CICERÓN: “De senectute” (Sobre la vejez)
Marco Tulio Cicerón (106 – 43 a. de C.), hombre polifacético: escritor, poeta, filósofo, político y orador.
Si bien en filosofía no es un autor original, tiene dos grandes méritos: el primero, haber divulgado en el mundo romano las doctrinas filosóficas de los griegos, siendo además una fuente incalculable para nuestro conocimiento del estoicismo medio y de la nueva Academia, ya que no se conservan las obras originales de los autores de estos sistemas filosóficos; y segundo, haber creado el “vocabulario filosófico latino”, trasplantando sabiamente los conceptos griegos a términos latinos adecuados.( A. Holgado- C. Morcillo. Latín. Edit. Santillana).
Aquí nos vamos a centrar en una obra suya corta: “Cato maior vel De Senectute” ( Catón el Viejo o Sobre la Vejez), en la que defiende la vejez contra las acusaciones que suelen hacérsele.
El año 150 a. de C. es el año en que Cicerón sitúa la escena del diálogo “Catón el Viejo. Sobre la Vejez”, una conversación entre Catón el Viejo (234-149 a. de C.), gran hombre público, cónsul y censor, ya de 84 años, con Escipión Emiliano, de treinta y cinco, y Cayo Lelio, de treinta y seis.
Esta obra está dedicada a su amigo Ático.
En el año 44 a. de C. redactó Cicerón el diálogo “Catón el Viejo. Sobre la Vejez”, antes del asesinato de Julio César, ocurrido en las Idus de Marzo.
Refiriéndose a Ático dice: “Conozco, en efecto, el equilibrio y serenidad de tu alma, y sé que trajiste de Atenas no sólo el sobrenombre (Ático) sino también la cultura y sabiduría”.
Y sin embargo, sospecho que a veces te conmueven bastante gravemente los mismos sucesos que a mí mismo, cuyo consuelo es más difícil y debe diferirse para otro momento.
Mas ahora me ha parecido bien escribirte algo acerca de la vejez.
Dice que nunca podrá ser bastante dignamente alabada la filosofía, pues quien la obedece puede pasar sin molestia todas las etapas de la existencia.
Dice Cicerón que ha puesto toda la exposición en boca del viejo Marco Catón para que el discurso tuviera mayor autoridad, y junto a él ha puesto a Lelio y a Escipión, que se admiran de que él sobrelleve tan fácilmente la vejez.
En efecto, ya la exposición de Catón mismo desarrollará todo mi pensamiento acerca de la vejez.
Escipión dice que se admira, al igual que Lelio, de que nunca ha sentido que le sea a Catón pesada la vejez (tenía 84 años), “la cual es tan odiosa para la mayoría de los viejos, que dicen que sostienen una carga más pesada que el Etna”.
Catón dice que, en efecto, para quienes no tienen en sí mismos recurso alguno para vivir bien y dichosamente, toda edad es pesada. Mas, quienes buscan todos los bienes en sí mismos, a éstos no puede parecerles malo nada que aporte la necesidad de la naturaleza.
Todos desean alcanzar la vejez y, una vez que la alcanzan, la acusan a ella misma: ¡tan grande es la incoherencia y la depravación de la necedad!
Si soléis admirar mi sabiduría, soy sabio en esto: en que sigo como a un dios la naturaleza, óptima guía y la obedezco; pues no es casualidad que, habiendo ella distribuido las otras etapas de la existencia, haya descuidado el último acto, como un poeta falto de arte.
Lelio dice que, ya que tanto él como Escipión, esperan hacerse viejos, al menos lo desean, querrían aprender de él por qué medios sobrellevar más fácilmente la edad que se va haciendo pesada.
Lelio dice que, si no le es molesto a Catón, quieren ver de qué naturaleza es eso en donde llegaste como si hubieras realizado un largo viaje, que también nosotros hemos de emprender.
Catón hace alusión a que algunos hombres de su edad se quejaban, bien porque carecían de placeres, sin los cuales pensaban que la vida es nula, bien porque eran desdeñados por aquellos que habían solido respetarlos. Pero que a él y a otros muchos no les pasó esto, sino al contrario, muchos no llevaban a mal el haber sido liberados de las cadenas de las pasiones y, por otro lado, no eran despreciados por los suyos.
