OVIDIO: LAS “HEROIDAS”. Carta de Enone a Paris.
Publio Ovidio Nasón ( 43 a. de C. -17 d. de C.) nació en Sulmona (pequeña ciudad de la Italia central), de acaudalada familia del “orden ecuestre”. Marchó a Roma a estudiar Derecho y Oratoria y a prepararse para la carrera política, pero se impuso su pasión y su facilidad para la poesía: (“todo lo que intentaba escribir me salía en verso”) y a ello se dedicó, cobrando pronto gran fama.
Pero en el apogeo de su fama fue desterrado por Augusto a una región bárbara, a orillas del mar Negro el año 8 a. de C., a la semibárbara Tomi ( la actual Constanza, en Rumanía), y allí murió el año 17 d. de C.
No se sabe muy bien el motivo del destierro, pero en su obra “Tristia” dice que se debió a: “Carmen et error”.
El “error”, que fue la causa inmediata de su destierro, se refiere a que se vio implicado en un escándalo que afectó vivamente al emperador, como pudo ser el adulterio de su joven nieta Julia con Julio Silano ( Tac. Ann. 3,24). El emperador también desterró a su nieta.
El “Carmen” se refiere al libro “Ars amandi” (el arte de amar), cuyo contenido iba en contra de los ideales de regeneración moral y religiosa de Augusto. Esto que no gustó al emperador se añadió al hecho de haber estado involucrado en el suceso del adulterio de Julia.
Escribió muchas obras, algunas de contenido elegíaco; y, de entre éstas, unas corresponden a la elegía amorosa: “Amores”, las “Heroidas”, el “Ars amandi”, “Remedia amoris” (remedios del amor), “De medicamine faciei feminae” (acerca de los ungüentos del rostro femenino), y otras corresponden a la elegía dolorosa: “Tristia” (Tristezas) y “Epistulae ex Ponto” (cartas desde el Ponto o Pónticas). Ambas escritas en el destierro en Tomi.
Otras obras las podemos encuadrar dentro de la poesía didáctica: “Metamorfosis” ( transformaciones) y “Fastos”( sobre los orígenes de las fiestas y conmemoraciones a lo largo de los seis primeros meses del año, pues está incompleta debido a que fue desterrado).
También escribió un poema titulado “Ibis”, poema injurioso contra el enemigo, residente en Roma, culpable de su destierro.
Otras obras suyas son: “Halieutica”, un tratado técnico sobre los peces y la pesca; y una tragedia “Medea”, de la que Quintiliano y Tácito decían que merecía ser considerada como lo más notable de la producción teatral romana junto con el “Tiestes” de Vario.
Pero hoy nos vamos a fijar en la obra, las “Heroidas”.
Las “Heroidas” son cartas amorosas dirigidas por famosas heroínas antiguas a sus amantes: Penélope a Ulises, Briseida a Aquiles, Fedra a Hipólito, Dido a Eneas, Ariadna a Teseo, Medea a Jasón, Helena a Paris, etc.
Se conservan 15 incluyendo la carta de Safo a su amante Faón, transmitida hasta nosotros fuera de esta serie ovidiana.
Las mujeres, supuestas autoras de estas cartas, muestran su desesperada situación o intentan atraer de nuevo a sus maridos o amantes.
Están llenas de erudición mitológica.
La indignación, los celos, las amenazas, las angustias y las declaraciones de amor constituyen el entramado de estas cartas.
Ovidio se manifiesta en ellas conocedor del alma femenina.
Es un tema nuevo en la literatura latina y Ovidio se enorgullece de ello.
“Este lirismo artificial y mundano inspiró a menudo a la literatura novelesca del siglo XVII. Pero fue en el siglo XVIII cuando volvió su importancia con la célebre “Carta de Eloisa a Abelardo”, de Alexander Pope (1716), y los diez volúmenes de Heroidas de Fontenelle, Colardeau, Dorat, etc. Aunque lleno de la sensibilidad melancólica de la época, el género cayó en desuso a fines de siglo” ( Enciclopedia Larousse).
Antes de exponer la carta de Ovidio, diré algo de la mitología de PARIS.
Paris, llamado también Alejandro, es el hijo segundo de Príamo y Hécuba, reyes de Troya.
Su nacimiento fue precedido de un prodigio.
Cuando su madre estaba en cinta y a punto de dar a luz, tuvo un ensueño, en que se vio a sí misma echando al mundo una antorcha que prendía fuego a la ciudadela de Troya.
