra.
En el otoño del año 58 a. de C., en Alsacia, no lejos del Rin, Ariovisto fue derrotado y perseguido hasta el mismo río.
Sólo unos pocos germanos con sus jefes lograron pasar a la orilla derecha.
Así fue cómo los romanos llegaron por primera vez del Rin, que desde ese momento se convirtió en el confín oriental de sus dominios en la Galia.
Para mantener mejor la línea del Rin, César dejó sobre la margen izquierda una serie de pequeñas tribus germanas que debían defender a la Galia de sus compatriotas de la otra orilla, dando comienzo una nueva política tendente a aprovechar a unos bárbaros contra otros, política que más adelante sería aplicada también por los emperadores romanos y que por mucho tiempo dio óptimos resultados, hasta que en los últimos tiempos del Imperio se volvió contra sus propios iniciadores.
César, después de haber terminado alrededor del año 55 a. de C. la conquista de la Galia, debió pensar en consolidar el dominio de Roma.
El objetivo principal era garantizar los confines de la nueva provincia.
Los germanos del otro lado del Rin y los celtas de Britania constituían una amenaza permanente para la paz romana.
En el invierno del 55 -56 a. de C. las tribus germanas de los usípetes y de los tencteros, con mujeres y niños, atravesaron en masa el Rin en su curso inferior.
Aunque no tenían, según parece, intenciones agresivas, y sólo buscaban nuevas tierras para emigrar, César les agredió pérfidamente mientras se realizaban conversaciones, destruyendo a una buena parte. Sólo unos pocos lograron salvarse volviendo a cruzar el río y se refugiaron junto a los sicambrios.
César decidió entonces pasar el Rin para intimidar a los germanos y prevenir cualquier tentativa ulterior de violar el límite.
En diez días se construyó en el río un puente sobre palafitos.
César pasó el Rin, pero los sicambrios se habían retirado al interior del país.
Después de 18 días de permanencia en la orilla derecha, los romanos volvieron atrás y destruyeron el puente.
La expedición a Germania tenía, más que un fin militar, un propósito político y tendía a convencer de una vez para siempre a los germanos y a los galos del poderío militar romano, como también a acrecentar la gloria de César, primer comandante romano que pasaba el Rin.
En el mismo año 55 a. de C., pero ya en el otoño, César se encaminó a Britania, para castigar a los britanos por la ayuda que más de una vez habían prestado a los galos.
Con dos legiones desembarcó en la isla, pero por el mal tiempo y por la gran resistencia que encontró, regresó a Galia sin haber logrado su propósito.
En la primavera del año siguiente la expedición fue renovada. Esta vez César estaba mejor preparado. Con una flota de 800 naves y con cinco legiones atravesó el canal.
Los britanos en un primer momento se retiraron, pero luego su jefe Casivelauno trató de organizar la resistencia.
César le derrotó, pasó el Támesis cerca de Londinium (Londres) y consiguió la fortaleza principal de Casivelauno.
Después de esta acción los britanos se sometieron: debieron entregar rehenes y prometieron pagar indemnizaciones.
César se contentó con la promesa y regresó a la Galia.
Esta expedición, igualmente, tampoco tuvo otro resultado que un efecto moral.
Con OCTAVIO AUGUSTO el peso de la política exterior recayó en el Danubio y en el Rin, puntos neurálgicos en los cuales los límites del Imperio eran particularmente inseguros.
En el año 16 a. de C. con el pretexto de defender a Istria de las incursiones de las tribus bárbaras, se emprendió una expedición al norte contra los tauriscos, a consecuencia de la cual se formó una nueva provincia, el Nórico (Estiria y parte de Carintia), rica en hierro y en oro.
En el año siguiente fueron sometidas las tribus de los retios y de los vindélicos (en los Alpes centrales y a lo largo de la costa del Danubio) y poco más tarde se constituyó en su territorio la provincia de Retia (Raetia).
Finalmente, después de cuatro años (12 -9 a. de C.) de dura guerra, que los romanos cumplieron bajo el mando del hijastro de Augusto, Tiberio, fueron sometidos los panonios, que vivían en la actual Austria y en Hungría occidental.
Su territorio fue transformado más tarde en una provincia llamada Panonia.
Como consecuencia de todas estas conquistas el límite septentrional del Imperio pasaba por el curso superior y medio del Danubio; pero también el curso inferior del río debía ser reforzado.
Con este fin sometió a la Mesia superior (Yugoslavia), habitada por los getas, que fue unida a Macedonia.
La Mesia inferior (Bulgaria septentrional) fue otorgada por Augusto al reino vasallo de Tracia, que se encargó también de su defensa.
Quedaba el Rin, donde la situación era particularmente alarmante.
Los germanos habían pasado el río muchas veces para saquear la Galia. Estas incursiones tuvieron lugar, por ejemplo, en el 29, en el 17 y en el 12 a. de C.
Además los germanos acostumbraban a sostener las rebeliones de las tribus galas.
Augusto decidió vencerles y envió a sus hijastros, Druso Claudio Nerón (hijo de Livia Drusila y de su primer esposo Tiberio Claudio Nerón), que en el curso de algunas campañas (12 -9 a. de C.) penetró en Germania occidental hasta el Elba, actuando por mar y por tierra.
Druso murió (al parecer) por una caída de caballo y la guerra germánica fue continuada por su hermano Tiberio Claudio Nerón (hijo también de Livia Drusila y de su esposo Tiberio Claudio Nerón).
Con las campañas del 8 -7 a. de C. y del 4-5 d. de C., el dominio romano sobre el país se amplió y se consolidó. Paralelamente, los germanos eran atacados por el sur, sobre las fronteras del Danubio.
En el año 6 d. de C. Tiberio inició una gran ofensiva contra las tribus de los marcomanos. Su jefe, Marbod, había creado un fuerte reino bárbaro en la actual Bohemia y, a pesar de toda su cautela ante los romanos, despertó sus sospechas al efectuar una reforma militar calcada de la organización romana. El ejército de Marbod contaba con 75.000 hombres.
Pero precisamente en ese momento estalló, a las espaldas de Tiberio, una rebelión de panonios y dálmatas, que trataban de liberarse del dominio romano impulsados por el descontento que había provocado el reclutamiento de tropas para la expedición a Alemania.
La rebelión adquirió amplias proporciones: el número de los rebeldes alcanzó a los 200.000 (de combatientes solamente).
La situación se hizo aún más difícil por un ataque simultáneo de los getas en Mesia.
El peligro amenazaba a Macedonia e incluso a Italia.
