PLINIO EL JOVEN: “PANEGÍRICO DE TRAJANO”. “CARTAS”
Plinio el Joven era hijo de la hermana de Plinio el Viejo (naturalista).
Se llamaba como su padre, Cayo Cecilio, pero, al ser adoptado por su tío, tomó el nombre de C. Plinio Cecilio Segundo.
Nació el año 61 o 62 d. de C. a orillas del lago Lario, en los alrededores de la ciudad de Como, en la Galia Cisalpina.
A la edad de ocho años perdió a su padre, cuando su tío materno era gobernador de Hispania (España).
Plinio el Viejo, al regresar a Italia, recogió a la viuda de Cayo Cecilio y a su hijo. Fue un segundo padre para el niño, le educó con el mayor cuidado y le nombró heredero de su nombre y de su fortuna.
El amor que Plinio el Viejo sentía por la ciencia se lo comunicó a su sobrino, pero mientras que a Plinio el Viejo le agradaba sobre todo las investigaciones de erudición y la contemplación de la Naturaleza, Plinio el Joven prefirió limitarse al dominio de la literatura.
Aspiraba más al bien decir que a la inmensidad del saber o a la originalidad de los pensamientos.
Plinio el Joven fue soldado. Sirvió un año en Siria como tribuno militar. Pero no aspiraba a llegar a ser como su tío, Jefe del ejército o Jefe de la flota, pues se acomodaban mejor a su temperamento los destinos civiles. Aquel viaje a Oriente (Siria) le sirvió para perfeccionarse en las letras griegas.
No carecía de ambición y la pudo satisfacer. Nerva y Trajano le colmaron de honores. Fue tribuno del pueblo, pretor, prefecto del tesoro de Saturno, prefecto del tesoro militar, cónsul, augur y, por último, gobernador de Bitinia.
Su fama también fue grande. A los 14 años ya había compuesto una tragedia griega; era ya célebre como abogado, antes de haber publicado nada.
Murió en el año 115 d. de C., a los cincuenta y dos o cincuenta y tres años.
Tuvo amigos ilustres: Trajano le quería y Tácito le trataba como un hermano.
Plinio fue un literato. Estudió bajo la lluvia de cenizas del Vesubio y estudió bajo su tienda de soldado. Se lamentaba de aquellas obligaciones de la vida social que le quitaban tiempo a sus estudios.
Era alumno de Quintiliano: Cicerón era su dios, juntamente con Demóstenes.
Sus discursos forenses, que revisaba con un escrúpulo casi patológico, y que publicó después del año 96 d. de C., no han llegado a nosotros.
En su tiempo fue “el rey de la declamación”. Le gustaba acudir a aquellos auditorios ante los que se pronunciaban discursos – sin más objeto que el de buscar algunos aplausos -. Allí se daban al público las primicias de las obras que aún habían de tardar en publicarse.
Escribía versos y sus amigos y oyentes le tenían por un gran poeta. Pero de sus versos no queda nada.
El “Panegírico de Trajano” da idea de los discursos que le aplaudían y de la prosa que le celebraban.
Este discurso o “panegírico” fue en su origen una manifestación de agradecimiento formulada ante el Senado, cuando el emperador Trajano le hizo cónsul.
Era entonces muy breve, pero Plinio lo rehízo, lo amplió y lo convirtió en el libro que ha llegado hasta la actualidad y que fue recitado antes de su publicación.
En él no hay acto del emperador que no se apresure Plinio a presentarlo a la admiración de todos.
El “Panegírico”, dice Jean Bayet, cansa por su extensión, por la continuidad y el exceso pueril del elogio, por el abuso intencionado de las figuras retóricas.
Pero el “Panegírico” es un documento histórico inestimable: muestra cuán profundos eran, en esta generación, el odio hacia Domiciano y el justificado amor a Trajano, unido al de la patria romana. Y, literariamente, esta obra de elocuencia oficial es el primer representante, y el más destacado, de un género que debía florecer en los siglos III y IV d. de C.
“En él Plinio describe a Trajano como un “optimus prínceps” (el mejor de los emperadores), querido por los dioses por el bien del Imperio, aunque él, siendo modesto, no pretende honores divinos.
