SÓFOCLES: FILOCTETES: Algunos pasajes de la obra.
Sófocles (496 a. de C. -406 a. de C.) fue un poeta trágico del mundo griego.
Junto con Esquilo y Eurípides es una de las figuras más destacadas de la tragedia griega.
Hijo de un rico armero, llamado Sophilus, a la edad de 16 años fue elegido director del coro de niños para celebrar la victoria de Salamina.
En el año 468 a. de C. se hizo conocido como un autor trágico al derrotar a Esquilo en el concurso teatral que se celebraba anualmente en Atenas durante las festividades dionisiacas, un concurso en el que el ganador en años anteriores había sido Esquilo.
Comenzó así una carrera literaria inigualable: Sófocles llegó a escribir hasta 123 tragedias para las fiestas en las que obtuvo, se estima, 24 victorias, frente a las 13 que había logrado Esquilo.
Se convirtió en una figura importante en Atenas, y su larga vida coincidió con el momento de máximo esplendor de la ciudad.
Amigo de Heródoto y Pericles, no mostró interés por la política, a pesar de lo cual fue elegido dos veces estratego y participó en la expedición ateniense contra Samos (440 a. de C.).
Su muerte coincidió con la guerra con Esparta que iba a significar el comienzo del fin del dominio ateniense, y se dice que el ejército espartano (el ejército atacante) arregló una tregua para que sus funerales pudieran celebrarse adecuadamente.
De su enorme producción se conservan en la actualidad, aparte de algunos fragmentos, sólo siete tragedias completas: Antígona, Edipo rey, Ayax, Las traquinias, Filoctetes, Edipo en Colono y Electra. (Wikipedia).
Aprendió la tragedia en Esquilo. Llevó a cabo muchas innovaciones en sus obras: abandonó tempranamente las representaciones por la debilidad de su voz – en efecto, al principio era el propio poeta el que recitaba -, aumentó los “coreutas” de doce a quince e introdujo el tercer actor. También volvió a dividir la “trilogía” en piezas aisladas e independientes en lo que se refiere al contenido.
Dicen que también en una ocasión, en una tragedia titulada “Támiris”, rey de los tracios, por su belleza y por el arte en tañer la lira, desafió a las Musas en dicho arte y fue vencido por ellas, perdiendo la vista, la razón y el arte musical.
Sátiro cuenta que también él ideó la cachava.
Istro afirma que fue el inventor de los blancos zapatos que calzan los actores y los coreutas; que escribía los dramas al natural de ellos y que había formado con hombres instruidos un “tiaso” (asociación religiosa) dedicado a las Musas.
El agrado de su carácter fue tan grande que en todas partes y por todos fue querido.
Era tan amante de Atenas que, aunque muchos reyes le invitaban, el no quiso abandonar la ciudad.
Ante muchos tuvo lugar el juicio entre él y su hijo Yofonte. En una obra denuncia que Yofonte le odiaba y que, ante los miembros de su “fratría”, había acusado a su propio padre (Sófocles) de haber perdido el juicio por su avanzada edad (90 años) y que, por tanto, no podía administrar sus bienes. Los jueces censuraron a Yofonte.
Sátiro dice que Sófocles replicó: “Si soy Sófocles no estoy loco y si desvarío no soy Sófocles”, y, a continuación, leyó en voz alta su “Edipo en Colono” que había escrito recientemente.
Sobre su muerte hay varias versiones:
Istro y Neante cuentan que Sófocles murió de la siguiente manera: que el actor Calípides, al volver de una actuación desde Opunte, llegando por la fiesta de las Libaciones, envió un racimo de uvas a Sófocles, quien tras llevarse a la boca un grano aún verde, murió asfixiado a causa de su mucha vejez.
Sátiro nos refiere que estaba leyendo “Antígona” y, al llegar al final de un largo parlamento que no tenía pausa ni comas para hacer algún descanso, como había alzado demasiado la voz, se le fue la vida al tiempo que la voz.
