SÉNECA: “SOBRE LA BREVEDAD DE LA VIDA”: PASAJES DE LA OBRA.
1. BIOGRAFÍA DE SÉNECA
Lucio Anneo Séneca nace en Córdoba, la capital de la Bética, en Hispania, hacia el 4 a. de C., en el seno de una rica familia perteneciente al “orden ecuestre”.
El padre, Lucio Anneo Séneca ( 55 a. de C. – 37/41 d. de C.) – llamado el Rétor, o el Viejo, para distinguirlo del hijo –pasó largos períodos de su vida en Roma, donde frecuentó los círculos literarios, de retóricos y declamadores, siendo él mismo un destacado maestro de retórica; la madre, Helvia, pertenecía a una familia provincial de elevado rango; el hermano mayor, Lucio Anneo Novato, fue adoptado por el senador Lucio Junio Galión, del que tomó su nombre, y llegó a ser procónsul en Acaya bajo el principado de Claudio y aparece en el Nuevo Testamento como presidente del tribunal ante el cual los judíos de Corinto acusan a Pablo de Tarso (Hechos 18, 12); su hermano menor, Lucio Anneo Mela, un hábil financiero, es padre del poeta Marco Anneo Lucano, autor de la “Farsalia”, sobrino, por tanto, de Séneca.
En Roma, a donde llegó siendo todavía un niño, Séneca recibió una educación esmerada, con el estudio de la filosofía como disciplina fundamental.
Sus maestros de juventud fueron, por un lado, dos filósofos de la escuela ecléctica de los Sextios: el neopitagórico Soción de Alejandría, que prescribía una dieta estrictamente vegetariana, hasta el punto de que el joven Séneca renuncia durante un año al consumo de carne, y Papirio Fabiano, de tendencia más estoica, un declamador admirado por sus “dulces sententiae”, sus ataques a la perversidad de la época, sus abundantes descripciones de los paisajes del campo y de la ciudad y de las costumbres nacionales; de la escuela de los Sextios aprende la práctica diaria del examen de conciencia y la preocupación por la ciencia de la naturaleza que hará que pronto el interés científico sea un rasgo fundamental de la obra senecana.
Pero no menos importancia en su etapa de formación juvenil tuvo el estoico Átalo, cuyas enseñanzas dejaron a Séneca una honda huella, apreciable, sobre todo, en un rígido rigorismo moral y en una severa práctica de la vida ascética.
El ascetismo y las renuncias acabaron por minar su salud, por lo que Séneca, para fortalecer su físico, decide dejar a un lado los severos estudios filosóficos y realizar un viaje a Egipto en busca de un clima más seco.
Allí se establece con su tía materna, casada con Gayo Galerio, legado de Sejano (Prefecto del pretorio del emperador Tiberio) y prefecto de Egipto desde el 16 hasta el 31 d. de C.
Cuando Sejano fue eliminado, Séneca emprendió el viaje de vuelta a Roma con su tío, un viaje muy accidentado, pues la nave naufragó y su tío pereció en el mar.
Ya en Roma, dio inicio a su carrera política y se entregó a los estudios de retórica, en los que pronto dio muestras de notable talento.
La elevada condición social, la riqueza, las influencias familiares y la habilidad retórica le abrieron las puertas a la corte imperial, entrando, hasta el 32 d. de C., al servicio del Estado como “cuestor”, representante del emperador en el Senado. Dentro de esta misma función política pasa a “tribuno de la plebe” (37 -38 d. de C.) o defensor de los derechos del pueblo.
Sus brillantes actuaciones en el Senado como orador y el éxito de sus escritos filosóficos y científicos en los círculos de Roma en la corte despertaron, al parecer, la envidia del megalómano Calígula, quien le ordenó suicidarse el año 39; pero, merced a la mediación de una de las favoritas del emperador, que le persuadió de que Séneca no iba a vivir mucho tiempo, dada su precaria salud, el tirano revocó la pena de muerte.
Es probable que tras esta noticia haya un trasfondo político, pues precisamente en el año 39 Calígula desbarató una conjura de Agripina y Livila, sus hermanas, muy próximas a Séneca, que fueron condenadas al exilio.
Durante el reinado de Calígula, Séneca perdió a su padre, se casó con la bella e inteligente Pompeya Paulina y tuvo un hijo con ella que perdió muy pronto.
Con el sucesor de Calígula, Claudio, la situación empeoró para Séneca. En el año 41 d. de C., acusado por Mesalina de adulterio con Julia Livila, hermana del difunto Calígula, Séneca fue procesado en el Senado y condenado a muerte, aunque, a petición de Claudio, le fue conmutada la pena capital por el destierro a la isla de Córcega, un duro exilio que se prolongó ocho años, desde el año 41 hasta el 49 d. de C.
Séneca imploró la intercesión ante el emperador de Polibio, un influyente liberto (la “Consolación a Polibio”), pero no tuvo éxito.
Probablemente había un trasfondo político basado en la rivalidad entre la camarilla de las hermanas de Calígula y el círculo de Mesalina. Es probable que Séneca cayera en los lazos de la licenciosa Julia y se atrajo con ello las iras de Mesalina, cuya denuncia le costó ocho años de destierro.
En el 48 d. de C. Mesalina fue asesinada, y el puesto al lado del emperador (Claudio) fue ocupado por la astuta y ambiciosa Agripina la Menor, que pronto se puso a instigar para que su hijo Lucio Domicio Ahenobarbo, el futuro Nerón, fuera elegido como sucesor de Claudio. A tal fin, para granjearse el favor de los admiradores de Séneca, cuyos escritos filosóficos tenían gran aceptación entre los círculos intelectuales de Roma, la emperatriz obtuvo del emperador la revocación de su exilio.
Llamado a Roma, fue nombrado preceptor del joven príncipe y en el año 50 d. de C. empezó a ejercer la “pretura”. Se rodeó de muchos amigos, entre ellos el prefecto de la guardia pretoriana, Sexto Afranio Burro.
En el año 54 d. de C., tras la muerte de Claudio (según la mayoría de las fuentes históricas, envenenado por la propia Agripina), Séneca y Burro pasaron a ocupar el primer plano en la corte, como consejeros y ministros de mayor peso del joven emperador Nerón, hasta el punto de que Séneca redactó el discurso fúnebre leído por Nerón; recibió los títulos de amicus principis y senator consularis, y después de haber sido consul suffectus en el 56 d.de C., obtuvo el “consulado”.
