VALERIO MÁXIMO: “DICHOS Y HECHOS MEMORABLES”
Valerio Máximo es un escritor romano del que apenas hay noticias de su vida.
Pero del análisis interno de numerosos pasajes de la obra y especialmente del prefacio tenemos la certeza total de que vivió en tiempos de Tiberio y de que, al menos el libro IX, lo publicó tras la muerte de Sejano (prefecto del pretorio del emperador Tiberio), por lo tanto, después de los últimos meses del año 31 d. de C.
En el libro II 6,8 dice hallarse en la isla de Ceos acompañando a Sexto Pompeyo en su viaje a Asia. De este cónsul sabemos que compartió el cargo con Sexto Apuleyo el año 14 d. de C., tras la muerte de Augusto, tal como lo relata el historiador Tácito.
En el libro IX 4, elogia con vehemencia la ejecución de Sejano, que tuvo lugar el año 31 d. de C. y lo condena, ¡sin nombrarlo!
Esto confirma que la publicación de la obra, al menos del libro IX, es posterior a esta fecha y que hasta el último momento se mantuvo firme en la adulación a Tiberio.
Su obra, distribuida en nueve libros, se titula “Dichos y hechos memorables”, y en ella elogia no ya el “principado” como forma de gobierno, sino las virtudes que adornan al “príncipe”.
En la obra no se da pie a aceptar, sin más, una crisis de identidad del mundo romano en el siglo primero del Imperio, sino una mera secuencia, un episodio más de los males que aquejan al pueblo romano desde finales de la República (31 a. de C.).
Salustio (86 a. de C. -34 a. de C.) señalaba ya la pérdida de virtudes y los vicios de los gobernantes para proponer soluciones morales.
En la “Conjuración de Catilina” 20 y en la “Guerra de Yugurta” 81, 1 alude reiteradamente a la avaricia de los gobernantes y a la injusticia con el pueblo y a la pasión por mandar entre otros vicios.
Tito Livio (64 a. de C. – 17 d. de C.) advertía en el prefacio de su obra que “Roma ya no podía soportar ni los males ni los remedios”.
Tácito (55 d. de C. -120 d. de C.) en la “Vida de Agrícola”, a propósito de la revuelta de los Britanos dice otro tanto. En el capítulo 15 alude a toda suerte de tropelías de los romanos, que practicaban de manera asidua la “lubido” y la “cupiditas”.
Oportunamente señala que los motivos de la guerra para los Britanos eran la patria, las esposas y los hijos, mientras que para los romanos eran la “lujuria” y la “avaricia”.
En esta trayectoria de reflexión moral es donde hemos de encuadrar la obra de Valerio Máximo y donde los retratos de todos los personajes históricos, especialmente los más relevantes y los más recientes como Escipión Emiliano, Sila, Catón de Útica, César, Pompeyo, y Augusto, entre los romanos, y Alejandro Magno y Aníbal entre los extranjeros, sirven para extraer consecuencias morales, propugnar valores educativos y formar un modelo de ciudadano ideal, que no distaba mucho del modelo de Virgilio, Horacio o Tito Livio, propuesto en el siglo anterior.
Los especialistas en literatura latina han olvidado, cuando no despreciado, la obra de Valerio Máximo, “ese rétor sin valor científico en el que una retórica vulgar de exclamaciones e interrogaciones suplen el talento”, dice J. Bayet. Otro tanto cabe decir de los manuales de literatura latina de uso corriente.
Pero B. Kytzler dice: “Podría extraerse de esta obra más de lo que se ha hecho hasta el momento”.
En el prefacio, verdadero programa de su forma de entender la Historia y la utilidad de la misma, el autor justifica los “Hechos y dichos memorables” con el argumento de librar al lector de la ardua tarea de tener que buscar directamente el material que otros muchos autores han suministrado y que él dice haber consultado.
…La colección de “ejemplos” (exempla) responde también a una tendencia dominante en el siglo I del Imperio, la del “enciclopedismo”, entendido no sólo como la aparición de numerosas obras relacionadas con distintos campos del saber (astronomía, arquitectura, geografía, ciencias naturales, medicina, etc.), sino también (relacionados) con el contenido mismo de la enseñanza practicada en las escuelas de retórica.
El advenimiento del nuevo régimen trajo consigo la conciencia de un Imperio territorialmente desconocido y de vivir un momento histórico que requería un inventario etnográfico, geográfico y también de personas e instituciones que, a modo de símbolo, dieran cohesión y estabilidad al régimen basándose en la grandeza del pasado y del rico y variado presente.
…En esta época existe un verdadero fervor por el culto a la imagen, ya sea literaria ( “Imágines” de Varrón), o bien escultórica (las imágenes que Augusto había colocado en el foro que lleva su nombre).
La obra de Valerio Máximo aporta a los rétores un “corpus” de noticias literarias, geográficas, históricas y morales del pasado de Roma y de los pueblos foráneos, y también nos ofrece un cuadro de los contenidos doctrinales en el mundo escolar y del interés social por conocer las figuras y hechos más relevantes de la Historia en cuanto pueden servir de cohesión y estabilidad al nuevo régimen.
El objetivo del conjunto de la obra es la figura histórica de Tiberio como paradigma del “príncipe” que sabe favorecer la virtud y castigar los vicios, además de asegurar la paz y el orden.
Los “Hechos y dichos memorables” hemos de juzgarlos, pues, no como una obra histórica convencional, a la manera de las monografías o de las historias generales de Livio, Pompeyo Trogo o Veleyo Patérculo, sino como un tratado técnico que ofrece una exhaustiva colección de “exempla” (ejemplos): 931 aunque algunos en realidad son dobles.
Y, si bien es verdad que no hay un criterio selectivo claro que explique las razones de la elección, todos tienen en común la referencia a los grandes personajes de la historia romana circunscritos temporalmente entre Rómulo y el emperador Tiberio, como cerrando el círculo histórico, en una concepción cíclica del devenir que comparte también Veleyo Patérculo.
Emplea el término “digerere” con el significado de clasificar el “corpus” de ejemplos dentro del marco de una serie de virtudes.
De manera global, Valerio Máximo propone un cuadro de las “virtudes cardinales” tal como las entendía la filosofía: sapientia (sabiduría) = “prudentia”; iustitia (justicia) = “iustitia”; fortitudo (fortaleza)= “fortitudo”; temperantia (templanza) = “temperantia”,
Valerio Máximo concibe su obra como un tratado técnico que sirve para el “genus demonstrativum”, tanto con el significado de “sacar a la luz” y “elogiar” a determinados personajes y acontecimientos históricos, como en el sentido de “demostrar” una serie de argumentaciones.
…La virtud más relevante es la “justicia”, porque radica en la propia naturaleza humana y porque regula las relaciones entre los dioses y los hombres (religió) y las de los hombres entre sí. Por eso está presente en los libros I, II, VI y IX.
La “fortaleza” (fortitudo), que ocupa el lugar siguiente en el cuadro general de las virtudes, da contenido al libro III y justifica el IV y V, ya que el posible exceso de la misma debe evitarse mediante la moderación. La fortaleza se manifiesta en la naturaleza individual (natura) y en las disposiciones naturales (índoles), lo que justifica la presencia en el relato de los más legendarios héroes romanos (Horacio Cocles, Porsenna, Emilio Lépido, Catón el Viejo, Catón de Útica) y extranjeros (Leónidas), así como la de aquellos que demostraron una gran confianza en sí mismos e hicieron alarde de la constancia.
El antídoto ante los posibles riesgos de la excesiva fortaleza lo constituye la moderación (temperantia).
Hay también una intencionalidad política en su obra: la invitación a la moderación del “príncipe” (el emperador Tiberio) y de los ciudadanos, el elogio de la paz y la tranquilidad, la “beatitudo” y la “tranquilitas”.
Valerio Máximo destaca los beneficios de esta virtud (la moderación) al contraponerla a los vicios en dos pares antitéticos: la “abstinencia”, que se opone a la pasión de marcado carácter sexual (libido), y la “continencia”, que se opone al deseo desmedido de todo tipo de bienes y placeres (cupiditas).
La moderación, además, se manifiesta en la “humanitas”, en la “pietas” y en la “clemencia”, que son las virtudes singulares del buen gobernante (Tiberio), en contraposición a quienes no han sabido ser moderados (Sejano) y han sumado (añadido) además el vicio de la ingratitud.
En cualquier caso, los “ejemplos” (exempla) de quienes han hecho gala de esta virtud, tales como los (ejemplos) de los antiguos nobles o de Catón de Útica, crea cierta tensión entre éstos y los que han obtenido el poder tras una serie de guerras civiles que propicia la llegada de los “Julio-Claudios”.
Valerio Máximo resuelve esta tensión mediante el consenso de dioses y hombres de que habla en el prefacio, porque los “Césares” traen la regeneración moral (Augusto y Tiberio) y, sobre todo, la felicidad (beatitudo) y la tranquilidad (tranquilitas) de nuestro siglo, que Sejano quiso cortar con la conjuración del año 31 d. de C. excediéndose en su poder (fortitudo).
Esta es la razón por la que su “ejemplo” está expuesto en relación con los sucesos más desgraciados de la historia de Roma (Flavio Fimbria, Catilina) y de la historia foránea (dos hijos de un rey que se disputan la sucesión como vulgares gladiadores y Mitrídates, que disputó la corona a su propio padre).
De esta manera, mediante la antítesis habitual, contrapone los efectos de un poder desmedido a los beneficios que reporta el emperador, “artífice y defensor de nuestra incolumidad (salvación), que con su sabiduría divina impidió que se perdieran y desaparecieran, a la vez que todo el universo, los beneficios a nosotros concedidos”. El resultado no puede ser más brillante ni más explícito: “Permanece sólida la paz, siguen en vigor las leyes, se salvaguarda la santa religión de los deberes públicos y privados”.
En el libro IV, al lado de la “moderación”, había tratado de la “amistad” y la “liberalidad” (generosidad) y a ambas virtudes se refiere en el elaborado “ejemplo” de la deslealtad de Sejano.
De esta manera, el historiador sintoniza con las ideas morales y políticas de Cicerón y Salustio.
Cicerón había definido la “amistad” como “mutua benevolentia”, Salustio como “ídem velle, ídem nolle” (=querer lo mismo y no querer lo mismo).
Esta idea, que en el caso de Cicerón recorre los tratados “Sobre la amistad” (De amicitia) y “Sobre los deberes” (De officiis), y que, a efectos políticos, le sirve para cerrar las heridas de las guerras civiles e invitar a la concordia civil, está presente de manera reiterada en Valerio Máximo porque le sirve, además, para consolidar el nuevo régimen, ya que “no era conveniente que mantuviesen sus diferencias por rencillas privadas quienes estaban unidos por la más alta potestad” ( y cita como “ejemplos” relevantes de concordia los de Marco Emilio Lépido y Fulvio Flaco por un lado, y la de Livio Salinator y C. Claudio Nerón, por otro: IV 2, 1 y 2 respectivamente).
En el libro VI, al tratar de la “templanza”, la cuarta de las virtudes sigue también las pautas marcadas por Cicerón y lo hace desde las múltiples manifestaciones de esta virtud, la “modestia” que engendra el pudor, y las tres partes de que consta la templanza: continencia, clemencia y modestia, para abundar en la “fides” (lealtad) como fruto de la justicia, que había sido objeto de los primeros libros.
También en este caso se sirve Valerio Máximo del recurso de la antítesis para exponer con más claridad su doctrina; de ahí que contraponga la “libertad” a la obediencia, la “fidelidad” a la perfidia, la “fortaleza” a la indolencia, la “justicia” a la injusticia y la “perseverancia” a la pertinacia u obstinación. Todo el cuadro de contrastes para concluir con el fruto que acarrea la práctica de las virtudes: la felicidad, representada en la persona de Cecilio Metelo Macedónico, el más feliz entre los hombres y prototipo del nuevo canon de valores nobiliarios:
“Quiso la Fortuna que Metelo naciese en la capital del mundo, le otorgó los padres más nobles, le confirió además excepcionales cualidades espirituales y una fortaleza física capaz de soportar las fatigas, le procuró una esposa célebre por su honestidad y fecundidad, le brindó el honor del consulado, la potestad del generalato y el lustre de un grandioso triunfo, le permitió ver al mismo tiempo a tres de sus hijos cónsules (uno de ellos también había sido “censor” y había recibido los honores del triunfo) y a un cuarto, pretor; hizo que casara a sus tres hijas y acogiera en su mismo regazo a la descendencia de éstas…En definitiva, tantos y tantos motivos de alegría; y en todo este tiempo, ningún duelo, ningún llanto, ningún motivo de tristeza. Contempla las moradas celestiales y difícilmente podrás encontrar allí un estado de dicha semejante”.
La segunda intención buscada con el “corpus” de ejemplos es la de emitir un juicio histórico, el que en tiempos de Tiberio merecen los personajes y acontecimientos más importantes de la historia.
En las actuaciones políticas de los personajes parcialmente biografiados observamos la propuesta de un ideal de vida que responde básicamente a los objetivos heredados de Augusto y ratificados en la nueva literatura propagandística: la “aurea mediocritas” y la paz que garantiza Tiberio.
“Tranquilitas”, “pax” y “quies” son los tres soportes sobre los que Valerio Máximo sustenta el reinado de Tiberio, y los tres están presentes en todos los momentos de la obra.
Los hechos y dichos de todos los personajes son juzgados y valorados según los principios de la paz y la estabilidad.
Así se explican los constantes alegatos contra la guerra, hasta el punto de que muchos personajes son considerados exclusivamente en función de su comportamiento para con la paz y el orden.
Los casos de Mario, Sila, Pompeyo, César y Sejano son bien elocuentes.
En realidad, Valerio Máximo no hace otra cosa que confirmar los sentimientos de toda una generación.
Ovidio, lamentando la situación de la humanidad en la “Edad de Hierro”, se expresaba en estos términos: “Se vive de la rapiña; ni un huésped puede tener seguridad de su anfitrión, ni un suegro de su yerno; incluso entre los hermanos era rara la avenencia” (Ovidio, Metamorfosis I 144 -45).
Otro contemporáneo del historiador, Lucano, reiteradamente habla de la “cognata acies” para referirse a la guerra civil entre César y Pompeyo.
Un poco más tarde, la “fraterna acies” de Estacio en la “Tebaida” recordaban el enfrentamiento entre Eteocles y Polinices, pero evocaban al suegro y al yerno (César y Pompeyo) de la guerra civil todavía reciente.
Incluso a principios del siglo siguiente, Tácito, aunque lamentaba que en aras de la paz el poder hubiera pasado a manos de uno solo, encontraba cierto consuelo al afirmar que “tras la muerte de Bruto y Casio ya no hubo ejército republicano”. (Tácito, Anales I 2).
Los “ejemplos” que aluden a desastres y al pasado turbulento de Roma, en una visión sesgada y parcial de la historia nacional, son los más significativos.
Al historiador sólo le interesan los ejemplos de inestabilidad y desorden, como los movimientos de los tribunos revolucionarios o de los hermanos Gracos, para que sirvan de contraste con la paz de Augusto y de Tiberio y para que los ciudadanos velen por el “príncipe” que les ha traído la paz. El pueblo, o mejor la plebe, y los líderes que, como Mario, Sila, Casio y Bruto, promovieron contiendas y enfrentamientos civiles, son las figuras negativas por excelencia.
De los republicanos de tiempos recientes sólo se salva Catón de Útica por tratarse de una figura ya estereotipada en los manuales de retórica.
Mario, de quien reconoce y admira el “rusticus rigor”, sólo es salvable en la medida en que viene a atenuar la crueldad de Sila: “con vil crueldad descuartizó el cuerpo de Gayo César, que había sido cónsul y censor… Todas sus victorias apenas valieron tanto como este crimen”.
No es otra la opinión de Veleyo Patérculo, para quien Mario fue “tan inmejorable en la guerra como pésimo para la paz”, y Sila, que se había hecho acreedor a toda clase de elogios hasta su victoria, mereció idénticas desaprobaciones después de ésta “porque mostró una crueldad inaudita”.
…En aras de la fidelidad histórica, Valerio Máximo reconoce virtudes en los personajes de los que extrae “ejemplos” al menos en algunas de sus actuaciones, pero el juicio último es coherente si lo analizamos desde los principios de estabilidad y el orden.
Si ocasionalmente trata bien a Mario, es sólo porque ordenó encarcelar a Lucio Equicio que, despreciando las leyes, se presentaba como candidato al tribunado, o porque, comportándose como un buen ciudadano, fue útil a la república al reprimir las tentativas de Lucio Saturnino; pero, “en medio de un banquete sostuvo entre sus manos, alegremente, la cabeza cortada de Marco Antonio. Sus victorias apenas tuvieron tanto valor, pues olvidándose de ellas mereció más reprobación en tiempos de paz que gloria en tiempos de guerra”. Por encima de la valoración general está el ejemplo concreto que, a costa del rigor histórico, confiere más provecho moral y político.