Otros cuentan que después de la lectura pública de la obra, cuando fue proclamada su victoria, murió de alegría.
Sófocles crea “caracteres”, los adorna y utiliza con maestría sus invenciones, influenciado al tiempo por el encanto de Homero. De ahí que se pueda decir que Sófocles es el único discípulo jónico de Homero.
Lo más importante en el arte poético es mostrar carácter o sentimiento.
Afirma Aristófanes que “se apoyaba en el corazón” y, en otro lugar, “Sófocles tenía untada la boca de miel”.
(Sófocles. Ayax. Las Traquinias. Filoctetes. Traducción y notas de Assela Alamillo. Edit. Planeta DeAgostini).
Aquí nos vamos a centrar en la obra de “Filoctetes”.
Sófocles la representó en el 409 a. de C.
“El antiguo mito relataba que, en su campaña troyana, los griegos habían abandonado a Filoctetes en la isla de Lemnos. Su incurable herida supurante y hedionda causada por la mordedura de una serpiente, le había hecho insoportable a los demás.
Cuando faltaba poco para finalizar la guerra de Troya, tuvieron que ir a buscarlo, pues afirmaba un oráculo que Troya no podría ser conquistada a menos que él participara en la lucha con su arco maravilloso, que en otros tiempos había sido arma de Heracles.
Heracles le había dado a Filoctetes su arco y sus flechas debido al favor que le había hecho de encender la pira donde iba a consumirse su cuerpo.
Los tres grandes trágicos áticos (Esquilo, Sófocles y Eurípides) trataron este tema de Filoctetes. Esquilo y Eurípides, en la elaboración del tema, formaron el “coro” con los habitantes de la isla de Lemnos. Para la obra de Sófocles es de gran significación su innovación al hacer de Lemnos una isla deshabitada.
Su Filoctetes no sólo está excluido de la comunidad de los griegos: es el hombre resignado a la máxima miseria, el enfermo que languidece y que en terrible soledad arrastra su triste vida sustentándose con el botín de su arma. ¡Cuán profundo debe ser la amargura que se ha ido depositando en este corazón grande y altivo, y con qué confianza tan conmovedora se abre al joven (Neoptólemo) que él reconoce como a uno de los suyos y que le promete el regreso!
El urdidor de la intriga es Ulises, y no podrá decirse que este personaje tenga rasgos de humanidad sofoclea.
Si juzgamos a Ulises unilateralmente, desde el ángulo de Neoptólemo, Ulises es, sin duda, un engañador. Y, no obstante, sería equivocado ver en él simplemente el prototipo del malvado.
Ulises actúa como comisionado de la asamblea militar y es el responsable del buen éxito del plan, del que depende el resultado de la guerra de Troya.
Se ha observado con razón que no aparece claro en la obra el cometido de Ulises. ¿Deberá llevar ante las puertas de Troya a Filoctetes con su arco, o solamente el arma?
El oráculo de los dioses, según el cual habría que persuadir a Filoctetes para que fuera a Troya, es mal interpretado por Ulises, que procede con astucia y quiere apoderarse exclusivamente del arco.
Cuando, en el transcurso de su intriga, Ulises entra en violenta oposición con Neoptólemo, se repite el contraste con que la “Ilíada” lo muestra frente a Aquiles, el padre de Neoptólemo. Éste (Aquiles) dice a los embajadores en el canto noveno (312) que tan odioso como las puertas del Averno (Hades) le es aquel que habla otras palabras de las que guarda en el pensamiento. También su hijo (Neoptólemo) aborrece la mentira, y, al convertirse en su instrumento, todo su ser se desconcierta.
Ulises le ha convencido, no sin esfuerzo, a que se gane la confianza de Filoctetes con relatos engañosos. Desde el comienzo, Neoptólemo está bajo la impresión que le causa la terrible desgracia del hombre al que debe engañar.
Pero obedece a la autoridad de un hombre mayor y más experimentado que él.
