EURÍPIDES: HÉCUBA. Algunos pasajes de la obra.
“Hécuba” es una gran tragedia del ciclo troyano que parece haber sido representada en el año 424 a. de C.
Escenifica el dolor de las mujeres cautivas y las consecuencias siempre funestas de la guerra a través de la admirable figura de Hécuba, una mujer vencida por la edad, el desgarro de la muerte de los suyos y la humillación de haber sido y no ser ya reina ni madre orgullosa.
En esta obra Hécuba sufre la pérdida de dos de sus hijos, Políxena, por exigencia del espíritu de Aquiles, y Polidoro, el menor de sus hijos, por la codicia de un amigo traidor.
La escena se desarrolla en el Quersoneso, en Tracia, donde el ejército griego, antes de partir rumbo a casa, se ha detenido para honrar el alma de Aquiles.
La obra se abre con un “prólogo” a cargo de la sombra de Polidoro, que relata su triste destino, morir a manos del huésped y amigo de sus padres, el rey Poliméstor. Una nueva desgracia es anunciada a continuación por boca de las troyanas cautivas del coro: la sombra de Aquiles exige el sacrificio de Polixena.
En el diálogo que se suscita después intervienen tres personajes: Hécuba, que lógicamente se opone al sacrificio; Odiseo, que pretende cumplirlo; y Polixena, que se somete voluntariamente a él.
Hay que destacar en este “episodio” el ruego de Hécuba a Odiseo recordándole que le salvó la vida en una ocasión pasada y la negativa sofista de un Odiseo sólo fiel a sí mismo. Interviene el coro, y a partir de aquí se empieza a desgranar el tema del destino del cautivo, en el que incide también el “episodio segundo”, marcado por la majestuosa entrega de Políxena a la muerte y la congoja resignada de una madre que asume la deuda del vencido. El coro vuelve a cantar las desgracias de la guerra provocada por Paris y Helena.
En su desconsuelo, esta madre destruida tiene que contemplar en el “tercer episodio” el cadáver de su hijo (Polidoro), encontrado en las playas del lugar. Hécuba se rebela contra la injusticia premeditada, la crueldad gratuita y la codicia, sobre todo si proceden de supuestos amigos y huéspedes. La indignación la empuja a reclamar justicia a quien es ahora su dueño, Agamenón, que consiente en ayudarla siempre y cuando se evite el enfrentamiento directo con Poliméstor; por ello, Hécuba planea su venganza ante la tácita aquiescencia de Agamenón, un vencedor compasivo. El coro entona de nuevo su lamento desgarrado al recordar la terrible noche de la caída de Troya. El final de la obra contiene el cumplimiento de la venganza de Hécuba en la persona de un indigno Poliméstor, que no duda en mentir a la mujer y afirmar que Polidoro se encuentra perfectamente.
Así, Hécuba, ayudada por las troyanas cautivas, mata a los hijos del antiguo huésped (Poliméstor) y a él lo ciega. Agamenón acude ante los gritos del herido y se pronuncia en favor de Hécuba. La obra se cierra con las negras predicciones de muerte que Poliméstor vierte sobre Hécuba, Agamenón y Casandra.
Esta tragedia reúne lo mejor de Eurípides.
Su originalidad es indiscutible, ya que enlaza la muerte de Políxena y Polidoro, dos episodios que el mito cuenta separadamente.
Además, conjuga la resignación de quien se sabe vencido y la rabia de quien se ve en el derecho de exigir justicia, a pesar de su condición de esclavo.
Frente a otras obras de Eurípides, esta rescata la función del coro.
Otros aspectos meritorios deben destacarse; por ejemplo, el espectro que abre la obra, un fantasma que lamenta su condición de víctima y muerto sin honras fúnebres.
El espectador ateniense estaba acostumbrado a otras apariciones, como la de Darío en “Los Persas” o la de Clitemnestra en “Las Euménides”; sin embargo, el teatro antiheroico y descreído de Eurípides no se prestaba a intervenciones grandiosas y, además creíbles, por lo que ecos clasicistas resuenan inevitablemente en este “prólogo” y también las dos largas súplicas de Hécuba, una dirigida al despiadado Odiseo y la otra al clemente Agamenón, rezuman humanidad, vehemencia y orgullo, sin caer en el fácil patetismo de otras tragedias que han tratado el tema del cautiverio y las consecuencias indeseables de la guerra.
Pasajes de la obra:
ESPECTRO DE POLIDORO:
Acabo de llegar, luego que he dejado las ocultas mansiones de los muertos y las puertas de la sombra, donde Hades mora lejos de los dioses. Yo, Polidoro, hijo que soy de Hécuba, la natural de Ciseo, y de mi padre Príamo, que, como a la ciudad de los frigios (Troya) el riesgo de caer bajo la lanza helena amenazara, temeroso me mandó, a escondidas, desde la tierra troyana hacia el palacio de Poliméstor, su huésped tracio, que estos riquísimos llanos del Quersoneso cultiva, mientras con su lanza a un pueblo amante de los caballos dirige.
Mi padre envió en mi compañía mucho oro, de forma oculta, a fin de que si un día caían las murallas de Troya no faltaran a sus hijos medios de vida.
Era yo el menor de los Priámidas, y, por esa razón, púsome a buen recaudo, pues no estaba en condición de llevar armas ni lanzas en mi joven brazo.
