PLATÓN: El MITO DE LA CAVERNA
Platón (427 a. de C. -347 a. de C.) representa un punto culminante, no sólo en la historia del pensamiento griego, sino también en toda la historia del pensamiento occidental.
“Toda la historia de la filosofía – y quizás de todo el pensamiento occidental – es una serie de notas a pie de página de los “Diálogos” de Platón”. Alfred North Whitehead.
Platón trató de resolver la situación sin salida a que habían llegado los filósofos presocráticos Parménides y Heráclito, al afirmar Parménides que el principio originario de la naturaleza (ἀρχή) es el “ser” y que éste es infinito, inmóvil y uno, y niega el movimiento, en cambio, Heráclito piensa que el principio (ἀρχή) es el “fuego” que se caracteriza por su movilidad; afirma que todo está en constante cambio: “nadie se baña dos veces en el mismo río”, dirá.
Platón intenta solucionar este problema forjando una metafísica en la que da cabida tanto al “ser” como al “devenir”.
Dice Platón que existen dos mundos:
a) “El mundo sensible”, que es el mundo en que vivimos y que es un mundo de realidad prestada y aparente, donde rigen el movimiento y el cambio de Heráclito.
b) “El mundo inteligible”, que es el mundo ideal (τόπος νοητός) integrado por ideas eternas, inmóviles e inmutables, como el “ser” de Parménides.
Según Platón, “el ser de las ideas” posee mayor realidad que “el ser de las cosas sensibles”. En el mundo ideal hay multitud de “ideas” que se hallan dialécticamente ordenadas y sometidas a la suma idea, que es la idea del “Bien”.
La metafísica de Platón se expone alegóricamente en el “mito de la caverna”.
(Antonio Aróstegui. Historia de la filosofía y de las ciencias).
La “alegoría de la caverna” la expone Platón en su libro “La República” VII, 514 a -517 e.
[La alegoría de la caverna, también conocida como “el mito de la caverna”, se considera la alegoría más célebre de la historia de la filosofía, junto con la del “carro alado”.
Se trata de una explicación metafórica sobre la situación en que se encuentra el ser humano respecto del conocimiento.
En ella, Platón explica su teoría de cómo se puede captar la existencia de los dos mundos: “el mundo sensible” (conocido a través de los sentidos) y “el mundo inteligible” (que es materia de puro conocimiento sin intervención de los sentidos).
Platón describió en su “alegoría de la caverna” un espacio cavernoso en el que se encuentra un grupo de hombres prisioneros desde su nacimiento, con cadenas que les sujetan el cuello y las piernas, de forma que únicamente pueden mirar hacia la pared del fondo de la caverna sin poder nunca girar la cabeza.
Justo detrás de ellos se encuentra un muro con un pasillo y seguidamente, y por orden de cercanía respecto de los hombres, una hoguera y la entrada de la cueva que da al exterior. Por el pasillo del muro circulan hombres portando todo tipo de objetos cuyas sombras, gracias a la iluminación de la hoguera, se proyectan en la pared que los prisioneros pueden ver.
Estos hombres encadenados consideran como verdad (cosas reales) las sombras de los objetos. Debido a las circunstancias de su prisión, se hallan condenados a tomar únicamente por ciertas todas y cada una de las sombras proyectadas, ya que no pueden conocer nada de lo que acontece a sus espaldas.
Continúa la narración contando lo que ocurriría si uno de estos hombres fuese liberado y obligado a volverse hacia la luz de la hoguera, contemplando de este modo, una nueva realidad. Una realidad más profunda y completa, ya que ésta es causa y fundamento de la primera que está compuesta sólo de apariencias sensibles.
Una vez que ha asumido el hombre esta nueva situación, es obligado nuevamente a encaminarse hacia fuera de la caverna a través de una áspera y escarpada subida (pendiente), apreciando una nueva realidad exterior (hombres, árboles, lagos, astros, etc., identificados con “el mundo inteligible”) fundamento de las anteriores realidades, para que a continuación vuelva a ser obligado a ver directamente “el sol y lo que le es propio”, metáfora que encarna la “idea de Bien”.