Durante los ocho años siguientes, Séneca y Burro gobernaron de facto el Imperio romano, uno de los períodos de “mejor y más justo gobierno de toda la época imperial”, en palabras del propio emperador Trajano.
Su política, modesta pero eficiente, se basó en todo momento en refrenar los excesos del joven Nerón y evitar que Agripina concentrara en sus manos gran parte del poder real.
Así, mientras Nerón se dedicaba, siguiendo las instrucciones de Séneca, a un ocio moralmente “aceptable”, Séneca y Burro, como validos, promovieron una serie de reformas legales y financieras, como la reducción de impuestos indirectos; persiguieron la concusión, esto es, la corrupción de los gobernadores provinciales; llevaron a cabo una guerra exitosa en Armenia, convertida en protectorado romano y salvaguarda de la frontera oriental del Imperio; se enviaron a instancias de Séneca, expediciones para dar con las fuentes del Nilo, etc.
Sin embargo, tras unos comienzos prometedores de buen gobierno bajo la benigna influencia del preceptor, pronto se hizo evidente la verdadera naturaleza, cruel y sanguinaria de Nerón, con los asesinatos, primero en el 55, de su hermano Británico, el hijo de Claudio y Mesalina, de tan sólo 13 años, y luego, en el 59, de la misma madre del emperador (Nerón), Agripina.
Y si en el primero de los asesinatos, Séneca y Burro no hicieron nada por impedirlo, en el matricidio, según testimonia Tácito, tuvieron parte de culpa.
La opinión pública empieza por entonces a criticarlo como cómplice de Nerón y sus enemigos desencadenan una campaña de desprestigio que le acusa de extravagancias en sus banquetes, de hipocresía y adulación al emperador, de usura y sobre todo de excesivas riquezas acumuladas en aquellos años, en contradicción con sus repetidas alabanzas a la pobreza y desprendimiento de las cosas, conforme a la doctrina estoica.
El apoyo de los hombres de cultura que habían respaldado la política de Nerón en los primeros años de su principado se torna ahora en abierta hostilidad, pues su ideal republicano dista mucho de despotismo de tipo oriental claramente adoptado por el príncipe.
Nerón no podía tolerar tal cambio de actitud: Burro murió, probablemente envenenado, en el 62 d. de C. ; Séneca, comprendiendo que su hora había pasado, desilusionado, solicitó muchas veces licencia para retirarse de la vida pública y hasta dejó al emperador todos sus bienes, y aunque Nerón no le concedió su permiso, y sí le dio garantías de seguridad, Séneca, no obstante, desde el año 62 vivió, de hecho, retirado de la corte y refugiado en los estudios filosóficos en la soledad de su finca en los alrededores de Roma.
Es el período más productivo de su creación, en el que Séneca – tal como en otro tiempo Cicerón al final de su vida – compone un “corpus” completo de escritos protrépticos (de exhortación a la filosofía).
En abril del año 65 d. de C. fue descubierta la conjura de los Pisones, así llamada porque la encabezó Gayo Calpurnio Pisón, mecenas y protector de las letras.
Aunque la participación activa del filósofo en la conjura hay que descartarla, sin embargo, su figura era simbólica, hasta el punto de que los conjurados iban proclamando que, una vez asesinado Nerón, quien debía ser proclamado emperador era Séneca, no Pisón.
Fracasada la conjura, Séneca, denunciado por sus enemigos, fue comninado por Nerón a quitarse la vida (tal como sus hermanos y su sobrino).
El filósofo se abrió las venas en el baño, rodeado de familiares y amigos, y murió, desangrado junto a su esposa Pompeya Paulina, mientras dictaba sus últimos pensamientos a un escriba.
Tácito relata, con admiración, la serenidad y fortaleza, propias de un verdadero estoico, con que Séneca afrontó los últimos instantes de su vida, en la estela de Sócrates.
(Séneca. Sobre la firmeza del sabio. Sobre el ocio. Sobre la tranquilidad del alma. Sobre la brevedad de la vida. Introducción, traducción y notas de Fernando Navarro Antolín. Alianza Editorial. Madrid 20142).
2. SOBRE LA BREVEDAD DE LA VIDA: PASAJES DE LA OBRA
El diálogo de Séneca “Sobre la brevedad de la vida” está dedicado a Pompeyo Paulino, entonces prefecto de la “annona” (encargado de la provisión y reparto de trigo entre los ciudadanos romanos más necesitados), cargo que desempeñó desde el 48 al 55 d.de C.
Se trata de un “protréptico”, es decir, de una exhortación al estudio de la filosofía.
Escrito después del destierro, Séneca, desencantado, recomienda sin rodeos, el retiro, el repliegue sobre sí mismo, la interiorización intelectual.
Séneca reflexiona sobre el mal uso que el hombre hace del tiempo, cómo desperdicia una parte considerable de la vida y se lamenta, luego, de su brevedad; cuando, al final, llega el término de la existencia, se da cuenta de que realmente sólo ha vivido unos pocos días.
Séneca desarrolla una crítica frontal contra aquellos que, por una ambición desmedida, se afanan día y noche, en actividades que él considera inútiles.
Paralelamente a la crítica de los “negotia” desarrolla asimismo la crítica de una concepción errónea del “otium”, que muchos entienden sobre todo como cultivo del cuerpo y disfrute de los placeres de la mesa.
Sólo hay un remedio, y consiste en la contemplación filosófica, que es capaz de situar al sabio más allá del tiempo.
Séneca toma, renovándola con Epicuro, la doctrina estoica del tiempo, postulando uno a salvo del azar y de la acción, que va del pasado al futuro por encima de los angostos límites del presente: es el “tiempo del sabio”, en palabras de Bertini, que, al incluir los tres, le permite vivir una vida verdaderamente larga y fructífera. Sólo el sabio, no el atareado, conoce la verdadera tranquilidad, la verdadera vida.
Paulino, por tanto, hará bien en dejar a un lado los afanes ligados a su cargo para dedicarse por entero al estudio y al cultivo de la sabiduría; de este modo, logrará aprender el arte de vivir y de morir.
