“ASINARIA”: LA COMEDIA DE LOS ASNOS, DE PLAUTO. Pasajes de la obra.
Plauto (254 a. de C. -184 a. de C.) escribió esta comedia probablemente en el año 211 a. de C.
La comedia “Asinaria” cuenta los amores del joven Argiripo y sus dificultades económicas para gozar de su amada Filenia, meretriz también deseada por su rival Diábolo. El joven recibe la ayuda de su padre Deméneto, que ordena a sus esclavos Líbano y Leónidas conseguir como sea el dinero que su hijo necesita, a cambio, eso sí, de disfrutar también él durante una noche de los favores de la hermosa prostituta.
Argiripo, abrumado por la situación, accede a los deseos de su padre, que se ven arruinados por la inesperada aparición de su esposa, Artemona, una indignada matrona dispuesta a castigar al marido.
El tema central de la comedia es el ridículo que hace un senex, hombre ya maduro, al rivalizar en amores con su propio hijo; el escarnio público lo recibe de parte de la uxor dotata (esposa con dote), Artemona, que avisada por el rival despechado, Diábolo, se entera de las pretensiones adúlteras del marido.
La comedia “Asinaria”, a pesar de no ser demasiado conocida ni apreciada por la crítica, es una joya dentro del teatro plautino, pues contiene elementos que, aun esperados, tienen un desarrollo muy original.
Uno de esos puntos originales lo encarna el viejo Deméneto, que recibe la denominación de “senex lepidus” (anciano simpático), por mostrarse complaciente con los amores de su hijo y colaborador con la estafa urdida por los esclavos.
Se informa desde el primer diálogo que el padre quiere a toda costa ayudar al hijo y para ello conmina a uno de sus esclavos, Líbano, a que idee alguna estafa para conseguir el dinero que el joven debe pagar por la chica, Filenia.
De hecho, Deméneto defiende su postura porque busca el afecto del hijo y argumenta su decisión en el hecho de que también su padre engañó a un proxeneta y se llevó a la chica (que él (Deméneto) amaba) del burdel sin importarle las críticas.
Parece una declaración sincera y Deméneto representa el estereotipo del padre comprensivo, dejando el papel de severa a la madre.
Las cosas se tornan equívocas, cuando Deméneto se quiere cobrar el favor y no se le ocurre manera mejor que pasar una noche con la amada del hijo; es aquí, en esta pretensión ridícula y equivocada, donde Deméneto pasa de ser el padre simpático y comprensivo a formar parte del grupo de los “viejos plautinos”, es decir, aquellos que pretenden vivir amores propios de la juventud y a costa de su hijo, tan bien representados en “Cásina” y en “Mercator”.
Al principio, el hijo parece aceptar sin más, pero, llegado el momento crítico, Argiripo sufre ante la visión de su padre abrazado a su amada Filenia; en ese instante, el joven desesperado, trae a colación la relación de su padre con su madre, a ver si el viejo adúltero muestra algún escrúpulo o se siente arrepentido. Pero la figura del viejo adúltero se clarifica: odia a su mujer y desearía verla muerta; en fin, su suerte está echada, porque él ignora que su mujer ha ido a buscarlo al burdel y ha oído la conversación; el adúltero ha sido sorprendido y el castigo está servido.
Otro dato anómalo de esta comedia: dos son los esclavos que colaboran en la concepción del engaño: Líbano y Leónidas. Y ambos cuentan con el permiso de su dueño, Deméneto, para llevarlo a término.
La oportunidad para la trampa surge pronto, pues ha llegado a la ciudad un mercader de Pela (capital de Macedonia) con el encargo de entregar un dinero al esclavo atriense, o encargado de las cuentas, Sáurea, por la venta de unos asnos por parte de Artemona.
Artemona (esposa o uxor dotata) ha llegado al matrimonio con una buena dote y con un criado que se encarga de la administración de la misma; este esclavo es el atriense Sáurea, tenido por puntilloso y algo desconfiado. El caso es que se trata del único que ve el dinero en casa.
Por la venta de unos asnos – de ahí el título de la comedia - , Artemona obtuvo meses atrás veinte minas; ahora llega a la ciudad el mercader con el dinero que adeuda, pero no conoce personalmente a Sáurea. Pregunta por él en el barrio y pronto Leónidas se hace pasar por Sáurea para quedarse con el dinero, cantidad que coincide con la que Argiripo debe pagar por Filenia.
Leónidas corre al encuentro de su amigo y colaborador en embrollos, el esclavo Líbano, y le cuenta la situación; ambos intentan engañar al mercader, pero éste se muestra inflexible: sólo entregará el dinero al que dice ser Sáurea, delante de Deméneto, al que sí conoce. Deméneto colabora y consiguen así el dinero requerido.
Posiblemente sea la única ocasión en que dos esclavos, igualmente astutos, trabajan al alimón para ayudar a su joven amo, engañando a su dueña con el beneplácito del amo.
Otra escena curiosa y bastante surrealista para el espectador de ahora es aquella en que Leónidas y Líbano someten a los jóvenes enamorados Argiripo y Filenia a una serie de humillaciones antes de entregarles el dinero que necesitan para vivir con sosiego su amor.
Filenia es una joven prostituta que trabaja bajo la férula de su madre, Cleéreta, una celestina codiciosa y sin escrúpulos, que ha echado de su casa a Argiripo, porque ya no trae dinero.
Filenia se muestra profundamente enamorada del joven y ha tenido una dura bronca con su madre. Pero, como hija obediente que es, acepta la decisión materna.
La llegada de los esclavos con el anuncio del dinero llena de alegría a los jóvenes, que poco antes se juraban morir el uno por el otro, a lo Romeo y Julieta, en tonos dramáticos.
Primero Leónidas y después Líbano exigen que la chica los bese y les dedique palabras de amor y, lo más notorio de la escena, Líbano exige a Argiripo que se ponga a cuatro patas y lo lleve a caballito.
La escena final en que Artemona promete una somanta de palos a su marido está muy cerca de los finales del “mimo romano”, cuando el marido regresa inopinadamente a casa y sorprende a la esposa con el amante: a veces los palos iban dirigidos al amante, a veces a la esposa.
