MITOLOGÍA: ULISES
Ulises es el más conocido de los héroes antiguos.
Los autores coinciden con el nombre de su padre, Laertes y el de su madre Anticlea. Esta filiación aparece ya en la “Odisea”.
Pero existía una tradición según la cual Anticlea, antes de casarse con Laertes, había amado a Sísifo y Ulises habría nacido en realidad de éste.
Ulises nació en Ítaca, que es una isla de la costa occidental de Grecia, en el mar Jónico.
Durante su juventud, Ulises realizó varios viajes.
Una tradición tardía afirma que fue uno de los discípulos del centauro Quirón, como Aquiles. Pero Homero no dice nada de esto.
La “Odisea” alude sólo a la cacería del jabalí en la que tomó parte, en el monte Parnaso, con ocasión de una visita en casa de Autólico (su abuelo materno).
Durante esta cacería, Ulises fue herido en una rodilla, y de ello le quedó una cicatriz, que mucho más tarde, a su regreso a Troya, había de servirle para darse a conocer. Su nodriza Euriclea, al lavarle los pies y rozarle con la mano la cicatriz, lo reconoce.
Ulises realizó otros viajes por encargo de Laertes, particularmente a Mesenia, para reclamar unos carneros que le habían robado.
En Lacedemonia (Esparta) se encontró con Ífito, que había sido huésped suyo y de quien recibió como presente de hospitalidad el arco de Éurito (arquero, padre de ífito), que le había de servir más adelante para matar a los pretendientes de su esposa Penélope.
Llegado a la edad viril, recibió de Laertes el trono de Ítaca, con todas las riquezas de la casa real, que consistían sobre todo en rebaños.
En este momento se sitúa, en las narraciones posteriores a la “Odisea”, su tentativa de casarse con Helena, hija de Tindáreo. Pero, al ver que el número de pretendientes de ésta era considerable, renunció a Helena para asegurarse un partido casi tan ventajoso y casarse con Penélope, prima de Helena e hija de Icario.
Queriendo ganarse la gratitud de Tindáreo, ideó una estratagema capaz de sacarlo de apuros ante los numerosísimos pretendientes a la mano de Helena.
Le aconsejó que exigiese a cada uno de ellos el juramento de respetar la elección que se hiciese y ayudar al elegido a conservar su esposa en el caso de que alguien se la disputase.
De este juramento iba a salir la guerra de Troya.
Agradecido, Tindáreo obtuvo con facilidad la mano de Penélope para Ulises.
Según otros autores, Penélope fue el premio de una carrera en la que Ulises salió vencedor.
De este matrimonio nació un hijo, Telémaco. Era todavía un niño cuando se difundió la noticia de que Paris había raptado a Helena y su esposo Menelao pedía ayuda contra el raptor.
Ulises, sólo a regañadientes se resignó a cumplir el juramento que lo ataba.
Con posterioridad a los poemas homéricos, se contaba incluso que se había fingido loco para evitar ir a la guerra de Troya.
Se dice que cuando Menelao y Palamedes fueron a buscarlo, se fingió loco.
Había uncido a su arado, juntos, un asno y un buey, y estaba sembrando sal. Pero Palamedes no se dejó engañar por la estratagema, y para obligar a Ulises a revelar que no estaba loco, puso al pequeño Telémaco delante del arado que el héroe utilizaba para labrar. Ulises no pudo resistir la prueba y detuvo la yunta a tiempo para no matar al niño, renunciando con ello a simular inconsciencia.
Con esto Palamedes se ganó el odio de Ulises.
Ya en Troya, Ulises consiguió vengarse de él.
Se cuenta que Ulises obligó a un troyano que había capturado bajo amenazas, a escribir una carta supuestamente enviada por Príamo, el rey de Troya, de la cual se desprendía que Palamedes había ofrecido a éste traicionar a los griegos. Después sobornó a un esclavo de Palamedes para que escondiese oro bajo el lecho de su amo. (se suponía que era el oro recibido de Príamo para traicionar a los griegos).
Finalmente, hizo circular la carta por el campamento griego; esta carta fue encontrada por Agamenón, quien mandó detener a Palamedes y lo entregó a los griegos. Éstos lo lapidaron.
Cuando Ulises vio que había perdido la partida, aceptó lo inevitable y partió para Troya.
Antes, su padre (Laertes) le había dado un consejero, Misco, con la misión de velar por él durante la guerra. Este Misco no se menciona en los poemas homéricos.
Desde este momento, Ulises se entrega con ardor a la causa de los Atridas (Agamenón y Menelao).
Acompaña a Menelao a Delfos para consultar el oráculo, e incluso, según ciertas tradiciones, se traslada con él por primera vez a Troya a reclamar a Helena.
Va también en busca del joven Aquiles, cuya presencia en la guerra los Destinos (Fata) han declarado indispensable si se quiere tomar la ciudad.