Asiste entonces a la alegría jubilosa del desdichado (Filoctetes) que vuelve a ver a un hombre, a escuchar sonidos en lengua griega, y que confía que tanto él como el coro de marineros tienen intención de llevarlo de regreso a la Hélade (Grecia), su patria.
Cuando ya se aprestan a partir, Filoctetes, sufre un atroz acceso de su enfermedad. Neoptólemo presencia la desdicha en su forma más cruel: los lastimosos y conmovedores intentos por ocultar los dolores, su salvaje explosión y su caída en el sueño liberador. El enfermo le había dado antes la mayor prueba de confianza, el arco que le permitía vivir en la isla solitaria.
Neoptólemo, que, al principio había sido tan elocuente en la ejecución de su cometido, se vuelve luego cada vez más silencioso ante la pena que siente por el otro: “Hace mucho que sufro con tu dolor”. Esta compasión le hace decidir la reparación de su engaño, y mantiene esta decisión a pesar de todas las dificultades que le crean la resistencia de Ulises y la desconfianza y la terquedad de Filoctetes.
El primer paso es la confesión de la mentira; el segundo, la devolución del arco, que provoca las más furiosas amenazas de Ulises, y cuando, imposible de toda persuasión, Filoctetes se niega a acompañarlos a Troya por las buenas, también está decidido a dar el último paso: la promesa de llevar al enfermo incurable a Grecia, que antes no había sido sino un astuto engaño, habrá de convertirse en realidad. Ya no cuenta la seductora gloria de Troya, y de alguna manera deberá hacer frente a la venganza que amenazan tomarse los griegos.
Apoyado en Neoptólemo, Filoctetes se encamina vacilante hacia el barco.
La aparición de Heracles detiene, pues, a los dos en su trayecto al barco.
Heracles induce al amigo a ceder no con un acto de autoridad, sino aludiendo a su propio camino, que a través de grandes sufrimientos le llevó a las alturas”.
(Albin Lesky. Historia de la literatura griega).
Al final, Heracles le dice a Filoctetes:
“Irás con este hombre (Neoptólemo) a la ciudad troyana, donde, primero, quedarás libre de tu penosa dolencia y, luego, elegido por tu valor el más importante del ejército, tras matar con mis flechas a Paris, que fue el causante de estos males, devastarás Troya, y el botín que, como premio, recibas de la armada lo enviarás a tu morada para tu padre Peante, a la meseta del Eta, tu patria. En cuanto al botín que logres del ejército en memoria de mis flechas, llévalo a mi tumba.
… Por mi parte, enviaré a Asclepio a Troya para que te cure de tu enfermedad.
… Pero, tened esto en cuenta cuando hayáis asolado la región: mostrad la debida reverencia para los dioses. Todo lo demás es secundario, según el criterio de nuestro padre Zeus. La piedad no muere con los mortales y, aunque estemos vivos o muertos, ella no perece.
Pasajes de la obra:
Odiseo: “Este es el acantilado de la tierra de Lemnos, bañada por todas partes, y no pisada ni habitada por los hombres, en donde, ¡oh Neoptólemo, hijo de Aquiles, el más valeroso padre de entre los helenos!, hace tiempo, dejé yo abandonado a Filoctetes, al hijo de Peante. Me habían ordenado hacerlo los que mandaban – le supuraba el pie a causa de un mal devorador- puesto que no nos era posible acceder a libación ni sacrificio alguno con tranquilidad, sino que continuamente nos invadía todo el campamento con sus agudos lamentos y gimiendo.
… Neoptólemo: ¿Qué ordenas?
Odiseo: Te necesito para que, al hablarle, engañes con tus palabras el ánimo de Filoctetes. Cuando te pregunte quién eres y de dónde has llegado, dices que hijo de Aquiles – esto no hay que ocultarlo- y que navegas hacia casa, tras abandonar la expedición naval de los aqueos (griegos) habiendo surgido un gran odio contra ellos porque te hicieron venir con súplicas desde tu país, como si fueras el único medio de conquistar Ilión (Troya), y no te consideraron, una vez que hubiste llegado, digno de las armas de Aquiles. A pesar de que pedías con pleno derecho que te las dieran, se las entregaron a Odiseo.
