ROMA: LA CONQUISTA DE ORIENTE

ROMA: LA CONQUISTA DE ORIENTE

Las guerras que los romanos llevaron a cabo en Oriente fueron muy importantes por los enemigos a los que se tuvieron que enfrentar –las monarquías helenísticas- y en Grecia sobre todo la “Liga Etólica”, y la posible unión de estos reyes (Antíoco, Filipo, Tolomeo) con Aníbal, eterno enemigo de Roma, formando un frente antirromano que habría sido imposible vencer.

[ Después de la batalla de Rafia (Palestina meridional), en la que las tropas egipcias derrotaron al ejército de Siria, en el Mediterráneo oriental se había llegado a un equilibrio relativo entre las monarquías helenísticas, la Macedonia de Filipo V, la Siria de Antíoco III y el Egipto de Tolomeo IV.

Ninguno de estos poderosos Estados en litigio por el predominio fue lo suficientemente fuerte como para someter a los demás.

Hacia finales del siglo III a. de C., el equilibrio amenazó con romperse.

Antíoco III, ambicioso, enérgico y en absoluto carente de capacidad, logró restaurar, después de su expedición oriental (210-205), la monarquía de los Seléucidas casi en su magnitud originaria.

Egipto, en cambio, en los últimos años de Tolomeo IV Filopator, se encaminaba francamente a la decadencia.

El inerte y disoluto Tolomeo había caído en manos de una camarilla de palacio y el país había sido ocupado por los rebeldes. En el año 204 a. de C. él murió dejando el trono a su joven hijo Tolomeo V Epífanes, con lo cual el poder quedó en manos de los regentes odiados por todos, que instauraron el reino de la violencia, de los asesinatos y otros crímenes.

Los acontecimientos egipcios fueron la chispa del estallido de conflictos entre las potencias helénicas.

Antíoco y Filipo decidieron aprovecharse de la debilidad de Egipto para dividirse sus posesiones en Siria, Asia Menor, el mar Egeo y los Estrechos.

Antíoco irrumpió en Siria meridional, derrotó al ejército egipcio y avanzó hasta Gaza, en la Palestina meridional, donde fue detenido por la heroica resistencia de la ciudad (201 a. de C.).

Mientras tanto Filipo, aliado al rey de Bitinia, Prusias, comenzó a operar no tanto contra las posiciones egipcias como contra las ciudades independientes del Egeo, del Helesponto y del Bósforo.

Estas conquistas, acompañadas por destrucciones y por la venta de los habitantes como esclavos, provocaron una oleada de indignación en el mundo griego.

Ésta fue particularmente fuerte entre los rodios que no querían dejar caer los Estrechos en manos de los macedonios y por ello declararon la guerra a Filipo atrayendo a su lado a Bizancio, Quíos y otras comunidades griegas. También se unió a la alianza Atalo de Pérgamo, muy alarmado por los triunfos de Filipo.

La ingerencia de Roma: la segunda guerra macedónica

La guerra continuó con alternativas dispares.

Para los enemigos de Filipo era muy importante atraer a su lado a la Grecia europea y especialmente a Roma.

En el verano del año 201 a. de C. llegaron al Senado embajadores de Rodas y Pérgamo que solicitaban ayuda.

Ya antes se había presentado un embajador egipcio pidiendo la defensa de su país y rogando a Roma que tomara bajo su tutela a Tolomeo V Epífanes.

El Senado se encontró nuevamente frente a la necesidad de tomar una decisión de gran importancia, ya que la intervención en los asuntos orientales significaría una nueva etapa en la política exterior de Roma.

La dificultad de tomar una decisión era aún más grande dado que la guerra con Cartago apenas acababa de terminar, Italia estaba devastada, su población había disminuido, la deuda pública bajo el aspecto del empréstito obligatorio había crecido hasta una cifra enorme y el pueblo deseaba antes que nada la paz. Sin embargo, el Senado, después de largas discusiones, se decidió por la guerra.

Las causas que obligaron al Senado a tomar esta decisión fueron varias, pero todas pueden reducirse a dos fundamentales:

En primer lugar, el temor a Filipo y a Antíoco como enemigos potenciales de Roma.

Con Filipo los romanos tenían cuentas particulares. No habían olvidado la reciente hostilidad del rey macedonio y no podían perdonarle la alianza con Cartago. No sabemos si el Senado había intuido los nuevos planes de Aníbal. Estos consistían en crear contra Roma una coalición de Estados orientales con Cartago.

Pero aun cuando los romanos no supieran nada preciso al respecto, alimentaban una cierta inquietud: Aníbal había sido derrotado sí, pero no aniquilado, y mientras el terrible enemigo viviera había que esperar cualquier cosa. En estas circunstancias, la fuerza creciente de Macedonia se presentaba particularmente peligrosa.

Con Antíoco, Roma no había tenido hasta ese momento conflictos. Pero después de sus brillantes triunfos en Oriente, se empezó a creer que se estaba frente a un nuevo Alejandro (Magno) de Macedonia. Cuando luego Antíoco, al término de la expedición oriental, asumió el título de “grande” esta opinión se difundió más.

