LA ELEGÍA AMATORIA EN ROMA: Dos elegías de Tibulo
Recibe el nombre de “elegía amatoria” la poesía compuesta en metros elegíacos (hexámetro y pentámetros dactílicos) sobre temas de amor y escritos en los últimos treinta años a. de C., durante el principado de Augusto.
Sus principales representantes fueron Propercio, Tibulo y Ovidio.
El canon antiguo incluía también a Cornelio Galo (69 -26 a. de C.), del que no ha quedado prácticamente nada.
Los antiguos opinaban estéticamente, como lo recuerda Quintiliano, así:
“En la elegía también rivalizamos con los griegos. Entre los poetas de este género creo que Tibulo es el escritor más fino y elegante, aunque algunos prefieren a Propercio.
Ovidio es más cachondo que los dos anteriores, así como Galo es más rudo”. (Quintiliano, Inst. 10.1.93)
Además hay que contar con Catulo ( 84 – 54 a. de C.), el pionero de todos ellos. También han sobrevivido algunas elegías amatorias compuestas por la poetisa Sulpicia, de época de Augusto, y otras seis elegías se atribuyen al poeta Lígdamo, quizá un autor del mismo círculo literario que Tibulo o tal vez posterior.
El género elegíaco terminó prácticamente con los “Amores” de Ovidio, aunque a fines de la antigüedad, ya en el siglo VI d. de C., un poeta llamado Maximiano Etrusco volvió a retomar los temas de la elegía y cantó las excelencias del amor y los estragos de la vejez desde la perspectiva del anciano que era y que había desaprovechado la vida y la juventud.
Las elegías suelen tener una extensión que oscila entre los veinte y los cien versos y sus temas, generalmente amatorios, giran alrededor de unos personajes y de unas situaciones tópicas.
Los personajes son el enamorado, que puede ser el poeta mismo, y la amada, a la que el poeta le asigna un nombre poético: Lesbia en Catulo, Lícoris en Galo, Delia o Némesis en Tibulo, Cintia en Propercio y Corina en Ovidio.
Únicamente en algunas elegías de Tibulo ( 1, 4, 8 y 9) aparece en lugar de la amada un amado al que llama Márato.
El enamorado no es rico, pero tampoco indigente, pues tiene la posibilidad de dedicarse a una vida “ociosa” y no a la milicia ni al foro, como la mayoría de los jóvenes de la época. Pero esos jóvenes poetas poseen, en cambio, talento y sensibilidad para atraer a sus amadas, a quienes les profesan una lealtad inquebrantable, por las que están dispuestos a arrostrar toda clase de humillaciones, incluido un rival, y por las que sienten un atractivo especial casi enfermizo.
Su concepción del amor es romántica, excepto en el caso del burlón Ovidio, el gran conocedor de la psicología femenina.
La amada, por su parte, es hermosa, atractiva, inteligente y culta. Pero también es desleal, voluble y muy interesada.
Resulta casi imposible, a partir de los datos recibidos, saber con certeza si las amadas elegíacas eran mujeres libres, esposas liberadas, libertas y cortesanas de lujo o vulgares prostitutas.
De una lectura entre líneas de las elegías que han llegado hasta nosotros podríamos inclinarnos a considerarlas como cortesanas de lujo, una especie de “mujeres fatales”, que se distinguían por su buen gusto y su “savoir faire” en todos los sentidos: baile, canto, literatura, tertulia y sexo.
Otros personajes que desfilan ante nuestros ojos son los del rival del poeta enamorado: el marido, feo, viejo y estúpido, fácil de burlar; el rival del poeta, rico o nuevo rico, que encandila a la amada con las riquezas que trae del extranjero, ganadas como comerciante o como militar de éxito; la esclava-sirviente de la amada o la vulgar prostituta, a la que acude el enamorado para infundir celos o echar una canita al aire; los esclavos que intervienen en algún momento, como el portero que impide el paso al enamorado, el guardián de la amada, que no deja acercarse bajo ningún concepto al enamorado, o la alcahueta, que enseña todos los trucos amorosos a la joven inexperta para atrapar al pobre enamorado y exprimirlo hasta los tuétanos.
Pero lo que resulta más original es el universo metafórico que explotaron todos los poetas elegíacos en el campo amoroso.
