TERENCIO: ADELPHOE (Los hermanos). Pasajes de la obra.

TERENCIO: ADELPHOE (Los hermanos). PASAJES DE LA OBRA.

Terencio (190? -159 a. de C.) fue uno de los dos más importantes comediógrafos romanos.

Terencio fue un esclavo de origen africano. Tomó su nombre del senador Terencio Lucano, que le dio la libertad.

Perteneció al  “círculo literario de Escipión Emiliano”, que era un centro de irradiación de la cultura griega en Roma, y al que pertenecían el historiador Polibio, el filósofo Panecio, el satírico Lucilio, el orador Lelio, etc.

Murió joven y no tenemos noticias de que escribiera más de seis comedias: “Andria”, “Hecyra” (la suegra), “Eunuchus” (eunuco), “Heautontimoroumenos” (el atormentador de sí mismo), “Phormio” (Formión) y “Adelphoe” (los hermanos).

Las comedias de Terencio son adaptaciones de comedias griegas (fabula palliata), en concreto, de las obras de Menandro (siglo IV a.de C.) pertenecientes a la “comedia nueva griega”.

Las comedias de Terencio van precedidas de una “didascalia”, que contiene datos sobre el autor y el título del original griego, los Juegos en que se estrenó, los magistrados organizadores, el director de la compañía, etc.; y de una “perioca”, consistente en 12 versos en los que se cuenta el argumento.

Ni las “didascalias” ni las “periocas” son de Terencio, sino muy posteriores.

De Terencio son los “prólogos”, que, a diferencia de los de Plauto, no narran el argumento, sino que el autor se defiende en ellos de las acusaciones de sus enemigos literarios: plagio  de los dramaturgos latinos anteriores (no de los autores griegos, que constituían para los romanos un campo a disposición de todos); contaminatio , es decir, haber hecho de dos o más obras griegas una sola; y no paternidad de sus obras, que se las habrían escrito sus amigos del círculo de Escipión.

Sus comedias, como las de Plauto, están divididas en cinco actos, pero en este caso la división sí parece pertenecer a Terencio.

Terencio, de una generación posterior a Plauto, rompe deliberadamente con las maneras plautinas. Más helenizado que Plauto e imbuido de la corriente humanista y moral del citado “círculo de Escipión”, intentó educar al público romano con obras de elevado tono ético; y el público le volvió la espalda. Más de una vez sufrió un estrepitoso fracaso, por coincidir la representación de su obra con espectáculos de boxeo, funambulismo o de gladiadores y marcharse en masa el público del teatro al otro espectáculo.

En Terencio no hay ruptura de la rígida y jerárquica pirámide social: los de abajo, aun en medio de sus trapacerías, siguen guardando el “debido” respeto a los de arriba; los esclavos no son desvergonzados, los padres se sacrifican por sus hijos y éstos los respetan y los quieren; hasta las prostitutas, avarientas y desconsideradas en Plauto, son en Terencio bondadosas y desprendidas.

A Plauto sólo le importa provocar la carcajada; en Terencio es esencial el mensaje educativo y moral.

La pintura de caracteres, la profundidad psicológica, inexistente en Plauto, resplandece en Terencio, que es “admirable en representar a lo vivo los movimientos del alma”, dice Montaigne; las pasiones y los rasgos morales de sus personajes tienen validez universal, y el valor dramático de sus comedias es mayor que el de Plauto.

Su lengua es elegante y pura (“puri sermonis amator”(amante del lenguaje puro), decía de él César), pero sus personajes hablan todos como Terencio, lo cual es un defecto; en Plauto cada personaje habla de acuerdo con su condición social y cultural.

Terencio no logró conectar con el público romano en su mayoría compuesto por gentes de las capas sociales inferiores. Será luego, en la Edad Media, cuando se reconocerán sus méritos y gozará  de una fama extraordinaria.

(A.   Holgado –C. Morcillo. Latín. Edit. Santillana).

ADELFOE (Los hermanos)

[La comedia “Los hermanos” es sin duda la obra más reconocida y celebrada de la producción terenciana; ya lo fue cuando se estrenó y lo ha sido siempre en la tradición posterior.

Este éxito, al menos en Europa, se debe al tema central que se debate en la obra: la educación de los hijos, uno de los ejes sobre los que se ha edificado Occidente.

No es éste un tema nuevo en Terencio, pues ya aparece esbozado en “Andria” y en “Heautontimoroumenos”, pero es en esta obra donde se comparan, de manera enfrentada, dos sistemas educativos inicialmente incompatibles: el que se basa en el castigo y la dureza, y el que se basa en la tolerancia y la confianza.

Mición es un hombre que ha tenido fortuna y atesorado un buen capital con el que disfrutar de los placeres de la ciudad; su hermano Démeas, por el contrario, trabaja duramente en el campo, se ha casado y ha tenido dos hijos, Ctesifón y Ésquino; este último se lo ha dado en adopción a Mición y él se ha encargado de la educación de Ctesifón. Como hombre acostumbrado a la rudeza del campo, es severo e intolerante con las costumbres de la ciudad, por esa razón corre avergonzado a hablar con su hermano cuando se entera de que Ésquino ha entrado por la fuerza en un burdel y se ha llevado a una citarista sin pagar. Mición procura tranquilizarlo y exculpar al joven aduciendo que es propio de los ardores de la juventud incurrir en esos excesos, pero en su interior se preocupa no tanto por el atropello, como por la falta de confianza del chico hacia él, a quien podemos considerar su padre adoptivo.

Entre tanto, el público asiste en directo a la resolución final del rapto, cuando el chulo (lenón) Sanión persigue a Ésquino y le reclama el pago de la chica, veinte minas que finalmente el joven satisfará. Este rapto va a tener consecuencias nefastas para la fama de Ésquino, que, por lo que se descubre, lleva una vida más bien desordenada: el público se entera por medio del esclavo Geta de que Ésquino ha violado a la joven Pánfila y ha prometido a la madre de la joven, Sóstrata, hacerse cargo del niño que viene en camino.

Cuando Geta relata el episodio de la citarista, Sóstrata se siente traicionada y decide pedir ayuda a un amigo de la familia, Hegión, para que éste pida cuentas al padre del joven.

 Ésquino descubre al público, en medio de la desesperación por el malentendido, que ha raptado a la citarista para su hermano Ctesifón, que anda enamorado de la misma, pero no puede disfrutar de ella por el férreo control al que le somete Démeas (su padre).

En ese momento Démeas anda buscando a su hijo y pregunta al esclavo de la casa de Mición, Siro, que le cuenta una mentira maliciosa, a saber, que Ctesifón se ha presentado en casa para reprochar a su hermano Ésquino el rapto de la joven y, como consecuencia, ha tenido lugar una sonora riña de hermanos; Démeas se encuentra satisfecho con el comportamiento de su hijo (Ctesifón), que supone un espaldarazo a su modo de educar, satisfacción que se incrementa al enterarse de que Ésquino ha violado a una joven ciudadana; entre tanto Mición ya ha resuelto con Hegión, Sóstrata y Ésquino el asunto de la violación y el embarazo mediante la boda de rigor. Démeas regresa a casa de Mición y descubre a su hijo, al que creía afanado en el campo, acostado con la citarista; se indigna y corre al encuentro de Mición, que procura calmarlo y hacerle ver que su educación rígida y severa ha tenido como resultado que su hijo actúe a sus espaldas.

Ante esta situación, Démeas imprime un cambio radical a su conducta y decide mostrarse complaciente e indulgente con todo el mundo, un poco en clave farsesca y otro poco en clave irónica, a modo de venganza sobre la conducta condescendiente de su hermano.

De resulta de su cambio de carácter, el público asiste divertido al final de la comedia a una tómbola de premios: Siro recibe la libertad, lo mismo que su mujer, Frigia; Hegión recibe un campo en usufructo y Sóstrata encontrará un marido en la persona de Mición. Ante la pregunta perpleja de éste sobre la causa del cambio de comportamiento, la respuesta no podía ser más pedagógica: sólo quería demostrar a su hermano que el cariño que disfruta de parte de todos no nace de una vida recta y de la observancia de la justicia, sino de la permisividad y largueza con el trato a los demás. Que él se sigue ofreciendo para corregir los excesos y desmanes de sus hijos, siempre y cuando  ellos así lo quieran.

Es ésta una comedia de caracteres, donde la fuerza dramática reside en las posturas enfrentadas  de Démeas y Mición.