Tras muchas alternativas y visiones parciales de los protagonistas de la primera guerra civil, en el libro IX, el que supone un epílogo a su obra, es taxativo también a propósito de Sila: “Lucio Sila, a quien nadie puede alabar o vituperar suficientemente, porque, a los ojos del pueblo, fue un nuevo Escipión si contamos sus victorias, y un Aníbal a la hora de ejercer la venganza”, para concluir con uno de los más crueles retratos que hayan podido hacerse en el ámbito de la historiografía.
Especialmente controvertido puede resultar el juicio que le merecieron los protagonistas de la segunda guerra civil, César y Pompeyo. A ambos le asistían razones: “Un hombre severo – dice Veleyo Patérculo – alabaría más el partido de Pompeyo; un hombre prudente seguiría el de César”.
Valerio Máximo es menos ambiguo que Veleyo Patérculo y, si bien reconoce los grandes méritos políticos de ambos contendientes, ya desde el comienzo mismo de la obra manifiesta que el predestinado de los dioses era César: “Con todos estos prodigios quedaba claro que la voluntad de los dioses quería dar a entender que era favorable a la gloria de César a la vez que quería evitar el error de Pompeyo”, así como la ceguera de Pompeyo que “durante la guerra civil, por una resolución tan funesta para sí mismo como inútil para la república, había roto su alianza con César”.
Y es que la razón de Estado que roza el nacionalismo patriótico se impone siempre de manera constante a lo largo de los sucesivos ejemplos.
Así se observa en las frecuentes antítesis como familia/ Estado, bienes privados/ interés público: padres que matan a sus hijos para hacer respetar las leyes (Bruto, Postumio Tuberto, el padre de Espurio Casio); legisladores que se suicidan por el mismo motivo (Carondas), o se mutilan (Seleuco); ejecuciones de traidores o de aspirantes a la tiranía (Marco Manilio, Espurio Melio, Espurio Casio, Publio Municio).
El amor a la patria como base de la reconciliación iniciada por Augusto era un concepto político ya ampliamente difundido en la cultura griega y después de Cicerón como “el mayor sentimiento común de voluntades en toda empresa y en el que radica toda la fuerza de la amistad”. Pero esta amistad y amor, en el sentido aristocrático de la nueva cultura, sólo podía darse “inter bonos”, tal como ya había puesto de manifiesto Salustio: “Desear lo mismo, odiar lo mismo, temer lo mismo es la base de la amistad. Pero se llama “amistad” entre los buenos (nobles), “facción” entre los malos”.
El amor a la patria se manifiesta de manera taxativa en los ejemplos de Bruto y Espurio Casio entre otros, y especialmente en toda una serie de estamentos sociales durante la segunda Guerra Púnica en la línea de la doctrina ciceroniana: “Las muertes por la patria no sólo son gloriosas a los ojos de los rétores, sino que además suelen ser tenidas como felices”. (Cicerón, Tusculanas I 48, 116).
Los “exempla”, en la cultura latina, aparecen como una expresión típica de las costumbres romanas (mores) en la educación de los primeros tiempos y como forma de transmitir un sistema de valores independientemente de la filosofía y la retórica griegas, cuando éstas aún no habían hecho acto de presencia en Roma.
En los “carmina convivalia” (poemas de banquetes) se propagaban gestas y ejemplos de antepasados ilustres, como nos dice Catón, para despertar el sentido de emulación entre los jóvenes romanos.
Con el desarrollo de los conflictos políticos y los procesos judiciales, especialmente en los dos últimos siglos de la república, la aceptación de la retórica de procedencia helénica fue una auténtica necesidad que afectó a la práctica totalidad de la literatura romana, y si bien el “ejemplo” se mantuvo en el ámbito escolar como medio de transmitir valores educativos, se incorporó también a los procedimientos retóricos para la persuasión.
…Cicerón terminará por aceptar que los “ejemplos” son los que otorgan credibilidad a una argumentación.
Con las “laudationes fúnebres” y los “carmina convivalia” se puede ver una concepción pragmática de la ejemplaridad, tal como la enunció Cicerón y puso en práctica Tito Livio.
El “ejemplo”, pues, se introduce en la historiografía bajo la forma de biografía, pero acotando aún más el contenido, ya que se trata de una pequeña historia, corta, que se refiere al pasado de la vida de un gran personaje, por lo general, para justificar una doctrina o un principio moral, que en el caso de Valerio Máximo es el propuesto en el encabezamiento del libro o capítulo correspondiente.
Cuando a Valerio Máximo se le reprocha la posible falta de rigor histórico, no se hace otra cosa que ignorar la doctrina ciceroniana al respecto.
“A los rétores – dice el Arpinate – les está permitido mentir en las historias para poder decir algó con más expresividad” (Cicerón, Bruto 42).
Se había marcado ya una clara distancia entre esta propuesta ciceroniana y la de Aristóteles cuando en la “Poética” establecía la diferencia entre poesía e historia precisamente en la ausencia o no de veracidad.
Y sólo unos años después de nuestro historiador, Quintiliano destacará que el “ejemplo” viene a ser no sólo un medio de prueba por comparación, sino también una emoción seductora.
Deleite, autoridad y credibilidad constituyen en esencia las tres razones de ser del “ejemplo” en el ámbito de la retórica y las tres son igualmente válidas para la Historia desde que Cicerón la dotó teóricamente de un determinado estilo y la consideró “labor propia sobre todo de oradores (opus oratorium maxime).
Lo peculiar del “ejemplo” en Valerio Máximo es que sigue un esquema narrativo simple que lo hace a la vez sumamente propicio para la labor educadora.
En su esencia, el “ejemplo” consta de tres elementos: presentación del personaje o anécdota, relato de un hecho y reflexión conclusiva.
Su valor convincente, por la claridad, es superior al de la “fábula” y la “parábola”, formas estrechamente ligadas ya en Aristóteles. No en vano, el “ejemplo” se basa en hechos tenidos por ciertos, mientras que la parábola y la fábula se mueven en el terreno de la ficción.
La descripción de Quinto Metelo recuerda perfectamente lo que eran los “Tituli imaginum” al repasar toda la biografía del noble “desde el primer día de su nacimiento hasta el momento mismo de morir”.
La rentabilidad de esta práctica del “ejemplo” penetró de tal manera en los programas educativos que las artes predicatorias medievales toman los “ejemplos”, reales o ficticios, de la vida de los santos padres, de los mártires y de los santos a modo y semejanza de los grandes personajes romanos.
De hecho, la historiografía medieval y las artes predicatorias se limitaron a seguir la senda trazada por la biografía pagana, de la que Valerio Máximo es una muestra más, así como la doctrina gramatical, y por lo tanto escolar, relativa a la utilidad de los “ejemplos”.
La única novedad consistió en cambiar el “corpus” del que surtirse.
Los “ejemplos” de Valerio Máximo se insertan, pues, en la línea moralista que recorre toda la historiografía latina desde Salustio y que la escuela, siempre, y el cristianismo, tras su aparición, se encargaron de mantener y propagar. Valerio Máximo, además, como buen analista de la condición humana, abrió el espectro de las fuentes y supo ver también virtudes en los esclavos, las mujeres y hasta en los niños.
Que muchos de los “ejemplos” puedan ser sospechosos de faltar al rigor histórico importa poco si consideramos la historiografía antigua como un “género literario” y no como una ciencia. Tal vez sea también ésta la razón por la que la categoría de tiempo no cuenta; el relato histórico no viene dado por la sucesión cronológica, es atemporal, como ocurría en Varrón, y hay una especie de fuga del presente, por lo triste de la situación, para rememorar épocas más gloriosas y ejemplares.
Pero hay una presencia de Salustio en la obra de Valerio Máximo, al menos en dos aspectos fundamentales: la concepción historiográfica y la técnica de los retratos.
Las primeras palabras del proemio de Valerio Máximo, “he decidido (constitui) exponer ordenadamente los hechos y dichos memorables tanto de Roma como de los pueblos extranjeros”, recuerdan, o mejor, transcriben las de Salustio, con la única salvedad de que al “narrar detalladamente” (perscribere) de Salustio, Valerio Máximo contrapone “exponer ordenadamente” (digerere) tras hacer una selección, como no podía ser menos, dadas las diferencias entre las obras de ambos. Y, como en los proemios de Salustio, también en el proemio de Valerio Máximo observamos que es la ambición (cupido) el determinante moral que explica gran número de malos ejemplos.
La época de Tiberio, por lo demás, tenía en Salustio la mayor autoridad de la historiografía y los numerosos personajes que desfilan por los “Hechos y dichos memorables” son juzgados siempre con el parámetro común de la moralidad.
También la técnica del retrato recuerda a Salustio.
La temática general basada en la moralidad, “de luxuria” et “libídine”, presenta muchos puntos de contacto, incluso en el léxico, cuando trata, por ejemplo, de la vida licenciosa de Metelo Pío o del mismísimo Catilina, cuyo retrato recuerda en todo, e incluso de manera más extensa, la descripción salustiana de Catilina enamorado de Aurelia Orestila.
…La lujuria y el placer (luxuria et libido) dan incluso título a un capítulo de Valerio Máximo.
En este caso, contrariamente a la tendencia dominante en el resto de la obra, que es la de exaltar la grandeza de la patria atenuando en la medida de lo posible los aspectos negativos, el cuadro de la sociedad romana sólo es equiparable a las sátiras de Juvenal y a algunas escenas de Tácito.
Predominan la decadencia, la crisis, la disolución de los antiguos valores… y todo ello referido a los últimos extertores de la república.
Valerio Máximo comparte con su contemporáneo Veleyo Patérculo una cierta fascinación por el moralismo Salustiano, actitud también aceptada por Tito Livio al explicar la celeridad con que se produjo la caída (de la república) por culpa de la “luxuria”.
Valerio Máximo persigue en todo momento una doble finalidad bien clara “ser útil y agradar” (prodesse et delectare). En este sentido la alternancia de ejemplos extranjeros y nacionales hace más ameno un relato que procede por acumulación más que por desarrollo (el propio historiador es consciente de ello y por eso dice: “Hay que evitar el hastío con la moderación oportuna” (III 8, ext.1), de ahí que,
en ocasiones, como en el retrato de Metelo (VII 1,1), los hechos aludidos sean más que los explicados: procede como retratista más que como historiador.
…Como es propio de la prosa del momento, la abundancia de abstractos dice mucho de su planteamiento, más filosófico e incluso moral que histórico.
Ya en la Antigüedad, pero de manera especial en la Edad Media y en el Renacimiento, Valerio Máximo, Salustio y Tito Livio se convirtieron en los historiadores favoritos, llamados a tener gran éxito.
En el ámbito escolar, los “excerpta” (fragmentos seleccionados), aparte de otros servicios, ofrecían la posibilidad de aislar episodios de las figuras más relevantes de la historia romana para emplearlos en el uso retórico de las prácticas escolares.
La materia histórica dividida por secciones, como si de los temas de un programa de estudio escolar se tratara, va desarrollándose en una serie de virtudes cívicas, retratos ilustres y dichos famosos, en sintonía con la concepción retórica moralista de la escuela.
La aparición de la literatura latina cristiana propició el aprovechamiento de nuestro historiador por parte de los predicadores, especialmente para la refutación de la religión pagana y la demostración de la verdad cristiana, naturalmente, de manera sesgada según conviniera resaltar virtudes o censurar vicios.
(Valerio Máximo. Hechos y dichos memorables. Introducción, traducción y notas de Santiago López Moreda, Mª Luisa Harto Trujillo y Joaquín Villalba Álvarez. Edit. Gredos).
Pasajes de la obra:
1. “Carmina convivalia”(Libro II 10)
“Nuestros antepasados, durante el banquete, al son de las flautas recitaban versos alusivos a las ilustres hazañas de sus mayores para disponer mejor a los jóvenes a imitarlos.
¿Hay algo más espléndido y más útil que un certamen como éste?
Los jóvenes rendían el honor debido a sus mayores, y los que ya habían disfrutado de casi toda su vida nutrían con el alimento del entusiasmo a los que iniciaban una vida enérgica. ¿Quién iba a preferir las enseñanzas impartidas en Atenas a las enseñanzas de la escuela, o las enseñanzas que tenían lugar dentro de la propia familia?
De una escuela así surgían los Camilos, los Escipiones, los Fabricios, los Marcelos, los Fabios y, para no ser pesado pasando revista a todas las personalidades insignes de nuestro imperio, concluyo diciendo que de una escuela así brillaron con luz propia los divinos “Césares” (emperadores), la parte más refulgente del firmamento”.
2. “Costumbres”(libro II 6,1)
“… Los ciudadanos de Esparta tuvieron una severidad de costumbres semejante a la de nuestros mayores. Estos ciudadanos, sometiéndose a las severísimas leyes de Licurgo, apartaron sus ojos durante algún tiempo del esplendor que podía provocar Asia, para que, seducidos por sus encantos, no cayeran en un modo de vida más refinado: habían oído, en efecto, que de allí procedían la suntuosidad, los gastos sin límite y toda clase de placeres no necesarios y que los jonios fueron los primeros en darse ungüento (cremas), adornarse con coronas en los banquetes y haber introducido la costumbre de poner segundos platos, estímulos nada pequeños de la lujuria. Y no tiene nada de extraño que unos hombres orgullosos de su trabajo y capacidad de sacrificio no quisieran enervar y afeminar con el contagio de placeres foráneos las más tenaces fuerzas de la patria, sobre todo porque veían que era mucho más fácil el paso de la virtud a la lujuria que de la lujuria a la virtud.
Que no eran vanos sus temores lo dejó bien claro su general Pausanias (pese a ser venerado como héroe nacional por su triunfo contra los persas en Platea el año 479 a. de C., terminó intrigando con Jerjes y murió encerrado en el templo de Minerva el año 471 a. de C.), pues tras haber realizado las más grandes empresas, tan pronto como se entregó a las costumbres de Asia, ni sintió pudor alguno en debilitar su fortaleza con cuidados propios de mujeres.
Los ejércitos de estos ciudadanos no solían trabar combate hasta que se habían dado ánimos con el sonido de las flautas y el canto rítmico de anapestos cual si de una arenga se tratara, exhortados así a combatir valerosamente con el enemigo por medio del vigoroso y repetitivo ritmo sonoro.
Estos mismos ejércitos, para disimular y ocultar la sangre de las heridas de los suyos, usaban túnicas rojas en combate, no tanto para aterrorizar con su aspecto cuanto para no dar confianza alguna al enemigo.
Siguen a los egregios espíritus del valor militar de los lacedemonios (espartanos) los atenienses, las personas más prudentes en las costumbres de la paz; entre éstos la inercia enervada por la molicie fue llevada de sus domicilios al foro cual si de un delito se tratara y dio como resultado que se la considerara rea de una culpa no tanto criminal cuanto vergonzosa.
También la respetabilísima asamblea de esta ciudad, el Areópago, solía investigar con gran diligencia cualquier asunto que todo ateniense llevase hasta ella, así como las ganancias obtenidas (por los magistrados) para que los hombres fuesen honestos, teniendo siempre presente que habían de dar cuenta de su vida.
(Efialtes convirtió al Areópago en guardián del Estado y órgano de control de los órganos públicos).
La misma Atenas fue la primera en introducir la costumbre de honrar a los buenos ciudadanos con una corona, ciñendo la egregia cabeza de Pericles con dos ramas entrelazadas de olivo, costumbre encomiable tanto si se tiene en cuenta el hecho como la persona: y es que el honor es el más fértil alimento de la virtud y Pericles fue con mucho el más digno de iniciar la facultad de conceder tal distinción.
¡Y qué gran institución aquélla de los atenienses, qué digna de recuerdo la costumbre de que el liberto convicto de ingratitud para con su patrono fuera privado legalmente de la libertad!
“Renuncio – dice – a tenerte como conciudadano porque te has mostrado indigno de tan gran distinción y no puedo creer que seas útil a la ciudad cuando veo que te comportas tan malamente en tu casa. Vete, pues, y sigue siendo esclavo ya que no has sabido ser libre”.
Los marselleses siguen teniendo todavía hoy esta costumbre, famosos ellos por la seriedad de su educación, por la observancia de las viejas costumbres y, sobre todo, por su amistad con el pueblo romano.
…Estos ciudadanos de Marsella son los más acérrimos guardianes de la moralidad pública, no permitiendo a los “mimos” que actúen en el teatro porque sus actuaciones las más de las veces tienen como argumento estupros; de esta manera, al no haber costumbre de contemplar estos temas, quitan también la posibilidad de imitarlos.