Augusto envió al sitio de la rebelión considerables fuerzas: al fin de la guerra se concentraban allí 15 legiones y muchas tropas aliadas al mando de Tiberio y del hijo de Druso, Germánico.
Después de una lucha que duró tres años, la rebelión fue sofocada en el 9 d. de C.
Durante la rebelión en Panonia los germanos habían permanecido tranquilos.
Sólo hacia el final habían comenzado algunas agitaciones en los territorios comprendidos entre el Elba y el Rin.
La causa fue una tentativa del lugarteniente romano Publio Varo de imponer impuestos e introducir el procedimiento judicial romano.
En el año 9 d. de C. estalló la rebelión abierta, dirigida por la tribu de los queruscos, al mando del joven Arminio.
Varo cayó en una emboscada con tres legiones y con las tropas aliadas en el bosque de Teutoburgo, mientras regresaba de los cuarteles de verano.
Y después de una encarnizada batalla que duró cuatro días, todo el ejército romano fue destruido y el propio Varo se mató.
La derrota de Varo provocó en Roma una gran alarma: se temía un ataque de los germanos sobre la Galia y la rebelión general de los galos.
Pero nada de esto sucedió: sólo se perdieron todas las conquistas de más allá del Rin.
En el año 10 d. de C. y en el 11 d. de C. Tiberio emprendió expediciones punitivas y con ayuda de la flota penetró de nuevo en el corazón de Germania.
Pero Augusto comprendió que sería difícil mantener sólidamente ese territorio y finalmente retiró las tropas romanas hasta el Rin, que desde ese momento quedó como límite definitivo.
Sólo una estrecha faja sobre la margen derecha y un triángulo comprendido entre los cursos superiores del Rin y del Danubio quedaron en manos romanos.
En este punto la frontera fue reforzada artificialmente con una estocada y un sistema de puestos de vigilancia (el llamado “limes”).
El emperador DOMICIANO, en política exterior, siguió las líneas generales dictadas por Vespasiano, cuyo fin último no era tanto la conquista como la consolidación de las fronteras.
En Britania (conquistada por el emperador Claudio) continuaron desarrollándose las operaciones militares iniciadas ya en los tiempos del fundador de la dinastía (Julio César).
Cneo Julio Agrícola (suegro del historiador Tácito) penetró en Escocia y parece que en ese período la flota romana había completado la circunnavegación de la isla (83 d. de C.).
Cneo Julio Agrícola había establecido también un plan de navegación de Irlanda, pero Domiciano no dio su consentimiento.
En el año 84 d. de C. Agrícola fue vuelto a llamar y las operaciones en Britania fueron interrumpidas.
Sin embargo, gracias a la penetración en el norte, las posesiones romanas en la isla estuvieron bastante seguras.
Sobre el curso medio del Rin estalló un conflicto con los catos, quienes con sus correrías amenazaban permanentemente la frontera renana.
Después de dos campañas dirigidas por el propio emperador (83 y 89 d. de C.), las posesiones romanas sobre el curso medio y alto del Rin fueron ampliadas extraordinariamente, y sobre la margen del río se pusieron las bases de aquella franja fortificada que fue llamada “limes” y que durante algunos siglos contuvo la presión de los bárbaros germanos.
Consistía en un complicado sistema de campamentos militares, fortines (castella) y caminos que los comunicaban.
Más compleja y peligrosa aún se presentaba la situación en la frontera danubiana.
Las tribus de los dacios, que vivían en la actual Rumanía y Transilvania, se habían unido bajo la conducción del valeroso Decébalo, uno de los jefes.
Éste había organizado su propio ejército sobre el modelo romano y en el año 86 d. de C. había pasado el Danubio, invadiendo Mesia.
El lugarteniente de la provincia había sido derrotado y muerto en la batalla.
Domiciano se hizo presente en el teatro de operaciones.
Para atraer al enemigo, el prefecto de los pretorianos Cornelio Fusco, atacó con grandes fuerzas la Dacia, pero fue derrotado y murió en el combate.
Sólo después de dos o tres años su sucesor, Tetio Juliano, renovando la tentativa, obtuvo la victoria sobre Decébalo.
Pero precisamente en ese momento Domiciano se vio obligado a interrumpir la guerra en Dacia. A lo largo del curso del Danubio una coalición de tribus germanas y sármatas –suevos, cuados y marcomanos -, impulsada por Decébalo, había atacado la frontera romana. El emperador se dirigió a la región amenazada, pero fue derrotado.
Domiciano comprendió muy bien que continuar la guerra sobre las inmensas llanuras transdanubianas había costado enormes pérdidas materiales y que habría sido poco probable obtener resultados satisfactorios.
Por eso se detuvo en el curso medio del Danubio y concluyó la paz con los dacios.
Decébalo mantendría su territorio y los romanos le pagarían un tributo (subsidio).
Las guerras danubianas sirvieron de ocasión para consolidar las fronteras del Imperio también en esa zona.
Con el emperador TRAJANO la política exterior abandonó las tradiciones del “primer Imperio” y trató en cambio de renovar las tendencias de conquista de la “República”.
En el año 101 d. de C. empezó la guerra con los dacios.
Formalmente se trató de la más “preventiva” de todas las guerras de Trajano.
La alianza de las tribus dacias representaba sin duda una amenaza para la frontera danubiana.
Decébalo era un enemigo serio: la guerra que había hecho con Domiciano no había significado mucha gloria para las armas romanas.
Las operaciones militares en Dacia presentaban grandes dificultades por culpa del carácter del terreno y el valor de sus defensores.
En el año 102 d. de C. las tropas romanas, superando la encarnizada resistencia enemiga, llegaron por diferentes lados sobre Sarmizegetusa, la capital de Decébalo, derrotaron a los dacios y les obligaron a concluir la paz.
Decébalo mantuvo formalmente la independencia, pero fue obligado a destruir una parte de sus “fuertes” y a ceder los otros a guarniciones romanas.
Para el control sobre Dacia, los romanos construyeron un gran puente de piedra sobre el Danubio.
La paz no duró mucho tiempo. Decébalo, que secretamente se había preparado para una nueva guerra, atacó por sorpresa en el año 105 d. de C. las guarniciones romanas, destruyó una parte e invadió Mesia.
El hecho constituyó un buen motivo para Trajano para terminar con los dacios.
Con 12 legiones (cerca de 120.000 hombres) marchó contra Decébalo, y después de dos campañas, la guerra concluyó con una nueva batalla frente a Sarmizegetusa y con el sitio de la ciudad.
Decébalo, desesperado, se mató y después de su muerte, la resistencia de los dacios cesó (106 d. de C.).