Dice que la culpa de todas las quejas de este tipo está en las costumbres, no en la edad.
Lelio dice que a Catón podría parecerle más tolerable la vejez por sus recursos, riquezas y dignidad, pero que eso no puede acontecerles a todos.
En efecto, dice que la vejez no puede ser ligera en la indigencia suma, ni siquiera para el sabio, ni para el insensato no pesada aun en la opulencia suma.
Las armas absolutamente más aptas de la vejez son las artes y la práctica de las virtudes que, cultivadas en toda edad, cuando se ha vivido larga e intensamente, dan maravillosos frutos, no sólo porque nunca nos abandonan, ni siquiera en el último momento de la vida –aunque esto es muy importante-, sino también porque la conciencia de la vida bien llevada y el recuerdo de muchas buenas obras son muy agradables.
… y, sin embargo, no todos pueden ser Escipiones o Máximos para que las expugnaciones de las urbes (ciudades), para que las batallas terrestres y navales, para que las guerras conducidas por ellos, para que los triunfos les recuerden. También de una existencia llevada tranquila y pura y honorablemente es plácida y dulce la vejez, como hemos sabido que fue la de Platón, quien murió escribiendo a los 81 años de edad; como la de Isócrates, quien dice que escribió el libro que se intitula “Panatenaico” a los 94 años, y vivió después cinco más; cuyo maestro Gorgias de Leontini cumplió 107 años y nunca cesó en su estudio y trabajo; el cual como se le preguntara por qué quería estar en la vida tan largo tiempo, dijo: “ No tengo nada de que acusar a la vejez”.
En efecto, los insensatos achacan a la vejez sus propios vicios y su propia culpa; cosa que no hacía este Ennio a los 70 años, de tal manera sobrellevaba las dos cosas que son consideradas como las cargas más pesadas, la pobreza y la vejez, que casi parecía que se deleitaba en ellas.
En efecto, cuando reflexiono, hallo cuatro causas por las que parece miserable la vejez: la primera, porque apartaría de administrar los negocios; la segunda, porque haría más débil el cuerpo; la tercera, porque privaría de casi todos los placeres; la cuarta, porque estaría no lejos de la muerte.
La primera, “la vejez excluye de administrar los negocios”:
¿No hay negocios, algunos seniles, que, aun estando débiles los cuerpos, sean administrados, sin embargo con el alma? Y menciona nombres de hombres mayores que con su sabiduría y autoridad defendieron la república.
Dice: “A la vejez de Apio Claudio se añadía también que era ciego; sin embargo, éste, cuando la opinión del Senado se inclinaba a hacer con Pirro la paz y el tratado, no dudó en decir esto que Ennio expresó en versos: “ ¿ A qué camino vuestras mentes, que rectas solían estar antes de esto, se doblaron dementes?”
Nada, pues, aducen los que niegan que la vejez se ocupa en administrar un negocio.
Y es lo mismo que si algunos dijeran que el piloto (timonel) nada hace al navegar, puesto que unos suben a los mástiles, otros corren de aquí para allá por el puente, otros vacían la sentina, mas él, sujetando el timón, está sentado quieto en la popa: no hace lo que los jóvenes, pero sí hace cosas mucho mayores y más importantes.
Las grandes acciones no se ejecutan con las fuerzas o la agilidad o celeridad de los cuerpos, sino con la sabiduría, con la autoridad, con el pensamiento; cosas de las cuales no sólo no está privada la vejez, sino que inclusive se enriquece con ella.
Dice que él ahora no hace guerras, pero que indica al Senado las que deben hacerse.
Pregunta que si su abuelo (Publio Cornelio Escipión) hubiese vivido hasta los cien años, si estaría descontento de su vejez. Y que, en efecto, no usaría la incursión, ni el asalto ni las lanzas de lejos ni las espadas de cerca, sino el consejo, la razón y el pensamiento. Y dice que, si estas cosas no estuvieran en los viejos, nuestros mayores no habrían llamado “Senado” al sumo consejo.