Y bien, mientras las fronteras del país estaban en pie, permanecían firmes las torres de la tierra troyana, y mi hermano Héctor gozaba de buena fortuna con la lanza, a manera de vástago, hermosamente crecía yo, desgraciado de mí, junto al huésped tracio de mi padre, gracias a sus cuidados. Mas, cuando Troya y la vida de Héctor perecieron, fue arrasado el hogar de mi padre, y éste cayó junto al altar erigido por los dioses, degollado por obra del sanguinario hijo de Aquiles (Neoptólemo), el huésped de mi padre muerte me dio, desgraciado de mí, a causa de mi oro, y, tras asesinarme, me arrojó al hinchado mar para mantener el oro en su mansión.
Tendido yazgo en la costa, y otras veces en el reflujo del mar, llevado y traído por los múltiples vaivenes de las ondas (olas), sin haber sido llorado y sin tumba. Pero ahora, tras abandonar mi cuerpo, vuelvo hacia mi madre, flotando por el aire desde tres días ha, tiempo que mi desventurada madre, que de Troya viene, lleva en esta tierra quersonesia. Todos los aqueos (griegos), anclando sus naves, permanecen a la espera en la costa de esta tierra tracia, porque el hijo de Peleo, Aquiles, mostrándose sobre su tumba ha detenido todo el ejército heleno que hacia su hogar los remos marinos volvía. Exige tomar a mi hermana Políxena como regalo grato a su tumba y a modo de honor.
Lo logrará, y no quedará sin dones de manos de sus amigos.
La fatalidad lleva a mi hermana a morir en el día de hoy. Mi madre contemplará los cadáveres de dos hijos: el mío y el de mi desgraciada hermana. Pues, a fin de conseguir un sepulcro, desdichado de mí, me mostraré ante sus pies de esclava, en medio de las olas. Que pedí a los poderes infernales conseguir una tumba y venir a manos de su madre. Así, cuanto deseaba obtener, acaecerá. Mas, me alejaré de la anciana Hécuba, pues aquí dirige su pie desde la tienda de Agamenón, temerosa de mi aparición.
¡Ay! ¡Oh madre, que, descendiendo de mansión real, contemplas el día de la esclavitud! Sufres tanto cuanto en otro tiempo gozaste. Compensándote por tu anterior felicidad un dios intenta aniquilarte.
HÉCUBA:
Conducid, hijas mías, a esta anciana ante las tiendas. Conducid y sostened, troyanas, a la que con vosotras es esclava, y antes reina. Cogedme, llevadme, acompañadme, alzadme teniéndome de mis viejas manos. Yo, valiéndome del retorcido cayado de mi mano, me afanaré en cumplir la marcha lenta de mis miembros. ¡Oh relámpago de Zeus! ¡Oh noche oscura! ¿Por qué, en la noche, sobresaltada me veo por temores y apariciones? ¡Oh soberana Tierra, madre de los ensueños de negras alas!
Aborrezco la nocturna visión – terrible, sí – que he percibido en sueños respecto a mi hijo, que a salvo vive en Tracia, y a mi amada hija Políxena.
¡Oh dioses subterráneos! Salvad a mi hijo, el único que, cual ancla de mi hogar, vive en la nevada Tracia bajo la protección del huésped paterno (Poliméstor).
Algo nuevo acontecerá. Canción luctuosa tendrán las que gimen. Jamás se eriza ni tiembla mi corazón de modo tan obstinado. ¿Dónde pudiera ver el alma divina de Heleno y a Casandra, troyanas, para que mis sueños expliquen? Pues he contemplado una cierva moteada muerta bajo las sanguinarias garras de un lobo, después de separarlo de mis rodillas a la fuerza.
Este es mi espanto: sobre lo alto de su tumba ha llegado el espectro de Aquiles.
Pedía como regalo de honor una de las muy infortunadas troyanas. De mi hija, de mi hija, alejad eso, deidades, os lo pido.
CORO:
Hécuba, a toda prisa me he venido junto a ti, tras abandonar las tiendas de nuestro señor, donde fui sorteada y asignada como esclava, arrojada de la ciudad de Ilión, atrapada por los aqueos a punta de lanza. No vengo a aligerar tus pesares, sino que, cual heraldo de tristeza para ti, traigo el grave peso de un mensaje. Porque se cuenta que en la asamblea plenaria de los aqueos han resuelto ofrecer tu hija a Aquiles como sacrificio. Sabes que, poniéndose sobre su tumba, se apareció con sus áureas armas y retuvo las naos (naves) que el ponto (mar) atraviesan, cuando tenían tensas ya las velas con cabos. A gritos dijo así: “¿Adónde navegáis, dánaos (griegos) dejando atrás mi tumba desprovista de honor?”
Ola de enorme disputa estalló a un tiempo, y opinión dividida se extendía por el ejército heleno de lanzas dotado; inclinábanse unos por entregar una víctima a la tumba, pero otros, no.
Partidario ardiente en bien tuyo se mostraba Agamenón, que mantiene sus lazos con la adivina bacante (Casandra)
Pero los hijos de Teseo, rebrotes de Atenas, resultaban oradores de sendos discursos, mas, el mismo criterio tenían: coronar la tumba de Aquiles con sangre nueva; afirmaron, además, que el matrimonio con Casandra no prevalecería jamás sobre la lanza de Aquiles. El ardor de las tesis encontradas era parecido, en cierto sentido, hasta que el taimado, astuto, de dulce labia, adulador del pueblo, el hijo de Laertes (Ulises), convence al ejército de que no rechace al mejor de los griegos en gracia a unas víctimas esclavas, ni consienta que ningún muerto, alzándose junto a Perséfone, dijera que, ingratos los dánaos con los dánaos caídos en defensa de los helenos, se fuera de las llanuras de Troya.