Príamo pidió a su hijo Ésaco – que había tenido con otra mujer llamada Arisbe – la interpretación de este ensueño, y Ésaco le aseguró que el niño que iba a nacer sería la causa de la ruina de Troya. Y le aconsejó que lo hiciese desaparecer en cuanto naciese.
Pero Hécuba, en vez de dar muerte al niño, mandó exponerlo en el monte Ida.
Paris fue criado por unos pastores, que lo recogieron y le dieron el nombre de Alejandro (= “el hombre que protege” o “el hombre protegido”), porque no había muerto en la montaña, sino que había sido “protegido”, al ser recogido por los pastores.
Paris fue creciendo y se convirtió en un joven de extraordinaria belleza y gran valor.
Protegía los rebaños contra los ladrones, de ahí también su nombre de “Alejandro” (= “el que protege”).
Sin embargo, Paris volvió a la ciudad y se dio a conocer del modo siguiente:
Un día, unos servidores de Príamo fueron en busca de un toro que formaba parte del ganado que guardaba Paris, y por el que éste sentía particular afecto. Al saber que el animal se destinaba a un premio en los juegos fúnebres instituidos en memoria del hijo de Príamo que se creía muerto en su infancia y que no era sino él mismo, Paris siguió a los criados, resuelto a participar en la competición y rescatar su animal favorito. Y, en efecto, alcanzó la victoria en todas las pruebas contra sus propios hermanos, los cuales ignoraban quién era su contrincante. Uno de ellos, Deífobo, encolerizado, sacó la espada y quiso matarlo; entonces Paris se refugió junto al altar de Zeus. Su hermana Casandra, la profetisa, lo reconoció, y Príamo, feliz al encontrar al hijo que creía muerto, lo acogió y lo restituyó en el lugar que le correspondía en la casa real.
El segundo episodio de la leyenda de Paris es el del “Juicio”, del que iba a surgir la “guerra de Troya”.
Hallándose los dioses reunidos con ocasión de la boda de Tetis y Peleo, Éride (la diosa Discordia) echó en medio de ellos una manzana de oro, diciendo que debía ser otorgada a la “más hermosa” de las tres diosas: Atenea, Hera y Afrodita.
Enseguida se suscitó una disputa, y, como nadie quiso pronunciarse por una de las tres divinidades, Zeus encargó a Hermes que guiase a Hera, Atenea y Afrodita al monte Ida, para que el pastor Paris fallase el pleito. Cuando vio que las divinidades se acercaban, Paris tuvo miedo y quiso huir; pero Hermes lo persuadió de que nada tenía que temer y le expuso la cuestión, mandándole que actuase de árbitro, por ser ésta la voluntad de Zeus.
Entonces, por turno, las tres diosas defendieron ante él su propia causa.
Cada una le prometió su protección y determinados dones si fallaba en su favor.
Hera se comprometió en darle el imperio de toda el Asia.
Atenea le ofreció la prudencia y la victoria en todos los combates.
Afrodita se limitó a brindarle el amor de la mujer más bella en aquel momento, Helena de Esparta.
La decisión de Paris fue que Afrodita era la más hermosa.
Hasta la llegada de las diosas y el momento del “Jucio”, Paris había amado a una ninfa del monte Ida llamada Enone.
Cuando Afrodita le prometió el amor de Helena – la más bella de todas las mujeres – abandonó a Enone y partió para Esparta.
Según una tradición, lo acompañó en este viaje Eneas, obedeciendo una orden de la propia Afrodita.
Paris tuvo la oportunidad de embarcarse hacia Grecia, donde su tía Hesíone vivía después de que Telamón la hubiera secuestrado tiempo atrás.
Paris se ofreció para acaudillar la expedición. Su padre dio el visto bueno, a pesar de que Casandra y Heleno (ambos hermanos con dotes proféticas) se opusieron conociendo las consecuencias que traería dicho viaje.
Cuando llegaron al Peloponeso, Eneas y Paris fueron recibidos por los hermanos de Helena, los Dióscuros (Cástor y Pólux), que los condujeron a la corte de Menelao, el esposo de Helena.
Éste los acogió hospitalariamente y los presentó a Helena. Después, habiendo sido llamado a Creta para asistir a los funerales de su suegro Catreo, Menelao encargó a su esposa que dispensara toda clase de atenciones a sus huéspedes, y le ordenó los dejase permanecer en Esparta durante el tiempo que ellos desearan.
No tardó Paris en enamorar a Helena y le prodigó regalos. Fue ayudado en su conquista por el fasto oriental que lo rodeaba y por su belleza, aumentada aún por voluntad de su protectora Afrodita.
Helena acudió a su lado, reunió todos los tesoros que le fue posible y, abandonando a su hija Hermíone, de nueve años, huyó con su amante durante la noche.