Los problemas, que son siempre las calaveradas de la “troupé” juvenil, se resuelven con la acción decidida de Mición, cuya conducta, pragmática y directa, contrasta con la figura algo grotesca y gruñona de Démeas.

Es cierto que el personaje de Mición resulta a ojos de un espectador moderno sumamente actual, pues basa su sistema educativo en la tolerancia, la comprensión, la confianza y el desprecio del dinero, postura muy aristotélica frente a la moral rústica y muy latina que representa Démeas, apegado a la tierra y a los valores tradicionales de ahorro y respeto a los padres.

Pero con independencia de cómo sean los padres, los jóvenes siempre actúan del mismo modo: de manera excesiva.

Da igual cómo haya educado Mición a Ésquino, si finalmente éste se deja llevar por el ardor juvenil y viola a una joven doncella; poco importa el rigor de Démeas, si al final Ctesifón frecuenta a escondidas un burdel y se enamora de una citarista.

Por tanto, la pregunta no es quién educa mejor a sus hijos desde un punto de vista ciudadano, sino qué postura resuelve mejor los problemas que inevitablemente causan los hijos. Y al respecto, la comedia ofrece una respuesta inequívoca: Mición resuelve problemas con su prodigalidad, mientras Démeas difícilmente puede tomar la iniciativa, si emplea todo su tiempo en abroncar a unos y a otros: a Mición, a Siro y a sus hijos.

Con todo, el final de la comedia introduce un factor sorpresivo.

Démeas, en un inusitado cambio de actitud, se dedica a complacer a diestro y siniestro con dinero ajeno, el de su hermano.

Hay quien ha visto este final como un triunfo de Démeas y su ideología severa y rústica, puesto que al final se burla de todos y hace ver a su hermano que la dadivosidad engendra más adhesiones que el buen juicio.

Sin embargo, hay que matizar ese análisis y tener en cuenta que Démeas adopta una actitud que no cabe considerar complaciente, sino descabellada, exagerada, irracional incluso, pues rompe todas las estructuras sociales: otorgar la libertad a Siro y a su esposa, por cumplir su  trabajo, no está contemplado en el código de buena conducta de un ciudadano, sea ateniense o romano; renunciar a las ganancias de un campo arrendado, para dárselas a una buena persona con la que no hay más trato que un conocimiento superficial, sencillamente no es creíble y no forma parte de una conducta ciudadana generosa, sino desleal; obligar a un hombre ya mayor, que siempre ha sostenido la soltería, a casarse con la suegra, para que ésta no se quede sola, es una broma de mal gusto, que tampoco forma parte del código de conducta de un ciudadano responsable y consciente de sus obligaciones.

En conclusión, esa farsa final, a modo de mundo al revés que provoca Démeas, no lo redime de su mezquindad y estrechez moral, pero sí avisa de los despropósitos de la generosidad mal entendida.

Tal vez el problema de Démeas resida en que, como buen ahorrador, no conoce los límites de la generosidad social y se dispone a regular lo que, de ningún modo, está sujeto a su arbitrio.

Con respecto a los modelos que siguió Terencio en la composición de esta comedia, sabemos por la “didascalia” que el modelo es una comedia homónima de Menandro, sobre la que introdujo, según la técnica de la “contaminatio”, una escena de una obra de Dífilo, “Synapothnescontes”.

La “didascalia” también informa de que se trata de la última comedia del escritor, representada en el año 160 a. de C., durante los funerales en honor de Emilio Paulo.

Las mujeres no tienen texto en la obra, aunque sí desempeñan un papel destacado, especialmente Sóstrata, que, asustada por las noticias que trae Geta sobre Ésquino, decide acogerse a la justicia; para ello, puesto que las mujeres atenienses no tenían voz pública, debían buscarse un intermediario, un ciudadano que hiciera valer sus derechos, aquí representado por la figura de Hegión. Tal y como prescribía la norma social, el primer paso consistía en hablar con el padre del implicado y llegar a un acuerdo privado; en el supuesto de violación y embarazo, se optaba por el compromiso matrimonial, en este caso sin dote, debido a la pobreza de la familia y, sobre todo, a la violencia inicial del joven. Después se procedía a los esponsales, que, en esta comedia, son descritos en sus fases de la tradición romana:  el cortejo, las antorchas y las citaristas, que acompañan a la turba que entona canciones, salaces y provocativas, el himeneo; con este canto se acompaña a la joven a casa del marido o de la familia del marido, como aquí, que es la casa de Mición. En este cortejo, las madrinas de la joven la conducen con antorchas encendidas hasta llegar al umbral de la casa del marido.

En el “prólogo” de la obra se defiende de la acusación de que personajes ilustres lo ayudan y colaboran habitualmente con él en la redacción de sus obras (círculo de Escipión).

PASAJES DE LA OBRA:

ACTO PRIMERO

Primera escena: MICIÓN

MICIÓN:

(Saliendo de casa y llamando a un esclavo, sin recibir respuesta)

¡Estórax! (Al público) Esta noche no ha regresado de la casa  Ésquino, ni ninguno de los chavales que fueron a buscarlo. Con razón dicen ciertamente que si vas a algún sitio y te retrasas, es preferible que te ocurra lo que te reprocha o se imagina una esposa enfurecida a lo que piensan unos padres preocupados.

Tu esposa, si te retrasas, piensa que estás enamorado de alguien o que alguien está enamorado de ti o que estás bebiendo y dándote la gran vida, y que sólo tú te lo pasas bien, mientras ella se lo pasa mal.

A mí, personalmente, por no haber vuelto mi hijo, ¡Qué pensamientos se me ocurren y qué preocupaciones me atormentan! Temo que se haya resfriado o que se haya caído en algún sitio y se haya roto algún hueso. ¡Oh! Parece mentira que uno pueda entronizar e instalar en su corazón a un ser que le sea más querido que su propio yo. Y eso que no es hijo mío, sino de mi hermano, quien, por cierto, ya desde joven, tiene unos gustos muy diferentes a los míos. Yo preferí la comodidad y ociosidad de la vida urbana y, lo que para otros significa la felicidad, nunca contraje matrimonio.

Él todo lo contrario: pasa la vida en el campo, sometiéndose a continuas privaciones y sacrificios; contrajo matrimonio; tuvo dos hijos, de los cuales yo adopté al mayor; lo crié desde pequeñito; lo traté, lo quise como si fuera mío. En él tengo puestas mis ilusiones; él es lo único que quiero.

Hago todo lo posible para que corresponda a mis sentimientos. Le doy, le consiento, no estimo necesario hacer valer en todo mis derechos;  por último, las cosas que otros hijos hacen a escondidas de sus padres, las cosas propias de la juventud, he habituado a mi hijo a no ocultármelas. Porque quien se acostumbre o atreva a mentir o engañar a su padre, con más razón se atrevería a hacerlo con los demás.

Creo que es preferible refrenar a los hijos inculcándoles respeto y demostrando generosidad de sentimientos, que infundiéndoles miedo.  En estos principios no estamos de acuerdo mi hermano y yo y a él no le agradan.

Con frecuencia viene a verme gritando: “¿Qué haces, Mición? ¿Por qué echas a perder a nuestro hijo? ¿Por qué bebe? ¿Por qué le sufragas esos gastos? ¿Por qué eres demasiado complaciente con su forma de vestir? Eres demasiado tonto”. Él sí que es demasiado riguroso, más allá de lo justo y de lo razonable; y se equivoca de medio a medio, a mi juicio, por pensar que es más sólido o firme un poder basado en la fuerza que el que se deriva del cariño. Yo pienso lo siguiente, estoy convencido de lo siguiente: quien cumple con su deber forzado por los castigos, mientras cree que pueden descubrirse sus fechorías, se anda con cautela; pero si confía en que pueden pasar inadvertidas vuelve de nuevo a la andadas; aquel cuyo cariño te granjeas (ganas) con premios obra de corazón; se afana por corresponderte; solo o acompañado será siempre el mismo. Es deber del padre acostumbrar a su hijo a que obre correctamente por propia iniciativa y no por miedo al castigo. En esto radica la diferencia entre un padre y un amo. Quien no sea capaz de actuar así ha de reconocer que no sabe mandar a sus hijos.

(Viendo llegar a Démeas) ¿Pero no es ésta la persona de quien hablaba? Claro que es él. Parece enfadado por algo. Sospecho que, como de costumbre, me echará una bronca.