Odiseo va a llegar, si no ha llegado ya, para llevarse, a rastras, la potrilla desde tus pechos y alejarla de tu vieja mano. Ve, pues, a los templos; ve a los altares, póstrate suplicante ante las rodillas de Agamenón, invoca a los dioses celestes y a los que moran bajo tierra, pues, o tus plegarias evitarán quedes huérfana de tu desgraciada hija, o menester es que veas postrada en la tumba a la doncella, teñida de rojo con su propia sangre, fuente de oscuro reflejo que brota desde su cuello portador de oro.
HÉCUBA:
¡Ay, desgraciada de mí! ¿Qué debo decir? ¿Qué grito, qué lamento, desdichada de mí por mi desdichada vejez, por mi esclavitud insoportable, intolerable? ¡Ay de mí! ¿Quién me ayuda? ¿Qué descendencia? ¿Qué ciudad? Marchose el anciano; marcháronse mis hijos. ¿Qué ruta he de tomar? ¿Ésta o aquélla? ¿Por dónde iré? ¿Dónde acude en socorro algún dios o deidad?
¡Oh vosotras, que infortunios referís! ¡Muerte me disteis, muerte me disteis, sí! Mi vida a la luz ya no resulta envidiable. ¡Oh desdichado pie! Guía a la anciana hacia esta tienda. ¡Oh criatura! ¡Oh hija de la madre más infortunada! Sal, sal de tu morada: escucha la palabra de tu madre, hija, para que sepas qué espantoso rumor, espantoso, sí, he oído acerca de tu vida.
POLÍXENA:
¡Ay! Madre, madre, ¿por qué gritas? ¿Qué novedad proclamas? ¿Por qué con este pasmo me sacas de la tienda espantada cual pájaro?...
HÉCUBA:
La decisión general de los argivos (griegos) resuelve inmolarte en honor del hijo de Peleo, junto a su tumba.
POLÍXENA:
¡Oh tú, que desgracias terribles sufriste! ¡Oh tú, que todo lo soportaste! ¡Oh madre de vida desdichada! ¿Qué, qué injuria en extremo odiosa e indecible ha provocado, otra vez, contra ti una deidad?
Ya no tienes esta hija; no compartiré la esclavitud, desdichada de mí, contigo, anciana desdichada. Pues a mí, retoño tuyo, cual a ternera alimentada en los montes, desgraciada yo y desgraciada tú, me contemplarás arrancada de tus manos, degollada y conducida a Hades, a las tinieblas subterráneas, donde, junto a los muertos, desdichada me hallaré.
Lloro por ti, madre, infortunada, con fúnebres lamentos; mas no gimo por mi vida, ofensa y vergüenza, sino que, para mí, morir resulta un destino mejor.
CORIFEO:
Aquí viene Odiseo con rápidos pasos, Hécuba, para darte algún nuevo mensaje.
ODISEO:
Mujer, creo sabes la decisión del ejército y la votación efectuada, mas, aun así, te lo explicaré.
Han resuelto los aqueos matar a tu hija Políxena junto al elevado túmulo del sepulcro de Aquiles.
Me mandan acompañar y llevar a la doncella.
En presidente y sacerdote de este sacrificio constitúyose el hijo de Aquiles. ¿Sabes, pues, lo que debes hacer? Que no te tenga que apartar a la fuerza, ni vengas a luchar contra mí.
Examina tu vigor y la cercanía de tus desgracias.
Inteligente es, en verdad, reflexionar como es debido incluso en la adversidad.
HÉCUBA:
…Si a los esclavos les es dado preguntar a gentes libres sin molestarles ni herirles el corazón, preciso es que tú hables y que yo, que te pregunto, escuche.
ODISEO:
Les es dado; pregunta. Que no te escatimo el tiempo.
HÉCUBA:
¿Te acuerdas de cuando viniste como espía de Troya, irreconocible por los harapos, y que hilillos de sangre que de tus ojos salían caían goteando en tu barba?
ODISEO:
Me acuerdo, pues hiriome en todo el corazón.
HÉCUBA:
¿Y de que Helena te reconoció y me lo contó sólo a mí?
ODISEO:
Recuerdo que corrí un gran peligro.
HÉCUBA:
¿Y de que tocaste con humildad mis rodillas?
ODISEO:
Sí, de suerte que mis manos quedaron como muertas en tu peplo.
HÉCUBA:
¿Te salvé entonces y te dejé salir del país?
ODISEO:
Sí, de forma que contemplo esta luz del sol.
HÉCUBA:
¿Y qué dijiste entonces, cuando eras mi esclavo?
ODISEO:
Ficciones con muchas palabras, para no morir.
HÉCUBA:
¿Y no actúas mal con esta decisión, cuando fuiste tratado por mí tal como afirmas, y, en cambio, no nos haces beneficio alguno, sino todo el mal que puedes? Ingrata es vuestra estirpe, la de cuantos ambicionan puestos para atraeros a la gente. ¡Ojalá no os conociera yo a vosotros, pues no os arrepentís de dañar a los amigos, con tal de halagar en algo a la mayoría!
Y, en verdad, ¿qué artimaña tramaban al aplicar la sentencia de muerte contra esta niña?
¿Acaso forzoles la necesidad a matar a una persona junto a la tumba, donde más bien conviene sacrificar bueyes? ¿O es que Aquiles, deseando dar muerte a quienes a él lo mataron, en justicia exige la muerte de ésta? Mas esta, desde luego, no le hizo daño alguno. A Helena debiera reclamar como sacrificio para su tumba, porque ella lo aniquiló al llevarlo a Troya. Además, si era menester que muriera una prisionera elegida y destacada por su belleza, ese asunto no nos afecta, porque la hija de Tindáreo (Helena) destaca muchísimo por su figura, y se ha visto que no es menos culpable que nosotros. Con razón sostengo ese pensamiento.