El diálogo “Sobre la brevedad de la vida” se inicia con una queja universal, común a todos los hombres, sean ignorantes o sabios: la vida es breve. Pero realmente no es breve; la hacemos breve, esclavos de nuestras pasiones. Malgastamos nuestra vida; los que viven muchos años no viven mucho. El hombre muy atareado no disfruta del presente ni del pasado, y el futuro, esto es, la muerte, les aterra, porque les recuerda que han malgastado sus vidas.
El atareado se vuelca en tareas ajenas y erudiciones estériles. Sólo el sabio disfruta del presente, recuerda el pasado y previene el futuro.
Hay que retirarse de la vida pública, cuyas vanas ocupaciones acortan la vida y consagrarse al estudio y a la filosofía.
2.1 Exordio. Enunciado del tema: “La vida es breve”.
“La mayoría de los mortales, Paulino, se queja de la mezquindad de la naturaleza, de que nacemos para una corta vida, porque estos lapsos de tiempo que nos concede discurren raudos, tan veloces, que, salvo a muy pocos, a los demás la vida los abandona cuando aún se están preparando para la vida. Y no sólo la plebe y el vulgo ignorante se han lamentado de este mal, en su opinión, universal: este sentimiento ha provocado también las quejas de varones ilustres. De ahí nace aquella exclamación del más grande de los médicos (Hipócrates): “La vida es breve, larga la ciencia”.
De ahí nace el pleito, muy poco apropiado en un hombre sabio, de Aristóteles, mientras discute con la Naturaleza: “Ha otorgado a los animales tanta vida como para que sobrevivan cinco o seis vidas humanas; para el hombre, nacido para tantas y tan grandes empresas, está fijado un límite mucho más corto”.
La vida es suficientemente larga y se nos ha dado con largueza para la realización de las más grandes empresas, con tal de que toda ella se emplee bien; pero cuando se disipó entre lujos e incurias, cuando no se invirtió en nada bueno, al cabo, cuando la suprema necesidad aprieta, sin haber reparado nunca en que pasaba, nos damos cuenta de que se nos ha ido.
.. Tal como las riquezas inmensas y regias, cuando fueron a parar a un mal dueño, al instante se desvanecen y, en cambio, aunque sean escasas, si fueron confiadas a un buen administrador, se acrecientan con su mismo uso, así también nuestra vida resulta muy dilatada para quien se la organiza bien.
2.2 La locura humana: cómo malgastamos nuestras vidas.
¿Por qué nos quejamos de la naturaleza? Ella se comporta con generosidad: la vida, si la sabes aprovechar, es larga. Pero a uno lo domina la avaricia insaciable, a otro un celo excesivo empeñado en tareas inútiles; otro se empapa en vino; otro languidece en la indolencia (vagancia); a éste le fatiga la ambición, siempre pendiente de las opiniones ajenas; a aquél un desenfrenado afán por el comercio lo lleva, con la esperanza de lucro, por todas las tierras, por todos los mares; a algunos los atormenta la pasión por la guerra, siempre atentos a los peligros ajenos o angustiados por los suyos propios; los hay a quienes consume, en una esclavitud voluntaria, el agasajo sin provecho de sus superiores (clientelismo); a muchos los mantuvo ocupados la envidia de la fortuna ajena o la queja por la propia; a los más, que no persiguen nada concreto, una ligereza errática, inconstante y descontenta consigo misma los fue arrojando de un nuevo propósito a otro; a algunos no les gusta nada adónde puedan enderezar su rumbo, sino que la muerte les sorprende aletargados y bostezando, hasta el punto de que no dudo de la verdad proclamada, a modo de oráculo, por el más grande de los poetas: “La parte de la vida en la que vivimos es corta”; pues, en realidad, no toda la existencia es vida, sino tiempo.
En todas partes los asaltan y cercan los vicios y no les dejan erguirse ni alzar la mirada para contemplar la verdad, sino que, una vez sumidos y fijos en las pasiones, los mantienen abatidos. Nunca se les permite retornar a su verdadero ser; si alguna vez el azar les concede un descanso, tal como el profundo mar en el que, tras el vendaval, hay oleaje, siguen agitados y nunca tienen reposo tras sus pasiones.
¿Crees que hablo de esos cuyas desgracias son manifiestas? Mira a aquellos a cuya felicidad acude corriendo la gente: se ahogan en sus propios bienes. ¡A cuántos sus riquezas les resulta una pesada carga! ¡A cuántos su elocuencia y la preocupación diaria por hacer alarde de su talento les hace vomitar sangre! ¡Cuántos están pálidos por causa de los continuos placeres! ¡A cuántos una masa de “clientes” le rodea sin dejarle un solo instante de libertad!
.. Además, no hay nada más extravagante que la indignación de algunos: se quejan del desdén de sus patronos, porque, cuando querían visitarlos nunca han tenido tiempo para ellos.
¿Se atreve a quejarse de la altanería de otro uno que nunca tiene tiempo para sí mismo?
2.3 Consideraciones acerca del tiempo.
Aunque todos los talentos que alguna vez brillaron estuvieran de acuerdo sólo en esto, nunca se maravillarían de esta ceguera de las mentes humanas.
Nadie se deja usurpar sus tierras y a la más pequeña discusión sobre la medida de las lindes, acuden corriendo a las piedras y a las armas: (Pero) dejan que otros invadan sus vidas, más aún, ellos mismos introducen en ellas a sus futuros propietarios.
No hallamos a nadie que quiera compartir su dinero: (Pero) ¡entre cuántos distribuye cada uno su vida!
Son parcos a la hora de conservar su patrimonio: (Pero) tan pronto llegó la ocasión de perder el tiempo, son muy derrochadores de su tiempo, única cosa en la que ser avaricioso es una virtud.
Me gustaría, pues, agarrar a alguno de entre los muchos ancianos y decirle: “Vemos que has llegado al final de la vida humana; cien o más años pesan sobre ti: vamos, repasa tu vida y haz cuentas. Calcula cuánto de ese tiempo te arrebató un acreedor, cuánto tu amante, cuánto tu “patrono”, cuánto un “cliente”, cuánto las discusiones con tu mujer, cuánto el castigo de tus esclavos, cuánto tus idas y venidas por la ciudad para cumplir con tus deberes. Añade las enfermedades que tú mismo provocaste; añade también el tiempo que pasó sin provecho: verás que tienes menos años que los que calculas.
