DIÓGENES DE ENOANDA: FÍSICA

DIÓGENES DE ENOANDA: FÍSICA

Diógenes de Enoanda fue un filósofo griego del siglo II d. de C. que divulgó la filosofía de Epicuro como representante del epicureísmo moral.

Es conocido porque, alrededor del año 120 d. de C., mandó grabar las máximas epicúreas sobre un muro, de ochenta metros de largo por casi cuatro de alto, con un total de más de 200 piezas, en la antigua ciudad de Enoanda en Licia, sudoeste de la actual Turquía.

El muro se destruyó con un terremoto.

Los fragmentos, encontrados en el año 1884, forman una importante fuente de conocimiento de la filosofía epicúrea en lo referente a la física, la epistemología y la ética.

Se estima que contendría unas 25.000 palabras y no se ha recuperado más de un tercio del total.

Diógenes era  lo suficientemente rico como para adquirir una gran extensión de tierra en la ciudad de Enoanda para construir (o posiblemente comprar) una plaza para exhibir su inscripción.

Como hombre que había encontrado la paz practicando las doctrinas de Epicuro, nos dice que en su vejez se sintió motivadoa ayudar también a los que vienen después de nosotros” y “a colocar, por tanto, los remedios de la salvación por medio de este pórtico”.

La inscripción contiene tres tratados escritos por Diógenes, así como varias cartas y máximas:

-          Un tratado de Ética, que describe cómo el placer es el final de la vida; cómo la virtud es un medio para lograrlo; y explica cómo lograr la vida feliz.

-          Un tratado de Física, que tiene muchos paralelismos con Lucrecio, e incluye discusiones sobre los sueños, los dioses, y contiene un relato del origen de los humanos y la invención de la ropa, el habla y la escritura.

-          Un tratado sobre la vejez, que parece haber defendido la vejez contra las burlas de los jóvenes, aunque poco de este tratado sobrevive.

-          Carta de Diógenes a sus amigos, que incluye una carta dirigida a cierto Antípatro sobre la doctrina epicúrea de la existencia de innumerables mundos.

-          Máximas epicúreas, colección de dichos de Epicuro y otros eminentes epicúreos que se adjuntó al final del tratado de Ética.

-          Cartas de Epicuro, que incluye una carta a la madre de Epicuro sobre el tema de los sueños.

Jürgen Hammerstaedt, filólogo de la Universidad de Colonia, y el epigrafista Martín Ferguson Smith, han traducido algunos de los fragmentos descubiertos en Enoanda. “Era un hombre extraordinario y un hombre cosmopolita”, dice Hammerstaedt, comentando una cita de la traducción de Smith de un pasaje en el que Diógenes declara que él estableció la inscripción: “No menos importante para aquellos que son llamados extranjeros, porque no son extranjeros. Porque, mientras que los diversos segmentos de la Tierra dan a diferentes personas un país diferente, toda la brújula de este mundo les da a todas las personas un solo país, la Tierra entera, y un solo hogar, el mundo”.

(Wikipedia).

Aquí voy a exponer lo escrito por Diógenes de Enoanda sobre la Física.

El texto está tomado de la obra “Epicuro. Obras.” Introducción de Carlos García Gual y traducción de José Marchena. Edit. Biblioteca Gredos.

I.                    FÍSICA

[Diógenes de Enoanda: Epítome sobre la sensación y la naturaleza]

[Al observar que la mayoría de la gente sufre por las falsas nociones sobre las cosas y no escucha al cuerpo] cuando les ofrece sus importantes y justas [acusaciones] contra el alma, alegando que es injustamente atormentado y maltratado por el alma y presionado hacia cosas que no son necesarias – porque los deseos del cuerpo son pequeños y fáciles de saciar, y el alma también puede vivir bien compartiendo ese disfrute, mientras que los (deseos) del alma son a la par grandes y difíciles de lograr y, además de no ser provechosos a nuestra naturaleza, suponen auténticos riesgos – de  modo que reasumiendo lo que estaba diciendo, viendo a cuantos estaban en ese estado de ánimo me compadecí de su vida y lloré por la pérdida de su tiempo y vine a considerar como deber de un hombre de bien acudir a socorrer con afecto humano, en la medida que está a mi alcance, a las personas de buen juicio.