Muchos de ellos fueron muertos o reducidos a esclavitud, otros fueron deportados.
Dacia fue transformada en “provincia romana” y poblada por veteranos y por colonos del Asia Menor y de los territorios danubianos.
ANTONINO PÍO en los asuntos exteriores mantuvo la línea pacífica de su predecesor, lo que no se excluyó sin embargo activas operaciones militares para la defensa de las fronteras.
En Britania sus generales combatieron con las tribus escocesas y establecieron una nueva franja fortificada al norte del “cerco,(muro) de Adriano”, el “cerco (muro) de Antonino”.
Con MARCO AURELIO, al principio mismo de su reinado, empezaron a moverse las tribus bárbaros del norte, en Britania y en Germania.
La tribu germánica de los catos llevó su audacia a pasar el límite para saquear las regiones fronterizas romanas.
También en la Galia había una cierta agitación y España era continuamente objeto de incursiones por parte de los mauritanos, provenientes de África.
El peligro mayor era, sin embargo, el que se presentaba en los límites del Danubio, donde ya desde la guerra contra los partos se había iniciado una encarnizada lucha con las tribus germanas y sarmáticas de los marcomanos, cuados, etc., pueblos que vivían al norte del Danubio.
En el año 167 d. de C. habían pasado el “limes” penetrando en el territorio del Imperio romano y saqueando las zonas fronterizas.
El imperio romano, abocado en ese momento a dificultades financieras y castigado por la peste, no tenía fuerzas para detenerlos, y fue así que algunos escuadrones de vanguardia de los bárbaros llegaron hasta el norte de Italia.
Se hizo imprescindible movilizar a todas las fuerzas del Estado; se reclutaron para el ejército incluso esclavos y gladiadores.
Marco Aurelio sacrificó a las necesidades de la guerra sus propias alhajas.
Después de muchas dificultades, los bárbaros fueron finalmente arrojados a la frontera, después de lo cual las tropas romanas, bajo la guía personal de ambos emperadores (Lucio Vero murió al comienzo de la guerra), pasaron a la ofensiva.
La guerra fue de lo más encarnizada; más de una vez los bárbaros derrotaron a los romanos, renovando sus incursiones a Italia. Sin embargo el Estado romano demostró tener todavía fuerzas suficientes para ahuyentar el peligro.
Alrededor del 175 d. de C., los marcomanos y los cuados se vieron obligados a someterse.
Los romanos les concedieron una estrecha faja de tierra a lo largo de la frontera y ellos se comprometieron, en cambio, a proporcionar a Roma tropas auxiliares.
Una parte de los prisioneros fue trasladada al territorio romano en calidad de “colonos militares”: estaban obligados a trabajar la tierra y al mismo tiempo a servir en las tropas romanas.
Esta medida era, en virtud de la disminución y el empobrecimiento de la población, uno de los recursos para aumentar la eficiencia de la defensa del Imperio, y a ella recurrieron más de una vez también los sucesores de Marco Aurelio; pero resultó en el futuro una de las causas de la “barbarización” del Imperio y de la decadencia de su fuerza militar.
La guerra en el Danubio no terminó por completo.
El sucesor de Marco Aurelio, CÓMODO tenía 19 años.
La guerra continuó aún algunos meses, luego el emperador Cómodo concertó con los marcomanos y los cuados una paz ventajosa para ellos (hasta les prometió un “regalo” mensual en dinero).
La política exterior de CARACALLA en parte se fijó el objetivo de consolidar las fronteras (y en este sentido no defraudó las antiguas tradiciones), en parte trató de dar de vivir a los soldados.
Dos veces combatió Caracalla sobre el Danubio, pero sin obtener resultados notables.
ALEJANDRO SEVERO fue proclamado emperador cuando apenas tenía 13 años y medio.
De los asuntos de Estado se ocupó al principio Julia Mesa (su abuela) y luego, cuando ésta murió, su madre Julia Mamea se ocupó de hecho del Estado.
La madre (Julia Mamea) y el hijo (Alejandro Severo) tuvieron que acudir a la frontera del Rin, donde se había venido creando una situación catastrófica.
La política de los últimos emperadores, que había permitido el establecimiento en vasta escala de tribus bárbaras a lo largo de la faja fronteriza, había tenido resultados fatales; la defensa de las fronteras resultó grandemente perjudicada.
Los escuadrones romanos se habían visto visto obligados a retirarse sobre la margen izquierda del río.
El emperador llegó a Maguncia; el ejército romano fue completado con nuevos reclutamientos en Tracia y en Panonia y se incluyeron también tropas mauritanas y sirias.
Sobre el Rin se construyó un puente de barcas; el ejército ardía del deseo de recuperarse de los fracasos en la guerra contra los partos.
Pero el emperador no estaba en absoluto dispuesto a combatir y habría preferido comprar la paz.
Con este fin envió a Germania una embajada, ofreciendo una fuerte suma de dinero, mientras él y su corte se distraían con carreras y otras diversiones.
La noticia de la vergonzosa paz hizo perder la paciencia de los soldados. Lo que le costó la vida, y su sustitución por MAXIMINO “el tracio”.
Durante las guerras civiles de los siglos II y I a. de C., Roma no se había encontrado una sola vez frente a una amenaza militar seria (salvo la agresión de los cimbrios y los teutones a finales del siglo II a. de C.).
En el siglo III d. de C. el cuadro que se presenta es totalmente distinto: la actividad de las tribus bárbaras que vivían al otro lado de las fronteras había aumentado muchísimo.
La situación se volvió mucho más seria.
A mediados de este siglo la presión se había hecho tan fuerte que las fronteras ya no estaban en condiciones de resistir.
Avalanchas de bárbaros penetraron en el interior del territorio del Imperio: Siria, el Asia Menor, la península balcánica, África, España, la Galia, fueron invadidas más de una vez.
Las invasiones de los bárbaros agudizaron y favorecieron las luchas internas en el Imperio.
La población de las provincias distaba mucho de mostrarse unánime en su defensa.
En la lucha contra los bárbaros estaban interesados sobre todos los estratos poderosos, mientras que a las masas trabajadoras no les importaba mucho, pues nada tenían que perder.
Con el emperador DECIO, que sólo gobernó dos años, la situación en el Imperio se fue haciendo cada vez más difícil.
En el Rin y el Danubio se iban concentrando las tribus bárbaras que presionaban cada vez más sobre las fronteras.
La situación en el Danubio se volvió tan catastrófica, que Decio, junto con Herennio Etrusco, se vio obligado a hacerse presente allí.
Los godos, guiados por su jefe Chiva, habían pasado de nuevo el Danubio inferior y habían invadido la Mesia.