PASAJES DE LA OBRA
ACTO PRIMERO
Escena primera:
… DEMÉNETO:
Ahora escúchame tú a mí. ¿Por qué te iba a hacer yo esta pregunta o por qué te iba a amenazar por no haberme informado? O, en fin, ¿por qué me iba a enfurecer contra mi hijo, como hacen los demás padres?
LÍBANO:
(Aparte) ¿Qué novedad es ésta? Me pregunto de qué puede tratarse y me da miedo pensar en qué va a terminar.
DEMÉNETO:
Ya sé que mi hijo está enamorado de Filenia, la cortesana de la casa de al lado. ¿No es así, Líbano?
LÍBANO:
Vas por buen camino. Así es. Pero sufre una grave enfermedad.
DEMÉNETO:
¿Qué enfermedad?
LÍBANO:
Que sus dones no responden a sus promesas.
DEMÉNETO:
¿Y eres tú el que ayuda ahora a mi hijo en sus amores?
LÍBANO:
Sí, soy yo y también nuestro Leónidas.
DEMÉNETO:
Hacéis bien, por Hércules; y os lo agradezco. Pero mi mujer, Líbano, no sabes cómo es.
LÍBANO:
Tú eres el primero en experimentarlo, pero también nosotros sabemos algo de ello.
DEMÉNETO:
Te aseguro que es inaguantable e insoportable.
LÍBANO:
Tardas tú más en decirlo que yo en creerte.
DEMÉNETO:
Todos los padres que me hagan caso, Líbano, serán complacientes con sus hijos: así encontrarían en ellos más afecto y amor. Y esto es lo que yo trato de hacer. Quiero ser amado por los míos, quiero parecerme a mi padre, el cual, para complacerme, disfrazado de patrón de barco, engañó a un lenón (alcahuete) y se llevó de su casa a la mujer de la que yo estaba enamorado. Y no tuvo vergüenza, a sus años, de maquinar intrigas y ganarse con sus bondades el afecto de su hijo. Yo estoy decidido a seguir el ejemplo de mi padre. Y es que hoy mi hijo Argiripo me ha pedido que le proporcionara dinero para sus amores. Y yo ardo en deseos de complacer en esto a mi hijo. [Quiero favorecer sus amores, quiero que ame a su padre].
Aunque su madre es rígida y severa con él, como suelen ser los padres, yo mando todo eso a la porra. Y especialmente, dado que me ha considerado digno de su confianza, es justo que yo rinda honor a su manera de ser. Puesto que ha acudido a su padre, como debe hacer todo hijo respetuoso, deseo que disponga de dinero para dárselo a su amada.
LÍBANO:
Lo deseas, pero creo que lo deseas en vano. Tu mujer trajo en su dote al esclavo Sáurea, que dispone de más dinero que tú.
DEMÉNETO:
(Con resignación) Sí, recibí el dinero y por la dote vendí mi autoridad. Pero ahora te voy a resumir en pocas palabras lo que quiero de ti. Mi hijo necesita urgentemente veinte minas (=100 dracmas). Arréglatelas para conseguirlas inmediatamente.
LÍBANO:
¿Dónde diablos?
DEMÉNETO:
Estáfame.
LÍBANO:
¡Vaya tontería! Me mandas quitarle la ropa a un desnudo. ¿Que te estafe a ti? Anda, por favor, vuela tú sin alas. ¿Que te estafe yo a ti, que no dispones de nada salvo lo poco que hayas podido tú, a tu vez, estafar a tu mujer?
DEMÉNETO:
A mí, a mi mujer o al esclavo Sáurea: estafa, roba a quien puedas. Te prometo que si lo consigues, no tienes nada que temer.
LÍBANO:
Es como si me mandaras pescar en el aire o cazar con red en medio del mar.
DEMÉNETO:
Toma como lugarteniente a Leónidas (otro esclavo). Maquina lo que quieras, trama lo que quieras, pero consigue que hoy mi hijo tenga el dinero para dárselo a su amada.
LÍBANO:
Dime, Deméneto, ¿y si, por casualidad caigo en una emboscada? ¿Me rescatarás tú, si los enemigos me capturan?
DEMÉNETO:
Te rescataré.
LÍBANO:
Entonces ya puedes ocuparte de cualquier otra cosa. Yo me voy al foro, si no quieres nada más.
DEMÉNETO:
Vete y que te vaya bien. Pero escucha un momento.
LÍBANO:
Te escucho.
DEMÉNETO:
Si quiero algo de ti, ¿dónde estarás?
LÍBANO:
Donde me dé la gana. De ahora en adelante ya no hay absolutamente nadie de quien tenga algo que temer, una vez que con tu palabra me has mostrado el fondo de tu alma. Es más, incluso tú mismo me importas un comino, si lo consigo.
Ahora seguiré a donde iba y allí urdiré mi plan.
DEMÉNETO:
Escucha. Yo estaré en la tienda del banquero Arquibulo.
LÍBANO:
O sea en el foro.
.. DEMÉNETO:
(Solo) No puede haber un esclavo peor que éste, ni más astuto ni del que sea más difícil guardarse. Pero, si quieres un trabajo bien hecho, encárgaselo a él: preferirá morir de mala muerte antes que faltar a sus promesas. Por mi parte, estoy tan seguro de que ya está conseguido el dinero para mi hijo, como de que estoy viendo este bastón.
Pero, ¿a qué espero para marcharme al foro, como era mi propósito? Me voy y esperaré allí, en la tienda del banquero.
Escena segunda:
DIÁBOLO:
(Saliendo de la casa de Cleéreta, que le ha echado a la calle)
Pero de ahora en adelante te haré todo el mal que pueda hacerte y te lo habrás merecido. Por Pólux, que te haré volver al sitio del que has salido, a la extrema pobreza. Por Pólux, que haré que sepas quién eres ahora y quién has sido. Tú, antes que yo me acercara a tu hija y le entregara, enamorado, mi corazón, sumida en la pobreza y vestida de harapos, alegrabas tu vida con un pedazo de pan negro. Y si esto no te faltaba, les estabas muy agradecida a todos los dioses. Pero ahora que tú suerte ha mejorado, a mí, a quien se lo debes todo, no me conoces, ¡malvada! Pero a fuerza de hacerte pasar hambre amansaré tu bravura; pierde cuidado. Pues con tu hija no tengo motivos para irritarme; ella no tiene culpa de nada. Hace lo que le ordenas: tú eres su madre y también su ama.