La deuda que has de pagarme cuando te la pido, escúchamela. Cogiste mis manos, según afirmas, y esta vieja mejilla, arrodillándote. De esos mismos puntos te cojo yo, y te imploro que no me quites de los brazos a mi hija ni la matéis. Basta ya con los que están muertos. Con ésta soy feliz y me olvido de mis desgracias.
… Menester es que los poderosos no manden lo que no deben y que no crean, cuando gozan de buena fortuna, que siempre han de ser dichosos. Pues también yo fui feliz en otros tiempos, mas ahora ya no lo soy; un solo día me quitó toda la felicidad.
¡Ea pues!, respétame, apiádate.
Vuelve al ejército aqueo y convéncelo de que resulta odioso dar muerte a unas mujeres que no matasteis cuando las arrancasteis de los altares, sino que os apiadasteis de ellas.
Igual ley rige entre vosotros, tanto libres como esclavos, respecto a los delitos de sangre. Tu fama, aunque resulte criticada, les convencerá. Pues no pone el mismo vigor una palabra cuando viene de boca de gente sin gloria que cuando la pronuncia alguien famoso.
CORIFEO:
No existe ningún ser humano tan duro que, al escuchar tus lamentos y tus profundos y fúnebres gemidos, no derrame lágrimas.
ODISEO:
Hécuba, presta atención, y, en tu cólera, no conviertas en enemigo de tu corazón a quien con sensatez te habla.
Tu persona, gracias a la cual logré escapar entonces, dispuesto estoy a salvarla, y no hablo en vano. Pero no negaré lo que sostuve ante todos: una vez conquistada Troya, entregar tu hija al primer guerrero del ejército, como sacrificio a quien exigiéndola está. Pues la mayoría de las ciudades padecen ese mal, cuando un varón, aunque sea esforzado y generoso, no consigue ventaja sobre los mediocres. A nuestro entender, Aquiles es merecedor de honor, mujer, pues ese varón murió en defensa del país griego de la forma más gloriosa.
¿No es vergonzoso que, cuando estaba vivo, lo tuviéramos por amigo, y que, en cambio, cuando ha muerto no lo tengamos por tal? Y bien, ¿qué se dirá entonces cuando acontezca de nuevo una asamblea del ejército o un combate contra el enemigo? ¿Lucharemos, o queremos vivir, si vemos que no se ha honrado al que ha perecido? En verdad, mientras yo viva, con tener un poco cada día, cualquier cosa me bastaría; pero desearía que mi tumba se viera honrada, pues el agradecimiento perdura por largo tiempo. Si dices que te acaecen hechos deplorables, escúchame tú esto: en nuestro país tenemos ancianas y ancianos no menos desdichados que tú, y también recién casadas privadas de sus valientes esposos, cuyos cadáveres recubre este polvo del Ida. Soporta esas penas. Nosotros, si tenemos la mala costumbre de honrar al valiente, pagaremos nuestra estupidez. En cambio, los bárbaros no tengáis por amigos a los amigos, ni respetéis a los que gloriosamente han sucumbido, a fin de que la Hélade sea próspera, y vosotros, en cambio, consigáis lo que a vuestros designios cuadra.
HÉCUBA:
¡Oh hija! Mis palabras se han perdido por el aire, lanzadas en vano para impedir tu muerte. Tú, si de algún modo tienes un poder mayor que el de tu madre, apresúrate a emitir todos los sonidos cual boca de ruiseñor, para que no te quiten la vida. Póstrate ante las rodillas de Odiseo que aquí está, ganándote su compasión, e intenta convencerlo – dispones de un pretexto, pues también él tiene hijos – para que se apiade de tu sino.
POLÍXENA:
Veo, Odiseo, que escondes tu mano derecha bajo tus ropas y vuelves tu rostro hacia atrás, para que no roce tu barbilla (tocar la barbilla era signo de súplica). ¡Ánimo! Te has librado de Zeus, que, cual defensor de los suplicantes, me asiste. Te seguiré a causa de mi situación forzosa, y, además, porque ansío fenecer.
Pues si no quisiera, parecería cobarde y mujer apegada a la vida. Porque, ¿qué necesidad tengo de vivir? Mi padre fue rey de todos los frigios (troyanos). Ese fue el comienzo de mi vida. Después fue educada con buenas esperanzas cual novia de reyes, causando no poca envidia por mi boda. ¿De quién sería el palacio y el hogar adonde había de llegar?
Yo era señora, desdichada de mí, entre las mujeres del Ida, y, además, resultaba admirada entre las muchachas, parecida a los dioses menos en el morir. Mas ahora soy una esclava. En primer lugar, el nombre, al no serme familiar, provócame el deseo de morir.
Además, daría yo tal vez con un amo cruel que me compraría por dinero, a mí, hermana de Héctor y de otros muchos, exponiéndome la obligación de hacer el pan en su casa, me forzaría a barrer la mansión y a ocuparme de las lanzaderas (atender al telar y a las ruecas), mientras llevaba yo una vida desdichada. Un esclavo, comprado donde fuere, manchará mi lecho, tenido antaño por digno de reyes.
No, por cierto, De mis ojos aparto esta luz, al entregar mi cuerpo a Hades. Condúceme, pues, Odiseo y mátame, pues no vislumbro junto a nosotras motivo de esperanza ni de fe en que un día haya de ser feliz.