Trata de recordar cuándo has sido firme en tu propósito, cuántos días transcurrieron tal como habías proyectado, cuándo disfrutaste de ti mismo, cuándo tu rostro ha estado relajado, cuándo tu espíritu fue intrépido, qué obra has realizado en tan larga existencia, cuántas personas han saqueado tu vida sin que tú te dieras cuenta de lo que perdías, cuánto tiempo te ha arrebatado el vano dolor, la necia alegría, la ávida codicia, la placentera conversación, y cuán poco te han dejado de tu tiempo para ti; entonces comprenderás que tu muerte es prematura.”
¿Cuál es, pues, la causa de todo esto? Vivís como si fuerais a vivir eternamente, jamás os acordáis de vuestra fragilidad, nunca reparáis en cuánto tiempo se os ha ido ya; lo malgastáis como si fluyera de un caudal pleno y abundante, cuando, al mismo tiempo, tal vez aquel mismo día que regaláis a algún hombre o negocio, puede ser vuestro último día.
Todo lo teméis como mortales, todo lo deseáis como inmortales. Oirás decir a muchos: “con cincuenta años me retiraré a descansar”, “los sesenta años me jubilarán de mis ocupaciones”.
Y por último: ¿Quién te garantiza una vida más larga? ¿Quién permitirá que las cosas salgan como tú dispones? ¿No te da vergüenza reservar para ti las sobras de tu vida y destinar a la bondad del alma sólo aquel tiempo que no se puede emplear en nada?
¡Qué tarde es empezar a vivir en el momento mismo en que hay que dejar de hacerlo!
2.4 Tres ejemplos: Augusto, Cicerón y Druso.
A los más poderosos y encumbrados hombres –vas a verlo – se les escapan palabras en las que anhelan el ocio, lo ensalzan, y lo prefieren a todos sus bienes.
El divino Augusto, a quien los dioses favorecieron más que a ningún otro mortal, no cesó de suplicar descanso para él y de pedir su dimisión de las tareas de gobierno.
Todas sus conversaciones iban siempre a parar al mismo asunto: que esperaba el descanso. Distraía sus trabajos con este consuelo, aunque falso, al menos dulce: “Algún día viviré para mí”…
El ocio le parecía una cosa tan deseable que, ya que no podía disfrutarlo en la práctica, lo anticipaba con el pensamiento. Él, que veía que todo dependía únicamente de él, que daba prosperidad a hombres y naciones, pensaba contentísimo en el día en que se despojaría de su grandeza…
Marco Cicerón, zarandeado entre los Catilinas y los Clodios, los Pompeyos y los Crasos, enemigos declarados los unos, amigos dudosos los otros, mientras zozobra a la par que la República y la sujeta en tanto que se va a pique, engullido, al final, él, que ni es pasivo en la prosperidad ni paciente en la adversidad, ¡cuántas veces maldice aquel famoso consulado suyo, elogiado no sin razón, pero sin moderación!
¡Qué lastimeras palabras profiere en una carta a Ático, cuando ya derrotado Pompeyo, el padre, su hijo aún trataba de rehacer en Hispania el maltrecho ejército! “¿Me preguntas –dice – qué hago aquí? Resido en mi Tusculano, semilibre”.
Añade a continuación otras palabras, en las que deplora el pasado, se lamenta del presente y desconfía del futuro…
Livio Druso, hombre impetuoso y enérgico, después de haber promovido leyes revolucionarias y provocado disturbios al estilo de los Gracos, apoyado por un enorme gentío de Italia entera, no viendo claro una salida para una política que ni le era posible llevar a cabo ni era ya libre de abandonar una vez emprendida, maldijo –dicen- su vida, ajetreada desde sus comienzos, afirmando que era el único que no había tenido nunca, ni siquiera de niño un día de descanso.
En efecto, siendo aún menor de edad y vistiendo la “(toga) praetexta”, tuvo la osadía de recomendar unos reos a los jueces y de ejercer su influencia en el Foro, con tanta eficacia, de hecho, que hay constancia de que algunos veredictos fueron inducidos por él.
Podías tener la certeza de que una audacia tan precoz degeneraría en un enorme desastre, tanto particular como público. Tarde, pues, se quejaba de no haber tenido ningún día de descanso, quien desde niño había sido un agitador y alguien de peso en el Foro.
Se discute si se suicidó, pues se desplomó de repente al recibir una herida en la ingle, y hay quien duda de si su muerte fue voluntaria, nadie de si fue oportuna.
Sería superfluo recordar a los muchos que, aun cuando a los demás les parecían muy felices, dieron un auténtico testimonio contra sí mismos, abominando de cualquier acto de sus vidas…
2.5 El arte de vivir.
Ahora bien, en primer lugar cuento a aquellos que no tienen tiempo para nada más que para el vino y la lascivia; pues no hay nadie que esté ocupado en nada más infame. Los demás, aunque seducidos por la vana ilusión de una falsa gloria, conservan, no obstante, cierta dignidad en sus extravíos; puedes nombrarme a los avaros, a los iracundos, a los que promueven odios o guerras injustas: todos esos pecan con más hombría; la lacra de quienes se abandonan al vientre y a la lujuria es infamante…
En fin, todo el mundo está de acuerdo en que un hombre demasiado ocupado no puede hacer nada bien, ni la elocuencia, ni las artes liberales, ya que su espíritu distraído no capta nada muy profundamente, sino que lo vomita todo como si hubiera sido inculcado.
Nada es menos propio del hombre ocupado que vivir la vida; nada es más difícil de saber… a vivir hay que aprender toda la vida y, cosa que quizás te extrañe más, toda la vida hay que aprender a morir.
Tantos grandísimos hombres ilustres, habiendo dejado todos los impedimentos y renunciado a las riquezas, cargos y placeres, hasta el final de sus vidas sólo se ocuparon de una cosa: saber vivir; no obstante, la mayoría de ellos se fueron de este mundo confesando que aún no sabían: cuánto menos sabrán los otros (los atareados).