Los rumores sobre un acuerdo secreto entre Filipo y Antíoco llegaron naturalmente hasta el Senado, traídos por los embajadores rodios que tenían el mayor interés en alarmar a los romanos para apresurar su decisión de intervenir.

Se pensó entonces en una “guerra preventiva”.

Pero no es posible explicar la intervención de Roma en los asuntos orientales sólo con consideraciones sobre la “guerra preventiva”.

En realidad, no tuvieron menor importancia las tendencias agresivas de los círculos dirigentes romanos.

En la primavera del año 200 a. de C. se envió a la península balcánica una embajada romana de tres hombres, con el propósito de atraer a los Estados griegos a la coalición antimacedónica y presentar a Filipo tales exigencias que él, actuando razonablemente, nunca podría aceptar.

Aunque los embajadores trataron de demostrar la necesidad de una guerra contra Filipo y se presentaron como liberadores de la Hélade, las comunidades griegas se mantuvieron en un compás de espera y no asumieron ningún compromiso.

Solamente Atenas, que estaba ya en abierto conflicto con Filipo, le declaró la guerra no tanto por la insistencia de los romanos cuanto por las propuestas de Atalo.

Uno de los embajadores se presentó ante Filipo, que en ese momento estaba ocupándose de sitiar Abido, ciudad de la costa asiática del Helesponto.

Se presentó al rey un “ultimátum” en el que se le imponía interrumpir toda operación bélica contra los griegos, restituir a Egipto sus posesiones y someter a un tribunal todas las cuestiones en discusión entre Macedonia, Pérgamo y Rodas.

Filipo rechazó estas exigencias y Roma, por decisión de los comicios, le declaró la guerra.

En el otoño, dos legiones, elegidas entre voluntarios veteranos de la segunda guerra púnica, al mando del cónsul Publio Sulpicio, se dirigieron a Apolonia.

Y empezaron la guerra con el ataque a las posiciones ilirias de Filipo. Al mismo tiempo comenzaron las operaciones militares de Atenas.

Mientras tanto, la embajada de Roma continuaba su labor diplomática. Todavía faltaba convencer a Antíoco de mantener la neutralidad durante la guerra entre Roma y Macedonia, y para esto los romanos le hicieron entender que le dejarían las manos libres para actuar en Egipto.

Aunque evitó dar una respuesta definitiva, Antíoco, de hecho, se mantuvo neutral durante todo el curso de la guerra macedonia.

Esta circunstancia caracteriza tanto la política de Antíoco como en general la de las monarquías helénicas en sus relaciones con Roma.

Durante sus guerras en Oriente, nunca los romanos encontraron un frente único de Estados helénicos.

Los contrastes entre éstos eran tan grandes que impidieron la formación de una coalición antirromana única.

Los primeros dos años de la guerra macedonia pasaron sin acontecimientos decisivos. Pronto entraron también en la guerra los etolios.

Los dárdanos y los ilirios fueron aliados de los romanos desde un principio. Las flotas de Rodas y de Pérgamo actuaban coordinadamente con la romana en el mar Egeo y a lo largo de las costas macedonias.

En el verano del 199 a. de C.  Sulpicio cruzó e irrumpió en la Macedonia septentrional, pero Filipo, temiendo la superioridad numérica del enemigo, rehuyó la batalla.

Alrededor del otoño, los romanos regresaron a sus bases en Iliria, sin haber obtenido triunfos dignos de ser contados.

En la campaña del año siguiente, el mando romano tenía la intención de penetrar en Grecia desde Iliria para reunirse con los etolios.

Pero como Filipo había ocupado importantes posiciones en los pasos montañosos entre Epiro y Tesalia, los romanos se detuvieron cerca del campamento macedonio y permanecieron inactivos.

La actividad se reanudó con la llegada al teatro de operaciones del cónsul del año 198 a. de C., Tito Quincio Flaminio, que formaba parte del ambiente de los Escipiones. Era un admirador ardiente de la cultura griega y soñaba con convertirse en el libertador de Grecia del yugo macedonio.

Inmediatamente después de la llegada de Flaminio se hizo una tentativa de entablar conversaciones de paz.

El cónsul romano puso como primera condición la evacuación de todos los territorios griegos por parte de los macedonios, y Filipo, naturalmente, rehusó, sobre todo porque se sentía fuerte en sus inaccesibles posiciones.

Pero Flaminio, ayudado por guías locales, logró moverse en torno a las posiciones macedonias.

Filipo se retiró a Tesalia, hacia el paso del Tempe.

Los romanos le siguieron y se reunieron con sus aliados griegos. La flota aliada se acercó a Corinto, punto principal del poderío macedonio en Grecia, mientras la Liga aquea, bajo una fuerte presión, rompía las relaciones con Filipo y se unía a sus enemigos.

La situación del rey macedonio se volvió muy difícil. En el invierno del año 198 -197 se iniciaron nuevas conversaciones de paz. Las deliberaciones terminaron sin ningún resultado.

Mientras tanto aumentaba el aislamiento de Filipo.

Incluso el tirano espartano Nabides y la Beocia intervinieron a favor de los aliados, a pesar de ser viejos amigos de Filipo.