Madre, no me pongas ningún obstáculo, ni de palabra ni de obra. Aconséjame morir antes de caer en destino vergonzoso impropio de mi dignidad. Pues quien no suele probar las desgracias, toléralas, pero le duele poner su cuello bajo el yugo. Más dichosa sería yo muriendo que viviendo, pues vivir sin dignidad gran oprobio es.
…HÉCUBA:
Vosotros, matadme a mí también junto a mi hija, y doble libación de sangre tendrá la tierra y el difunto que esto exige.
ODISEO:
Basta con la muerte de tu joven hija. No hemos de añadir una muerte a otra. ¡Ojalá no precisásemos ni siquiera de ésta!
…HÉCUBA:
¡Que no me soltaré de esta hija por mi voluntad!
ODISEO:
Pues, desde luego, tampoco yo me iré dejando aquí a ésta.
POLÍXENA:
Madre, hazme caso. Tú, hijo de Laertes, deja a mi madre, irritada con razón. Y tú, oh desdichada, no pelees contra los poderosos. ¿Quieres caer al suelo, desgarrar tu anciano cuerpo cuando te rechacen por la fuerza y perder tu dignidad al verte arrastrada por un brazo joven, desgracias que sufrirás?
Tú no, desde luego, pues no lo mereces. ¡Ea! ¡Oh querida madre! Dame tu dulcísima mano y acerca tu mejilla a la mía.
Que nunca contemplaré los rayos ni el círculo del sol, sino que ahora es la última vez. Ya recibes mis últimos saludos. ¡Oh madre! ¡Oh tú que me diste a luz! Ya marcho abajo.
…HÉCUBA:
¡Ay de mí! ¿Qué hacer? ¿Dónde acabaré con mi vida?
…POLÍXENA:
¿Qué debo contar a Héctor y a tu anciano esposo?
HÉCUBA:
Comunícales que soy la más desdichada de todas.
…POLÍXENA:
Condúceme, Odiseo, tras cubrir mi cabeza con un velo. Que antes de ser degollada tengo el corazón derretido con los fúnebres lamentos de mi madre, y a ella se lo deshago con mis sollozos. ¡Oh luz! Aún puedo invocar tu nombre, pero ya no me perteneces, salvo mientras me encamino hacia la espada y la pira de Aquiles.
TALTIBIO:
Mujeres troyanas, ¿dónde puedo encontrar a Hécuba, la que otrora fue reina de Ilión?
CORIFEO:
Ahí está junto a ti, con la espalda en el suelo, envuelta en su peplo.
TALTIBIO:
¡Oh Zeus! ¿Qué debo decir? ¿Qué contemplas a los hombres, o que en vano tienen esa falsa idea, creyendo que existe la estirpe de las deidades, mas, en verdad, el azar gobierna todo asunto mortal? ¿No es ésta la reina de los opulentos frigios (troyanos)? ¿No es ésta la esposa de Príamo, el muy rico? Y ahora toda su ciudad queda devastada por la lanza, y ella, anciana, es esclava sin hijos, y yace por tierra, manchando de polvo su desgraciada cabeza. ¡Ay, ay! Anciano soy, pero, con todo, séame posible morir antes de caer en infame destino.
Levanta, oh desdichada, alza tu costado y tu cabeza del todo cana.
HÉCUBA:
¡Eh! ¿Quién es este que no consiente a mi cuerpo estar tendido? ¿Por qué, quienquiera que seas, me molestas cuando estoy apenada?
TALTIBIO:
He venido yo, Taltibio, servidor de los dánaos, pues Agamenón me ordenó buscarte, mujer.
HÉCUBA:
¡Oh, ser muy querido! ¿Has venido quizá porque han decidido los aqueos inmolarme a mí también sobre la tumba? ¡Qué agradable noticia me darías! Démonos prisa, corramos. Condúceme, anciano.
TALTIBIO:
He venido a buscarte, mujer, a fin de que entierres a tu hija que ha muerto. Me mandan los dos Atridas (Agamenón y Menelao) y el ejército aqueo.
…HÉCUBA:
¡Oh hija! No sé qué desgracia contemplar, pues muchas padezco. Si toco una, ésa no me suelta, y, desde allí, llámame otra pena que enlaza una desgracia con otra…
¿No es raro que una tierra mala, si consigue un tiempo propicio enviado por la divinidad, produzca buena espiga, y una buena, si carece de lo que precisa, dé mala cosecha, y, en cambio, entre los hombres, de modo inmutable, el malvado no sea nada más que cobarde, y el bueno, bueno, y que no altere su naturaleza bajo los efectos de la adversidad, sino que siempre sea noble? ¿Difieren los padres, o la educación? El ser adecuadamente educado supone, en cierto modo, la enseñanza de la virtud. Si alguien aprende bien eso, conoce lo deshonroso por haberlo aprendido con la norma de lo bueno. En lo tocante a eso, mi espíritu ha disparado sus flechas en vano.
Tú (el corifeo) vete, y comunícales a los argivos que nadie toque a mi hija y que aparten al gentío. En verdad, en un ejército muy numeroso la muchedumbre sin freno o la anarquía de los marineros son más impetuosos que el fuego, y cobarde es quien no realiza algo malo. Y tú, antigua servidora, coge un recipiente y, tras meterlo en agua del mar, tráelo aquí, que lave yo con postrera lustración a mi hija, casada sin esposo y virgen sin doncellez, y la exponga…
SERVIDORA:
Mujeres, ¿dónde está Hécuba la muy desdichada, la que ha superado en desgracias a todo varón e incluso al sexo femenil? Nadie le disputará la corona.
CORIFEO:
¿Qué ocurre? ¡Oh infortunada por tus gritos de mal agüero! Jamás descansan tus aciagos anuncios.