Créeme, es propio del hombre eminente y que está por encima de los extravíos humanos no dejar que le escatimen nada de su tiempo, y por ello su vida es muy larga, porque todo lo que se prolongó lo dedicó entero a sí mismo.
.. Por eso él tuvo tiempo suficiente; a aquéllos, en cambio, de cuyas vidas la gente se llevó mucho tiempo, necesariamente les faltó. Y no hay razón para que pienses que ellos no son a veces conscientes de su pérdida. Ten por seguro que a la mayoría de esos a los que abruma una gran prosperidad, rodeados de tropeles de “clientes”, en medio de la defensa de algún pleito, o durante otras honrosas tribulaciones, los oirás exclamar de vez en cuando: “¡No me dejan vivir!”
Todos esos que te reclaman para sí te distraen de ti mismo… Todo el mundo vive deprisa y angustiado, entre el ansia del futuro y el hastío del presente. Por el contrario, aquél que consagra todo su tiempo a su propio provecho, y organiza todos sus días como si fuera una vida entera, ni desea ni teme el mañana.
2.6 El valor del tiempo.
Me asombra siempre que veo a uno demandando a otro su tiempo, y al demandado muy dispuesto a concederlo.
Ambos consideran el asunto por el cual se pidió el tiempo, ninguno el tiempo en sí.
Juegan con la cosa más valiosa de todas.
Pero les pasa inadvertido, porque es algo incorpóreo e imperceptible a la vista; por ello lo estiman tan poco, o mejor, no se le da prácticamente ningún valor.. nadie valora el tiempo; lo despilfarran como si fuera gratuito. Pero a esos mismos hombres los verás, si está muy próximo el peligro de muerte, abrazándose a las rodillas de los médicos, si temen una pena de muerte, dispuestos a desembolsar todos sus bienes para vivir: tan grande es en ellos la contradicción de sus sentimientos.
Y si se pudiera, del mismo modo que los años pasados de cada cual, ponerles a la vista el número de los futuros, ¡cómo temblarían los que vieran que les quedaban pocos! ¡cómo los economizarían! Pues bien, es fácil administrar lo que es fijo, por más que sea escaso; pero hay que conservar con más esmero lo que no sabes cuánto faltará.
… Nadie te restituirá tus años, nadie te devolverá de nuevo a ti mismo. La vida seguirá por donde empezó, sin volverse atrás, y sin detener su marcha.
.. Tú estás ocupado, la vida corre veloz; la muerte, entretanto, llegará, para la cual, quieras o no, debes tener tiempo.
… Por otra parte, el mayor despilfarro de vida es la dilación: agota cada día como si fuera el primero, arrebata el presente mientras promete el porvenir.
El mayor impedimento de la vida es la expectativa, que depende del mañana, y desperdicia el día de hoy.
Dispones de lo que está puesto en manos de la Fortuna, desechas lo que está en las tuyas.
.. Todo lo que ha de venir es incierto: vive al día.
. Así pues, contra la fugacidad del tiempo hay que combatir con la celeridad en su empleo, y hay que consumirlo aprisa como si bebieras de un torrente rápido y que no va correr siempre.
. (A los ocupados) sus almas, todavía infantiles, las toma por sorpresa la vejez, a la cual llegan sin preparación y desarmados. Pues nada tenían previsto: de repente y sin pensarlo cayeron en ella, sin advertir que día a día se iba acercando.
Del mismo modo que una conversación, una lectura, o cualquier meditación profunda entretiene el camino del viajero, y antes de que se den cuenta de que están llegando, ya han llegado; así, este viaje de la vida, constante y rapidísimo, que despiertos o dormidos, hacemos al mismo paso, a los ocupados no se les hace evidente más que a su término.
2.7 El tiempo estoico: división tripartita.
Si quisiera distribuir ni tema en partes y argumentos, se me ocurren muchos con los que demostrar que la vida de los ocupados es la más corta…
Ahora bien, para poder reprocharle a los ocupados su peculiar extravío, no basta con deplorarlo, hay que enseñarles.
La vida se divide en tres etapas: la que ha sido, la que es, la que será.
De estas tres, la que estamos viviendo es corta; la que viviremos, incierta; la que hemos vivido, cierta.
Esta última, pues, es la etapa sobre la que el azar ha perdido su dominio y no puede ser sometida de nuevo al dominio de nadie; ésta es la que pierden los ocupados, pues no tienen tiempo para echar una mirada atrás al pasado, y cuando lo tienen, les resulta desagradable el recuerdo de cosas de las que se arrepienten.
Pues aquel que con ambición codició muchas cosas, despreció con soberbia, fue tiránico en la victoria, engañó con malas artes, rapiñó con avaricia, malversó con despilfarro, es inevitable que tema sus recuerdos.
Ahora bien, ésta es la parte de nuestra vida que es sacrosanta, que se ha situado por encima de todas las contingencias humanas, que se ha sustraído al alcance de la tiranía de la fortuna, a la que ni la pobreza, ni el miedo ni el azote de las enfermedades pueden afligir; ésta no puede ser perturbada ni arrebatada: su posesión es perpetua y libre de temores.
.. Propio de una mente tranquila y sosegada es discurrir por todas las etapas de su vida; en cambio, los espíritus de los ocupados, como si estuvieran bajo un yugo, no pueden volverse y mirar hacia atrás.
El presente es un tiempo muy breve, tan breve que a algunos les parece inexistente; pues está siempre en curso, fluye y se precipita; desaparece antes de llegar, y no admite más demora que el mundo o los astros, cuyo incesante y siempre inquieto movimiento nunca les permite permanecer en la misma posición.
A los ocupados, por tanto, sólo les importa el tiempo presente, que es tan breve que no se puede atrapar, y se les escapa por entre los dedos mientras están distraídos en mil asuntos.
2.8 Aferrarse a la vida.
¿Quieres saber, en fin, cuán poco tiempo viven? Observa cuán largo tiempo desean vivir. Viejos decrépitos mendigan a los dioses unos pocos años más; se fingen más jóvenes; se halagan con este embuste y se engañan a sí mismos tan a gusto como si al mismo tiempo burlaran al destino. Pero apenas algún achaque les advirtió de su condición mortal, ¡con qué espanto mueren, no como si salieran de la vida, sino como si los arrancaran de ella!