Describe los hechos que llevaron a Trajano al Imperio y alaba esa forma de sucesión mediante la “adopción”. Este método, dice Plinio, ofrece la posibilidad de elegir al mejor de los ciudadanos.
Luego exalta las cualidades de Trajano: como comandante, su generosidad, su afabilidad y modestia.
Recomienda a los futuros emperadores que siguieran el ejemplo de Trajano para lograr la concordia con el Senado y el “orden ecuestre” por el bien del Imperio.
Este emperador, con sus medidas óptimas, se contrapone al tiránico Domiciano.
Plinio exalta el respeto de Trajano por las magistraturas y por el Senado, al que asegura la “dignitas(dignidad) y la “securitas (seguridad)”, mientras que Domiciano lo odió.
Entre los objetivos del orador está animar a una “política filosenatorial”. Incluso reconoce al emperador un “poder absoluto” y considera a la “libertas (libertad) que este último restableció como un regalo gratuito fruto de la generosidad del soberano”. (Wikipedia).
Dice Alfred Gudeman que el “Panegírico” se ha conservado “porque fue el primero de su género, y sirvió de modelo para los discursos, más tarde habituales, de dar gracias a los emperadores, y junto con estos discursos llamados “panegíricos” nos ha sido transmitido. Es de inapreciable valor histórico, pues constituye una fuente abundante, y en parte única, para conocer los tres primeros años del reinado de Trajano, con la ventaja de ser debido a la pluma de un contemporáneo informadísimo”.
Plinio también escribió nueve libros de “Cartas” y un décimo libro que contiene su correspondencia con Trajano desde su puesto de gobernador de Bitinia.
El libro X (que consta de 122 cartas) constituye un documento histórico excepcional para conocer la vida de una “provincia romana” en tiempos de Trajano.
Famosas son las cartas 96 y 97, sobre las medidas a tomar contra los cristianos convictos.
“Plinio el Joven, gobernador de Bitinia y el Ponto (en la actual Turquía) escribió una carta al emperador Trajano alrededor del año 112 d. de C. y le pidió consejo sobre cómo tratar con los cristianos.
La carta (Epistula X, 96) detalla un relato de cómo Plinio realizó juicios de presuntos cristianos que comparecieron ante él como resultado de denuncias anónimas y pide orientación del emperador en la forma en que deben ser tratados.
Ni Plinio ni Trajano mencionan el delito que los cristianos habían cometido, a excepción de ser cristianos, pero probablemente se debieran a la obstinada negativa de los cristianos a adorar a los dioses romanos; haciéndolos aparecer como opositores a la dominación romana.
Plinio afirma que él da a los cristianos múltiples posibilidades para afirmar (probar) que son inocentes y, si se niegan tres veces, son ejecutados.
Plinio afirma que sus investigaciones no han revelado nada de parte de los cristianos, sino prácticas “inocuas” (innocuus) y “depravadas”, una superstición excesiva. Sin embargo, Plinio parece preocupado por la rápida propagación de esta “superstición”; y observa a las reuniones cristianas como un posible punto de partida para la sedición.
La carta constituye el primer análisis pagano que se refiere al cristianismo, proporcionando información clave sobre las creencias y prácticas de los primeros cristianos y cómo éstos fueron vistos y tratados por los romanos.
La carta y la respuesta de Trajano indican que en el momento de la redacción no había persecución sistemática y oficial de los cristianos en todo el Imperio.
La respuesta de Trajano también ofrece información valiosa sobre la relación entre los gobernadores de las provincias romanas y los emperadores e indica que en ese momento los cristianos no eran buscados o perseguidos por órdenes imperiales, y que las persecuciones podrían ser locales y esporádicas.
Plinio abre la carta con preguntas a Trajano relativas a los juicios de cristianos traídos ante él, ya que él dice que nunca ha estado presente en ningún juicio de los cristianos.
Hace tres preguntas principales:
- ¿Alguna distinción puede ser hecha por la edad de los cristianos? ¿Los más jóvenes pueden ser tratados de forma diferente a las personas maduras?
- ¿Negar ser cristiano significa que el acusado es perdonado?
- ¿Es el “nombre del cristianismo” en sí suficiente para condenar al acusado o se trata de los crímenes (delitos) asociados con ser un cristiano?