Esta es la razón primera de esta inscripción.

Digo, por un lado, que el vano temor a la muerte y a los dioses os angustia a la mayoría de vosotros, y por otro, que lo que produce la alegría de verdad duradera no son los teatros ni los espectáculos, ni los baños ni los perfumes ni los ungüentos, que dejamos del todo para las masas vulgares sino el estudio de la naturaleza (physiología)…

[Y he querido refutar a los que acusan a la filosofía de no sernos provechosa] Así que aunque no participo de los asuntos públicos digo estas cosas como si mi hiciera presente en ellos, intentando mostrar que lo que conviene a nuestra naturaleza, que es la serenidad de ánimo (ataraxia), es lo mismo para uno y para todos.

Así pues, tras haber expuesto el segundo motivo de mi inscripción, voy a presentar lo que he meditado, explicando cómo es y cuál su fundamento.

Llegado ya al ocaso de mi vida, a punto casi de despedirme de la existencia por motivo de mi edad, he querido hacerlo con un hermoso “peán” para celebrar la plenitud de sus placeres, a fin de no quedarnos atrás en ayudar a las personas de buen entendimiento.

Así que, si uno solo, o dos o tres o cuatro o cinco o seis o cualquier número de personas que prefieras, amigo, con tal de que no sean demasiadas, se hallaran angustiadas, yo me dirigiría personalmente a cada una de ellos, uno por uno, para darles mi mejor consejo. Porque, como he dicho antes, la mayoría de la gente andan enfermos en masa, afectados, como por una epidemia, por sus falsas opiniones acerca de las cosas, y van enfermando cada vez más, pues en sus empeños se contagian la enfermedad unos a otros, como sucede en los rebaños.

Y justo es acudir en ayuda también de los que vivirán después de nosotros, pues también ellos son algo nuestro aunque no hayan nacido, y es además una muestra de amor al prójimo socorrer a los forasteros que se lleguen hasta aquí.

Así que, como los consejos de la inscripción quedarán al alcance de muchos más, he querido utilizar este pórtico para exponer en un ámbito público los remedios medicinales de la salvación.

Estos remedios médicos los hemos probado nosotros cabalmente. Porque nos hemos liberado de todos los temores que suelen acongojarnos en vano, y hemos anulado por completo las penas superfluas y limitado las naturales en su conjunto a algo pequeño, reduciendo su grandeza a lo mínimo.

...Algunos filósofos, y de modo especial los socráticos, afirman que el investigar la naturaleza y los fenómenos celestes es una ocupación excesiva e inútil, y no se dignan ocuparse en nada por el estilo.

Otros no desacreditan declaradamente la investigación de la naturaleza, avergonzándose de reconocer tal aserto, pero usan otros modos de rechazo.

Pues, cuando afirman que las cosas son inaprensibles, ¿qué hacen sino decir que no debemos investigarlas?

Pues ¿quién va a elegir buscar lo que nunca se encuentra?  Así Aristóteles y los que siguen la misma senda peripatética que Aristóteles dicen que nada puede saberse de modo científico. Porque todas las cosas fluyen sin pausa y por la rapidez de su flujo escapan del todo a nuestra aprehensión sensible.

Nosotros, sin embargo, reconocemos ese fluir de las cosas, pero no el que sea tan rápido que la naturaleza de cada suceso resulte en todo momento inaprehensible a nuestros sentidos. Pues, en tal caso, tampoco podrían sostener quienes mantienen esa opinión lo que ahora manifiestan, que esto sea blanco  y esto sea negro unas veces, y otras que eso no es blanco ni eso negro, a no ser que previamente hayan conocido la propiedad de lo blanco y lo negro.

Y en cuanto a los filósofos llamados “efécticos”, como Lácides de Cirene… ( los “efécticos” son los “escépticos”, que se abstienen de opinar qué es verdad y qué es mentira. En Diógenes Laercio, I, 16, se oponen a los filósofos “dogmáticos”).

[Respecto de los primeros cuerpos, también]llamados elementos (stoicheia), que, por un lado, han subsistido desde un principio y son indestructibles y, por otros, generan las cosas (visibles) qué son lo explicaremos después de haber demolido las opiniones de otros.

