CICERÓN: DE AMICITIA (Sobre la amistad)
Marco Tulio Cicerón (106 -43 a. de C.) nació en Arpino, pequeña ciudad del sur del Lacio, de una familia de clase media.
Recibió su formación en Roma y la completó en Grecia.
Vive en el medio final de la República, época de grandes convulsiones internas: guerra civil entre Mario y Sila, rebelión de Espartaco, guerra contra los piratas, conjuración de Catilina, guerra civil entre César y Pompeyo… Todos estos sucesos los vive de cerca, interviniendo decisivamente en alguno de ellos.
Ya en una de sus primeras actuaciones públicas se enfrentó a Crisógono, el todopoderoso liberto de Sila, lo que tal vez decidió su subsiguiente viaje a Grecia en evitación de represalias.
Fue protagonista directo de la conjuración de Catilina, que él hizo fracasar.
En la guerra civil entre César y Pompeyo estuvo al lado de Pompeyo. César, vencedor, lo perdonó generosamente, pero él se retiró entonces a la vida privada para dedicar sus últimos años a la redacción de su obra filosófica.
Tras el asesinato de César, Cicerón, ardiente republicano, creyó erróneamente que era posible la plena restauración de la República, sinónimo en Roma de libertad. Y vuelve a la palestra política, pronunciando sus “Filípicas” contra Marco Antonio, que había recogido la herencia de César. Esto le costó la vida a manos de sicarios de aquél, que, tras darle muerte, clavaron su cabeza en una pica y la pasearon por el Foro.
Cicerón, político, orador, filósofo y escritor, desarrolló una actividad política intensa y, a la vez, una actividad intelectual incesante.
Su producción literaria se despliega en tres campos: oratoria, filosofía y epistolografía.
(A. Holgado –C. Morcillo. Latín COU. Edit. Santillana)
En Oratoria, por mencionar alguna obra, señalaré “In C. Verrem” (discurso contra Verres o “Verrinas”), y “In L. Catilinam” (discurso contra Catilina o “Catilinarias”).
Entre las obras de Retórica, señalaré “Brutus”, que es una historia de la elocuencia en Roma, “De oratore”, que trata de la formación del orador y la técnica del discurso, y “Orator”, donde estudia la “elocutio” (arte de utilizar la expresión formal) estudiándola en los tres estilos (simple, templado y sublime), las figuras de dicción y pensamiento, elementos de la expresión, armonía de la frase, ritmo oratorio, etc.
En Epistolografía señalaré las cartas “Ad familiares”.
En Filosofía, donde creó un vocabulario filosófico en latín trasplantando sabiamente los conceptos griegos a términos latinos adecuados, escribió muchas obras. Divulgó en el mundo romano las doctrinas filosóficas de los griegos, siendo una fuente de valor incalculable para nuestro conocimiento del “estoicismo medio” y de la “nueva Academia”.
Cicerón, en filosofía, es un ecléctico. La línea central de su pensamiento sigue el modelo del “probabilismo académico”, pero incorpora muchos elementos aristotélicos, sobre todo en el campo de la moral. Da mucha importancia a la filosofía; así, en “Tusculanas, V, 5”, dice: “¡Oh filosofía, guía de la vida, que te afanas en la búsqueda de la virtud y la expulsión de los vicios! ¿Qué hubiera sido, no ya de mí, sino de la vida humana en general, sin tu presencia? Tú alumbraste las ciudades, tú reuniste en una comunidad de vida a los hombres esparcidos, tú los hiciste convivir primero por una residencia fija, luego por el matrimonio, y finalmente por una escritura y un lenguaje comunes; tú inventaste las leyes, tú nos enseñaste la moral y la civilización; en ti buscamos refugio, de ti solicitamos ayuda”.