SERVIDORA:
A Hécuba le traigo esta amargura. En medio de penas no es fácil que la boca de mortales emita palabras de buen augurio.
CORIFEO:
He aquí a ésta que pasa por la vivienda y que a punto viene a oírte.
SERVIDORA:
¡Oh en todo infortunada y todavía más de lo que digo! Señora, acabada estás y ya no vives, aunque contemples la luz: huérfana de hijos, sin esposo, sin ciudad, aniquilada por completo.
HÉCUBA:
Nada nuevo has referido, y, en cambio, has zaherido a quien eso sabía. Pero ¿a qué llegas acompañando este cadáver de Políxena, cuyo sepulcro, se dijo, preparaban con celo todas las manos de los aqueos?
SERVIDORA:
Ésta no sabe nada, sino que deplora a Políxena y no percibe su nueva amargura.
HÉCUBA:
¡Ay infortunada de mí! ¿Acaso traes el báquico cadáver de la profetisa Casandra?
SERVIDORA:
Has nombrado a una que vive, pero, en cambio, no lloras por este muerto. Fíjate en el cuerpo desnudo del cadáver que te producirá asombro por lo inesperado.
HÉCUBA:
¡Ay de mí! Contemplo ahora a mi hijo muerto, a Polidoro, a quien un tracio me lo protegía en su mansión. He muerto, triste de mí, y no existo ya.
¡Oh hijo, hijo! ¡Ay, ay! Inicio un ritmo báquico, sabedora reciente de mi desdicha mediante un espíritu funesto.
SERVIDORA:
¿Has comprendido entonces la muerte de tu hijo, infeliz de ti?
HÉCUBA:
Situación increíble, increíble, nueva, nueva, sí, percibo. Amarguras surgen tras otras amarguras. Jamás me llegará un día sin gemidos, sin lágrimas.
…HÉCUBA:
¡Oh hijo, hijo de madre infeliz! ¿Con qué desgracia pereces? ¿Con qué sino yaces muerto? ¿Por obra de qué hombre?
SERVIDORA:
No lo sé. Hallelo en el borde del mar.
HÉCUBA:
¿Arrojado allí, o caído bajo lanza funesta en la lisa arena?
SERVIDORA:
Una ola profunda lo trajo desde el mar.
…CORIFEO:
¿Quién entonces le dio muerte? ¿Puedes decirlo iluminada por tu ensueño?
HÉCUBA:
Mi huésped, sí, el mío, el caballero tracio, junto al cual lo confiara su anciano padre para ocultarlo.
CORIFEO:
¡Ay de mí! ¿Qué vas a pronunciar? ¿Lo mató para apoderarse del oro?
HÉCUBA:
Crimen nefando, sin nombre, que sobrepasa a la extrañeza, impío, intolerable. ¿Dónde está la justicia de los huéspedes? ¡Oh el más abominable de los hombres! ¡Cómo troceaste su cuerpo, sajando con férreo puñal los miembros de este niño, sin compasión!
CORIFEO:
¡Oh desdichada! ¡Cómo te ha convertido en la más desgraciada de los mortales una deidad que te es adversa! ¡Ea! Que aquí contemplo la silueta de mi señor Agamenón. Callemos desde ahora, amigas.
AGAMENÓN:
Hécuba, ¿qué esperas para ir a enterrar a tu hija en un sepulcro, ya que Taltibio proclamó en mi nombre que ningún aqueo tocara a tu joven hija? Nosotros, desde luego, no lo consentimos ni la rozamos. Y tú, en cambio, te retrasas, de manera que estoy admirado. He venido para enviarte allí, pues lo de allí bien preparado está – si es que algo de esto está bien -, ¡Eh! ¿Qué troyano contemplo aquí, muerto, junto a las tiendas? Que no es argivo, en verdad, me lo indican los vestidos que cubren su cuerpo.
Hécuba duda si contárselo a Agamenón o guardar silencio; pero Agamenón, mientras ella reflexiona qué hacer, está esperando su respuesta porque – como dice – no es adivino.
…HÉCUBA:
No podría yo, sin éste (Agamenón), vengar a mis hijos. ¿Por qué le doy vueltas a esto? Fuerza es atreverse, tanto si lo logro como si no lo consigo. Agamenón, ¡te suplico por estas rodillas tuyas, por tu barbilla y por tu afortunada mano derecha!
AGAMENÓN:
¿Qué asunto persigues? ¿Acaso convertir en libre tu vida? Pues fácil te resulta.
HÉCUBA:
No, en verdad. Cuando me vengue de los malvados, deseo ser esclava toda mi vida.
AGAMENÓN:
Pues entonces, ¿para qué me pides auxilio?
HÉCUBA:
Para nada de lo que piensas, señor. ¿Contemplas este cadáver por el que derramo lágrimas?
AGAMENÓN:
Lo contemplo. Mas lo siguiente no puedo comprenderlo.
HÉCUBA:
A éste lo parí en otro tiempo, y lo llevaba bajo mi cintura.
Hécuba le explica a Agamenón que ese hijo, que era el más pequeño, su padre lo llevó a casa de Poliméstor, el rey de Tracia y que fue su huésped, para mantenerlo a salvo, pero que éste lo mató en cuanto supo la derrota de los frigios (troyanos), para quedarse con el oro que su padre (Príamo) le envió para que cuidara de su hijo.
AGAMENÓN:
¡Ay, ay! ¿Qué mujer fue tan infortunada?