A Filipo no le quedaba otra alternativa que arriesgarse a una batalla definitiva. También Flaminio, temeroso de que llegase su sucesor de Roma, buscaba dar batalla.

Filipo reunió todas las reservas que aún le quedaban, reclutando incluso a los muchachos de dieciséis años.

En junio del año 197 a. de C., en Tesalia, sobre las colinas llamadas “Cinocéfalas” (“cabezas de perro”), se libró la última batalla de la segunda guerra macedonia.

Las fuerzas enemigas eran casi iguales: alrededor de 26.000 hombres de cada parte.

La naturaleza del lugar no permitía aprovechar las virtudes tácticas de la falange.

Filipo fue completamente derrotado y perdió más de la mitad de sus tropas. Luego logró refugiarse en Macedonia, desde donde envió embajadores a Flaminio para conversaciones de paz.

El comandante romano (Flaminio) no era partidario de continuar la guerra: por ese tiempo Antíoco había aparecido en Asia Menor con ejército y flota, y el cónsul romano temía que el rey sirio acudiese en ayuda de Filipo.

Se convino un armisticio de cuatro meses contra el pago de 200 talentos y la entrega de rehenes.

El texto del tratado de paz fue aprobado definitivamente en Roma por una comisión ministerial de 10 miembros con la participación de Flaminio.

Filipo tenía que renunciar a todas las conquistas, evacuar Grecia, entregar la flota de guerra con excepción de algunas naves, restituir los prisioneros y los desertores y pagar un tributo de mil talentos: la mitad de inmediato y la otra mitad en cuotas iguales durante el curso de diez años.

El primer artículo del tratado de paz proclamaba la libertad de los griegos: “En general, todos los helenos, tanto asiáticos como europeos, serán libres y se someterán a sus propias leyes”.

Durante los “Juegos Ístmicos” del verano del año 196 a. de C., en presencia de una gran multitud, el heraldo había anunciado solemnemente:

“El Senado romano y el comandante con poder consular Tito Quincio Flaminio, que han vencido en guerra a Filipo y a los macedonios, dan la libertad a los corintios, a los focenses, a los locrenses, a los egeos, a los aqueos ftiotas, a los magnesios, a los tesálicos, a los perrebios, permitiéndoles no mantener guarniciones, no pagar impuestos y vivir según la ley de sus padres”.

A las primeras palabras, se elevó un clamor tal que ya no fue posible oir la continuación. El heraldo entonces fue al centro de la arena y repitió el anuncio, que fue rubricado por un aplauso incontenible.

La proclamación de la libertad de Grecia fue para el Senado romano una etapa bien definida de su política oriental.

En los Balcanes los romanos no se sentían aún lo suficientemente fuertes, a pesar de la victoria frente a Macedonia. Antíoco ya había puesto pie en Europa y sus intenciones eran aún desconocidas. Por ello era necesario ganarse la simpatía de los griegos, alejarles de la influencia de Filipo y sobre todo oponer en esa región una política propia frente a la de Antíoco.

La guerra con Antíoco

La lentitud con que los romanos habían retirado de Grecia sus propias tropas se explica por las preocupaciones suscitadas por la actividad de Antíoco, que en el año 196 a. de C. se encontraba ya sobre la costa de Tracia, lo que significaba una alarmante cercanía de Grecia.

Durante las “guerras macedonias”, Antíoco había ampliado enormemente sus dominios.

Una vez conquistada definitivamente la Siria meridional y habiéndose apoderado de las posesiones egipcias del Asia Menor, había ocupado Éfeso y Abido, había cruzado el Helesponto y se había apoderado de las ciudades marítimas de Tracia, que antes pertenecían a Egipto y que luego fueron conquistadas por Filipo.

A los ojos de los romanos, estas conquistas significaban un peligroso aumento del poderío sirio (aun cuando Antíoco no tuviese intención alguna de intervenir en los asuntos europeos y sólo tratase de restaurar la monarquía de los Seléucidas.)

En un aspecto meramente formal, esto contradecía además los principios básicos del tratado del 197-196 a. de C.

En el otoño del año 196 a. de C. se le envió a Antíoco, que se encontraba en Tracia, una embajada.

El pretexto directo eran las quejas de algunas ciudades libres de Asia Menor.

Los embajadores hicieron saber al rey sirio que Roma no podría de ningún modo reconocer su política agresiva.

“En realidad –decía Lucio Cornelio Léntulo, jefe de la embajada romana – es cómico que Antíoco, que llegó después de la guerra con Filipo, se apoderase del fruto de las victorias romanas. El jefe de la embajada romana exigió también el reconocimiento de las ciudades libres y finalmente dijo que no comprendía cuáles eran las intenciones con que el rey había venido a Europa encabezando fuerzas marítimas y terrestres numerosas, con que cualquier persona inteligente interpretaría como un preparativo de guerra contra los romanos”.

Antíoco respondió diciendo que, en primer lugar, no lograba comprender en qué se basaban las pretensiones romanas sobre las ciudades de Asia Menor, ya que, según él, los romanos no podían proclamar mayores derechos sobre esas ciudades que los de cualquier otro pueblo. Luego pedía a los romanos no entrometerse en los asuntos de Asia, del mismo modo que él se abstendría de intervenir en los de Italia.