De ti me vengaré yo, te perderé a ti, como te mereces, por lo que me has hecho. ¿Pero no veis a la condenada cómo ni siquiera se digna acercarse a mí, ni hablarme ni aplacar mi ira? ¡Ah! Ahí sale al fin la embaucadora. Creo que aquí a la puerta podré decirle a mi manera lo que quiera, ya que dentro no me ha sido permitido.
Escena tercera:
CLEÉRETA:
Ni por un puñado de filipos de oro daría yo una sola de tus palabras, si se presentara un comprador.
Todas las injurias que lanzas contra nosotras son oro y plata de ley. Tu corazón está clavado en nuestra casa con el clavo del Amor. A remo y vela, cuanto puedas, apresúrate y huye. Cuanto más te adentres en el mar, tanto más la marea te devolverá al puerto.
DIÁBOLO:
Pero yo, por Pólux, al portazguero de ese puerto lo voy a dejar sin los derechos de portazgo. A ti, de ahora en adelante, te voy a tratar siempre según tus méritos para conmigo y con mi dinero, ya que tú a mí no me tratas como merezco, sino que me echas de casa.
CLEÉRETA:
Sé muy bien que eso lo dices de boquilla, pero que no lo harás nunca.
DIÁBOLO:
Sólo yo te libré de la soledad y de la pobreza, aunque la tuviera para mí solo (a Filenia), nunca podrás pagarme lo que me debes.
CLEÉRETA:
La tendrás para ti solo, si sólo tú me das siempre lo que te pida. Siempre tendrás lo prometido, pero con una condición: que me des más que nadie.
DIÁBOLO:
¿Y cuándo se acabará eso de dar? Porque desde luego, eres insaciable. Apenas acabas de recibir y ya estás dispuesta a pedir de nuevo.
CLEÉRETA:
¿Y cuándo se acabará eso de tenerla, eso de amarla? ¿Es que eres insaciable? Acabas de devolvérmela y ya me estás pidiendo que te la vuelva a enviar.
DIÁBOLO:
Pero yo te di lo que habíamos pactado.
CLEÉRETA:
Y yo te la envié; estamos en paz: sus servicios a cambio de tu dinero.
DIÁBOLO:
Te portas mal conmigo.
CLEÉRETA:
¿Por qué me reprochas que ejerza mi oficio? Pues jamás se ha esculpido, pintado o escrito en un poema que una lena (alcahueta), si quiere obtener provecho, se porte bien con algún amante.
DIÁBOLO:
Pero harías mejor en mirar por mí, para que te dure más.
CLEÉRETA:
¿No sabes tú que la que mira por un amante no mira por sí misma? Para una lena el amante es como el pescado: si no está fresco, no vale nada. El fresco es el que está jugoso y sabroso. Lo puedes preparar de cualquier manera, cocido o asado, lo puedes remover de cualquier manera. Quiere dar, quiere que se le pida algo. Pues entonces se saca de una bolsa llena y él no sabe lo queda ni lo que derrocha. Sólo piensa en una cosa, quiere agradar a su amada, agradarme a mí, agradar a la pedisecua (criada que sigue a su dueña, ama de compañía), agradar a los servidores, agradar también a las criadas; incluso a mi perrito acaricia el nuevo amante para que se alegre cuando lo vea. Te digo la verdad: es natural que todo el mundo sea astuto para su provecho.
DIÁBOLO:
Saber que todo eso es cierto me ha costado la ruina.
CLEÉRETA:
Por Cástor, si ahora tuvieras qué darnos, de otra manera hablarías. Pero como no tienes nada, pretendes poseerla a cambio de injurias.
DIÁBOLO:
No es esa mi costumbre.
CLEÉRETA:
Ni tampoco la mía, por Pólux, enviártela gratis. Pero en atención a tu edad y a tu persona, haré esto: ya que hemos obtenido nosotras más ganancia que tú buena reputación, si me entregas dos talentos de plata, contantes y sonantes, en mano, en atención a tu persona te concederé esta noche, gratis, como regalo.
DIÁBOLO:
¿Y si no lo tengo?
CLEÉRETA:
Te creeré que no lo tienes, pero ella será para otro.
DIÁBOLO:
¿Y dónde está lo que te he dado antes?
CLEÉRETA:
Gastado; pues, si me durara, te la enviaría sin pedirte nada. El día, el agua, el sol, la luna, la noche, todo estos no necesito dinero para comprarlo. Pero las restantes cosas que necesitamos las adquirimos a crédito griego (pago al contado). Nosotras seguimos el mismo sistema. Nuestras manos tienen ojos siempre abiertos; sólo se fían de lo que ven. Hay un viejo refrán que dice: “Es inútil tratar de cobrar…[al que carece de dinero]”.
DIÁBOLO:
¡Qué diferente es tu lenguaje ahora que me has desplumado! ¡Qué diferentes, sí, son tus palabras ahora y antes, cuando os daba! ¡Qué diferentes de antes, cuando tratabas de atraerme con zalamerías y halagos. Entonces, hasta tu propia casa, cuando venía a verte, me sonreía. Me decías que solamente a mí, que a mí sólo tú y ella me amabais. En cuanto os daba algo, como dos pichoncitos, no os separabais ni un momento de mi boca; lo que yo ordenaba, lo que yo quería, lo hacíais; lo que no quería y prohibía, diligentemente lo evitabais y no os atrevíais a intentarlo, antes. Pero ahora lo que yo quiera o deje de querer os trae sin cuidado, ¡malvadas!
CLEÉRETA:
¿No sabes tú que este oficio nuestro se parece muchísimo al de pajarero? El pajarero, después de preparar el terreno, esparce el grano. Los pájaros se acostumbran. El que quiere obtener beneficios, ha de gastar primero. Los pájaros a menudo comen el grano. Pero, una vez que son atrapados, resarcen de sus gastos al pajarero. Con nosotras ocurre lo mismo. La casa es nuestro terreno, el pajarero soy yo, el cebo es la cortesana; el lecho es el reclamo y los enamorados son los pájaros.
Saludándolos amablemente, hablándoles dulcemente, besándolos, con palabras tiernas, delicadas, se acostumbran. Si uno le toca una tetita, no es en perjuicio del pajarero. Si le da un beso, se le da caza sin necesidad de redes. ¡Mira que haber olvidado esto tú que has ido tanto tiempo a la escuela del amor!