De regreso a Troya, Paris fue bien recibido por Príamo y toda la casa real, pese a las lúgubres profecías de Casandra.
Durante la guerra de Troya, el papel de Paris no fue muy brillante.
Al comienzo de la “Ilíada”, griegos y troyanos se habían puesto de acuerdo en zanjar el conflicto por medio de un combate singular entre Paris y Menelao. Paris fue vencido, y se salvó gracias a la protección de Afrodita, que lo ocultó en medio de una espesa nube.
Más tarde, como Paris continuaba ausente de la línea de combate, Héctor fue a buscarlo junto a Helena y le ordenó que tomara parte en la batalla. Paris obedeció, mató a varios troyanos e hirió a Diomedes. Participó también en el asalto al campo atrincherado de los griegos.
La muerte de Aquiles es el último gran episodio de la leyenda de Paris. La muerte de Aquiles había sido predicha por Héctor al morir a manos de él.
Cuando Aquiles, después de inmolar a Memnón (sobrino de Príamo), obliga a los troyanos a retroceder hasta las murallas de la ciudad, Paris lo detiene con un flechazo en el talón, único punto vulnerable de su cuerpo. Pero si la flecha fue disparada por Paris, su trayectoria fue trazada por el propio dios Apolo. Otra versión decía que el arquero no fue Paris, sino el mismo Apolo, que había adoptado sus rasgos.
Finalmente, otra versión dice que, cuando el episodio de los amores de Aquiles y Polixena (la hija menor de Príamo y Hécuba), se supuso que Aquiles, dispuesto a traicionar a los griegos por el amor de la joven, y a combatir al lado de los troyanos, fue objeto de una emboscada y muerto por Paris en el templo de Apolo Timbreo. Paris se habría ocultado entonces detrás de la estatua del dios. De este modo se justificaba la predicción de Héctor moribundo cuando dijo que su enemigo sería muerto a la vez por Paris y Apolo.
Paris fue muerto, a su vez, por una flecha de Filoctetes, que le atravesó la ingle. (Pues Filoctetes tenía las flechas envenenadas recibidas en herencia de Hércules).
Se lo llevaron herido mortalmente del campo de batalla.
Entonces mandó llamar a Enone, que poseía conocimientos médicos, para que le diese un remedio contra el veneno que impregnaba las flechas de Filoctetes; pero Enone, de momento, se negó a salvar al que le había abandonado, y luego, cuando se compadeció de él, era ya demasiado tarde. Cuando Enone vio que ya no podía hacer nada, se suicidó.
(Pierre Grimal. Diccionario de mitología griega y romana. Edit. Paidós).
Aquí muestro la carta completa de “Enone a Paris”.
La carta dice así:
“¿Lees la carta? ¿O te lo impide tu nueva esposa? Léela hasta el fin; no es ésta una carta escrita por la mano del de Micenas (Agamenón).
Yo, Enone, ninfa de las fuentes, muy conocida en los montes frigios (troyanos), ofendida, me quejo de ti, mi esposo, si me lo permites. ¿Qué dios puso su poder en contra de nuestros deseos? ¿Qué delito me impide seguir siendo tuya? Todo lo que se sufre merecidamente hay que sobrellevarlo con paciencia; pero el castigo que viene cuando no se merece viene para causar dolor.
No eras tú tan encumbrado, cuando yo, ninfa nacida de un caudaloso río, estaba contenta contigo como esposa. Tú, que ahora eres hijo de Príamo, eras entonces – no hay por qué avergonzarse de la verdad- un esclavo; siendo ninfa no llevé a mal casarme con un esclavo.
Muchas veces nos recostamos entre los ganados, a la sombra de un árbol, y la hierba, mezclada con las hojas, nos ofreció lecho; muchas veces, tendidos en un colchón de heno amontonado, nos protegimos de la blanca escarcha en nuestra humilde choza. ¿ Quién te indicaba los sotos apropiados para la cacería y las rocas bajo las que ocultaba la fiera sus cachorros? Muchas veces, yendo contigo, tendí las pocas tupidas redes de mallas, muchas veces azucé a los rápidos perros por los largos vericuetos de las cumbres.
Las hayas conservan mi nombre grabado en ellas por ti y se puede leer “Enone” escrito con tu cuchillo; y cuanto crecen los troncos, tanto crece mi nombre. Creced y alzaos para gloria mía. Un álamo blanco hay, lo recuerdo, plantado a la vera del río, en el que están escritas unas palabras que dan testimonio de mi. ¡Vive, álamo! , te lo ruego, tú que, plantado al borde de la ribera, tienes en tu rugosa corteza estos versos: “cuando Paris pueda respirar lejos de Enone, la corriente del Janto irá en dirección contraria, hacia su fuente”. ¡ Janto, vuelve rápido hacia atrás, y vosotras, aguas, id en dirección contraria! Que Paris consiente en abandonar a Enone.