En lo referente a su llegada a Europa con fuerzas militares, dijo que se debía solamente a su intención de retomar las posesiones de sus antepasados, es decir, el Quesoneso y las ciudades de la costa tracia.

Las deliberaciones se interrumpieron sin otro resultado que el alejamiento de las partes. Esta fue la primera fractura seria en las relaciones entre Antíoco y Roma.

En el año 197 a. de C. murió Atalo de Pérgamo, viejo amigo de Antíoco y aliado de los romanos, quien con su influencia personal había logrado resolver varios conflictos entre ellos.

Su sucesor fue Eumenes II. El nuevo rey, que no tenía ligazones personales con Antíoco, veía con inquietud el crecimiento acelerado del poderío sirio.

Por este motivo Eumenes se acercó aún más a los romanos.

En el año 195 a. de C. Aníbal llegó al palacio de Antíoco. Un año antes había sido elegido “sufete” por un movimiento popular provocado por la mala administración de la oligarquía cartaginesa en los años inmediatos a la guerra. Con su habitual energía y clara comprensión de las cosas, Aníbal había promovido una serie de importantes reformas con el objeto de sanear la corrompida organización estatal de Cartago.

Estas medidas encontraron la más encarnizada resistencia por parte de la oligarquía, que al percatarse de que perdía terreno y desesperando ya de poder vencer a Aníbal con solamente sus propias fuerzas, informó a sus amigos de Roma que Aníbal se encontraba en relaciones con Antíoco y que estaban preparando una nueva guerra.

El Senado encontró la ocasión que buscaba para tener un pretexto y deshacerse de sus enemigos.

En el año 195 se enviaron con este propósito tres embajadores a Cartago.

El objeto oficial de la embajada era regular las relaciones entre Cartago y Masinisa. Pero Aníbal comprendió que se trataba de su entrega a los romanos y que permaneciendo en Cartago tendría pocas posibilidades de salvarse.

Por eso había huido una noche con una nave y se había dirigido con dos ayudantes primero a Tiro y luego a Éfeso, a la corte de Antíoco.

El rey sirio recibió al gran jefe cartaginés con grandes honores.

Hubo encuentros diplomáticos entre los romanos y Antíoco.

Los romanos exigían que Antíoco abandonase Europa: con esta condición le dejarían manos libres en Asia, pero Antíoco no quería aceptar una exigencia tal.

Los sucesos en Grecia proporcionaron el pretexto de la guerra.

Aun cuando hacía ya dos años que las tropas romanas habían evacuado el territorio, esto no impedía que se sintiera la pesada mano de Roma.

En efecto, el Senado adoptaba en Grecia la misma política que había observado frente a los Estados aliados o bajo tutela: sostenía a los elementos amigos de Roma que, como siempre, pertenecían a los estratos más ricos de la población.

En Grecia, Roma se apoyaba no sobre la democracia, sino sobre la oligarquía, sobre los “optimates”.

Desde hacía largo tiempo, Grecia sufría una crisis social y económica que la guerra había agudizado. Polibio y Plutarco nos dan un cuadro desolado de la situación de Esparta, Etolia, Beocia y otras regiones: ruina de los estratos medios, deudas, aumento enorme de la miseria, corrupción del aparato estatal, decadencia de las costumbres.

Estas condiciones habían determinado conflictos agudos, que llevaron a las masas a la exasperación, causando conmociones y movimientos tendentes a satisfacer las antiguas aspiraciones: eliminación de las deudas y división de la tierra; movimientos violentos durante los cuales la plebe había masacrado a los ricos, dividiéndose sus propiedades, sus mujeres y sus hijos. La tiranía de Nabides en Esparta es un claro ejemplo de la dictadura de los parias de la sociedad: subproletarios, mercenarios, esclavos y piratas.

Durante estos conflictos los romanos se ponían siempre de parte de los estratos poderosos, por lo menos lo hicieron desde que habían derrotado a Filipo.

Antes, Flaminio no había tenido inconveniente en aliarse también con Nabides con tal de tener apoyo contra el enemigo, pero ahora que la guerra había terminado, los romanos intervinieron contra el dictador espartano junto a los aqueos y a Pérgamo. Nabides fue vencido después de una heroica resistencia.

La desilusión de las masas populares griegas fue muy grande y el descontento con los romanos se manifestó especialmente en Etolia.

Los etolios habían soñado con una destrucción completa de Macedonia, su enemigo hereditario, y en cambio habían obtenido sólo aquello que habían perdido en la primera guerra macedonia.

Por eso decían que la decisión del Senado sobre la “libertad de Grecia” sólo era un conjunto de palabras vacías, ya que en sustancia no se trataba “de la libertad, sino de un cambio de amo”.

Sólo había quedado una fuerza capaz de oponerse a Roma en la península balcánica: era Antíoco.

Por eso todos los elementos de oposición de Grecia comenzaron a volver sus miradas hacia el rey sirio.