DIÁBOLO:
La culpa es tuya, por echar de tu lado a un alumno que está a medio aprender.
CLEÉRETA:
Cuando consigas con qué pagar, vuelve sin miedo; ahora vete.
DIÁBOLO:
¡Espera, espera, escucha! Dime: ¿cuánto consideras justo que te dé por ella, para que en todo este año no esté con ningún otro?
CLEÉRETA:
¿Tú? Veinte minas; y con esta condición: si otro me las trae antes, adiós muy buenas.
(Cleéreta hace ademán de marcharse)…
[Diábolo le dice a Cleéreta que no está arruinado del todo y que reunirá el dinero, pero con la condición de que durante un año completo no reciba a ningún otro hombre. Cleéreta le dice que ponga las condiciones que quiera, pero que traiga el dinero. Diábolo se marcha al foro para pedírselo a los amigos y dispuesto, si no lo consigue, a recurrir a un usurero]
ACTO SEGUNDO
Escena primera:
[Líbano está pensando en el foro cómo conseguir con engaños el dinero que necesita su amo. Se dice a sí mismo que aparte toda pereza, aleje la indolencia y resucite su vieja astucia. Que salve a su amo y que no haga lo que suelen hacer los esclavos que sólo son astutos para engañar a su amo]
Escena segunda:
LEÓNIDAS:
(Sin ver a Líbano) ¿Dónde podría encontrar yo ahora a Líbano o al hijo de mi amo, para ponerlos más alegres que la misma alegría?
¡Un grandísimo botín, un triunfo vengo a traerles!
Puesto que siempre beben conmigo, siempre van conmigo de cortesanas, este botín que he conseguido quiero repartirlo con ellos.
… LEÓNIDAS:
Voy a contarte un secreto.
LÍBANO:
Venga, sin miedo.
LEÓNIDAS:
Si quieres ayudar al hijo del amo en sus amores, se nos presenta de pronto una ocasión extraordinaria, pero unida a un grave riesgo. Los verdugos celebrarán todas sus fiestas a costa de nuestros cuerpos.
Líbano, ahora sí que nos hace falta audacia y astucia. Acabo de imaginar una hazaña de tal calibre que de nosotros dos se dirá que somos los máximos merecedores de padecer todos los tormentos del mundo.
LÍBANO:
Ya me extrañaba a mí que las espaldas me picaran desde hace un rato. Sin duda presagiaban que les aguardaba un grave peligro. Pero, sea lo que sea, dime de qué se trata…
LEÓNIDAS:
Entonces, pregúntame con calma, una cosa tras otra, para que pueda recobrar el aliento. ¿No ves que todavía estoy jadeante de la carrera?
LÍBANO:
Está bien, está bien; esperaré lo que quieras, incluso hasta… tu muerte.
LEÓNIDAS:
¿Dónde está el amo?
LÍBANO:
El viejo en el foro, el joven aquí en casa.
LEÓNIDAS:
Entonces, ya tengo bastante.
… LÍBANO:
Mis oídos están impacientes para oír la noticia que traes.
LEÓNIDAS:
Atiende, para que sepas lo mismo que yo.
LÍBANO:
Me callo.
LEÓNIDAS:
Me haces feliz. ¿Te acuerdas de los asnos arcadios que nuestro atriense vendió a un mercader de Pela?
LÍBANO:
Claro que me acuerdo. ¿Y qué pasó?
LEÓNIDAS:
Pues que éste ha enviado el importe de los asnos, para que sea entregada a Sáurea (el atriense). Acaba de llegar un joven que trae el dinero.
LEÓNIDAS:
… Pues bien, estaba yo sentado en la barbería, cuando me pregunta si conozco a Deméneto, el hijo de Estratón. Le respondo inmediatamente que sí, le digo que soy su esclavo y le doy las señas de nuestra casa.
LÍBANO:
¿Y después que pasó?
LEÓNIDAS:
Dice que trae el importe de los asnos a Sáurea, el atriense, veinte minas; pero que no lo conoce; que, en cambio conoce muy bien a Deméneto. En cuanto dijo esto…
LÍBANO:
¿Qué pasó?
LEÓNIDAS:
Escucha y lo sabrás. Yo al instante me doy aires de importancia y de grandeza, y le digo que soy el atriense. Y esto es lo que me respondió: “Yo, por Pólux, a Sáurea no lo conozco ni sé qué aspecto tiene. No sería justo que te enfadaras por ello. Si quieres, ve a buscar a Deméneto, al que sí conozco, y no tendré ningún inconveniente en entregarte inmediatamente el dinero”. Le dije que iría a buscar al amo y que estaría en casa a su disposición. Él va a ir a las termas y después vendrá aquí. Y ahora, ¿qué crees que debemos hacer? Di.
LÍBANO:
En eso estoy pensando, en cómo birlar el dinero al forastero y a Sáurea. Este trabajo hay que rematarlo urgentemente. Pues si el forastero trae antes el dinero, tú y yo quedamos en el acto fuera de combate. Y es que el viejo me llevó hoy a solas fuera de la casa y nos amenazó a mí y a ti con arrancarnos la piel a tiras si hoy mismo Argiripo no tenía a su disposición veinte minas.
Nos ordenó estafar al atriense o a su mujer y prometió que en ambos casos nos ayudaría.
Ahora vete al foro a ver al amo y cuéntale cómo vamos a actuar. Dile que tú vas a convertir a Leónidas en Sáurea, el atriense, hasta que el mercader traiga el dinero de los asnos.
LEÓNIDAS:
Haré lo que ordenas.
LÍBANO:
Mientras tanto yo lo entretendré aquí por si acaso llega…
Escena tercera:
EL MERCADER:
Por las señas que me han dado, ésta tiene que ser la casa donde dicen que vive Deméneto.
(Al esclavo que lo acompaña) Anda, chaval, llama a la puerta y dile a Sáurea, el atriense, si está dentro que salga.
LÍBANO:
¿Quién es el que está rompiendo nuestra puerta? ¡Eh, tú! ¿No me oyes?
EL MERCADER:
¡Todavía no la tocó nadie! ¿Estás bien de la cabeza?
LÍBANO:
¡Ah! Como te dirigías hacia ella, creía que la habías tocado. No quiero que golpees a una compañera de esclavitud, pues les tengo yo mucho amor a los nuestros.