De su obra filosófica destacamos “Academica”, en la que Cicerón defiende la nueva Academia, es decir, el “escepticismo” y el “probabilismo” en la búsqueda de la verdad. Los tratados políticos: “De república”, donde expone cuál es la mejor forma de gobierno. Cicerón alude a los tres sistemas de gobierno posibles: monarquía, aristocracia y democracia, e intenta demostrar que la constitución romana es la más perfecta, por aunar lo mejor de las tres formas de gobierno, “De legibus”, en la que estudia la fundamentación racional de la ley en la naturaleza humana, los tratados morales: “De finibus bonorum et malorum” sobre el sumo bien y el sumo mal, “Tusculanae disputationes”, que se supone que fueron unas conferencias entre amigos en la finca ciceroniana de Túsculo. En ellas dice que la filosofía es útil para soportar las penalidades de la vida. Es una medicina del alma y una consolación en las desgracias. “De officiis” (sobre los deberes), una especie de moral práctica. “De senectute” (sobre la vejez) y “De amicitia” (sobre la amistad).
También escribió tratados teológicos y de religión: “De natura deorum” (sobre la naturaleza de los dioses), donde expone a través de personajes la doctrina epicúrea y la estoica sobre los dioses.
Aquí nos vamos a centrar en una de sus obras que pertenece al ámbito filosófico:
“DE AMICITIA” (sobre la amistad). En esta obra Cicerón cuenta lo que él había oído de Escévola (pontífice) sobre un debate que éste y Fannio habían tenido con Lelio (el yerno de éstos) sobre la amistad, poco después de la muerte de Escipión el Africano.
Lo explica en forma de diálogo, limitándose (Escévola y Fannio) a hacerle preguntas.
Gayo Fannio y Quinto Mucio Escévola visitan a su suegro Lelio, tras la muerte de Escipión el Africano.
Ellos inician el diálogo y Lelio, amigo íntimo del Africano responde.
Fannio dice que no ha existido un hombre mejor ni más ilustre que el Africano y que a Lelio la gente le consideran y tildan de “sabio”: “creen que tú albergas esa clase de sabiduría, de tal manera que tu portas en tu interior todas tus posesiones y consideras que los infortunios humanos son menos importantes que la virtud”.
Fannio y Escévola dicen que les preguntan cómo lleva (Lelio) la muerte de su amigo Escipión el Africano. Escévola dice que él les contesta que la lleva con mesura, aunque no habías podido evitar sentirte afectado, ni eso habría sido propio de tu condición humana.
Lelio responde: … “Si yo ahora afirmara que mi añoranza por Escipión no me conmueve, los “sabios” apreciarían qué correcta es mi conducta, pero sinceramente sería una mentira. Me afecta la pérdida de un amigo de tal calibre como, según creo, nunca jamás nadie lo será y, como puedo confirmar, nadie nunca ha sido antes. No obstante, no carezco de remedio: yo mismo me consuelo… creo que a Escipión no le ha sucedido nada malo; si algo malo ha sucedido, me ha sucedido a mí. Pero sufrir un gran pesar por el malestar propio es una característica de alguien que no ama a sus amigos sino a sí mismo”.
A continuación Lelio hace un repaso de los logros de Escipión: “Sin embargo, ¿quién diría que su vida no ha transcurrido de manera ilustre? A no ser que deseara aspirar a la inmortalidad –cosa que a Escipión nunca le preocupó -, ¿qué objetivo no ha alcanzado en esta vida que le sea a un hombre lícito aspirar? Él, que sobrepasó una y otra vez en su juventud, merced a su increíble gallardía, aquellas enormes esperanzas que sus propios conciudadanos habían puesto en él ya en su infancia; él, que fue dos veces elegido cónsul a pesar de nunca haberlo buscado, la primera antes de la edad que le tocara, la segunda en el año que le tocaba, aunque casi demasiado tarde para Roma; él, que eliminó, con la conquista de las dos ciudades más enemigas de este gobierno (Cartago y Numacia), no sólo las guerras actuales sino también las venideras… Y ¿qué decir de su costumbres, las más afables: del amor de su madre, de la generosidad con sus hermanas, de la bondad para con los suyos, de su sentido de la justicia con todos? A todos os resultan conocidas. La tristeza de la gente ante su muerte nos ha mostrado hasta qué punto les fue querido a sus conciudadanos. Así pues, ¿en qué le podría haber ayudado disponer de unos pocos años más? La vejez, aunque no sea pesada – como recuerdo que Catón debatió con Escipión y conmigo el año anterior de morir – no obstante priva de esa lozanía en la que todavía se encontraba Escipión. Por todos estos motivos, su vida evidentemente tuvo tanta grandeza que ya en nada podía aumentar, ya fuera gracias a la fortuna, ya fuera por nueva reputación, mas la rapidez de su muerte le privó de sentirla.