En el año 193 a. de C. la “Liga etólica” hizo una tentativa de crear una coalición antirromana con Antíoco, Filipo y Nabides. Pero Antíoco no estaba preparado para la guerra y Filipo no deseaba formar bloque con los etolios y Antíoco.

Sólo Nabides se sujetó a los acuerdos e inició, antes de tiempo, una guerra contra la “Liga aquea”.

El Senado romano, alarmado, envió a aguas griegas una flota y ordenó a Flaminio y a otros embajadores que trataran de resolver el conflicto pacíficamente.

El famoso estratega aqueo Filopómenes derrotó a Nabides, que luego fue asesinado por sus mismos aliados etolios, e incorporó a Esparta a la “Liga aquea” (192 a. de C.).

En este periodo los etolios habían proclamado a Antíoco jefe supremo de su propia “liga” e insistían para que desembarcase inmediatamente en Grecia.

Aníbal, por el contrario, aconsejaba a Antíoco que no se apurara. Recomendaba concertar primeramente una alianza con Filipo y desembarcar luego con grandes fuerzas en Grecia para preparar el ataque contra Italia desde esta última base. Mientras tanto, el iría a África con una flota y un ejército de desembarco para sublevar Cartago y desembarcar luego en Italia meridional.

El grandioso plan de Aníbal no fue aceptado por Antíoco.

En general, Antíoco no alimentaba grandes propósitos y tal vez sus intenciones no iban más allá de la restauración de la antigua monarquía de los Seléucidas.

Y consideraba que le sería más fácil lograr su objetivo derrotando a los romanos en Grecia.

Pero Aníbal estaba en lo cierto. Habría sido ingenuo pensar que los romanos pudieran dejar tranquilo a Antíoco con sus planes de restauración de una gran monarquía oriental.

El único modo de salvarse era justamente el de formar un frente único antirromano.

Como quiera que fuese, Antíoco se dejó convencer por los etolios.

En el otoño del año 192 a. de C. desembarcó en Demetria, Tesalia, con sólo 10.000 infantes, un pequeño escuadrón de caballería y 6 elefantes.

El desembarco, y más con fuerzas tan reducidas fue un error fundamental, debido a las informaciones falsas sobre la situación en Grecia.

Uniéndose a los etolios, Antíoco atacó a los romanos en Delión, Beocia.

Además de Etolia, se pusieron del lado de Antíoco, Beocia, Eubea, Élida y Mesenia.

Los romanos eran apoyados por la “Liga aquea” y por Atenas, pero lo más importante era que de su lado se había puesto también Filipo, a quien se le habían devuelto los rehenes, librándole del pago del tributo y prometiéndole la ampliación del territorio.

El Senado seguía los acontecimientos con gran atención, esperando un desembarco de Antíoco en Italia.

Para las operaciones en la península Balcánica se enviaron a Apolonia, a comienzos del año 191 a. de C., 20.000 infantes, 2.000 jinetes y 15 elefantes, al mando del cónsul Manio Acilio Glabrión, amigo de Escipión.

Al acercarse Acilio, Antíoco se retiró a las Termópilas, donde en abril del año 191 a. de C. los romanos le atacaron con fuerzas superiores. Derrotado, Antíoco huyó con los restos de su ejército a Calcis en Eubea, de donde puso proa a Éfeso.

La derrota de Antíoco trajo consigo la sumisión inmediata a Roma de sus aliados griegos. Sólo los etolios continuaban resistiendo.

Ahora los romanos ya podían pensar en atacar Asia. Pero primero había que garantizarse el dominio sobre el mar Egeo.

La flota romana, al mando del pretor Cayo Livio Salinator, se acercó a las costas asiáticas.

Rodas, Pérgamo y las grandes islas se pusieron del lado de Roma, proporcionándole las bases que su flota necesitaba.

A finales del verano del año 191 a. de C., en el cabo Córico, frente a Quíos, las flotas reunidas de Roma y Pérgamo derrotaron a las fuerzas navales de Antíoco. Por un cierto período de tiempo, los romanos y sus aliados se hicieron de este modo dueños del mar Egeo.

La etapa siguiente consistía en llevar la guerra al territorio de Asia Menor.

La guerra contra Antíoco en Asia la va a llevar Publio Cornelio Escipión probablemente con el cargo de procónsul.

En Grecia continuaba aún la guerra contra los etolios. Con el fin de liberar sus propias fuerzas y poder trasladarlas al Asia Menor, Escipión concertó con los etolios, por mediación de los atenienses, un armisticio de seis meses y emprendió conversaciones de paz. Luego las tropas romanas con sus aliados aqueos y macedonios, cruzaron Macedonia y Tracia y pasaron al Asia Menor.

La operación fue apoyada por las flotas de Rodas y de Roma, que se apoderaron de la ciudad de Sexto en el Helesponto.

Después de haber forzado su propia flota, Antíoco trató una vez más de disputar el dominio del mar.

En Fenicia, se formó una escuadra naval al mando de Aníbal que marchó en ayuda de las fuerzas principales de Antíoco en el mar Egeo.

Pero, al encontrarse con las naves rodias, cerca de la costa de Panfilia, fue derrotado, sobre todo por culpa de la poca calidad de las tripulaciones fenicias reclutadas con el mayor apuro.