Claman a gritos sin necesidad por no haber vivido y prometen que, si escapan de esa enfermedad, vivirán en el ocio (sin hacer nada). Entonces comprenden cuán inútilmente acapararon bienes que no gozaban, y cuán baldío ha resultado todo su esfuerzo.
Por el contrari0o, a quienes viven apartados de todo negocio, ¿cómo no va a resultarles larga la vida? Nada se recorta de ella, nada se dispersa por aquí y por allí, nada de ella se confía al azar, nada se pierde en negligencia, nada se sustrae por prodigalidad, nada es sin provecho.
Y así por corta que sea, es más que suficiente, y por eso, cuando llegue el último día, el sabio no vacilará en marchar hacia la muerte con paso firme.
2.9 Pereza atareada, perezosa tarea.
¿Te preguntas, quizás, a qué personas llamo ocupados?
No hay razón para que pienses que estoy hablando sólo de aquellos a los que hay que acabar azuzando los perros para desalojarlos de la basílica; o de aquellos a quienes ves aplastados, bien por la masa aduladora de sus “clientes”, bien por la masa desdeñosa de los “clientes” de otro, o de aquellos a quienes sacan de su casa las obligaciones para ir a establecerse contra las puertas de la ajena; o de aquellos a quienes la lanza del pretor mantiene ocupados por causa de un lucro infame y que supurará algún día.
Hay personas para quienes el ocio es trabajo. En su villa o en su lecho, en medio de la soledad, aunque se hayan apartado de todos, resultan fastidiosos para sí mismos. La vida de estos hombres, más que una vida ociosa, deberíamos llamarla una ocupación desidiosa. …
2.10. Conocimientos sin sentido.
Sería prolijo pasar revista, uno a uno, a todos aquellos cuyas vidas consumieron los ladronzuelos (los juegos de mesa), la pelota o el afán de tostarse al sol.
No son ociosos aquellos cuyos placeres tienen mucho de negocio. Pues nadie dudará de que no hacen nada laborioso los que se entregan al estudio de erudiciones inservibles: éstos son ya en Roma una gran multitud.
Fue propio de los griegos esa manía por indagar qué número de remeros había tenido Ulises, si había sido escrita antes la Ilíada o la Odisea, además de si eran del mismo autor; luego, otras cosas por el estilo, que si te las guardas, en nada ayudan a tu callada conciencia, si las publicas, no pareces más sabio, sino más pesado. He aquí que también a los romanos los ha invadido la vana afición por aprender cosas innecesarias.
Hace pocos días oí a uno que contaba qué cosas había sido cada uno de los generales romanos el primero en hacerlas: Duilio fue el primero que venció en una batalla naval; Curio Dentado, al primero que llevó elefantes en un triunfo. Aun ahora esos casos, aunque no tienden a la auténtica gloria, tratan, no obstante, sobre ejemplos de servicios al Estado.
Tal erudición no va a resultar provechosa, pero es capaz de entretenernos con un contenido banal, pero atractivo.
Perdonemos también a aquellos que indagan quién fue el primero que persuadió a los romanos de que se embarcaran (ése fue Claudio, por eso mismo apodado Cáudex, porque los antiguos llamaban “caudex” a la ensambladura de muchas tablas; de ahí que las tablillas públicas reciban el nombre de “códices”, y aun hoy en día, conforme a una antigua tradición, las naves que transportan provisiones por el Tíber se llaman “codicariae”; viene, sin duda, también al caso el hecho de que Valerio Corvino fue el primer conquistador de Mesana (Mesina) y el primero de la familia de los Valerios que, adoptando el nombre de la ciudad conquistada, fue apodado “Mesana”, y, poco a poco, la gente fue cambiando las letras y recibió el nombre de “Mesala”.
¿Vas a permitir, acaso, que alguien se interese por el hecho de que Lucio Sila fue el primero que ofreció en el Circo leones sueltos, cuando hasta entonces se ofrecían atados, una vez que el rey Boco hubo enviado lanzadores de jabalina para matarlos?
Consintamos en buena hora también esto. Pero saber que Pompeyo fue el primero que exhibió en el Circo una pelea de dieciocho elefantes, enfrentándolos a hombres no criminales en un simulacro de batalla, ¿sirve acaso, para algún propósito útil?
El primer ciudadano de Roma, y entre los primeros ciudadanos de antaño, varón, según pregonó la fama, de una bondad extraordinaria, juzgó que era un género de espectáculo memorable aniquilar hombres con un método novedoso. .. ¡Más valdría que cosas así cayeran en el olvido, no sea que en el futuro algún poderoso se entere y sienta envidia de algo tan inhumano!
¡Qué gran ceguera arroja sobre nuestras mentes una gran prosperidad! Aquel hombre, Pompeyo, se creyó entonces por encima de la naturaleza, cuando arrojaba tantos montones de hombres desdichados a unas fieras nacidas bajo otro cielo; cuando disponía una pelea entre unos animales tan desiguales; cuando hacía derramar abundante sangre en presencia del pueblo romano, al que pronto obligaría a verter mucha más. Peo el mismo hombre, más tarde, engañado por la perfidia alejandrina, se ofreció al más vil de sus esclavos para que le traspasara.
Fue entonces cuando por fin se entendió la vana jactancia de su sobrenombre (Magnus=el Grande).
.. y el mismo de antes contaba que Metelo, al celebrar el triunfo por su victoria sobre los cartagineses en Sicilia, fue el único de todos los romanos que llevó delante de su carro los ciento veinte elefantes capturados; que Sila fue el último de los romanos que amplió el “pomerio”, que, entre los antiguos, no era costumbre ampliarlo cuando se conquistaban tierras en las provincias sino en la misma Italia.
… Pues, aun concediendo que todo eso lo dicen de buena fe, aunque garanticen que es cierto lo que han escrito, ¿los extravíos de quién atenuarán tales anécdotas? ¿Las pasiones de quién refrenarán? ¿A quién harán más fuerte, a quién más justo, a quién más afable?...
2.11.Sociedad y contrasociedad: sólo los sabios viven.