A todos los que buscan la posibilidad de vivir sin hacer nada so pretexto de alguna actividad religiosa, les cierran las puertas y consideran que esta actividad debe ser prohibida por engañosa y falsa.
3. “Eutanasia” (Libro II 6,8)
…En aquella ciudad(Marsella) guardan públicamente el veneno preparado con la cicuta que se da a aquel que expone ante los “Seiscientos” – éste es el nombre que se da a su Consejo de ancianos – los motivos por los que desea morir. Una vez que se tiene conocimiento de este deseo, atemperado con una varonil benevolencia que no permite morir de manera temeraria y que proporciona un rápido desenlace al que desea morir, tanto a los que han gozado de una suerte próspera como a los que la han tenido adversa (pues ambos son motivos de suicidio), una para que no cambie de rumbo y la otra para que no dure más tiempo, tras contar con la aprobación pública, se les permite morir.
En mi opinión, esta costumbre de los marselleses no es originaria de la Galia, sino que la importaron de Grecia; de hecho, observé que también se conserva en la isla de Ceos cuando llegué a la ciudad de Júlide con motivo de mi viaje a Asia acompañando a Sexto Pompeyo.
Sucedió allí que por azar una mujer de la más distinguida nobleza, pero de edad muy avanzada, habiendo expuesto a los ciudadanos las razones por las que quería morir, decidió suicidarse con veneno y estimaba que su muerte sería mucho más conocida haciéndolo en presencia de Pompeyo. Y este ilustre varón, sumamente conocido por toda clase de virtudes, especialmente la de la compasión, no hizo oídos sordos a las súplicas de la mujer.
Vino a donde ella estaba y con palabras elocuentes que fluían de su boca cual, si de una fuente pura de elocuencia se tratara, sin poder hacerla cambiar de opinión, terminó por permitirle que hiciese lo que se había propuesto. Esta mujer, que ya había cumplido noventa años, con gran entereza de alma y cuerpo, recostándose en el lecho que había dispuesto con más esmero del habitual según podía apreciarse, apoyándose en el brazo, dijo: “Sexto Pompeyo, que los dioses que ahora dejo más que los que busco te concedan los mayores favores, porque no mostraste aversión al aconsejarme vivir ni tampoco al asistir como espectador a mi muerte. Además, yo he contemplado siempre la cara alegre de la fortuna, para no verme obligada a contemplar la cara triste por el deseo de vivir más tiempo, cambio los últimos días de mi vida por una muerte placentera, yo que dejo tras de mí dos hijas y un buen número de nietos”.
Tras exhortar después a los suyos a la concordia y una vez repartida la herencia con el encargo explícito a su hija mayor de que respetase su memoria y la de los dioses del hogar, con mano firme, cogió la copa en que había mezclado el veneno.
A continuación, después de hacer unas libaciones en honor a Mercurio e invocar su nombre para que la llevase en plácido viaje a un sitio mejor del mundo infernal, de un trago bebió ávidamente la mortífera poción y, dando a entender con sus palabras que el rigor de la muerte poco a poco se iba adueñando de las partes de su cuerpo, cuando decía que ya era inminente que se aproximara a su corazón y a sus entrañas, llamó a su lado a las hijas para que con sus manos cumplieran con el deber último de cerrarle los ojos.
Nuestros ojos, sin embargo, aunque estábamos estupefactos ante aquel espectáculo nunca visto antes, quedaron anegados en lágrimas.
…apartemos, pues, los placeres propios de nuestra condición animal, que nos obliga a hacer y sufrir muchas cosas de manera vergonzosa, si sabemos que el final es mucho más feliz y dichoso que el comienzo”.
4. “Sobre la disciplina militar” ( Libro II 7,1)
“Voy ahora hablar del honor más importante y el fundamento del Imperio romano, conservado hasta el día de hoy íntegro e incólume con salutífera perseverancia: el vínculo más tenaz de la disciplina militar en cuyo seno y bajo cuya tutela reposa sereno y tranquilo el estado de una paz feliz.
Publio Cornelio Escipión, a quien la destrucción de Cartago le dio el sobrenombre de su abuelo, enviado como cónsul a Hispania para acabar con la insolente actitud de los numantinos alimentada por culpa de los generales anteriores, en el momento mismo en que entró en el campamento dispuso que todo aquello que habían adquirido (los soldados romanos) para tener una vida más placentera fuese sacado de allí y eliminado: en efecto, hay constancia de que entonces de allí salió un elevado número de vendedores ambulantes y cantineros junto con dos mil prostitutas.
Liberado así de esta vergonzosa y sonrojante sentina, nuestro ejército, que poco antes se había manchado con un tratado de paz vergonzoso por miedo a la muerte, una vez recuperado y restablecido el valor, destruyó la fiera y altiva Numancia, dejándola completamente asolada por el fuego y sin quedar piedra sobre piedra. De esta manera, la capitulación vergonzosa de Mancino (cónsul derrotado por los numantinos y obligado a firmar un tratado vergonzoso para Roma, que ésta no aceptó) fue prueba de la negligencia en la disciplina militar y el triunfo espléndido de Escipión el premio de la disciplina restaurada y conservada…
…La disciplina militar, enérgicamente conservada, proporcionó al Imperio romano la supremacía de Italia, le concedió el gobierno de muchas ciudades, de grandes reyes y de poderosísimos pueblos; le abrió el paso del estrecho del Ponto, le entregó las barreras demolidas de los Alpes y del monte Tauro y convirtió en sostén de todo el orbe terrestre a aquel pueblo nacido de la pequeña cabaña de Rómulo”.
5. “Sobre el derecho a celebrar el triunfo” ( Libro II 8, 1-7)
“Algunos generales deseaban que se decretase el derecho a celebrar el triunfo por unas batallas de escasa importancia.
Para salir al paso de estas pretensiones se estableció por ley que sólo podía tener este honor quien hubiese dado muerte en una batalla a cinco mil enemigos: nuestros antepasados estimaban que el prestigio de nuestra ciudad sería más grande basándose no en la cantidad sino en la gloria de dichos triunfos.
Además, para que una ley tan preclara no se desprestigiase por el deseo desmedido de gloria, fue afianzada con el apoyo de una ley posterior que propusieron los tribunos de la plebe Lucio Marcio y Marco Catón: amenazaba con un castigo a los generales que osaran comunicar al Senado un número falso de enemigos muertos en combate o de ciudadanos romanos caídos en el mismo y ordenaba que, nada más entrar en Roma, debían jurar ante los “cuestores” de la ciudad que los datos proporcionados al Senado sobre los enemigos muertos y los ciudadanos romanos caídos eran correctos.
… Pero, aunque alguien hubiera realizado gestas ilustres y además sumamente provechosas para la república, si se trataba de una guerra civil, no recibía el título de “imperator”, ni se decretaban acciones de gracias a los dioses por él, ni recibía la “ovatio” (consistía ésta en la entrada del triunfador a pie o a caballo ceñido con una corona de mirto, la celebración de un sacrificio y la aclamación popular), ni entraba en carro triunfal porque, al ser éstas victorias necesarias, siempre se consideraban tristes, ya que se habían obtenido a costa de sangre patria y no de sangre extranjera.
Así, por ejemplo, con gran dolor, Nasica dio muerte a Tiberio Graco; y los partidarios de Opimio, con gran dolor, a su hermano Gayo Graco. Quinto Cátulo, una vez muerto su colega Marco Lépido con todas sus fuerzas sediciosas, regresó a Roma mostrando una alegría moderada. También Gayo Antonio, vencedor de Catilina, volvió a llevar al campamento las espadas limpias de sangre. Lucio Cinna y Gayo Mario, ciertamente, habían hecho derramar abundante sangre de ciudadanos romanos con gran avidez, pero no se dirigieron de inmediato al templo y a los altares de los dioses.
Por último, Lucio Sila, que puso fin a numerosas guerras civiles de consecuencias sumamente crueles e insólitas, al celebrar el triunfo con el poder que había obtenido y consolidado, aunque desfiló con la reproducción de muchas ciudades de Asia y Grecia, no lo hizo con ninguna de las ciudades romanas.
Da vergüenza y causa hastío seguir escribiendo más sobre las heridas de la república. El honor del triunfo el Senado a nadie se lo dio ni nadie deseó que se le diera a costa de las lágrimas de la ciudadanía. Además, las manos se tienden prontas hacia la encina donde se ha de dar la corona para mantener sanos y salvos a los ciudadanos; con esa corona las puertas de la casa de Augusto muestran el triunfo de una gloria sempiterna. (Alusión a la “corona cívica” que se concedía a quien había salvado a un ciudadano y de la que (Augusto) presumía orgulloso en el teatro. La referencia a Augusto es por ser el salvador de la patria y, por consiguiente, el más firme acreedor a esta corona).
6. “Valor de un soldado romao” (Libro III 2, 11)
“De circunstancias y características semejantes fue el soldado aquel que en la batalla de Cannas, en la que Anibal quebrantó las fuerzas de los romanos más que sus ánimos, al tener las manos inútiles para sujetar las armas debido a las heridas, abrazado al cuello de un númida que intentaba desarmarlo, le dejó el rostro deforme mordiéndole orejas y nariz hasta terminar muriendo después de haberse vengado sobradamente con sus mordiscos.
Olvídate por un momento del fatal desenlace de la batalla, ¡cuánto más valiente fue el que murió que el que le dio muerte! En efecto, el cartaginés, aun siendo el vencedor, sirvió de consuelo al moribundo; el romano, en el momento mismo de morir, vengó su propia vida”.
7. “Valor de Leónidas y Epaminondas” (Libro III, 3)
“…En este momento viene a la memoria el noble espartano Leónidas: nada hay más valeroso que sus decisiones, sus empresas y su muerte.
En efecto, haciendo frente a toda Asia con trescientos ciudadanos en las Termópilas, gracias a su pertinaz valor hizo desesperar de un final feliz al ilustre Jerjes, odioso al mar y a la tierra y no sólo temido por los hombres, y quien incluso amenazaba con poner grilletes al mar (al cruzar entre Asia y Europa valiéndose de barcas entrelazadas unas con otras, Jerjes lo hizo como si de tierra firme se tratara, rompiendo así el orden natural. Tal hecho fue interpretado como “hybris” por Esquilo en la tragedia “Los Persas”, por lo que el monarca persa se hizo acreedor al castigo divino) y tinieblas al cielo. Finalmente, por culpa de la criminal traición de los habitantes de aquella región, privado de la posición ventajosa de aquel lugar que le era muy favorable, prefirió morir luchando antes que abandonar el puesto que su patria le había asignado. Con espíritu tan enardecido exhortó a los suyos a un combate en el que habían de perecer, que dijo: “Compañeros, comed como si fuerais a cenar en los infiernos”. La muerte, pues, les era anunciada con toda franqueza, pues los lacedemonios, como si lo que se les había anunciado fuese la victoria, obedecieron intrépidos la orden”.
A los brillantísimos resultados del valor espartano sigue un ejemplo de su decadencia miserable.
Epaminondas, símbolo del mayor esplendor de Tebas y de la primera derrota de los lacedemonios (espartanos), cuando había golpeado la vetusta gloria de la ilustre Esparta y el invicto valor de sus habitantes por aquel entonces, con sus exitosos triunfos en Leuctra y Mantinea, traspasado por una lanza, cuando le empezaba a flaquear la sangre y la respiración, a los que trataban de socorrerles les preguntó, primero, si su escudo estaba a salvo y, después, si los enemigos habían sido derrotados por completo. Cuando supo que ambas cosas habían sucedido como él deseaba, dijo: “Conmilitones, éste no es el final de mi vida, sino que se acerca el comienzo de algo mejor y más grande: es ahora cuando nace vuestro Epaminondas porque muere de esta manera. Bajo mi guía y tutela veo a Tebas convertida en cabeza de Grecia y la vigorosa y fuerte ciudad de Esparta está derrumbada por nuestras armas: Grecia ya está libre de la amarga tiranía. Muero, pues, sin haber engendrado, pero no sin hijos, porque dejo dos maravillosas hijas, Leuctra y Mantinea”.
Ordenó después que le extrajeran de su cuerpo la lanza y murió con aquel mismo semblante con que habría entrado vencedor sano y salvo en las murallas de su patria, si los dioses inmortales le hubiesen permitido poder disfrutar de sus victorias”.
8. “Ejemplos de valor de mujeres” (Libro III 8)
“Pero, pasemos a relatar el final de una ciudad igualmente enemiga del pueblo romano.
Una vez conquistada Cartago, la mujer de Asdrubal, echándole en cara su impiedad, porque se había contentado con pedirle a Escipión que le perdonara la vida sólo a ella, cogiendo con ambas manos a los hijos comunes que no rehusaban la muerte, se arrojó sobre el fuego de su patria en llamas.
[III 9] Añadiré ahora a este ejemplo de fuerza de ánimo femenino otro igualmente valeroso de dos jóvenes muchachas.
Durante la sangrienta revuelta de Siracusa, cuando toda la familia del rey Gelón, a causa de las públicas matanzas, se vio reducida a una hija solamente, Harmonía, y los enemigos irrumpieron por doquier con el ánimo de quitársela de en medio, su nodriza entregó a las espadas enemigas a una joven igual que Harmonía vestida con ropa propia de una princesa. Y ni siquiera cuando le iban a dar muerte con la espada, reveló su verdadera condición esta muchacha.
Admirada de su valor, Harmonía no soportó sobrevivir a un ejemplo de fidelidad tan grande y, habiendo hecho venir de nuevo a los sicarios, les confesó quién era y después fue igualmente degollada.
De esta manera, a una la mentira no descubierta y a la otra la verdad sin tapujos les acarreó la muerte.
9. “Sobre la confianza en uno mismo” (Libro III 7,6)
… Aníbal, por su parte, cuando estaba exiliado en la corte del rey Prusias y le sugería que entablase una batalla, como quiera que las entrañas de la víctima del sacrificio le anunciaran lo contrario, dijo: “Contéstame, ¿acaso prefieres dar más crédito a unos trocitos de hígado de ternera que a un viejo general?”
Si te fijas en estas palabras, observarás que fueron breves y casi lacónicas, pero si examinas su contenido éste es amplio y válido. En efecto, ante sus pies arrojó Aníbal las imágenes de las dos Hispanias tras quitárselas al pueblo romano, las fuerzas de las Galias y de Liguria sometidas y acatando su autoridad, las cimas de los Alpes abiertas a su paso mostrando un nuevo camino, el lago Trasimano marcado en el recuerdo de manera cruel, y también Cannas, el más célebre testimonio de la victoria cartaginesa, y la toma de Capua y la devastación de Italia entera. No toleró, pues, con buen ánimo que su gloria, ampliamente puesta de manifiesto, fuera relegada por el hígado de una víctima. Y es que, en lo que concierne a trucos bélicos y a la estrategia militar, incluso a juicio de Marte, el corazón de Aníbal debería tener más peso que todos los fuegos sagrados de los presagios y todos los altares de Bitinia.
Notablemente se comportaron también aquellos dos espartanos: tanto el que, increpado por uno porque había venido a combatir cojeando, le respondió que su intención era combatir y no huir, como aquel otro que, al decirle alguien que el sol solía nublarse con las flechas de los persas, le respondió: “¡Estupendo! Combatiremos a la sombra”.
Otro hombre de la misma ciudad e igual valor, a un huésped suyo que le estaba mostrando las elevadas y anchas murallas de su patria, le dijo: “Si habéis levantado estas murallas para defender a las mujeres, (está) bien; pero si lo habéis hecho para proteger a los hombres, es una vergüenza”.
10. “Sobre la perseverancia” (Libro III 8)
Pone como ejemplo de perseverancia, entre otros, a Quinto Fabio Máximo: tras la derrota de Cannas parecía que el poder de Roma, casi destruido por completo, apenas podía ya formar un ejército. En consecuencia, creyendo preferible burlar y eludir el ejército cartaginés antes que enfrentarse a él en campo abierto, aunque constantemente le provocaban las amenazas de Aníbal, que a menudo incluso le brindaban ocasiones propicias para obtener algún éxito, nunca cambió de opinión, ni siquiera intentando pequeñas escaramuzas. Y lo que es más difícil aún, siempre dio pruebas de que estaba por encima de la ira y la esperanza. Así pues, al igual que Escipión luchando, así también éste, sin luchar parece claro que proporcionó a nuestra ciudad un excelente servicio: el uno, con sus acciones relámpago, destruyó Cartago; el otro, con su táctica de dar largas, (precisamente por eso recibió el sobrenombre de “cunctator” (contemporizador) consiguió que Roma no fuera destruida.
