OVIDIO: METAMORFOSIS. El mito de Pigmalión.
Los escultores griegos llegaron a tal perfección en su técnica que crearon esculturas con un cuerpo casi de mayor belleza que el cuerpo humano.
Algunos individuos se llegaron a enamorar de algunas esculturas, e incluso llegaron a sentir pasión por ellas, como cuenta Luciano de Samosata sobre el pervertido de Cnido, que intentó tener relaciones con la escultura de la Venus de Cnido en un templo.
Pero la historia más conocida del enamoramiento de una escultura es la de Pigmalión, que la cuenta Ovidio (43 a. de C. -17 d. de C.) en su obra “Metamorfosis” X.
“Pigmalión era rey de Chipre y se enamoró de una estatua que estaba él mismo esculpiendo. Tras llevar mucho tiempo soltero debido a la dudosa moral de las mujeres que lo rodeaban, Pigmalión esculpió una estatua en marfil de una mujer de belleza perfecta con la que surgió una profunda pasión.
La besó y abrazó, le hizo regalos como si estuviese viva y la adornó con vestidos y joyas preciosas.
La recostó en un colchón recubierto con tela púrpura. Cuando llegó el día de la fiesta de Afrodita, él ofreció ricos sacrificios a la diosa y pidió que se le otorgara una esposa como la doncella de marfil, sin atreverse a decir que la misma estatua era el objeto de su deseo; pero la diosa adivinó sus pensamientos ocultos y dio vida a la estatua”. Se casó con ella y tuvo una hija, Pafo.
(Robin Hard. El gran libro de la mitología griega. Edit. La Esfera de los libros).
Ovidio, en “Metamorfosis” X, 240 -300, lo cuenta de este modo:
“Y aun así se atrevieron las desvergonzadas Propétides (doncellas de la ciudad Amatunte, antigua ciudad de Chipre) a negar que Venus fuese una diosa; por lo cual la cólera de la divinidad hizo que fuesen ellas las primeras, según dicen, que prostituyeron sus cuerpos a la vez que su belleza, y una vez que se alejó de ellas el pudor y se les endureció la sangre del rostro, se cambiaron en duro pedernal con leve alteración.
Pigmalión las había visto vivir en perpetua ignominia y, disgustado por los innumerables vicios que la naturaleza había puesto en el alma de la mujer, vivía solo y sin esposa, y llevaba mucho tiempo desprovisto de consorte. Por entonces esculpió con admirable arte una estatua de níveo marfil, y le dio una belleza como ninguna mujer real puede tener, y se enamoró de su obra.
El rostro es el de una joven auténtica, de quien se hubiera creído que vivía y que deseaba moverse, si no se lo estorbara su recato: hasta tal punto el arte está escondido por obra del propio arte.
La admira Pigmalión y apura en su corazón el fuego por aquel cuerpo ficticio. Muchas veces aproxima a la obra sus manos, que la palpan para comprobar si aquello es un cuerpo o es marfil, y aún no se resuelve a admitir que sea marfil.
Le da besos y cree que ella se los devuelve y le habla y la coge, y le parece que sus dedos oprimen los miembros que tocan, y teme que se amoraten las carnes que él aprieta, y ya le dirige palabras acariciantes, ya le lleva regalos gratos a los jóvenes, conchas y torneadas piedrecillas y pajaritos y flores de mil tonos y lirios y pelotas de colores y lágrimas caídas del árbol de las Helíades (es decir, cuentas de ámbar); le adorna también con ropas los miembros, le pone piedras preciosas en los dedos, le pone un largo collar en el cuello; de las orejas le cuelgan ingrávidas perlas, del pecho cadenillas.
Todo le sienta bien; pero tampoco desnuda resulta menos hermosa. La tiende en un lecho de ropas teñidas por la concha de Sidón (teñidas de púrpura), y la llama compañera de su tálamo, y reclinándole el cuello lo hace reposar en medio de blandas plumas, como si ella lo fuera a notar.
Había llegado el día de la fiesta de Venus, el más celebrado en toda Chipre, y habían caído, golpeadas en la nívea cerviz, vacas con amables cuernos recubiertos de oro, y humeaba el incienso, cuando Pigmalión, después de realizar su ofrenda, se colocó junto al altar, y empezando tímidamente: “Si los dioses podéis darlo todo, yo anhelo que mi esposa sea… “y no atreviéndose a decir “la joven de marfil”, dijo “semejante a la joven de marfil”. La áurea Venus, que asistía en persona a sus fiestas, comprendió lo que significaba aquella súplica, y, como augurio de su favorable voluntad, por tres veces se encendió la llama y levantó por el aire la punta.
Cuando volvió (a casa) Pigmalión, va en busca de la imagen de su amada, e inclinándose sobre el lecho le dio besos: le pareció que estaba tibia; le acerca de nuevo los labios, y también con las manos le palpa los pechos: el marfil, al ser palpado, se ablanda, y despojándose de su rigidez cede a la presión de los dedos y se deja oprimir, como la cera del Himeto (monte de Atenas famoso por la miel de sus colmenas) se reblandece al sol, y moldeada por el pulgar se altera adquiriendo múltiples conformaciones, y es el propio uso el que la hace útil. Él se queda atónito y vacila en regocijarse y teme ser víctima de una ilusión, y entretanto, inflamado de amor, vuelve una y otra vez a tocar con las manos el objeto de sus ansias. ¡Era un cuerpo! Laten las venas palpadas por los dedos. Entonces es cuando el de Pafos (Pigmalión, que era de Pafos) pronuncia palabras elocuentes con las que quiere dar las gracias a Venus, y oprime con sus labios por fin verdaderos, y la joven sintió que se la estaba besando y se ruborizó, y levantando tímidamente los ojos y dirigiéndolos a los de él, vio, a la vez que el cielo, a su amante.
A la boda que era su obra asiste la diosa, y cuando ya por nueve veces se habían juntado los cuernos de la luna formando el disco completo, dio ella nacimiento a Pafo (una niña), de la cual ha tomado la isla este nombre”.
(P. Ovidio Nasón. Metamorfosis. Texto revisado y traducido por Antonio Ruiz de Elvira. Texto, notas e Índice de nombres por Bartolomé Segura Ramos. Edit. C.S.I. C. Madrid 1988).
Segovia, 18 de junio del 2022
Juan Barquilla Cadenas.