MARCO AURELIO: “MEDITACIONES”. Pasajes de la obra.
Marco Aurelio (121 -180 d. de C.) fue uno de los mejores emperadores del Imperio romano.
Estuvo al frente del Imperio veinte años y fue un gran gobernante, el último emperador de lo que los historiadores consideran la “Edad de Oro del Imperio: Nerva, Trajano, Adriano, Antonino Pío y Marco Aurelio.
Sus apuntes personales, las “Meditaciones” están escritas a lo largo de sus últimos años de vida.
La coherencia entre su conducta y sus reflexiones confirman la magnanimidad personal de Marco Aurelio, que fue, según Herodiano (I, 2.4), “el único de los emperadores que dio fe de su filosofía no con palabras ni con afirmaciones teóricas de sus creencias, sino con su carácter digno y su virtuosa conducta”.
Las “Meditaciones” comienzan con una evocación escueta de cuatro figuras familiares: la de su abuelo paterno, su padre, su madre y su bisabuelo materno.
Son las personas que influyeron en la niñez y adolescencia del futuro emperador, y las primeras con quien él quiere cumplir una deuda de gratitud al recordarlas.
La más lejana de ellas es la de su padre, que murió cuando él tenía unos diez años.
Su abuelo, M. Annio Vero, que seguramente trató de suplir con sus atenciones tal ausencia, era un personaje importante en la política de la época. Fue prefecto de Roma (del 121 al 126) y cónsul en tres ocasiones. De él destaca Marco Aurelio “el buen carácter y la serenidad”, rasgos amables en un político y en un abuelo.
Marco Aurelio traza (I.3) un emotivo recuerdo de su madre, piadosa, generosa y sencilla en sus hábitos cotidianos, una gran señora romana, dedicada en su viudedad a la educación de sus hijos. En la correspondencia de Frontón, éste alude varias veces a la madre de Marco Aurelio como dama de gran cultura, en su casa palaciega en el monte Celio.
Su bisabuelo materno, L. Catilio Severo, ocupó también altos puestos en la administración.
Era un hombre de gran cultura. A él le agradece Marco Aurelio el no haber frecuentado las escuelas públicas y haber gozado de los mejores maestros en su propio domicilio, sin reparar en gastos para la educación (Cf. I.4).
En su formación, Marco Aurelio podía distinguir tres influencias graduales: la amable atención de su abuelo Vero en su niñez; la constante preocupación de su madre y, tras ella, de su bisabuelo L. Catilio Severo, por su educación intelectual; y luego, la de la presencia ejemplar de su padre adoptivo, Antonino Pío. Marco Aurelio expresa su admiración sin reservas por su antecesor en el trono, Antonino Pío, al dedicarle el capítulo más largo y detallado de sus recuerdos (I.16).
Antonino Pío, casado con Annia Faustina, hermana única del padre de Marco Aurelio, fue, por tanto, tío político, padre adoptivo (desde 138) y suegro (desde 145) de su sucesor, y antes, colaborador asiduo en el trono imperial.
La familia de los “Veros”, de origen hispánico (su bisabuelo Annio Vero había venido a Roma como “pretor” desde la Bética en tiempos de Vespasiano), se había ennoblecido pronto y firmemente establecido en altos cargos de la administración.
El emperador Adriano honraba a este abuelo Vero con una amistosa confianza, y a través de esa amistad llegó a apreciar a su nieto, al que designó como su mediato sucesor en la adolescencia de Marco Aurelio, a los 17 años.
La muerte temprana de su padre es probable que impresionara a este muchacho sensible y reflexivo.
Es la primera en la numerosa serie de muertes familiares que Marco Aurelio ha de vivir, en el sentido de que sólo se viven las muertes de los demás.
Será una experiencia muy repetida luego: su padre, su abuelo, Adriano, Antonino Pío, su madre, su hermano adoptivo L. Vero, su esposa, más de la mitad de sus hijos, irán muriéndose cerca de él a lo largo de los años.
Estas muertes pueden haber influido en el sentir de Marco Aurelio hondamente. En las “Meditaciones” la idea de la muerte reaparece constantemente con cierto tono melancólico, Marco Aurelio menciona asociada a ella no la gloria ni la inmortalidad, sino el olvido.
La educación juvenil de Marco Aurelio fue muy esmerada, con los mejores maestros particulares. Sus nombres y sus mejores cualidades están rememoradas a continuación de las de sus familiares y antes de la evocación de Antonino Pío.
Entre los profesores hay que destacar la posición antitética de los que profesaban retórica o gramática y los que profesaban la filosofía (platónica o estoica).
Frontón había querido hacer de su discípulo un gran orador, un retórico cuidadoso de las fórmulas verbales, pero Rústico lo atrajo decididamente a la filosofía.
Q. Junio Rústico, de quien Marco Aurelio recuerda que le prestó su ejemplar privado de los “Recuerdos” de Epicteto, era más que un profesor de filosofía, un noble romano, estoico de corazón y de convicción.
La época de Marco Aurelio asiste a una brillante renovación de la cultura griega, mediante el renacimiento intelectual que protagonizan las grandes figuras de la “Segunda Sofística”.
La elección de Marco Aurelio por la filosofía en lugar de la retórica va un tanto a contrapelo de la moda intelectual. Sin duda, a tal elección le predisponía su carácter austero y sencillo.
La bien conocida anécdota de que Adriano, jugando con el “cognomen” familiar de “Verus” (verdadero), le llamba “Verissimus”, para acentuar la sinceridad característica del Marco Aurelio adolescente, apunta a este mismo rasgo.
Antonino Pío, antes de morir, da su último consejo a Marco Aurelio: “Aequanimitas”, “ecuanimidad”, una amable alusión a la doctrina estoica.
Antonino Pío fue para Marco Aurelio un ejemplo viviente del gobernante equitativo, con una autoridad firme, pero sin rigidez.
Cuando Marco Aurelio se da a sí mismo consejos como el de “compórtate como un romano” o “no te conviertas en un César”, piensa en su antecesor como modelo: “en todo sé un discípulo de Antonino” (VI.30).
Una anécdota, referida por el biógrafo de Marco Aurelio en la “Historia Augusta”, cuenta que al morir el preceptor de Marco Aurelio, el joven se echó a llorar y ciertos cortesanos lo censuraban, cuando Antonino les replicó: “Dejadle ser humano: que ni la filosofía ni el trono son fronteras para el afecto”.
Como emperador, Antonino Pío se vio favorecido por su talante práctico y austero, pero también por la fortuna, que le deparó un largo período de tranquilidad. (Consecuencia, en gran parte, de las campañas victoriosas de Trajano y de la administración provincial diligente de Adriano).
La suerte de Marco Aurelio sería muy diferente.
En el año 161, a la muerte de Antonino Pío, Marco Aurelio heredó el cargo de emperador. Así estaba previsto desde mucho antes, por obra y gracia de Adriano. Tenía 40 años. Había ocupado las más altas magistraturas: aquel año desempeñaba su tercer consulado.
Aquel año, su esposa Faustina la Menor dio a luz una hermosa pareja de gemelos, uno de los cuales moriría a los pocos años. El otro, el único varón superviviente de su descendencia, sería el sucesor de Marco Aurelio: Cómodo, una calamidad para el futuro del Imperio.
El primer acto importante del emperador fue asociar, como colega en el trono, con sus mismos títulos, a Lucio Vero, su hermano adoptivo, unos diez años más joven que él.