El primero en oponerles resistencia fue el legado de la provincia, Cayo Trebonio Galo, frente a los muros de la ciudad de Novi, situada en el Danubio.
Pero la gran masa humana de los godos, calculada en 70.000 hombres, había avanzado como una manga y se había detenido frente a los muros de Nicópolis, ubicada entre el Danubio y los montes balcánicos.
A través de los pasos montañosos los bárbaros habían logrado penetrar a la fértil Tracia.
El gobernador de la provincia, Lucio Arisco, había reunido grandes fuerzas en la fortaleza de Filipópolis.
Había que resistir hasta la llegada de Decio, que a marchas forzadas se acercaba desde Occidente.
Mientras tanto, en todas las localidades vecinas se elevaban siniestras las llamas de los incendios.
Por fin, llegó Decio.
Los godos atacaron por sorpresa al fatigado ejército romano y lo dispersaron.
Prisco, con el pretexto de una prematura muerte de Decio, realizó negociaciones secretas con los godos prometiéndoles entregar la ciudad si le reconocían emperador.
Se concluyó el acuerdo. Filipópolis fue despiadadamente saqueada (se dice que en la emergencia murieron 100.000 habitantes), pero Prisco no logró convertirse en emperador.
Decio estaba vivo y se encontraba reuniendo en el Danubio un nuevo ejército. Pensaba atacar a los godos cuando éstos, cargados de botín, emprendieron el regreso.
La batalla decisiva se produjo al norte de Nicopolis.
En uno de los primeros encuentros cayó Herennio Etrusco, el hijo de Decio.
Los godos formaron sobre tres líneas, disponiendo la tercera detrás de un estanque.
Las tropas romanas lograron romper las dos primeras líneas, pero en la tentativa de forzar la tercera, Decio murió y ni siquiera se logró encontrar su cadáver (año 251 d. de C.).
Cuanto más se desarrollaba la guerra civil entre los romanos, más aumentaba la presión de los bárbaros sobre las fronteras.
Por eso VALERIANO, viejo y experto comandante y administrador, decidió descentralizar el gobierno.
Después de dejar en Occidente a Galieno con todos los derechos y poderes de “augusto”, se estableció personalmente en Oriente, en Antioquía, con el fin de organizar la defensa sobre el lugar.
De este modo se produjo una primera división del Imperio en dos partes: una occidental y una oriental.
Mientras Valeriano luchaba contra los persas y caía prisionero, durante unas conversaciones de paz, después de haber sido derrotado en Emesa, su hijo Galieno trataba de defender la frontera del Rin de las agresiones de las tribus germánicas, de los francos y de los alamanes.
Las ciudades fueron rodeadas de líneas fortificadas; se hicieron venir dos legiones de Britania; una parte del territorio del Rin superior fue evacuada con el fin de estrechar la línea defensiva.
Con estas medidas y con algunos tratados que se concertaron con jefes bárbaros se logró mantener provisionalmente la frontera del Rin.
Pero los alamanes y las otras tribus irrumpieron en Italia a través de los Alpes.
Un espantoso peligro amenazaba a la propia Roma; en Italia no había tropas.
El Senado se vio obligado a recurrir a una medida extrema: la distribución de armas a la población urbana.
Se logró así poner en pie un ejército bastante grande.
Pero los alamanes, cargados de botín, estaban ya volviendo atrás.
En el valle del Po fueron afrontados y derrotados por Galieno que acudía desde el Rin (256 d. de C.).
En el año 267 d. de C. los bárbaros del Ponto, godos y sármatas, iniciaron una nueva y grande incursión en Asia Menor y en la península balcánica.
Una enorme flota de 500 naves atacó a Bizancio.
La ciudad fue conquistada, pero poco tiempo después las tropas enviadas por Galieno volvieron a expulsar a los bárbaros, a los cuales luego la flota romana infligió otra derrota en el mar.
Sin embargo los bárbaros distaban mucho de haber sido destruidos. Reforzados con nuevos contingentes, atravesaron el Helesponto, conquistaron las islas septentrionales del mar Egeo y desembarcaron sobre la península balcánica.
La mayor parte de Grecia fue saqueada.
Los viejos centros de la civilización antigua –Atenas, Corinto, Esparta, Argos, Eleusis- cayeron en manos de los bárbaros.
Al no recibir ayuda alguna de Occidente, la población pudiente de las ciudades griegas empezó a construir baluartes para la defensa. Uno de éstos, compuesto por la juventud noble ateniense, al mando del historiador Deipos, derrotó a una parte de los godos frente a los muros de Atenas.
Finalmente apareció la flota romana. Los bárbaros se retiraron a Beocia y luego a través del Epiro y de Macedonia se dirigieron a Tracia.
Aquí fueron alcanzados y derrotados por Galieno, que había acudido en socorro; pero numerosas divisiones enemigas lograron retirarse al Ponto mientras Galieno se veía obligado a desistir de la persecución y a volver rápidamente a Occidente, donde Aureolo, dejado para defender de los galos el valle del Po, había provocado una nueva rebelión.
También esta vez, gracias a su talento militar, Galieno, sostenido por el ejército reformado, tuvo la posibilidad de vencer al usurpador. Aureolo fue derrotado y se encerró en Milán, mientras Galieno ponía sitio a la ciudad.
Aquí el incansable emperador, que durante 15 años había luchado encarnizadamente por la salvación de la Roma esclavista, encontró su fin.
Al morir Galieno nombró sucesor suyo a CLAUDIO.
En esos momentos una parte considerable de la Galia estaba en efecto convulsionada por levantamientos militares y rebeliones de esclavos y colonos.
Se suscitó entonces la primera manifestación de ese grandioso movimiento conocido en la historia con el nombre de “movimiento de los bagaudas”.
A finales del 269 d. de C., los campesinos y los soldados pusieron sitio a la gran ciudad de la Galia central, Augustodunum (Autún), cuyos habitantes pidieron ayuda a Claudio. Pero el emperador no tenía tiempo de preocuparse por la Galia porque la encarnizada lucha contra los godos absorbía sus fuerzas.
Después de siete meses de sitio, la ciudad fue tomada por los bagaudas. La nobleza y los ciudadanos fueron en parte muertos y en parte huyeron.
El objetivo principal que se presentaba ante Claudio era la lucha contra ese bloque heterogéneo de tribus costeras del Ponto, normalmente denominadas “godos”.
En la devastación del Imperio romano a mediados del siglo III d. de C., éstas habían tenido un papel de gran importancia.