Los únicos verdaderamente ociosos son quiénes están libres para entregarse a la sabiduría: sólo ellos están vivos.
Pues no sólo protegen bien su tiempo de vida: a la suya añaden todas las demás épocas.
Todos los años que han transcurrido antes de ellos son incorporados a sus vidas.
Si no somos los más desagradecidos, aquellos ilustres fundadores de venerables doctrinas nacieron para nuestro bien, organizaron un modelo de vida para nosotros.
Merced al esfuerzo de otros, nos vemos conducidos a las cosas más hermosas sacadas de las tinieblas a la luz; ninguna época nos está vedada, en todas somos admitidos, y si con grandeza de espíritu nos complace rebasar los estrechos límites de la flaqueza humana, tenemos mucho tiempo por donde extendernos.
Nos es posible debatir con Sócrates, dudar con Carnéades, sosegarnos con Epicuro, vencer con los estoicos la naturaleza del hombre, sobrepasarla con los cínicos.
Dado que la naturaleza nos permite llegar a participar de cualquier época, ¿por qué no entregarnos de todo corazón, saliendo de este trámite temporal corto y caduco, a las cosas que son ilimitadas, eternas, comunes a los mejores hombres?
… Quienes emplean su tiempo en los deberes verdaderos, piénsalo, son quienes cada día quieren ser más íntimos de Zenón y de Pitágoras, de Demócrito y de los demás maestros de las buenas artes, de Aristóteles y de Teofrasto.
Todos estos tendrán tiempo libre; todos estos a quien les visite lo despedirán más feliz, más satisfecho de sí mismo; ninguno de éstos permitirá que nadie se marche de su lado con las manos vacías; lo mismo de día que de noche, todo el mundo puede abordarlos.
2.12 Las ventajas de la clientela filosófica.
… ¡Qué felicidad, qué hermosa vejez aguarda a quien se puso bajo el patronato de estos hombres! (los filósofos). Tendrá con quienes deliberar sobre las cuestiones más fundamentales y las más triviales, tendrá a quienes consultar todos los días sobre sus problemas personales, tendrá de quienes escuchar verdades sin ofenderse, y elogios sin adulación, y tendrá modelos a quienes imitar.
Solemos decir que no estuvo en nuestra mano elegir a nuestros padres, que nos fueron dados por azar; a los buenos, sin embargo, les está permitido nacer a su albedrío. Hay familias de ingenios muy ilustres: elige en cuál quieres ser adoptado.
Con la adopción heredarás no sólo el nombre, sino también los bienes, que no habrás de atesorar con avaricia y mezquindad. Con cuantas más personas los compartas, tanto más se multiplicarán.
Ellos te abrirán el camino a la eternidad y te elevarán hasta aquel lugar de donde nadie es desalojado.
Este es el único medio de prolongar la vida mortal, o mejor, de convertirla en inmortal.
Honores, monumentos, todo lo que la ambición ha ordenado con decretos o ha construido con obras, se desploma rápidamente: nada hay que no destruya o altere el curso dilatado del tiempo; pero aquellas cosas, en cambio, que la sabiduría ha consagrado, no las puede dañar; ninguna edad las borrará, ninguna las menguará; la edad siguiente y las generaciones sucesivas incrementarán algo su veneración, ya que, desde luego, la envidia habita cerca de nosotros y con más sinceridad admiramos las cosas que están lejos de nosotros.
La vida del sabio, por tanto, es muy dilatada, no queda reducida a los límites que estrechan la vida de los demás mortales. Sólo él está libre de las leyes del género humano; todos los siglos están a su servicio, como al de un dios…
2.13 La desunión de los tiempos en las vidas desequilibradas.
La vida más breve y más angustiosa es la de aquellos que se olvidan del pasado, descuidan el presente y sienten temor por el futuro.
Cuando llegan al final de su existencia, tarde se dan cuenta, los desdichados, de que han estado tanto tiempo ocupados en no hacer nada.
… la imprudencia los atormenta con pasiones desordenadas y les empuja hacia aquello mismo que les da miedo.
Desean muchas veces la muerte precisamente porque la temen.
Tampoco vayas a pensar que un argumento a favor de que viven mucho es el hecho de que a menudo el día les parece largo, o el hecho de que, mientras llega el momento fijado para la comida se quejan de que las horas pasan despacio; en efecto, si alguna vez los dejan libres sus ocupaciones, abandonados en el ocio se irritan, sin saber cómo emplearlo ni cómo deshacerse de él. Así pues, se esfuerzan en buscar cualquier ocupación y mientras tanto todas las horas se les hacen pesadas, igual, por Hércules, que cuando se ha decretado la fecha de un combate de gladiadores, o cuando esperan la fijada para cualquier otro espectáculo o entretenimiento, desean saltarse los días intermedios. Cuando esperan algo, cualquier demora les resulta larga.
En cambio, el tiempo que anhelan es breve y precipitado e incluso mucho más breve por su culpa; pues pasan de un vicio a otro y no pueden permanecer en una sola de sus complacencias. Los días no les parecen largos, sino odiosos. Por el contrario, ¡qué cortas les parecen las noches que pasan en brazos de cortesanas, y ebrios!
… A esos que tan caras compran las noches, ¿pueden no parecerles cortísimas? Malgastan el día esperando la noche, malgastan la noche temiendo el alba.
2.14 Prosperidad ansiosa, ambición sin reposo.
Sus mismos placeres son agitados e inquietos por diversos temores, y, justo cuando están exultantes de gozo, surge un angustiado pensamiento: “Cuánto durará esto?”
Por este sentimiento los reyes deploraron su poderío, y no les causó placer la grandeza de su fortuna, sino que les aterrorizó el fin que algún día ha de llegar.
Mientras desplegaba su ejército por las inmensas llanuras del campo de batalla, sin poder calcular su número pero sí su tamaño, el muy soberbio rey de los persas derramó lágrimas porque, en cien años, no quedaría nadie de entre tantos y tantos jóvenes. Pero el mismo que lloraba por ellos, iba a apresurarles su hora fatal, e iba a perder a unos en el mar, a otros en tierra, a unos en la batalla, a otros en la fuga, y, en poco tiempo, iba a aniquilar a aquellos que temía que no vivieran cien años.