Las metáforas amatorias, más frecuentemente explotadas por los poetas, de amor son: el enamoramiento a través de los ojos ( amor puellae visae) gracias al saetazo de Cupido; la consideración de la amada como una diosa radiante ( puella divina) que deslumbra a todos a su paso; el fuego que desata la pasión amorosa ( flamma amoris); la enfermedad incurable ( morbus amoris) que produce el veneno del amor; la aceptación de total dependencia y sumisión del amado hasta convertirse en esclavo de su amada ( servitium amoris); la entrega a la vida de amor como un soldado que debe salvar todos los obstáculos hasta conquistar a la amada ( militia amoris); los avatares en las relaciones se reflejan en riñas entre enamorados ( rixae in amore), en ausencias no deseadas ( absentia amantis) o en sufrimientos en la dura travesía del amor en medio de pasiones tumultuosas ( navigium amoris); y, al final, cuando la relación se hace imposible, el poeta renuncia con dolor a su amor ( renuntiatio amoris).
El universo metafórico del amor nació en Grecia y se perfeccionó en Roma; no nació ni en el amor cortés ni en la poesía de Petrarca ni en la poesía amorosa del siglo de Oro español ni en ninguna creación literaria del mundo occidental.
Por ejemplo, Garcilaso de la Vega, Gutierre de Cetina, Fernando de Herrera o San Juan de la Cruz continuaron, entre otros muchos, la tradición greco-latina, aunque ellos por sí mismos crearon una poesía “nueva” sobre odres antiguos.
No está de más recordar que este mundo simbólico no es privativo de la elegía de amor, sino que también lo encontramos en la comedia de Plauto y Terencio, en los epigramas de Catulo, en los libros 5 y 12 de la “Antología Griega”, en la poesía bucólica de Virgilio y en la lírica de Horacio. Pero no lo encontramos tan condensado e intenso como en los poetas elegíacos latinos. La sensibilidad elegíaca no es patrimonio de Catulo, Tibulo, Propercio u Ovidio, pero la elaboración del universo acabado del amor sí es propio de ellos.
Todo quedó sellado y bien explotado hasta Ovidio, el más joven y atrevido de estos poetas.
Tibulo nació entre los años 60 y 55 a. de C. y murió en el año 19 a. de C.
Tibulo estuvo relacionado con el orador y general Marco Valerio Mesala Corvino ( 64 – 8 a. de C.), a quien acompañó a la campaña de Aquitania en el 27 a. de C. y de Oriente.
Este hombre fue el patrono de Tibulo y otros poetas, como Ovidio, Emilio Macro, Lígdamo y Sulpicia.
Por lo que nos dice el propio Tibulo ( 1. 1. 41-42), su familia, como otras muchas, sufrió una confiscación de tierras durante las proscripciones llevadas a cabo por el segundo triunvirato después de la derrota de los asesinos de César.
Tibulo murió con cuarenta años poco después que Virgilio en el año 19 a. de C.
Su muerte produjo una gran conmoción en los círculos literarios, tal como atestigua el epicedio de Ovidio en “Amores” 3.9 .
Tibulo publicó dos libros de elegías, los citados en la elegía ovidiana a través de los nombres de Delia y Némesis.
El primero de ellos salió a la luz sobre el año 26 a. de C.
Trata en su mayor parte del amor de Tibulo por Delia.
Tres elegías del libro primero están dedicadas a Márato, un “puer delicatus”.
La elegía 1.7 celebra el cumpleaños de Mesala y la última trata de forma general sobre el amor y la vida simple del campo.
El segundo libro de sus elegías, publicado probablemente antes de la muerte del poeta en el 19 a. de C., está dedicado a sus relaciones con Némesis, a quien Tibulo pinta como una “avara puella”, cuyo solo interés es el dinero, rindiéndose a ella tal si fuera un fiel esclavo.
Este nuevo amor del poeta contrasta claramente con la Delia dibujada en el libro primero: de acuerdo a lo que sugiere su nombre ( Némesis es en Hesíodo la hija de la Noche y en época helenística venía a representar la volubilidad de la Fortuna – algo que cuadraba muy bien al mundo de la elegía, en la que un amante era reemplazado por su rival -), la relación con esta mujer da al traste con la ingenua idealización del amor y nos presenta una realidad bien distinta a las enseñanzas a que lo llevaba su vínculo con Delia.
Tan irreal como los demás amores de Tibulo, hay sin embargo en la figura de Némesis algunos detalles que pueden haber tenido un correlato con la vida real de esta nueva amante, como es el caso de la muerte de la hermana que se relata en 2.6.
El resto de elegías van dirigidas a amigos y a su patrono.