(A Démeas) Nos alegramos, Démeas, de verte llegar con salud.

   Escena segunda: DÉMEAS, MICIÓN

DÉMEAS:

(Entrando por la derecha)

¡Oh! ¡Qué a punto! Precisamente te estaba buscando.

MICIÓN:

¿Por qué estás enfadado?

DÉMEAS:

Teniendo como tenemos un hijo como Ésquino, ¿me preguntas por qué estoy enfadado?

MICIÓN:

(Aparte) ¿No lo decía yo? (A Démeas) ¿Qué ha hecho?

 

 

 

DÉMEAS:

¿Qué qué ha hecho? ¡No tiene vergüenza de nada ni tiene miedo a nadie ni se considera sujeto a ley alguna! Pues paso por alto lo que hizo antes, pero ¡menuda hazaña acaba de realizar!

MICIÓN:

¿De qué se trata?

DÉMEAS:

Echó abajo una puerta y allanó una vivienda ajena; molió a palos al propio dueño y a todos sus esclavos, casi hasta dejarlos muertos; raptó a la mujer que amaba. Todo el mundo pregona que fue una terrible infamia lo que hizo. ¡Cuánta gente, Mición, me lo ha dicho al llegar! Anda en boca de todo el pueblo. En fin, para compararlo con un modelo, ¿no ve a su hermano preocuparse por su hacienda, vivir en el campo con economía y frugalidad? Jamás ha hecho nada parecido. Y lo que a él le digo, a ti te lo digo. Eres tú quien le permite echarse a perder.

MICIÓN:

No hay en el mundo ser más injusto que un ignorante, que sólo da por bueno lo que él mismo hace.

DÉMEAS:

¿Adónde quieres llegar?

MICIÓN:

A que tú, Démeas, juzgas mal este caso. No es una infamia, créeme, que un jovencito salga de cortesanas o se emborrache; no lo es; y tampoco que eche abajo una puerta.

Si ni tú ni yo hemos hecho nada semejante, es porque la pobreza no nos permitió hacerlo. Tú ahora consideras un mérito lo que entonces hiciste obligado por la pobreza. No es justo. Pues si hubiéramos tenido dinero para hacerlo, hubiéramos hecho otro tanto; y tú, si fueras un ser humano, se lo permitirías hacer a tu hijo, mientras está en edad de hacerlo, para evitar que cuando haya cumplido sus deseos de enterrarte, a una edad menos apropiada, acabe haciendo lo mismo.

DÉMEAS:

¡Oh, Júpiter! Amigo mío, tú vas a volverme loco. ¿No es una infamia que haga eso un jovencito?

MICIÓN:

¡Oh! Escucha, no me machaques los oídos por más tiempo con esta historia. Tú me diste en adopción a tu hijo. Ahora es hijo mío. Si comete alguna torpeza, Démeas, la comete en perjuicio mío; soy yo quien paga principalmente las consecuencias. ¿Compra manjares, se emborracha, huele a perfumes? A costa de mi dinero. ¿Tiene amante? Yo le daré dinero, mientras me apetezca; cuando no me apetezca quizás lo echarán a la calle. ¿Echó abajo una puerta? Se reparará. ¿Desgarró un vestido? Se zurcirá. Gracias a los dioses, tengo medios para ello y hasta el momento no me molesta hacerlo.

En resumen, déjate de monsergas o nombra un árbitro: te demostraré que andas muy equivocado en este asunto…

…MICIÓN:

(Solo) Ni le falta la razón ni la tiene toda en lo que dice.

Sin embargo me ha molestado un poco toda esta historia.

Pero no quise exteriorizar mi disgusto. Pues él es así. Cuando quiero calmarlo, le llevo decididamente la contraria e intento disuadirlo; y, a pesar de todo, le cuesta trabajo soportarlo humanamente; pero si encima le atizara o avivara su cólera, seguro que me pondría tan loco como él. Aunque Ésquino en este asunto ha sido algo injusto conmigo. ¿A qué cortesana no ha amado? ¿A cuál no le ha hecho algún regalo? Por último hace unos días (creo que ya harto de todas) dijo que quería casarse. Yo confiaba en que ya se le había enfriado el ardor de la juventud; me alegraba. ¡Y he aquí que vuelve a las andadas! De todas formas, sea lo que sea, quiero saber de qué se trata y reunirme con él.

A ver si está en el foro. (Sale por la derecha).

 

ACTO SEGUNDO

Primera escena: SANIÓN, ÉSQUINO,  (BÁQUIDE),  PARMENÓN

SANIÓN:

(Persiguiendo a Ésquino, Báquide y Parmenón)

¡Socorro, ciudadanos! ¡Prestad auxilio a un desgraciado y a un inocente, socorred a un desvalido!

ÉSQUINO:

(A Báquide) ¡Calma! Párate aquí. ¿Por qué vuelves la vista? No hay ningún peligro. Mientras yo esté presente, este tipo no te tocará.

SANIÓN:

Mal que os pese a todos, la voy a …

ÉSQUINO;

Aunque es un canalla, no se expondrá de ninguna manera a recibir una segunda paliza.

SANIÓN:

Ésquino, escucha, para que luego no digas que no conocías mi forma de ser. Yo soy un lenón…

ÉSQUINO:

Lo sé.

SANIÓN:

…pero tan honrado como el que más. Aunque vengas después con disculpas, alegando que  lamentas la afrenta inferida, no te haré el menor caso. Créeme: reclamaré mis derechos y tú con tus palabras no repararás el daño que con tus obras me has hecho. Conozco muy bien vuestras disculpas :“Lamento lo sucedido. Se te jurará que eres indigno de esa afrenta”, después de haberme dispensado un trato indigno.

ÉSQUINO:

(Sin hacer caso a Sanión, dice a Báquide) Ve delante, sin miedo, y abre la puerta.

SANIÓN:

¿Pero es que te tienen sin cuidado mis advertencias?

ÉSQUINO:

(A Báquide) Entra ya.

SANIÓN:

(Tratando de cortarle el paso a Báquide) Te aseguro que no lo permitiré.

ÉSQUINO:

Acércate, Parmenón, que te has alejado demasiado. Colócate a su lado. Sí, así está bien. Y no apartes ni un instante tus ojos de los míos para que, a la primera señal que te haga, sin esperar un instante, en el acto le estampes un puñetazo en la mejilla.

SANIÓN:

Eso quisiera yo que lo intentara (Hace ademán de llevarse a la chica)

ÉSQUINO:

(A Parmenón) ¡Eh, atento!

PARMENÓN:

(A Sanión, al tiempo que lo golpea) Suelta a la chica.

SANIÓN:

¡Qué ultraje!

ÉSQUINO:

Repetirá el golpe, si no te andas con cuidado. (Parmenón vuelve a golpear a Sanión).

SANIÓN:

¡Ay, desgraciado de mí!

ÉSQUINO:

(A Parmenón) No te había hecho ninguna señal. Pero más vale que te equivoques por exceso. (A Báquide) Entra ya.

(Entran Báquide y Parmenón en casa de Mición).

…ÉSQUINO:

(A Sanión) ¿Quieres que te diga una cosa que te interesa?

SANIÓN:

Ardo en deseos, con tal que sea una cosa justa.

ÉSQUINO:

¡Oh! Un lenón no quiere que yo diga nada injusto.

SANIÓN:

Sí, soy un lenón, lo reconozco, la perdición común de los jóvenes, un perjuro, una plaga. Sin embargo, a ti no te he hecho ninguna ofensa.

ÉSQUINO:

Pues sólo faltaría eso, por Hércules.

SANIÓN:

Por favor, vuelve al punto de partida, Ésquino.

ÉSQUINO:

Tú la compraste por veinte minas (¡Que sea enhorabuena para ti!:  se te pagará otro tanto.

SANIÓN:

¿Y si no quiero vendértela? ¿Me obligarás?

ÉSQUINO:

En absoluto.

SANIÓN:

Pues eso me temía.

 

ÉSQUINO:

Ni creo que deba venderse una persona, porque yo reivindico ante la justicia su libertad. Así que elige lo que prefieres: cobrar el dinero o preparar tu defensa. Piénsalo mientras vuelvo, lenón. (Ésquino entra en casa de Mición).