Y si queréis leer u oír las historias extranjeras, encontraréis que las más grandes repúblicas fueron arruinadas por los jóvenes y sostenidas y restablecidas por los viejos.
Evidentemente, la temeridad es propia de la edad floreciente, la prudencia , de la edad que envejece.
“ Pero se disminuye la memoria”. Lo creo, si no se la ejercita o también si se es bastante tardo por naturaleza. Temístocles sabía de memoria los nombres de todos sus conciudadanos.
… Permanecen los ingenios en los viejos, si es que permanece su dedicación e industria(actividad), y no sólo en los varones ilustres e investidos de cargos públicos, sino también en la vida privada y quieta: Sófocles hizo tragedias hasta la suma vejez; como pareciera que por esta ocupación descuidaba su patrimonio, fue llamado a juicio por sus hijos para que, al modo como, según nuestra costumbre, suele excluirse de los bienes a los padres que administraban mal el patrimonio, así los jueces lo removieron del patrimonio como a un delirante. Se dice que entonces el viejo recitó a los jueces aquella tragedia que tenía en sus manos y había escrito muy recientemente, “Edipo en Colono”, y les preguntó si aquel poema parecía propio de un delirante; recitado el cual, fue liberado por las sentencias de los jueces.
Nombra a continuación una serie de escritores y filósofos a los que la vejez no les “forzó a enmudecer en sus estudios”.
Y también habla de campesinos, amigos y vecinos suyos que no dejan, por la edad, de trabajar en el campo. Y dice: “pues nadie es tan viejo que no piense que puede vivir un año más”; pero, además, ellos mismos se esmeran en cosas que saben que absolutamente en nada los benefician: “Él siembra árboles que a otra generación le sirvan”, como dice el poeta Estacio.
…Al igual que los sabios viejos se deleitan con los jóvenes dotados de buena índole, y se hace más leve la vejez de aquéllos que son tratados y apreciados por la juventud, así los jóvenes se gozan en los consejos de los viejos, con los cuales son conducidos al gusto por las virtudes.
Pero veis cómo la vejez no sólo es lánguida ni inerte, sino que inclusive es laboriosa y siempre hace y emprende alguna cosa, tal naturalmente, cual fue la tendencia de cada uno en la etapa anterior de su vida.
¿Qué decir de los que también aprenden algo? Por ejemplo, vemos a Solón gloriándose en sus versos, quien dice que se hace viejo aprendiendo diariamente alguna cosa. Y dice Catón que también él aprendió, siendo viejo, las letras griegas (el griego), y dice que como oyera que Sócrates, ya mayor, aprendió a tocar la lira, que a él también le hubiera gustado aprender eso.
Y dice que ni siquiera ahora echa de menos las fuerzas del joven- el segundo punto sobre los defectos de la vejez- no más que, siendo joven, echaba de menos las del toro o las del elefante.
Lo que se tiene, eso conviene usar y, cualquier cosa que se haga, hacerla según las fuerzas.
Respecto al orador, temo que se debilite con la vejez, pues su oficio depende no sólo del ingenio, sino también de los pulmones y las fuerzas.
Sin duda, aquella sonoridad en la voz resplandece, no sé de qué modo, también en la vejez, cosa que por cierto aún no he perdido, y veis mis años. Mas sin embargo, el lenguaje sereno y pausado del viejo es decoroso, y el discurso cuidado y suave de un viejo elocuente se hace escuchar por sí mismo.
….Con todo, esta falta misma de fuerzas es efectuada por los vicios de la juventud más a menudo que por los de la vejez, pues una juventud libidinosa e intemperante entrega a la vejez un cuerpo agotado.
¿Veis cómo en Homero muy a menudo Néstor pregona sus virtudes?.. Como dice Homero, “de su lengua fluía un discurso más dulce que la miel”. Para esta suavidad no necesitaba fuerzas algunas del cuerpo. Y, sin embargo, aquel general de Grecia en ninguna ocasión desea tener diez hombres semejantes a Ayax( hombre fuerte y joven), sino a Néstor ( hombre mayor y sensato); y no duda que si esto le sucediera, en breve Troya perecería.