Es difícil hablar de la naturaleza de su muerte: ya veis que sospecha la gente; sin embargo, también puedo decir que para Publio Escipión, de entre los muchos días que a lo largo de su vida le habían parecido los más gloriosos y gozosos, aquel día fue el más brillante, cuando al acabar la sesión del Senado fue acompañado a su casa por la tarde por senadores, ciudadanos romanos, aliados y latinos, el día antes de abandonar la vida, de tal manera que partiendo de un punto tan alto de grandeza parece haya alcanzado a los dioses celestiales antes de marcharse a las sombras de los infiernos.
Y no estoy yo de acuerdo con aquellos que recientemente han empezado a plantear que el espíritu perece al mismo tiempo que el cuerpo y que todo resulta borrado por la muerte: mayor peso tiene a mi juicio la autoridad de los antiguos, mejor dicho, de nuestros antepasados, los cuales dedicaron a los muertos unos ritos tan devotos que no los hubieran hecho si hubieran pensado que en nada les atañía, o la importancia de aquellos que existieron en Grecia y pulieron esta tierra con sus directrices y consignas o la autoridad de aquél al cual el oráculo de Delfos designó como el más sabio (=Sócrates), quien en vez de argumentar, como tenía por costumbre, las dos caras de un debate; en este tema siempre mantuvo la misma opinión, a saber, que el espíritu de los hombres era como divino, y que éste, al abandonar el cuerpo, tenía la posibilidad de volver al cielo, mucho más rápida para todos aquellos cuyo comportamiento fuera el mejor y más justo.
Eso mismo es lo que pensaba Escipión, el cual, como si intuyera su muerte, unos pocos días antes de su muerte, debatió sobre política durante tres días, cuando estábamos presentes Filo y Manilio y muchos otros y tú también Escévola venías conmigo.
El final de este debate acabó siendo sobre la inmortalidad del espíritu, de la cual decía que él había oído hablar en un sueño a una aparición de Escipión el Africano (el Viejo). Si el viaje final de las almas es así, es decir, que el espíritu de los mejores fácilmente se marcha volando tras la muerte, como si abandonara la vigilancia y las cadenas del cuerpo, ¿a quién le podría haber resultado más fácil este camino que a Escipión?
Por esto, temo que entristecerse por su partida sea más propio de un envidioso que de un amigo. No obstante, si aquellas otras tesis son más acertadas (a saber, que la muerte del cuerpo y del espíritu sucede a la vez y no permanece ningún ente capaz de sentir), en ese caso no hay nada bueno en la muerte, pero tampoco, ciertamente, hay nada malo: si desaparece ese ente, sucede casi lo mismo que si no hubiera nacido aquél que, sin embargo, nació para gozo nuestro y alegría de nuestra nación mientras perviva.
Por esto, como ya he dicho, su vida ha tenido un final ciertamente inmejorable, aunque para mí no sea tan agradable, para quien habría sido más justo abandonar esta vida, igual que entré en ella antes que él.
No obstante disfruto del recuerdo de nuestra amistad hasta tal punto que parece que he tenido una vida feliz por haberla pasado con Escipión, con el cual compartí las cuitas de la política y la vida personal, a cuyo lado serví en el ejército, con quien viví bajo un mismo techo y conecté en el mayor grado en deseos, gustos y opiniones, donde radica toda la fuerza de la amistad”.
Entonces Fannio le dice que, puesto que ha mencionado la palabra “amistad”, que les hable de ella. Él dice que no se encuentra capacitado para hablar del tema y les aconseja buscar la respuestas sobre todo lo que se pueda debatir sobre la amistad en aquellos que las explican en público. Pero él les recomienda poner la amistad por encima de cualquier otro asunto humano: “no hay ninguna otra cosa en la naturaleza humana que sea tan adecuada, tan beneficiosa en situaciones de bonanza y de desdicha”.