HÉCUBA:
No la hay, si no aludes a la propia Desgracia. Y bien, por qué razón me prosterno en torno a tus rodillas, escúchalo. Si te parece lícito lo que me acaece, mi aguantaré, pero, si crees lo contrario, sé mi vengador contra un hombre, el huésped más impío, que, sin temer a los dioses de abajo ni a los de arriba, ha llevado a cabo el crimen más impío, aunque había disfrutado en muchas ocasiones de una misma mesa conmigo y de una hospitalidad frecuente en número respecto a la otorgada a nuestros amigos, y a pesar de haber recibido todo lo que era menester…, en cambio, aun habiendo aceptado la tutela, le dio muerte. Y, cuando se decidía a matarlo, no lo consideró merecedor de una tumba, sino que lo arrojó al mar.
Ahora bien, nosotras somos esclavas y débiles quizá, mas, los dioses son poderosos, y también lo es la ley que sobre ellos impera. Pues, en virtud de la ley, respetamos a los dioses y vivimos, una vez que hemos definido lo justo y lo injusto. Ley que, si cuando se pone en tus manos va a resultar violada, y no pagan su castigo quienes dan muerte a sus huéspedes u osan apropiarse de lo consagrado a los dioses, no existe justicia alguna en los actos humanos.
… ¡Oh señor! ¡Oh luz máxima entre los griegos! Haz caso; tu mano vengadora ofrécesela a la anciana, aunque ella nada sea, así y todo, pues a un varón noble compete ayudar a la justicia y tratar mal, siempre y en todas partes, a los malvados.
AGAMENÓN.
Yo, a ti, a tu hija, a tus adversidades, Hécuba, y a tu mano suplicante, os tengo piedad, y deseo que, en gracia a los dioses y a la justicia, tu impío huésped te ofrezca reparación, si es que alguna forma pudiera verse que resulte bien para ti y al ejército no le pareciera que había favorecido yo este crimen por mor de Casandra (hija también de Hécuba y que le había correspondido en el reparto como esclava a Agamenón).
Efectivamente, hay una contra por la que me ha entrado inquietud. A ese varón (Poliméstor) el ejército tiénelo por amigo, y al muerto (Polidoro), en cambio, por enemigo. Si éste te es querido, eso es algo distinto que al ejército no le importa.
Piensa en esos puntos. Que cuentas conmigo como resuelto a intervenir en tu favor y presto a socorrerte, pero calmoso, si los aqueos han de criticarme.
HÉCUBA:
¡Ay! No existe mortal que sea libre. Pues ya es esclavo del dinero o de la suerte, ya la multitud de una ciudad o la letra de las leyes fuérzanle a adoptar actitudes en contra de sus propósitos.
Ya que temes y tienes demasiado respeto a la muchedumbre, yo te libraré de ese temor. Sé mi cómplice, en verdad, cuando prepare algún castigo contra quien mató a éste, mas no actúes a mi lado. Ahora bien, si se produjera alguna revuelta o defensa por obra de los aqueos cuando el tracio (Poliméstor) sufra algo como lo que ha de sufrir, reprímela, aparentando que no es por complacerme. En lo demás, no te preocupes, que perfectamente lo planearé todo.
Agamenón pregunta a Hécuba cómo piensa castigar a Poliméstor y ella le dice que con la ayuda de las mujeres troyanas cautivas. Agamenón le dice que desconfía de las mujeres.
HÉCUBA:
¿Y qué? ¿No vencieron unas mujeres a los hijos de Egipto y despoblaron totalmente Lemnos de varones? ¡Ea! Que así acontezca. Deja esta discusión, y, por favor, a esta mujer mándala con seguridad a través del ejército. Y tú (la servidora), llégate a mi huésped tracio y dile: “Te reclama la que antaño fue reina de Ilión, Hécuba – la ventaja que obtengas no será inferior a la suya -, y llama también a tus hijos. Pues tus hijos han de conocer sus palabras”.
Tú, Agamenón, detén el funeral de Políxena, la recién inmolada, a fin de que estos dos hermanos, unidos por una sola llama, doble angustia para una madre, sean ocultados en la tierra.
Agamenón le dice que así se hará, pues si el ejército pudiera hacerse a la mar, no podría otorgarle ese favor, pero ahora no hay viento y no pueden zarpar las naves y tienen que esperar.
Poliméstor se presenta en el campamento griego y le dice a Hécuba que lamenta su situación y que, si no ha venido antes, es porque se hallaba ausente en el centro de la frontera de Tracia, pero que, cuando ha recibido el encargo de su criada, que ha acudido enseguida.
POLIMÉSTOR:
…Pero ¿qué necesidad tienes de mí? ¿Por qué motivo me hiciste venir de mi mansión?
HÉCUBA.
A ti y a tus hijos deseo comunicaros un secreto personal. Pero ordena a tus servidores que se alejen de estas tiendas.
POLIMÉSTOR:
¡Marchaos! Pues esta soledad mía acontece en lugar seguro. Tú eres mi amiga, y este campamento aqueo me resulta amistoso. Pero menester es que me indiques en qué debe un hombre afortunado auxiliar a sus amigos cuando no son afortunados. Pues presto estoy.
Hécuba le pregunta, sin mencionar su nombre, si su hijo se acuerda de ella; él le responde que sí y que incluso había querido, a escondidas, venir allí a verla. Le pregunta también si está seguro el tesoro que llevó con él su hijo a Tracia. Le dice que sí y él la pregunta qué es lo que tiene que decirle. Hécuba le habla de unos viejos subterráneos con el oro de los Priámidas. La pregunta por qué tienen que saberlo también sus hijos y le dice que, en caso de que muera él, ellos estén enterados.