Tibulo fue descrito en la antigüedad como un poeta “cultus”, “tersus” y “elegans”. Y esa admiración tan generalizada por su forma de escribir no debió ser casual.
Tibulo seguía los pasos del estilo fino (λεπτότης) de Calímaco y sus seguidores en Roma, como Virgilio en sus “Bucólicas” y Horacio en sus “Odas”.
En uno de sus poemas, la “avara puella” ( 2-4), en los primeros catorce versos el poeta se confiesa esclavo de una dueña que lo retiene atado a ella con las cadenas del amor, sin que sea capaz de encontrar remedio alguno a su enfermiza dependencia de una mujer codiciosa.
Al fijarnos en la lengua y el estilo de Tibulo, los términos que mejor lo definen son “urbanitas” y “elegantia”. Séneca el Viejo ( Controversias, 2.4.8) lo definió como “el observador más cuidadoso de la lengua latina” (Latini sermonis observator diligentissimus).
El metro de las elegías latinas era el dístico elegiaco, compuesto por un hexámetro o seis pies dáctilos y un pentámetro o cinco pies dáctilos.
ELEGÍA I :
Elegía programática en que Tibulo no sólo refiere los temas fundamentales que van a constituir su libro I de poemas, sino también los ideales de vida sobre los que se asienta su concepto del amor, tan vinculado a esas ansias del poeta por llevar una vida sencilla, alejada de toda codicia y rodeada de los placeres sencillos del campo y de una sentida religiosidad a la antigua. Concretamente, en esta elegía Tibulo muestra su más rotundo desprecio por la guerra y la riqueza, y busca con anhelo el amor a Delia, a cuyo lado espera que lo sorprenda la muerte.
“Que otro riquezas de oro fulgente (resplandeciente) atesore en su casa
y amplio terreno de arar pueda asimismo tener
que a él la zozobra (preocupación) continua amedrente (atemorice) si llega el peligro
y el sueño quítele el son de la trompeta marcial.
Lléveme a mí mi pobreza a través de una vida tranquila
mientras que brille mi hogar con la fogata usual.
Yo plantaré, cual labriego, a su tiempo las vides aún tiernas
y los frutales también con cuidadoso primor.
No me abandone Esperanza, mas, siempre montones de trigo
y densos mostos me dé en el colmado ( lleno) lagar.
Pues me conmuevo si tiene algún tronco baldío (silvestre) en los campos
o en el camino un mojón viejo guirnaldas en flor
y lo que sea ese fruto que el año que empieza produce,
pongo de ofrenda a los pies de campesina deidad.
¡Oh rubia Ceres!, te doy de mi campo coronas de espigas
para que puedan lucir en tu capilla al entrar.
Póngase el rojo guardián (el dios Príapo) en los huertos frutales:
Príapo a las aves les de miedo con su áspera hoz.
Hasta vosotros, custodios de un campo feliz en un tiempo
y ahora ya pobre, tenéis, Lares, mi ofrenda también.
Entonces una vaca yo ofrecía y becerros sin número lustraba,
y una cordera lo es hoy pobre merced de mi hogar.
Una cordera os daré, y a su vera los rústicos mozos
“io, buen vino”, dirán, “ y las cosechas traed”.
Ya, sólo ya, podría vivir satisfecho con poco
Sin que tuviera que estar dado a viajes sin fin,
sino evitando la ardiente salida del Can (canícula) a la sombra
de árboles junto a un caudal de agua en constante fluir.
No me daría pudor entretanto el usar yo la azada
ni el azuzar a algún buey cuando éste sea remolón,
ni en el regazo llevar sin pereza a mi casa un ternasco ( cordero muy pequeño)
o un cabritillo lechal al que su madre olvidó.
Pero de exigua (pequeña) majada absteneos, ladrones y lobos:
presas tenéis que buscar en un rebaño mayor.
Tengo por norma y aquí expiar (purificar) al pastor cada año
y a Pales ( diosa protectora de los ganados), grata deidad, suelo con leche rociar.
Dioses, vosotros venid sin rehusar de una mesa tan pobre
ni de un sencillo jarrón hecho de barro este don.
Hizo el antiguo pastor para sí ya hace tiempo de barro
vasos y formas les dio con manejable tarquín( cieno, lodo del lecho de los ríos).
No busco yo las riquezas de mis padres
ni los frutos que trajo la mies guardada a mi antiguo antepasado.
Una pequeña cosecha es suficiente,
suficiente es descansar en el lecho
y, si es posible aliviar el cuerpo en la cama acostumbrada.
