ELOGIO DE LA PAZ Y LA TOLERANCIA
“Si tellus tibi parva videtur”… (Si la tierra te parece pequeña…)
Ahora que de nuevo suenan tambores de guerra y que existen ciertos “tics” de autoritarismo en algunos políticos, no sólo en el ámbito nacional sino también en el internacional, creo que es necesario hacer un elogio de la paz y la tolerancia.
Por la historia sabemos que sólo en los períodos de paz se produce la prosperidad, la ciencia, el arte, el progreso de la humanidad y la mayor felicidad de los hombres.
Es, precisamente, en momentos de paz cuando se produce el comercio, el intercambio, los viajes y, con ello, el mayor conocimiento de los pueblos.
La guerra es lo opuesto a la paz y en ella los hombres se convierten en enemigos unos de otros y dejan de ser “humanos” para convertirse en algo peor que las bestias salvajes.
La guerra produce destrucción y, a veces, pérdida de todo lo conseguido en los tiempos de paz: miles de muertos, huérfanos, viudas, inválidos, ciudades y pueblos destruidos, hambre y miseria para la mayoría de la población.
Los más perjudicados suelen ser los más débiles: ancianos, mujeres y niños, pero en el fondo casi todos salen perjudicados; solamente algunos, los que tienen intereses por la guerra, suelen sacar algunos beneficios.
Pero, ¿qué es lo que causa las guerras? La mayor parte de ellas suelen suceder por motivos económicos, pero también son debidas a la ambición de los hombres por adquirir más territorios o tener y acaparar más bienes. Siempre se quiere “tener” más y existe un afán de consumismo que puede llegar a producir la esquilmación de las materias primas del planeta.
Además, las guerras dejan un legado muy pobre para las generaciones futuras de la humanidad.
Si nos fijamos en el pasado, en Grecia, por ejemplo, había dos modelos de forma de vivir, uno “militarista” representado por Esparta y otro más “civil” representado por Atenas.
De Esparta apenas ha llegado nada a la humanidad, salvo el “valor” de algunos “espartiatas”, como Leónidas que se enfrentó, en el desfiladero de las Termópilas, a un ejército muy numeroso de los persas del rey Jerjes con muy pocos hombres, muriendo para defender la libertad de los griegos y del mundo occidental.
De la democrática Atenas, en cambio, ha llegado a la humanidad: el pensamiento, la ciencia, el arte, la literatura, la medicina, la filosofía, la política.
Ambos Estados van a quedar debilitados por la guerra (guerra del Peloponeso (431 a. de C. – 404 a. de C.), precisamente por el ansia de expansión y de conseguir más poder del que ya tenían.
En Roma hubo una serie de “valores” (austeridad, esfuerzo, lealtad, prudencia, justicia, valor, respeto) en la época de la “República” (509 a. de C. – 27 a. de C.) que permitieron a Roma llegar a ser un gran Imperio, pero, según dice el historiador Lucio Anneo Floro en su “Epítome de Tito Livio, fue la excesiva expansión de este imperio lo que produjo, probablemente, su ruina.
Después vinieron las guerras civiles (Mario y Sila, César y Pompeyo) que acabaron con la República.
Y fue con Octavio Augusto, con el que comienza la nueva forma de gobierno, el “Imperio”, quien puso fin a las guerras y consiguió la paz, la “pax augustea”, que duró casi doscientos años.
Durante este período es cuando se produce la mayor prosperidad y felicidad del pueblo romano.
Respecto a las guerras, Cicerón dice que sólo deben emprenderse para vivir en paz y sin ultraje.
Es cierto que los romanos decían: “Si vis pacem, para bellum” (si quieres la paz, prepara la guerra),), pero ese “estar preparado para la guerra, tenía, creo yo, un carácter disuasivo para no tener que hacerla.
Hoy día existe demasiado armamento, incluso con valor disuasorio y de protección de fronteras, que puede poner en peligro la propia existencia del planeta.
Einstein parece que dijo: “no sé con qué armas se luchara en la tercera guerra mundial, pero sí sé con cuáles lo harán en la cuarta guerra mundial: palos y piedras”.
En la primera guerra mundial (1914-1918) murieron 17 millones de personas y 21 millones resultaron heridas.
En la segunda guerra mundial (1939-1945) hubo entre 50 y 60 millones de personas fallecidas.
Cuando se lanzó la bomba atómica sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, murieron entre 105.000 y 120.000 personas y 130.000 resultaron heridas.
En la película de ciencia ficción “El planeta de los simios” (1968) cuatro astronautas se encuentran en estado de hibernación, cuando su nave espacial aterriza y se estrella en un lago de un planeta desconocido después de un viaje de 18 meses a velocidades cercanas a la de la luz. Al despertar los astronautas descubren que, debido a una pérdida de aire, el equipo de animación de la piloto Stewart falló, por lo que la encuentran muerta y disecada. De pronto se alertan de que la nave se está hundiendo en el lago, por lo que se apresuran a escapar. Antes de abandonar la nave, Taylor (otro astronauta) observa que, según los cálculos de la computadora, el año actual es 3978, fenómeno que estaba previsto, pues la tripulación ha envejecido 18 meses, pero para el planeta tierra han transcurrido 2006 años (contados desde el lanzamiento en 1972).