Con su generoso gesto, Marco Aurelio entronizaba a su hermano adoptivo, eliminando un posible pretendiente rival al trono.
Pero Lucio Vero no poseía ni dotes de mando ni inteligencia política, y su conducta personal no se regía por el sentido del deber. Era un hombre frívolo, amante de los placeres y los lujos, un libertino un tanto irresponsable.
Cuando fue delegado por su hermano contra los partos, permitió que sus generales le obtuvieran las victorias, mientras él gozaba de la refinada vida de Antioquía, junto a su bellísima amante Pantea de Esmirna, elogiada por Luciano (de Samosata).
Lucio Vero regresará con la victoria a Roma en el año 165 (sus tropas traerán consigo, además, la peste).
Más tarde, Marco Aurelio lo llevará con él a la guerra contra los marcomanos.
Al regreso de la expedición, Lucio Vero muere de un ataque de apoplejía (169).
El emperador ordenó unos magníficos funerales en su honor (como en otras ocasiones, la calumnia sugirió que había sido envenenado por sus familiares). Y es probable que esta muerte también le afectara de verdad. Podemos imaginar a Lucio Vero como dotado de una jovialidad y una alegría de vivir que contrastaban con la seriedad de Marco Aurelio. Éste le recuerda con palabras de sentido afecto (I. 17), y en VIII.37 alude a Pantea llorando sobre su tumba.
El largo reinado de Marco Aurelio estuvo lleno de tribulaciones desde sus comienzos.
Primero fue la guerra en Oriente: los temibles partos invadieron Armenia. En respuesta, hubo que organizar una campaña guerrera de largas y costosas operaciones, dirigida nominalmente por Lucio Vero; y, de hecho, por sus generales y legados, entre los que destacó Avidio Casio.
Al fin, en el año 166, quedó asegurada la victoria de Roma. (Pero las tropas que regresaron a Italia trajeron consigo una devastadora epidemia de peste que diezmó la población de la península).
Luego, los bárbaros del “limes danubiano”, inquietos ya desde años antes, invadieron la Retia, la Nórica y la Panonia, y llegaron amenazadores a las puertas mismas de Aquilea (frontera de Italia) en el año 166.
Los dos emperadores reclutaron un ejército y partieron hacia el Norte.
La situación económica es crítica, y Marco Aurelio se ve obligado a condonar impuestos y a vender todos los objetos de lujo de su propiedad, los tesoros del palacio imperial, en pública subasta, para hacer frente a los gastos de la campaña.
Una interesante anécdota (referida por Dión Casio, 71.3.3) nos informa de la conciencia y el valor de Marco Aurelio en situaciones críticas.
Cuando sus soldados, tras la dura victoria sobre los marcomanos (en el año 168), le reclaman un aumento de sus haberes, se los negó con estas palabras: “Todo lo que recibáis sobre vuestra soldada regular es a costa de la sangre de vuestros padres y vuestros parientes. (Pues les tendría que subir los impuestos) En cuanto al poder imperial sólo los dioses pueden decidir”.
Al regresar a Roma, en el año 169, muere repentinamente L. Vero.
De nuevo los bárbaros del NE. Invaden las fronteras, y Marco Aurelio debe emprender una guerra a fondo contra esas tribus belicosas.
Contra los marcomanos, los cuados, los sármatas y los yáciges, combates interminables en dos largos períodos (de 169 a 175 y de 177 a 180) ocupan a Marco Aurelio, de natural sedentario y pacífico, convertido por las urgencias del mando en un emperador viajero y militar.
De salud enfermiza – toma pequeñas dosis de opio para calmar sus dolores más fuertes – avanza al frente de sus ejércitos por esas comarcas boscosas y frías, costeando el largo río, contra las hordas de unos enemigos que parecen multiplicarse y desaparecer como en una pesadilla.
Cuando en el año 175 parece haber obtenido la victoria, mientras trata de organizar las nuevas provincias de Marcomania y Sarmacia, llega de Oriente una terrible noticia: Avidio Casio se ha proclamado emperador en Siria.
Por fortuna para Marco Aurelio, que se preparaba a combatirle, sus propios soldados asesinaron a este duro y ambicioso soldado a los tres meses de su rebelión, y le trajeron la cabeza del usurpador.
Marco Aurelio perdonó a los conjurados y prefirió silenciar los nombres de los comprometidos en este complot, ordenando destruir las pruebas del mismo.
Se dirige después a Oriente, visitando Antioquía, Alejandría y llegando hasta Tarso (Turquía). En el camino de vuelta muere su mujer (en Halala, luego convertida en la colonia romana de “Faustinopolis”, en el año 176).
La muerte de Faustina causó a su esposo una pena difícil de medir. Era hija de Antonino Pío, una compañera desde la adolescencia y la madre de trece hijos (de los que sólo Cómodo y cuatro hijas les sobrevivieron).
Marco Aurelio le dedicó un templo, celebró su funeral solemne concediéndole los títulos de “Diva” y “Pía”, y fundó un colegio de huérfanas, las “Puellae Faustinianae”, dedicado a su memoria.
En sus “Meditaciones” (I.17) da gracias a los dioses por haberle dado “una esposa tan obediente, tan amorosa, tan sencilla”.
En septiembre del mismo año 176, Marco Aurelio visita Atenas, donde fundó cuatro cátedras de filosofía (una para cada una de las grandes escuelas: la platónica, la aristotélica, la epicúrea y la estoica) y se inició en los misterios de Eleusis.
A su regreso, Marco Aurelio obtuvo una acogida triunfal en Roma. Al año siguiente (177) elevó a Cómodo al puesto de emperador adjunto, que había ocupado L. Vero.
En el año 178 se traslada de nuevo al frente del Danubio.
Se repiten las marchas, los combates, las victorias cruentas. Y, al fin, en marzo del año 180, la peste da muerte al emperador, tras siete días de agonía.
Herodiano (I.4) da cuenta de su último discurso oficial, en el que confía el mando a su hijo Cómodo y se despide de sus generales estoicamente.
(Poco más tarde, Cómodo, hastiado de la guerra, firmará con los bárbaros una paz vergonzante y regresará a Roma para escandalizar al Senado con sus caprichos y excesos).
Por una ironía del destino, Marco Aurelio pasó la mayor parte de su gobierno empeñado en esas guerras interminables contra los bárbaros.
Tras un largo período de paz, las convulsiones de los partos y de los germanos, preludio amenazador de las futuras invasiones que descuartizarán el Imperio romano, le obligaron a asumir ese papel militar.
Recibió los títulos de Armenicus, Medicus, Parthicus, Germanicus y Sarmaticus por las victorias de las tropas, él que prefería otros títulos más sencillos.
Supo continuar la labor jurídica de Antonino Pío.
Como él, trabajó asiduamente en la organización de los servicios públicos. Hizo redactar alrededor de 300 textos legales, de los cuales más de la mitad tienden a mejorar la condición de los esclavos, de las mujeres y de los niños.
Si Marco Aurelio renunciaba a la utopía platónica como algo imposible (Cf. IX.29), se preocupó por mejorar, poco a poco, la condición de sus súbditos más necesitados.
Sus representaciones escultóricas confirman su actitud, y esa voluntad romana y estoica de cumplir con el deber asignado por la divinidad; en su caso, el de luchar por el Imperio amenazado interiormente por su anquilosada estructura social y sus agravadas crisis económicas, y en el exterior, por las presiones de los bárbaros.
“El arte de vivir – escribe Marco Aurelio – se acerca más al de la lucha que al de la danza”.