La rapidez de los movimientos de los bárbaros y el poder destructivo de sus incursiones puede explicarse con el hecho de que la baja plebe (y a veces también el ejército) era para ellos más frecuentemente una ayuda que un obstáculo.
Y entre todos los bárbaros, la federación gótica era la más temible para Roma.
En el año 269 d. de C. sobre la orilla noroccidental del Ponto se reunió una gran flota de 1.200 naves.
Ella debía apoyar al ejército terrestre de los bárbaros, que llegaba a no menos de 300.000 hombres.
Sin embargo, la masa organizada no pudo conquistar las ciudades de Tomis y Marcianópolis.
Durante el cruce del Bósforo la flota tuvo grandes pérdidas; la ciudad de Cícico, en la costa meridional del Proponto (mar de Mármara), presentó una encarnizada resistencia y no cedió.
Los godos penetraron en el mar Egeo; una parte empezó a devastar la costa tracia y otros irrumpieron en Grecia.
Claudio, con grandes fuerzas, se encontró con los bárbaros cerca de la ciudad de Maiso, en la Mesia superior (Nish).
En la primera batalla los romanos fueron derrotados; pero cuando los godos, que se lanzaron a perseguirlos, llegaron a las montañas, fueron rodeados sorpresivamente por el enemigo recuperado, y duramente derrotados. 50.000 cadáveres quedaron en el campo de batalla.
Sin embargo, los bárbaros lograron defender su campamento y los supervivientes se retiraron a Macedonia.
Pero Claudio moría de peste en Sirmio el año 270 d. de C.
Su sucesor fue DOMICIO LUCIO AURELIANO, comandante de la caballería, que había desempeñado un importante papel en la derrota de los godos.
Aunque sólo reinó cinco años, en ese breve período la obra de “pacificación” del Imperio dio un gran paso adelante y el sobrenombre de “Restitutor orbis” que le dieron sus contemporáneos fue hasta cierto punto merecido.
En los primeros dos años, Aureliano lanzó todas las fuerzas a la lucha contra los bárbaros, que continuaban amenazando las fronteras del Imperio.
La tribu de los jutungos, que vivía en la Germania meridional, irrumpió en Italia a través de los Alpes, devastando salvajemente la zona, antes de que Aureliano pudiera alcanzarles y derrotarles definitivamente (270 d. de C.).
Inmediatamente después de este episodio, el emperador debió acudir a Panonia para actuar contra los sármatas y los vándalos.
También estas tribus fueron vencidas y se obligó a los vándalos a entregar al ejército romano 2.000 jinetes en servicio permanente.
En general, Aureliano asoció al ejército romano contingentes bárbaros en mayor medida que sus predecesores.
En el año 271 d. de C., mientras el emperador se encontraba en Panonia, los alamanes, los jutungos, los marcomanos y otras tribus nórdicas, irrumpieron de nuevo en Italia formando una masa compacta.
El valle del Po ya había sido saqueado; las fortalezas de Placencia, Polencia y otras habían sido tomadas por asalto.
Uno de los ejércitos de Aureliano fue derrotado. Los bárbaros pasaron los Apeninos.
Con grandes esfuerzos Aureliano logró volver a completar su ejército y en el río Metauro detuvo a la vanguardia de los bárbaros, que poco a poco fueron rechazados en el valle del Po.
Finalmente, los romanos obtuvieron en el Ticino una victoria decisiva.
Aleccionado por los acontecimientos de las últimas décadas, en los que la misma capital se había visto más de una vez expuesta a graves peligros, Aureliano dio comienzo a trabajos encaminados a circundar Roma con un grandioso sistema de fortificaciones.
Con el reino de Aureliano se cierra el largo proceso de evolución de la aristocracia imperial y comienza un nuevo período para el Imperio, período normalmente llamado “Dominatus”.
El Senado pierde todo significado. La única fuente de poder es el emperador, que se apoya en el ejército y en un aparato administrativo puramente militar.
El emperador llevaba una “diadema imperial” y se hacía llamar oficialmente “dominus et deus natus”.
Aureliano introdujo en Roma como culto oficial el del dios Sol.
Aureliano murió, camino de Bizancio, víctima de un complot militar.
La muerte de Aureliano parece haber sido inspirada por el grupo de los senadores.
PROBO (276 -282 d. de C.) fue el continuador de la política de Aureliano, a quien se asemejaba también por el carácter. Tan buen político como firme militar.
Probo, aleccionado por los hechos del 275 d. de C., demostró una gran tolerancia frente al Senado, concediéndole una aparente participación en el gobierno.
Después de la muerte de Aureliano, los francos y los alamanes, aprovechándose del hecho de que Tácito (Claudio) estaba ocupado en Asia Menor, habían irrumpido en la Galia.
La rebelión de los “bagaudas” les había facilitado el avance.
Después de sanguinarias batallas, Probo les arrojó al otro lado del Rin.
El territorio entre el curso superior del Rin y el del Danubio, perdido en tiempos de Galieno, fue recuperado en parte por las tropas romanas.
Alrededor de 15.000 francos y alamanes se enrolaron en el ejército romano (277 d. de C.).
De allí Probo siguió a lo largo del Danubio, limpiando la región de bárbaros (burgundios y vándalos).
En el Danubio inferior hizo establecer en territorio romano a las tribus de los bastarnios, siguiendo en esto las antiguas tradiciones de los emperadores romanos sobre política de fronteras.
Después de haber consolidado las fronteras renana y danubiana, Probo marchó al Asia Menor para luchar contra la tribu montañesa de los isaurios, que desde los tiempos de Galieno se había declarado independiente.
Mientras Probo se encontraba en Oriente, un tal Próculo sublevó a los francos en la Galia y sostenido por ellos se proclamó emperador en Colonia.
Su poder se extendía hasta la costa meridional de la Galia. Naves piratas de los francos saquearon las costas de Sicilia y del África septentrional.
Próculo fue muerto y su sucesor fue Bonoso.
Contra este último intervino el propio Probo, que lo derrotó.
También en Britania se produjo una revuelta, pronto dominada.
En Siria en el 279-280 d. de C. los últimos vestigios del movimiento revolucionario parecían sofocadas y Probo pudo festejar en Roma un espléndido “triunfo”.
La calma que se produjo en el Imperio dio al emperador la posibilidad de dedicarse a la reconstrucción de la vida económica.
Probo atendió especialmente al desarrollo de la viticultura en las provincias: en España, Galia, Panonia, Iliria.
Para los trabajos necesarios (trasplante de vides, irrigación), utilizó ampliamente al ejército, y parece que esa fue una causa del descontento de los soldados. Otras fueron la severidad y las exigencias del emperador, que trataba de llevar la disciplina a un nivel más alto.