SANIÓN:

(Solo) ¡Oh, Júpiter supremo! No me extraña nada que haya gente que se vuelva loca como consecuencia de una injusticia. Me arrastró fuera de casa, me apaleó, me quitó contra mi voluntad una esclava mía, me estampó, pobre de mí, más de quinientos puñetazos. Y ahora, en recompensa de sus agravios, pretende que se la venda al precio de compra (con ironía). Pero bueno, ya que se lo merece, ¡de acuerdo!  Reclama sus derechos. ¡Venga! Ya lo estoy deseando, con tal de que me pague el dinero. Pero lo que pronostico es lo siguiente: en cuanto le diga que se la vendo a tal precio, en el acto presentará testigos de que se la he vendido. Y lo del dinero… un sueño. “Luego; vuelve mañana”. También esto podría soportarlo, con tal de que me pague, aunque es una injusticia. Pero veo las cosas como son: cuando has emprendido un negocio como éste, hay que sufrir y callar las injusticias de los jóvenes. Pero nadie me pagará. En vano me estoy echando estas cuentas.

Escena segunda: SIRO, SANIÓN

(Saliendo de casa y hablando con su amo que queda dentro)

Calla. Yo mismo me voy a entrevistar personalmente con él: haré que acepte el dinero encantado y que diga, incluso, que se le ha tratado bien. (A Sanión) ¿Qué es eso que he oído, Sanión, de que has tenido no sé qué pelea con mi amo?

SANIÓN:

Jamás he visto pelea más desigual que la que ha habido hoy entre nosotros. Yo a fuerza de recibir golpes, él a fuerza de darlos, ambos quedamos completamente agotados.

SIRO:

Tú tienes la culpa.

SANIÓN:

¿Qué podía haber hecho?

SIRO:

Tenías que haberle dado gusto al joven…

…SIRO:

Como quieras. (Despidiéndose) ¿Quieres algo más o puedo irme?

 

SANIÓN:

Sí, por Hércules, quiero pedirte un favor, Siro. Como quiera que haya sido, antes de entablar un pleito, que me dé lo que es mío, al menos el precio que me costó, Siro…

SIRO:

Haré todo lo posible (Viendo llegar a Ctesifón) Pero, veo a Ctesifón. Está contento por lo de su amante.

SANIÓN:

 Y del favor que te he pedido ¿qué?

SIRO:

Espera un momento.

Escena tercera: CTESIFÓN, SIRO

CTESIFÓN:

(Sin ver a los otros) De cualquier persona te alegraría recibir un favor, cuando lo necesitas, pero lo que es verdaderamente agradable es que te lo haga la persona que debe hacértelo. ¡Oh, hermano, hermano! ¿Cómo podría yo ahora alabarte? Estoy completamente seguro de que jamás podré hacer de ti grandes elogios que no sean superados por tus méritos. La única ventaja especial que considero que tengo sobre los demás hombres es ser el único que cuenta con un hermano dotado de tan eminentes cualidades.

SIRO:

¡Oh, Ctesifón!

CTESIFÓN:

¡Oh, Siro! ¿Dónde está Ésquino?

SIRO:

(Señalando la casa de Mición) ¡Ahí lo tienes! Te está esperando en casa.

CTESIFÓN:

(Sorprendido y emocionado) ¿Eh?

SIRO:

¿Qué pasa?

 

 

CTESIFÓN:

¿Qué qué pasa? Gracias a él, Siro, estoy vivo. ¡Qué hombre más encantador! ¡Que no ha dudado en sacrificar sus intereses a los míos! Las murmuraciones, el deshonor, las fatigas, la culpa, todo lo cargó sobre sus espaldas. No cabe más. ¿Por qué ha sonado la puerta?

SIRO:

Espera, espera: es él precisamente quien sale a la calle.

Escena cuarta: ÉSQUINO, CTESIFÓN, SIRO, SANIÓN

ÉSQUINO:

(Saliendo de casa) ¿Dónde está  ese canalla?

SANIÓN:

(Aparte) Me busca. ¿Trae algo consigo? Estoy perdido. No veo nada.

ÉSQUINO:

(Viendo a Ctesifón) ¡Oh, qué a punto! Precisamente te estaba buscando. ¿Qué tal, Ctesifón? Todo ha ido bien. Destierra esa tristeza.

CTESIFÓN:

Claro que la destierro, por Hércules, puesto que tengo un hermano como tú. ¡Oh, Esquino mío”! ¡Oh, hermano mío! ¡Ah! Me da miedo decirte en tu presencia mayores elogios, no vayas a pensar que lo hago más por adulación que por agradecimiento.

ÉSQUINO:

¡Anda tonto! ¡Como si no nos conociéramos ya el uno al otro, Ctesifón! Lo que me duele es que casi nos hayamos enterado demasiado tarde y que la situación haya llegado casi a un punto en que, aunque todo el mundo lo deseara, nadie pudiera prestarle la menor ayuda.

CTESIFÓN:

Me daba vergüenza.

ÉSQUINO:

(A Siro) ¿Qué nos cuenta por fin, Sanión?

SIRO:

Ya está suave.

ÉSQUINO:

(A Ctesifón) Yo iré al foro para pagarle. Tú, entra en casa a estar con ella, Ctesifón.

..CTESIFÓN:

¡Oye, oye, Siro.

SIRO:

¿Eh? ¿Qué pasa?

CTESIFÓN:

Por  Hércules, te lo suplico, pagadle cuanto antes a ese bellaco para evitar que, si se enfureciera más, llegue esta noticia de alguna manera a oídos de mi padre, y entonces yo estaría perdido para siempre.

SIRO:

No sucederá eso; estate tranquilo. Tú, entre tanto, disfruta con ella en casa y manda colocar los lechos y preparar todo lo demás. Yo, una vez liquidado el asunto, volveré a casa con las provisiones. (Sale por la derecha).

ACTO TERCERO

Primera escena: SÓSTRATA, CÁNTARA

SÓSTRATA:

(Saliendo de casa con Cántara) Por favor, nodriza mía, ¿qué va a suceder ahora?

CÁNTARA:

¿Que qué va a suceder, me preguntas? Todo irá bien, por Pólux, espero. Los dolores, querida mía, acaban de empezar hace un momentito. ¿Y ya tienes miedo, como si nunca hubieras asistido a un parto o nunca hubieras dado a luz tú misma?

SÓSTRATA:

¡Pobre de mí! No tengo a nadie (estamos solas y Geta no está aquí) para enviar a por la comadrona ni para ir a buscar a Ésquino.

CÁNTARA:

Seguro, por Pólux, que enseguida estará aquí, pues nunca deja pasar un día sin venir a vernos.

SÓSTRATA:

Él es el único remedio para mis desgracias.

CÁNTARA:

Dadas las circunstancias, ama, y aceptando que ha sido violada, las cosas no pudieron ser mejores de lo que han sido, especialmente por lo que a él respecta: un joven tan bueno, de tan noble linaje y carácter, hijo de una familia tan rica.

SÓSTRATA:

Sí, por Pólux, es así como dices. A los dioses les pido que nos lo conserven sano y salvo.

Escena segunda: GETA, SÓSTRATA

GETA:

(Corriendo, sin ver a las mujeres)

Esta es la hora en que, aunque todos los hombres aportaran todos sus consejos y buscaran un remedio para nuestra desgracia, no podrían proporcionarnos socorro alguno ni a mí ni a mi ama ni a la hija de mi ama.

¡Ay, pobre de mí! ¡Cuántos males nos asedian de repente, de los que es imposible escapar: la violación, la pobreza, la injusticia, la soledad, la deshonra! ¡Qué época ésta! ¡Qué canallas, qué raza más sacrílega, qué hombre más impío …!

SÓSTRATA:

(A Cántara) ¡Pobre de mí! ¿Por qué motivo veo a Geta tan asustado y apurado?

GETA:

… al que ni la fidelidad ni el juramento ni la compasión han podido detener ni retener, ni tampoco la inminencia del parto de aquella desgraciada a quien tan indignamente había violado y deshonrado!

… ¿Pero a qué espero para comunicar a mi ama esta desgracia enseguida?

.. Geta:

(Mirando a uno y otro lado) ¿Dónde está? (Viendo por fin a Sóstrata) Te estaba buscando.

<SÓSTRATA>:

Te estaba esperando.

SÓSTRATA:

¿Qué pasa? ¿Por qué estás tan alterado?

.. GETA:

Estamos completamente perdidos.

 

SÓSTRATA:

Explícame, pues, por favor, de que se trata.

 

GETA:

Ya…

SÓSTRATA:

“Ya” ¿qué?