Después de haber perdido 20 naves, Aníbal se retiró y ya no tomó más parte activa en la guerra (agosto del 190 a. de C.)

A pesar de este fracaso, Antíoco igualmente arriesgó la batalla naval con sus fuerzas principales que se encontraban en Éfeso.

Los romanos eran comandados por el pretor Lucio Emilio Regilo y disponían de 80 naves; la flota de Antíoco tenía 89.

La flota siria, después de haber perdido 40 naves, se retiró a Éfeso para no volver a salir nunca más al mar abierto. (septiembre del 190 a. de C.)

Mientras tanto, Antíoco había reunido en Asia Menor grandes fuerzas terrestres reclutadas de todos los puntos de su reino.

Pero después de un cierto número de encuentros, perdió la fe en sí mismo y propuso a los romanos entablar deliberaciones de paz.

Se mostraba dispuesto a dejar Europa, a dar la libertad a algunas ciudades griegas de la costa de Asia Menor y a pagar la mitad de los gastos de guerra.

Escipión respondió que la paz sólo se concedería si Antíoco evacuaba todo el Asia Menor y pagaba todos los gastos militares.

Las conversaciones no llegaron a nada y fueron suspendidas.

La batalla decisiva tuvo lugar probablemente a comienzos del año 189 a. de C., en la llanura al este de la ciudad de Magnesia.

Los romanos disponían de unos 30.000 hombres.

El ejército de Antíoco contaba casi con 70.000 hombres. A pesar de semejante disparidad de fuerzas, los romanos aceptaron la batalla. Los romanos estaban bien informados sobre la heterogénea composición del ejército sirio.

En el momento de la batalla de Magnesia, Escipión estaba enfermo y el ejército se encontraba al mando del ex cónsul Cneo Domicio. Los romanos obtuvieron una victoria inaudita.

Las pérdidas de Antíoco, incluyendo los prisioneros, superaron los 50.000 hombres. Los romanos apenas si perdieron algo más de 300.

Después de la tremenda derrota, Antíoco aceptó todas las condiciones de los romanos.

El tratado de paz fue elaborado por el Senado en el verano del 189 a. de C., con la participación de todos los aliados, y fue aceptado en sus detalles definitivos en el verano del 188 a. de C. en la ciudad de Apamea (Siria).

Antíoco fue obligado a renunciar a todas las posesiones europeas y del Asia Menor, a pagar 15.000 talentos en 12 años, a no tener elefantes ni tampoco más de 10 naves de guerra.

Además, se comprometía a entregar todos los enemigos de Roma que se encontraban bajo su protección, entre ellos también Aníbal.

Los aliados de Roma, Eumenes en particular, fueron generosamente premiados a costa de los territorios tomados a Antíoco.

Etolia no fue incluida en la paz de Apamea.

Al terminar el armisticio de seis meses, la guerra había recomenzado, porque el Senado no quería entrar en diálogo y exigía la rendición sin condiciones. La ciudad de Ambracia se convirtió en el centro de la resistencia de los etolios. Los romanos la sitiaron, y el Senado mitigó sus exigencias anteriores, porque no quería debilitar demasiado a la “Liga etólica”, pues pensaba contrabalancear con ella el poderío macedonio. Ambracia fue entregada a los romanos.

De este modo terminaron las dos guerras más importantes de comienzos del siglo II a. de C. (guerra de macedonia y guerra de siria) que llevaron de hecho a la instauración de la hegemonía romana en el Oriente griego y a profundos cambios en la situación de los Estrechos helénicos.

Las grandes monarquías helénicas resultaron muy debilitadas, mientras que los pequeños Estados, en particular Pérgamo y Rodas, se reforzaron.

La monarquía de los Seléucidas no pudo recuperarse nunca más del golpe recibido.

Los pequeños Estados helénicos ampliaron efectivamente sus dominios, pero dependían totalmente de la voluntad de Roma. Bajo la bandera de defensa del débil contra el poderoso, los romanos impedían a quienquiera que fuese su fortalecimiento.

Sobre todo, se preocupaban por impedir la formación de alianzas.

Después de la paz entre Roma y Antíoco, Aníbal se había dirigido a Creta y luego a Bitinia, junto al rey Prusias.

Bitinia era una vieja enemiga de Pérgamo y por eso Prusias recibió a Aníbal.

El prófugo se convirtió en el consejero militar y comandante del ejército de Prusias y como tal logró una serie de victorias sobre Pérgamo.

Se dice también que él trató de convencer a su nuevo protector de declarar la guerra a Roma.

Pero en el año 184 a. de C. los romanos lograron concertar la paz entre Eumenes (rey de Pérgamo) y Prusias (rey de Bitinia). Inmediatamente después de esto, Flaminio llegó a Bitinia investido como embajador romano e hizo comprender a Prusias que era necesario alejar a Aníbal.

Un día la casa donde vivía el cartaginés fue rodeada por hombres armados y Aníbal, comprendiendo el significado de este hecho, ingirió un veneno que llevaba siempre consigo.

La tercera guerra macedonia

Después de la victoria sobre Antíoco, el Senado empezó a preocuparse por el problema macedonio.