Dice Catón que a él, que ha combatido en muchas guerras, sin embargo la vejez no le ha debilitado ni derribado. Dice que no echa de menos su fuerza la Curia (el senado), ni la tribuna, ni los amigos, ni los clientes, ni los huéspedes…
Siempre que haya un uso moderado de las fuerzas y cada cual se esfuerce tanto cuanto pueda, ciertamente no sería poseído por una gran añoranza de fuerzas.
Hay un curso determinado de la existencia y un camino de la naturaleza, y además simple, y a cada período de la existencia le ha sido dado un carácter propio, de manera que tanto la debilidad de los niños como el ímpetu de los jóvenes y la gravedad de la edad ya adulta y la maduración de la vejez tiene algún fruto natural que a su tiempo debe recogerse.
… Es necesario, Lelio y Escipión, resistir a la vejez y compensar con actividad sus deficiencias; es necesario pelear contra la vejez de la misma manera que contra una enfermedad; es necesario tener cuidado de la salud. Hay que practicar ejercicios moderados, emplear sólo la comida y bebida necesarias para que se rehagan las fuerzas, no para que sean oprimidas.
Y no sólo se ha de auxiliar el cuerpo, sino mucho más a la mente.
Y, por cierto, los cuerpos se ponen pesados con la fatiga de los ejercicios, mas las mentes, ejercitándose, se hacen más ligeras.
…Así como la petulancia y el libertinaje son más propios de los jóvenes que de los viejos, y, sin embargo, no de todos los jóvenes sino de los no íntegros, así esa senil necedad, que suele llamarse chochez, es propia de los viejos frívolos, no de todos.
…En efecto, la vejez es honorable sólo si se defiende a sí misma, si mantiene sus derechos, si no está sujeta a nadie, si, hasta el último aliento, domina sobre los suyos.
En efecto, así como a un joven en el cual hay algo de viejo, así apruebo a un viejo en el cual hay algo de joven; quien esto sigue podría ser viejo en el cuerpo, nunca lo será en la mente.
….Sigue la tercera crítica contra la vejez: “dicen que carece de placeres”.
…Arquitas de Tarento decía que no había sido dado a los hombres por la naturaleza ningún azote más funesto que el placer del cuerpo; del cual placer ávidas las pasiones se lanzan temeraria y desenfrenadamente a su posesión.
Que de aquí nacen las traiciones a la patria, de aquí los trastornos de la república, de aquí las inteligencias clandestinas con los enemigos; que, en fin, no habría ningún crimen, ninguna mala acción, a cometer las cuales no impulse el deseo de placer; que, por cierto, los estupros y los adulterios y toda infamia semejante no son provocados por otros atractivos que por los del placer; y que no habiéndole dado al hombre, ora la naturaleza, ora algún dios, nada más magnífico que la mente, nada es tan enemigo de este divino regalo y don como el placer.
Que, en efecto, cuando domina la pasión, no hay lugar para la templanza, y que, en general, la virtud no puede establecerse en el reino del placer.
…¿ Para qué cito esto? Para que entendierais mejor que, si no pudiéramos rechazar el placer mediante la razón y la sabiduría, se tendría que tener una inmensa gratitud a la vejez, la cual haría que no nos agradase lo que no es conveniente.
El placer, en efecto, impide la reflexión, es enemigo de la razón, ofusca por así decir, los ojos de la mente y no tiene relación alguna con la virtud.
…¿Por qué, pues, hablar tanto del placer? Porque no sólo no es ninguna vituperación, sino inclusive un mérito sumo de la vejez, el que ella no eche de menos en gran manera ningunos placeres.
Carece de manjares y de mesas colmadas y de frecuentes copas; por consiguiente, carece también de embriaguez, de indigestión y de insomnios.
Pero si algo ha de concederse al placer, porque no fácilmente resistimos a sus halagos- Pues Platón divinamente llama “el cebo de los males” al placer, porque, sin duda, los hombres son atrapados por éste como los peces por el anzuelo-, aunque la vejez carece de inmoderados banquetes, puede, sin embargo, deleitarse con módicos banquetes.