Y esa postura del guerrero, digno y noble ante lo que le acontezca: muertes familiares, desastres públicos, engaños e hipocresías, cuadra al personaje.
Como buen actor desempeñó su papel en la vida, sin irritarse con el director de escena cuando éste le obligó a retirarse. “Porque fija el término el que un día fue también responsable de tu composición, como ahora de tu disolución. Tú eres irresponsable en ambos casos. Vete, pues, con ánimo propicio, porque te aguarda propicio el que ahora te libera”.
Así concluye el último libro de las “Meditaciones”, con ese símil teatral que recuerda una cita de Epicteto. (Menos pesimista que el símil de que los hombres son marionetas movidas por hilos, repetido en otros textos de Marco Aurelio).
Hizo lo posible por ofrecer la imagen del sabio que se propuso: la del peñasco inquebrantable al oleaje, y por seguir la consigna de Antonino Pío: “Ecuanimidad” en todo momento.
PASAJES DE LA OBRA: “MEDITACIONES”
Aquí he elegido algunos pasajes de la obra y todos ellos se ajustan a la doctrina estoica a la que pertenece Antonino Pío.
( I.16) Aquí expone lo que ha recibido de su padre adoptivo Antonino Pío.
“De mi padre (adoptivo): la mansedumbre y la firmeza serena en las decisiones profundamente examinadas.
El no vanagloriarse con los honores aparentes.
El amor al trabajo y la perseverancia.
El estar dispuesto a escuchar a los que podían hacer una contribución útil a la comunidad.
El distribuir sin vacilaciones a cada uno según su mérito.
La experiencia para distinguir cuando es necesario un esfuerzo sin desmayo, y cuando hay que relajarse….
El examen minucioso en las deliberaciones y la tenacidad sin eludir la indagación, satisfecho con las primeras impresiones.
El celo por conservar los amigos, sin mostrar nunca disgusto ni loco apasionamiento.
La autosuficiencia en todo y la serenidad…
La represión de las aclamaciones y de toda adulación dirigida a su persona.
El velar constantemente por las necesidades del Imperio.
La administración de los recursos públicos y la tolerancia ante la crítica en cualquiera de estas materias.
Ningún temor supersticioso respecto a los dioses ni disposición para captar el favor de los hombres mediante agasajos o lisonjas al pueblo; por el contrario, sobriedad en todo y firmeza, ausencia absoluta de gustos vulgares y de deseo innovador.
El uso de los bienes que contribuyen a una vida fácil – y la Fortuna se los había deparado en abundancia -, sin orgullo y a la vez sin pretextos, de manera que los acogía con naturalidad cuando los tenía, pero no sentía necesidad de ellos, cuando le faltaban.
El hecho de que nadie hubiese podido tacharle de sofista, bufón o pedante; por el contrario, era tenido por hombre maduro, completo, inaccesible a la adulación, capaz de estar al frente de los asuntos propios y ajenos.
Además, el aprecio por quienes filosofan de verdad, sin ofender a los demás ni dejarse tampoco embaucar por ellos; más todavía, su trato afable y buen humor, pero no en exceso.
El cuidado moderado del propio cuerpo, no como quien ama la vida, ni con coquetería ni tampoco negligentemente, sino de manera que, gracias a su cuidado personal, en contadísimas ocasiones tuvo necesidad de asistencia médica, de fármacos o emplastos.
Y especialmente, su complacencia, exenta de envidia, en los que poseían alguna facultad, por ejemplo, la facilidad de expresión, el conocimiento de la historia de las leyes, de las costumbres o de cualquier otra materia.
Su ahínco en ayudarles para que cada uno consiguiera los honores acordes a su peculiar excelencia; procediendo en todo según las tradiciones ancestrales, pero procurando no hacer ostentación ni siquiera de esto: de velar por dichas tradiciones.
Además, no era propicio a desplazarse ni a agitarse fácilmente, sino que gustaba de permanecer en los mismos lugares y ocupaciones…
El no tener muchos secretos, sino muy pocos, excepcionalmente, y sólo sobre asuntos de Estado.
Su sagacidad y mesura en la celebración de fiestas, en la construcción de obras públicas, en las asignaciones y en otras cosas semejantes, es propia de una persona que mira exclusivamente lo que debe hacerse, sin tener en cuenta la aprobación popular a las obras realizadas.
Ni baños a destiempo, ni amor a la construcción de casas, ni preocupación por las comidas, ni por las telas, ni por el color de los vestidos, ni por el buen aspecto de sus servidores; el vestido que llevaba procedía de su casa de campo en Lorio (pequeña aldea al NO. de Roma), y la mayoría de sus enseres, de la que tenía en Lanuvio (en el Lacio). ¡Cómo trató al recaudador de impuestos en Túsculo (ciudad del Lacio) que le hacía reclamaciones!
Y todo su carácter era así; no fue cruel, ni hosco, ni duro, de manera que jamás se habría podido decir de él: “Ya suda” (= está a punto de explotar), sino que todo lo hacía calculando con exactitud, como si le sobrase tiempo, sin turbación, sin desorden, con firmeza, concertadamente.
Y encajaría bien en él lo que se recuerda de Sócrates: que era capaz de abstenerse y disfrutar de aquellos bienes, cuya privación debilita a la mayor parte, mientras que su disfrute les hace abandonarse a ellos. Su vigor físico y su resistencia y la sobriedad en ambos casos son propiedades de un hombre que tiene un alma equilibrada e invencible, como mostró durante la enfermedad que le llevó a la muerte.
(II.5)
A todas horas, preocúpate resueltamente, como romano y varón, de hacer lo que tienes entre manos con puntual y no fingida gravedad, con amor, libertad y justicia, y procúrate tiempo libre para liberarte de todas las demás distracciones.
Y conseguirás tu propósito, si ejecutas cada acción como si se tratara de la última de tu vida, desprovista de toda irreflexión, de toda aversión apasionada que te alejara del dominio de la razón, de toda hipocresía, egoísmo y despecho en lo relacionado con el destino. Estás viendo como son pocos los principios que hay que dominar para vivir una vida de curso favorable y de respeto a los dioses. Porque los dioses nada más reclamarán a quien observe estos preceptos.
( II.10)
…Sin embargo, muerte y vida, gloria e infamia, dolor y placer, riqueza y penuria, todo eso acontece indistintamente al hombre bueno y al malo, pues no es ni bello ni feo. Porque, efectivamente, no son bienes ni males.
( III.6)
Si en el transcurso de la vida humana encuentras un bien superior a la justicia, a la verdad, a la moderación, a la valentía y, en suma, a tu inteligencia que se basta a sí misma, en aquellas cosas en las que te facilita actuar de acuerdo con el destino en las cosas repartidas sin elección previa; si percibes, digo, un bien de más valía que ése, vuélvete hacia él con toda el alma y disfruta del bien supremo que descubras.
… Porque no es lícito oponer al bien de la razón y de la convivencia otro bien de distinto género, como por ejemplo, el elogio de la muchedumbre, cargos públicos, riqueza o disfrute de placeres.
Todas esas cosas, aunque parezcan momentáneamente armonizar con nuestra naturaleza, de pronto se imponen y nos desvían.
( III. 7)
Nunca estimes útil para ti lo que un día te forzará a transgredir el pacto, a renunciar al pudor, a odiar a alguien, a mostrarte receloso, a maldecir, a fingir, a desear algo que precisa paredes y cortinas.