¡Cuán se agradece escuchar acostado los vientos que soplan
y en el regazo gentil a nuestra amada tener
o, cuando el Austro (viento) invernal ha vertido sus gélidas aguas,
irse tranquilo a dormir viendo la lluvia caer!
Páseme a mí sólo esto, y que próspero sea con justicia el que las Híades (estrellas que anuncian lluvias) y el mar crespo consiga arrostrar.
¡Muera mejor el total de esmeraldas y de oro del mundo
antes que, si he de partir, lloren las niñas por mi!
Hónrate a ti guerrear, oh Mesala, por mar y por tierra
para lucir tu blasón el enemigo botin.
Tiénenme a mí encadenado los lazos de hermosa muchacha
y ante su puerta cruel cual vigilante me estoy.
No busco yo, Delia mía, que nadie me alabe, pues mientras
sólo conmigo tú estés, vago y ocioso he de ser.
¡Pueda mirarte, ojalá, cuando llegue mi hora suprema
y a ti te pueda al morir casi sin fuerzas tocar!
Tú llorarás y, al ponerme, mi Delia, en la pira ya ardiente,
besos mezclados darás con lastimoso gemir.
Tú llorarás: con el duro metal no está atada tu entraña
ni tienes un pedernal en tu cordial corazón.
Joven ninguno podrá regresar de aquel duelo llevando
los ojos secos, ni aun chica que vuelva a su hogar.
Tú sin faltar a mis Manes (almas de los muertos), perdona no obstante a tu pelo
suelto y perdona también, Delia, a tu cara sin par.
Mientras los hados nos dejan, los dos nuestro amor anudemos:
ya revestida vendrá Muerte con su lobreguez,
ya llegará la vejez inactiva y amar no podremos
ni las lisonjas (alabanzas exageradas) decir con el cabello tan gris.
Ahora tenemos que usar de la Venus ligera y en tanto
no da vergüenza el romper puertas y gusta luchar
yo soy aquí buen caudillo y soldado: banderas y tubas,
lejos, vosotras, marchad, dadle al avaro el sufrir,
dadle riquezas: que yo protegido por justa ganancia,
ascos al lujo haré y ascos al hambre también.
Elegía III :
Tibulo, que ha caído enfermo en Corcira, decide abandonar la expedición a Cilicia en la que acompañaba a Mesala.
Teme morir lejos de los suyos y rememora los malos augurios que se cernían sobre el viaje, que él inició a pesar incluso de las advertencias de Delia. Su desprecio de la codicia lo lleva a evocar el reinado de Saturno, Edad de Oro en la que no existían los viajes por culpa del lucro, muy al contrario de lo que ocurre en su época bajo el gobierno de Júpiter. Se ve morir (incluso imagina su propio epitafio) y llega a los Campos Elisios de la mano de Venus, describiendo la tenebrosa mansión de la muerte a través de los personajes de Tisifón, Cerbero y los eternos condenados del Tártaro (Ixión, Ticio, Tántalo y las Danaides). Por último, apela a la fidelidad de Delia para que lo espere hasta el día de su anhelado regreso.
“ Os marcharéis, oh Mesala, sin mí por las aguas egeas:
que un buen recuerdo llevéis tú y tus amigos de mí.
Feacia me está reteniendo ahora enfermo en sus tierras extrañas:
frena tu mano voraz, Muerte sombría, hazlo ya.
Frénala ya, negra Muerte, te pido: que no está mi madre
para mis restos coger en su apenado faldón;
no tengo hermana que le eche a mis restos fragancias de Siria
y llore en mi funeral con despeinado mechón.
No está mi Delia, la cual, al dejarme salir de la urbe,
dicen que antes alzó una consulta a su dios.
Ella tomó por tres veces las suertes sagradas de un joven
y él por tres veces le dio una cabal predicción.
Todo apuntaba a mi vuelta, mas nunca quedó tan conforme
para dejar de llorar y mi partida negar.
Yo, por consuelo, a pesar de que había ya dado la orden,
iba buscando a la vez triste un retraso al final.
Puse de excusa las aves o bien los augurios funestos,
que en el festivo ritual del dios Saturno iba a estar.
¡Oh cuántas veces al ir a empezar el camino me dije
que al tropezarse mi pie malos augurios me dio!
Nadie se atreva a marchar cuando no tenga a Amor de su parte
o sepa que va a viajar con prohibición de este dios.