Durante la guerra con Antíoco, Filipo había prestado grandes servicios a Roma y el hecho de que los romanos le hubieran permitido fortalecerse a costa de la “Liga etólica” no era más que simple gratitud. Pero Filipo no se había limitado a esto. Se había apoderado de Demetria y de un gran número de ciudades tesálicas; había ocupado algunos puntos sobre la costa de Tracia, etc.

Este fortalecimiento de Macedonia era una amenaza contra la hegemonía romana en Grecia.

En el año 189 a. de C. Roma concertó la paz con los etolios en condiciones relativamente blandas, con el propósito de mantener la “Liga etólica” como contrapeso del poderío macedonio.

Seis años después, aprovechando las quejas de Eumenes y de otros enemigos griegos de Filipo, los romanos le obligaron a evacuar las ciudades griegas de Tracia y de algunas zonas de Grecia. Si bien esto se logró por la vía diplomática, las relaciones se hicieron tan tensas que casi se desembocó en la guerra.

Filipo tuvo que enviar a Roma una embajada extraordinaria para calmar al Senado, encabezada por su hijo Demetrio, bien visto por los romanos, que le protegían por ver en él al sucesor de Filipo y desear atraerle a la órbita de la influencia romana (Demetrio había vivido algunos años en Roma como rehén). Pero como el sucesor legal de Filipo era el primogénito, Perseo, la política romana sólo consiguió hacer nacer contradicciones en la familia real, que llevaron a la condena a muerte de Demetrio (año 181 a. de C.)

El enérgico Filipo, al ver de nuevo libre el camino hacia Grecia, adoptó un nuevo plan y decidió fortalecerse en el interior de Tracia.

El rey macedonio tenía la intención de sublevar a los bárbaros contra Italia para volver a tener el campo libre en Grecia.

Pero en el año 179 a. de C. Filipo murió, dejando a su hijo Perseo un Estado militarmente fuerte y bastante bien organizado.

Perseo estaba muy mal dispuesto hacia Roma por motivos personales y políticos en general.

Sin embargo, en los primeros tiempos no violó la tradicional “mala paz”.

Perseo se encontraba en óptimas relaciones con Prusias II de Bitinia y con Seleuco IV de Siria, cuya hija era su esposa. Los rodios eran sus amigos, los bastarnios sus aliados, y entre los príncipes ilirios la influencia de Macedonia era más fuerte que la de Roma.

Perseo buscaba apoyarse sobre todo en los griegos.

Con el correr de los años, en Grecia había crecido el odio contra Roma, odio que no sólo era sentido por los sectores inferiores de la población, sino que también se había difundido ampliamente entre las clases altas.

Sólo algunos grupos oligárquicos muy restringidos o pequeños sectores abiertamente vendidos a Roma encontraban conveniente el dominio romano.

Perseo decidió aprovecharse de la coyuntura favorable y presentarse como el “salvador de turno”.

Inició una desenfrenada campaña demagógica que insistía principalmente en la triste situación de debilitamiento de la población; hizo publicar en Grecia declaraciones oficiales con las que invitaba a los que fueran perseguidos por política o por deudas a refugiarse en Macedonia, prometiéndoles el reconocimiento de los derechos y la restitución de las propiedades.

Pero esta política fue contraproducente porque las clases poseedoras, atemorizadas, se congregaron en torno al partido prorromano, determinando con su actitud la guerra.

A través de los informes de sus agentes, el Senado romano había seguido con mucha atención todos los sucesos de los Balcanes y esperaba la ocasión oportuna para intervenir.

El rey Eumenes (de Pérgamo), a quien la política de Perseo causaba tanto fastidio como a Roma, trataba de incitar al Senado a comenzar la guerra.

En el año 172 a. de C. fue a Roma y presentó muchas quejas contra Perseo; ya en ese momento el Senado decidió declarar la guerra a Macedonia.

Durante su viaje de regreso, Eumenes fue víctima de un atentado en Delfos, cuya organización se atribuyó a Perseo. Esto hizo que rebasara el vaso de la paciencia de los romanos.

Pero Roma aún no estaba preparada para la guerra.

Por eso el Senado trató de ganar tiempo. También Perseo, que tenía un carácter indeciso y muchas veces se retiraba justo en el último minuto, estaba en parte dispuesto a avenirse a algunas conversaciones.

Por esto perdió una magnífica ocasión de ocupar con sus tropas los puntos estratégicos más importantes de Grecia y dio a los romanos tiempo para realizar una cuidadosa preparación militar y diplomática de la guerra.

Cuando en el año 171 a. de C. empezaron las operaciones militares, Perseo había quedado aislado casi por completo.

La “Liga Aquea”, como siempre, apoyaba a los romanos.

Los etolios, que poco tiempo antes se habían dirigido a Perseo pidiendo ayuda, habían cambiado bruscamente de orientación.

En Tesalia el partido prorromano había tomado la delantera.

Beocia misma, que por mucho tiempo había sido solidaria con Macedonia, estaba ahora alejada de Perseo.