Los tres astronautas se encuentran con un planeta devastado, casi desértico y habitado por simios inteligentes.
Son enjaulados por los simios, que los maltratan y matan a uno de ellos y a otro lo lobotomizan. Hay unos simios científicos que han encontrado objetos propios de una civilización mucho más evolucionada que la suya, en una zona cuyo acceso estaba prohibido. Entre esos objetos una muñeca que habla. Esto les lleva a pensar que los hombres, ahora sometidos a ellos como animales, han sido una civilización mucho más evolucionada que la suya, pero que se han destruido entre ellos y, al mismo tiempo, al planeta tierra.
El humano Taylor (uno de los tres astronautas que quedan con vida), al descubrir que ese planeta donde han aterrizado es su planeta tierra del que habían partido en su nave espacial, exclama: “¡Dios mío! ¡Estoy de vuelta! Estoy en casa otra vez. Durante todo este tiempo no me había dado cuenta de que estaba en ella. ¡Por fin lo conseguí! ¡Maniáticos! ¡La habéis destruido! ¡Yo os maldigo a todos! ¡Maldigo las guerras! ¡¡Os maldigo!! Y aparece la “Estatua de la Libertad” en ruinas medio enterrada entre el mar y las rocas.
Estas son las consecuencias de las guerras.
Para que no se produzcan las guerras sería necesario que prevaleciera la justicia frente a la ambición, el egoísmo y el ansia de poder de algunos.
Los romanos decían que la paz se consigue con leyes justas.
También es muy importante la “tolerancia” no sólo religiosa –que también-, pues la intolerancia religiosa ha producido muchas guerras (guerra de los treinta años, las Cruzadas) y las sigue produciendo (yihadistas, talibanes), sino también la tolerancia de las ideas de los que piensan de modo distinto, y de las costumbres y formas de ser culturales distintas a las nuestras.
Igualmente es importante la “libertad” para el hombre. El hombre no puede estar constreñido por la fuerza, ya sea física o ideológica, sino que ha de ser libre de elegir su forma de vivir mejor, independientemente del país en el que se encuentre. Su libertad sólo ha de tener el límite de la libertad de los demás. No puedo hacer lo que me dé la gana si perjudico con ello a los demás. Pero antes o después, como ha demostrado la historia, el hombre ha de romper esas ataduras físicas o ideológicas que le impongan o quieran imponerle.
También es importante la “política” como forma de resolver los problemas en los conflictos.
En la mitología griega se dice: “los hombres vivían, al principio, dispersos y no en ciudades, siendo así, aniquilados por las fieras, al ser en todo más débiles que ellas. El arte que profesaban constituía un medio, adecuado para alimentarse, pero insuficiente para la guerra contra las fieras, al ser en todo más débiles que ellas, porque no poseían el arte de la “política” del que el de la guerra es una parte. Buscaban la forma de reunirse y salvarse construyendo ciudades, pero una vez reunidos, se ultrajaban entre sí por no poseer el arte de la política, de modo que, al dispersarse de nuevo, perecían. Entonces Zeus, temiendo que nuestra especie quedase exterminada por completo, envió a Hermes para que llevase a los hombres el pudor y la justicia, a fin de que rigiesen en las ciudades la armonía y los lazos comunes de amistad. Preguntó, entonces, Hermes a Zeus la forma de repartir la justicia y el pudor entre los hombres…
“¿Las distribuyo como fueron distribuidas las demás artes?”
Pues éstas fueron distribuidas así: con un solo hombre que posea el arte de la medicina, basta para tratar a muchos legos en la materia; y lo mismo ocurre con los demás profesionales. “¿Reparto así la justicia y el poder entre los hombres, o bien las distribuyo entre todos?”
“Entre todos, respondió Zeus; y que todos participen de ellas; porque si participan de ellas sólo unos pocos, como ocurre con las demás artes, jamás habrá ciudades. Además, establecerás esta ley: Que todo aquel que sea incapaz de participar del pudor y de la justicia sea eliminado, como una peste, de la ciudad”. Platón. “Protágoras” (322 b -322 d).
Pero, además de leyes justas y la utilización de la “política” para resolver los conflictos, creo que es necesaria una visión más humana del hombre, de manera que, como decía Plauto (siglo III a. de C.), el hombre no sea un lobo para el hombre (homo homini lupus est), sino que como decía Séneca (siglo I a. de C.) el hombre sea una cosa sagrada para el hombre (homo res sacra homini est).
Segovia, 23 de enero del 2022
Juan Barquilla Cadenas.