Finalmente lo encuentra en Esciros y, ya solo, ya acompañado de otros héroes – Néstor y Fenix / Néstor y Palamedes, y Diomedes, según las tradiciones -, Ulises se disfraza de mercader y entra en el “gineceo”(lugar de la casa destinado a las mujeres, pues Aquiles vivía en la corte del rey Licomedes disfrazado de mujer para no ir a la guerra) y allí, mientras ofrecía telas y armas de su surtido, reconoce a Aquiles en la prisa con que éste escogió las armas. O bien hizo que lo descubriese su emoción al oír los sones de una trompeta de guerra.
Finalmente, durante este período preparatorio de la guerra, lo encontramos también como embajador de los Atridas en Chipre.
La guerra ante Troya:
Durante la primera expedición, que termina en el desembarco de Misia – y que es ignorada por los poemas homéricos – el papel de Ulises parece haber sido insignificante, limitándose a interpretar correctamente el oráculo relativo a la curación de Télefo.
En su primera tentativa contra Troya, los griegos, que ignoraban el camino, desembarcaron en Misia, creyendo encontrarse en Frigia (región donde se encontraba Troya).
Algunos autores dicen que los griegos lo hicieron a sabiendas, deseosos, antes de atacar a Troya, de destruir el poder de los “misios”, para evitar que Príamo pudiese acudir a éstos en demanda de ayuda.
Télefo, rey entonces de Misia, salió al encuentro de los invasores (griegos) y mató a muchos de ellos, pero al presentarse Aquiles, Télefo, asustado, huyó. Durante la persecución, tropezó con una vid, se cayó y Aquiles lo hirió en un muslo.
Los griegos volvieron a hacerse a la mar.
Después, los griegos reunieron otro ejército y se concentraron por segunda vez en Áulide. Sin embargo, no sabían cómo llegar a Tróade.
Télefo, cuya herida no se curaba y a quien Apolo había predicho que “lo que le había herido lo curaría”, pasó de Misia a Áulide vestido de harapos como un mendigo y ofreció a los griegos mostrarles el camino si Aquiles consentía en curarlo. Aquiles, como aconsejó Ulises, aplicó un poco de la herrumbre que tenía la lanza en la herida de Télefo, y éste curó.
De conformidad con lo que había prometido, Télefo guió la flota griega, que llegó sin contratiempo a Troya.
En la segunda expedición – la guerra de Troya propiamente dicha – Ulises desarrolla especialmente sus actividades.
Presta sus servicios a Agamenón como mediador, para hacer que Ifigenia (la hija menor de Agamenón) se traslade a Áulide con el (falso pretexto) de casarla con Aquiles, cuando en realidad era para sacrificarla a fin de obtener viento favorable para la flota griega que estaba allí varada por falta de viento.
Ulises conduce a Troya un contingente de doce naves.
Forma parte de los jefes que se reúnen en Consejo, y es considerado como el igual de los más ilustres.
En ruta hacia Troya, los griegos hicieron escala en Lesbos.
Su rey Filomelides obligaba a los viajeros que hacían escala en su isla a luchar contra él y mataba a los que había vencido.
Ulises lucha con él y lo mata.
Algunos autores dicen que Ulises fue ayudado por su compañero Diomedes.
Durante la escala en Lemnos, en el curso del banquete de los jefes, Ulises, según la “Odisea”, se querelló con Aquiles. Ulises ensalzaba la prudencia; Aquiles exaltaba la bravura (el valor).
Agamenón, a quien Apolo había predicho que los griegos tomarían Troya cuando la discordia se manifestase entre los sitiadores (los griegos), vio en esta discusión un presagio de pronta victoria.
Este episodio fue deformado por los mitógrafos posteriores, los cuales imaginaron una querella entre Agamenón y Aquiles, primer síntoma de la que nueve años más tarde, debía oponer a los dos héroes (Agamenón y Aquiles) y que constituye el tema de la “Ílíada”.
Ulises los habría reconciliado. Además, el episodio en vez de situarse en Lemnos, es transportado a Ténedos.
En Lemnos, o en el islote cercano de Crisa, fue abandonado Filoctetes por consejo de Ulises.
Filoctetes es el depositario del arco y las flechas de Hércules. Una serpiente le mordió en un pie mientras estaba celebrando un sacrificio. La herida se infectó muy pronto y despedía un insoportable hedor y además los gritos que emitía, causados por el dolor, perturbaban el orden y el silencio ritual de los sacrificios.
Filoctetes vivió diez años en Lemnos, en ese momento, desierta, alimentándose de las aves que mataba con las flechas de Hércules.
Pero después de este tiempo, Ulises tuvo que volver a por Filoctetes a la isla de Lemnos, solo o acompañado de Neoptólemo (el hijo de Aquiles) o de Diomedes, pues Heleno (adivino) había revelado a los griegos que Troya no podía ser tomada si sus enemigos no iban armados con las flechas de Hércules.
Filoctetes les acompañó a Troya con la condición de que fuera curado por los hijos del dios Asclepio, Macaón y Podalirio, médicos de las tropas griegas.