Porque la persona que prefiere, ante todo, su propia razón, su divinidad y los ritos del culto debido a la excelencia de ésta, no representa tragedias, no gime, no precisa soledad ni tampoco aglomeraciones de gente. Lo que es más importante: vivirás sin perseguir ni huir.
Tanto si es mayor el intervalo de tiempo que va a vivir el cuerpo con el alma unido, como si es menor, no le importa en absoluto. Porque aun en el caso de precisar desprenderse de él, se irá tan resueltamente como si fuera a emprender cualquiera otra de sus tareas que pueden ejecutarse con discreción y decoro; tratando de evitar, en el curso de la vida entera, sólo eso, que su pensamiento se comporte de manera impropia de un ser dotado de inteligencia y sociable.
( III.9)
Venera la facultad intelectiva. En ella radica todo, para que no se halle jamás en tu guía interior una opinión inconsecuente con la naturaleza y con la disposición del ser racional. Ésta, en efecto, garantiza la ausencia de precipitación, la familiaridad con los hombres y la conformidad con los dioses.
( IV.3)
Se buscan retiros en el campo, en la costa y en el monte. Tú también sueles anhelar tales retiros.
Pero todo eso es de lo más vulgar, porque puedes, en el momento que te apetezca, retirarte en ti mismo. En ninguna parte un hombre se retira con mayor tranquilidad y más calma que en su propia alma; sobre todo aquel que posee en su interior tales bienes, que si se inclina hacia ellos, de inmediato consigue una tranquilidad total.
… Te resta, pues, tenlo presente, el refugio que se halla en este diminuto campo de ti mismo. Y por encima de todo, no te atormentes ni te esfuerces en demasía; antes bien, sé hombre libre y mira las cosas como varón, como hombre, como ciudadano, como ser mortal.
Y entre las máximas que tendrás a mano y hacia las que te inclinarás, figuren estas dos:
Una, que las cosas no alcanzan al alma, sino que se encuentran fuera, desprovistas de temblor, y las turbaciones surgen de la única opinión interior.
Y la segunda, que todas esas cosas que estás viendo, pronto se transformarán y ya no existirán.
( IV.12)
Hay que tener siempre a punto estas dos disposiciones:
Una, la de ejecutar exclusivamente aquello que la razón de tu potestad real y legislativa te sugiera para favorecer a los hombres.
Otra, la de cambiar de actitud, caso de que alguien se presente a corregirte y disuadirte de alguna de tus opiniones.
Sin embargo, preciso es que esta nueva orientación tenga siempre su origen en cierta convicción de justicia o de interés a la comunidad y los motivos inductores deben tener exclusivamente tales características, no lo que parezca agradable o popular.
( IV.17)
No actúes en la idea de que vas a vivir diez mil años. La necesidad ineludible pende sobre ti. Mientras vives, mientras es posible, sé virtuoso.
( IV.18)
Cuánto tiempo libre gana el que no mira qué dijo o pensó el vecino, sino exclusivamente qué hace él mismo, a fin de que su acción sea justa, santa o enteramente buena. No dirijas la mirada a negros caracteres, sino corre directo hacia la línea de meta sin desviarte.
( V. 6)
Existe cierto tipo de hombre que, cuando ha hecho un favor a alguien, está dispuesto también a cargarle en cuenta el favor; mientras que otra persona no está dispuesta a proceder así. Pero, con todo, en su interior, le considera como si fuera un deudor y es consciente de lo que ha hecho. Un tercero ni siquiera, en cierto modo, es consciente de lo que ha hecho, sino que es semejante a una vid que ha producido racimos y nada más reclama después de haber producido el fruto que le es propio, como el caballo que ha corrido, el perro que ha seguido el rastro de la pieza o la abeja que ha producido miel. Así, el hombre que hizo un favor, no persigue un beneficio, sino que lo cede a otro, del mismo modo que la vid se aplica a producir nuevos racimos a su debido tiempo…
( V. 9)
No te disgustes, ni desfallezcas, ni te impacientes, si no te resulta siempre factible actuar de acuerdo con rectos principios. Por el contrario, cuando has sido rechazado, reemprende la tarea con renovado ímpetu y date por satisfecho si la mayor parte de tus acciones son bastante más humanas y ama aquello a lo que de nuevo encaminas tus pasos…
Recuerda también que la filosofía sólo quiere lo que tu naturaleza quiere, mientras tú querías otra cosa no acorde con la naturaleza. Porque, ¿qué cosa es más agradable que esto?, ¿no nos seduce el placer por su atractivo?
Mas examina si es más agradable la magnanimidad, la libertad, la sencillez, la benevolencia, la santidad. ¿Existe algo más agradable que la propia sabiduría, siempre que consideres que la estabilidad y el progreso proceden en todas las circunstancias de la facultad de la inteligencia y de la ciencia?
( V. 23)
… Casi nada persiste y muy cerca está este abismo infinito del pasado y del futuro, en el que todo se desvanece. ¿Cómo, pues, no va a estar loco el que en estas circunstancias se enorgullece, se desespera o se queja en base a que sufrió alguna molestia cierto tiempo e incluso largo tiempo.
( V.24)
Recuerda la totalidad de la sustancia, de la que participas mínimamente, y la totalidad del tiempo, del que te ha sido asignado un intervalo breve e insignificante, y del destino, del cual, ¿qué partes ocupas?
( V.29)
…mientras nada semejante me eche fuera, permanezco libre y nadie me impedirá hacer lo que quiero. Y yo quiero lo que está de acuerdo con la naturaleza de un ser vivo racional y sociable.
( VI. 2)
Sea indiferente para ti pasar frío o calor, si cumples con tu deber, pasar la noche en vela o saciarte de dormir, ser criticado o elogiado, morir o hacer otra cosa.
Pues una de las acciones de la vida es también aquella por la cual morimos. En efecto, basta también para este acto “disponer bien el presente”.
(VI. 16)
… mas el respeto y la estima a tu propio pensamiento harán de ti un hombre satisfecho contigo mismo, perfectamente adaptado a los que conviven a tu lado y concordante con los dioses, esto es, un hombre que ensalza cuanto aquéllos reparten y han asignado.
( VI.30)
¡Cuidado! No te conviertas en un César, no te tiñas siquiera, porque suele ocurrir. Mantente, por tanto, sencillo, bueno, puro, respetable, sin arrogancia, amigo de lo justo, piadoso, benévolo, afable, firme en el cumplimiento del deber. Lucha por conservarte tal cual la filosofía ha querido hacerte. Respeta a los dioses, ayuda a salvar a los hombres. Breve es la vida. El único fruto de la vida terrena es una piadosa disposición y actos útiles a la comunidad.
En todo, procede como discípulo de Antonino (Pío); su constancia en obrar conforme a la razón, su ecuanimidad en todo, la serenidad de su rostro, la ausencia en él de vanagloria, su afán en lo referente a la comprensión de las cosas. Y recuerda cómo él no habría omitido absolutamente nada sin haberlo comprendido con claridad; y cómo soportaba sin replicar a los que le censuraban injustamente; y cómo no aceptaba las calumnias; y cómo era escrupuloso indagador de las costumbres y de los hechos; pero no era insolente, ni le atemorizaba el alboroto, ni era desconfiado, ni charlatán. Y cómo tenía bastante con poco, para su casa, por ejemplo, para su lecho, para su vestido, para su alimentación, para su servicio; y cómo era diligente y animoso; y capaz de aguantar en la misma tarea hasta el atardecer, gracias a su dieta frugal, sin tener necesidad de evacuar los residuos fuera de la hora acostumbrada; y su firmeza y uniformidad en la amistad; y su capacidad de soportar a los que se oponían sinceramente a sus opiniones y de alegrarse, si alguien le mostraba algo mejor; y cómo era respetuoso con los dioses sin superstición, para que así te sorprenda, como a él, la última hora con buena conciencia.