 

 

Así pues, Heráclito de Éfeso dijo que el fuego era el elemento básico, Tales el agua, Diógenes de Apolonia y Anaxímenes el aire, Empédocles de Agrigento que el fuego, el aire, el agua y la tierra, Anaxágoras las homeomerías (partes semejantes a las semillas) de cada cosa,  y los de la Estoa que la materia y Dios.

Pero Demócrito dijo que (el elemento primordial) eran las sustancias atómicas (physeis atómous), y lo hizo correctamente, pero luego se equivocó en algunos puntos sobre ellas. Esto será objeto de examen según nuestras opiniones. Ahora vamos a llamar a juicio a los recién citados, no por discutir con ellos con pasión polémica, sino queriendo dejar a salvo la verdad.

Y, en primer lugar, con Heráclito, puesto que lo hemos citado al comienzo de la lista.

Erróneamente dices, Heráclito, que el fuego es el elemento básico. Porque no es indestructible, sino que vemos que se destruye por sí mismo, y tampoco puede engendrar las cosas…

Se equivocó también, de modo indigno de sí mismo, Demócrito al decir que los átomos son los únicos elementos que existen de verdad en las cosas reales, mientras que todo lo demás sólo existe por convención. (Epicuro corrige la teoría de Demócrito al admitir que también los sentidos nos dan un conocimiento del mundo real).

Porque, según esa afirmación tuya, Demócrito, no sólo no podremos encontrar la verdad de ningún modo, sino que tampoco vivir, ni protegernos del fuego y de la destrucción.

[Puesto que nadie puede destruir los primeros cuerpos (los “atomos”= indivisibles) ya sea un Dios o un hombre, hay que concluir que son simplemente indestructibles. Pues si se destruyeran, según la necesidad [todo podría ir hacia el no ser]

...Que muchas veces las imágenes y las apariencias son naturalezas verdaderas, incluso los espejos me lo atestiguarán. Pues, en efecto, no va a refutar lo que yo digo la imagen que dará juramento en los espejos. No podríamos verla en ellos ni aparecería ninguna, si no se produjera una corriente continua que va de nosotros hasta ellos y que nos devuelve la imagen. Con que también esto demuestra que hay una emanación de cada una de las partículas (que componen la imagen) que es llevada (y devuelta) a la zona opuesta frontalmente.

Así que las imágenes que fluyen desde las cosas reales al incidir en nuestros ojos son la causa de que nosotros veamos los objetos y que [al llegar al entendimiento], de que las pensemos. Así pues, [a partir de las impresiones] las cosas que son vistas en nuestras miradas las entiende el alma. Y al recibir las impresiones de las primeras imágenes, nuestra naturaleza se hace porosa de tal modo que, incluso cuando no están ya presentes los objetos que vio al comienzo, se mantienen en nuestra mente imágenes semejantes a las anteriores, surgiendo sus figuras tanto en la vigilia como en el sueño.

Y no nos extrañemos  que eso se produzca incluso cuando dormimos. Pues de igual manera también entonces fluyen nuestras representaciones. (“Representaciones” corresponde al término “eidola”, mientras que el anterior de “imágenes” traduce “phásmata”. Los “eidola” producen en el sujeto receptor un ”symptoma”, es decir, una impresión o una impronta).

¿Cómo, pues? Cuando dormimos, al estar todos nuestros sentidos como relajados y apagados de nuevo por el sueño, el alma, que aún está despierta y [es entonces incapaz de reconocer] la impresión y disposición de lo que recibe en ese momento, al recoger en sí las imágenes que le llegan, se forja una opinión injustificada y falsa sobre ellas, como si ésta fuera  de acuerdo con una presencia firme de cosas de verdad. Porque entonces duermen los medios para comprobar la opinión; es decir, lo que son los sentidos. Pues la regla y el criterio de verdad de nuestros sueños siguen siendo éstos.

En contra de tu argumentación, Demócrito, decimos ahora estas cosas. La naturaleza de los sueños no es de ninguna manera de origen divino, como afirmas, ni tampoco premonitoria, sino que insisto, lo que ocasiona los sueños son más bien ciertas causas naturales, de modo que así queda rebatido el argumento sofístico.