El augur Quinto Escévola también dio muestras de perseverancia.
Una vez dispersas y abatidas las facciones enemigas, Sila, tras hacerse dueño de Roma, había reunido al Senado bajo la amenaza de las armas e intentaba ansiosamente que, lo antes posible, Gayo Mario (su rival) fuera declarado “enemigo público” (la crueldad de Sila llegó hasta el punto de exhumar el cadáver de Mario y arrojarlo al Anio (río). Plutarco dice también que mientras Sila pronunciaba un discurso en el templo de Belona (diosa de la guerra), sus esbirros masacraron a más de seis mil prisioneros samnitas que se hallaban cerca y, aunque los gritos se oían en el templo, Sila, impasible, pidió a los senadores que prestaran atención al discurso, ya que fuera estaban dando una lección a un montón de miserables).
Al no atreverse nadie a contravenir su voluntad, solamente Quinto Escévola, preguntado sobre el particular, no quiso emitir su opinión. Más aún, cuando Sila le amenazaba con toda clase de truculencias, le dijo: “Aunque me pongas delante todas esas tropas con las que has rodeado la curia, aunque me amenaces con la mismísima muerte, nunca vas a conseguir que, a costa de mi sangre, senil y escasa, declare enemigo público a Mario, gracias al cual Roma e Italia entera están a salvo”. (Especialmente tras su éxito sobre los cimbrios y los teutones).
Otro ejemplo de perseverancia: Sócrates
Todos los atenienses, instigados por un furor muy injusto y violento, habían pronunciado una triste sentencia sobre la cabeza de los diez estrategos que habían destruido la flota de los lacedemonios (espartanos) junto a las Arginusas. Sócrates, que en aquel momento y de manera casual ocupaba el cargo del que dependía la ejecución de los acuerdos tomados por el pueblo, considerando injusto que tantos ciudadanos y que habían prestado tan buen servicio fueran víctimas del furor de la envidia por una causa de la que no eran culpables, opuso a la temeridad de la plebe su firmeza y, en medio de una asamblea sumamente agitada y de encendidas amenazas, no se dejó conminar para tener que rubricar con su firma que también él se sumaba a aquella locura colectiva. Pero la asamblea, oponiéndose a que Sócrates hiciese uso de la vía legal a que tenía derecho, persistió en manchar sus manos con la sangre de unos estrategos (generales) que no se merecían aquel castigo. Sócrates, sin embargo, no tuvo miedo de que el furor desenfrenado por undécima vez de su patria le acarrease su propia muerte.
Otro ejemplo de perseverancia es Alejandro Magno.
Alejandro, el rey de Macedonia, cuando era ya célebre por el triunfo sobre las selectas tropas de Darío, totalmente sudoroso por el calor del verano y la fatiga del viaje en Cilicia, bañó su cuerpo en el río Cidno que, famoso por la limpieza de sus aguas, fluye a través de Tarso. Inmediatamente después, paralizados sus nervios por el excesivo frío del agua y rígidas las articulaciones, fue llevado a una ciudad próxima al campamento en medio de la consternación de todo el ejército.
Yacía enfermo en Tarso y la esperanza de una victoria inminente parecía más que dudosa a causa de su enfermedad. Así pues, los médicos llamados junto a él buscaban los remedios para su salud con el máximo empeño. Cuando el tratamiento de todos apuntaba a una determinada poción y el médico de Filipo, que era su amigo y compañero, la tenía ya preparada en sus manos y dispuesto a dársela llegó una carta remitida por Parmenión, advirtiendo al rey que tuviese cuidado de Filipo, ya que había sido sobornado por Darío. Nada más leerla, sin demora alguna, ingirió la pócima y después dio la carta a Filipo para que la leyera. Como premio a este testimonio tan grande de confianza en un amigo, los dioses inmortales le concedieron la más digna recompensa. Y es que los dioses no quisieron que el remedio de su salvación fuera impedido por una acusación falsa.
11. “Sobre la moderación” (libro IV 1)
Pasaré a la cualidad más beneficiosa del espíritu, la moderación, que impide que la desmesura y la temeridad arrastren a nuestros pensamientos, convirtiéndose así en una virtud libre de toda crítica y en la que abundan en cambio los motivos de alabanza
Habla de moderación:
1. En Publio Valerio:
Para comenzar desde los inicios de la más alta magistratura, Publio Valerio, que alcanzó el sobrenombre de “Publícola” por su respeto a la soberanía popular, ya que, cuando advirtió que, una vez suprimida la monarquía, y gracias al consulado, todo el poder regio y sus atributos habían recaído sobre él, llevado por su moderación consiguió que el aspecto más aborrecible de su cargo fuera tolerable, para lo cual separó los segures de los fasces y se sometió a la asamblea popular (entre sus méritos estaría el haber acercado las altas magistraturas al pueblo, ya que Publio redujo el número de fasces de 24 a 12).
Además, rebajó también su poder aceptando como colega a Espurio Lucrecio, a quien ordenó que se le entregaran las “fasces” antes que, a él mismo, por ser de mayor edad. Consiguió que los “comicios centuriados” aprobaran una ley por la que ningún magistrado podría flagelar o matar a un ciudadano romano sin apelación.
De este modo, atenuó poco a poco su poder para que la ciudad fuera más libre.
En cuanto a que demolió su casa porque, al estar en un lugar demasiado elevado, parecía una fortaleza, ¿acaso no es verdad que cuanto más humilde sea tu hogar mayor será tu gloria?
2. Furio Camilo:
Furio Camilo, cuyo paso de la mayor deshonra al sumo poder fue tan moderado que, cuando estaba desterrado en Ardea (ciudad del Lacio) y los romanos solicitaron su ayuda, ya que los galos habían tomado la ciudad, no fue a Veyes ni asumió el mando del ejército, hasta que no supo que su dictadura había sido aprobada con todos los trámites legales.
Fue magnífico el triunfo de Camilo en Veyes (antigua ciudad de Etruria donde se produjo el enfrentamiento con los galos), gloriosa fue su victoria sobre los galos, pero es mucho más admirable esa demora suya. Y es que es mucho más difícil derrotarse a sí mismo que a un enemigo, sin que debamos ni huir de la adversidad con precipitación irreflexiva, ni gozar de un triunfo con alegría desbordante.
3. Marco Marcelo:
…En cuanto a Marco Marcelo – que fue el primero que demostró que Aníbal podía ser derrotado y que Siracusa no era inexpugnable -, cuando durante su consulado llegaron a Roma unos sicilianos para quejarse de su actuación, él no convocó al Senado para que debatiese esta cuestión, ya que, como su colega Valerio Levino estaba casualmente fuera de Roma, los sicilianos podrían sentirse intimidados a la hora de manifestar su descontento.
Sin embargo, tan pronto como regresó Levino, propuso que se les dejase hablar, y permitió pacientemente que expusieran las quejas que tuvieran contra su persona.
Una vez cumplido este trámite, habiéndoles mandado Levino que se retiraran, Marcelo les obligó a quedarse para que escuchasen su defensa, y, una vez que ya se habían manifestado las dos partes, al abandonar ellos la curia, les acompañó para que el Senado se pronunciase con mayor libertad.
Incluso, al ser rechazadas las acusaciones, los sicilianos le rogaron suplicantes que les aceptase bajo su protección, y él los acogió con clemencia.
Además, cuando obtuvo por sorteo el gobierno de Sicilia, se lo cedió a su colega.
De este modo, por muchas alabanzas que podamos mencionar acerca de Marcelo, no alcanzaremos las muestras de moderación que tuvo para con los aliados.
4. Tiberio Graco:
¡De qué forma tan admirable se comportó también Tiberio Graco! Y es que mientras fue tribuno de la plebe, a pesar de ser enemigo declarado de los dos Escipiones, el Africano y el Asiático, en una ocasión en la que el Asiático no pudo pagar una cantidad determinada de dinero y estuvo a punto de ser encarcelado por orden del cónsul, Tiberio Graco apeló al colegio de los tribunos y, cuando vio que ninguno de ellos intercedía por Escipión, se apartó de sus colegas y presentó formalmente un decreto.
Nadie tuvo ninguna duda de que, al redactar éste, se serviría de palabras airadas contra el Asiático, y ciertamente, en el inicio del decreto, juró que no se había reconciliado con los Escipiones. Sin embargo, continuaba así: que, si el día de la celebración de su triunfo Lucio Cornelio Escipión había conducido a la cárcel delante de su carruaje a los líderes de los enemigos, ahora le parecía indigno e impropio de la majestad de la República encarcelarle, por lo cual no iba a permitir que eso ocurriera.
De este modo, el pueblo romano supo que su decisión había sido rechazada por Graco y que su moderación era digna de toda alabanza.
5. Metelo el “Macedónico”:
Metelo el “Macedónico” había tenido un violento enfrentamiento con “Escipión el Africano”, y lo cierto es que por intentar el uno imitar el valor del otro, había nacido entre ellos una seria y dura hostilidad. Sin embargo, a pesar de eso, habiendo oido decir Metelo que Escipión había sido asesinado, se lanzó a la calle y, con rostro apenado y voz entrecortada, exclamó: “¡Corred, corred, ciudadanos! ¡Las murallas de nuestra ciudad han sido abatidas: han atacado violentamente a Escipión el Africano mientras dormía en su casa!” - ¡Ay de la República, tan desgraciada por la muerte del “Africano”, como feliz por haber escuchado unos lamentos tan humanos y responsables como los del Macedónico! – y es que, en ese momento, se vio qué caudillo había muerto y cómo era también el que continuaba con vida.
El propio Macedónico alentó a sus hijos a que portaran sobre sus hombros el lecho fúnebre y, a este honroso gesto, añadió el de sus palabras: “En lo sucesivo, no podréis prestar este servicio a otro hombre más ilustre”.
12. “Sobre la abstinencia y la sobriedad”
1. Escipión el Africano
Con gran esmero y el mayor empeño hay que referir los siguientes ejemplos, porque voy a tratar con cuánta determinación e inteligencia han sido apartados del pecho de los hombres ilustres las acometidas del placer y de la avaricia, como quien se libra de la locura.
Y es que, sin duda, nuestras familias, nuestra ciudad y nuestro imperio serán eternos si quedan arrinconadas la lujuria y la ambición.
No en vano, allí donde han penetrado estas plagas, terribles para el género humano, domina la injusticia, se desbordan las infamias, tiene su asiento la violencia y se generan guerras.
Mencionemos, pues, en términos elogiosos costumbres contrarias a vicios tan crueles.
Cuando Escipión iba a cumplir veinticuatro años, aplastó en Hispania la ciudad de Cartago Nova (Cartagena), victoria que le había hecho concebir esperanzas de apoderarse de la Cartago africana porque, además, se había hecho con los numerosos rehenes que los cartagineses tenían encerrados en esa ciudad. Entre ellos figuraba una doncella de eximia belleza, que estaba en la flor de la juventud. Pues bien, al descubrir Escipión, también joven, soltero y vencedor, que ella había nacido en una familia noble de los celtíberos y que estaba prometida a Indíbil, ilustre representante de este pueblo, habiendo llamado a sus padres y a su prometido, se la entregó sana y salva.
Además, le concedió como añadido a la dote el oro que había obtenido por liberar a la muchacha.
Por su parte Indíbil, obligado por esta muestra de continencia y generosidad, devolvió a los romanos el favor recibido, convirtiendo a los celtíberos en aliados suyos.
2. Marco Curio Dentado:
Por su parte Manio Curio (Manio Curio Dentado fue un importante soldado y hombre de estado romano. Alcanzó el consulado en el 290, 284, 275 y 274. Después de sus victorias sobre los sabinos, los samnitas, Pirro y los lucanos, protagonizó varias celebraciones triunfales y murió en el 270 a. de C. Fue idealizado por Catón, de quien dicen que derivan diversos relatos sobre su frugalidad) el más perfecto ejemplo romano de comportamiento valeroso y frugal, se ofreció a la vista de unos embajadores de los samnitas sentado junto al fuego en un rudo banco y cenando en un plato de madera – la ambientación sirve de indicio para suponer los manjares – Pues bien, cuando, a pesar de su pobreza, rechazó las riquezas que le ofrecían los samnitas, éstos quedaron admirados ya que, habiéndole llevado una gran cantidad de dinero procedente del erario público, invitado con amables palabras a que lo aceptara, él se echó a reir e inmediatamente les dijo:
“Embajadores de una misión inútil, por no decir ridícula, decid a los samnitas que Mario Curio prefiere mandar sobre los ricos antes que hacerse él mismo rico. Llevaos, pues, esa recompensa que, si bien es valiosa, no puede sino avivar la maldad de los hombres. Y acordaos de que yo no podría ni ser vencido en combate, ni comprado con dinero”.
Él mismo, después de expulsar de Italia al rey Pirro, no tocó nada del botín regio con el que el ejército y Roma se habían enriquecido.
Y, aunque el Senado había decretado que se entregaran siete yugadas de tierra para cada ciudadano, y cincuenta para él, no aceptó que su lote fuera mayor que el de los demás, porque le parecía injusto que un ciudadano romano no se contentara con la misma recompensa que el resto.
3. Lucio Paulo Emilio
Por su parte Paulo Emilio, cuando derrotó al rey Perseo, con el botín capturado había remediado la pobreza ya antigua y ancestral de nuestra ciudad hasta tal punto que consiguió, entonces por vez primera, que el pueblo romano no tuviera que pagar tributos.
Sin embargo, no enriqueció en absoluto su propio hogar, porque pensaba que ya se había beneficiado bastante si de aquella victoria los demás habían conseguido dinero y él, en cambio, la gloria. (Del botín de la victoria sobre el rey Perseo sólo se quedó con su biblioteca).
4. Catón el “Viejo” y Catón el “Joven”
Por otra parte, si algún hombre ilustre en nuestra época utilizara piel de cabra en lugar de ricos cobertores, si rigiera Hispania acompañado tan sólo de tres esclavos, si dirigiera una provincia de ultramar con un gasto de 500 ases, o se conformara con la misma comida y con el mismo vino que los marineros ¿no sería visto como un miserable? Pues bien, Catón el “Viejo” soportó estas duras penalidades porque, como estaba acostumbrado a la frugalidad, que era grata para él, aguantó este tipo de vida como si fuera el mayor de los placeres.
Catón el “Joven” se alejó bastante de esa antigua moderación, algo lógico habiendo nacido en una ciudad ya rica y suntuosa. Ahora bien, cuando intervino en las guerras civiles, llevó consigo a su hijo y contó con doce esclavos, ciertamente más de los que había utilizado Catón el “Viejo”, pero menos de lo que era usual en su época.
También en aquella época turbulenta con la que habían afligido a la República Gayo Mario y Lucio Cinna destacó por su magnífica moderación el pueblo romano, pues cuando éstos habían entregado los hogares de los proscritos a las manos del vulgo para que los saquearan, no encontraron a nadie dispuesto a lucrarse de la desgracia de los demás, ya que todos se abstuvieron de ello como si fueran a profanar un templo venerable. Y lo cierto es que esta moderación tan respetuosa de la plebe constituyó un reproche callado contra los crueles vencedores.
13. “Sobre la pobreza”
1. Cornelia, madre de los Gracos
En un libro de anécdotas escrito por Pomponio Rufo hemos leído que las mejores joyas para una madre son los hijos. Pues bien, se dice que cuando a Cornelia, la madre de los Gracos, una matrona de Campania que estaba hospedada en su casa le mostró sus joyas como si fueran las más bellas de la época, Cornelia la entretuvo con su charla hasta que sus hijos regresaron de la escuela y, entonces, le dijo: “Estas son mis joyas”.
Todo lo tiene el que no ansía nada.
O, dicho con más precisión, piense el que tiene todo tipo de bienes que, mientras que los materiales suelen perderse, los que consisten en unos buenos sentimientos no pueden sufrir embate alguno de la Fortuna. Y ¿qué decir de considerar las riquezas como el primer objetivo de la felicidad y la pobreza como el último grado de la miseria, cuando aquellas, a pesar de su apariencia agradable, guardan en su interior numerosas amarguras y, en cambio, el aspecto negativo de la pobreza encierra bienes firmes y sólidos.
Esto quedará mejor demostrado con ejemplos vivos que con palabras.
…Pero en esa época estaba en su esplendor el espíritu de hombres y mujeres, y lo que se tenía en cuenta a la hora de estimar los bienes de una persona era su dignidad.
Era esto lo que sembraba la concordia entre las autoridades, lo que creaba parentescos, y lo que prevalecía tanto en el foro como en los hogares particulares.
Cada uno se esforzaba por multiplicar el patrimonio de su patria y no el suyo propio, y prefería ser pobre en una nación rica, antes que rico en una nación pobre.