GETA;

.. es Ésquino.

SÓSTRATA:

¿Qué le pasa a Ésquino?

GETA:

… un extraño a nuestra familia.

SÓSTRATA:

¿Eh? (Aparte) ¡Estoy perdida! ( A Geta) ¿Por qué motivo?

GETA:

Se ha enamorado de otra.

SÓSTRATA:

¡Ay, pobre de mí!

GETA:

Y no lo mantiene en secreto; él mismo se la arrebató al lenón, a la vista de todo el mundo.

SÓSTRATA:

¿Estás completamente seguro?

GETA:

Completamente. Yo mismo lo vi con mis propios ojos, Sóstrata.

SÓSTRATA:

¡Ay, desgraciada de mí! ¿De qué o de quién podrías fiarte? ¡Mira que hacer esto nuestro Ésquino, la vida de todos nosotros en quien teníamos depositadas nuestras ilusiones y esperanzas, el que juraba que sin ella no podría vivir ni un solo día, el que decía que pondría al niño en los brazos de su padre y le suplicaría de esta manera que le autorizase a casarse con ella!.

[Geta es partidario de no divulgar la noticia, pero Sóstrata, por el contrario, quiere que lo sepa todo el mundo y recurrir a la justicia. Ordena a Geta que vaya a contárselo a Hegión, un amigo de la familia]

SÓSTRATA:

Tú date prisa, querida Cántara; corre, ve a llamar a la comadrona, para que, cuando haga falta, no nos haga esperar. (Sóstrata entra en casa; Cántara sale por la derecha).

Escena tercera: DÉMEAS, SIRO, DROMÓN

DÉMEAS:

(Entrando por la derecha)

¡Estoy completamente perdido! He oído decir que mi hijo Ctesifón ha participado en el rapto con Ésquino. ¡Pobre de mí! Era la desgracia que me faltaba: que a su hermano, que es un hombre de provecho, también pudiera arrastrarlo a la perdición. ¿Dónde lo buscaré? Supongo que lo habrán llevado a algún tugurio; lo convenció aquel canalla, estoy seguro. Pero ahí veo venir a Siro. Por él sabré ahora mismo dónde ésta. Aunque, por Hércules, éste es de la misma pandilla: si se entera de que lo ando buscando, jamás me lo diría el muy bellaco.

SIRO:

(Entrando por la derecha, sin ver a Démeas)

Acabamos de contárselo todo al viejo, tal como fue, con todo detalle. No he visto persona más contenta.

DÉMEAS:

(Aparte) ¡Oh, Júpiter! ¡Qué hombre más estúpido!

SIRO:

Colmó de elogios a su hijo; y a mí por haberle dado ese consejo, me dio las gracias.

DÉMEAS:

(Aparte) ¡Voy a explotar!

SIRO:

Pagó el dinero en el acto; y nos dio además media mina para gastos; la distribución del dinero se hizo totalmente a mi gusto.

DÉMEAS:

(Aparte) Ahí  tienes: si quieres hacer un trabajo bien hecho, confíaselo a él.

 

SIRO:

(Viendo a Démeas) ¡Oh, Démeas, no te había visto! ¿cómo estamos?

DÉMEAS:

¿Qué cómo estamos? No puedo por menos de admirar vuestro estilo de vida.

SIRO:

Por Hércules, para ser sincero, es insensato y absurdo.

(A un esclavo) Dromón, el resto del pescado límpialo; a ese congrio gigantesco déjalo jugar en el agua un rato: cuando yo entre, le quitaremos la espina; antes no.

DÉMEAS:

¡Habrase visto vergüenza!

SIRO:

A mí, desde luego, no me agrada y les grito a menudo. (A otro esclavo) Estefanión, estas salazones encárgate que se remojen bien.

DÉMEAS:

¡Santo Cielo! ¿Lo hará por gusto o considerará un mérito echar a perder a su hijo?  ¡Ay, pobre de mí! Ya me parece estar viendo el día en que, arruinado, abandonará su patria para alistarse como mercenario.

.. DÉMEAS:

¿Y qué? ¿Esa citarista ya está en vuestro poder?

SIRO:

(Señalando la casa de Mición) ¡Ahí dentro está!

DÉMEAS:

¿Cómo? ¿Es que la va a tener en casa?

SIRO:

Eso creo, dada su locura.

DÉMEAS:

¡Será posible!

SIRO:

¡Qué insensata esa blandura de un padre y qué complacencia más ignominiosa!

DÉMEAS:

La verdad es que mi hermano me avergüenza y me disgusta.

SIRO:

Entre vosotros, Démeas, y no lo digo porque estés delante, hay una inmensísima diferencia. Tú no eres más que sabiduría de pies a cabeza; él una cabeza vacía. ¿Le hubieras permitido tú a tu hijo comportarse de esa manera?

DÉMEAS:

¿Qué si lo hubiera permitido? ¿No me hubiera olido con seis meses completos de adelanto cualquier fechoría que planeara?

SIRO:

¡A mí me vas a hablar de tu sagacidad!

DÉMEAS:

Que siga siendo como hasta ahora, es lo único que pido.

SIRO:

Según quieren los padres, así son los hijos.

DÉMEAS:

Y, dime, ¿lo has visto hoy?

SIRO:

¿A tu hijo? (Aparte) A éste lo voy a encaminar de aquí al campo. (A Démeas) Creo que ya hace tiempo que está trabajando en el campo.

DÉMEAS:

¿Estás seguro de que está allí?

SIRO:

¡Oh! Como que yo mismo lo acompañé hasta la salida de la ciudad…

DÉMEAS:

¡Estupendo! Temí que anduviera rondando por aquí.

SIRO:

… e iba bien enfadado.

 

DÉMEAS:

¿Por qué?

SIRO:

Tuvo una pelea con su hermano en el foro por culpa de la citarista esa.

DÉMEAS:

¿De verdad?

SIRO:

¡Oh! No se mordió la lengua. Pues cuando casualmente se estaba pagando el dinero, apareció de improviso y empezó a gritar: “[Oh,] Ésquino, ¡mira que cometer una infamia como esta! ¡Mira que cometer una fechoría tan indigna de nuestro linaje!

DÉMEAS:

¡Oh! ¡Lloro de alegría!

SIRO:

“No es ese dinero lo que dilapidas, sino tu propia vida”.

DÉMEAS:

¡Que tenga salud! Confío en ello: es igual que sus mayores.

… SIRO:

¿Tú te vas al campo?

DÉMEAS:

Directamente.

. DÉMEAS:

(Solo) Yo desde luego me voy de aquí, ya que la persona por la que había venido aquí se ha marchado al campo; sólo de él me preocupo, él es el que me importa; ya que mi hermano así lo quiere, por el otro mirará él mismo.

Pero ¿quién es la persona que veo allí lejos? ¿No es Hegión, el de nuestra tribu? Si los ojos no me engañan, por Hércules que es él. ¡Oh, qué gran amigo nuestro ya desde la infancia! ¡Santo Cielo, qué gran escasez hay ya de ciudadanos como él! Una persona dotada de la virtud y lealtad de antaño. Difícilmente podría derivarse de él algún mal para la ciudad.

¡Cómo me alegro! Cuando veo que todavía quedan restos de esta raza, ¡oh, qué gusto me da todavía vivir! Lo esperaré aquí para saludarlo y charlar con él.

 

Escena cuarta: HEGIÓN, DÉMEAS, GETA, (PÁNFILA)

HEGIÓN:

(Llegando por la izquierda con Geta, sin ver a Démeas)

¡Oh, dioses inmortales! ¡Qué canallada, Geta! ¿Qué me estás diciendo?

GETA:

La verdad.

HEGIÓN:

¡Parece mentira que de una familia tan distinguida pueda haber salido un comportamiento tan innoble! ¡[oh], Ésquino, por Pólux, que no has salido en esto a tu padre.

DÉMEAS:

(Aparte) Está claro que ha oído lo de la citarista y le duele, aunque es un extraño. En cuanto al padre, a él, en cambio, le importa un comino. ¡Ay de mí! ¡Ojalá estuviera él aquí cerca y pudiera oír esto!

HEGIÓN:

Si  no hacen lo que deben, no saldrán así como así de ésta.

GETA:

En ti, Hegión, tenemos depositadas todas nuestras esperanzas; sólo a ti te tenemos; tú eres nuestro patrono; tú nuestro padre. A ti nos encomendó el viejo, al morir. Si tú nos abandonas, estamos perdidos.