Podemos comprender, pues, la gran fuerza que tiene la amistad a partir del hecho de que este sentimiento ha sido resultado de una concentración y reducción de los ilimitados lazos que se dan entre seres humanos por obra de la naturaleza, de tal manera que todo su amor quedara ligado a dos personas o, como mucho, a unas pocas.
“La amistad no es más que la igualdad de pareceres en todos los asuntos, divinos o humanos, unida a la benevolencia y el cariño mutuos: a excepción de la sabiduría, no sé si los dioses han concedido a los humanos ninguna otra cosa mejor que ésta”.
A continuación hace un elogio de la amistad: “Hay quienes prefieren la riqueza, otros la buena salud, éstos el poder, aquéllos los cargos políticos e incluso hay muchos que anteponen sus caprichos, si bien esto último es propio de las bestias; el resto de cosas que he comentado arriba son perecederas e inciertas y son consecuencia no tanto de nuestros planes como de los azares de la fortuna.
Por otro lado, hay quienes consideran la virtud el más excelso bien, pero la propia virtud a la que se refieren engendra y alberga en su interior a la amistad, ya que en modo alguno puede existir la amistad sin virtud… En primer lugar, ¿cómo puede ser una vida “vivaz”, en palabras de Ennio, aquella que no descansa en los buenos deseos compartidos con un amigo? ¿Qué puede haber más dulce que tener con quien te atrevas a hablar de cualquier tema, como si fuera contigo mismo? Y sería difícil soportar la adversidad sin el que las soporta incluso con mayor peso que tú.
Por último, cada uno de cuantos objetivos los humanos nos trazamos son útiles casi para una sola cosa: las riquezas, para usarlas; el poder, para cultivarlo; los cargos políticos, para alabarlos; los caprichos para disfrutarlos; la salud, para evitar el dolor y cumplir con los rigores del cuerpo… En cambio, la amistad tiene muchísimas aplicaciones; donde te gires, la verás a mano, de ningún lugar queda excluida, nunca llega a deshoras ni resulta irritante: como decía el refrán, ni el agua ni el fuego se usan en más sitios que la amistad.
Y yo no estoy hablando ahora de la amistad vulgar o regular, que, sin embargo, también es provechosa y agradable, sino de aquella que es auténtica y perfecta, tal como fue la de aquellos pocos que se suelen nombrar.
Pero la amistad hace también que una buena racha resulte más brillante y que, en cambio, las malas rachas sean más ligeras, al repartirlas y dividirlas… Quien mire a un amigo verdadero, que lo mire como si se tratara de una imagen de sí mismo.
...Así, si algún amigo, cumpliendo con su deber, se adentra o comparte los peligros de su amigo, ¿quién no ensalzará este acto con las máximas alabanzas? ¡Qué clamor hace poco oímos en todo el recinto del teatro por la nueva obra de M. Pacuvio, amigo y huésped mío! Cuando al no saber el rey (que lo quería matar) cuál de los dos amigos era Orestes, Pílades (amigo de Orestes) afirmó que él era Orestes para que lo mataran en su lugar y Orestes, tal y como había estado diciendo, seguía afirmando que él era Orestes, el público se puso en pie para aplaudir. ¡A una ficción! ¿Qué pensaríamos si lo hubieran hecho de verdad?”
A continuación Lelio habla de las causas de la amistad: “A mi parecer, la amistad nace de la naturaleza antes que de la necesidad, por una extensión del espíritu con un cierto tipo de amor antes que de una reflexión sobre cuánto provecho se le podría sacar.
El hecho de que la amistad sea así puede percibirse incluso en algunos animales salvajes, los cuales aman a sus crías y reciben su amor hasta tal punto que fácilmente se muestran sus impulsos.