Estas intenciones tan nobles tenían como precio el que no se pudiese comprar con dinero ninguno de los méritos que se obtenían con el valor, y que el Estado tuviese que solventar la precaria situación de estos hombres ilustres.
2. Cneo Escipión
Así pues, cuando durante la Segunda Guerra Púnica, Cneo Escipión había escrito al Senado desde Hispania solicitando que le fuese enviado un sucesor, porque tenía soltera a una hija en la flor de la edad, y no podía proporcionarle una dote si no estaba presente, el Senado entonces, para que la República no perdiese a este gran general, actuó en calidad de padre y, siguiendo el consejo de la esposa y de los allegados de Escipión, determinando la dote, tomó la cuantía del dinero público y dio a la joven en matrimonio.
14. “Sobre la vergüenza”
En Atenas, un hombre de edad muy avanzada, cuando había venido al teatro para ver los juegos y ningún ciudadano le hacía sitio, se acercó por casualidad a unos embajadores lacedemonios. Éstos, conmovidos por la edad del anciano y por el respeto que merecen los cabellos blancos y los años, le cedieron un sitio entre ellos en el lugar más distinguido. El pueblo, al ver este gesto, demostró con un gran aplauso su admiración por el comportamiento de los extranjeros. Y cuentan que uno de los lacedemonios había dicho: “¡Vaya, los atenienses saben qué es lo correcto, pero no se molestan en hacerlo!”.
15. “Sobre el amor conyugal”
1. Tiberio Graco
Tiberio Graco, cogidas en su casa una serpiente macho y una hembra, se enteró por un adivino de que, si liberaba al macho, moriría su esposa rápidamente, y que, si soltaba a la hembra, sería él quien fallecería.
Ante esto, eligiendo la parte del augurio favorable para su mujer y no para él, ordenó que mataran al macho y que soltaran a la hembra, después de lo cual se sentó a esperar su propia muerte mientras observaba la muerte de la serpiente.
En cambio, tú, Admeto, rey de Tesalia, al ser condenado por un gran juez debido a un delito grave y cruel, permitiste que cambiaran la suerte de tu esposa por la tuya y, para no morir tú, fuiste capaz de seguir con vida mientras ella se ofrecía voluntariamente a la muerte, ¡y eso que antes habías disfrutado de la generosidad de sus padres!
2. Porcia, esposa de Bruto
También el castísimo fuego de tu amor, Porcia, hija de Marco Catón, será recordado con admiración todos los siglos venideros. Pues cuando te enteraste de que tu esposo, Bruto, había sido derrotado y había caído muerto en Filipos, como nadie te proporcionaba una espada, no dudaste en tragar carbones encendidos, imitando con tu carácter femenino la muerte viril de tu padre.
Y no sé si tu acción es incluso más valerosa que la suya, porque mientras que él se suicidó de una forma ya conocida, tu ideaste un nuevo tipo de muerte.
3. Artemisa
Es sencillo comprender cuánto amaba Artemisa, reina de Caria, a su difunto marido Mausolo, al ver la magnificencia de los rituales de todo tipo y del monumento que ha llegado a convertirse en una de las siete maravillas del mundo.
Pero ¿para qué mencionarlos o para qué hablar de aquel famoso túmulo, cuando dicen que ella misma intentó convertirse en un sepulcro vivo y espirante para Mausolo, bebiendo sus huesos espolvoreados en una copa?
16. “Sobre la amistad”
1. Orestes/ Pílades
Centrémonos ahora en el poderoso vínculo de la amistad, valiosísimo y en absoluto inferior al de la sangre en ningún aspecto. Incluso, podríamos considerarlo más seguro aún y probado, porque el parentesco depende de un hecho fortuito, del nacimiento, pero a la amistad sólo se llega por una intención basada en el deseo firme de dos amigos.
La vida humana es baldía, pues, si no cuenta con el apoyo de algún amigo. Ahora bien, por eso esa protección necesaria no debe elegirse al azar y, una vez realizada la elección correcta, no conviene desperdiciarla.
Por otra parte, las amistades sinceras y fieles se reconocen principalmente en circunstancias adversas en las que todo lo que se hace está motivado por los buenos deseos. En cambio, las atenciones a un amigo afortunado proceden más de la adulación que del cariño, y son más sospechosas de pretender algo que de ofrecerlo.
Añádase a esto el que los hombres desafortunados buscan compartir su situación con un amigo considerándole sobre todo como ayuda o consuelo.
Sin embargo, quien dispone de una situación cómoda y próspera, como se ve favorecido ya por la ayuda divina, necesita mucho menos la humana.
No es extraño entonces que se hayan grabado con más fuerza en la historia los nombres de aquellos que no abandonaron a sus amigos en la adversidad que el de quienes los siguieron en un próspero ascenso.
Nadie habla de los amigos de Sardanápalo (rey asirio célebre por su vida fastuosa), y Orestes es casi más conocido por ser amigo de Pílades que por ser hijo de Agamenón. Y es que, si la amistad de los primeros queda mancillada por haber consistido en compartir lujos y placeres, en cambio la de Orestes y Pílades queda realzada por el hecho de haber compartido las mismas miserias. (Pílades ayudó a Orestes a vengarse de su madre Clitemnestra y, posteriormente, compartió también con él la huida, ofreciéndose él mismo a una ejecución segura para evitar la de su amigo).
2. Alejandro Magno
Alejandro Magno, tras apoderarse del campamento de Darío, en el que se encontraban todos los parientes del rey persa, se dispuso a hablar con ellos acompañado de su queridísimo Hefestión.
La madre de Darío, alegre por la llegada de éstos, se inclinó y, al erguirse y ver a Hefestión, que destacaba por su estatura y su belleza, le saludó con halagos propios de los persas, pues pensaba que se trataba de Alejandro. Cuando advirtió su error, buscaba palabras de excusa llena de pánico, ante lo cual Alejandro le dijo: “No te preocupes por la confusión, pues éste es también Alejandro”.
17. Sobre la generosidad
1. Fabio Máximo
La generosidad es una virtud que tiene, probablemente, dos fuentes principales, la razón y los buenos sentimientos.
Esta virtud es la que ha propiciado que, en nuestros días, sigamos alabando la insignificante suma de dinero entregada por Fabio Máximo hace muchos siglos, ya que, para liberar a unos romanos apresados por Aníbal, debía entregar una cantidad pactada de antemano. Ahora bien, como el Senado no le proporcionaba ese dinero, envió a su hijo a la ciudad y vendió las únicas tierras que poseía, obteniendo así el dinero fijado como recompensa, que entregó rápidamente a Aníbal.
Fabio, para que Roma conservara su honor, tuvo que pasar de la penuria a la pobreza extrema.
2. Tito Quincio Flaminino
Pues, en otra ocasión, una vez derrotado Filipo, rey de Macedonia, cuando toda Grecia se reunió para asistir a los “Juegos Ístmicos”, se hizo silencio mediante la señal de una trompeta y Tito Quincio Flaminino ordenó al pregonero que proclamara lo siguiente; “El Senado, el pueblo romano y el general Tito Quincio Flaminino ordenan que todas las ciudades de Grecia que estaban en manos del rey Filipo queden libres y exentas de tributo”.
Ante estas palabras, se produjo una alegría desorbitada y realmente inesperada, después de la cual todos los presentes, agitados, se quedaron en silencio como si no creyeran que habían escuchado realmente lo que habían escuchado.
Pero, al repetirse el anuncio, comenzaron todos a llenar el cielo con tales gritos que hay constancia de que las aves que pasaban volando por allí cayeron a tierra atónitas y despavoridas.
Hubiéramos considerado una acción propia ya de un espíritu noble el haber librado de la esclavitud a tantos individuos cuantas ciudades, ilustres y opulentas, alcanzaron entonces la libertad gracias al pueblo romano.
18. Sobre la humanidad y la clemencia
¿Qué mejores compañeros podríamos buscar para la generosidad que la humanidad y la clemencia, virtudes que requieren la misma clase de reconocimiento?
De éstas, la primera ayuda a los que padecen penurias económicas, la segunda a los abrumados por sus ocupaciones, y la tercera a aquellos cuya fortuna es incierta.
1. Escipión el Africano
Un cuestor que estaba subastando cautivos envió al “Africano” un joven de eximia belleza y noble aspecto. Pues bien, al enterarse de que el joven era númida, que era huérfano de padre, que se había criado en casa de su tío materno Masinisa y que, sin que éste lo supiera, había comenzado a luchar contra los romanos siendo aún demasiado joven, pensó que debía perdonar esta falta y ofrecerle el respeto que merecía un rey amigo y de sempiterna fidelidad hacia el pueblo romano.
Por ello, después de regalarle al joven un anillo, una fíbula de oro, una túnica laticlavia (con banda de púrpura, signo de poder), un capote hispano y un caballo bellamente enjaezado, le rodeó de una serie de caballeros para que le acompañaran y le envió ante Masinisa, pues creía que esas recompensas propias de la victoria devolverían a los dioses sus ornamentos y a los hombres la reconciliación familiar.
2. Lucio Emilio Paulo
Lucio Emilio Paulo cuando supo que iban a conducir ante él a Perseo, que había pasado de ser rey a cautivo, se presentó ante él revestido con los ornamentos propios del Imperio romano, le sostuvo con su mano derecha cuando iba a inclinarse ante él, y le reconfortó en lengua griega. Incluso, permitió que entrara en su tienda, ordenó que tomara asiento junto a él en el Consejo y no le juzgó indigno de sentarse a su mesa.
19. Sobre la gratitud
1. Átalo
Generoso se mostró igualmente el pueblo romano con un extraordinario regalo, al entregar Asia como presente (regalo) al rey Átalo. Pero Átalo respondió también con gratitud en su testamento, ya que legó Asia al pueblo romano.
20. Sobre la ingratitud
1. Furio Camilo
Furio Camilo, que había robustecido como nadie las fuerzas romanas y había sido su más firme baluarte, no pudo mantenerse a salvo en una ciudad a la que él mismo había aportado seguridad y fortuna. Y es que fue acusado por Lucio Apuleyo, tribuno de la plebe, de apropiación indebida del botín de Veyes y, después de una sentencia dura o, mejor dicho, férrea, fue enviado al exilio precisamente en unos momentos en los que más debía ser consolado que cargado de cadenas, ya que había perdido a un hijo modélico que se hallaba en plena flor de la juventud.
Pero la patria, sin acordarse de las nobles acciones de este héroe, celebró juntas las exequias del hijo y la condena del padre.
“Faltan quince mil ases del tesoro”, decía quejoso el tribuno de la plebe, y esta fue la cantidad en la que se concretó la pena. ¡Suma indigna si por ella el pueblo romano quedó privado de un líder como Camilo!
2. Escipión Africano el Viejo
Cuando aún no se había apagado el dolor por lo ocurrido, se produjo un nuevo motivo de lamento: porque después de que el Africano el Viejo transformara en dueño de Cartago a un pueblo romano debilitado y roto por las Guerras Púnicas, a un pueblo casi exánime y moribundo, los ciudadanos, para compensar con injusticias esta heroica acción, lo relegaron a una aldea inmunda y a un pantano deshabitado.
Pero el “Africano” no se marchó a la tumba sin contar la dureza de este exilio voluntario, ya que ordenó que sobre su sepulcro se escribiera: “¡Qué ingrata eres patria, que no acoges mis huesos!”. ¿Hay algo más indigno que esta vicisitud, algo más justo que sus quejas, o más moderado que esta venganza suya? Se negó a recibir sus cenizas aquella tierra que, precisamente gracias a él, no había quedado reducida a cenizas.
Esta fue la única venganza con la que Escipión respondió a la ingratitud de Roma, pero su venganza resulta incluso más dolorosa, ¡por Hércules!, que la violenta actitud de Coriolano, quien atacó a la patria con las armas del terror, mientras que Escipión utilizó sólo la de la vergüenza, porque no quiso expresar queja alguna – tan fuertes y sinceros eran sus buenos sentimientos – hasta que no le llegó la muerte.
3. Temístocles
Pero es Temístocles el caso más conocido de todos los que han soportado la ingratitud de su patria, pues después de haberla convertido en una nación segura, ilustre, rica y situada a la cabeza de Grecia, experimentó su rencor hasta tal punto que se vio obligado a huir y a recurrir a la misericordia de Jerjes, nada favorable para él porque, precisamente, había sido vencido por Temístocles poco tiempo antes.
21. Sobre la piedad para con los padres, hermanos y la patria
1. Coriolano
Coriolano, hombre de mayor coraje, de noble determinación y que ha prestado el mejor servicio a la República, abatido por la más injustas de las condenas, tuvo que refugiarse entre los Volscos, enemigos entonces de los romanos.
Pero, como el valor es muy apreciado en cualquier parte, ese lugar al que había huido buscando protección le ofreció al poco tiempo el sumo poder y, de este modo, aquel a quien los ciudadanos habían negado el papel de propicio general, se convirtió en terrible enemigo para ellos (los romanos).
Y es que, después de derrotar a nuestros ejércitos en una sucesión de victorias, proporcionó a los soldados volscos la posibilidad de llegar hasta las propias murallas de Roma.
De este modo, ese pueblo tan orgulloso a la hora de apreciar a las personas valiosas, ese pueblo que no había mostrado la más mínima piedad para este reo, se vio obligado a rogarle después de haberle desterrado.
Pero los mensajeros que enviaron a esta misión de súplica no obtuvieron resultado alguno. Enviaron después a unos sacerdotes con sus ínfulas, pero tampoco consiguieron nada. El Senado vacilaba, el pueblo temblaba, tanto hombres como mujeres lamentaban su ya inminente final. Entonces Veturia, la madre de Coriolano, tomó a los hijos de éste y a su esposa, Volumnia, y se dirigió al campamento de los volscos.
Cuando Coriolano la vio, dijo: “Has luchado contra mi ira, patria, y has vencido gracias a las súplicas de aquella cuyo vientre me entregó a ti, a la que he atacado con razón”. Y al momento, libró el territorio romano de la presión de las armas enemigas.
Así pues, la piedad inundó completamente el pecho de Coriolano, haciendo que olvidara el dolor de la injuria recibida, la esperanza de alcanzar una victoria y el temor a la muerte. De este modo, la simple aparición de su madre transformó una guerra atroz en una paz beneficiosa para todos.
22. Sobre el amor paterno y la indulgencia para con los hijos
1. Antíoco
Para pasar a hechos más agradables, narraremos que Antioco (7,1) hijo del rey Seleuco abrasado por un irresistible amor hacia su madrastra Estratónice, como era consciente de lo deshonesto de su pasión, intentaba ocultar con piadoso disimulo la impía herida de su corazón. De este modo, la existencia de esos sentimientos contrapuestos encerrados en sus entrañas, su ardiente pasión y su extrema honestidad, le hicieron caer gravemente enfermo. Yacía, pues, en el lecho como moribundo, sus familiares lloraban, su padre, lleno de dolor, lamentaba la muerte de su único hijo y la soledad que le aguardaba. Todo el palacio mostraba un rostro más fúnebre que regio.
Pero la intuición del matemático Leptines o, según cuentan algunos, del médico Erasístrato, ayudó a disipar ese velo de tristeza. Pues, mientras estaba sentado junto a Antíoco, observó que éste, al entrar Estratónice en la habitación aceleraba la respiración, mientras que, cuando ella salía, palidecía de nuevo y respiraba con más fatiga, detalle que le llevó a suponer la verdad. Así pues, cada vez que Estratónice entraba o salía, cogía con disimulo el brazo del enfermo y le tomaba el pulso, que se aceleraba y disminuía alternativamente, hasta que descubrió el mal que afectaba al joven.
Acto seguido se lo comunicó a Seleuco, quien no dudó en ceder su amada esposa a su hijo, y consideró un hecho afortunado el que éste se hubiese enamorado de ella, achacando al pudor de Antíoco el que hubiese disimulado casi hasta la muerte.
23. Sobre la severidad de algunos padres
1. Lucio Bruto
Lucio Bruto, merecedor de una gloria semejante a la de Rómulo – porque si a éste le debemos la fundación de la ciudad, a aquél su libertad -, cuando obtuvo el sumo poder, ordenó que apresaran a sus hijos, que les dieran latigazos ante su tienda, que les ataran a un palo y que les decapitaran, porque habían pretendido restaurar la tiranía de Tarquinio que él había abolido.
Se despojó, pues, de su condición de padre para actuar como cónsul y prefirió pasar el resto de su vida sin hijos antes que incumplir el castigo debido.