La alegoría acaba al hacer entrar, de nuevo, al prisionero al interior de la caverna para “liberar” a sus antiguos compañeros de cadenas, lo que haría que éstos se rieran de él. El motivo de la burla sería afirmar que sus ojos se han estropeado al verse ahora cegados por el paso de la claridad del sol a la oscuridad de la cueva.
Cuando este prisionero intenta desatar y hacer subir a sus antiguos compañeros hacia la luz, Platón nos dice que éstos son capaces de matarlo y que, efectivamente, lo harán cuando tengan la oportunidad, en lo que se entrevé una alusión al esfuerzo de Sócrates por ayudar a los hombres a llegar a la verdad y a su fracaso al ser condenado a muerte.
La interpretación de la “alegoría de la caverna” hay que buscarla muy al final del libro VI y en el libro VII de la “República” de Platón.
La historia comienza con estas palabras:
“Y a continuación – seguí – compara con la siguiente escena el estado en que, con respecto a la educación o falta de ella, se encuentra nuestra naturaleza”.
Nada más terminar la narración de la alegoría nos cuenta Platón, por boca de Sócrates, qué representa cada una de las imágenes que se exponen en ella.
Corresponde a las sombras y a los hombres que las producen el mundo que percibimos por los sentidos o “mundo sensible”; y la hoguera (corresponde) al Sol que todo lo ilumina y nos permite ver. La ascensión al exterior de la cueva figura el ascenso al “mundo inteligible”, mundo en el que se encuentra la idea de Bien, representada por el Sol.
Ambos mundos son reales, pero el “mundo inteligible” posee más entidad, siendo fundamento de todo lo existente en el “mundo sensible”.
Pertenecen a este “mundo inteligible” las esencias o ideas, y de entre ellas, la idea de Bien es fundamento de todas las demás ideas y por tanto de lo sensible.
La epistemología subyacente a la alegoría
Se trata de la parte central de la narración.
Tanto Heráclito como Parménides habían comenzado dos caminos opuestos para avanzar hacia el conocimiento de la realidad; el primero atendiendo a lo mudable, el segundo a lo eterno e imperecedero; y fue el propio Parménides el que puso nombre a ambos: “vía de la opinión” y “vía de la verdad”, respectivamente.
Platón, dialéctico él, conjugará ambas vías, si bien dando más importancia a la de Parménides.
Según Platón, a cada tipo de realidad le corresponde un tipo de conocimiento apropiado; éstos, a su vez, se subdividen en otros dos tipos distintos, cada cual más cierto cuanto mejor aprehenden lo inteligible.
Así para conocer “el mundo sensible” disponemos de la “opinión” (δόξα), que siendo conocimiento es un saber que puede contener error, y que viene a coincidir con la vía abierta por Heráclito (todo cambia).
Por otra parte, para conocer “el mundo inteligible” contamos con la “ciencia” (ἐπιστήμη), que nos proporciona un conocimiento cierto de la realidad, camino propuesto por Parménides.
La “opinión” o δόξα(doxa) se divide, a su vez, en dos subtipos de conocimiento: la “imaginación”, conjetura o ἐικασία (eikasía) y la “creencia” o πίστις (pistis).
A su vez, para el conocimiento del “mundo inteligible”, la “ciencia” o ἐπιστήμη (episteme) se divide, a su vez, en “pensamiento” o διάνοια (diánoia), que capta las esencias, y la “razón”o νόημα (nóema), que capta la idea de Bien.
De este modo, el conocimiento adquirido por la contemplación de las sombras se identificaría con la fiabilidad del conocimiento que proporciona la “imaginación”, similar a tomar con una certeza más allá de lo deseable a imágenes reflejadas en espejos, o a imágenes pintadas o esculpidas, o incluso a la misma alegoría de la caverna.
La visión de los hombres que caminan por la cueva mostrando objetos y la hoguera misma se identificaría con la “creencia”, similar a tomar con una certeza más allá de lo deseable el conocimiento adquirido por la mera observación de la naturaleza, en la que todo es mutable.