Este aspecto es mucho más claro entre los hombres, en primer lugar por el cariño que hay entre los hijos y los padres, que no pueden disolverse excepto con algún crimen horrible; después, cuando está presente el similar impulso del amor, si nos topamos con alguien con cuyas costumbres y naturaleza congeniamos, ya que nos parece contemplar en él como una especie de atisbo de la honradez y la virtud. Pues nada hay más merecedor de nuestro amor que la virtud, nada que nos atraiga más hacia el placer, puesto que a causa de la virtud y honradez, en cierto modo nos gustan algunas personas a las que nunca hemos llegado a ver… Si alguien cree que la amistad surge de la debilidad, de tal forma que sea considerada como un medio con el que conseguir aquello que cada uno desee, dejan el nacimiento –por así decirlo- de la amistad como una cosa en la práctica rastrera y nada generosa, la cual prefieren que nazca de la necesidad y la carencia…
¿Es que el Africano tenía alguna necesidad de mí? Para nada, ¡por Hércules! Ni siquiera yo de él; pero yo lo apreciaba porque admiraba en cierto modo su virtud y él a su vez quizás me apreciara por alguna estima que tuviera de mis costumbres; después el trato diario hizo que la inicial benevolencia creciera. Aunque a la amistad la siguieron muchos grandes beneficios, los motivos para nuestro aprecio mutuo no se basaron, sin embargo, en la expectativa de ellos.
En tanto que somos bondadosos y generosos, juzgamos por tanto que la amistad es un bien que debemos buscar no para extraer, atraídos por las expectativas de un intercambio, un beneficio de ella, sino porque todo su rendimiento se basa en el amor de la propia relación… Pues si fuera el provecho lo que cohesiona una amistad, en cuanto este interés cambiara, ésta se disolvería; pero como la naturaleza no puede alterarse, las auténticas amistades son sempiternas”.
Habla luego de las leyes de la amistad: “Escipión decía que, sin embargo, no había nada más difícil que mantener una amistad hasta el último día de la vida, ya que sucede muchas veces que (los amigos) no siguen un mismo curso o que dejan de sentir lo mismo sobre la política; además afirmaba que las costumbres de los hombres cambian a menudo, a veces por las desgracias, a veces por el peso de la edad…
Debemos establecer esta ley en las amistades: que ni se puede pedir favores deshonrosos (a los amigos) ni se deben hacer en el caso que se pidan. Por tanto, sancionemos ésta como la primera ley de la amistad: pedir a los amigos favores honestos y haz por tus amigos cosas honestas, ni siquiera esperes a que te lo pidan, siempre debe haber entrega al otro, nada de remolonear, y con toda libertad atrévete a aconsejarlos. …¡Oh ilustre filosofía! Los que quitan la amistad de la vida parece que privan al mundo del sol: ningún don de los dioses inmortales es mejor que ella, nada es más agradable. .. No hay nada que seduzca y atraiga hacia sí a ninguna cosa tanto como la similitud a la amistad. Pues tendrá que reconocerse que es cierto que las buenas personas disfrutan con los buenos y reconocen que están unidos a ellos por su naturaleza y por una sensación de familiaridad: nuestra naturaleza se abalanza, más que ningún animal, sobre aquello que le parece semejante a sí mismo…
Por otro lado, a mí aquellos que fingen sus amistades por el interés me parece que eliminan de la amistad el lazo más estimable. No es tanto el provecho que se puede sacar de un amigo como el propio amor por el amigo lo que nos complace y entonces sucede que nos agrada aquello que hace un amigo por nosotros si lo hace con entrega… Así pues, no sigue la amistad al provecho, sino que es el provecho lo que sigue a la amistad…
¿Qué comportamiento hay más necio que comprar, cuando se poseen abundantes riquezas, recursos y posesiones, todo el resto de cosas que se pueden comprar con dinero, como caballos, esclavos, magníficos vestidos y delicada vajilla y no cuidar los amigos que son, por así decirlo, los mejores y más bellos muebles de una vida? En efecto, cuando compran todas esas otras cosas, no saben ni para quién las compran ni por quién se esfuerzan, pues cada una de ellas acaban siendo propiedad del más fuerte; en cambio, las amistades son para todos una posesión segura y firme, de tal modo que incluso, si se mantienen aquellos bienes que son casi un regalo de la fortuna, una vida yerma y carente de amigos no puede ser agradable”.
Habla luego de la elección de los amigos y su conservación: “Escipión solía quejarse de que los hombres son más aplicados para cualquier cosa que para la amistad: todos podían decir cuántas cabras y ovejas tenían, pero no podían decir cuántos amigos tenían, ni dedicaban atención para conseguirlos, ni cuidaban de la elección de los mismos, ni tenían como una especie de cuentas o notas donde enjuiciaran a los que fueran idóneos para ser amigos.