24. Sobre padres que soportaron valerosamente la muerte de sus hijos
1. Emilio Paulo
Emilio Paulo, representación del más feliz de los padres, pero también del más desgraciado, tuvo cuatro hijos de insigne belleza y noble carácter, pero, después de renunciar a dos de ellos, que fueron adoptados por las familias Fabia y Cornelia, los otros dos le fueron arrebatados por la Fortuna. Uno murió cuatro días antes de la celebración de su triunfo, y el otro sí pudo ser admirado sobre el carro triunfal, aunque murió tres días después.
De este modo, quien había tenido hijos suficientes como para donar alguno, se quedó de repente sin ninguno.
Con todo, la fortaleza de ánimo con la que sobrellevó esta desgracia queda reflejada en las palabras que añadió al discurso que pronunció ante el pueblo sobre sus acciones:
“Cuando en el punto álgido de mi Fortuna, Quírites, temía que el destino me deparase algún mal, supliqué a Júpiter Óptimo Máximo, a Juno Regina y a Minerva que, si se avecinaba alguna desgracia para el pueblo romano, recayera toda ella sobre mi casa. Por tanto, no puedo quejarme, porque al corresponder a mi petición, los dioses consiguieron que vosotros lamentarais mi situación, pero que yo no tuviera que deplorar la vuestra”.
Libro VI
25. Sobre el pudor
1. Lucrecia
Lucrecia, máximo exponente del pudor en Roma, dotada por un fatídico error de la Fortuna de un espíritu viril a pesar de tener cuerpo de mujer, fue forzada violentamente por Sexto Tarquinio, hijo del rey Tarquinio el Soberbio.
Pero ella, después de quejarse con palabras muy duras ante su familia por la injuria recibida, se dio muerte con una espada que tenía escondida bajo sus ropas. Y lo cierto es que, con esta muerte tan valerosa, ofreció al pueblo romano la posibilidad de cambiar la monarquía por el gobierno de los cónsules.
2. Verginio
Si Lucrecia no soportó la afrenta que había sufrido, tampoco lo hizo Verginio, de origen plebeyo, pero con el aliento de un patricio, quien no dudó en derramar su propia sangre para evitar que su hogar fuera salpicado por el deshonor. Pues cuando el decenviro Apio Claudio quiso valerse de su poder para deshonrar a su hija, que era virgen, el padre, llevando al foro a la muchacha, le dio muerte, porque prefería ser asesino de una muchacha decente antes que padre de una hija deshonrada.
26. Sobre la severidad
1. Horacio y los Curiacios
Horacio, al resultar vencedor, primero sobre los tres Curiacios en combate singular y, posteriormente, por los avatares de la lucha, sobre todos los albanos, al volver de esa ilustre batalla, encontró a su hermana lamentando con más dolor del que su edad aconsejaba la muerte de Curiacio a quien estaba prometida, ante lo cual la mató con la misma espada que tan bien había manejado en favor de la patria. Y es que consideraba poco púdicas esas lágrimas derramadas por un amor excesivamente ardiente.
Cuando por este acto Horacio fue acusado ante el pueblo, le defendió su padre. De este modo, la hermana, demasiado propensa a recordar a su futuro esposo, tuvo en su hermano a un fiero vengador y en su padre a un rígido defensor de esa venganza.
2. Senado
Semejante fue la severidad que demostró el Senado cuando encomendó a los cónsules Espurio Postumio Albino y Quinto Marcio Filipo que investigaran acerca de las mujeres que habían cometido incesto aprovechando los ritos de las Bacanales. De ellas, muchas fueron condenadas y ejecutadas en sus hogares por sus propios familiares, de manera que la vergüenza del delito, suficientemente conocida, fue remediada por la severidad del castigo. No en vano, todo el oprobio con que nuestras mujeres habían mancillado Roma por su vergonzosa acción se convirtió en alabanza por el duro castigo impuesto.
3. Lacedemonios
Los lacedemonios ordenaron que los libros de Arquíloco fueran arrojados fuera de su ciudad, porque consideraban que su lectura era poco púdica y honesta. No quisieron, pues, que sus hijos fueran influidos por ella, y pensaron que el daño que podían producir a sus espíritus superaba a los beneficios que les reportarían.
De este modo, castigaron con el exilio de sus obras al más insigne de los poetas – o cercano al menos a los mejores -, tan sólo porque había lanzado palabras obscenas contra una familia a la que odiaba. (Los yambos injuriosos los lanzó Arquíloco contra Licambes, un padre que no quiso que su hija se casase con él).
Pero según Plutarco, la prohibición de sus obras se debería a que había alabado la cobardía en sus versos.
4. Cambises
Cambises (hijo de Ciro, rey de Persia. De él se ha destacado siempre su riqueza y su furia) dio muestras de una severidad inusitada cuando ordenó que despellejaran a un juez corrupto, y que extendieran su piel sobre la silla en la que se sentaría su hijo para impartir justicia.
Desde luego, este rey bárbaro procuró con este castigo nuevo y atroz que ningún juez se dejara corromper en el futuro.
27. Dichos y hechos solemnes
1. Alejandro
Alejandro Magno, cuando Darío había experimentado ya su valor en más de un combate y, precisamente por eso, le prometió la parte de su reino que se extendía hasta el monte Tauro, la mano de su hija y una dote de un millón de talentos, habiendo dicho Parmenión que, si él fuera Alejandro, aceptaría esas condiciones, Alejandro respondió: “Yo también las aceptaría si fuera Parmenión”.
El que pronunció estas palabras había obtenido ya dos victorias, pero merecía una tercera, como realmente sucedió.
Estas palabras fueron pronunciadas por un hombre de espíritu noble y por un triunfador, pero aquellas con las que mensajeros lacedemonios quisieron demostrar su miserable valor ante el padre de Alejandro son más gloriosas que deseables.
Y es que cuando Filipo oprimía su ciudad con impuestos insoportables, le aseguraron que, si seguía imponiéndoles una carga peor que la muerte, optarían por morir.
28. Sobre la justicia
Ha llegado el momento de penetrar en la sede sagrada de la justicia, donde reside, con escrupulosa religiosidad, el respeto por lo justo y lo honrado, y donde se intenta alcanzar la moderación. Además, como en ella, la pasión cede ante el pudor, y el placer ante la razón, no se considera útil nada que pueda parecer poco honesto.
29. Sobre el cambio de costumbres y de fortuna
1. Sila
Por su parte, Lucio Sila, hasta las elecciones a cuestor, tuvo una vida viciada por los placeres, el vino y el ambiente de los teatros. No es extraño entonces que el cónsul Cayo Mario viera con malos ojos el que, mientras estaba dirigiendo una guerra terrible en África, le hubiese tocado en suerte un cuestor tan refinado. Pero Sila, gracias a su valor, después de liberarse y de romper esas ataduras de los placeres que le tenían aprisionado, encadenó a Yugurta, apaciguó a Mitrídates, calmó el oleaje de guerra social y, no sólo acabó con la tiranía de Cinna, sino que, a pesar de que Mario le había rechazado como cuestor en África, le desterró precisamente a esa provincia, donde le obligó a vivir como proscrito.
2. Mario
Y ya Mario supone el enfrentamiento más encarnizado con la Fortuna. De hecho, aguantó lleno de valor sus embates con gran fortaleza tanto anímica como física.
Después de no ser considerado apto para aspirar a los honores de Arpino, osó aspirar a la cuestura en Roma. Pero tuvo un comportamiento tal ante sus fracasos que, más que llegar a la curia, irrumpió en ella. En sus aspiraciones a tribuno y a edil, obtuvo un resultado similar, tras lo cual intentó alcanzar la pretura, siendo nominado en último lugar.
A pesar de ello, obtuvo esa magistratura, aunque corrió serios peligros. No en vano, fue acusado de fraude y, a duras penas, consiguió la absolución de los jueces.
De aquel Mario tan humilde en Arpino, tan innoble en Roma, de aquel candidato tan rechazado, pasamos a ese Mario que sometió África, que hizo caminar al rey Yugurta delante de su carro triunfal, que derrotó a los ejércitos de los teutones y de los cimbrios, que gozó de dos fiestas triunfales en la ciudad, que cuenta con siete consulados en los fastos y que, después de su propio exilio, fue nombrado cónsul y debió ordenar para los demás la proscripción que él mismo había sufrido.
¿Qué hay, pues, más inconstante o más variable que la condición de Mario? Si le incluyes entre los desgraciados, los supera a todos y, si lo haces entre los afortunados, será a su vez el más afortunado.
3. Temístocles
Me avergüenza mencionar cómo fue la juventud de Temístocles, pues soy consciente de que llevó a su padre a repudiarle y obligó a su madre a ahorcarse avergonzada por el mal comportamiento de su hijo. Sin embargo, después se convirtió en el más ilustre de todos los griegos y en motivo de esperanza o desesperación entre Europa y Asia, ya que aquélla encontró en él a su salvador, ésta lo reconoció como el garante de su victoria.
(Temístocles salvó a Grecia, es decir, a Europa, de los persas, pero exiliado después por los griegos, fue acogido por Artajerjes, el rey persa, quien le puso al frente de su ejército).
Libro VII
30. Sobre la felicidad
1. Giges
Pues cuando Giges (rey de Lidia, en Asia Menor), ensoberbecido por el trono de Lidia y tan plagado de armas y riquezas, había recurrido a Apolo Pitio para preguntarle si había algún mortal más feliz que él, la divinidad emitiendo sus palabras desde lo más oculto de la gruta, prefirió a Aglao de Psófide (ciudad de Arcadia) antes que a él. Era éste el más pobre de los arcadios, y aun a pesar de su avanzada edad, nunca había salido de los límites de su pequeña heredad, feliz como era con el fruto de su exigua parcela. Y no cabía duda de que, con la agudeza de su oráculo, Apolo daba a entender el fin último y sin sombras de una vida feliz. Y por esta razón respondió a Giges, que se vanagloriaba insolentemente del oropel de su fortuna, que apreciaba más una choza sonriente de calma que un palacio atormentado por cuidados e inquietudes; un puñado de tierra libre de temores que los riquísimos campos de Lidia, repletos de angustias; una o dos yuntas de bueyes fáciles de sustentar que los ejércitos, las armas y la caballería, tan ruinosos por sus excesivos gastos; y un pequeño granero que nadie ansíe, para lo imprescindible, antes que tesoros expuestos a las insidias y la codicia de todo el mundo. Y así fue como Giges, que deseaba contar con la aquiescencia de la divinidad a propósito de su vana convicción, aprendió dónde radica la estable y auténtica felicidad.
31. Dichos y hechos llenos de sabiduría
1. Q. Cecilio Metelo
Tan razonables como sobresalientes fueron asimismo las palabras que en el Senado pronunció Quinto Cecilio Metelo.
Éste, tras la derrota de Cartago, aseguró que no sabía si aquella victoria había acarreado más beneficios o más perjuicios a la República, pues igual que había sido ventajosa por haberse restablecido la paz, así también causaba cierto daño por haber alejado de nosotros a Aníbal. En efecto, la entrada de éste en Italia había despertado el valor del pueblo romano, entonces adormecido, y era de temer que dicho valor, libre de tan implacable rival, volviera a un antiguo estado de indolencia. Y es que consideraba que quemar las casas, devastar los campos o empobrecerse el erario público no eran menos nocivos que el enervamiento del valor romano primitivo.
2. Sócrates
El filósofo Sócrates, una especie de oráculo de la humana sabiduría sobre la faz de la tierra, juzgaba que, de los dioses inmortales, sólo había que pedir que nos otorgaran el bien, pues sólo ellos saben, al fin y al cabo, lo que conviene a cada uno. Nosotros, en cambio, casi siempre solemos implorar lo que habría sido mejor no obtener. Y es que, ¡oh mente mortal, envuelta en tinieblas tan espesas, con qué evidente confusión arrojas aquí y allá tus desestimadas imprecaciones”. Anhelas riquezas, que para muchos fueron su perdición; codicias honores, que a muchos causaron su ruina; en tu mente concibes reinos, cuyas consecuencias a menudo se revelan lamentables; ofreces tu mano a espléndidos casorios, pero éstos, así como unas veces enaltecen a las familias, otras las destruyen a ras de suelo.
Deja, pues, de desear, neciamente boquiabierta, lo que será el origen de tus males futuros, como si fuese la cosa más dichosa, y abandónate por completo al arbitrio de los dioses, pues quienes suelen conceder bienes con facilidad, pueden también elegirlos convenientemente.
El mismo Sócrates decía que quienes alcanzan la gloria por el camino más rápido y más corto son aquellos que en sus actos procuran aparentar lo que son. Y con semejante afirmación recomendaba abiertamente que los hombres deberían adentrarse en la misma virtud antes que perseguir su sombra.
También Sócrates, preguntado por un joven sobre si debería tomar esposa o, por el contrario, renunciar al matrimonio, le respondió que, hiciese lo que hiciese, terminaría arrepintiéndose: “Si no te casas – le dijo -, te embargará la soledad, la falta de hijos, el fin de tu estirpe, y un extraño será tu heredero; si te casas, tu angustia será perpetua, continua la sucesión de disputas, se te reprochará la dote, conocerás el ceño fruncido de tus nuevos parientes, la lengua parlera de tu suegra, los codiciosos de esposas ajenas, la incertidumbre de cómo te saldrán tus hijos”.
No permitió Sócrates que, en cuestión tan escabrosa aquel joven tomara una decisión como si fuese materia de broma.
Así mismo, después que la locura criminal de los atenienses lo habían condenado tristemente a muerte y, con gran fortaleza de ánimo y rostro impasible, había recibido el brebaje envenenado de manos del verdugo, acercando ya la copa a sus labios, se dirigió a su esposa Jantipa, que entre sollozos y lamentos proclamaba que moría un inocente, y le dijo: “Y ¿qué, entonces? ¿Preferirías acaso que muriera siendo culpable?” ¡Inmensa sabiduría la suya, que ni siquiera en el momento mismo de la muerte pudo olvidarse de su condición!
3. Solón
Mira también con qué prudencia pensaba Solón que a nadie se le debe llamar dichoso mientras esté vivo, dado que hasta el último día de nuestra existencia estamos sujetos a la incierta Fortuna.
En efecto, es la pira funeraria la que consuma la felicidad de los hombres, ella es la que se enfrenta al ataque de los males.
El propio Solón, al ver a uno de sus amigos profundamente entristecido, lo llevó hasta la acrópolis y le animó a que volviera su mirada sobre todos los edificios que tenía a sus pies.
Cuando comprobó que lo había hecho, añadió: “Piensa ahora contigo mismo cuánto duelo ha existido, existe hoy y existirá en siglos venideros bajo estos techos, y deja de lamentar las desgracias de los mortales como si fueran tuyas solamente”.
Con este consuelo le hizo ver que las ciudades no son más que miserables recintos para las calamidades humanas.
También Solón solía decir que, si todo el mundo reuniera sus males en un solo lugar, preferiría llevarse a casa los suyos propios en vez de tomar la parte que les correspondiese del montón de miserias comunes. De lo que deducía que no debemos considerar como amargura peculiar e intolerable aquello que nos sucede por azar.
4. Sertorio
Sertorio, al que la bondad de la naturaleza había dotado por igual de fuerza física y de cordura, obligado por culpa de las proscripciones de Sila a convertirse en jefe de los lusitanos, al no poder convencerlos con palabras de que desistieran de enfrentarse a los romanos en una batalla campal, los volvió de su misma opinión por medio de una aguda artimaña: colocó a la vista de ellos dos caballos, uno muy impetuoso, el otro sumamente débil. A continuación, ordenó a un endeble anciano que arrancara poco a poco la cola del caballo robusto, y a un joven de extraordinaria fuerza que de un solo golpe arrancara la cola del débil. Ambos obedecieron sus órdenes. Sin embargo, mientras los brazos del joven quedaban exhaustos ante aquel esfuerzo inútil, la frágil mano del viejo cumplió su cometido. Entonces Sertorio, ante aquella asamblea de bárbaros que ansiaba saber a qué venía aquella demostración, explicó que el ejército romano era similar a la cola de un caballo, cuyas partes cualquiera puede vencerlas si las acomete por separado; sin embargo, quien intente derrotarlo en su totalidad, antes tendría que ceder la victoria que poderla obtener. Así fue como aquellos bárbaros, desabridos y difíciles de gobernar, que estaban a punto de precipitarse a su perdición, pudieron comprobar con sus propios ojos los beneficios que sus oídos no habían querido escuchar.
32. Estratagemas
1. Sexto Tarquinio
Y para continuar aún con nuestros reyes, proseguiré con Sexto Tarquinio, el hijo de Tarquinio el Soberbio.