En el año 282 d. de C. las tropas de Panonia proclamaron emperador al jefe de la guardia, MARCO AURELIO CARO, y Probo, que intentó combatirle, fue muerto por sus propios soldados.
Caro, aclamado por las tropas, no pidió la aprobación del Senado.
Caro nombró ayudantes suyos a sus dos hijos, CARINO Y NUMERIANO.
Carino se dirigió a la Galia con el título de “augusto” para combatir contra el movimiento de los “bagaudas” y contra las invasiones de los bárbaros, extremadamente vinculados con ellos.
Carino logró debilitar provisionalmente el movimiento después de haber derrotado a las fuerzas más importantes de los bagaudas.
Mientras Carino operaba en la Galia contra los “bagaudas”, el emperador en persona (Caro) con su hijo Numeriano se había dirigido al principio a Panonia, de donde había expulsado a los sármatas, luego a Oriente para combatir contra los persas.
Las operaciones militares se habían desarrollado con éxito: los romanos habían llegado hasta Ctesifonte, tomando un rico botín.
En el camino de regreso Caro había muerto.
Su sucesor fue el joven Numeriano, que condujo de nuevo el ejército a Europa.
Un mes después, Numeriano tuvo la misma suerte que su padre: fue muerto por orden de Apro.
Se reunió una asamblea de soldados indignados, durante la cual el jefe de la guardia, Diocleciano, desenmascaró a Apro y le mató con sus propias manos.
Después de esto, DIOCLECIANO fue elegido emperador.
En Occidente quedaba aún Carino, que, después de la muerte del padre, se había proclamado emperador.
Los dos adversarios (Diocleciano y Carino) se encontraron en Mesia.
El ejército de Diocleciano era más débil, pero en plena batalla Carino fue muerto por un oficial de su guardia personal.
De este modo, Diocleciano quedó como soberano único del Imperio.
Diocleciano reprimió definitivamente el movimiento revolucionario del siglo III d. de C. En esto completó la obra iniciada por Aureliano.
Después de la victoria sobre Carino, Diocleciano no regresó a Roma, sino que hizo de Nicomedia, donde había sido aclamado emperador, su capital.
A pesar de toda la pompa en torno al emperador, Diocleciano siguió siendo, por lo demás, un incansable guerrero y un político práctico.
En los primeros años de su reinado la situación interior y exterior del Imperio siguió siendo tensa.
En el 285-287 d. de C. combatió con éxito en el Danubio; en el 287 d. de C. emprendió una expedición contra los persas y volvió a poner en el trono de Armenia a su favorito romano, Tirídates; en el 290 d. de C. expulsó a los árabes de Siria.
De la defensa de Occidente, Diocleciano encargó a su amigo Marco Valerio Maximiano.
Ya en el año 285 d. de C. le nombró “césar” y en el año siguiente lo elevó a la dignidad de “augusto”.
Fue así cómo el Imperio tuvo dos emperadores y todas las disposiciones surgían en nombre de ambos.
Maximiano tomó como capital a Milán.
Militar experto y capaz, en el año 286 d. de C. infligió una serie de derrotas a los “bagaudas”, sofocando provisionalmente el “movimiento”.
Luego se vio obligado a luchar con los viejos enemigos de Roma, los francos y los alamanes.
En esta oportunidad, muchos bárbaros fueron aceptados en calidad de “colonos militares” en la Galia septentrional.
Contra Maximiano se rebeló el jefe de la flota romana, Carausio, que defendía la costa gala.
Aliado con los galos y sajones se apoderó de Britania y se declaró emperador. En sus manos cayeron varios puertos importantes de la Galia.
Maximiano no logró dominar a Carausio y se vio obligado a reconocerlo como co-reinante.
Alrededor del año 293 d. de C. se hizo evidente que tampoco dos emperadores podrían afrontar con facilidad las dificultades exteriores e interiores.
Por eso se decidió que cada uno de ellos nombrara un ayudante (“césar”).
El mismo día, el 1 de marzo del 293 d. de C., se efectuaron estos nombramientos.
En Nicomedia Diocleciano eligió como sucesor a Galerio.
Maximiano eligió a Constancio Cloro.
Para dar solidez a todo el sistema, los “césares” fueron adoptados cada uno por su “augusto” y casaron con sus hijas.
Aunque los “césares” sólo eran ayudantes de los “augustos”, cada uno de ellos recibió una parte del Imperio para gobernarla.
En consecuencia, el Estado quedó, de hecho, dividido en cuatro partes.
Este sistema se llamó “tetrarquía”.
Cada “augusto”, después de 20 años de gobierno, debía renunciar al poder y cederlo al “césar”, quien, a su vez, nombraría un nuevo “césar”, lo adoptaría, etc.
Eligiendo para el gobierno los jefes militares más destacados, este sistema garantizaba al Imperio contra usurpaciones ilegales.
Pero la “tetrarquía” de Diocleciano encerraba en sí muchos factores artificiales, como lo demostró la historia posterior.
Mientras su fundador permaneció en el poder, el mecanismo fue tolerable en cuanto la gran autoridad de Diocleciano mantenía el acuerdo entre los co-reinantes, pero cuando éste después de 20 años dio las “dimisiones”, todo el sistema se vino abajo.
En todo caso, la división del poder en un primer momento dio resultados positivos desde el punto de vista de los objetivos que se había prefijado.
Diocleciano sofocó en Egipto la rebelión de Aquileo (296 d. de C.). Luego se inició la guerra contra los persas, que habían ocupado Armenia y Mesopotamia.
En un principio Galerio fue derrotado, pero luego, con la ayuda de Diocleciano, logró la victoria en Armenia.
Según la paz concertada con los persas, al Imperio se incorporó una parte considerable de Mesopotamia (297 d. de C.).
Ya antes, Galerio, en guerra contra los yacigios y los carpíos, había consolidado la frontera danubiana.
Maximiano luchó con éxito contra las tribus mauritanas de África (296 d. de C.).
Constancio Cloro derrotó al sucesor de Carausio, expulsándole de los puertos galos, y conquistó Britania (296 d. de C.).
De este modo, a finales del siglo III d. de C. se lograron eliminar, en casi todo el territorio del Imperio, los movimientos revolucionarios-separatistas.
Contemporáneamente, las fronteras fueron consolidadas y el territorio del Imperio ampliado.
En el año 305 d. de C., cumplidos los 20 años de reinado, según el principio fundamental de todo el sistema, los “augustos” debían renunciar al trono y transmitir el poder a manos de sus “césares”.