Sobre la curación se contaba que Apolo había sumido a Filoctetes en un profundo sueño mientras Macaón sondaba la herida, cortaba con el cuchillo la carne muerta y lavaba la llaga con vino antes de aplicarle una planta secreta que Asclepio había recibido del centauro Quirón.
De este modo, Filoctetes es el primer ejemplo de una intervención quirúrgica realizada con anestesia.
Los poetas posteriores a Homero introdujeron otro episodio en el curso del viaje a Troya: la embajada que, partiendo de Ténedos, fue a reclamar a Helena.
Ya con ocasión del rapto, Ulises y Menelao habían efectuado un primer viaje a Troya acompañados de Palamedes, para tratar de arreglar el conflicto pacíficamente.
Repitieron la gestión saliendo de Ténedos, pero también resultó inútil y se vieron gravemente amenazados por los troyanos, debiendo su salvación a la intervención de Antenor (anciano troyano, compañero y consejero del viejo Príamo, el rey de Troya).
Durante el asedio de los griegos a Troya, Ulises aparece como combatiente de gran valor, a la vez que como consejero prudente y eficaz.
Es empleado en todas las misiones que exigen un hábil orador. Por ejemplo, es encargado en la “Ilíada”, de la embajada cerca de Aquiles, cuando Agamenón quiere reconciliarse con éste.
Había devuelto ya la cautiva Criseida a su padre, concertado el armisticio con los troyanos, organizado el combate singular entre Paris y Menelao, reducido a Tersites al silencio en la asamblea de los soldados y persuadido a los griegos de seguir en Troya. Pues Tersites, en su discurso contra Agamenón, animaba a los griegos a dejar solo a Agamenón y marchar a Grecia.
A esta actividad diplomática, tal como nos la presenta la “Ilíada”, los poetas posteriores han añadido varios episodios.
- La embajada a Anio para que consienta en enviar a sus hijas, que habían recibido de su abuelo Dionisio el poder de hacer brotar del suelo: aceite, trigo y vino, asegurando el aprovisionamiento del ejército.
- La embajada a Filoctetes, cuando Heleno (hijo del rey Príamo, con dotes proféticas) hecho prisionero e interrogado por Ulises, reveló que las flechas de Hércules eran necesarias para asegurar la caída de la ciudad.
- La embajada a Neoptólemo (hijo de Aquiles) en la que fue acompañado por Diomedes y Fenix, pues Heleno había revelado que tampoco podía ser tomada la ciudad si Neoptólemo no combatía con ellos.
También se atribuyen a Ulises otros actos, a menudo, poco honrosos, tales como empresas de espionaje.
Ya la “Ilíada” lo presenta durante un reconocimiento nocturno, en compañía de Diomedes, en el episodio de la Dolonia: el troyano Dolón fue enviado como espía al campamento griego para informarse de sus intenciones, pero se encontró con Diomedes y Ulises que lo hacen prisionero. Le obligan a revelar la disposición del ejército troyano y, finalmente, Diomedes lo mata. Conseguida la información, sorprendieron a Reso (héroe tracio que había acudido a ayudar a los troyanos durante el décimo año de la guerra, y que tenía unos caballos blancos como la nieve y rápidos como el viento) dormido, lo mataron y se llevaron sus caballos.
Se ha supuesto que un oráculo había advertido a Reso que, si conseguía beber agua del Escamandro (río que corría junto a Troya), y hacerla beber a sus caballos, sería invencible y tomaría al asalto el campamento de los griegos. Para evitar que este destino se cumpliese, Hera y Atenea, diosas enemigas de los troyanos, sugirieron a Ulises y Diomedes la idea de emprender la expedición aquella noche y dar muerte a Reso antes de que se convirtiese en invencible con sus caballos.
También se atribuye a Ulises el robo del “Paladio”.
El “Paladio” era una estatua divina dotada de propiedades mágicas que representaba a la diosa Palas. El “Paladio” poseía la virtud de garantizar la integridad de la ciudad que lo guardaba y le tributaba culto.
Asimismo se atribuyen a Ulises las intrigas que provocaron la muerte de Palamedes.
También fue suya la primera idea de la construcción del “caballo de madera”.
Igualmente una expedición a Troya para convencer a Helena que traicionase a los troyanos.
Para esta expedición, primero se hizo mutilar por Toante (jefe del contingente griego etolio) para no ser reconocido, y, vestido de harapos, se presentó en la ciudad como un tránsfuga. Se deslizó junto a Helena, que, a la muerte de Paris, se había casado con Deífobo (otro hijo de Príamo), y la convenció de que traicionase a los troyanos.
Se contaba que Helena había revelado a Hécuba la presencia de Ulises en Troya, pero éste, con sus ruegos, lágrimas y hábiles palabras, había despertado la compasión de la reina, la cual le había prometido guardar el secreto. Pudo retirarse, aunque no sin haber dado muerte a varios troyanos, principalmente a los guardas de la puerta, y regresar luego al campo aqueo.