Indignado el joven porque las fuerzas de su padre no eran capaces de someter Gabios (antigua ciudad del Lacio, situada entre Roma y Preneste) ideó un plan más efectivo que las propias armas, por el cual conquistaría aquella ciudad y la incorporaría al poder de Roma. De repente, se pasó al bando de los gabinos, como si huyera de la crueldad y los azotes de su padre (azotes que se había infligido voluntariamente). Por medio de falsas y premeditadas lisonjas comenzó poco a poco a atraerse la benevolencia de todos los ciudadanos. Cuando gozó de gran influencia entre todos ellos, envió a un amigo suyo junto a su padre para que le informara de que lo tenía todo controlado y le preguntase qué quería que hiciese. A la sutileza del joven respondió la astucia del viejo.
Por más que aquella noticia le colmaba de alegría, Tarquinio no quiso fiarse del mensajero y no dio ninguna contestación, sino que lo llevó con él hasta un jardín y con un bastón arrancó las cabezas más grandes y crecidas de las adormideras.
Cuando el joven Sexto tuvo conocimiento del silencio y la conducta de su padre, comprendió el motivo de aquél y el significado de ésta, y supo que le ordenaba relegar al exilio a los gabinos más notables o bien darles muerte.
De este modo, una vez privada la ciudad de sus más valiosos defensores, se la entregó prácticamente con las manos atadas.
2. Asedio del Capitolio por los galos
Cuando los galos, después de conquistar la ciudad de Roma, asediaban el Capitolio, comprendieron que la única esperanza de tomarlo se fundaba en el hambre de los sitiados. Fue entonces cuando los romanos, valiéndose de un plan sumamente astuto, privaron a los vencedores de lo único que los animaba a continuar: comenzaron a lanzar panes desde diversas posiciones.
Estupefactos ante semejante espectáculo, y pensando que los nuestros disponían de cantidades de trigo hasta sobrarles, los galos se vieron empujados a levantar el asedio. Ciertamente Júpiter se apiadó entonces del valor de aquellos romanos que hallaban un remedio en la astucia, cuando contempló que, ante tan gran escasez de alimentos, derrochaban el remedio para dicha escasez. Así pues, concedió un exitoso final para aquel plan astuto como arriesgado.
3. Aníbal
Y, es más, ¿acaso Anibal, antes de entablar combate en Cannas, no tuvo enredado al ejército romano en los múltiples lazos de su astucia, hasta abocarlo a aquel resultado tan amargo?
En primer lugar, se las arregló para que los romanos tuviesen el sol de cara, así como el polvo, que en aquella región el viento suele levantar en grandes cantidades.
En segundo lugar, ordenó a una parte de sus tropas que, en mitad del combate, se dieran adrede a la fuga. Con ello Aníbal pretendía que una legión romana que se había desgajado del resto del ejército para ir tras aquel grupo, fuese aniquilada a manos de unos cuantos de los suyos que previamente había dispuesto en una emboscada. Por último, sobornó a cuatrocientos caballeros que, tras fingir que habían desertado, se presentaron ante el cónsul. Éste, como suele hacerse con los desertores ordenó que depusieran las armas y se retiraran hasta las últimas filas. Y fue en ese momento cuando desenvainaron las espadas que llevaban ocultas entre la túnica y la coraza y cercenaron las corvas de los guerreros romanos. En esto estribaba la gallardía de los cartagineses, cimentada sobre artimañas, insidias y mentiras. Y ésta es la excusa más acertada para nuestro valor burlado, que resultamos engañados más que vencidos. (aquí se atisba un arraigado sentimiento nacionalista).
33. Sobre la necesidad
1. Desastre de Cannas
El desastre de Cannas sumió a nuestra ciudad en un desconcierto tan tremendo que, hallándose Marco Junio Pera (cónsul en 230 a. de C., fue nombrado dictador por acuerdo del Senado, en 215 a. de C.) al frente de la República en calidad de dictador, los despojos enemigos, que permanecían clavados en los templos como ofrenda a los dioses, fueron arrancados para emplearlos en la inminente batalla; niños vestidos con la “pretexta” (toga blanca con una franja púrpura que llevaban los hijos de los nobles hasta los dieciséis años) empuñaron las armas e, incluso, se alistaron seis mil soldados entre los esclavos por deudas y condenados por delitos capitales.
Estas medidas, si se consideran en sí mismas, causan un cierto rubor; en cambio, si se miran teniendo en cuenta la fuerza de la necesidad, parecen remedios en consonancia con la crudeza del momento.
2. Numantinos
Los numantinos, por su parte, sitiados por Escipión (P. Cornelio Escipión Emiliano) por medio de una empalizada y un terraplén, cuando se había agotado todo aquello que podía saciar su hambre, acabaron recurriendo a la carne humana como alimento. Por ello, después que su ciudad fue tomada, se encontraron muchos que llevaban bajo sus vestiduras restos y miembros de cadáveres. Y no puede alegarse como excusa para tal comportamiento la necesidad, pues quienes tenían libertad para morir no tenían necesidad de seguir viviendo de aquella manera.
3. Calagurritanos
La macabra contumacia de los numantinos fue superada, en una situación similar, por la abominable impiedad de los calagurritanos. Éstos, para seguir demostrando su lealtad a las cenizas del difunto Sertorio, frustrando así el asedio de Cneo Pompeyo, y puesto que ya no quedaban animales en la ciudad, convirtieron a sus mujeres e hijos en un infame alimento. Y para alimentar por más tiempo sus propias vísceras con las de los suyos, aquellos jóvenes armados no dudaron en salar los pobres restos de sus muertos. ¡A ellos podría alguien exhortarlos a luchar con coraje en el frente por la vida de sus esposas e hijos! Lo cierto es que, de un enemigo como aquél, un general tan ilustre como Pompeyo debió reclamar antes un castigo que la victoria: era mayor la gloria que podía reportarle su venganza que no la victoria sobre un adversario que, con su ferocidad, había superado a todo tipo de serpientes y fieras. En efecto, lo que para éstas constituye las dulces prendas de su existir, más queridas que su propia vida, para los calagurritanos fue su almuerzo y su cena.
Libro VIII
34. Sobre los motivos por los que a acusados de delitos infamantes fueron absueltos o condenados
1. Marco Horacio
Después de haber sido condenado por el rey Tulo bajo la acusación de haber dado muerte a su propia hermana, Marco Horacio (único superviviente de los tres que se enfrentaron a los Curiacios) apeló ante el pueblo y fue absuelto. De ambos, rey y pueblo, a uno lo movía la atrocidad del crimen, al otro el motivo que le indujo a cometerlo, ya que consideraba el pueblo que el indecoroso amor de la muchacha había sido castigado antes con severidad que con impiedad.
Así pues, al quedar exculpada de un grave castigo, la diestra de aquel hermano pudo saborear tanta gloria derramando la sangre de un familiar como antes la de sus enemigos.
2. Servio Galba
Si en aquella ocasión el pueblo romano se comportó como celoso defensor del pudor, más adelante se comportó como un juez más indulgente de lo debido.
El tribuno de la plebe Libón había acusado duramente ante la asamblea a Servio Galba, ya que siendo pretor en Hispania había exterminado a un gran número de lusitanos, faltando así a su palabra.
Marco Catón, ya entonces de edad muy avanzada, había respaldado la acción del tribuno por medio de un discurso, que después introdujo en sus “Orígenes”. El acusado nada adujo en su favor y, entre lágrimas, encomendó al pueblo a sus hijos pequeños y al hijo de Galo, pariente suyo. Aquella acción tranquilizó a la asamblea, y quien poco antes iba a ser condenado unánimemente, apenas tuvo luego un voto en contra. Así pues, fue la compasión y no la justicia la que presidió aquel juicio, dado que la absolución que no había podido concederse a su inocencia, fue finalmente otorgada a la consideración que suscitaban sus hijos.
3. Lucio Escipión
Después de celebrar el brillantísimo triunfo sobre el rey Antíoco, Lucio Escipión (hermano del “Africano”) fue condenado por haber recibido dinero de aquél. Yo no creo que se hubiera dejado corromper por dinero después de haber alejado hasta más allá del monte Tauro (montaña de Asia Menor) a quien dominaba ya toda Asia y lanzaba sus manos victoriosas sobre Europa.
Más bien sería que aquel hombre, de una vida por lo demás intachable y ajeno a una sospecha de aquella clase, no pudo combatir la envidia, que por aquel entonces se cernía sobre los insignes apellidos de aquellos dos hermanos.
35. Sobre mujeres que se defendieron a sí mismas o defendieron a otras personas ante los magistrados
Tampoco conviene pasar por alto a aquellas mujeres a las que, ni la condición de su sexo, ni el reparo de llevar ropas femeninas, pudieron impedirles hablar en el foro y en los juicios.
1. Hortensia
Por su parte Hortensia, la hija de Quinto Hortensio (el orador al que Cicerón derrotó en el proceso contra Verres), en virtud de que los triunviros habían impuesto un oneroso tributo a las matronas y ningún varón se atrevía a asumir su defensa en juicio, accedió a defender a las mujeres con firmeza y éxito ante los triunviros. Con una elocuencia calcada de la de su padre, logró que la mayor parte de las cargas impuestas a las mujeres les fueran devueltas. Volvía por tanto Quinto Hortensio a la vida en la persona de su hija y le infundía su verbo. Si sus descendientes varones hubiesen procurado continuar aquel vigor, el gran legado de la elocuencia de Hortensio no habría perecido en este solitario alegato de una mujer.
36. Sobre testigos
1. Cicerón
¿Y qué decir de Marco Tulio Cicerón? Después de obtener en las lides del foro los más altos honores y la más insigne dignidad, ¿acaso no se rechazó su testimonio en el ámbito mismo en que desarrollaba su elocuencia, cuando juró que Publio Clodio había estado con él en Roma, mientras el otro se defendía de la acusación de sacrilegio valiéndose de su ausencia como única prueba? Bien es cierto que los jueces prefirieron eximir a Clodio de la acusación de incesto antes que librar a Cicerón de la infamia de perjurio.
37. Sobre los que cometieron los mismos delitos que habían condenado a otros
1. Gayo Licinio
[6,1] Gayo Licinio, apodado el “gladiador”, rogó al pretor que prohibiera a su padre administrar sus bienes so pretexto de que los estaba disipando. Y por cierto que logró lo que pretendía, pero poco tiempo después, muerto ya el anciano, el propio Licinio despilfarró de forma febril la gran suma de dinero que su padre le había dejado. Así fue como él se libró de sufrir la misma pena, ya que prefirió dilapidar la herencia antes que nombrar a un heredero.
2. Gayo Mario
Gayo Mario, por su parte, se había revelado como un ciudadano noble y beneficioso para la República, por haber sometido a Lucio Saturnino cuando éste mostró el gorro frigio (el pileo era un gorro que llevaban los ciudadanos libres y los esclavos cuando eran emancipados) a los esclavos, a modo de estandarte, para que tomaran las armas. Pero también Mario recurrió a los esclavos y se colocó un gorro frigio cuando Lucio Sila irrumpió con su ejército en la ciudad. Y así, al imitar el delito que él mismo había castigado, encontró otro Mario que lo persiguiera a él.
3. Gayo Licinio Estolón
Gayo Licinio Estolón (tribuno de la plebe en 376 y 367 a. de C. presentó la ley Licinia. Sextia) aquel que ofreciera a la plebe la oportunidad de aspirar al consulado, después que hubo dispuesto por ley que nadie tuviera más de quinientas yugadas de tierra, compró él mismo mil y, para encubrir su delito, enajenó la mitad en su hijo. Por esta razón lo acusó Marco Popilio Lenate y acabó siendo el primero en sucumbir ante su propia ley, confirmando así que no se debe imponer a otros nada que uno no se haya impuesto previamente a sí mismo.
4. Quinto Vario
Quinto Vario, que fuera apodado “Híbrida” por haber alcanzado de manera un tanto oscura el derecho de ciudadanía (con el nombre de híbrido se designaba al hijo de padres de diversos países o diversa condición), hizo promulgar, como tribuno de la plebe, una ley contra el derecho de veto de sus colegas. Dicha ley ordenaba que se investigara quiénes, con sus malas artes, habían obligado a los aliados a alzarse en armas, con gran menoscabo de la República. Con ello consiguió que se declarara primeramente la “Guerra Social”, y más tarde la “Guerra civil”.
Sin embargo, por comportarse como un pernicioso tribuno de la plebe antes que, como un ciudadano cabal, fue su propia ley la que lo destruyó, enredándole en unos lazos que él conocía a la perfección. (La lex “Varia”, del año 90 a. de C., estaba dirigida contra quienes eran favorables a extender el derecho de ciudadanía, y provocó la “Guerra Social”. Quinto Vario fue condenado en el año 89 a. de C. por su propia ley y moriría poco después en el exilio).
38. Sobre el entusiasmo y la dedicación constante
1. Catón
[7,1] Aún seguía Catón a los ochenta y cinco años velando por la República con un entusiasmo juvenil, cuando sus rivales lo acusaron de un crimen capital.
Asumió el propio Catón su defensa, y nadie notó que su memoria fuese más torpe, sus pulmones se viesen aquejados por alguna enfermedad o su voz pareciese entrecortada, puesto que mantenía todas sus facultades en su lugar y con la misma actividad de siempre.
Tal es así, que, al final de su dilatada existencia, se enfrentó a la acusación del grandísimo orador Galba, pronunciando su discurso en defensa de Hispania.
Puso también gran empeño en aprender la lengua griega, lo que hizo bastante tarde, si tenemos en cuenta que no se consagró al aprendizaje del griego hasta casi alcanzar la vejez. Por más que su elocuencia ya le había proporcionado una inmensa gloria, lo hizo para llegar a ser también el mayor entendido en derecho civil.
2. Catón de Útica
Un prodigioso descendiente suyo, Catón de Útica, (bisnieto de Marco Porcio Catón el Censor) que vivió en una época más cercana a la nuestra, tenía tal deseo de adquirir conocimientos, que ni siquiera en la Curia, mientras se reunía el Senado, perdía la ocasión para leer y releer textos griegos.
Con aquella dedicación suya demostró que a algunos les falta tiempo, otros en cambio lo dejan escapar.
3. Terencio Varrón
Terencio Varrón sobrepasó los límites de la vida humana, no tanto por sus años (llegó a alcanzar el siglo de vida) como por su pluma: en su mismo lecho de muerte su vida se apagó al tiempo que concluía su destacada obra literaria. (Fue autor de la “Lengua Latina”, entre otras muchas obras).
4. Livio Druso
Muy similar fue la perseverancia de Livio Druso.
Aunque había perdido la vista, explicó el Derecho Civil al pueblo con sumo placer, y compuso obras utilísimas para quienes quisieran aprender esta materia. Y es que, por mucho que la naturaleza lo pudo volver viejo y la Fortuna ciego, ni la una ni la otra fueron capaces de impedirle que su espíritu viese y tuviese vigor.
5. Demóstenes
Demóstenes, cuya sola mención sugiere a la mente del oyente la culminación de la más sublime elocuencia, no podía pronunciar en su juventud la primera letra del arte que pretendía dominar (la rho de la palabra rhetórica). Sin embargo, logró atajar aquel defecto de su habla con tanto empeño, que nadie era capaz de pronunciarla con mayor expresividad que él. Más adelante, por medio de la práctica continuada, consiguió con su voz, un tanto molesta al oído por ser excesivamente atiplada, que adquiriera un tono grave y agradable de escuchar. A sus pulmones también les faltaban las fuerzas, por lo que con mucho esfuerzo se procuró aquello que su constitución física le había negado. En efecto, hilvanaba gran cantidad de versos con un solo impulso de aire, y podía recitarlos al tiempo que subía a todo correr por lugares empinados.
A veces solía adentrarse en las costas poco profundas y proferir sus declamaciones ante el fragor de las olas, para así habituar sus oídos a soportar pacientemente el griterío de las exaltadas asambleas del pueblo.
Se cuenta incluso que se metía piedrecitas en la boca y solía hablar así mucho y sin parar, de forma que, al vaciar su boca, hablaba con más agilidad y soltura.
Se enfrentó a la naturaleza y ciertamente salió vencedor, superando con su perseverante fuerza de voluntad todas las arbitrariedades de aquélla. Tal es así, que su madre dio a luz a un primer Demóstenes y su propio entusiasmo a un segundo.
6. Arquímides
También diría que fue de provecho la constancia de Arquímides, si no fuese porque le había dado la vida y también se la había quitado.
Después que Marcelo conquistara Siracusa, y aun a sabiendas de que los aparatos ideados por Arquímides le habían retardado mucho tiempo su victoria, ordenó que se le preservara de morir, maravillado como estaba por la extraordinaria sabiduría de aquel hombre. Consideraba Marcelo que cobraría casi tanta gloria salvando a Arquímides como tomando Siracusa. Mientras éste se hallaba trazando figuras, con la mente y la vista clavadas en el suelo, un soldado que había irrumpido en su casa con el objeto de saquearla, desenvainó su espada y, colocándola sobre su cabeza, le preguntó quién era. Por culpa de su empedernido deseo de hallar la solución a lo que andaba cavilando, no fue capaz de decirle su nombre, sino que protegió con sus manos lo que había dibujado en el suelo y respondió: “No borres esto, te lo ruego”. Y como si hubiese desobedecido la orden del vencedor, acabó decapitado y con su sangre regó los trazos de su investigación.