Aquel día dictó mi destino, desgraciada de mí; desde entonces comenzó el invierno insoportable de un amor que me ha vuelto la espalda: cuando Venus, Juno y Minerva – más hermosa si se hubiera puesto la armadura- llegaron a ti desnudas para que las juzgaras. Atónito palpitó mi pecho y un frío temblor corrió por mis duros huesos, cuando me lo contaste. Consulté a ancianos y a viejos de avanzada edad ( pues estaba muy asustada); quedó claro que se trataba de algo funesto.
Fue talado el abeto y cortadas las tablas, y una vez preparada la flota, el agua azulada recibió los calafateados navíos.
Lloraste al partir; esto al menos no quieras negarlo; más digno de vergüenza es este amor que el de antes. Lloraste y viste cómo lloraban mis ojos; ambos mezclamos entristecidos nuestras lágrimas. No se enlazan así al olmo las vides plantadas junto a él como tus brazos rodearon mi cuello.
¡Ah!, ¡Cuántas veces volviste a besarme, después de haberme despedido! ¡ Cuán a duras penas consintió tu lengua en decir “adiós”! Una ligera brisa llama a los lienzos colgados del firme mástil y el agua encanece al batirla los remos.
Sigo, infeliz de mí, con mis ojos, hasta donde me es posible, a las velas que se esfuman y la arena se humedece con mis lágrimas; y pido a las verdes Nereidas que regreses pronto, ¡sí: que regreses pronto para perdición mía!
Así pues volviste, según mis deseos, oh tú que habías de volver para otra.
¡Ay de mi!, fui amable a favor de una despiadada rival.
Una escollera natural se asoma al insondable abismo; un monte había en ella, y hacía frente a las aguas del mar. Desde aquí yo, antes que nadie, reconocí las velas de tu navío y tuve deseos de ir hacia ti a través del oleaje. Mientras me decidía, vi el fulgor de la púrpura en lo alto de la proa. El temor se apoderó de mí: aquélla no era tu vestidura. Se acerca más el barco y empujado por la rápida brisa, toca tierra. Con trémulo corazón contemplé las mejillas de una mujer. Pero eso no era lo único ( ¿por qué, pues, me detenía en mi furor?): tu desvergonzada amiga se apretaba contra tu regazo. Entonces sí que rompí mis vestidos, me golpeé los pechos y surqué mis lacrimosas mejillas con la dura uña, llenando el sagrado Ida (monte) con quejumbrosos alaridos. Allí, a mis queridos peñascales, me llevé estas lágrimas.
Que así se angustie Helena y llore, abandonada por su esposo, y que soporte también ella las desgracias que antes me trajo.
Ahora te parecen bien mujeres que te sigan a través de los mares navegables y abandonen por ti a sus legítimos esposos; pero cuando eras pobre y siendo pastor apacentabas los rebaños, ninguna sino Enone era la mujer de este pobre. No admiro yo tus riquezas, ni me importa tu palacio ni el que se diga de mí que soy una de las muchas nueras de Príamo. Sin embargo, no soy tal que Príamo rehúse ser suegro mío, en mi condición de ninfa, ni que Hécuba tenga que avergonzarse por ser yo su nuera. Soy digna de ello y es mi deseo convertirme en matrona de un poderoso: tengo manos que podrían dignamente empuñar el cetro.
No me desdeñes por haberme echado contigo sobre hojarascas de haya; soy más idónea para un lecho de púrpura.
Asimismo, mi amor carece de riesgos; ninguna guerra se prepara contra ti por causa mía ni trae el oleaje barcos pidiendo venganza. Las armas enemigas, en cambio, reclaman a la Tindáride fugitiva (Helena); viene a tu tálamo ufana con esa dote.
Si ha de ser devuelta a los dánaos (griegos) pregúntaselo a tu hermano Héctor y a Polidamante, además de a Deífobo; entérate de qué es lo que aconseja el sobrio Anténor, qué el mismo Príamo, que han tenido por maestra a su avanzada edad.
Torpe comienzo ese de poner una mujer raptada por delante de la patria. Tu causa es digna de vergüenza; justas son las armas que empuña su marido.