La contemplación del mundo exterior a la cueva representa el “pensamiento”, el paso al “conocimiento del mundo inteligible” en el que se encuentran las esencias o οὐσία, un conocimiento que deja de ser una opinión con posibilidad de error, para ser un conocimiento cierto, acorde con la realidad, ya que todas las cosas sensibles son imágenes de sus propias esencias.
Y, por fin, el conocimiento adquirido con la contemplación del Sol representa “el conocimiento que se obtiene con la contemplación de la idea de bien o razón”. Se trata de un conocimiento que supera al mismo pensamiento en tanto en cuanto que el que lo posee conoce todas las esencias del “mundo inteligible” porque se fundan en ella y, a través de ellas, todas las realidades del “mundo sensible”, mientras que, el que sólo usa del pensamiento, sólo conoce las esencias que va descubriendo en su pensar.
La educación subyacente en la alegoría
La importancia que Platón concede a la “educación” con vistas a una correcta organización de la “polis” (ciudad-estado) hace que dedique una muy importante cantidad de páginas a este tema en la “República”.
Platón llega incluso a diseñar en ella un programa de estudios para tal fin basado en los grados de conocimiento.
Es el proceso de formación y educación del “rey –filósofo”.
Una formación a cargo de los más sabios, que han de iniciar todos los ciudadanos y que completarán en la medida en que estén capacitados para el conocimiento.
Pero, como alegoría que es, “el mito de la caverna” no tiene perfecta correspondencia con el pensamiento de Platón. Por ejemplo, el personaje de la caverna es continuamente obligado a ascender en los grados de conocimiento porque, como dice el propio Platón al terminar de narrar la alegoría, el saber es costoso y no suele hacerse de buena gana, mientras que más adelante, ya terminado el mito, Platón señala que no es deseable usar la fuerza para que los niños aprendan.
En la política platónica no hay tal obligación externa encaminada a que los hombres asciendan en los grados de conocimiento; nadie ha de ser arrastrado (obligado) tal y como narra la alegoría. Si acaso, la única obligación de la que habla Platón en su política es de una obligación moral de todos los ciudadanos para que asuman con responsabilidad el deber de educarse lo mejor que puedan conforme a su capacidad por causa del mejor bien de la “polis”. Un bien que consiste en ser dirigida rectamente, es decir, conforme a razón.
Los propios alumnos, guiados por maestros mediante el uso de la dialéctica, irán alcanzando por sí solos los distintos grados de conocimiento hasta el límite que la capacidad de cada uno de ellos determine.
La política subyacente en la alegoría
Las connotaciones políticas que este mito tiene son secundarias o indirectas.
De todas las obligaciones a las que es sometido el prisionero de la alegoría, la única que realmente se mantiene en la teoría política platónica, es la de que tanto el personaje de ella como el sabio han de ser “obligados igualmente a abandonar la contemplación del mundo inteligible (el sol y la idea del Bien, respectivamente) para dirigir a sus conciudadanos”, debido a que ese regreso para asumir el gobierno de la “polis” aleja al sabio de la mayor felicidad: el seguir contemplando la idea de Bien.
Esta obligación es más interna que externa. Su fuerza reside en la responsabilidad que tiene el sabio de cara a la “polis” para que ésta alcance su bien, esto es, para que todos los habitantes se guíen conforme a la razón, al ser dirigidos por el sabio.
Con todo, Platón es consciente de que muy pocos son capaces de llegar al más alto grado de conocimiento.
Ello le llevará a proponer que también han de desempeñar la función de gobernar, en un gobierno que es temporal y rotatorio, los que más hayan accedido al “mundo inteligible” por medio del pensamiento.
El motivo de la rotación es limitar en el tiempo la función de gobernar para no hacer más gravosa aún la obligación de desatender el estudio y contemplación de las “esencias”, al hacerla perdurar excesivamente en el tiempo.]
(Wikipedia).
Segovia, 2 de marzo del 2024
Juan Barquilla Cadenas.