Dice Catón que él cuando asistía a los banquetes (de joven) no medía el deleite de los banquetes mismos por los placeres del cuerpo más que por la reunión y conversaciones de los amigos. Bien, en efecto, nuestros mayores a estas reuniones de fiestas con los amigos en banquete, porque tienen comunión de vida, la llamaron “convivio”, mejor que los griegos, los cuales a esto mismo lo llaman ora, “potación en común”(beber en común) , ora “comida en común”, de manera que parece que aprecian especialmente lo que en ese género es de menor importancia.
Dice Catón que a él la vejez le ha incrementado el deseo de la conversación y le ha quitado el deseo de la bebida y comida.
“ Pero no es tan grande en los viejos ese como cosquilleo de los placeres”. Lo creo, pero tampoco es echado de menos; y nada es molesto si no se le echa de menos.
Bien respondió Sófocles cuando a él, abrumado ya por la edad, alguien le preguntó si no usaba los placeres de Venus: “¡Quieran los dioses lo mejor!”-dijo-; por cierto, gustosamente me escapé de ellos como de un amo salvaje y furioso”.
En efecto, para quienes están ansiosos de tales cosas, tal vez es triste y molesto carecer de ellas, mas para quienes están saciados y hartos es más agradable carecer de ellas que disfrutarlas.
Además, ¡de cuán gran valor es esto: que el alma, como teniendo ya cumplido el servicio a la sensualidad, a la ambición, a las rivalidades, a las enemistadas y a todas las pasiones, esté consigo y, como se dice, consigo viva!.
Y si tiene algún alimento, por así decir, de estudio y aprendizaje, nada es más agradable que una vejez desocupada.
Habla luego de una serie de personajes que se dedicaron en su vejez al estudio, a la investigación o a la escritura, y dice: ¿Qué placeres, pues, de banquetes o de juegos o de prostitutas son comparables con estos placeres?
Y, en verdad, estos son los gustos por la cultura, los cuales en los prudentes y bien formados crecen juntamente con la edad, de manera que es honorable aquello de Solón que afirma en cierto verso: que él envejecía aprendiendo muchas cosas cada día.
Vengo ahora a los placeres de los agricultores, con los cuales yo me deleito increíblemente; éstos no son impedidos por ninguna vejez y a mí me parece que se aproximan mucho a la vida del sabio.
Habla luego de lo maravilloso que es el observar cómo se produce el grano o los frutos de la tierra, las vides, etc., y termina diciendo: “Y, por cierto, las cosas del campo son agradables no sólo por las mieses y los prados y las viñas y arboledas, sino también por los jardines y huertas, así como para el apacentamiento de rebaños, los enjambres y la variedad de todas las flores. Y deleitan no sólo los plantíos, sino también los injertos, nada más ingenioso que lo que descubrió la agricultura”.
Dice que en los campos vivían entonces los senadores, recreándose en su cultivo.
…Nada puede ser ni más rico en utilidad ni más adornado en su aspecto que un campo bien cultivado, para disfrutar del cual no estorba la vejez, sino que inclusive invita y atrae a ello. ¿Dónde, en efecto, puede esa edad o calentarse mejor, ya sea en la toma del sol, ya sea con el fuego, o, por el contrario, refrescarse más saludablemente con las sombras o las aguas?
Mas la corona de la vejez es la autoridad; y menciona nombres de individuos que han ejercido cargos públicos, y termina diciendo: “Tiene la vejez, sobre todo la que ha ejercido cargos públicos, una autoridad tan grande, que ésta es de más valor que todos los placeres de la juventud”.
Pero recordad que en todo mi discurso alabo aquella vejez que está constituida sobre los fundamentos de la juventud. De lo que se sigue lo que dije: que era miserable la vejez que se defendía con un discurso. Ni los cabellos blancos ni las arrugas pueden procurarnos repentinamente la autoridad, sino que la etapa anterior de la existencia, empleada honorablemente, recoge los frutos de la autoridad al final.