Por lo tanto las imágenes no son vanas ilusiones de la mente, como afirman los estoicos. Pues, en efecto, cuando dicen, por un lado, que son vanas, aunque tienen naturaleza corpórea, ésta es extremadamente tenue y no deja impresión en los sentidos, están dando una mala interpretación, pues sería necesario  decir que es corpórea por más tenue que sea. Pero si es tan vana que no tiene entidad ninguna corpórea –y eso es más bien lo que quieren decir, más que lo anterior - ¿cómo podría lo vano ser representado? ¿Qué sucede, pues? Las imágenes tienen una composición sutil y que queda más allá de nuestra vista, pero no es vana. Pero la mente…

Cuando creemos que vamos a ser golpeados por una espada o precipitados a algún abismo nos echamos atrás por miedo, incluso si estamos en compañía.

A esto añado lo siguiente. Cuando [en sueños] tenemos una relación sexual al modo de cuando despiertos, no se puede argumentar que no obtenemos placer de ello porque estemos dormidos. No se debe, por lo tanto, decir que son representaciones vanas ésas, cuando tienen tanto efecto. Sin embargo, por otra parte, aunque no son vanas, carecen de huella sensible y explicación racional, y no nos hablan expresamente a nosotros, como supone Demócrito. Pues es imposible que eso ocurra en tejidos tan sutiles y carentes de la textura de una naturaleza firme. Ésos se han equivocado y yerran en sentidos opuestos, los estoicos y Demócrito. Ya que los estoicos niegan a las fantasías la capacidad (dynamis) que ellas tienen y Demócrito, en cambio, les otorga la que no tienen. Mas la naturaleza de los sueños…

Los antepasados del ser humano, después de haber nacido de la tierra, según la argumentación presentada, lograron añadir este singular recurso de vigor a su natural

A partir de las cuevas en que habitaban para huir de los fríos inviernos, al pasar el tiempo, llegaron a la invención de casas para vivir, y a partir de los envoltorios que se fabricaban para sus cuerpos cubriéndose con el follaje de las plantas o con pieles –porque ya mataban animales-, llegaron a la idea de hacerse vestidos –aunque  no cosidos, sino más bien a la manera de pellejos o algo por el estilo.

Más tarde, al avanzar, el tiempo les inspiró también, a ellos o a sus descendientes, la idea del tejido. Así que para ningún arte ni técnica, como tampoco para las mencionadas, hay que aducir a Atenea ni a ningún otro de los dioses. Pues todas las artes las engendraron las necesidades (chreiai) y diversas circunstancias en el curso del tiempo.

Tampoco con relación a sus voces, me refiero a los nombres y los verbos, con las que construyeron sus primeras expresiones los seres humanos nacidos de la tierra, no vamos a mencionar a Hermes y sus enseñanzas, como postulan algunos, ya que eso resulta una evidente tontada, ni vamos a creer a los filósofos el que por  imposición y enseñanza les fueron impuestos los nombres a las cosas, a fin de que los seres humanos obtuvieran de cara a su comunicación mutua una fácil manifestación de sus cosas. Pues es absurdo, y aún más ridículo que todo lo ridículo, y, por otro lado, imposible, el que alguien pudiera convocar a tan vastas muchedumbres siendo él un solo individuo, ya que por entonces aún no existían reyes, ni tampoco letras ni signos vocálicos en parte alguna, porque sobre esos asuntos habría sido imposible, de no ser mediante un decreto, hacer una convocatoria de las gentes; y, por otra parte, incluso si se las hubiera reunido, que se las aleccionara a la manera de un maestro de escuela que llevara una varita como puntero y que, apuntando a cada una de las cosas, fuera diciendo: “esto va a llamarse “piedra”, y esto “madera” y esto de aquí “ser humano” y así “perro”, “vaca”, “burro”…

Los cuerpos celestes (los astros), cuando los remolinos del aire producen un movimiento semejante, todos se mueven con gran ímpetu, pero algunos de ellos chocan entre sí y otros no. Y los unos  recorren un curso recto de un punto a otro, mientras que otros uno circular, como el sol y la luna.

Algunos giran en un mismo círculo, como la Osa.

Por otro lado, unos se mueven en la zona alta y otros, en cambio, en la baja.