Numerosas son las proezas guerreras de Ulises durante la guerra. Fueron numerosas sus víctimas. Protegió a su compañero Diomedes cuando éste fue herido y cubrió su retirada.
Manda el destacamento encerrado en el caballo de madera y previene a sus compañeros contra la astucia de Helena, que acude a rondar a su alrededor imitando las voces de sus esposas.
Es el primero en salir del caballo de madera al exterior, y acompaña a Menelao, que quiere apoderarse cuanto antes de Helena, a la casa de Deífobo (con quien en este momento está casada), y, según una versión, impide que el marido ultrajado dé muerte a su esposa.
Según otra versión, aguarda a que se calme la cólera de los griegos y evita así que la joven sea lapidada, como ellos querían.
También salvó a uno de los hijos de Antenor: Helicaón.
Tuvo un incidente con Ayax (el hijo de Telamón), considerado el más fuerte y valiente de todo el ejército griego después de Aquiles.
Se dice que después de la muerte de Aquiles, él pidió que se le concedieran las armas de éste, y, al no concedérselo, enloqueció.
Tetis (la diosa-madre de Aquiles) había destinado estas armas al más valiente de los griegos o por lo menos, al que hubiese inspirado mayor terror a los troyanos. Para saber quién era éste, se decidió interrogar a los prisioneros, los cuales, por despecho, designaron a Ulises en vez de Ayax.
Ulises obtuvo las armas de Aquiles, y durante la noche, Ayax enloqueció, aniquiló a los rebaños destinados a alimentar a los griegos y se suicidó a la mañana siguiente al darse cuenta de lo que había hecho, en un momento de lucidez, del estado de enajenación en que había caído.
Ulises es también responsable de la muerte de Astianacte (el hijo de Héctor y Andrómaca) y del sacrifico de Polixena (la hija menor de Príamo de la que se había enamorado Aquiles).
Hécuba (la esposa de Príamo) le correspondió como botín de guerra entre las cautivas troyanas, y en la tradición según la cual la anciana reina fue lapidada, Ulises le arrojó la primera piedra, pese a que ella lo había salvado en otra ocasión.
El regreso a Ítaca:
Esta parte de las aventuras de Ulises es la que constituye el objeto de la “Odisea”.
Agamenón y Menelao no estuvieron de acuerdo sobre la fecha del regreso del ejército a Grecia después de destruir Troya. Menelao quería partir tan pronto como hubo terminado la guerra, mientras que Agamenón deseaba quedarse el tiempo necesario para congraciarse con Atenea ofreciéndole presentes.
Menelao, pues, salió el primero, con Néstor.
Ulises los siguió, pero al llegar a Ténedos riñó con ellos y se volvió a Troya a reunirse con Agamenón.
Cuando éste embarcó, Ulises fue el único que lo siguió entre todos los príncipes (jefes) griegos; pero pronto una tempestad lo separó de él.
Ulises hizo escala en Tracia, en el país de los cicones, donde tomó la ciudad de Ismaro.
De todos sus habitantes, sólo perdonó la vida a uno, Marón, sacerdote de Apolo.
Agradecido, Marón le obsequió con doce jarras de vino dulce y fuerte, que le sería de gran utilidad en el país de los cíclopes.
En el desembarco, Ulises perdió seis hombres de cada uno de sus barcos, y ante un contraataque de los “cicones” del interior, volvió a hacerse a la mar.
Navegando con rumbo Sur llegaba, dos días después, a la vista del cabo Malea; pero un violento viento Norte lo empujó hacia la costa de Citera, y al cabo de otros dos días hacía escala en el país de los lotófagos. Envió a algunos de sus hombres a informarse sobre sus habitantes, los cuales los recibieron amistosamente. Les dieron a probar un fruto del país, el loto, fruto que constituía su alimento, y era tan exquisito que los griegos se negaron a embarcar. Ulises tuvo que obligarlos a la fuerza.
Remontando hacia el Norte, Ulises y sus compañeros llegaron a una isla llena de cabras, donde pudieron avituallarse abundantemente.
De allí pasaron al país de los cíclopes, identificado siempre con Sicilia.
Y entró en una caverna. Había tenido la precaución de llevarse varios odres de vino, como regalo de hospitalidad a los seres humanos que encontrase.
En la caverna hallaron abundante queso, leche fresca y cuajadas, etc. Sus compañeros insistieron en que Ulises se aprovisionase y partiese, pero él se negó.
Y cuando llegó el dueño de la cueva, el cíclope Polifemo (hijo del dios Poseidón) se apoderó de los extranjeros y los encerró en su cueva; luego se dispuso a devorarlos de dos en dos. Ulises le ofreció vino del sacerdote Marón. El cíclope, que nunca había probado el vino, lo encontró bueno y bebió tanta cantidad, que se puso alegre.