Y , si estás en tu sano juicio, no pienses que va a serte fiel esa lacedemonia, que tan rápido se ha echado en tus brazos. Igual que el menor de los Atridas (Menelao) invoca ahora la alianza de su lecho mancillado y se duele agraviado por el amor a un extranjero, tú también la invocarás. Pero la vergüenza perdida no se puede recobrar con ningún arte; muere de una vez para siempre. Se abrasa de amor por ti: también así amó a Menelao, y ahora yace él, por confiado, en un lecho sin compañía. ¡ Dichosa Andrómaca, que tuvo la suerte de casarse con un marido fiel! Debiste mantenerme como esposa siguiendo el ejemplo de tu hermano (Héctor). Tú eres más voluble que las hojas cuando, sin el peso de la savia, secas ya, vuelan al soplo de los móviles vientos; y hay en ti menos peso que en la punta de una espiga que, ingrávida, se seca quemada por el continuo sol. En otro tiempo tu hermana (Casandra) –bien me acuerdo- me lo predecía, y con su cabellera suelta me lo vaticinaba en estos términos: “¿Qué haces, Enone? ¿ Por qué arrojas simientes a la arena? Estás arando playas con unos bueyes que no habrán de darte ningún fruto. Viene una ternera griega para perderte a ti, a tu patria y a tu casa. ¡Ay, impídelo! Viene una ternera griega. Mientras aún es posible, sumergid en el ponto (mar) la siniestra nave. ¡Ay, cuánta sangre frigia (troyana) transporta consigo!”.Así dijo, y cuando corría delirante, sus criadas la sujetaron; pero a mí se me pusieron de punta los rubios cabellos. ¡ Ah, fuiste adivina demasiado verídica para mi desgracia! He aquí que una ternera griega se ha hecho dueña de mis sotos. Aunque sobresalga por su rostro, no hay duda de que es adúltera. Seducida por su huésped, ha abandonado a los dioses de su hogar. Ya antes Teseo – si no me engaño en el nombre-, un tal Teseo se la llevó de su patria. ¿Vamos a creer que la devolvió virgen, siendo él joven y apasionado? ¿ Me preguntas de dónde he averiguado esto también? Estoy enamorada. Aunque lo llames violencia y ocultes la culpa con el nombre, la que ha sido raptada tantas veces, es que se ha ofrecido ella misma a que la rapten.
Pero Enone, aun engañándola su marido, permanece casta para él. Y podías, según tus leyes, ser engañado tú también. A mí me han buscado ( yo me escondía al amparo de los bosques) los rápidos Sátiros, turba lujuriosa, con su pie veloz, y por las inmensas cumbres donde se levanta el Ida, Fauno, con su cornígera cabeza, coronada de puntiagudo pino. Se ha enamorado de mí el constructor de las murallas de Troya, famoso por su lira ( Apolo). Él tiene el trofeo de mi virginidad, y eso incluso luchando; sin embargo, le arranqué con mis manos sus cabellos y mis dedos arañaron su rostro. Y no he pedido joyas ni oro como precio por la violación; es vergonzoso que a un cuerpo libre lo compren los regalos. Él mismo, considerándome idónea para ello, me enseñó las artes de la medicina y permitió que mis manos accedieran a sus dones. Cualquier hierba capaz de proporcionar algún alivio, y raíz de virtudes curativas que se críe en cualquier parte del mundo me es conocida. ¡Desdichada de mí, pues el amor no puede ser medicado con hierbas! Experta en dicho arte, me veo abandonada por mi arte. Cuéntase que el mismo inventor de tal remedio apacentó las vacas de Feras(ciudad de Tesalia) y estuvo herido por el mismo fuego que yo.
El remedio que ni la tierra, fértil en la producción de hierbas, ni el dios pudieron ofrecerme puedes ofrecérmelo tú. Puedes y lo he merecido.
Compadécete de una muchacha digna de compasión. No traigo yo con los dánaos armas sangrientas, sino que soy tuya; contigo pasé mis años juveniles y pido seguir siendo tuya durante el resto del tiempo.
( Ovidio. “Heroidas”. Edit. Planeta. Trad. de Vicente Cristobal López).
Cuando, en los últimos años de la guerra de Troya, Paris fue herido por una flecha de Filoctetes en la ingle, Paris pidió la ayuda de Enone, pero ésta , resentida, en un principio se negó, luego, arrepentida, se dirigió a curarlo, pero, cuando llegó, Paris estaba muerto, y entonces ella se suicidó o bien ahorcándose o arrojándose a la propia pira de Paris.
(Pierre Grimal. Diccionario de mitología griega y romana. Edit. Paidós).
Segovia, 23 de diciembre del 2023
Juan Barquilla Cadenas.