( VI.32)
Soy un compuesto de alma y cuerpo. Por tanto, para el cuerpo todo es indiferente, pues no es capaz de distinguir; pero al espíritu le son indiferentes cuantas actividades no le son propias, y, en cambio, cuantas actividades le son propias, todas ellas están bajo su dominio. Y, a pesar de esto, sólo la actividad presente le preocupa, pues sus actividades futuras y pasadas le son también, desde este momento, indiferentes.
( VI. 33)
No es contrario a la naturaleza ni el trabajo de la mano ni tampoco el del pie, en tanto el pie cumpla la tarea propia del pie, y la mano, la de la mano. Del mismo modo, pues, tampoco es contrario a la naturaleza el trabajo del hombre, como hombre, en tanto cumpla la tarea propia del hombre. Y, si no es contrario a su naturaleza, tampoco le envilece.
( VI. 41)
En cualquier cosa de las ajenas a tu libre voluntad, que consideres buena o mala para ti, es inevitable que, según la evolución de tal daño o la pérdida de semejante bien, censures a los dioses y odies a los hombres como responsables de tu caída o privación, o como sospechosos de serlo.
También nosotros cometemos muchas injusticias a causa de las diferencias respecto a esas cosas.
Pero en el caso de que juzguemos bueno y malo únicamente lo que depende de nosotros, ningún motivo nos queda para inculpar a los dioses ni para mantener una actitud hostil frente a los hombres.
( VI. 47)
Medita sin cesar en la muerte de hombres de todas clases, de todo tipo de profesiones y de toda suerte de razas… ¿Qué tiene, pues, de terrible esto para ellos? ¿Y qué tiene de terrible para los que en absoluto son nombrados?
Una sola cosa merece aquí la pena: pasar la vida en compañía de la verdad y de la justicia, y ser benévolo con los mentirosos y con los injustos.
( VI.51)
El que ama la fama considera bien propio la actividad ajena; el que ama el placer, su propia afección; el hombre inteligente, en cambio, su propia actividad.
( VII.15)
Dígase o hágase lo que se quiera, mi deber es ser bueno. Como si el oro, la esmeralda o la púrpura dijeran siempre eso: “Hágase o dígase lo que se quiera, mi deber es ser esmeralda y conservar mi propio color”.
( VII.20)
Una cosa me inquieta, el temor a que haga algo que mi constitución de hombre no quiere, o de manera que no quiere, o lo que ahora no quiere.
( VII. 22)
Propio del hombre es amar incluso a los que tropiezan.
Y eso se consigue , en cuanto se te ocurra pensar que son tus familiares, y que pecan por ignorancia y contra su voluntad, y que, dentro de poco, ambos estaréis muertos y que, ante todo, no te dañó, puesto que no hizo a tu guía interior peor de lo que era antes.
( VII. 26)
Cada vez que alguien cometa una falta contra ti, medita al punto qué concepto del mal o del bien tenía al cometer dicha falta. Porque, una vez que hayas examinado eso, tendrás compasión de él y ni te sorprenderás, ni te irritarás con él. Ya que comprenderás tú también el mismo concepto del bien que él, u otro similar. En consecuencia, es preciso que le perdones.
Pero aun si no llegas a compartir su concepto del bien y del mal, serás más fácilmente benévolo con su extravío.
( VII. 41)
Haz resplandecer en ti la sencillez, el pudor y la indiferencia en lo relativo a lo que es intermedio entre la virtud y el vicio. Ama al género humano. Sigue a Dios. Aquél (Demócrito) dice: “Todo es convencional, y en realidad sólo existen los elementos”. Y basta recordar que no todas las cosas son convencionales, sino demasiado pocas.
( VII. 46)
“Pero, mi buen amigo, mira si la nobleza y la bondad no serán otra cosa que salvar a los demás y salvarte a ti mismo. Porque no debe el hombre que se precie de serlo preocuparse de la duración de la vida, tampoco debe tener excesivo apego a ella, sino confiar a la divinidad estos cuidados y dar crédito a las mujeres cuando afirman que nadie podría evitar el destino. La obligación que le incumbe es examinar de qué modo, durante el tiempo que vaya a vivir, podrá vivir mejor”.
( VII.55)
No pongas tu mirada en guías interiores ajenos, antes bien, dirige tu mirada directamente al punto donde te conduce la naturaleza del conjunto universal por medio de los sucesos que te acontecen, y la tuya propia por las obligaciones que te exige. Cada uno debe hacer lo que corresponde a su constitución… pero los seres racionales han sido constituidos para ayudarse mutuamente.
En consecuencia, lo que prevalece en la constitución humana es la sociabilidad. En segundo lugar, la resistencia a las pasiones corporales, pues es propio del movimiento racional e intelectivo marcarse límites y no ser derrotado nunca ni por el movimiento sensitivo ni por el instintivo. Pues ambos son de naturaleza animal, mientras que el movimiento intelectivo quiere prevalecer y no ser subyugado por aquéllos. En tercer lugar, en la constitución racional no se da la precipitación ni la posibilidad de engaño. Así pues, el guía interior, que posee estas virtudes, cumpla su tarea con rectitud, y posea lo que le pertenece.
( VII .59)
Cava en tu interior. Dentro se halla la fuente del bien, y es una fuente capaz de brotar continuamente, si no dejas de excavar.
(VII. 61)
El arte de vivir se asemeja más a la lucha que a la danza en lo que se refiere a estar firmemente dispuesto a hacer frente a los accidentes incluso imprevistos.
(VII. 74)
Nadie se cansa de recibir favores, y la acción de favorecer está de acuerdo con la naturaleza. No te canses, pues, de recibir favores al mismo tiempo que tú los haces.
( VIII. 1)
… Has comprobado en cuántas cosas anduviste sin rumbo, y en ninguna parte hallaste la vida feliz, ni en las argumentaciones lógicas, ni en la riqueza, ni en la gloria, ni en el goce, en ninguna parte. ¿Dónde radica, entonces? En hacer lo que quiere la naturaleza humana.
¿Cómo conseguirlo? Con la posesión de los principios de los cuales dependen los instintos y las acciones.
¿Qué principios? Los concernientes al bien y al mal, en la convicción de que nada es bueno para el hombre, si no le hace justo, sensato, valiente, libre; como tampoco nada es malo, si no produce los efecto contrarios a lo dicho.
( VIII. 3)
Alejandro (Magno), César y Pompeyo ¿qué fueron en comparación con Diógenes, Heráclito y Sócrates? Éstos vieron cosas, sus causas, sus materias, y sus principios guías eran autosuficientes; pero aquéllos, ¡cuántas cosas ignoraban, de cuántas cosas eran esclavos!
( VIII. 5)
En primer lugar, no te confundas; pues todo acontece de acuerdo con la naturaleza del conjunto universal, y dentro de poco tiempo no serás nadie en ninguna parte, como tampoco son nadie Adriano ni Augusto. Luego, con los ojos fijos en tu tarea, indágala bien y teniendo presente que tu deber es ser hombre de bien, y lo que exige la naturaleza del hombre, cúmplelo sin desviarte y del modo que te parezca más justo: sólo con benevolencia, modestia y sin hipocresía.