Entonces preguntó su nombre a Ulises, el cual respondió: “Nadie”. En recompensa de tan excelente bebida, el cíclope le prometió que lo devoraría el último, y, tras una última copa se quedó dormido. Entonces Ulises, sirviéndose de una estaca endurecida al fuego, perforó el único ojo del gigante y, al llegar la mañana, logró salir de la cueva agarrado al vientre de un carnero. El cíclope llamó en su socorro a sus congéneres (vecinos) al sentirse herido. Pero al preguntarle éstos quién le atacaba, el gigante hubo de responder: “Nadie”. No comprendiendo el sentido de la respuesta, los demás cíclopes lo tomaron por loco y se marcharon.
Desde este momento, Poseidón, que era el padre del cíclope, empezó a odiar a Ulises.
Habiendo escapado de este modo al cíclope, Ulises llegó a la isla de Eolo, el rey de los vientos, quien lo recibió hospitalariamente y le dio un odre de piel de buey que contenía todos los vientos excepto una brisa favorable, que le había de conducir directamente a Ítaca.
Ya los navegantes podían ver las hogueras encendidas por los pastores (en la isla de Ítaca), cuando Ulises se quedó dormido.
Sus compañeros, creyendo que el odre encerraba oro, lo abrieron, y los vientos, al escaparse huracanados, los impulsaron en dirección contraria. Los barcos llegaron de nuevo a la mansión de Eolo, y Ulises fue otra vez al encuentro del rey para pedirle un viento favorable. Eolo le contestó que nada podía hacer en su favor, ya que los dioses habían manifestado de manera tan clara su oposición a su regreso.
Ulises reanudó su navegación al azar y, remontando hacia el Norte, hizo escala en el país de los lestrigones, identificado generalmente con la costa de los alrededores de Formias o de Gaeta, al norte de Campania.
Vuelto prudente a raíz de su aventura con los “cíclopes”, Ulises envió a varios hombres en exploración, los cuales encontraron a la hija del rey, que los condujo en presencia de su padre, Antífates. Éste devoró a uno en el acto, y los demás huyeron, perseguidos por el rey y todo el pueblo, llegando a la orilla. Los “lestrigones” apedrearon a los griegos, hundiendo los barcos y matando a sus tripulantes. Sólo Ulises logró cortar el cable que sujetaba su nave y hacerse a la mar.
Reducido a un solo barco y su tripulación, continuó remontando la costa hacia el Norte y pronto llegó a la isla de Eea, morada de Circe la encantadora.
Ulises envió en reconocimiento de la isla a la mitad de su tripulación, al mando de Euríloco.
El grupo penetra en un bosque y llega a un valle, donde los hombres descubren un brillante palacio. Entran en él, con excepción de Euríloco, que decide permanecer a la defensiva, ocultándose y observando la acogida de que se hace objeto a sus compañeros.
Los griegos son bien acogidos por la dueña del palacio, que no es otra sino Circe. Les invita a sentarse y participar en un banquete, y los marineros aceptan encantados. Pero tan pronto como han probado los manjares y bebidas, Euríloco ve cómo Circe toca a los invitados con una varita y los transforma en animales diversos: cerdos, leones, perros… cada uno según la tendencia profunda de su carácter y su naturaleza.
Luego la maga los empuja hacia los establos, ya repletos de animales semejantes.
Ante este espectáculo Euríloco se apresura a escapar y vuelve a donde está Ulises, a quien cuenta la aventura. Ulises decide entonces ir personalmente junto a la maga para tratar de salvar a sus compañeros.
Vagaba Ulises por el bosque preguntándose cómo podría libertar a sus hombres, cuando se le aparece el dios Hermes, quien le da el secreto para escapar a las brujerías de Circe: si echa en los brebajes que ella le dé una planta mágica llamada “moly”, nada tiene que temer; le bastará con desenvainar la espada para que Circe pronuncie todos los juramentos que él quiera y desencante a sus amigos. Y acaba entregándole una planta “moly”.
Entonces Ulises se presenta a la maga, que lo recibe como había hecho con sus compañeros, y le ofrece de beber. Ulises bebe, pero teniendo la precaución de mezclar “moly” en el contenido de la copa. Cuando Circe lo toca con su varita, él permanece insensible al encantamiento y saca la espada, amenazando con matarla; pero ella lo apacigua y jura por Éstige que no le causará daño alguno ni tampoco a los suyos.
Devuelve a los marineros y demás cautivos su forma primera, y Ulises pasa junto a ella un mes de delicias (según algunos, un año). Durante este tiempo tuvo con la maga un hijo llamado Telégono.
Circe lo envió a consultar el alma de Tiresias (adivino que había conservado sus dotes proféticas en el Hades después de muerto) para saber los medios de su regreso a Ítaca.
Tiresias le comunica que llegará a su patria solo y en un barco extranjero; que una vez que llegue allí tendrá que vengarse de los “pretendientes de su esposa Penélope” y, más tarde, partir otra vez, con un remo al hombro, en busca de un pueblo que no conozca la navegación. Allí ofrecerá un sacrificio expiatorio a Poseidón y, finalmente, morirá de edad avanzada, en medio de la dicha y lejos del mar.