Puedes decir los más mezquinos ultrajes que quieras contra mí. En nada me ofenderás con ello. Y, si no lo haces, lanzarás a la ruina a todos los argivos (griegos). Pues si no es capturado el arco de éste, te será imposible conquistar la llanura de Dárdano (el territorio donde está Troya).
Neoptólemo: Yo, ¡oh hijo de Laertes!, odio poner en práctica las palabras que me afligen al oírlas. Por mi naturaleza no hago nada con medios engañosos, ni yo mismo, ni, según dicen, el que me dio el ser. Pero estoy dispuesto a llevarme a este hombre por la fuerza y no con engaños. Porque no nos someterá por la fuerza con un solo pie a nosotros que somos tantos. Sin embargo, habiendo sido enviado como colaborador tuyo, temo ser llamado traidor. Pero prefiero, rey, fracasar obrando rectamente que vencer con malas artes.
…Neoptólemo: ¿Y por qué hay que llevarlo con engaños, en lugar de convenciéndolo?
Odiseo: No se deja convencer. Por la fuerza no podrías tomarlo.
Neoptólemo: ¿Tan tremendamente confiado en su fuerza está?
Odiseo: Tiene flechas que no fallan y portadoras de muerte.
Corifeo: (acercándose y viendo que Filoctetes no está en el interior de la cueva) ¿A dónde se ha marchado el desdichado?
Neoptólemo: Para mí al menos es evidente que va arrastrándose por el camino, en alguna parte cerca de aquí por la necesidad de alimentos. Esta es la clase de vida que dicen que lleva, disparando a las fieras con sus alados dardos, miserable, de miserable manera y sin que ningún aliviador de sus males se le acerque.
Coro: Yo siento compasión por él, porque, desdichado, sin que se preocupe de él ningún mortal y sin ninguna mirada que le acompañe, siempre solo, sufre cruel enfermedad y se angustia ante cualquier necesidad que se le presente. ¿Cómo, cómo, desventurado, se mantiene? ¡Oh recursos de los mortales! ¡Oh razas desgraciadas de hombres, para quienes no existe una vida mesurada!...
(Entra Filoctetes)
Filoctetes: ¡Ah, extranjeros! ¿Quiénes sois que os habéis dirigido con marino remo hacia esta tierra que no tiene fácil desembarco ni está habitada? ¿De qué patria o de qué raza podría decir con acierto que sois?...
Neoptólemo: En efecto, extranjero, sobre esto lo primero, que somos helenos (griegos), ya que es lo que quieres saber.
Filoctetes: ¡Oh queridísimo lenguaje! ¡Nada como recibir el saludo de un hombre como tú después de tanto tiempo!
Filoctetes: ¡Hijo mío! ¿Es que no conoces a quien estás contemplando?
Neoptólemo: ¿Cómo voy a conocer a quien nunca he visto?
Filoctetes: ¿y nunca has oído hablar de mi nombre, ni de la fama de las desgracias en que me consumo?
Neoptólemo: Entérate de que nada sé de lo que me preguntas.
Filoctetes: ¡Ah, soy muy desgraciado y odioso para los dioses! ¡A pesar de encontrarme en este estado, a ninguna parte han llegado noticias mías, ni a mi patria ni a sitio alguno de la tierra helena!
Los que me abandonaron impíamente se ríen guardando silencio, mientras que mi dolencia no deja de crecer y va a más. ¡Oh hijo, oh muchacho, nacido de tu padre Aquiles! Yo soy aquel de quien, tal vez, has oído decir que es dueño de las armas de Heracles, Filoctetes, el hijo de Peante, al que los dos caudillos (Agamenón y Menelao) y el rey de los cefalonios (Odiseo) abandonaron vergonzosamente, indefenso, cuando me consumía por cruel enfermedad, atacado por sangrienta mordedura de una víbora matadora de hombres.