¿Qué, Delia mía, tu Isis? ¿ De qué me han servido hasta ahora
todos los sistros que tú tanto quisiste batir?
¿Qué, por cumplir con los ritos fielmente, el haberte bañado
y – lo recuerdo – el dormir sola en tu casto diván?
Ven en mi ayuda ya, diosa – pues muchas tablillas pintadas
en cada templo en que están muestran que puedes curar-,
para que, dándote en pago sus noches votivas, mi Delia
vaya a sentarse al portón sacro cubierta de tul
y por dos veces al día, soltándose el pelo, te diga
loas, hermosa en mitad de la local multitud.
Tóqueme a mí, sin embargo, el honrar a los patrios Penates
y dar incienso mensual a mi antiquísimo Lar.
¡Qué bien vivían entonces reinando en la tierra Saturno,
antes de abrirse Tetís en un inmenso veril(mar)!
Aún el añil de las aguas el pino no había surcado
ni su velamen hinchó dándolo al viento del mar,
ni, cuando errante buscaba por tierras ignotas ganancias
el marinero subió género extraño al bajel.
Yunta no había probado aún entonces el toro salvaje,
ni aún el caballo mordió frenos con diente servil.
Puertas no había en las casas, ni estaba clavado en el campo
para indicar el final de cada huerto un mojón.
Hasta la encina miel daba y sus dóciles ubres la oveja
llenas de leche ofreció para la gente de paz.
No hubo milicia, ni furia, ni guerras, tampoco la espada
la hubo inventado con vil arte un feroz forjador.
Ahora que Júpiter manda, ya hay siempre matanzas y heridas,
ahora de pronto está el mar, mil formas hay de morir.
Padre, perdona: pues no me da miedo, aun medroso, el perjurio,
ni la palabra soez dicha a sagrada deidad.
Pero si ya he completado los años que el hado me diera,
haz que una piedra le dé techo a mis huesos así:
“Yace aquí abajo, acabado por muerte inflexible, Tibulo
mientras por tierra y por mar iba Mesala a seguir”.
Mas como soy siempre amable al Amor delicado, la propia
Venus me habrá de llevar al Campo Elisio por fin.
Coros y cantos aquí proliferan, y en vuelo constante
aves de fino trinar cantan su dulce canción.
Sin cultivar da canela la tierra y por todos los campos
grato florece un vergel de bienoliente rosal;
corros de chicos aquí con las tiernas muchachas retozan
y le une al juego el Amor guerras con asiduidad.
Va a aquel lugar quien, amando, la muerte rapaz se ha llevado
y en su melena sin par porta trenzado arrayán (arbusto).
Pero la infame morada en la noche profunda escondida
hállase y se oyen sonar negros arroyos allí:
ya Tisifón, su cabello revuelto de fieras serpientes,
ruge y la turba brutal por todos sitios va;
ladra a la entrada, repleta su boca de sierpes, Cerbero
lúgubre y se echa a dormir ante el broncíneo portón.
Por la osadía de haber cometido mancilla con Juno,
giran los miembros de Ixión reos en rueda veloz;
Ticio, tendido a lo largo de nueve yugadas de tierra,
da negra entraña a comer a aves que vienen y van;
Tántalo allí se divisa cercano a un estanque, mas cuando
casi saciaba su cruel sed toda el agua se va;
prole de Dánao, al haber molestado el orgullo de Venus,
a su vacío tonel lleva el leteo caudal.
Vaya a ese sitio cualquiera que puso mi amor en un brete
y para mí me pidió larga milicia al rezar.
Tú en tu decencia mantente, te pido, y que siempre te asista,
guarda del sacro pudor, una ancianita bien fiel.
Que ella te cuente sus chismes y largos ovillos recoja
de su repleta labor mientras alumbra un candil.
Pero que cerca la joven, absorta en la dura faena,
deje despacio el quehacer, cuando se sienta dormir.
Súbito iré en ese instante y sin nadie que antes me anuncie,
tal si te fuera a llegar como enviado de dios.
Tú como quiera que estés, con tu larga melena revuelta,
ven, Delia mía, hacia mí, yendo descalzos tus pies.
Esto suplico: que tal día radiante la Aurora que brilla
en su rosáceo corcel pueda traer a los dos”.
( Albio Tibulo y los autores del corpus tibullianum. Elegías amatorias. Edición bilingüe de Juan Luis Arcaz y Antonio Ramírez de Verger. Edit. Cátedra).
Segovia, 28 de diciembre del 2024
Juan Barquilla Cadenas.