Una grave enfermedad que había atacado a Diocleciano reforzó esta decisión.
Maximiano no parecía muy propenso a dejar el poder, pero Diocleciano le convenció, poniendo en juego su gran influencia.
Fue así cómo el 1 de mayo del año 305 d. de C. ambos “augustos” dimitieron (uno en Nicomedia y el otro en Milán) y se retiraron a la vida privada.
Galerio y Constancio Cloro tomaron automáticamente su lugar.
Galerio, hijo adoptivo de Diocleciano, fue el encargado de nombrar los nuevos “césares”.
Para Occidente nombró a Severo y para Oriente a Maximino Daya, su sobrino.
Tanto Maximiano como Constancio Cloro quedaron descontentos con los nuevos nombramientos, porque sus hijos Majencio y Constantino quedaron excluidos.
Si a esto se agrega que Maximiano estaba también descontento por su dimisión forzada, se comprende que se dieran todas las condiciones para una rápida crisis de la “tetrarquía”.
Esta crisis terminó con la victoria de Constantino sobre Majencio en Roma, con su muerte en el Tíber.
A finales del siglo IV d. de C. estalló una nueva crisis revolucionaria sobre una base más amplia que las anteriores.
Se adhirieron al nuevo movimiento masas cada vez más numerosas de “colonos”, esclavos y artesanos.
Creció la presión de los bárbaros, que entraron también en estrecha vinculación con los sectores de trabajadores sublevados.
Las reformas militares del siglo IV habían borrado casi por completo las diferencias entre las tropas de frontera y la población local, y la “barbarización” progresiva del ejército había destruido cada vez más la aversión entre aquellos que defendían el Imperio y aquellos que lo atacaban.]
(Historia de Roma. S.I. Kovaliov. Vols. I y II. Akal Editor. Madrid 1973).
Y en este contexto es cuando se va a producir la batalla de Adrianópolis, en la que el ejército romano de Oriente va a ser derrotado y muerto su emperador Valente en la batalla.
[Hacia el año 375 d. de C. numerosas tribus bárbaras marcharon desde las estepas del Cáucaso hacia Occidente.
A su frente estaban los hunos, pueblo según parece de origen mongólico.
En el siglo II d. de C. los “hunos” llevaban una vida nómada al este del mar Caspio. De allí habían empezado a moverse gradualmente hacia Occidente, sometiendo o incorporándose las tribus de las regiones septentrionales del Cáucaso.
Se fue formando así una federación de hunos, alanos, godos, etc.
La parte de los godos que vivían en la región del Danubio inferior habían pedido a Valente autorización para fijar su residencia en territorio romano.
El emperador había consentido a condición de que los godos se desarmaran.
De este modo, numerosos bárbaros habían cruzado el Danubio (y muchos llevaron secretamente armas).
Los godos, que se establecieron en Mesia, permanecieron un tiempo tranquilos.
Pero la corrupción y las arbitrariedades de los funcionarios romanos les obligaron a tomar las armas.
Valente, comprendiendo que con sólo sus fuerzas no podría dominarles, hizo venir de la Galia a su sobrino Graciano, que acababa de rechazar las correrías de los alamanes.
Graciano acudió en su ayuda, pero ya antes de su llegada Valente dio batalla a los godos frente a Adrianópolis (9 de agosto del 378 d. de C.)
El ejército romano fue destruido y el propio emperador murió en el combate.
Hay muchos motivos para pensar que parte de sus tropas, compuestas esencialmente por bárbaros, le abandonó para pasarse a los godos.
Luego los godos, no encontrando ninguna resistencia organizada, se diseminaron por la península balcánica.
Graciano que debió regresar a la Galia para rechazar a los alamanes nombró “augusto” para Oriente a Teodosio, hijo del general de Valentiniano, Teodosio (el Viejo).
Teodosio reclutó con gran dificultad un ejército en el que admitió también a una parte de los godos, e inició una lucha metódica contra los bárbaros, expulsándoles de Tracia.
Sin embargo, sólo con la ayuda de Graciano, de regreso de la Galia, fue posible pacificar a los godos.
Se les permitió nuevamente fijar residencia en Mesia, en calidad de “aliados” (federados) con la obligación de prestar servicio militar (392 d. de C.).
En Oriente se produjo una relativa calma que dio a Teodosio la posibilidad de ocuparse de los asuntos de la Iglesia.
Con su enérgica ayuda, la corriente ortodoxa de la Iglesia prevaleció definitivamente sobre la arriana.
Al mismo tiempo, fueron destruidos los últimos restos del culto pagano: los sacrificios prohibidos y los templos destruidos.
El triunfo oficial del cristianismo fue acompañado de persecuciones y de la destrucción de los centros de la antigua civilización que hasta entonces habían sido perdonados, como el incendio del Serapeum (el templo de Serapis) por parte de la turba alejandrina, en el que se destruyeron los restos de la famosa biblioteca (391 d. de C.)
Poco más tarde, los cristianos también mataron en Alejandría a Hipatia, filósofa y matemática de grandísima fama.
Mientras tanto, el emperador Graciano había caído víctima de la lucha entre ambos partidos, romano y bárbaro, que se habían venido formando en el ambiente aristocrático.
Graciano simpatizaba abiertamente con los bárbaros y había favorecido su colocación en los puestos más importantes del ejército y de la administración.
En reacción ante tal política se produjo una revuelta de elementos romanos en el ejército.
Éstos proclamaron emperador a Magno Clemente Máximo, gobernador de Britania.
En la lucha que siguió, Graciano perdió la vida (383 d. de C.)
Después de esto, en la mitad occidental del Imperio se produjo una década de guerras civiles y “usurpaciones”, en las que también tomó parte Teodosio.
Uno de los momentos más interesantes, fue la proclamación para emperador de Occidente de un romano culto y rico, Eugenio, que se produjo en el año 392 d. de C.
Éste empezó a proteger el paganismo, determinando la decidida intervención de Teodosio.
Sobre la frontera entre Italia septentrional e Iliria las tropas de Eugenio fueron derrotadas y su jefe encontró la muerte (394 d. de C.).
Luego Teodosio reunió bajo su poder todo el Imperio, pero sólo por algunos meses, pues murió a principios del 395 d. de C.
(S.I. Kovaliov. Op. cit.)
[Consecuencias de la batalla de Adrianópolis:
a) A corto plazo
La derrota del ejército de Constantinopla le había costado la vida al emperador (Valente), a los generales Sebastián y Trajano, a treinta y cinco tribunos y a dos tercios del ejército.
Al menos diez mil, probablemente de doce a quince mil soldados caídos, quizás veinte mil.