En compañía de mi mal, hijo, aquéllos me dejaron aquí solo y se marcharon una vez que atracaron aquí con la flota naval procedente de la marina Crisa (antigua ciudad de la Fócida).
Y, uno tras otro, transcurrían los días. Y tenía que servirme a mí mismo solo, bajo este humilde techo. A mi estómago este arco le proporcionaba lo necesario cuando hería aladas palomas. Después, cada vez que la flecha disparada por mi arco daba en el blanco, yo mismo, infortunado, me arrastraba tirando de mi pobre pie. Y si me era necesario también tomar alguna bebida y cortar alguna madera cuando, como en el universo, suele extenderse el hielo, tenía que salir a rastras, desdichado, para procurármelo.
Además, no tenía fuego, pero frotando una piedra contra otras piedras, a duras penas hice aparecer el invisible resplandor que me salva siempre.
Pues verdaderamente, un techo bajo el que establecerse con fuego proporciona todo, excepto el que yo deje de sufrir….
Y yo me consumo, miserable, desde hace diez años ya, entre hambre y sufrimientos, alimentando esta enfermedad que nunca se sacia. ¡Tales son las cosas que me han infligido, oh hijo, los Atridas y el violento Odiseo, a quienes quieran los dioses olímpicos permitir que sufran algún día, padecimientos que sean expiación de los míos!”.
Neoptólemo le dice que él también está enfadado con los Atridas, porque, al pedirles las armas de su padre muerto, le dijeron que ahora tenían otro dueño, Ulises. Y que, tras haber sido injuriado con insultos por Ulises, ahora navegaba hacia su país. Después le dice que han muerto Aquiles y Antíloco, hijo del sabio anciano Néstor.
Filoctetes: “¡Ea, dime, por los dioses! ¿Dónde estaba, pues, Patroclo entonces, que era el más querido amigo de tu padre?
Neoptólemo: También estaba muerto. En pocas palabras te lo contaré: las guerras, por su gusto, no se llevan a ningún malvado, sino siempre a los mejores….
Filoctetes: (Echándole los brazos en actitud de súplica) ¡Por tu padre, por tu madre, oh hijo, por lo que te es más querido en la casa!, me dirijo a ti como suplicante, no me dejes así solo, abandonado en medio de estas desgracias en las que me veo y con las que has oído que vivo. Considérame como algo añadido. Es mucha la repugnancia que causa esta carga, lo sé. Sin embargo, sopórtala.
Para los hombres bien nacidos, lo moralmente vergonzoso es aborrecible y lo virtuoso es digno de gloria…
Ahora llego a ti para que seas mi acompañante y, en tu misma persona, mi mensajero. Sálvame tú, apiádate de mí. Considera que todo es digno de ser temido e inseguro para los hombres.
Y, si una vez lo pasan bien, otras es lo contrario. Hay que tener en cuenta los peligros cuando se está alejado de los pesares y cuando alguien vive felizmente: entonces es, principalmente, cuando debe cuidar de que su vida no se le eche a perder sin advertirlo.
Coro: Apiádate, señor. Nos ha hablado de numerosas pruebas de sufrimiento difícilmente soportable. ¡Qué con esos ninguno de los míos se tope! Y si odias a los aborrecibles Atridas (Agamenón y Menelao), señor, yo, por mi parte, cambiando el mal que aquéllos te hicieron por un provecho para éste, en rápida y bien equipada nave le conduciría allí donde precisamente está deseando ir, a su patria, escapando a la venganza divina…
Neoptólemo: Pues bien, sería en verdad vergonzoso que yo me mostrara más remiso que tú en esforzarme por el extranjero en lo que necesita. ¡Ea!, si os parece bien, hagámonos a la mar, que él se embarque rápidamente. La nave lo llevará y no se negará.