Hay que elegir aquellas personas resistentes, estables y firmes, un tipo del cual hay gran escasez, y es muy difícil juzgarlos a no ser que hayan sido puestos a prueba… en algunos casos se observa con un poco dinero qué volubles son; otros en cambio, a los que un poco no los mueve, se llegan a conocer en las grandes cantidades. Pero si encontráramos a quienes consideras que poner el dinero por delante de la amistad es sucio, ¿dónde podríamos encontrar a los que no antepongan a la amistad las honras, los cargos políticos y militares, el poder, las riquezas… de tal manera que, cuando se les pusiera a un lado estas prebendas y al otro las leyes de la amistad, no preferirían con mucho las primeras? … Aunque Ennio dice con tino: “El amigo seguro se reconoce en la incertidumbre (en las circunstancias adversas)”.
A la mayoría de las personas estas dos cosas, la volubilidad y la debilidad, los superan, ya sea porque desprecian la prosperidad de un amigo, ya sea porque lo abandonan en su desgracia.
La firmeza de la constancia y la seguridad de aquel en quien buscamos la amistad es la confianza: nada que carezca de confianza es firme. Además, es adecuado elegir personas sencillas, afables y empáticas, es decir, que tengan los mismos sentimientos, elementos que ayudan a todos en su conjunto a establecer la confianza: no se puede confiar en aquel que tiene un carácter cambiante y enrevesado, ni tampoco, quien no tenga los mismos sentimientos ni sienta con la misma naturaleza, puede ser firme o de fiar…
No debe existir, como en el resto de las cosas, un hartazgo de la amistad: las más antiguas, como esos vinos que aportan su vejez, deben ser las más agradables. Y es verdad aquello que suele decirse: hay que compartir muchas comidas juntos para completar los deberes de la amistad…
Pero es de vital importancia en una amistad sentirse igual a los inferiores: muchas veces existen personas extraordinarias, tal y como era Escipión en nuestro, por así decirlo, rebaño; él nunca se puso por delante de sus amigos de clases inferiores…
Es también una especie de calamidad algunas veces inevitable, la ruptura de una amistad…
Lo primero que hay que hacer es esforzarse en que no se produzca ningún alejamiento entre los amigos pero, si ya hubiera sucedido, debemos procurar que parezca que la relación se ha apagado antes que ahogado.
Con mucho cuidado debemos andarnos para que las amistades no se conviertan en profundas enemistades, de donde surgen las riñas, las maldiciones y las injurias.
Habla a continuación de la conveniencia de juzgar bien a las amistades: “Que ni los amigos empiecen a gustarte rápido ni que sean indignos.
Son dignos de ser amigos aquellos en los que en su propio carácter se halle la causa por la que son apreciados. El verdadero amigo: aquel que es como otro yo.
… Este pacto (la amistad) es en el que radica todo cuanto los hombres consideran que es menester perseguir: honradez, buena fama, calma y felicidad, hasta tal punto que, cuando se han conseguido estos objetivos, la vida es dichosa, pero sin ellos no puede serlo…
Por todos estos motivos conviene que, una vez que los hayas juzgado, tus amigos te agraden, pero no que los juzgues una vez que te hayan gustado…
La amistad, no sé de qué forma, se desliza en la vida de todos los hombres y no hay forma de vida que tolere su ausencia. Es, por tanto, verdad aquello que nuestros ancianos suelen recordar que decían los ancianos de su época, algo que dijo, según creo, el tarentino Arquitas: “Si alguien subiera a los cielos y contemplara la naturaleza del mundo y la belleza de las estrellas, la admiración que sentiría le parecería desagradable, pero sería en cambio la más placentera si tuviera a alguien a quien contárselo”.
La naturaleza no ama la soledad y siempre busca algo en lo que apoyarse: no hay apoyo más agradable que el de un gran amigo.