Así, sucedió que la misma pasión que le daba la vida, acabó también quitándosela.
7. Sófocles
Sófocles libró también una célebre pugna con la naturaleza, pues al mismo tiempo que él se mostró generoso obsequiándola con sus maravillosas obras, ella le brindó una larga existencia para poder escribirlas.
Alcanzó casi los cien años y, justo antes de morir, acabó de componer “Edipo en Colono”, tragedia que por sí sola le valió para arrebatar la gloria al resto de poetas de su mismo género. No quiso Yofonte, su hijo, que las generaciones posteriores ignorasen tal hecho, y por eso grabó lo que acabo de decir en el sepulcro de su padre.
8. Temístocles
Cuánto más laborioso no sería Temístocles, que, aunque estaba abrumado por asuntos de vital importancia, se aprendió de memoria los nombres de todos sus conciudadanos. Más adelante, y como consecuencia de una terrible injusticia, fue expulsado de su patria y obligado a asilarse junto a Jerjes, a quien poco antes había vencido. Y antes de acudir a su presencia, se familiarizó con la lengua persa para de este modo, procurarse con su propio esfuerzo una recomendación y pronunciar palabras que fuesen conocidas y habituales a los oídos de aquel rey.
El célebre ejemplo de laboriosidad que acabamos de exponer se lo reparten entre sí dos reyes: Ciro, que se aprendió de memoria los nombres de todos sus soldados, y Mitrídates, que aprendió las lenguas de los veintidós pueblos que conformaban su reino. Aquél, para poder saludar a su ejército sin necesidad de un subalterno; éste, para poder dirigirse sin intérprete a sus subordinados.
39. Sobre el enorme poder de la elocuencia
1. Retirada de la plebe
Tras la expulsión de los reyes, la plebe, en desacuerdo con el Senado, se instaló con sus armas a orillas del río Anione, en el monte llamado “Sacro”.
La situación del Estado no sólo era discordante, sino incluso desesperada, con la cabeza desgajada del cuerpo por culpa de una ruinosa sedición.
Y de no haber sido por la elocuencia de Valerio, las esperanzas de un imperio inmenso se habrían desmoronado casi en sus orígenes. Efectivamente, con su discurso indujo a aquel pueblo, que se abandonaba sin mesura a una libertad nueva y desacostumbrada, a una postura más provechosa y saludable, sometiéndolo al poder del Senado: en definitiva, unió la ciudad a la ciudad. Y así fue como las iras, las revueltas y las armas cedieron ante unas convincentes palabras.
40. Sobre la gran importancia de la pronunciación y los gestos apropiados
1. Esquines
Muy parecido es este pensamiento de Demóstenes.
Una vez que le preguntaron cuál era el elemento más efectivo de la oratoria, respondió que éste era la puesta en escena. Preguntado luego una segunda y una tercera vez, contestó lo mismo, reconociendo incluso que a ella se lo debía casi todo. Por eso estuvo muy bien lo que dijo Esquines (célebre orador del siglo IV a. de C., rival de Demóstenes en el juicio en que Ctesifonte solicitó para Demóstenes la corona en las “Dionisiacas”, por su constante servicio a la ciudad. Esquines fue multado con mil dracmas y, voluntariamente, se exilió a Asia Menor y luego a Rodas). Después de abandonar Atenas como consecuencia de una humillación en un juicio, se dirigió a Rodas, donde, a petición de la ciudadanía, pronunció, con una voz lo más clara y sonora posible, primero su discurso contra Ctesifonte y, seguidamente, el de Demóstenes en defensa del mismo. Todos los presentes quedaron asombrados ante la gran capacidad oratoria de ambos, pero quizás un poco más de la de Demóstenes. Entonces Esquines dijo: “¿Qué habría ocurrido si lo hubieseis oído en persona?”
Un orador de su talla, un adversario tan odioso poco antes, exaltaba hasta tal punto el ímpetu de su rival y su fogosidad en el hablar, que se consideraba poco apropiado para leer sus escritos: él, que había podido apreciar el penetrante vigor de sus ojos, la terrible gravedad de su rostro, el sonido de su voz, tan acorde a cada una de sus palabras, sus gestos tan efectivos. Así pues, y aunque nada puede añadirse a su obra, en Demóstenes falta gran parte de Demóstenes, pues hoy día se le puede leer, pero no escuchar.
41. Sobre los poderosos efectos de las artes
1. Sulpicio Galo
El enorme entusiasmo con que Sulpicio Galo asimilaba todos los ámbitos del saber resultó de gran utilidad para la República. En efecto, cuando era lugarteniente de Lucio Emilio Paulo en la guerra que éste libraba contra el rey Perseo (en el año 168 a. de C. Paulo venció a Perseo, rey de Macedonia, en la batalla de Pidna), en medio de una noche serena se produjo de repente un eclipse de luna.
Nuestros ejércitos, aterrorizados ante aquello como si de un monstruoso portento se tratase, desconfiaron de trabar combate con el enemigo. Pero Galo, con una habilidosa descripción del sistema celeste y de la naturaleza de los astros, los mandó de nuevo a combatir con ardor.
Así fue como la inmensa cultura de Galo abrió el camino de aquella célebre victoria de Paulo, ya que, si Galo no hubiese vencido el miedo de nuestros soldados, su general no habría podido vencer al enemigo.
2. Espurina
También los conocimientos de Espurina en materia de interpretación de los presagios divinos se mostraron más efectivos de lo que la ciudad de Roma hubiera deseado.
Había profetizado a Cayo César que se guardara, como si de días fatales se tratase, de los siguientes treinta días, el último de los cuales se correspondía con los idus de marzo. Como la mañana de ese día ambos habían coincidido casualmente mientras visitaban a Calvino Domicio, César preguntó a Espurina: “¿No sabes que ya han llegado los idus de marzo?” A lo que Espurina contestó: “¿Y tú? ¿No sabes que aún no han pasado?”. El uno ya había desechado todo temor, como considerando que el momento de peligro había pasado; el otro pensaba que ni siquiera los últimos instantes de aquel día estaban exentos de riesgo. ¡Ojalá el arúspice se hubiese equivocado en su augurio, y no el padre de la patria en su convencimiento!
Libro IX
42. Sobre la ira o el odio
1. Anibal
¡Y qué arriesgado fue luego el odio de Amilcar hacia el pueblo romano! Mirando a sus cuatro hijos, proclamaba que estaba alimentando a cuatro cachorros de león para ruina de nuestro imperio. ¡Digno alimento, que habría de convertirse, como realmente sucedió, en la perdición de su propia patria!
Uno de estos hijos, Anibal, siguió desde tan temprano las huellas de su padre que, cuando éste se disponía a trasladar al ejército hasta Hispania y con tal motivo estaba realizando un sacrificio, el niño, de unos nueve años, con las manos sobre los altares juró que, en cuanto su edad se lo permitiera, se erigiría en el peor enemigo del pueblo romano; incluso consiguió, a base de insistentes súplicas, tomar parte en la guerra que se avecinaba. Ansioso por demostrar el inmenso odio que dividía a Cartago y a Roma, golpeó en el suelo con un pie y, tras levantarse una polvareda, señaló que el final de la guerra entre ambos pueblos llegaría cuando uno de los contendientes acabase reducido a polvo.
43. Sobre la perfidia
1. Tarpeya
Durante el reinado de Rómulo, al frente de la ciudadela se encontraba Espurio Tarpeyo.
Un día en que su joven hija salió fuera de las murallas en busca de agua para un sacrificio, Tito Tacio la sedujo para que dejara entrar con ella en la ciudadela a los sabinos armados, previo acuerdo de que éstos le entregarían a cambio lo que llevaban en su mano izquierda, brazaletes y anillos de oro macizo. Cuando los sabinos se apoderaron del lugar, mataron a la joven que reclamaba su recompensa sepultándola bajo sus escudos.
Y así, cumplieron su promesa, ya que los llevaban en su brazo izquierdo. Abstengámonos de criticarlos, pues aquella impía traición sufrió muy pronto su castigo.
2. Servio Galba
Servio Galba fue también de una desmedida perfidia.
Después de reunir a los habitantes de tres ciudades lusitanas, aparentando que iba a hablarles de sus intereses, escogió a ocho mil de ellos, los que se encontraban en la flor de la juventud, y luego de desarmarlos, mató a una parte de ellos, a la otra la vendió como esclavos.
En esta acción superó, por la magnitud de su crimen, a la inmensa matanza de extranjeros que llevó a cabo.
3. Viriato
La muerte de Viriato mereció también una doble acusación de perfidia. Una recayó sobre sus amigos, porque lo mataron con sus propias manos; y otra sobre el cónsul Quinto Servilio Cepión, pues al prometer impunidad a los asesinos se convirtió en culpable de este crimen, y no mereció la victoria, sino que la compró.
44. Sobre el error
1. Gayo Helvio Cinna
Al tribuno de la plebe Cayo Helvio Cinna, que volvía a su casa de los funerales de Cayo César, la muchedumbre lo descuartizó con sus garras tomándolo por Cornelio Cinna (pretor, cuñado de César y enemigo declarado de éste), contra quien creía que se estaba ensañando. La gente estaba enojada con éste porque, siendo pariente de César, había pronunciado ante el tribunal de las arengas un desalmado discurso contra aquél, que había sido cruelmente asesinado. Y azuzado el pueblo por semejante error, incluso, llevó la cabeza de Helvio clavada en una pica, como si fuese la de Cornelio, hasta la pira funeraria de César.
¡Qué víctima más desdichada del deber propio y del error ajeno!
2. Cayo Casio
Por un error Cayo Casio se vio obligado a castigarse a sí mismo: en medio de aquella enconada batalla que libraban cuatro ejércitos junto a Filipos y cuyo resultado aún permanecía incierto para los propios generales, Casio mandó al centurión Titinio a inspeccionar durante la noche lo que sucedía en el campamento de Marco Bruto (su amigo). Al tener que apartarse constantemente del camino, dado que la oscuridad de la noche no le permitía distinguir si quienes le salían al encuentro eran enemigos o compañeros, tardó mucho en regresar junto a Casio. Éste, creyendo que los enemigos habían apresado a Titinio y que habían pasado a dominar todas sus posiciones, se apresuró a quitarse la vida, cuando en realidad el campamento enemigo había sido apresado y gran parte de las tropas de Bruto permanecía incólume.
No debemos relegar al silencio el valor de Titinio, quien, atónito ante el inesperado espectáculo de su general muerto, clavó por un momento sus ojos en él y, deshecho en llanto, finalmente exclamó: “Mi general, aunque he provocado tu muerte de manera inconsciente, no quedará ello sin castigo: acógeme como compañero en tu triste final”. Y dejándose caer sobre el cuerpo sin vida de Casio, se clavó la espada en el cuello hasta la empuñadura.
Con su sangre mezclada yacieron ambos, víctimas, una de su afecto, otra de su error.
45. Dichos infames y hechos execrables
1. Tulia, hija de Servio Tulio
¿Y por quién puedo empezar, si no es por Tulia, que constituye un ejemplo muy lejano en el tiempo, horrendo en su razonamiento y monstruoso por sus declaraciones?
En cierta ocasión en que paseaba en su carruaje, el cochero que guiaba los caballos tiró de los frenos y se detuvo. Preguntó Tulia cuál era la causa de aquel frenazo brusco, y al ver que se trataba del cadáver tendido de su padre, Servio Tulio, dio orden de que el carro pasara por encima de él, con tal de poder abrazar cuanto antes a Tarquinio, el asesino. Con esa urgencia tan impía y deshonrosa no sólo se manchó para siempre de infamia, sino que además el barrio en que sucedió aquel hecho recibió el nombre de “criminal”-
46. Sobre muerte insólita
1. Esquilo
La muerte del poeta Esquilo, si bien no fue voluntaria, merece ser contada por lo insólito del caso. Un día salió de las murallas de la ciudad en la que vivía, en Sicilia, y se sentó en un lugar a tomar el sol. Un águila que volaba por encima de él llevando una tortuga quedó deslumbrada por el reflejo de su cabeza (por aquel entonces ya estaba totalmente calvo) y, tomándola por una piedra, estrelló contra ella la tortuga, para, una vez rota, poder comerse su carne. Por culpa de este golpe murió el que dio origen y principio al género trágico.
2. Homero
De las causas que motivaron la muerte de Homero se dice que tampoco fueron nada corrientes. Se cree que murió en la isla de Íos, afligido de dolor, porque no había podido resolver una cuestión que le planteaban unos pescadores.
3. Eurípides
Eurípides, por su parte, acabó sus días de una manera algo más truculenta. Después de cenar con el rey Arquelao, en Macedonia, volvía a la casa donde se hospedaba, cuando una jauría de perros lo despedazó a dentelladas: su inmenso talento no merecía un destino tan cruel.
4. Sófocles
Sófocles había alcanzado una edad avanzadísima cuando presentó una tragedia a un certamen. La incertidumbre del resultado de las votaciones se prolongó bastante y lo sumió en tal angustia, que, aunque al final resultó ganador por un solo voto, la alegría recibida le provocó la muerte.
5. Filemón
(Fue un poeta cómico perteneciente a la comedia nueva)
Un ataque desmedido de risa provocó la muerte de Filemón. Después que le prepararon unos higos, cuando ya los tenía delante, un burro comenzó a comérselos.
Llamó a un esclavo para que echara de allí al animal. Como el joven llegó cuando el burro se había comido todos los higos, Filemón señaló: “Ya que has tardado tanto, sirve ahora vino al burro”. Y nada más decir aquellas ingeniosas palabras, soltó una carcajada que, acompañada de incesantes jadeos, dificultaron su respiración y terminaron por ahogar su envejecida garganta.
6. Píndaro
En cuanto a Píndaro, en un gimnasio recostó su cabeza sobre el regazo del joven que era su predilecto, para descansar un momento. Y no se supo que había muerto hasta que el propietario del gimnasio fue a cerrar el recinto y no pudo despertarlo. En su opinión, los dioses fueron doblemente generosos con él, concediéndole aquel talento poético y una muerte tan placentera.
7. Anacreonte
Lo mismo cabe señalar de Anacreonte. Cuando ya había rebasado los límites normales de la vida humana, quiso sustentar las escasas y débiles fuerzas que le quedaban alimentándose del jugo de unas uvas pasas. Sin embargo, murió al ahogarse con un grano que se le quedó clavado en su garganta reseca.
47. Sobre el deseo de vivir
1. El rey Masinisa
El rey Masinisa apenas se fiaba de las intenciones de los hombres, por lo que confió su seguridad a la custodia de unos perros guardianes. ¿De qué le sirvió poseer un imperio tan descomunal, tener tantos hijos, o gozar de la amistad de Roma, una amistad sellada por estrechos lazos de afecto, si para preservar todo ello no halló nada más fiable que los ladridos y las dentelladas de unos perros?
2. Dionisio, tirano de Siracusa
Y en cuanto a Dionisio, el tirano de Siracusa, ¡Cuán larga es la historia de lo que sufrió a causa de estas mismas sospechas! Ejerció una tiranía de treinta y ocho años de la manera que sigue: se apartó de sus amigos y en su lugar eligió, como escolta personal, a individuos procedentes de las naciones más belicosas y también a fornidos esclavos, escogidos de entre las familias más adineradas. Asimismo, el miedo que tenía a los barberos le llevó a enseñar a sus propias hijas a afeitarlo. Pero cuando éstas se hicieron mayores, no se atrevió a seguir confiando la navaja a sus manos, por lo que ordenó que le quemaran la barba y la cabellera con cáscaras de nuez encendidas.
Y no se sintió más seguro como marido que como padre. Casado al mismo tiempo con dos mujeres, Aristómaca de Siracusa y Doris de Locros, jamás copuló con ninguna de las dos sin registrarlas previamente. Llegó incluso a rodear de un amplio foso el lecho conyugal, como si fuese un campamento, y accedía al mismo por medio de un puente de madera, no sin antes cerrar con cuidado, desde dentro, la puerta de la alcoba que también cerraban los centinelas por fuera.
(Valerio Máximo. Hechos y dichos memorables. Introducción, traducción y notas de Santiago López Moreda, Mª Luisa Harto Trujillo y Joaquín Villalba Álvarez. Editorial Gredos).
Segovia, 19 de marzo del 2022
Juan Barquilla Cadenas.