HEGIÓN:

¡Oh, precisamente te estaba buscando! ¡Salud, Démeas!

DÉMEAS:

¿Por qué?

HEGIÓN:

Tu hijo mayor, Ésquino, que diste en adopción a tu hermano, se ha comportado de una manera impropia de un hombre de bien y de condición libre.

DÉMEAS:

¿Qué quieres decir con eso?

HEGIÓN:

¿Conocías a Símulo, nuestro amigo y camarada?

DÉMEAS:

¿Cómo no?

HEGIÓN:

Violó a su hija.

DÉMEAS:

¿Eh?

HEGIÓN:

Espera; todavía no has oído, Démeas, lo más grave.

DÉMEAS:

¿Es que hay todavía algo más?

HEGIÓN:

Claro que hay más. Pues esto es hasta cierto punto tolerable: lo impulsó la noche, el amor, el vino, la juventud; es humano. Cuando se da cuenta de lo sucedido, va a ver, por propia iniciativa, a la madre de la joven, llorando, rogando, suplicando, prometiendo, jurando que se casaría con ella. Se le perdonó, se guardó silencio, se le creyó. La doncella, como consecuencia de la violación, quedó embarazada (hace casi diez meses); y ese buen hombre se ha procurado (¡alabados sean los dioses!) a una citarista para vivir con ella, dejando abandonada a la otra.

DÉMEAS:

¿Estás seguro de lo que dices?

HEGIÓN:

Ahí tienes a tu disposición a la madre de la joven, a la misma joven, la realidad misma; y también (señalándolo) a Geta, que para ser un esclavo no es malo ni torpe: él las alimenta, él solo sostiene a toda la familia; llévatelo, encadénalo, interrógalo.

GETA:

Más aún, por Hércules, arráncame la verdad bajo tortura, si crees que no fue así, Démeas. En último extremo, él no lo negará; tráemelo aquí a mi presencia.

DÉMEAS:

(Aparte) Estoy avergonzado y no sé qué hacer ni que responderle.

PÁNFILA:

(Desde el interior de la casa)

¡Pobre de mí, me muero de dolor! ¡Juno Lucina, auxíliame! ¡Sálvame, te lo suplico!

HEGIÓN:

¡Ahí tienes, Démeas! Ella implora vuestra ayuda.

Aquello a que os obliga la fuerza de la ley, ¡ojalá lo consiga por las buenas de vosotros! Lo que pido a los dioses, en primer lugar, es que todo se resuelva como os corresponde. Pero si es otra vuestra intención, yo, Démeas, la defenderé con todas mis fuerzas a ella y al difunto. Pues era pariente mío; juntos nos criamos desde niños; juntos estuvimos siempre en la guerra y en la paz; juntos soportamos una dura pobreza. Por consiguiente, me esforzaré, actuaré, recurriré a la justicia, en fin, perderé la vida, antes que abandonarlas. ¿Qué me contestas?

DÉMEAS:

Iré a ver a mi hermano, Hegión. Seguiré el consejo que me dé sobre este asunto.

HEGIÓN:

Pero tú, Démeas, medita para tus adentros sobre esto: cuanto más desahogadamente vivís, cuanto más poderosos, ricos, afortunados, ilustres sois, tanto más obligados estáis a ser justos y conocer lo que es justo, si queréis que se os tenga por personas honradas.

DÉMEAS:

Vuelve más tarde. Se hará todo lo que en justicia se deba hacer.

HEGIÓN:

Es tu deber. Geta, acompáñame a casa de Sóstrata. (Hegión y Geta entran en casa de Sóstrata)

DÉMEAS:

Ya decía yo que sucedería esto. ¡Y ojalá todo haya acabado aquí! Pero aquella excesiva permisividad desembocará, sin duda, en alguna desgracia.

Voy a buscar a mi hermano para vomitar sobre él todas estas malas noticias. (Démeas sale por la derecha).

Escena quinta: HEGIÓN

(Saliendo de casa de Sóstrata y hablando hacia el interior)

Trata de estar tranquila Sóstrata, y a tu hija trata de consolarla en la medida de lo posible. Voy a reunirme con Mición en el foro, si es que está allí, y a contarle lo sucedido con todo detalle. Si realmente está dispuesto a cumplir con su obligación, que la cumpla; pero si es otra su intención al respecto, que me lo diga para que ya sepa cuanto antes a qué atenerme. (Sale por la derecha).

 

 

 

ACTO CUARTO

Primera escena: CTESIFÓN, SIRO

[Ctesifón y Siro están hablando de qué pasará si su padre, que, según Siro, se ha ido al campo, regresa al no ver allí a Ctesifón trabajando. Siro le dice que no se preocupe, que él lo arreglará, Mientras tanto llega su padre Démeas]

Escena segunda: DÉMEAS, CTESIFÓN, SIRO

DÉMEAS:

(Llegando por la derecha, sin ver a Siro)

A fe que soy un desgraciado. En primer lugar, no encuentro a mi hermano por ninguna parte; pero, además, mientras lo busco, veo a un jornalero de la finca, que asegura que mi hijo no está en el campo, Y no sé qué hacer.

.. DÉMEAS:

(Sin advertir todavía la presencia de los otros)

¡Diablos! Creo que sólo he nacido para soportar desdichas. Soy el primero en darme cuenta de nuestros males, el primero en averiguarlo todo, el primero en comunicar las malas noticias; si algo sucede, soy el único que sufre.

SIRO.

Me hace gracia. Dice que es el primero en enterarse de todo y es el único que no se entera de nada.

DÉMEAS:

(Igual) Ahora vuelvo, para ver si por casualidad mi hermano ya ha regresado.

[Vuelve Démeas, y Siro le dice que su hijo Ctesifón le ha golpeado a él y a la citarista, porque decía que la idea de comprar a la chica había sido de Siro. Luego Démeas le pregunta dónde está su hermano Mición. Al principio no se lo quiere decir, pero luego le da una dirección (falsa) en la que dice que se encontraba para comprar unos lechos en un taller. Y Démeas se va a buscar a su hermano.]

SIRO:

(Solo) Sí, vete. Te voy a agotar yo a ti hoy, como te mereces, vieja momia. El pesado de Ésquino se retrasa. La comida se está estropeando. Ctesifón, mientras tanto, está totalmente entregado al amor. Yo voy a preocuparme por mí. Me iré a casa y echaré mano de los manjares más exquisitos que encuentre y, paladeando tranquilamente unas copas de vino, pasaré toda la jornada. (Entra en casa de Mición).

 

Escena tercera: MICIÓN, HEGIÓN

MICIÓN:

(Llegando por la derecha con Hegión)

Yo en este asunto no encuentro ningún motivo para recibir tantos elogios, Hegión; cumplo con mi deber; reparo un daño causado por nosotros. A lo mejor me has tomado por una de esas personas que son las primeras en sentirse ofendidas, si les pides explicaciones por una ofensa que ellas mismas cometieron, y son las primeras en acusarte. ¿Por no haber actuado así me das las gracias?

HEGIÓN:

¡Ah, no! En absoluto.  Nunca te imaginé distinto de cómo eres. Pero te ruego, Mición, que me acompañes a ver a la madre de la joven y le digas tú mismo a esa mujer lo que me has dicho a mí: que este malentendió ha sido provocado por su hermano y la citarista.

MICIÓN:

Si lo estimas conveniente o si es necesario, vamos.

HEGIÓN:

Muchas gracias, pues a ella, que se consume de dolor y pena, le levantarás el ánimo, y, al mismo tiempo, cumplirás con tu deber. Pero, si no te parece bien, yo mismo le contaré lo que me dijiste.

MICIÓN:

No, iré yo.

HEGIÓN:

Muchas gracias. Todas las personas que se encuentran en una situación menos favorecida son en cierta medida más desconfiadas; tienden más a interpretar todo como una ofensa; a causa de su débil posición siempre se sienten atropelladas. Por consiguiente, siempre será más efectivo para calmarla que le pidas disculpas tú mismo cara a cara.

MICIÓN:

Tienes razón y es cierto lo que dices.

HEGIÓN:

Sígueme, pues, adentro.

MICIÓN:

Con mucho gusto. (Entran en casa de Sóstrata).