Dice luego que la auténtica amistad se basa en la verdad, no en la adulación… Es verdad aquello que dice mi gran amigo Terencio: “La adulación engendra amigos, la verdad odio”. La verdad resulta molesta, si desde luego de ella nace el odio, que es veneno para una amistad, pero la adulación es mucho más molesta, porque en su indulgencia permite que nuestro amigo se arroje de cabeza a sus vicios; mas la máxima culpa recae en aquel que rechaza la verdad y por esa adulación es empujado hacia su ruina… No obstante, cuando las orejas de alguien están tan cerradas a la verdad que no puede ni oírla en labios de un amigo, poca esperanza nos deja de salvarlo. Todos conocemos aquella opinión de Catón, tan acertada como tantas otras: “Algunos se merecen amigos de lengua afilada antes que otros que parezcan suaves: aquellos suelen decir la verdad, éstos nunca”…
Por tanto, al igual que aconsejar y ser aconsejado es propio de una verdadera amistad, dando los consejos con tacto y no con aspereza y recibiéndolos con paciencia y no con repugnancia, también debemos considerar que no hay peor peste para una amistad que la adulación, los halagos, la zalamería… en efecto hay muchas formas de denominar este defecto, propio de hombres débiles y engañosos que lo dicen todo para gustar y nunca por la verdad. De la misma forma que el fingimiento es en cualquier asunto una estafa –pues altera y adultera nuestra capacidad de juzgar la verdad – también esta conducta repulsa especialmente a la amistad: elimina a la verdad, sin la cual las leyes de la amistad no tienen validez.
Finalmente concluye: “La virtud es lo que une las amistades y las mantiene: en ella hay armonía, firmeza, estabilidad… Pero, como todo cuanto tiene que ver con los hombres es frágil y pasajero, siempre hay que buscar a algunos a los que apreciemos y que nos aprecien; si privamos a la vida del cariño y de esta bondad, la vida se queda sin motivos de gozo.
Luego Lelio vuelve a hablar de su amigo Escipión: “Para mí Escipión, aunque la muerte me lo ha arrebatado de repente, vive y siempre seguirá vivo (en el recuerdo): he amado la virtud de este hombre, la cual no se ha apagado, y no la veo yo solo, que siempre la tuve muy próxima, sino que incluso para las futuras generaciones será ilustre y eminente. Nadie nunca podría aspirar o desear alcanzar las cotas más altas sin pensar que no debe tener en cuenta su recuerdo y su imagen.
En efecto, de entre todo aquello cuanto la fortuna o la naturaleza me ha otorgado, nada tengo que pueda comparar con mi amistad con Escipión. En ella hallé un común parecer sobre la política, consejos para mi vida privada y una tranquilidad llena de placer. Nunca le ofendí, ni siquiera en el más mínimo aspecto, porque lo habría notado; nada le oí decir que yo no quisiera; teníamos un mismo hogar, un mismo modo de vida que compartíamos, y no sólo habíamos compartido nuestro servicio militar, sino también nuestros viajes al extranjero y salidas al campo. ¿Y qué podría añadir sobre su pasión por conocer siempre algo y aprenderlo?
En estos afanes consumimos todo el tiempo que pasamos alejados de la política y de los ojos del pueblo. Si el recuerdo y la memoria de todo esto hubiera desaparecido con él, no podría soportar de ninguna manera su añoranza por un hombre al que estaba tan unido y quería tanto. Pero ni estos recuerdos han desaparecido, sino que más bien se alimentan y crecen con mis pensamientos y mi recuerdo y, si careciera de ellos, mi propia vejez sería mi mayor consuelo: ya no tendré que vivir mucho más con esta añoranza. Todo lo breve resulta más soportable por más grande que sea”.
Cicerón a través de estos diálogos expresa sus ideas sobre la amistad.
Empieza Lelio (el personaje principal del diálogo)hablando de su amigo Escipión, que acaba de morir; habla de sus logros y después habla de la amistad: de en qué consiste la amistad, haciendo un elogio de ésta; a continuación habla de cómo surge, de las leyes de la amistad, de su importancia, de cómo conseguir los amigos y mantenerlos, de lo negativo de la adulación frente a la verdad y, finalmente, acaba hablando de su amigo Escipión el Africano, que para él sigue vivo en su recuerdo.
Segovia, 19 de octubre del 2024
Juan Barquilla Cadenas.