Hécuba le pregunta si sabe dónde está el refugio de Atenea troyana, y qué marca hay. Y le dice que una piedra negra que de la tierra sobresale.
POLIMÉSTOR:
¿Deseas informarme todavía de alguna cosa de allí?
HÉCUBA:
Deseo guardes los bienes con que he venido.
POLIMÉSTOR:
¿Dónde se encuentran? ¿Dentro de tu peplo, o los has escondido?
HÉCUBA:
A salvo están en estas tiendas, entre un montón de botín.
POLIMÉSTOR:
¿Dónde? Estos son los cercados en que fondean los aqueos.
HÉCUBA.
Las tiendas de las prisioneras están aparte.
POLIMÉSTOR:
¿Es de fiar su interior y está vacío de varones?
HÉCUBA:
Ningún aqueo hay dentro, sino nosotras solas.
Y bien, pasa a la vivienda, pues los argivos están deseosos de soltar las amarras de sus naves, partiendo desde Troya hacia su hogar. A fin de que, cuando hayas cumplido cuanto debes, te vayas con tus hijos a la morada en que has dejado a mi hijo.
…POLIMÉSTOR:
¡Ay de mí! ¡Ciego estoy de la luz de mis ojos, desdichado de mí!
…HÉCUBA:
¡Golpea, no respetes nada, arroja fuera las puertas!
Pues jamás darás a tus pupilas la reluciente mirada, ni contemplarás vivos a tus hijos a quienes di muerte yo.
Poliméstor sale de la tienda ciego y lamentando su situación, deseando vengarse en las mujeres cautivas troyanas y grita pidiendo ayuda a los aqueos y a los atridas (Agamenón y Menelao).
.. AGAMENÓN:
He venido tras escuchar tu alarido. Pues la intranquila hija de las rocas montañosas, Eco, está gritando entre el ejército, produciendo alboroto. Si no supiéramos que las torres de los frigios han sucumbido ante la lanza helena, este retumbo nos habría producido pánico desmesurado.
POLIMÉSTOR:
… ¿Contemplas lo que me acontece?
AGAMENÓN:
¡Ah, Poliméstor! ¡Oh infortunado! ¿Quién te ha aniquilado? ¿Quién te cegó los ojos ensangrentando tus pupilas y a estos hijos tuyos mató? En verdad, enorme odio contra ti y tus hijos tenía quienquiera que fuera.
POLIMÉSTOR.
Hécuba me aniquiló, ayudada por las mujeres prisioneras. No me aniquiló, sino que aún peor me trató.
AGAMENÓN:
¿Qué afirmas? ¿Has realizado tu acción tal como cuenta? ¿Cometiste tú, Hécuba, esta irremediable osadía?
POLIMÉSTOR:
¡Ay de mí! ¿Qué vas a decir? ¿Está quizá cerca en algún lugar? Muéstramelo, dime donde está, para que, apresándola con mis manos, la despedace y ensangriente su cuerpo.
AGAMENÓN:
Contente. Cuando eches de tu corazón la barbarie, habla, a fin de que, tras oíros a ti y a ésta por turno, juzgue yo con equidad en pago a qué sufres esto.
Primero habla Poliméstor y cuenta que acogió al hijo menor de Príamo y que, en efecto, lo mató para que no sobreviviera como enemigo de los griegos. Cuenta cómo Hécuba le hizo venir con el pretexto de hablarle de unos tesoros ocultos en Ilión con el oro de los Priámidas. Y cuenta como sucedió la muerte de sus hijos y su ceguera.
Después habla Hécuba que dice que Poliméstor no mató a su hijo Polidoro para favorecer a los griegos y en gracia a Agamenón, sino para quedarse con el oro que el muchacho llevó al ir a Tracia.
AGAMENÓN:
Fastidioso me resulta juzgar las desgracias ajenas, mas, con todo, es necesario, pues también produce rubor desechar este problema tras tenerlo en las manos. A mí, para que te enteres, me parece que no mataste a tu huésped por complacerme a mí ni a los griegos. Sostienes lo que te interesa porque estás entre desdichas. Ahora bien, tal vez entre vosotros resulta trivial dar muerte a un huésped, mas entre nosotros los helenos, eso es deshonroso. Entonces, ¿cómo evitaría la censura al sentenciar que no violas la justicia? No podría. Toda vez que osaste hacer lo que no es honesto, soporta también lo que no te place.
Poliméstor, que no está de acuerdo con el veredicto, le profetiza a Hécuba la muerte arrojándose al mar y que se convertirá en una perra, y dice que el adivino de los tracios, Dioniso, se lo comunicó. También le dice que morirá su hija Casandra y el mismo Agamenón a mano de su esposa, al llegar a Argos.
AGAMENÓN:
Echadlo inmediatamente en cualquier lugar de una isla desierta, pues con tal insolencia y desmesura se expresa.
Y tú, Hécuba, ¡oh infortunada!, vete y da sepultura a los dos cadáveres. Y menester es que vosotras os aproximéis a las tiendas de vuestros dueños, troyanas.
Pues noto ya aquí brisas favorables para llevarnos al hogar. ¡Ojalá tengamos buena travesía hacia la patria y veamos nuestras casas en buena disposición, libres nosotros de estas fatigas!
(Esquilo, Sófocles, Eurípides. Obras completas. Traducción de Eurípides: Juan Antonio López Férez y Juan Miguel Labiano. Edición, Introducción, notas y apéndices: Luz Conti, Rosario López Gregoris, Luis M. Macía y Mª Eugenia Rodríguez, bajo la coordinación de Emilio Crespo. Edit. Cátedra.)
Segovia, 16 de agosto del 2022
Juan Barquilla Cadenas.