Después de haber visto a cierto número de héroes entre los muertos “evocados”(entre otros, Agamenón, Aquiles y su madre Anticlea), Ulises vuelve a la mansión de Circe.
Finalmente la abandona, no sin que la maga le haya dado aún otros consejos.
Pasó primero a lo largo de la isla de las Sirenas (situada en las cercanías del golfo de Nápoles).
Las sirenas son genios marinos, mitad mujer, mitad ave.
Según la leyenda más antigua, las sirenas habitaban una isla del Mediterráneo y con su música atraían a los navegantes que pasaban por sus parajes. Los barcos se acercaban entonces peligrosamente a la costa rocosa de la isla y naufragaban, y las sirenas devoraban a los imprudentes.
Al pasar junto a ellas, Ulises prudente y curioso a la vez, pues las sirenas elevaron su canto, prometiéndole a Odiseo fama y conocimiento, para seducirle, mandó a sus marineros que se tapasen los oídos con cera, y él se hizo amarrar al mástil, con orden de que nadie lo desatase por insistentes que fuesen sus ruegos.
Al obrar de este modo seguía los consejos de Circe, que le había revelado el peligro a que se exponía.
Cuando comenzó a oír la voz de las sirenas, Ulises sintió un invencible deseo de ir hacia ellas, pero sus compañeros se lo impidieron.
Se dice que las sirenas, despechadas por su fracaso, se precipitaron al mar y perecieron ahogadas.
Se desconoce cuándo las alas de las sirenas pasaron a ser cola de pez, pero parece que el cuerpo de estas criaturas pasó a convertirse en “pisciforme” debido a su asociación con el mar.
El primer testimonio que muestra a las sirenas con cola de pez se halla en el “Liber Monstrorum” (Libro de los monstruos), un manuscrito anglo-latino que data de finales del siglo VII o principios del VIII. Desde la cabeza hasta el ombligo, las tenebrosas figuras tenían cuerpo femenino, dando paso a una larga cola escamosa, idéntica a la de los peces para poder moverse por las profundidades marinas.
Desde la Antigüedad, los mitógrafos han especulado sobre el origen y la doble forma de las Sirenas.
Ovidio dice que no siempre habían poseído alas de ave. Antes eran muchachas de aspecto normal, compañeras de Perséfone (Proserpina). Pero cuando ésta fue raptada por Plutón (Hades), pidieron a los dioses que les diesen alas para poder ir en busca de su compañera (Perséfone) tanto por mar como por tierra.
En cambio, otros autores aseguraban que esta transformación era un castigo que les había infligido Demeter (Ceres) porque no se habían opuesto al robo de su hija.
También otras versiones decían que Afrodita (Venus) les había arrebatado su belleza porque despreciaban los placeres del amor.
Finalmente, se contaba también que después de su metamorfosis pretendieron rivalizar con las Musas. Éstas, irritadas, las habían desplumado y se habían coronado con sus despojos.
En las especulaciones escatológicas posteriores a la epopeya, las sirenas fueron consideradas como divinidades del más allá, que cantaban para los bienaventurados en las “Islas Afortunadas”. Pasaron a representar las armonías celestiales, y como tales aparecen a menudo en los sarcófagos.
Después de superar este incidente con las sirenas, Ulises tuvo que afrontar las “Rocas errantes”, que eran unas rocas que flotaban y entrechocaban aleatoriamente; estas rocas destrozaban las naves y las maderas restantes eran dispersadas por el mar o destruidas por las llamas. Circe le había advertido sobre ellas. Sólo habían sido superadas por los “argonautas”. Las “rocas flotantes”eran una de las dos rutas potenciales que se podían tomar para llegar a Ítaca. La otra ruta alternativa, la tomada por Ulises, fue pasar por el estrecho donde se encontraban Escila y Caribdis.
Este estrecho es el estrecho de Mesina entre Italia y Sicilia.
En un lado del estrecho se encontraba Caribdis. Este monstruo era hija de la Tierra y de Poseidón, y durante su vida humana había mostrado una gran voracidad. Cuando Heracles pasó por allí conduciendo los rebaños de Geriones, Caribdis le robó varios animales y los devoró, Zeus la castigó fulminándola y precipitándola en el mar donde se convirtió en monstruo.
Tres veces al día, Caribdis absorbía agua del mar en gran cantidad, tragándose todo lo que flotaba, incluso los barcos que se hallaban en aquellos parajes; luego devolvía el agua absorbida.
Cuando Ulises cruzó el estrecho de Mesina, escapó una vez al monstruo, pero tras el naufragio que siguió al sacrilegio contra los “bueyes del Sol”, fue arrastrado sobre el mástil de su nave naufragada, por la corriente de Caribdis. Sin embargo, tuvo la habilidad de agarrarse a una higuera que crecía en la entrada de la gruta donde se ocultaba el monstruo. Después, cuando volvió a salir el mástil vomitado por Caribdis, Ulises lo recobró y reanudó su viaje.