EL MERCADER:
Por Pólux, te juro que no hay peligro de que le salten los goznes a la puerta, si a todos los que vienen a preguntar algo les respondes de esa manera.
LÍBANO:
Es que esta puerta es así, en cuanto ve venir de lejos a algún tiracoces, inmediatamente llama a gritos al portero. Pero, ¿a qué vienes? ¿Qué quieres?
EL MERCADER:
Quería ver a Deméneto.
LÍBANO:
Si estuviera en casa, te lo diría.
EL MERCADER:
¿Y el atriense?
LÍBANO:
Tampoco está en casa.
EL MERCADER:
¿Y dónde está?
LÍBANO:
Dijo que iba al barbero.
EL MERCADER:
Estuve con él. Pero, ¿todavía no ha vuelto?
LÍBANO:
No, por Pólux. ¿Qué le querías?
EL MERCADER:
Si hubiera estado aquí, habría recibido veinte minas.
LÍBANO:
¿Y eso por qué?
EL MERCADER:
Vendió unos asnos a un mercader de Pela en la feria.
LÍBANO:
Ya lo sé. ¿Y tú ahora traes el dinero? Creo que estará aquí en un momento.
[El mercader le pregunta a Líbano qué aspecto tiene Sáurea y Líbano le describe el aspecto de su compañero Leónidas.]
Escena cuarta:
LEÓNIDAS:
(Fingiendo no ver a los otros personajes)
¿Será posible que nadie haga caso de lo que digo? A Líbano le mandé ir a la barbería, pero no apareció por ninguna parte. Por Pólux, sin duda que no pensó mucho en su espalda y en sus piernas.
EL MERCADER:
¡Vaya déspota que es!
[Leónidas (que adopta ante “el mercader” el papel de Sáurea, se muestra muy cruel con Líbano, pegándole incluso.]
.. LEÓNIDAS:
(Fingiendo advertir por primera vez la presencia del Mercader)
¡Oh, qué bien! ¿Pero hace mucho que has llegado? Por Hércules, que no te había visto. Por favor, no me lo tomes a mal. Es que me cegó la ira.
EL MERCADER:
No me extraña. Pero quería ver a Deméneto, si es que está en casa.
LEÓNIDAS:
(Interpretando un gesto negativo de Líbano con la cabeza)
Dice que no. Pero, si quieres entregarme a mí ese dinero, te aseguro por mi parte, que la deuda quedará liquidada.
EL MERCADER:
Prefería entregártelo en presencia de tu amo Deméneto.
LÍBANO:
(Al Mercader) El amo lo conoce bien y él al amo.
EL MERCADER:
Sólo se lo entregaré en presencia de vuestro amo.
LÍBANO:
Dáselo bajo mi responsabilidad. Te garantizo que el dinero estará a salvo. Porque, si nuestro viejo se entera de que no te fiaste de él , montará en cólera, pues el viejo tiene una confianza absoluta en él.
LEÓNIDAS:
Me tiene sin cuidado. Si no quiere que no me lo dé. Déjalo que se quede ahí plantado.
[Siguen intentando que el mercader les dé el dinero, pero el mercader desconfía y les dice que no se lo dará, sino se lo manda dar Deméneto.]
ACTO TERCERO
Escena primera:
CLEÉRETA:
(Saliendo de casa con su hija)
¿Es que no voy a conseguir que, cuando te prohíbo una cosa, me obedezcas? ¿O es que tienes la intención de prescindir de la autoridad de tu madre?
FILENIA:
¿Cómo podría yo propiciarme a la Piedad si, para complacerte, madre, me comportara como tú me ordenas?
CLEÉRETA:
¿A eso llamas tú honrar a la Piedad, a menoscabar la autoridad de tu madre? Te parece bonito contravenir mis órdenes?
FILENIA:
¿Qué dices? Yo no condeno a las que se portan bien ni apruebo a las que obran mal.
CLEÉRETA:
Eres una enamorada bastante lenguaterita.
FILENIA:
Es mi oficio, madre. La lengua pide, el cuerpo trabaja, el corazón habla, la ocasión aconseja.
CLEÉRETA:
¿Quería yo reñirte a ti y eres tú la que me viene con reproches?
FILENIA:
Por Pólux, que ni te reprocho nada ni creo que me sea lícito hacerlo. Tan sólo me quejo de mi mala suerte, ya que se me separa de aquél a quien amo.
CLEÉRETA:
¿Es que no se me va a conceder hoy el turno de hablar?
FILENIA:
Mi turno te cedo y también el tuyo. El ritmo de hablar y de callar eres tú, el cómitre, a quien corresponde marcarlo.
Pero, por Pólux, si yo abandono el remo y me retiro sola al camarote a descansar, todo el negocio de la casa se te viene abajo.
CLEÉRETA:
¿Pero qué dices tú, que eres la mujer más desvergonzada que jamás he visto? ¿Cuántas veces te prohibí llamar, acariciar, hablar o mirar a Argiripo, el hijo de Deméneto? ¿Y qué nos dio? ¿Qué regalos nos hizo? ¿O es que para ti las palabras tiernas son oro y las sentencias sabias son regalos?
Tú eres la que lo amas, tú la que lo deseas, tú la que lo llamas a tu lado. De los que dan, te burlas; de los que se ríen de nosotras, te enamoras locamente. ¿O crees que debes esperar a que alguno te prometa hacerte rica cuando muera su madre?
Por Cástor, que mientras esperamos su muerte, nosotras y toda la casa corremos el riesgo de morir de hambre. Esta vez, desde luego, si no trae veinte minas, te aseguro por Cástor, que a ése que sólo es pródigo en lágrimas, lo pongo de patitas en la calle.
[Cleéreta le dice a Filenia que no la prohíbe amar a los que dan (dinero), pero Filenia dice que ella está enamorada de Argiripo.]
Escena segunda:
[Líbano y Leónidas hablan de los castigos recibidos y de las acciones que realizaron en el pasado]
LÍBANO:
Bueno, ahora deja eso y respóndeme a una pregunta.
LEÓNIDAS:
Pregunta lo que quieras.
LÍBANO:
¿Tienes las veinte minas?