Que los dioses nos concedan sólo salir sanos y salvos de esta tierra y, desde aquí, navegar a donde queramos….
Neoptólemo: ¡Oh dioses, que esto se cumpla para nosotros dos y que tengamos una travesía favorable y rápida a donde la divinidad quiera y a donde quede cumplido nuestro objetivo!
Filoctetes: Temo, oh hijo, que tu súplica sea vana, pues de nuevo la oscura sangre que brota del interior está fluyendo, y sospecho alguna novedad. ¡Ay, ay! ¡Ay de nuevo! ¡Oh pie! ¡Qué dolores vas a causarme! Está próximo, se acerca, ¡desdichado de mí. Ya sabéis de qué se trata. De ningún modo huyáis, ¡ay, ay!
Neoptólemo: ¿Qué nuevo padecimiento te sobreviene, así de repente, que te hace dar tantos gritos de dolor y lamentos?
Neoptólemo: Es terrible el peso de tu enfermedad.
Filoctetes: Verdaderamente terrible y no se puede describir. Apiádate de mí.
Neoptólemo: ¿Qué tengo que hacer, pues?
Filoctetes: Aunque te espantes, no me abandones.
Neoptólemo: ¿Quieres que te agarre y te coja?
Filoctetes: No, eso ciertamente que no, sino que, sujetándome este arco, como hace un momento me pedías, en tanto remita esta crisis actual de mi enfermedad, consérvalo y custódialo. Pues el sueño se apodera de mí cuando este dolor sale fuera, y no es posible que cese antes. Es necesario dejarme dormir tranquilo.
Si durante este tiempo vienen aquéllos (Odiseo y Diomedes), ¡por los dioses!, te ordeno que ni por las buenas ni por las malas, ni bajo ningún concepto, lo dejes en sus manos. ¡No vaya a ser tu propio asesino al tiempo que el mío, que soy suplicante!
Filoctetes: Helo aquí, recíbelo, hijo. Respeta la envidia de los dioses. Que él no te ocasione grandes penas como a mí y al que lo poseyó antes que yo.
Neoptólemo: Sufro desde hace un rato, mientras lamento las desgracias que te afligen.
Filoctetes: Ea, hijo, ten ánimo; piensa que este mal se me presenta penetrante, pero se va rápidamente. Pero, ¡te lo suplico!, no me dejes solo”.
Filoctetes, que ha sufrido otro ataque de la enfermedad y se ha quedado dormido, despierta y se alegra de que no le hayan abandonado.
Filoctetes: ¡Oh resplandor del sol que sucede al sueño! ¡Oh custodia de estos extranjeros, en los que mis esperanzas no creían! Nunca hubiera yo supuesto, oh hijo, que te resignaras a seguir tan compasivamente a mi lado ante mis sufrimientos, prestándome tu ayuda.
Los Atridas, sin embargo, no pudieron soportarlo tan pacientemente, ¡los valientes jefes del ejército!
Pero tu sangre es noble y eres nacido de nobles, consideraste todo esto fácil, aun estando agobiado por los gritos y el mal olor. Ahora, cuando parece que existe un momento de respiro y de tregua en mi enfermedad, hijo, levántame tú en persona, ayúdame a restablecerme, muchacho, a fin de que, cuando la fatiga se aleje de mí, nos dirijamos a la nave y no retrasemos la navegación”.
(Empiezan a caminar, pero Neoptólemo se detiene de repente. Le dice a Filoctetes que se encuentra en una situación de angustia).
Filoctetes: ¿No será la repugnancia por mi enfermedad lo que te ha persuadido para no llevarme ya como pasajero?
Neoptólemo: Todo produce repugnancia cuando uno abandona su propia naturaleza y hace lo que no es propio de él”.
Entonces Neoptólemo le cuenta la verdad: que no lo va a llevar a Grecia, sino a Troya.
Neoptólemo: Nada te voy a ocultar: es necesario que tú navegues a Troya, junto a los aqueos (griegos) y a la flota de los Atridas.