En efecto, son honrosas estas cosas mismas que parecen leves y comunes: el ser saludado, el ser buscado, el que se nos ceda el paso, el que se levanten los demás ante nosotros, el ser escoltados, el ser reconducidos, el ser consultados, lo cual tanto entre nosotros como en otras ciudades se observa más diligentemente en la medida en que cada una es de mejores costumbres.
Cuentan que el lacedemonio (espartano) Lisandro solía decir que Lacedemonia (Esparta) era el más honorable domicilio de la vejez; en efecto, en ninguna parte se muestra tanto cariñó a la edad, en ninguna parte se le honra más a la vejez.
Hay muchas cosas preclaras en vuestro colegio (el de los pontífices / augures), pero ante todo ésta de la cual nos ocupamos: que, en la medida en que cada uno es superior en edad, tiene la primacía para expresar su opinión, y los augures mayores de edad son preferidos no sólo a quienes son superiores en dignidad, sino también a los que detentan el poder.
Por consiguiente, ¿qué placeres del cuerpo son comparables con los premios de la autoridad?
“Pero los viejos son malhumorados y angustiados e iracundos e intratables; y, si lo indagamos, también avaros”.
Sin embargo, estos defectos son de las costumbres, no de la vejez.
…En efecto, al igual que no todo vino, así no todo carácter se agría con el tiempo.
En la vejez apruebo la severidad pero, como en otras cosas, la moderada; la aspereza, de ninguna manera. Mas qué pretenda para sí la avaricia senil, no lo entiendo. ¿Puede, en efecto, puede haber algo más absurdo que cuanto menos resta del viaje, tantas más provisiones para el viaje buscar?
Resta la cuarta causa, que parece angustiar muchísimo y tener solícita a nuestra edad: “la cercanía de la muerte, que ciertamente no puede estar lejos de la vejez”.
¡Oh, miserable viejo, que en tan larga existencia no ha visto que la muerte debe ser menospreciada! La cual o debe mirarse totalmente con indiferencia si extingue absolutamente el alma, o incluso ha de desearse si la conduce a algún lugar donde va a ser eterna. Además, no puede encontrarse una tercera posibilidad.
…¿Qué acusación es ésta contra la vejez, si veis que la muerte le es común con la juventud?
La muerte es común a toda edad.
Sólo permanece lo que se ha conseguido con la virtud y las buenas obras.; ciertamente, se van las horas, los días, los meses y los años, y jamás retorna el tiempo pasado y no puede saberse lo que sigue. Cada uno debe estar contento con el tiempo que se le da para vivir.
… pues un breve tiempo de existencia es bastante largo para vivir bien y honestamente.
… mas el fruto de la vejez es, como he dicho a menudo, el recuerdo y la abundancia de los bienes antes adquiridos.
Mas todo lo que sucede conforme a la naturaleza, debe tenerse entre los bienes; ¿y qué es tan conforme a la naturaleza como para los viejos el morir? Esto mismo acontece a los jóvenes, oponiéndose y resistiéndose a la naturaleza. Y así, me parece que los jóvenes mueren como cuando la fuerza de la llama es sofocada por una gran cantidad de agua, y los viejos como cuando el fuego se extingue, consumido espontáneamente sin ninguna fuerza empleada; y así como las frutas, si están verdes, son arrancadas de los árboles mediante la fuerza, y si están maduras y sazonadas se caen, así la fuerza quita la vida a los jóvenes, a los viejos la madurez.
Mas, de la vejez no hay un límite cierto, y se vive en ella correctamente mientras se puede cumplir y observar la función del deber y menospreciar la muerte; de lo cual resulta que la vejez es inclusive más animosa y más valiente que la juventud.
Pero el mejor final del vivir es cuando, estando íntegra la mente y seguros los sentidos, la propia naturaleza, la misma que la ha ensamblado, disuelve su obra.
Así como a una nave, como a un edificio, los destruye muy fácilmente el mismo que los construyó, así al hombre lo disuelve muy bien la misma naturaleza que lo aglutinó.
Así resulta que aquel resto breve de vida ni debe ser codiciado ávidamente por los viejos ni abandonado sin causa.
…En general, al menos como a mí me parece, la saciedad de todas nuestras aficiones hace la saciedad de la vida.