LEÓNIDAS:
Eres adivino. ¡Por Pólux, lo amable que fue con nosotros el viejo Deméneto! ¡Con qué naturalidad fingía que yo era Sáurea! ¡Trabajo me costó contener la risa, cuando se puso a chillarle al forastero por no haber querido fiarse de mí, en su ausencia! ¡Con qué buena memoria me llamaba “el atriense Sáurea!”.
LÍBANO:
Espera un momento.
LEÓNIDAS:
¿Qué pasa?
LÍBANO:
¿No es Filenia la que sale de su casa y Argiripo la acompaña?
LEÓNIDAS:
Cierra el pico. Sí, es él. Escuchemos lo que dicen.
LÍBANO:
Él está llorando y ella, llorando también, lo retiene por el borde de la capa. ¿Qué pasará?
LEÓNIDAS:
Escuchemos en silencio.
Escena tercera:
ARGIRIPO:
(A Filenia) ¿Por qué me agarras?
FILENIA:
Porque te amo y, si te vas, me quedo sin ti.
ARGIRIPO:
¡Que te vaya bien!
FILENIA:
Algo mejor me iría si te quedaras aquí.
ARGIRIPO:
¡Salud!
FILENIA:
¿Salud me deseas, cuando con tu partida me haces enfermar?
ARGIRIPO:
Tu madre me ha dicho adiós para siempre, me ha ordenado irme a mi casa.
FILENIA:
Prematuramente celebrará las exequias de su hija si tengo que quedarme sin ti.
LÍBANO:
(Aparte a Leónidas) A este tío, por Hércules, lo han puesto de patitas en la calle.
LEÓNIDAS:
Sí, así es.
ARGIRIPO:
(A Filenia) Suéltame por favor.
FILENIA:
¿A dónde te vas? ¿Por qué no te quedas aquí?
ARGIRIPO:
De noche, si quieres, me quedaré…
ARGIRIPO:
(A Filenia) ¡Que te vaya bien!
FILENIA:
¿Adónde vas tan deprisa?
ARGIRIPO:
¡Que te vaya muy bien! Te veré en el Orco (Hades, el Infierno). Pues, por mi parte, yo estoy decidido a privarme de la vida cuanto antes.
FILENIA:
¿Por qué, te lo suplico, quieres hacerme morir, si no te he hecho nada?
ARGIRIPO:
¿Yo a ti? ¿Yo, que si supiera que te faltaba la vida, te regalaría yo misma la mía para prolongar con ella la tuya?
FILENIA:
Entonces, ¿por qué me amenazas con quitarte la vida? ¿Pues qué piensas que voy a hacer yo, si cumples lo que dices? Yo estoy decidida a hacer conmigo todo lo que tú hagas contigo.
ARGIRIPO:
¡Oh! Tú eres para mí más dulce que la miel.
FILENIA:
Y tú eres para mí la vida. Abrázame.
ARGIRIPO:
(Abrazándola) Con sumo gusto.
FILENIA:
¡Ojalá nos enterraran así!
LEÓNIDAS:
(Aparte a Líbano) ¡Oh, Líbano, qué desgraciado es el hombre enamorado!
LÍBANO:
Sí, pero, por Hércules, mucho más desgraciado es el colgado de una viga.
LEÓNIDAS:
Lo sé por propia experiencia. Rodeémoslos y, tú por un lado y yo por otro, abordémoslos.
(A Argiripo) ¡Salud amo! ¿Pero es que es de humo la mujer que estás abrazando?
ARGIRIPO:
¿Por qué?
LEÓNIDAS:
Como tienes los ojos llorosos, por eso te lo pregunté.
ARGIRIPO:
Al que iba a ser vuestro patrono, lo habéis perdido.
LÍBANO:
(A Filenia) ¡Salud Filenia!
FILENIA:
¡Que los dioses os concedan todo lo que deseéis!
LÍBANO:
Una noche contigo y un jarro de vino desearía, si se cumplieran los deseos.
ARGIRIPO:
Cállate, bribón.
LÍBANO:
¡Si es para ti y no para mí, para quien lo deseo!
ARGIRIPO:
Entonces di lo que quieras.
LÍBANO:
¿Yo? (Señalando a Leónidas) Azotar a éste.
LEÓNIDAS:
¿Y quién te creería eso, maricón de pelo rizado?
¿Azotarme tú, que almuerzas normalmente una buena ración de azotes?
ARGIRIPO:
¡Cuánto mejor, y con mucho, Líbano, es vuestra suerte que la mía! Yo no llegaré hoy a la tarde con vida.
LÍBANO:
¿Por qué? Dime.
ARGIRIPO:
Porque la amo y ella me ama, pero, como no tengo nada que darle, a pesar de mi amor, su madre me ha echado fuera de casa. Me han empujado a la muerte las veinte minas que hoy ha prometido darle el joven Diábolo, a condición de que durante todo este año no la envíe a casa de nadie más que a la suya. ¿Veis la fuerza y el poder que tienen veinte minas?
Él, que las pierde, está a salvo; yo que no las pierdo, estoy perdido.
LÍBANO:
¿Y ya ha dado el dinero?
ARGIRIPO:
Todavía no.
LÍBANO:
Entonces, estate tranquilo.
[Los esclavos se retiran y hablan entre ellos, luego les muestran una bolsa que contiene 20 minas, y antes de dársela les humillan haciendo que les supliquen, les den besos, etc.]
… LÍBANO:
(A Leónidas) Creo que ya nos hemos burlado bastante de él. Ahora digámosle las cosas como son. (A Argiripo) Atiende, Argiripo, por favor. Tu padre nos mandó traerte este dinero.
ARGIRIPO:
¡Qué oportunamente y a punto me lo habéis traído!
LÍBANO:
(Enseñando la bolsa) Aquí hay veinte minas buenas, conseguidas con malas artes. Tu padre nos mandó dártelas, pero con una condición.
ARGIRIPO:
Dime, ¿de qué se trata?
LÍBANO:
Que le cedieras una noche con Filenia y una cena.
ARGIRIPO:
Dile que venga, por favor. Haremos lo que quiera: se lo tiene merecidísimo, porque es él quien ha reunido nuestros amores desunidos.
LEÓNIDAS:
¿Y vas a soportar, Argiripo, que tu padre la abrace?
ARGIRIPO:
(Señalando la bolsa) Ésta hará que lo soporte fácilmente. Date prisa, por favor, Leónidas. Dile a mi padre que venga.