En el lado opuesto del estrecho de Mesina se hallaba el monstruo marino Escila, una mujer cuyo cuerpo en su parte inferior, está rodeado de perros, seis animales feroces que devoran cuanto pasa a su alcance.
Cuando la nave de Ulises llegó, costeando, a la gruta que servía de guarida al monstruo, los perros salieron y devoraron a seis de los compañeros del héroe.
En la “Odisea” Escila es presentada como una hija de una diosa llamada Crateis.
Sobre las circunstancias en las que Escila se había convertido en el horrible monstruo descrito en la “Odisea”, las tradiciones eran igualmente discrepantes.
Ovidio ha contado cómo Glauco (dios del mar) amaba a Escila y por ella rehusó al amor de Circe. La maga irritada, quiso vengarse de su rival y mezcló hierbas mágicas en el agua de la fuente donde ésta se bañaba. Inmediatamente Escila quedó transformada; la parte superior de su cuerpo no cambió, pero de la ingle le nacieron seis espantosos perros.
Se decía también que Poseidón estaba enamorado de la joven, y que Anfítrite (esposa de Poseidón), celosa, había pedido a Circe que metamorfosease a la desgraciada.
O bien que Escila, enamorada de Glauco, se había negado a las solicitudes de Poseidón, el cual la había castigado de este modo.
Después de escapar a los remolinos de Caribdis llegó pronto a la isla de Trinacria, donde pacían unas manadas de toros blancos propiedad del Sol.
Allí amaina el viento y faltan los víveres. A fin de remediar el hambre los marineros, y no obstante la prohibición de Ulises, sacrificaron varios de estos bueyes para comérselos.
El Sol, al verlo, fue a quejarse a Zeus y pedirle reparación. Por eso, cuando el barco volvió a zarpar, se levantó una tempestad enviada por el señor de los dioses (Zeus); la nave zozobró (naufragó), y sólo Ulises, que no había participado en el festín sacrílego, pudo salvarse a duras penas, agarrado a un mástil. La corriente lo arrastró de nuevo a través del estrecho (de Mesina) y sólo por milagro escapó al abismo de Caribdis.
Tras nueve días de ser juguete de las olas, llegó a la isla de Calipso (probablemente la región de Ceuta, en la costa marroquí, frente a Gibraltar).
Calipso es una ninfa. Su nombre significa “la que oculta” y acogió a Ulises náufrago.
La “Odisea” narra cómo lo amó y la retuvo junto a ella diez años – otros dicen siete, e incluso hay quien dice que uno – ofreciéndole en vano la inmortalidad.
En el fondo de su corazón, Ulises sentía el afán de volver a Ítaca y no se dejó seducir.
Finalmente, a ruegos de Atenea, protectora del héroe, Zeus envió a Hermes a Calipso con orden de que soltase a Ulises.
Calipso puso a desgana a su disposición la madera necesaria para construir una balsa, y Ulises partió con rumbo Este.
Pero la cólera de Poseidón no disminuía. El dios provocó una tempestad, que destruyó la balsa, y desnudo y agarrado a un madero, el héroe llegó a la isla de los feacios, que en la Odisea se llama Esqueria y es probablemente Corfú.
Extenuado, Ulises se durmió en los matorrales que bordeaban un río.
Por la mañana lo despertaron los gritos y las risas de un grupo de muchachas.
Era Nausicaa, la hija del rey de la isla, con sus criadas, que habían ido a lavar la ropa y a jugar a orillas del río.
Ulises se presentó a ellas y les pidió ayuda.
Nausicaa le indicó el camino del palacio de su padre, el rey Alcinoo, mientras ella regresaba por otra ruta, con sus sirvientas, a fin de no despertar la malicia de los transeúntes.
Alcinoo y la reina Arete tributaron a Ulises una acogida afectuosísima y hospitalaria.
Se dio en su honor un gran banquete, durante el cual, Ulises contó sus aventuras con todo detalle.
Después lo cargaron de regalos, y como declinó el ofrecimiento que le habían hecho de casarse con Nausicaa y, en cambio, insistió en su deseo de regresar a Ítaca, pusieron una nave a su disposición.
Durante el viaje, que fue breve, Ulises se quedó dormido, y los marinos feacios lo depositaron en un lugar apartado de la isla de Ítaca con los tesoros que le había regalado Alcinoo.
El barco volvió a Esqueria (la isla de los feacios), pero en el momento de llegar a la isla, Poseidón lo convirtió en una roca, y se vengó de este modo del servicio prestado a Ulises contra su voluntad.
La propia ciudad quedó rodeada por una montaña y dejó de ser puerto.
Al marchar Ulises a la guerra de Troya confió a su amigo Mentor la protección de sus bienes y de su esposa. Muchas veces la diosa Atenea, su protectora, toma la figura de Mentor.
La ausencia de Ulises ha durado veinte años. Ulises ha cambiado tanto, por la edad y los peligros, que nadie lo reconoce.