Graciano, enterado del destino de su tío, simplemente dio media vuelta para defender su propio Imperio.
Por su parte, los godos aprovecharon para marchar inmediatamente contra Adrianópolis, deseosos de apoderarse del tesoro imperial que Valente había dejado en la ciudad antes de la batalla, pero sus repetidos asaltos serán rechazados por la guarnición local y por los supervivientes.
Aunque muchos romanos desertaron, incluyendo los “candidati”, la guardia personal de Valente, nunca lograron que les abrieran las puertas, y Fritigerno (el jefe de los godos) se decidirá por dirigirse a Perinto (actual Mármara Ereglisi, Turquía).
Desde ahí fueron contra la propia Constantinopla, pero tras contemplar sus sólidas defensas y sufrir una sangrienta salida de unidades de mercenarios, defensores de la ciudad, contra su campamento, renunciaron atacarla.
La escasez crónica de víveres que sufrían los bárbaros hizo que se dirigiesen a Tracia, luego a Iliria y finalmente a Dacia.
Este respiro fue aprovechado por Graciano para imponer orden en Constantinopla.
b) A largo plazo
La primera y obvia consecuencia de la aplastante derrota del Imperio romano de Oriente fue el trono vacante que Valente dejó en Constantinopla.
Antes de que el caos se adueñase de Oriente, el emperador de Occidente y sobrino del difunto, Graciano, encargó su gobierno al general hispano Flavio Teodosio, quien fue coronado emperador en 379 d. de C. y llegaría a ser conocido como “Teodosio el Grande”.
Teodosio adquirió el trono de Occidente años más tarde y fue el último hombre que gobernó el Imperio romano en su totalidad.
Teodosio dirigió personalmente una nueva campaña contra los godos que terminó al cabo de dos años, tras los cuales consiguió derrotarlos y negociar un pacto con su nuevo jefe, Atanarico, por el que volvía a considerarlos como “foederati” (aliados) en Mesia.
Fritigerno no es mencionado, por lo que es posible que hubiera muerto o perdido el liderazgo que ejercía entre los germanos.
Aunque el nuevo pacto supuestamente devolvía la situación al “statu quo” inicial, lo cierto es que ya nada volvería a ser igual para los godos ni para los romanos.
Tras Adrianópolis, los visigodos fueron plenamente conscientes de su fuerza y continuaron extorsionando a los romanos cada vez que les parecía conveniente.
El que llegó más lejos en esta política fue Alarico I, que incluso aspiró a ocupar algún cargo importante en el gobierno del Imperio de Oriente.
Al no ver resueltas sus demandas, sometió a los Balcanes a una nueva política de saqueos, llegando a entrar en Atenas.
Sólo cesó en su empeño cuando Rufino, el prefecto del pretorio del hijo de Teodosio, Arcadio, le reconoció como “magister militum” de la provincia de Iliria.
Las desavenencias de Alarico con sus nuevos vecinos occidentales, que no reconocían el gobierno de Oriente ni el de Alarico sobre Iliria, conducirían en último término al saqueo de Roma en el año 410 d. de C.
La derrota de Adrianópolis tuvo también sus consecuencias en la forma romana de hacer la guerra.
Tras la masacre romana, fue imposible recuperar el número de soldados y oficiales perdidos en la batalla y hubo que reestructurar el ejército, abandonando el clásico sistema de las legiones.
A partir de entonces, y fue Teodosio quien exportó el nuevo modelo a Occidente, el ejército romano se dividió en pequeñas unidades de “limitanei”, una especie de guardias fronterizos, muchas veces bárbaros federados, dirigidas por un “duque” (dux) que gobernaba una zona fronteriza desde una fortaleza particular, más un ejército móvil de “comitatenses”, que se desplazaba de un lugar a otro según surgían los problemas.
Este nuevo sistema de defensa sería el embrión del futuro “sistema feudal” vigente durante la Edad Media.
La batalla de Adrianópolis también demostró la eficacia de la “caballería” en la guerra, por lo que su número aumentó en los nuevos ejércitos en detrimento de la “infantería”.
Las nuevas unidades de “caballería” solían estar formadas asimismo por mercenarios bárbaros, fundamentalmente Hunos, sármatas o persas, que combatían con espada larga y lanza y fueron a su vez los precursores de los “caballeros medievales”.
La presión demográfica de las tribus germánicas finalmente se desataba sobre el debilitado Imperio.
La población de estos bárbaros había crecido constantemente de uno o dos millones en tiempos del “Principado”, duplicándose para la época de Valente.
Finalmente las grandes confederaciones tribales empezaban a asentarse en el territorio romano, poblado por cincuenta o sesenta millones de habitantes, la mitad en Europa.
Los visigodos acabaron en Hispania y eran posiblemente setenta u ochenta mil; los ostrogodos en Italia, quizás apenas cuarenta mil; hérulos y suevos, de veinticinco a treinta y cinco mil cada uno, en Italia y Gallaecia respectivamente.
Eran muy pocos en comparación a las enormes poblaciones que invadían.
Finalmente, el caos ocasionado por los godos en Adrianópolis fue aprovechado por los hunos para cruzar el Danubio e imitar la política de saqueos y extorsiones que tan buenos resultados había dado a los godos.
La victoria se había vuelto un ejemplo para el resto de las tribus de que el Imperio era vulnerable, motivando a muchos a invadirlo y exigir tierras donde asentarse.
En diciembre del 405 d. de C. el río Rin se congela y 100.000 a 200.000 suevos, alanos y vándalos(silingos, lacringos y asdingos o victovales) al mando de Radagaiso invadieron la Galia.
Tenían 20.000 ó 30.000 guerreros.
Los romanos movilizaron unos 15.000 soldados para detenerlos, además de contingentes de alanos capitaneados por Saro y hunos de Uldín.
Por entonces, el Imperio occidental contaba con 136.000 “limitanei” y 130.000 “comitatenses”, y el Imperio oriental con 104.000 de los primeros y 248.000 de los segundos.
Cruzaron cerca de Moguntiacum (actual Maguncia), pero tras años de saqueo en la Galia, los romanos contratarían a los ya llamados “visigodos”, que aportaron 12.000 efectivos para acabar con estas tribus.
La lenta persecución terminaría por llevar a los godos a Hispania.
Cuando Atila llegó al trono huno en 434 d. de C., esta política era algo común para su pueblo, y fue él quien la llevó a la máxima expresión acelerando la caída del Imperio romano de Occidente.]
(WIKIPEDIA).
Segovia, 2 de agosto del 2025
Juan Barquilla Cadenas.