LEÓNIDAS:
(Señalando la casa de Cleéreta)
Ya hace un rato que está dentro.
Pues por aquí no ha entrado.
LEÓNIDAS:
Dio un rodeo por el callejón, y entró por el jardín, a escondidas, para que no lo viera ninguno de los esclavos. Tiene miedo de que su mujer se entere. ¡Si tu madre llega a saber lo que ha pasado con el dinero…!
ARGIRIPO:
¡Chiss…! No seáis agoreros.
LÍBANO:
Entrad pronto.
ARGIRIPO:
¡Que os vaya bien!
LEÓNIDAS:
Y vosotros, ¡que os améis bien!
ACTO CUARTO
Escena primera:
DIÁBOLO:
Vamos, enséñame el contrato que redactaste entre la lena, mi amada y yo. Léeme todas sus cláusulas, pues para estas cuestiones tú eres un artista sin igual.
EL PARÁSITO:
Se le pondrán los pelos de punta te lo aseguro, a la lena, cuando oiga las cláusulas.
[El Parásito le lee a Diábolo las cláusulas del contrato, que son muy estrictas respecto del comportamiento de Filenia con Diábolo. Luego Diábolo dice que todas las cláusulas le parecen perfectas y le dice que le siga a casa de Cleéreta. ]
Escena segunda:
DIÁBOLO:
(Saliendo con el Parásito de casa de Cleéreta)
Sígueme por aquí. ¿Voy a soportar esto y permanecer callado? Preferiría morir a dejar de contárselo todo a su mujer. (Volviéndose hacia la casa de Cleéreta, donde está Deméneto) ¿Qué? ¿Así que con tu amada haciendo de jovencito y a tu mujer poniéndole la excusa de que eres viejo? ¿Así que quitándole la amada a su amante y entregando dinero a una lena? ¿Así que saqueando la casa a tu mujer a escondidas? Antes me colgaré que silenciar tus fechorías. Ahora mismo, por Hércules, me voy a verla, pues, si ella no toma la delantera, en dos días la arruinarás, estoy seguro, para poder hacer frente a los gastos de tus vicios.
EL PARÁSITO:
Yo creo que hay que hacerlo así. Es preferible que sea yo y no tú quien lo descubra todo, para que ella no piense que lo hiciste impulsado más por los celos que por su interés.
DIÁBOLO:
Por Pólux, que tienes razón. Tú arréglatelas para crearle problemas y pleitos. Adviértele a ella que está bebiendo en compañía de su hijo en casa de su amada común en pleno día y que le está saqueando la casa.
EL PARÁSITO:
Yo me encargaré de ello.
DIÁBOLO:
Y yo te esperaré en casa. (Diábolo se aleja, mientras el Parásito entra en casa de Deméneto).
ACTO QUINTO
Escena primera:
ARGIRIPO:
Vamos, recostémonos en el lecho.
DEMÉNETO:
De acuerdo, hijo mío, como quieras.
ARGIRIPO:
(A los dos esclavos) Muchachos, traed la mesa.
DEMÉNETO:
¿Acaso te molesta, hijo mío, que Filenia esté recostada a mi lado?
ARGIRIPO:
El amor filial, padre, impide que me duelan los ojos. Aunque yo la amo, trataré de soportar con resignación verla recostada a tu lado.
DEMÉNETO:
Los jóvenes deben ser respetuosos, Argiripo.
ARGIRIPO:
Sí, padre, y tú mereces que lo sea.
DEMÉNETO:
Entonces, venga, disfrutemos este convite bebiendo y conversando agradablemente. Yo no quiero que tú me tengas miedo; es amor lo que quiero.
ARGIRIPO:
Y yo te tengo ambas cosas, como es propio de un buen hijo.
DEMÉNETO:
Te lo creeré sólo si te veo contento.
ARGIRIPO:
¿Es que piensas que estoy triste?
DEMÉNETO:
¿Que si lo pienso, cuando te veo más afligido que si te hubieran citado a juicio?
ARGIRIPO:
No digas eso.
DEMÉNETO:
Pues no pongas tú esa cara y yo no lo diré.
ARGIRIPO:
(Forzando una sonrisa)
Mira, fíjate, ya me río.
DEMÉNETO:
¡Ojalá se rían así todos mis enemigos!
ARGIRIPO:
Sé muy bien, padre, por qué crees que estoy enfadado contigo: porque Filenia está a tu lado. Y la verdad para serte sincero, es que a mí eso me disgusta, pero no porque no desee para ti lo que tú quieras. Pero estoy enamorado de ella. Si fuera otra la que estuviera a tu lado, te aseguro que lo soportaría fácilmente.
DEMÉNETO:
Pero yo la quiero a ella.
ARGIRIPO:
Entonces ya tienes lo que deseas. También a mi me gustaría poder decir lo mismo.
DEMÉNETO:
Aguanta solamente un día, ya que te he dado la posibilidad de estar con ella un año entero y te conseguí el dinero para tus amores.
ARGIRIPO:
Sí, y por ello te estaré eternamente agradecido.
Escena segunda:
ARTEMONA:
(Saliendo de su casa acompañada por el Parásito)
¿Y dices tú, ¡santo cielo!, que mi marido está bebiendo ahí (Señala la casa de Cleéreta), en compañía de su hijo y que ha entregado a su amada veinte minas y que, con el conocimiento de mi hijo, su padre comete semejante infamia?
EL PARÁSITO:
No me creas en adelante absolutamente nada, Artemona, si descubres que te he mentido.
ARTEMONA:
¡Y yo, desgraciada de mí, que pensaba que tenía un marido ejemplar, sobrio, cabal, morigerado y amantísimo de su esposa!
EL PARÁSITO:
Pues desde ahora debes saber que es el mayor de los granujas, borracho, bribón, libertino y aborrecedor de su esposa.
… ARTEMONA:
Estoy decidida. ¡Yo creyendo que dedicaba todas sus energías al senado y a asistir a sus clientes y que, agotado por estas ocupaciones, pasaba la noche roncando, y resulta que viene a mi lado por las noches después de trabajar fuera arando el huerto ajeno, mientras deja el suyo en barbecho!
Y por si no le bastara con ser él un corrupto, corrompe también a su propio hijo.
EL PARÁSITO:
Sígueme por aquí. Yo haré que lo cojas “in fraganti”.