…Los bienes superiores son intranquilos y en ninguna fortuna se confía menos que en la mejor: para preservar la felicidad hace falta más felicidad, y hay que hacer votos por los votos mismos que tuvieron éxito. Pues todo lo que se obtiene por azar es inestable y cuanto más alto se eleva, más expuesto a la caída; ahora bien, a nadie agrada lo que amenaza ruina; luego es lógico que sea muy desgraciada, y no sólo muy corta, la vida de quienes trabajan duro para procurarse cosas que, para poder disfrutarlas, han de trabajar aún más duro.
Con esfuerzo adquieren los bienes que desean, con inquietud conservan los que han adquirido.
Mientras tanto, ni se preocupan lo más mínimo de un tiempo que ya nunca volverá. Nuevos quehaceres sustituyen a los antiguos; la esperanza despierta a la esperanza, la ambición a la ambición. No buscan el término de sus aflicciones, sino que se cambia de asunto. Nuestras cargas nos han hecho sufrir; más tiempo nos quitan los ajenas; hemos dejado de esforzarnos como candidatos, empezamos a hacerlo como electores; hemos desechado la molestia de acusar, acometemos la de juzgar; ha dejado de ser juez, es instructor; ha envejecido en la administración asalariada de bienes ajenos, le mantienen ocupado los caudales propios… Nunca faltarán motivos de inquietud, felices o infortunados; la vida pasará volando de quehacer en quehacer; el ocio nunca se practicará, siempre se deseará.
2.15 La llamada al retiro.
Así pues, aléjate del vulgo, mi querido Paulino, y tras haber sido zarandeado excesivamente para el tiempo que has vivido, retírate, por fin, a un puerto más tranquilo.
.. Tu virtud se ha lucido ya bastante por medio de penosas y continuas pruebas: mira a ver qué hace en el ocio.
La mayor parte de tu vida, sin duda la mejor, la has consagrado a la República: toma también para ti algo de tu tiempo…
Ese vigor de ánimo tuyo, tan capaz de las más grandes empresas, apártalo de un ministerio (la prefectura de la “annona”), honorable sin duda, pero poco propicio para una vida feliz… Piensa, además, cuánta angustia supone enfrentarte a tan abrumadora responsabilidad: tienes que tratar con el estómago de los hombres; el pueblo hambriento ni se aviene a razones, ni se calma con la justicia ni se ablanda con ningún ruego…
2.16 El punto de vista desde arriba.
Retírate a estas cosas más tranquilas, más seguras, más importantes. ¿Piensas tú que vigilar que el trigo sea trasegado a los graneros sin daño por fraude o negligencia de los transportistas, que no se humedezca y se estropee y fermente, que responda al peso y medida, es lo mismo que dedicarse a estas cosas sagradas y sublimes, dispuesto a saber cuál es la materia de la divinidad, cuál su voluntad, cuál su esencia, cuál su forma, qué destino aguarda a tu alma, dónde nos coloca la naturaleza cuando nos hemos liberado de nuestros cuerpos; qué es lo que sostiene en el medio las cosas de este mundo más pesadas, suspende por encima las ligeras, lleva el fuego a lo más alto, pone en movimiento los astros en sus turnos, y las demás cosas, en fin, repletas de grandes maravillas?
¿Quieres tú, dejando el suelo, mirar estas cosas con la mente? .. Te aguardan en este género de vida muchas de las buenas ciencias, el amor y la práctica de las virtudes, el olvido de las pasiones, el arte de vivir y morir, el profundo sosiego de las cosas.
La situación de todos los ocupados realmente es lamentable, pero mucho más lamentable la de quienes se afanan en tareas que ni siquiera son las suyas propias: duermen conforme al sueño de otro, caminan al paso de otro; amar y odiar, los actos más libres de todos, les son impuestos. Éstos, ni quieren saber cuán breve es su vida, que piensen en qué proporción (la vida) es realmente suya.
2.17 El punto de vista desde abajo.
Por tanto, cuando veas que alguien ha vestido muchas veces ya la “(toga) praetexta” y su nombre es célebre en el Foro, no lo envidies: esas cosas las compra a expensas de la propia vida. Para que un solo año se compute con su nombre, echarán a perder todos sus años.
A algunos, antes de que se esforzaran por llegar a la cima de su ambición, los abandonó la vida en los preliminares de la lucha; a otros, cuando habían trepado, a través de mil indignidades, hasta la suprema dignidad, les sobrecogió el funesto pensamiento de que habían trabajado para el epitafio de su tumba; la avanzada vejez de otros, mientras se apresta, como la juventud, para nuevas esperanzas desfalleció, sin energías, en medio de excesivos e ímprobos esfuerzos.
.. ¡Indigno aquel que, antes cansado de vivir que de trabajar, cayó muerto en medio de sus ocupaciones! ¡Indigno aquel que murió mientras anotaba sus ingresos y fue motivo de burla para un heredero al que manipuló demasiado tiempo!
… ¿Tan agradable es morir atareado? La mayoría de los hombres tiene la misma actitud: su deseo de trabajar dura más que sus facultades; luchan contra la debilidad corporal, y la vejez misma no la juzgan penosa salvo por el hecho concreto de que les aparta del trabajo.
… Entre tanto, mientras se roban unos a otros, mientras uno interrumpe el reposo de otro, mientras mutuamente son desdichados, la vida pasa sin provecho, sin placer, sin ningún progreso espiritual.
Nadie tiene la muerte ante los ojos, todos ponen lejos sus esperanzas, algunos incluso organizan cosas que están más allá de sus vidas: grandes mausoleos, dedicaciones de obras públicas, ofrendas para la pira y suntuosas exequias.
Pero, por Hércules, los funerales de tales hombres deben celebrarse a la luz de las antorchas y las velas como si hubieran vivido poquísimo (1).
Notas:
(1) Los funerales de los niños se celebraban de noche. Los “ocupati” (los ocupados) han vivido realmente tan poco, que podría decirse que han muerto niños.
(Séneca. A Paulino. Sobre la brevedad de la vida. Introducción, traducción y notas de Fernando Navarro Antolín. Alianza Editorial. Madrid. 20142).
Segovia, 20 de julio del 2024
Juan Barquilla Cadenas.