También de esto son ignorantes la mayoría, porque creen que el sol va tan abajo como aparece. Pero si así fuera, tendría que incendiar la tierra y todas las cosas que hay sobre ella. El caso es que vemos que desciende su apariencia, pero no el sol en sí mismo. Quédese esto así apuntado.

Hablemos ahora de las salidas y las puestas y de lo relacionado con esto, advirtiendo de antemano lo ya sabido: que quien investiga sobre las cosas no manifiestas, si advierte varios modos posibles de su explicación, es arriesgado que se pronuncie a favor de uno solo. Tal cosa es más propia de un adivino que de un hombre sabio. Sin embargo, exponer todas las posibilidades, por un lado, pero decir que esto es más convincente que esto otro, resulta un proceder correcto.

Parece ser, por tanto, que el sol es un círculo de brasas ardientes y extraordinariamente ligero, que es sostenido en vilo por los aires y funciona como una fuente, por un lado, de fuego que de él emana y, por otro, del que confluye de su entorno en agregados de partículas mínimas de muy variada composición. De modo que es suficiente para el universo.

 

… Todos los seres humanos…, cobraron esperanzas… sin remedio. Porque, en efecto, si a ellos les llegan imágenes claras, pero no pueden descubrir cómo éstas se originan, se ven abrumados por las dudas, y entonces les surge la creencia [en la existencia de un dios creador].

Acusan de ateos a quienes son más piadosos.

Y sin embargo, es evidente que no negamos a los dioses nosotros, sino otros. Así, por ejemplo, Diágoras de Melos, que tiene algunos otros seguidores, afirmó en público que no existen dioses, polemizando a fondo con los que piensan de otro modo. Y Protágoras de Abdera sostuvo de hecho la misma opinión que Diágoras, pero lo hizo usando otras expresiones, con la intención de evitar la excesiva audacia de éste. De modo que afirmó que no sabía si los dioses existían. Eso es lo mismo que decir que sabe que no existen. El caso es que, si hubiera afirmado en su original dictamen: “No sé, en efecto, que no existen”, acaso habría tenido un cierto disimulo para parecer que no excluía contundentemente a los dioses. Pero dijo “que ellos existan”, y no lo de “que no existan”, haciendo lo mismo exactamente que Diágoras, quien no dejó nunca de afirmar eso de que sabía que no existían. Por lo tanto, como digo, en realidad entonces Protágoras sostenía la misma opinión que Diágoras.

...Haciendo montar a Triptólemo en un carro y sometiéndole a los más penosos trabajos… Porque, desde luego, al honrar a Zeus Supremo y a Deméter como dioses consideramos que no tratan a los hombres como esclavos, sino como amigos.

No pensemos que los dioses son jueces de los injustos y perversos y de los buenos y justos. De lo contrario surgirán en nuestras almas las mayores perturbaciones.

Vamos, pues, a contradecir a Homero, quien sobre ellos (los dioses) cuenta chismorreos de todo tipo, presentando a algunos como adúlteros, a otros cojos, a otros ladrones, o incluso a algunos heridos con lanza por los mortales, además de que invita a los artistas a representarlos de modo indecente. Hay estatuas de dioses que disparan flechas y que los muestran manejando un arco, y es así como aparece Heracles según Homero; otros llevan una escolta de fieras, otros se encolerizan con los que son afortunados, como hace Némesis las más veces. Por el contrario, conviene hacer estatuas de dioses alegres y sonrientes, para que en su compañía sonriamos en vez de sentirnos amedrentados.

¿Qué, pues, amigos? Rindamos culto dignamente a los dioses, tanto en las fiestas como en los ritos particulares, tanto en público como en privado, y conservemos respecto a ellos las costumbres tradicionales y que los “Inmortales” no sean calumniados en nada por nosotros, temerosos de tener la culpa de todas nuestras desgracias, como si nos enviaran padecimientos y se causaran a sí mismos pesadas obligaciones a cuenta nuestra. Es más, invoquémoslos por su nombre.

Es imposible que desde su origen tuviera necesidad (cualquier dios) de una ciudad y de ciudadanos.