.. El PARÁSITO:
Si por casualidad vieras a tu marido en el lecho, con una corona en la cabeza, abrazado a su amada, si lo vieras, ¿serías capaz de reconocerlo?
ARTEMONA:
Claro que sería, por Cástor.
EL PARÁSITO:
Pues ahí lo tienes.
ARTEMONA:
¡Ay de mí! (Hace ademán de querer abalanzarse sobre su marido)
EL PARÁSITO:
Espera un momento. Escondámonos y espiemos lo que hacen sin que nos vean.
ARGIRIPO:
(A su padre) ¿Cuándo vas a acabar, padre, de abrazarla?
DEMÉNETO:
Lo confieso, hijo mío…
ARGIRIPO:
¿Confiesas qué?
DEMÉNETO:
Que su amor ha hecho de mí un perdido.
.. DEMÉNETO:
(A Filenia) ¿Y que no voy a robarle a mi mujer su manto preferido y traértelo a ti? Por Pólux, que no renunciaría a ello, ni aunque me costase un año de vida … de mi mujer.
EL PARÁSITO:
(A Artemona) ¿Te parece a ti que es hoy la primera vez que visita un burdel?
ARTEMONA:
¡Él era, por Cástor, el que me saqueaba la casa! ¡Y yo que sospechaba de mis esclavas y hacía torturar a unas pobres inocentes!
ARGIRIPO:
Padre, manda que nos sirvan vino. Ya hace un buen rato que he vaciado la primera copa.
DEMÉNETO:
(Al esclavo escanciador)
Muchacho, sirve vino, empezando por la izquierda. (A Filenia) Y tú, entre tanto, venga, dame un beso por la derecha.
ARTEMONA:
¡Muerta estoy, pobre de mí! ¡Cómo la besa el muy canalla, digno adorno de ataúd!
DEMÉNETO:
(A Filenia) ¡Por Pólux, qué aliento más perfumado, comparado con el de mi mujer.
FILENIA:
Dime, por favor, ¿acaso le huele mal el aliento a tu mujer?
DEMÉNETO:
¡Puff…! Preferiría beber agua de cloaca, si fuera preciso, a darle un beso.
ARTEMONA:
(Aparte) Juro por Cástor que me pagará con creces todo este aluvión de injurias. Pues, si vuelve hoy a casa, mi venganza consistirá principalmente en besarlo.
FILENIA:
(A Deméneto) ¡Sí que eres un desgraciado, por Cástor!
. ARGIRIPO:
(A Deméneto) Dime, padre, ¿tú quieres a mi madre?
DEMÉNETO:
¿Qué si la quiero? Ahora sí, porque no está presente.
ARGIRIPO:
¿Y cuando está?
DEMÉNETO:
Desearía verla muerta.
EL PARÁSITO:
(A Artemona) Este hombre te quiere de verdad, por lo que dice.
ARTEMONA:
(Sin responder al Parásito, comentando las palabras de Deméneto)
¿Ah, sí? Te juro, por Pólux, que te costará cara esta afrenta. Deja que vuelvas a casa y te aseguro que vas a saber el riesgo que comporta injuriar a una mujer con una gran dote.
.. ARTEMONA:
(Abalanzándose sobre Deméneto)
Yo, por Pólux, viviré y tú te arrepentirás de haber formulado esos votos.
EL PARÁSITO:
(Al público) ¿No hay nadie que vaya corriendo a buscar al enterrador?
ARGIRIPO:
¡Salud madre!
ARTEMONA:
Déjate de saludos.
[El Parásito se marcha a informar a su dueño Díábolo. Dice que, al día siguiente, traerá las veinte minas a la lena, para que su amo disfrute de Filenia, si logra convencer a Argiripo de que pasen con ella una noche cada uno.]
ARTEMONA:
(A Filenia) ¿Y cómo te has atrevido a recibir en tu casa a mi marido?
FILENIA:
¡Por Pólux, si casi me hace morir de asco!
ARTEMONA:
(A Deméneto) Levántate enamorado, y vete a casa.
DEMÉNETO:
¡Soy hombre muerto!
ARTEMONA:
No, lo que eres, y no lo niegues, es el mayor de los granujas. ¡Y todavía está en el nido el cuclillo! Levántate y vete a casa.
.. DEMÉNETO:
Estoy completamente perdido.
ARTEMONA:
¿Y qué? ¿Le huele el aliento a tu esposa?
DEMÉNETO:
Le huele a mirra.
ARTEMONA:
¿Y ya me robaste el manto para dárselo a tu amada?
FILENIA:
Sí, por Cástor, que me prometió robarte el manto.
DEMÉNETO:
(A Filenia) ¿Quieres callarte?
ARGIRIPO:
Yo traté de disuadirlo, madre.
ARTEMONA:
¡Qué joya de hijo! (A Deméneto) ¿Éste es el ejemplo que un padre debe dar a sus hijos? ¿No te da vergüenza?
DEMÉNETO:
Por Pólux, que, aunque no sea por otra cosa, me da vergüenza por ti, mujer.
ARTEMONA:
¡Mira que tener que arrancarlo su mujer del burdel a este cuclillo de pelo blanco!
DEMÉNETO:
(Medio en serio, medio en broma)
¿Y no puedo quedarme sólo a cenar, que ya se está preparando la cena?
ARTEMONA:
Por Cástor, que cenarás hoy, pero una buena paliza, como te mereces.
DEMÉNETO:
¡Mala noche me espera! Mi mujer me lleva a casa ya juzgado y sentenciado.
ARGIRIPO:
Ya te decía, padre, que respetaras a mi madre.
FILENIA:
(A Deméneto) No te olvides del manto, cariño.
DEMÉNETO:
(A ARGIRIPO) ¿Quieres decirle que se aparte de aquí?
ARTEMONA:
(A Deméneto) Vete a casa.
FILENIA:
(A Deméneto) Antes de iros, dame un último beso.
DEMÉNETO:
Vete al diablo.
FILENIA:
Mejor vete tú. (A Argiripo) Sígueme, corazón mío.
ARGIRIPO:
Ya te lo creo que te sigo.
(La comedia latina. Obras completas de Plauto y Terencio. Introducción de José Ramón Bravo. Edición, Introducciones y Notas de Rosario López Gregoris. Edit. Ediciones Cátedra.)
Segovia, 16 de septiembre del 2023
Juan Barquilla Cadenas.