Plinio da cuenta de cómo se realizan los juicios y los diversos veredictos (sentencias). Dice que primero se pregunta si el acusado es un cristiano: si confiesan que lo son, son interrogados dos veces más, hasta un total de tres veces, amenazándolos de muerte si seguían confirmando sus creencias. Si no se retractan, a continuación, se ordena que sean ejecutados, o, si son ciudadanos romanos, se ordena que deben ser llevados a Roma.
A pesar de su incertidumbre de los delitos relacionados con el ser cristiano, Plinio dice que no tiene ninguna duda de que, cualquiera que sea la naturaleza de su credo, al menos, su obstinación inflexible y desobediencia merece castigo.
Había tres categorías de acusados. Plinio las menciona con las sentencias correspondientes:
- Si los acusados negaban que alguna vez habían sido cristianos, entonces debían rezar a los dioses romanos, ofrecer incienso y vino a las imágenes de Trajano y de los dioses, y maldecir a Cristo, que Plinio dice que los cristianos verdaderos no son capaces de hacer. Luego eran liberados.
- A los acusados que habían sido en un momento dado cristianos, pero habían dejado la religión, también eran sometidos al procedimiento antes mencionado y liberados.
- Los que confesaban ser cristianos tres veces eran ejecutados.
Plinio a continuación detalla las prácticas de los cristianos: dice que se reúnen en un día determinado antes de la salida del sol y cantan himnos a Cristo como a un dios. Todos ellos se comprometen bajo juramento a no cometer ciertos delitos.
Más bien ellos se comprometen a no cometer delitos como el fraude, el robo o el adulterio, y posteriormente, compartir una cena de “alimento ordinario e inocente”.
Plinio dice, sin embargo, que todas estas prácticas fueron abandonadas por los cristianos después de que se prohibieran todas las asociaciones políticas (“hetaeriai”o fraternidades). Estos clubes fueron prohibidos por Trajano porque los veía como un “caldo de cultivo natural para quejarse”, tanto de la vida cívica como de los asuntos políticos.
El cristianismo era visto como una asociación política que podría ser potencialmente perjudicial para el Imperio. Sin embargo, los cristianos parecen haber cumplido voluntariamente con el edicto del emperador y detuvieron sus prácticas.
Plinio dice que sintió la necesidad de investigar más a fondo y que, tras torturar a dos esclavas, no descubrió nada más que “una superstición irracional y desmesurada”.
El aparente abandono de los templos paganos por parte de los cristianos era una amenaza para la “pax deorum” (la armonía o el acuerdo entre lo divino y los seres humanos), y la subversión política por parte de los nuevos grupos religiosos era temido, por lo que fue tratado como un crimen (delito) potencial.
Plinio termina la carta diciendo que el cristianismo está poniendo en peligro a las personas de toda edad y rango y se ha extendido no sólo a través de las ciudades, sino también a través de las aldeas rurales, pero que era posible frenarlo.
La breve respuesta de Trajano a Plinio confirma el procedimiento y detallas cuatro órdenes:
- No buscar a los cristianos para enjuiciarlos.
- Si los acusados son culpables de ser cristianos, entonces deben ser castigados.
- Si los acusados niegan ser cristianos y muestran pruebas de que no lo son, al adorar a los dioses, entonces ellos deben ser perdonados.
- Plinio no debe permitir las acusaciones anónimas.
La carta de Plinio es el registro pagano más antiguo para referirse a los primeros cristianos y proporciona una descripción fundamental del proceso administrativo romano y sus problemas.
(Wikipedia)
Estas cartas son “cartas reales” y constituyen una fuente histórica de gran valor, pero su mérito literario es escaso.
Los otros nueve libros de “Cartas” son cartas destinadas a la publicación, y difieren sustancialmente de las “Cartas” de Cicerón. Éste escribe verdaderas cartas, con destinatarios auténticos, para informarles de asuntos concretos, recientes, vivos, y lo hace sobre la marcha, al hilo de los acontecimientos, con una espontaneidad y frescura que constituyen su mayor encanto. Son cartas no destinadas a la publicidad.
Con Plinio estamos en el polo opuesto: son cartas literarias “destinadas a la publicación”. Para Plinio la forma epistolar es una “ficción”.