( VIII. 7)
Toda naturaleza está satisfecha consigo misma cuando sigue el buen camino. Y sigue el buen camino la naturaleza racional cuando en sus imaginaciones no da su asentimiento ni a lo falso ni a lo incierto y, en cambio, encauza sus instintos sólo a acciones útiles a la comunidad, cuando se dedica a desear y detestar aquellas cosas que dependen exclusivamente de nosotros, y abraza todo lo que le asigna la naturaleza común. Pues es una parte de ella, al igual que la naturaleza de la hoja es parte de la naturaleza de la planta, con la excepción de que en este caso, la naturaleza de la hoja es parte de una naturaleza insensible, desprovista de razón y capaz de ser obstaculizada, mientras que la naturaleza del hombre es parte de una naturaleza libre de obstáculos, inteligente y justa, si es que naturalmente distribuye a todos con equidad y según el mérito, su parte de tiempo, sustancia, causa, energía, accidente. Advierte, sin embargo, que no encontrarás equivalencia en todo, si pones en relación una sola cosa con otra sola, pero sí la encontrarás, si comparas globalmente la totalidad de una cosa con el conjunto de otra.
( VIII. 8)
No te es posible leer. Pero sí puedes contener tu arrogancia; puedes estar por encima del placer y del dolor; puedes menospreciar la vanagloria; puedes no irritarte con insensatos y desgraciados, incluso más, puedes preocuparte de ellos.
( VIII. 19)
Cada cosa nació con una misión, así el caballo, la vid. ¿Por qué te asombras? También el Sol, dirá: “He nacido para una función, al igual que los demás dioses”. Y tú, ¿para qué? ¿Para el placer? Mira si es tolerable la idea.
( VIII. 26)
Lo dicho del hombre consiste en hacer lo que es propio del hombre. Y es propio del hombre el trato benevolente con sus semejantes, el menosprecio de los movimientos de los sentidos, el discernir las ideas que inspiran crédito, la contemplación de la naturaleza del conjunto universal y de las cosas que se producen de acuerdo con ella.
( VIII. 33)
Recibir sin orgullo, desprenderse sin apego.
( VIII. 39)
En la constitución de un ser racional no veo virtud rebelde a la justicia, pero sí veo la templanza contra el placer.
( VIII. 43)
Uno se alegra de una manera, otro de otra.
En cuanto a mí, si tengo sano mi guía interior, me alegro de no rechazar a ningún hombre ni nada de lo que a los hombres acontece; antes bien, de mirar todas las cosas con ojos benévolos y aceptando y usando cada cosa de acuerdo con su mérito.
( VIII. 44)
Procura acoger con agrado para ti mismo el tiempo presente. Los que más persiguen la fama póstuma no calculan que ellos van a ser iguales que éstos a los que importunan. También ellos serán mortales. ¿Y qué significa para ti, en suma, que aquellos repitan tu nombre con tales voces o que tengan de ti tal opinión?
( VIII. 46)
A ningún hombre puede acontecer algo que no sea accidente humano, ni a un buey algo que no sea propio del buey, ni a una viña algo que no sea propio de la viña, ni a una piedra lo que no sea propio de la piedra. Luego si a cada uno le acontece lo que es habitual y natural, ¿por qué vas a molestarte? Porque nada insoportable te aportó la naturaleza común.
( VIII. 47)
Si te afliges por alguna causa externa, no es ella lo que te importuna, sino el juicio que tú haces de ella. Y borrar este juicio, de ti depende. Pero si te aflige algo que radica en tu disposición, ¿quién te impide rectificar tu criterio? Y de igual modo, si te afliges por no ejecutar esta acción que te parece sana, ¿por qué no la pones en práctica en vez de afligirte?
“Me lo dificulta un obstáculo superior”. No te aflijas, pues, dado que no es tuya la culpa de que no lo ejecutes. “Mas no merezco vivir si no lo ejecuto”. Vete, pues, de la vida apaciblemente, de la manera que muere el que cumple su cometido, indulgente con los que te ponen obstáculos.
( VIII. 48)
Ten presente que el guía interior llega a ser inexpugnable, siempre que, concentrado en sí mismo, se conforme absteniéndose de hacer lo que no quiere, aunque se oponga sin razón. ¿Qué, pues, ocurrirá, cuando reflexiva y atentamente formules algún juicio? Por esta razón, la inteligencia libre de pasiones es una ciudadela. Porque el hombre no dispone de ningún reducto más fortificado en el que pueda refugiarse y ser en adelante imposible de expugnar. En consecuencia, el que no se ha dado cuenta de eso es un ignorante; pero quien se ha dado cuenta y no se refugia en ella es un desdichado.
( VIII. 56)
Para mi facultad de decisión es tan indiferente la facultad decisoria del vecino como su hálito vital y su carne. Porque, a pesar de que especialmente hemos nacido los unos para los otros, con todo, nuestro individual guía interior tiene su propia soberanía.
Pues, en otro caso, la maldad del vecino iba a ser ciertamente mal mío, cosa que no estimó oportuna Dios, a fin de que no dependiera de otro el hacerme desdichado.
( IX. 1)
… Por consiguiente está claro que comete una impiedad todo el que no permanece indiferente respecto al pesar y al placer, a la fama y a la infamia, cosas que usa indistintamente la naturaleza del conjunto universal.
Y afirma que la naturaleza común usa indistintamente estas cosas en vez de acontecer éstas por mero azar, según la sucesión de lo que acontece; y sobrevienen debido a un primer impulso de la Providencia, según la cual, desde un principio, emprendió esta organización actual del mundo mediante la combinación de ciertas razones de las cosas futuras y señalando las potencias generatrices de las sustancias, las transformaciones y sucesiones de esta índole.
( IX. 2)
Propio de un hombre bastante agraciado sería salir de entre los hombres sin haber gustado la falacia, y todo tipo de hipocresía, molicie y orgullo.
Pero expirar, una vez saciado de estos vicios, sería una segunda tentativa para navegar.
¿Continúas prefiriendo estar asentado en el vicio y todavía no te incita la experiencia a huir de tal peste? Pues la destrucción de la inteligencia es una peste mucho mayor que una infección y alteración semejante de este aire que está esparcido en torno nuestro. Porque esta peste es propia de los seres vivos, en cuanto son animales; pero aquélla es propia de los hombres en cuanto son hombres.
( IX. 3)
No desdeñes la muerte; antes bien, acógela gustosamente, en la convicción de que ésta también es una de las cosas que la naturaleza quiere.
Porque cual es la juventud, la vejez, el crecimiento, la plenitud de la vida, el salir los dientes, la barba, las canas, la fecundación, la preñez, el alumbramiento y las demás actividades naturales que llevan las estaciones de la vida, tal es también tu propia disolución.
Por consiguiente es propio de un hombre dotado de razón comportarse ante la muerte no con hostilidad, ni con vehemencia, ni con orgullo, sino aguardarla como una más de las actividades naturales. Y, al igual que tú aguardas el momento en que salga del vientre de tu mujer el recién nacido, así también aguarda la hora en que tu alma se desprenderá de esa envoltura…
( IX. 7)
Borrar la imaginación, contener el instinto, apagar el deseo, conservar en ti el guía interior.
( IX. 16)
No radica el mal y el bien en el sufrimiento, sino en la actividad del ser racional y social, como tampoco su excelencia y su defecto están en el sufrimiento, sino en la acción.