 

Escena  cuarta: ÉSQUINO

(Entrando por la derecha)

¡Qué tormentos sufro en mi alma! ¡Mira que haberme sobrevenido de improviso tamaña desgracia que no sé ni que hacer de mi vida ni cómo actuar! Mis miembros desfallecen de miedo; mi espíritu está paralizado de temor; en mi mente no puede arraigar ninguna resolución. ¡Ay! ¿Cómo podría salir de este lío? ¡Tan grave sospecha recae ahora sobre mí! Y no sin fundamento. Sóstrata cree que me he comprado para mí a la citarista; así me lo ha revelado la vieja.

Pues casualmente la habían enviado a buscar a la comadrona y yo, al verla, en el acto me acerco a ella; le pregunto cómo está Pánfila, si es inminente el parto, si es por eso por lo que va buscar a la comadrona. Ella se pone a gritar: “Vete, vete a paseo, Ésquino. Bastante tiempo nos has tomado el pelo; bastante nos han engañado ya tus promesas”- “¿Eh? ¿Qué significa eso, por favor?”, le digo. “Adiós, quédate con la que te gusta” (dijo Sóstrata). Me di cuenta en el acto de lo que sospechaban; sin embargo, logré contenerme para no decirle a esa cotorra nada de mi hermano y así evitar que se divulgase el asunto. ¿Ahora qué puedo hacer? ¿Decir que la citarista es de mi hermano? Esto no conviene que se divulgue bajo ningún concepto. Pero dejemos eso. Es posible que nunca salga a relucir por ninguna parte. Precisamente lo que me temo es que no me crean. ¡Pues son tantas las coincidencias que se dan! Yo mismo fui quien la raptó, yo mismo quien pagó el dinero, fue a mi casa adonde la llevaron. Reconozco  que  todo esto ocurre precisamente por mi culpa. ¡Mira que no habérselo revelado todo a mi padre, como quiera que haya sido! Hubiera conseguido su permiso para casarme con ella. Hasta ahora no he hecho más que perder el tiempo.

¡Despierta de una vez, Ésquino! Ahora lo primero que voy a hacer es ir a casa de ellas a disculparme. Me acercaré a su puerta. ¡Estoy perdido! Me estremezco cada vez que me dispongo a llamar (Llamando) ¡Eh, eh! Soy yo, Ésquino. Que me abra alguien pronto la puerta. Alguien sale. Me retiraré a este lado.

Escena quinta: MICIÓN, ÉSQUINO

MICIÓN:

(Saliendo de casa de Sóstrata y hablando hacia el interior)

Haced lo que os he dicho, Sóstrata. Yo voy a encontrarme con Ésquino para informarle de lo que hemos acordado. ¿Pero quién ha llamado a la puerta?

ÉSQUINO:

(Aparte) Por Hércules, es mi padre. ¡Estoy perdido!

MICIÓN:

(Viéndolo) ¡Ésquino!

 

ÉSQUINO:

(Aparte) ¿Qué hace él aquí?

MICIÓN:

¿Has sido tú el que ha llamado a esta puerta?

(Aparte) Se calla. ¿Por qué no le temo el pelo un poquito? Le estaría bien, por no haber querido confiarme voluntariamente este secreto.

(A Ésquino) ¿No contestas?

ÉSQUINO:

(Respondiendo a la primera pregunta) A esa desde luego que no, que yo sepa.

MICIÓN:

¿De verdad? Porque me preguntaba yo qué tenías tú que hacer aquí. (Aparte) Se ha ruborizado; todo va bien.

ÉSQUINO:

Pero, dime padre, por favor, ¿qué haces tú ahí?

MICIÓN:

Yo, nada, desde luego. Un amigo me ha traído hace un momento de la plaza para que le asesore.

ÉSQUINO:

¿En qué?

MICIÓN:

Te lo explicaré. En esta casa viven unas mujeres muy pobres. Creo que no las conoces. Más aún, estoy seguro, pues no hace mucho que se trasladaron a vivir aquí.

ÉSQUINO:

¿Y qué?

MICIÓN:

Se trata de una joven y su madre.

ÉSQUINO:

Sigue.

 

MICIÓN:

Esta joven es huérfana de padre. Mi amigo en cuestión es su pariente más cercano. Las leyes lo obligan a casarse con ella.

ÉSQUINO:

(Aparte) ¡Estoy perdido!

MICIÓN:

¿Qué ocurre?

ÉSQUINO:

Nada. Todo va bien. Sigue.

MICIÓN:

Él ha venido para llevársela consigo, pues vive en Mileto.

ÉSQUINO:

¿Eh? ¿Para llevarse consigo  a la joven’

MICIÓN:

Sí, así es.

ÉSQUINO:

¿A  Mileto, has dicho? ¿Tan lejos?

MICIÓN:

Sí.

ÉSQUINO:

(Aparte) Me desmayo.  ( A Mición) ¿Y ellas que dicen?

MICIÓN:

¿Qué quieres que digan? Nada, naturalmente. La madre ha inventado la historia de que su hija ha tenido un niño de otro hombre, no sé quien, pero no dice su nombre; pretende que ese hombre tiene más derechos, que no procede dársela a mi amigo.

ÉSQUINO:

¡Oye! ¿Entonces no te parecen justas sus pretensiones?

MICIÓN:

No.

ÉSQUINO:

¿Cómo que no? ¿Es que se la va a llevar de aquí, padre?

MICIÓN:

¿Por qué no iba a llevársela?

ÉSQUINO:

Habéis obrado, padre, cruel y despiadadamente, e incluso, para ser sinceros, innoblemente.

MICIÓN:

¿Por qué razón?

ÉSQUINO:

¿Y tú me lo preguntas? ¿En qué estado de ánimo creéis que estará el desgraciado que tuvo primero relaciones con ella, y que a lo mejor la sigue amando locamente, el desdichado, cuando vea que se la arrebatan delante de sus narices y se la quitan de su vista? ¡Es una canallada, padre!

MICIÓN:

¿Por qué motivo? ¿Quién pidió su mano? ¿Quién se la concedió? ¿Cuándo se casó con él? ¿Quién dio su consentimiento a esta unión? ¿Por qué tuvo relaciones con una extraña?

ÉSQUINO:

¿Es que tenía que quedarse sentada en su casa una mujer ya mayorcita, esperando a que viniera de allá su pariente?

Este punto de vista, padre mío, es el que debiste sostener y debiste defender.

MICIÓN:

¡Qué gracioso! ¿Tenía que haber sostenido una opinión contraria a los intereses de la persona que había venido a asesorar? Pero a nosotros, Ésquino, ¿qué nos importa todo esto, o que tenemos que ver con esa gente?

(Viendo llorar a Ésquino) ¿Qué pasa? ¿Por qué lloras?

ÉSQUINO:

Padre, por favor, escúchame.

MICIÓN:

Ésquino, lo he oído todo y lo sé todo. Pues te quiero, y por ello me preocupa mucho todo lo que haces.

 

ÉSQUINO:

Tan cierto como que deseo merecer que me quieras, mientras vivas, padre mío, me pesa de todo corazón haber cometido esta falta y me da vergüenza de estar delante de ti.

MICIÓN:

Lo creo, por Hércules, pues conozco tu nobleza de carácter; pero temo que seas excesivamente  indolente. ¿En qué país, di, crees que vives? Has violado a una joven, a la que no tenías derecho a tocar. Por de pronto esa ya es una primera falta, grave, sin duda, pero humana; a menudo la han cometido otros, que eran tan buenas personas como tú. Pero después de sucedido esto, dime, ¿te has molestado en analizar las circunstancias o te has parado a reflexionar en tu propio interés sobre lo que había que hacer y cómo había que hacerlo? Si a ti te daba vergüenza de contármelo, ¿cómo iba yo a enterarme? Mientras dudas, han transcurrido nueve meses.

Te has traicionado a ti mismo, a esa pobre y a tu hijo, en lo que dependía de ti. ¿Qué? ¿Creías que los dioses te resolverían el problema mientras dormías, y que sin tu colaboración alguien te la iba a llevar a casa, a tu alcoba? No quisiera que fueras tan indolente para todo lo demás. Estate tranquilo. Te casarás con ella.

ÉSQUINO:

(Reanimado) ¿Eh?

MICIÓN:

Estate tranquilo, te digo.

ÉSQUINO:

Padre, por favor, ¿te estás riendo de mí?

MICIÓN:

¿Riéndome de ti) ¿Por qué motivo?

ÉSQUINO:

No lo sé. Como deseo locamente que sea cierto lo que dices, por eso tengo tanto miedo.