Plinio es el verdadero creador de la carta “como género literario” en Roma.
Los temas son, naturalmente, muy variados: desde pequeños sucesos de la vida de la alta sociedad, como una invitación, la llegada o la partida de un amigo, una recomendación, etc., hasta disertaciones morales o literarias, pasando por elogios, inauguraciones, descripciones, relatos de diverso tipo, etc.
“La joya de la colección la constituye el relato, en extremo plástico, de la funesta erupción del Vesubio en el año 79 d. de C., en dos cartas a Tácito (VI, 16,20), quien había pedido al testigo ocular (Plinio el Joven) un informe sobre la muerte de Plinio el Viejo, acaecida en la catástrofe, a fin de utilizarlo para las “Historias”. Es la única descripción que poseemos del acontecimiento”. (Alfred Gudeman)
“Es característico del autor la observación, hecha de paso, que, joven a la sazón, de 18 años, conservó la sangre fría durante aquella terrible tragedia, continuando impasible, sus extractos de Tito Livio”. (Alfred Gudeman)
A diferencia de las “Cartas” de Cicerón, donde una sola de ellas puede referirse a múltiples temas, si así lo demanda la actualidad, en Plinio “cada carta toca sólo un tema. No hay en ellas urgencia de actualidad, ya que no es ésta la que las provoca.
Frente al negro pesimismo de Tácito y Juvenal, que nos pintan una Roma sombría y corrompida, Plinio, su contemporáneo, nos presenta el contrapeso optimista de una sociedad con sombras, pero también con luces, con personas honestas y amables, con mujeres honradas y hombres que cultivan la generosidad y la amistad; una sociedad donde se podía vivir. Es el contrapunto necesario, y no menos real, de lo que sucedía en la Roma de Trajano.
(A. Holgado Redondo y M. Morcillo. Latín. Edit. Santillana).
“En la Antigüedad, las “Cartas” de Plinio ejercieron influencia sólo en cuanto a dos escritores tardíos, Símaco y Sidonio Apolinar, las adoptaron por modelo.
En la Edad Media estas cartas fueron poco menos que desconocidas, y en el Renacimiento las “Cartas” de Cicerón las relegaron completamente a la sombra. Para nosotros el “Panegírico” y la “correspondencia con Trajano” encierran un interés predominantemente histórico, las “Cartas particulares” un interés cultural”. (Alfred Gudeman)
Pasajes de sus obras: (Jean Bayet. Literatura latina. Edit. Ariel. Barcelona)
1. “Castigo de los delatores”
Así, aunque vuestra magnificencia, unida a vuestra grandeza, nos haya ofrecido como espectáculo, unas veces, en los hombres, el colmo de la fuerza sostenida por un ánimo igual, otras la dulzura inesperada de los monstruos, otras esas riquezas fastuosas ocultas en otros tiempos, y prodigadas a los ojos por vez primera durante vuestro reinado, nada más agradable, ni nada más digno de vuestro siglo que habernos dejado contemplar, erguidos hacia nosotros con esfuerzos, los rostros de los “delatores”.
Los reconocemos, nos alegramos viéndolos, como víctimas expiatorias de nuestras alarmas civiles, conducidos, entre la sangre de los criminales, hacia suplicios más lentos y penas más duras. Los han colocado en naves requisadas, los han entregado a la ventura de los mares. “Marchad, se les decía; huid de estas tierras que vuestras delaciones han despoblado. Y si las olas y los huracanes os destinan a los acantilados, habitad en esas rocas desnudas y esas riberas inhóspitas; llevad en ellas una vida angustiosa, y, lejos de la feliz seguridad en que vive el género humano, llorad”.
(Panegírico, XXXI, 3-5)
2. “A un invitado inseguro”
¡Vamos! ¿Te invitan a comer, das tu palabra y no acudes? Alto: me lo pagarás hasta el último as (moneda); y va para largo. Cada uno tenía una lechuga, tres caracoles, dos huevos; cerveza, vino con miel y nieve (y la nieve también se contará, e incluso por encima de todo, pues se funde desde que se sirve); aceitunas, remolachas, calabazas, cebollas, y otros mil manjares tan distinguidos. Hubieras escuchado, a elección, a un comediógrafo, a un lector o a un concertista de lira; o a los tres, que a tal extremo llega mi generosidad.