( IX. 17)
A la piedra arrojada hacia lo alto, ni la perjudica el descenso ni tampoco el ascenso.
( IX. 27)
Siempre que otro te vitupere, odie, o profieran palabras semejantes, penetra en sus pobres almas, adéntrate en ellas y observa qué clase de gente son.
Verás que no debes angustiarte por lo que esos piensen de ti.
Sin embargo, hay que ser benevolente con ellos, porque son, por naturaleza, tus amigos. E incluso los dioses les dan ayuda total, por medio de sueños, oráculos, para que, a pesar de todo consigan aquellas cosas que motivan en ellos desavenencias.
( IX. 31)
Imperturbabilidad con respecto a lo que acontece como resultado de una causa exterior y justicia en las cosas que se producen por una causa que de ti proviene. Es decir, instintos y acciones que desembocan en el mismo objetivo: obrar de acuerdo con el bien común, en la convicción de que esta tarea es acorde con tu naturaleza.
( IX. 32)
Puedes acabar con muchas cosas superfluas, que se encuentran todas ellas en tu imaginación. Y conseguirás desde este momento un inmenso amplio campo para ti, abarcando con el pensamiento todo el mundo, reflexionando sobre el tiempo infinito y pensando en la rápida transformación de cada cosa en particular, cuán breve es el tiempo que separa el nacimiento de la disolución, cuán inmenso el período anterior al nacimiento y cuán ilimitado igualmente el período que seguirá a la disolución.
( IX. 33)
Todo cuanto ves, muy pronto será destruido y los que han visto la destrucción dentro de muy poco serán también destruidos; y el que murió en la vejez extrema acabará igual que el que murió prematuramente.
( IX. 40)
O nada pueden los dioses o tienen poder. Si efectivamente no tienen poder, ¿por qué suplicas? Y si lo tienen, ¿por qué no les pides precisamente que te concedan el no temer nada de eso, ni desear nada de eso, ni afligirte por ninguna de esas cosas, antes que pedirles que no sobrevenga o sobrevenga alguna de esas cosas? Porque, sin duda, si pueden colaborar con los hombres, también en eso pueden colaborar. Pero posiblemente dirás: “En mis manos los dioses depositaron esas cosas”. Entonces, ¿no es mejor usar lo que está en tus manos con libertad que disputar con esclavitud y torpeza con lo que no depende de ti? ¿Y quién te ha dicho que los dioses no cooperan tampoco en las cosas que dependen de nosotros?
Empieza, pues, a suplicarles acerca de estas cosas, y verás.
Éste les pide:”¿Cómo conseguiré acostarme con aquélla?” Tú: “¿Cómo dejar de desear acostarme con aquélla?” Otro: “¿Cómo me puedo librar de ese individuo?” Tú: “¿Cómo no desear librarme de él?” Otro: “¿Cómo no perder mi hijito?” Tú: “¿Cómo no sentir miedo de perderlo?” En suma, cambia tus súplicas en este sentido y observa los resultados.
( IX. 41)
Epicuro, dice: “En el curso de mi enfermedad no tenía conversaciones acerca de mis sufrimientos corporales, ni con mis visitantes, añade, tenía charlas de este tipo, sino que seguía ocupándome de los principios relativos a asuntos naturales, y, además de eso, de ver cómo la inteligencia, si bien participa de las conmociones que afectan a la carne, sigue imperturbable atendiendo a su propio bien; tampoco daba a los médicos, afirma, oportunidad de pavonearse de su aportación, sino que mi vida discurría feliz y noblemente.
En consecuencia, procede, igual que aquél, en la enfermedad, si enfermas, y en cualquier otra circunstancia…
( X. 3)
Todo lo que acontece, o bien acontece de tal modo que estás capacitado por naturaleza para soportarlo, o bien te hallas sin dotes naturales para soportarlo.
Si, pues, te acontece algo que por naturaleza puedes soportar, no te molestes; al contrario, ya que tienes dotes naturales, sopórtalo. Pero si te acontece algo que no puedes por naturaleza soportar, tampoco te molestes, pues antes te consumirá. Sin embargo, ten presente que tienes dotes naturales para no soportar todo aquello acerca de lo cual depende de tu opinión hacerlo soportable y tolerable, en la idea de que es interesante para ti y te conviene obrar así.
( X. 28)
Imagínate que todo aquel que se aflige por cualquier cosa, o que de mal talante la acoge, se asemeja a un cochinillo al sacrificarle, que cocea y gruñe.
Igual procede también el hombre que se lamenta, a solas y en silencio, de nuestras ataduras sobre un pequeño lecho. Piensa también que tan sólo al ser racional se la ha concedido la facultad de acomodarse de buen grado a los acontecimientos y acomodarse, a secas, es necesario a todos.
( X. 30)
Siempre que tropieces con un fallo de otro, al punto cambia de lugar y piensa qué falta semejante tú cometes; por ejemplo, al considerar que el dinero es un bien, o el placer, o la fama, o bien otras cosas de este estilo. Porque si te aplicas a esto, rápidamente olvidarás el enojo, al caer en la cuenta de que se ve forzado. Pues, ¿qué va a hacer? O bien, si puedes, libérale de la violencia.
(X. 32)
A nadie le sea posible decir de ti con verdad que no eres hombre sencillo y bueno. Por el contrario, mienta todo el que imagine algo semejante de ti. Y todo esto de ti depende. Pues, ¿quién te impide ser sencillo y bueno?
Tú toma sólo la decisión de no seguir viviendo, si no logras ser un hombre así, pues la razón no te coacciona a vivir, si no reúnes estas cualidades.
( X. 35)
Es preciso que el ojo sano vea todo lo visible y no diga:”quiero que eso sea verde.” Porque esto es propio de un hombre aquejado de oftalmía.
Y el oído y el olfato sanos deben estar dispuestos a percibir todo sonido y todo olor. Y el estómago sano debe comportarse igual respecto a todos los alimentos, como la muela con respecto a todas las cosas que le han sido dispuestas para moler. Por consiguiente, también la inteligencia sana debe estar dispuesta a afrontar todo lo que le sobrevenga. Y la que dice: “Sálvense mis hijos” y “alaben todos lo que haga” es un ojo que busca lo verde, o dientes que reclaman lo tierno.
(XI. 1)
….Propio también del alma racional es amar al prójimo, como también la verdad y el pudor, y no sobrestimar nada por encima de sí misma, característica también propia de la ley. Por tanto, como es natural, en nada difieren la recta razón y la razón de la justicia.
( XI. 5)
¿Cuál es tu oficio (deber)? Ser bueno. Y ¿cómo se consigue serlo, sino mediante las reflexiones, unas sobre la naturaleza del conjunto universal, y otras, sobre la constitución peculiar del hombre?
(XI.19)
Principalmente debemos guardarnos sin cesar de cuatro desviaciones del guía interior; y cuando las descubras, debes apartarlas hablando con cada una de ellas en estos términos:
“Esta idea no es necesaria, ésta es disgregadora de la sociedad, esta otra que vas a manifestar no surge de ti mismo”. Porque manifestar lo que no proviene de ti mismo, considéralo entre las cosas más absurdas. Y la cuarta desviación, por la que te reprocharás a ti mismo, consiste en que la parte más divina que se halla en ti, esté sometida e inclinada a la parte menos valiosa y mortal, la de tu cuerpo y sus rudos placeres.