Mientras tanto Penélope lo ha aguardado fielmente.
Penélope era la única dueña de los bienes de Ulises.
La anciana madre de éste, Anticlea, murió pronto de pesar (tristeza) al saber la marcha de su hijo, y su padre Laertes se retiró al campo.
Pronto Penélope fue objeto de solicitaciones cada vez más apremiantes: todos los jóvenes de las cercanías pedían su mano, y como ella rehusaba, se instalaron en el palacio de Ulises; se dieron una vida espléndida y trataron de vencer la resistencia de la mujer arruinándola ante sus ojos.
Penélope les dirigió violentas censuras, pero de nada sirvieron. Entonces acudió a una estratagema; les dijo que elegiría uno de entre ellos cuando hubiera terminado de tejer la mortaja de Laertes. Y el trabajo que efectuaba durante el día lo deshacía durante la noche. Finalmente – al cabo de tres años -, fue traicionada por una de sus criadas, y los aplazamientos que hasta entonces había conseguido no se continuaron.
Al despertarse, Ulises decide no dirigirse inmediatamente al palacio. Va primero a la casa de Eumeo , el jefe de sus porquerizos, en quien tiene gran confianza.
Se da a conocer y encuentra allí a Telémaco (su hijo).
Ambos se dirigen entonces al palacio; Ulises, disfrazado de mendigo. Nadie lo reconoce, excepto su perro Argo, que, con sus veinte años a cuestas, llevaba una existencia miserable. Al ver a su amo se levanta gozoso, y vuelve a caer, muerto.
En palacio, Ulises pide de comer a los pretendientes. Éstos lo insultan, y un mendigo llamado Iro, habitual de los festines de los pretendientes, desafía al intruso que viene a amenazar su privilegio. Ulises lo derriba a puñetazos. El héroe es entonces objeto de una serie de ofensas por parte de los pretendientes, y, sobretodo, del que parece como más importante, Antinoo.
Penélope, enterada de que ha llegado un mendigo extranjero, desea verlo para preguntarle si tiene noticias de Ulises; pero éste decide aplazar la entrevista para el anochecer.
Llegada la noche, Telémaco, siguiendo órdenes de su padre, manda transportar a una habitación alta todas las armas que contiene el palacio.
Entonces se desarrolla la conversación entre Ulises y Penélope. El héroe no se da a conocer, y se limita a pronunciar palabras de esperanza.
Ella ha soñado que su marido iba a volver pronto, pero no cree en el sueño y se propone, al día siguiente, organizar un concurso entre los pretendientes y otorgar su mano al vencedor.
Les entregará el arco de Ulises, y el vencedor será el que mejor sepa utilizarlo.
Ulises la anima a realizar el proyecto.
Al día siguiente se celebra el concurso:
Se trata de atravesar con una flecha los anillos formados por varias hojas de hacha juntas.
Sucesivamente, todos los solicitantes empuñan el arco, pero ninguno es capaz de tensarlo. Al fin, Ulises pide el arma, y a la primera vez, da en el blanco.
Sus criados cierran las puertas del palacio. Telémaco acude a las armas, y comienza la matanza de los pretendientes. Luego, las criadas, que no habían mostrado la discreción conveniente, se llevan los cadáveres, limpian la sala y son ahorcadas en el patio del palacio, junto con el cabrero Melancio, que se había puesto de parte de los enemigos de su señor. Al fin, Ulises se da a conocer a Penélope, y, para eliminar sus últimos escrúpulos, le describe la cámara nupcial, que sólo ellos dos conocen.
A la mañana siguiente, Ulises se trasladó al campo, donde reside su padre, y se da a conocer.
Entre tanto, los familiares de los pretendientes se han reunido y exigen, armados, satisfacción.
Pero gracias a la intervención de Atenea, que adopta la figura del anciano Mentor, no tarda en restablecer la paz en Ítaca.
Después de la matanza de los pretendientes, Ulises ofreció un sacrificio expiatorio a Hades, Perséfone y Tiresias, y partió a pie, a través del Epiro, hasta el país de los “tesprotos”. Allí ofreció a Poseidón el sacrificio que Tiresias le había ordenado en otro tiempo.
La reina del país, Calídice, insistió en que se quedase y le ofreció el reino. Pero pasado un tiempo Ulises regresa de nuevo a Ítaca.
Entre tanto, Telégono, hijo de Ulises y Circe, había sido informado por su madre de quién era su padre y había partido en busca de Ulises.
Desembarcó en Ítaca y se apoderó de los rebaños de Ulises. Éste acudió en auxilio de sus pastores y se entablo un combate en el que Ulises fue muerto por su hijo.
Al saber quién era su víctima, Telégono se lamentó y se llevó el cadáver, así como a Penélope, a la mansión de Circe.
(Pierre Grimal. Diccionario de mitología griega y romana. Edit. Paidós).
Segovia, 9 de diciembre del 2023
Juan Barquilla Cadenas.