Pero has preferido, en no sé qué casa, ostras, asadura de cerdo, equinos, y bailarinas españolas.
Serás castigado no digo cómo. Es una alevosía. Y no en perjuicio tuyo, sin duda, sino en el mío; e incluso, sí, en el tuyo: ¡Cuánto nos hubiéramos divertido! ¡Cuántas situaciones alegres y serias! Te es fácil encontrar en otro sitio una mesa mejor servida, pero en ninguno más alegre, más cordial, más independiente. Por lo demás, haz la experiencia; y si, al punto, no rechazas cualquier invitación antes que la mía, rechaza – te lo concedo – siempre la mía. Salud.
(Carta I, 15)
3. “Beneficios morales de la enfermedad”
Hace pocos días, una visita a un amigo doliente me hizo reflexionar sobre el hecho de que la enfermedad nos hace mucho mejores. ¿Quién se atormenta, estando enfermo, por el deseo de riquezas, de placeres? No se es esclavo del amor, ni deseoso de honores; se desprecia la fortuna: por poco que ello sea, basta a quien va a dejarlo todo. Entonces pensamos en los dioses, nos acordamos de que somos hombres. No sentimos envidia, ni admiración, ni desprecio por nadie; incluso las habladurías no causan al enfermo ni impresión ni placer. Sueña con sus baños, con sus fuentes: sus deseos y sus propósitos no van más allá. Piensa, si sale con vida, llevar una existencia dulce y blanda; es decir, inocente y feliz. Puedo, pues, sin los discursos, sin los gruesos volúmenes de los filósofos, decir, de mi propia invención, una máxima para tu uso y para el mío: tratemos de ser siempre en salud igual que nos proponemos serlo una vez enfermos. Salud.
(Carta VII,26)
4. “El temblor de tierra en Miseno”
Una vez que marchó mi tío, continué el trabajo que me había impedido acompañarle. Luego, el baño, la comida, el lecho. Dormí mal y poco. Hacía muchos días que la tierra temblaba: se le da menos importancia, por la costumbre, en Campania.
Pero, esa noche, fue tan violento, que diríase que era no una agitación, sino un derrumbamiento total. Mi madre entró bruscamente en mi habitación: yo mismo me levantaba en ese momento para despertarla, si dormía. Nos sentamos en el estrecho patio de la casa, entre los edificios y el mar. No sé si debo llamar valor o imprudencia a lo que hice entonces, pues sólo tenía diecisiete años: pedí un libro de Tito Livio, y me puse a leerlo con la mayor calma, llegando incluso a tomar notas. Un amigo de mi tío había llegado de España hacía poco para verlo. Cuando nos ve sentados a ambos, y a mí con un libro en la mano, critica la tranquilidad de mi madre y mi despreocupación: yo no dejé por ello de leer. Era ya la primera hora del día; y la claridad se mantenía turbia y como lánguida. Los edificios vecinos se veían tan sacudidos, que el lugar en que nos encontrábamos, descubierto pero muy estrecho, no ofrecía seguridad alguna ante un derrumbamiento inevitable.
Sólo entonces nos decidimos a abandonar la ciudad. Detrás nos seguía una multitud llena de estupor; todos (en el pánico, que priva de la inteligencia) siguen a los otros para no adoptar por sí mismos una resolución; en columna inmensa, nos acosan y empujan. Nos detenemos tras las últimas casas. Estábamos rodeados de prodigios y terrores. Los carros que habíamos traído con nosotros, aunque estaban en el llano más completo, corrían de acá para allá, e incluso calzados con piedras no se mantenían en su sitio. Vimos cómo el mar se acostaba sobre sí mismo, como rechazado por el temblor de la tierra: de hecho, había crecido la playa, y una multitud de animales marinos yacían en tierra seca. Por el lado opuesto, una nube negra y temible, que un soplo de fuego desgarraba en todas direcciones en rápidos surcos, se abría para dejar escapar como inmensas llamas, parecidas a relámpagos, pero más grandes…
(Carta VI, 20, 2-9)
Segovia, 13 de febrero del 2022
Juan Barquilla Cadenas.