( XI. 21)
Quien no tiene un solo e idéntico objetivo en la vida, es imposible que persista durante toda ella único e idéntico. No basta lo dicho, si no añades eso: ¿Cuál debe ser ese objetivo? Porque, del mismo modo que no es igual la opinión relativa a todas las cosas que parecen, en cierto modo, buenas al vulgo, sino únicamente acerca de algunas, como, por ejemplo, las referentes a la comunidad, así también hay que proponerse como objetivo el bien común y ciudadano.
Porque quien encauza todos sus impulsos particulares a ese objetivo, corresponderá con acciones semejantes, y según eso, siempre será el mismo.
( XI. 26)
En los escritos de los epicúreos se encontraba una máxima “recordar constantemente a cualquiera de los antiguos que haya practicado la virtud”.
(XII. 1)
Todos los objetivos que deseas alcanzar en tu progreso puedes ya tenerlos si no te los regateas a ti mismo y por recelos. Es decir: caso de que abandones todo el pasado, confíes a la Providencia el porvenir y endereces el presente hacia la piedad y la justicia exclusivamente.
Hacia la piedad, para que ames el destino que te ha sido asignado, pues la naturaleza te lo deparaba y tú eras el destinatario de esto.
Hacia la justicia, a fin de que libremente y sin artilugios digas la verdad y hagas las cosas conforme a la ley y de acuerdo con su valor. No te obstaculice ni la maldad ajena, ni su opinión, ni su palabra, ni tampoco la sensación de la carne que recubre tu cuerpo. Pues eso incumbirá al cuerpo paciente. Si, pues, en el momento en que llegues a la salida, dejas todo lo demás y honras exclusivamente a tu guía interior y a la divinidad ubicada en ti; si temes no el poner fin un día a tu vida, sino el hecho de no haber empezado nunca a vivir conforme a la naturaleza, serás un hombre digno del mundo que te engendró y dejarás de ser un extraño a tu patria y dejarás también de admirar como cosas inesperadas los sucesos cotidianos, y de estar pendiente de esto y de aquello.
( XII. 3)
Tres son las cosas que integran tu composición: cuerpo, hálito vital (alma), inteligencia. De ésas, dos te pertenecen, en la medida en que debes ocuparte de ellas. Y sólo la tercera es propiamente tuya. Caso de que tú apartes de ti mismo, esto es, de tu pensamiento, cuanto otros hacen o dicen, o cuanto tú mismo hiciste o dijiste y cuanto como futuro te turba y cuanto, sin posibilidad de elección, está vinculado al cuerpo que te rodea o a tu hálito connatural, y todo cuanto el torbellino que fluye desde el exterior voltea, de manera que tu fuerza intelectiva, liberada del destino, pura, sin ataduras pueda vivir practicando por sí misma la justicia, aceptando los acontecimientos y profesando la verdad; si tú, repito, separas de este guía interior todo lo que depende de la pasión, lo futuro y lo pasado, y te haces a ti mismo, como Empédocles “una esfera redonda ufana de su estable redondez”, y te ocupas en vivir exclusivamente lo que vives, a saber, el presente, podrás al menos vivir el resto de tu vida hasta la muerte, sin turbación, benévolo y propicio con tu divinidad interior.
( XII. 5)
¡Cómo los dioses que un día dispusieron en orden todas las cosas sabia y amorosamente para el hombre pudieron descuidar sólo este detalle, a saber, que algunos hombres extremadamente buenos, después de haber establecido con la divinidad como muchísimos pactos y después que, gracias a su piadosa actuación y a sus sagrados cultos, fueron por mucho tiempo connaturales a la divinidad, una vez que han muerto, ya no retornan de nuevo, sino que se han extinguido para siempre!
Y si, efectivamente, es eso así, sábete bien que si hubiera sido preciso proceder de otro modo, lo habrían hecho. Porque si hubiera sido justo, habría sido también posible, y, si acorde con la naturaleza, la naturaleza lo habría procurado. Precisamente porque no es así, si es que ciertamente no es así, convéncete de que no es preciso que suceda de este modo. Porque tú mismo ves también que al pretender eso pleiteas con la divinidad, y no dialogaríamos así con los dioses, de no ser ellos muy buenos y muy justos. Y si esto es así no habrían permitido que quedara descuidado injustamente y sin razón nada perteneciente al orden del mundo.
( XII. 13)
Cuán ridículo y extraño es el hombre que se admira de cualquier cosa que acontece en la vida.
(XII. 16)
… El que no admite que el malvado comete faltas, se asemeja al que no acepta que la higuera lleve leche en los higos, que los recién nacidos lloren, que el caballo relinche y cuantas otras cosas son inevitables. ¿Qué puede suceder cuando uno tiene una disposición tal? Si en efecto eres vehemente, cuida esa manera de ser.
( XII. 20)
En primer lugar, no hacer nada al azar, ni tampoco sin un objetivo final. En segundo lugar, no encauzar tus acciones a otro fin que no sea el bien común.
(XII. 21)
Que dentro de no mucho tiempo nadie serás en ninguna parte, ni tampoco verás ninguna de esas cosas que ahora estás viendo, ni ninguna de esas personas que en la actualidad viven. Porque todas las cosas han nacido para transformarse, alterarse y destruirse, a fin de que nazcan otras a continuación.
( XII. 26)
Siempre que te molestas por algo, olvidas que todo se produce de acuerdo con la naturaleza del conjunto universal, y también que la falta es ajena, y, además, que todo lo que está sucediendo, así siempre sucedía y sucederá, y ahora por doquier sucede. ¡Cuánto es el parentesco del hombre con todo el género humano!; que no procede el parentesco de sangre o germen, sino de la comunidad de inteligencia. Y olvidaste asimismo que la inteligencia de cada uno es un dios y dimana de la divinidad. Que nada es patrimonio particular de nadie; antes bien, que hijos, cuerpo y también la misma alma ha venido de Dios. Olvidaste también que todo es opinión; que cada uno vive únicamente el momento presente, y eso es lo que pierde.
( XII. 32)
¿Qué pequeña parte del tiempo ilimitado y abismal se ha asignado a cada uno? Pues rapidísimamente se desvanece en la eternidad. ¿Y qué pequeña parte del conjunto de la sustancia, y qué ínfima también del conjunto del alma? ¿Y en qué diminuto terrón del conjunto de la tierra te arrastras? Considera todas esas cosas e imagina que nada es importante, sino actuar como tu naturaleza indica y experimentarlo como la naturaleza común conlleva.
( XII. 34)
Lo que más incita a despreciar la muerte es el hecho de que los que juzgan el placer un bien y el dolor un mal, la despreciaron, sin embargo, también. (Se refiere a los epicúreos).
( XII. 36)
¡Buen hombre, fuiste ciudadano en esta gran ciudad! ¿Qué te importa, si fueron cinco o tres años? Porque lo que es conforme a las leyes, es igual para todos y cada uno. ¿Por qué, pues, va a ser terrible que te destierre de la ciudad, no un tirano, ni un juez injusto, sino la naturaleza que te introdujo?... Porque fija el término aquél que un día fue responsable de tu composición, y ahora lo es de tu disolución. Tú eres irresponsable en ambos casos. Vete, pues, con ánimo propicio, porque el que te libera también te es propicio.
(Marco Aurelio. Meditaciones. Introducción de Carlos García Gual. Traducción de Ramón Bach Pellicer. Edit. Planeta DeAgostini).
Segovia, 15 de julio del 2023
Juan Barquilla Cadenas.