MICIÓN:

Vete a casa e implora la ayuda de los dioses, para ir a buscar a tu esposa. Vete.

ÉSQUINO:

¿Cómo? ¿A buscarla ya?

MICIÓN:

Ya.

ÉSQUINO:

¿Ya?

MICIÓN:

Ya, lo antes posible.

ÉSQUINO:

Que los dioses todos, padre, me confundan si no te quiero más que a mis propios ojos.

MICIÓN;

¿Qué? ¿Más que a ella?

ÉSQUINO:

Igual.

MICIÓN:

Eres muy amable.

ÉSQUINO:

¿Y dónde está tu amigo de Mileto?

MICIÓN:

Se esfumó; se marchó, se embarcó. ¿Pero a qué esperas?

ÉSQUINO:

Ve tú, padre: es mejor que seas tú el que implore la ayuda de los dioses, pues estoy seguro de que ellos, como eres una persona mucho mejor que yo, atenderán más gustosamente tus súplicas…

[Démeas por fin encuentra a Mición y le cuenta las “fechorías” de Ésquino, y Mición le dice que la joven violada va a casarse con Ésquino y que la va a llevar a su casa ; entonces Démeas le dice que cómo va a estar en su casa con dos mujeres y Mición le dice que la citarista se va a casar con su hijo Ctesifón.]

ACTO QUINTO

Escena tercera: DÉMEAS, MICIÓN

.. DÉMEAS:

(Viendo a Mición) Ahí está la común perdición de nuestros hijos.

 

MICIÓN:

Refrena de una vez tu cólera y vuelve en ti.

DÉMEAS:

Ya la he refrenado, ya he vuelto; dejo a un lado todos los insultos; examinemos los hechos en sí. ¿No convinimos los dos (la idea partió precisamente de ti) que tú no te preocuparías de mi hijo ni yo del tuyo? Contesta.

MICIÓN:

Es cierto, no lo niego.

DÉMEAS:

¿Y ahora por qué bebe en tu casa? ¿Por qué acoges en tu casa al mío? ¿Por qué le compras una amante, Mición? ¿Acaso no es justo que yo tenga los mismos derechos que tú? ¿Por qué tienes que meterte en mis cosas? Puesto que yo no me preocupo del tuyo, no te preocupes tú del mío.

MICIÓN:

No es justo lo que dices.

DÉMEAS:

¿No?

..MICIÓN:

Escúchame un momento, si no te importa, Démeas.

En primer lugar, si lo que te corroe las entrañas es el gasto que hacen tus hijos, procura, por favor, reflexionar para tus adentros sobre lo siguiente: tú los sostenías antes a los dos en función de tus posibilidades, porque considerabas que tus bienes serían suficientes para ambos y entonces creías naturalmente que yo me casaría; sigue echándote las mismas cuentas de entonces: guarda, gana, ahorra, procura dejarles lo más posible; conserva ese título de gloria; de mis bienes, que les han llovido del cielo sin esperarlos, déjalos que disfruten; tu capital no se verá mermado; lo que de mi parte llegue, considéralo pura ganancia.

Si quieres reflexionar sobre esto para tus adentros, nos ahorrarás molestias no sólo a mí sino a ti y también a ellos.

DÉMEAS:

Dejo el asunto del dinero, pero la conducta de uno y otro…

 

 

MICIÓN:

Espera. Ya sé, a eso iba. En el hombre pueden apreciarse muchos indicios, de los que es fácil sacar conclusiones, de manera que, ante dos personas que hacen lo mismo, a menudo puedes decir: “Éste puede permitirse el lujo de hacer tal cosa impunemente; aquel otro no puede”.

Y no porque sea distinto el hecho en sí, sino porque lo es la persona que lo hace. Y estos indicios veo yo en ellos, para confiar en que serán tal como queremos: veo que son sensatos, juiciosos, respetuosos cuando es necesario, que se quieren el uno al otro; es posible reconocer su nobleza de carácter y de sentimientos; el día que quieras los puedes devolver al buen camino.

Evidentemente podrías temer que sean, de todas formas, un poco despreocupados por el dinero. ¡Oh, querido Démeas! Para todo lo demás con la edad nos volvemos más juiciosos; éste es el único y exclusivo defecto que la vejez aporta a las personas, que nos hacemos todos más apegados al dinero de lo necesario. Este interés se lo agudizará suficientemente la edad.

DÉMEAS:

¡Ojalá esas razones tuyas inmensamente buenas, Micción, y esa serenidad tuya no den al traste con todos nosotros! …

Escena cuarta: DÉMEAS

DÉMEAS:

(Solo) Nunca nadie ha echado también la cuenta de su vida que las circunstancias, los años, la experiencia no le aporten siempre alguna novedad, no le suministren alguna enseñanza, de forma que lo que creías saber, lo ignoras, y los principios que considerabas fundamentales, con la experiencia los rechazas. Y esto es lo que ahora me ocurre a mí; pues yo, que he llevado una vida dura hasta aquí, ahora que estoy llegando ya casi al final de mi carrera, la abandono. ¿Por qué motivo?

He descubierto por experiencia que para el hombre no hay mejores virtudes que la tolerancia y la amabilidad. De que esto es cierto, cualquiera puede darse cuenta por mí y por mi hermano. Él siempre ha pasado su vida en la indolencia y en convites, amable, apacible, sin ofender a nadie en su casa, sonriendo a todo el mundo. Ha vivido a su antojo, gastado a un antojo: todo el mundo habla bien de él, o quiere. Yo, paleto, violento, malhumorado,tacaño, gruñón, testarudo, me casé.

¡Qué desgraciado fui en el matrimonio! Tuve hijos: nueva preocupación. ¡Vaya por Dios! Mientras me afano en ganar lo más posible para ellos, gasté en el empeño mi vida y mis años.

Ahora, al final de su movido, ésta es la recompensa que obtengo de ellos por mi esfuerzo: el odio. El otro, en cambio, sin esfuerzo, disfruta de las ventajas de ser padre.

A él lo quieren, a mí me rehuyen; a él le confían todos sus proyectos, a él lo aman, en su casa están los dos; yo estoy abandonado; a él le desean larga vida, a mí, en cambio, esperan con ansiedad verme muerto, evidentemente. Así, unos hijos que yo crié con esfuerzo supremos, él los ha hecho suyos con unos gastos insignificantes. Todos los disgustos los cosecho yo, él se lleva las alegrías. ¡Está bien, está bien! Problemas ahora a ver si yo, a mi vez, soy capaz de hablar con amabilidad y obrar con generosidad, ya que me desafía a ello; también yo pretendo que los míos me quieran y me tengan en alta estima. Si esto se consigue con regalos y complacencias, no me quedaré atrás.

¿Y si nos quedamos sin dinero? Esto a mí es al que menos importa, pues soy el más viejo.

[Después Démeas tiene un comportamiento totalmente distinto, se vuelve generoso y amable con todo el mundo, aunque utilizando el dinero y los bienes de su hermano; así le concede a Hegión el usufructo de unas tierras, concede la libertad a Siro y a su mujer, hace que su hermano Mición se case con Sóstrata (su suegra) y que su hijo Ctesifonte se case con la citarista]

Escena novena: MICIÓN,  DÉMEAS

… MICIÓN:

¿Qué significa esto? ¿Qué es lo que te ha cambiado tan repentinamente tu carácter? ¿Qué capricho es ése? ¿Qué repentina esplendidez es ésa)

DÉMEAS:

Te lo explicaré: lo que pretendía era demostrarte que, si esa gente te considera amable y encantador, no es razón de la re de la rectitud de tu vida, ni tampoco de lo que es justo y bueno, sino en razón de tu permisividad, indulgencia y esplendidez, Mición. Ahora bien, si la razón por la que os resulta odiosa mi forma de vida, Ésquino, es porque no lo apruebo absolutamente todo, justo o injusto, cambio de actitud; derrochad, comprad, haced lo que os apetezca. Pero si preferís que, en aquellos casos en que a causa de vuestra juventud no veis claro, deseáis algo desmedidamente o mostráis poca prudencia, os reprenda, os corrija y os apoye en el momento preciso, aquí me tenéis a vuestra disposición.

(La Comedia latina. Obras completas de Plauto y Terencio. Traducción de José Román Bravo. Edición, introducciones y notas de Rosario López Gregoris. Edit. Cátedra. Madrid 2012).


        Segovia, 27 de abril del 2024

     

            Juan Barquilla Cadenas.