Además, sería ridículo que, siendo un dios, ansiara tener a seres humanos como ciudadanos. Y añado lo siguiente: que si el “demiurgo” modeló el mundo como un tipo de morada y ciudad para sí mismo, me pregunto dónde vivía antes del mundo. No encuentro respuesta en el argumento de los que opinan que desde siempre existe este único mundo. Porque durante ese tiempo infinito, según las apariencias, estuvo sin ciudad y sin casa el dios de ésos, y, como un hombre desdichado, no digo ya un dios, sin tener ciudad ni conciudadanos vagabundeaba solitario en la nada. De modo que si se piensa que la naturaleza divina ha creado con vistas a sí misma las cosas del mundo, todo deriva en lo absurdo. Y si lo hizo para los seres humanos, surgen otras derivaciones aún más absurdas.

Dividamos el argumento en dos: respecto al mundo y respecto a los humanos. Y tratemos, en primer lugar, del universo. Si todas las cosas resultan estar bien dispuestas a favor de los humanos en su conjunto y no hay nada  que reprochar, vamos a admitir que fueron creadas así por la divinidad. Pero hay que ver antes…

El mar abarca excesivas regiones del mundo, haciendo de la tierra habitada una especie de península y ésta anda colmada de males. Y sobre todos ellos está que su agua no sea potable, sino salada y amarga, como si lo hubiera preparado la divinidad a propósito para que los humanos no puedan beberla. Además, el mar llamado “Muerto”, y que verdaderamente está muerto, pues ni siquiera se puede navegar, llega incluso a estropear parte de la tierra a los hombres que pueblan sus riberas. Ya que los perjudica al desbordarse con violencia en gran extensión y después de desparramarse se retira, como para impedir que trabajen sus campos con el arado.

Así van las cosas, pues, del mundo. Con que veamos ahora las vidas de los seres humanos por sí mismos, si es que se muestran ordenadas por la providencia divina.

Comencemos por este punto: ¡Hermoso animal, amigos, es el ser humano, racional y previsor del futuro, y capaz de vivir felizmente si mantiene una virtud propia y buenas disposiciones para ella! Pero ¿y si acaso este animal no posee inteligencia ni noble virtud, como afirman los que sostienen esa opinión, los estoicos, y la más tremenda insensatez los oprime a todos? (Según los estoicos la gran mayoría de los humanos son insensatos y necios; sólo el sabio, al margen de las masas necias, encuentra el camino de la felicidad).

Ya basta de esto, porque no es necesario seguir hablando de los males que acechan en ocultas emboscadas, pero no penséis por ello que ignoramos en cuántas desdichas se entrampan algunos a causa de la ambigüedad habitual de los oráculos y sus intrincados manejos. ¿Acaso tenemos la ocasión adecuada para evocar precisamente en este momento cuán grandes desastres sufrieron los lacedemonios [por atender al oráculo de Delfos sobre Arcadia?]

En esa ocasión el filósofo de la naturaleza (es decir, el physikós) echó mano a las palabras de un dialéctico, practicando el arte de interpretar los sueños y dándoles crédito por entero… Antifonte, dice, pronosticó al ser preguntado por un corredor que iba a competir en las Olimpiadas, que no llegaría el primero. Pues ése, dice, le refirió que había creído ver en sueños que lo perseguía un águila. Al preguntarle por ello a Antifonte … (éste le dijo que no ganaría). (La anécdota la cuenta Cicerón (De divinatione, II, 70 -144): “Le contó a un intérprete que había soñado que se había convertido en águila. El intérprete le dijo: “Tú eres el vencedor, porque ningún pájaro vuela más rápido que el águila”.

Este corredor también consultó a Antifonte –Simplón- dijo éste, “¿no ves que te han vencido? Porque ese pájaro siempre persigue y empuja a otros pájaros delante de él y él siempre es el último”.

Y dice Cicerón: “Además, ¿no es cierto que las conjeturas de los intérpretes de sueños dan testimonio de la sagacidad de sus autores más que de una prueba de una relación entre los sueños y las leyes de la naturaleza? “.

(Epicuro. Obras. Introducción de Carlos García Gual. Traducción de José Marchena. Edit. Biblioteca Gredos.)

 

   Segovia, 15 de febrero de 2025

            Juan Barquilla Cadenas.