Neoptólemo: No te lamentes antes de enterarte.
Filoctetes: ¿De qué he de enterarme? ¿Qué piensas hacer conmigo?
Neoptólemo: En primer lugar, curarte esta enfermedad y luego, ir a devastar la llanura de Troya con tu ayuda.
Filoctetes: ¡Estoy perdido, infortunado, he sido traicionado! ¿Qué me has hecho, oh extranjero? ¡Devuélveme mi arco!
Neoptólemo: No es posible. La justicia y la conveniencia me obligan a obedecer a los que están en el poder…
Filoctetes: ¡Oh calas, oh promontorios, oh animales salvajes de las montañas con los que yo vivía! ¡Oh abruptas rocas!
Ante vosotros, - pues a ningún otro conozco con quien pueda hablar -, ante vosotros, que estáis acostumbrados a asistirme, me lamento a gritos de los hechos que el hijo de Aquiles me infirió. Después de jurarme que me conduciría a casa, me lleva a Troya. Y, aunque había tendido, además, como prenda la mano derecha, se guarda el sagrado arco de Heracles, el hijo de Zeus, del que se había apoderado, y pretende exhibirlo ante los argivos…
¡Oh tú,entrada doble de la gruta, otra vez me vuelvo a ti desarmado, sin recursos. Me iré consumiendo en esta cueva abandonado, sin poder matar con ese arco pájaros ni montaraces animales; al contrario, yo mismo, infortunado, tras mi muerte proporcionaré con mi persona un festín a aquellos de los que me solía alimentar, y entonces me cazarán a mí los que yo cazaba…
Neoptólemo: Una profunda compasión por este hombre se ha apoderado de mí, y no ahora por primera vez, sino ya antes.
Filoctetes: Ten compasión, hijo mío, por los dioses. No consientas a los hombres ningún motivo de reproche contra ti por haberme engañado….
Filoctetes: Tú no eres malvado. Parece que has llegado a estas vilezas por aprender de hombres perversos. Pero ahora, remitiéndolas a los otros como conviene, hazte a la mar cuando me hayas dado mis armas”.
(Odiseo irrumpe en escena seguido de dos marineros. Hay un intercambio de palabras entre Ulises y Filoctetes, y ante la amenaza de Filoctetes de arrojarse por un precipicio para que no le lleven a Troya, Ulises ordena prenderlo.
Filoctetes: “¡Oh brazos apresados por este hombre!, ¡cuánto tenéis que soportar a falta del bien amado arco! ¡Oh tú que no tienes ni un pensamiento sano ni elevado, cómo me has vuelto a engañar! ¡Cómo me has dado caza, tomando por pantalla a este joven (Neoptólemo), desconocido para mí, a quien tú no mereces, pero yo sí, y que no sabía más que cumplir lo ordenado, quien incluso evidencia ya a las claras que sufre de penoso modo por las faltas que ha cometido y por el mal que me hizo!
Pero tu perverso ánimo, que está constantemente acechando desde los rincones, fue enseñando a ser diestro en infamias a quien era sencillo y no estaba dispuesto a cometerlas…
Y ahora, ¿por qué me conducís? ¿Por qué me lleváis? ¿Con qué objeto? A mí, que nada soy y estoy muerto para vosotros desde hace tiempo. ¿Cómo es, oh ser aborrecido por los dioses, que ahora ya no me consideráis un cojo pestilente? ¿Cómo podréis quemar ofrendas a los dioses si yo voy en la travesía? ¿Cómo hacer libaciones? Pues éste era para ti el pretexto para arrojarme. ¡Así perecierais infamemente! Y pereceréis por haber sido injustos conmigo, si es que a los dioses les preocupa la justicia...”
Luego Odiseo dice a los marineros que le suelten y que ya no le sujeten, pues dice que ya no le necesitan, pues tienen sus armas, y que ellos se van. Y le dice a Neoptólemo que no le dirija la mirada.