Catón cree que existe otra vida después de la muerte y dice que ésta es la verdadera vida.
En efecto, mientras estamos encerrados en estas estructuras del cuerpo, cumplimos una función impuesta por la necesidad, y una tarea pesada; pues el alma, celeste, ha sido precipitada desde un altísimo domicilio y como hundida en la tierra, lugar contrario a su naturaleza divina y a su eternidad. Pero creo que los dioses inmortales esparcieron las almas en cuerpos humanos para que hubiera quienes cuidaran la tierra y quienes, contemplando el orden de los cuerpos celestes, lo imitaran con la mesura y constancia de su vida.
Y me impulsaron a creerlo así no sólo la razón y la reflexión, sino también la nobleza y autoridad de los filósofos más eminentes.
Oía yo que Pitágoras y los pitagóricos nunca dudaron de que tenemos almas derivadas de la mente divina universal.
Se me mostraba, además, lo que Sócrates expuso, en el último día de su vida, acerca de la inmortalidad de las almas.
Expresa luego algunas razones de por qué cree que las almas son inmortales; entre ellas el argumento de que los hombres saben la mayoría de las cosas antes de nacer, el hecho de que, ya desde niños, cuando aprenden artes difíciles, tan rápidamente atrapan cosas innumerables que parece que no las escuchan entonces por primera vez, sino que las traen a la memoria y las recuerdan. Ésta es más o menos la doctrina de Platón.
Dice que muchos varones ilustres no habrían intentado tan grandes hazañas que pertenecieran al recuerdo de la posteridad, si no hubieran discernido con el alma que la posteridad podía pertenecerles. ¿Acaso piensas –para gloriarme un poco yo mismo a la manera de los viejos- que yo habría asumido tantos trabajos diurnos y nocturnos, en paz y en guerra, si tuviera que encerrar mi gloria en los mismos límites que mi vida?¿No habría sido mucho mejor llevar una vida ociosa y quieta sin trabajo y esfuerzo alguno?
Pero, no sé de qué modo, el alma, irguiéndose, miraba siempre a la posteridad, como si, una vez que hubiera salido de la vida, entonces finalmente hubiera de vivir. Si esto no fuera así: que las almas son inmortales, las almas de todos los óptimos no se esforzarían por la inmortalidad y la gloria.
“Cicerón parece referirse aquí a otro tipo de inmortalidad, la de la gloria y la memoria histórica, que ha servido de sucedáneo en el mundo moderno a la pérdida de la creencia en la inmortalidad del alma.( Pedro Cerezo Galán. Prólogo al “De Senectute” de Cicerón. Edit. Biblioteca nueva. Madrid. 2018).
¿Qué decir del hecho de que los más sabios mueren con el alma muy tranquila, y los más necios con el alma muy intranquila?
…No me agrada, en efecto, deplorar la vida, cosa que muchos, doctos inclusive, hicieron a menudo; y no me pesa haber vivido, porque he vivido de tal manera que considero que no nací en vano, y me alejo de la vida como de una hospedería, no como de una casa, pues la naturaleza nos ha dado un albergue para hacer un alto, no para habitar en él.
… Y si yerro en esto, en que creo que las almas de los hombres son inmortales, gustosamente yerro y no quiero que mientras viva se me arranque este error con el cual me deleito; y si, una vez muerto, no me diera cuenta de nada, como opinan algunos menudos (de poca importancia) filósofos, no temo que los filósofos muertos se rían de este error mío.
Y si no vamos a ser inmortales, sin embargo, es deseable para el hombre extinguirse a su tiempo, pues la naturaleza fija el límite de la vida, como el de las demás cosas.
Mas la vejez es como el final del drama de la existencia, de cuya fatiga debemos huir, sobre todo cuando se ha agregado la saciedad.
Como vemos, en esta obra Cicerón muestra algunos aspectos positivos de la vejez, y nos viene a decir que no hay por qué temerla ni desearla, sino que los que lleguen a ella aprovechen ese espacio de la existencia que les ha tocado vivir, viviendo de una manera honesta y útil para sí mismos y los demás.
Segovia, 2 de noviembre del 2024
Juan Barquilla Cadenas.