(Filoctetes suplica al coro de marineros que no le dejen solo y entra en la cueva)
Corifeo: “Hace rato que me hubiera marchado, y ya estaría cerca de la nave, si no hubiera visto que Odiseo se aproxima junto al hijo de Aquiles y vienen hacia aquí, en dirección a nosotros”·
(Entran Neoptólemo y Odiseo discutiendo)
Odiseo: ¿No podrías decirme qué camino llevas con tanto apresuramiento, después de haber dado media vuelta?
Neoptólemo: Voy a enmendar cuantos yerros cometí antes.
Odiseo: Empleas extrañas palabras. ¿Cuál es la falta?
Neoptólemo: La de haberte obedecido a ti y a todo el ejército.
Odiseo: ¿Qué acción has cometido que no te convenía?
Neoptólemo: Someter a un hombre con engaños y embustes vergonzosos”.
Neoptólemo dice que va a devolver el arco a Filoctetes, pero dice Odiseo que el ejército de los aqueos (griegos) y él mismo a la cabeza se lo va a impedir. Y le dice que si no teme al ejército de los aqueos; Neoptólemo le responde que con la justicia de su lado no siente miedo.
Intentan pelear, pero Odiseo dice que le dejará, pero que, al llegar, contará todo al ejército y él se vengará.
Neoptólemo da el arco y las flechas a Filoctetes y evita que Filoctetes mate a Odiseo.
Neoptólemo: “Sea, pero tienes ya el arco y no existe razón para que tengas enojo ni reproche contra mí.
Filoctetes: Estoy de acuerdo. Has demostrado, hijo, de qué estirpe has nacido, que no es de Sísifo, sino de Aquiles, de quien las mayores alabanzas se oían, tanto cuando estaba entre los vivos, como ahora entre los muertos.
Neoptólemo: Me complace que hables bien de mi padre, y de mí mismo, pero escucha lo que deseo obtener de ti. A los hombres les es forzoso soportar las fortunas que los dioses les asignan. Pero cuantos cargan con males voluntarios, como tú, no es justo que nadie les tenga clemencia ni compasión. Tú te enfureces y no toleras a un consejero y, si alguien te amonesta, aunque sus palabras sean amistosas, le aborreces y le consideras un enemigo y un adversario. Sin embargo, te hablaré, e invoco a Zeus por quien se hace el juramento.
Entérate de esto y grábalo dentro de tu corazón: tú padeces este mal por un destino que te viene de los dioses, ya que te acercaste a la guardiana de Crisa, a la serpiente vigilante que a escondidas custodia el descubierto cercado. Sabe también que, en tanto el mismo sol se levante por ahí y se ponga otra vez por allí, no te vendrá el final de esta penosa enfermedad hasta que por tu propia voluntad vayas a la llanura de Troya y, encontrándote con los dos hijos de Asclepio (Macaón y Podalirio) que están entre nosotros, te cures de esta dolencia y te dejes ver saqueando la ciudadela de Troya con ayuda de estas flechas y con la mía.
Y te diré cómo sé yo que está así dispuesto. Tenemos un prisionero de Troya, el excelente adivino Heleno (hijo del rey Príamo), quien declara sin lugar a dudas que es necesario que suceda así. Y a esto aún añade que es forzoso que en el verano próximo Troya sea tomada por completo. Y se ofrece a sí mismo voluntario para que lo maten, si resulta equivocado en lo que dice”.
Filoctetes, no obstante, se sigue negando a ir a Troya y le pide a Neoptólemo que le lleve a Grecia. Y éste está dispuesto a llevarlo a Grecia, pero cuando se disponen a partir, aparece Heracles, quien convence a Filoctetes de que vaya a Troya, y le anticipa lo que allí le espera.
Segovia, 5 de septiembre del 2021
Juan Barquilla Cadenas.
En esta página pretendo mantener "vivo" el recuerdo de las Lenguas Clásicas y su proyección en el mundo actual.
Estas imágenes son una muestra de los conocimientos de ingeniería que tenían los Romanos
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