Lo mismo había sucedido con los amigos no griegos del rey macedonio: En Roma habían propuesto ayuda las ciudades libres de Asia Menor, una parte de los ilirios, Rodas, Bizancio, etc.;  Prusias permanecía neutral y Antíoco IV, hermano y sucesor de Seleuco IV, aprovechaba el estado de guerra para arreglar las viejas cuentas con Egipto.

El aislamiento de Perseo al comenzar la guerra, puede explicarse por tres causas principales:

El temor ante Roma, cuando se vio que la amenaza de la guerra se había vuelto real; la anacrónica política demagógica de Perseo y la tradicional rivalidad entre los Estados orientales.

Pero el comienzo de la guerra no fue glorioso para las armas romanas: el primer choque importante, que tuvo lugar en Tesalia, terminó con la derrota de su caballería y su infantería ligera.

Esto provocó en Grecia una nueva oleada de simpatías hacia Perseo.

Pero en vez de aprovechar este triunfo para pasar al ataque, Perseo, cobardemente, inició deliberaciones de paz y no fue culpa suya si éstas no llegaron a nada (los romanos deseaban la rendición incondicional).

Perseo, después de algunos encuentros, evacuó Tesalia y se retiró a Macedonia, renunciando a una guerra ofensiva.

Las dos campañas siguientes (170 y 169 a. de C.) fueron igualmente poco movidas; pero durante este período Perseo desplegó una gran actividad diplomática que dio algunos resultados gracias al resurgir de la flota macedonia en el mar Egeo y a la aparente incapacidad de Roma para concluir victoriosamente la guerra.

En Rodas el partido promacedonio volvió a estar en auge y, hasta de dice que Eumenes emprendió conversaciones con Perseo.

A comienzos del año 168 a. de C. los rodios, preocupados por la contracción de su comercio a causa de la guerra, iniciaron una insistente actividad para mediar en la conclusión de la paz.

Pero el Senado decidió poner fin victoriosamente a la guerra a cualquier precio.

Uno de los cónsules electos para el año 168 a. de C. fue Lucio Emilio Paulo (hijo de aquel Emilio Paulo muerto en Cannas).

Éste gozaba de una fama de excepcional militar y de intachable honestidad.

Llegado al teatro de operaciones, el nuevo comandante en jefe restableció rápidamente la disciplina que se había relajado y pasó a acciones decisivas.

Consiguió circundar las posiciones de Perseo en Macedonia meridional, obligándole a retirarse a la ciudad de Pidna. Allí tuvo lugar el 22 de junio del año 168 a. de C. la famosa batalla que puso fin a la monarquía macedonia.

El primer choque de la falange macedonia fue tan fuerte que las vanguardias romanas quedaron destrozadas. Pero la violencia misma del primer choque resultó fatal para los macedonios. Las filas de la falange se abrieron de inmediato a la veloz persecución (de las legiones romanas que empezaron a retirarse hacia las zonas altas).

Emilio Paulo supo aprovecharse de esto pasando al contraataque.

La magnífica caballería macedonia permaneció inactiva en esos trágicos momentos y enseguida, al ver la derrota de la infantería, se alejó del campo de batalla.

Todo terminó en menos de una hora.

Veinte mil macedonios quedaron en el campo de batalla y once mil cayeron prisioneros.

Perseo huyó con su oro a Samotracia (le quedaban más de 6.000 talentos) en la vana esperanza de gozar del derecho de asilo que concedían los lugares sacros.

Sin embargo, fue obligado a rendirse con todas sus riquezas y sus dos hijos y fue internado en Italia, donde murió algunos años después. El hijo primogénito, Filipo, murió dos años después que el padre, mientras que el más joven se convirtió en un simple escribano.

La batalla de Pidna representa un acontecimiento decisivo en la conquista del Oriente griego, con la destrucción del último gran Estado de la península balcánica.

Sin embargo, Macedonia no fue transformada en “provincia”.

En Macedonia se dejó una apariencia de independencia, pero la monarquía fue destruida para siempre.

El país fue dividido en cuatro repúblicas independientes totalmente aisladas. Sus habitantes no podían tener relaciones, concertar matrimonios ni practicar el comercio entre ellos.

En cada república se puso en el poder a la aristocracia fiel a Roma.

Después de haber destruido Macedonia, Roma ya no necesitó de amigos ni aliados y esto trajo consigo un brusco cambio de política con respecto a Grecia y especialmente a los Estados helénicos.

Si bien nominalmente Grecia continuaba siendo libre, de hecho, perdió los últimos restos de independencia.

El destino más triste le correspondió a la “Liga etólica”: fue reducida a nada más que al territorio de Etolia.

En general, en todos los Estados griegos, los elementos sospechosos para los romanos fueron considerados rehenes y enviados a Italia. Ni siquiera la “Liga aquea” se salvó de ese destino: 10.000 nobles aqueos, entre ellos el mismo Polibio, fueron trasladados a distintas ciudades de Italia.

Trágica fue la suerte de los rodios.

Los romanos no les perdonaron ciertas simpatías con Perseo y la tentativa de mediar para lograr la paz. Una gran parte de sus posesiones en el continente les fue arrebatada. Su comercio recibió un duro golpe por la prohibición que se hizo a Macedonia de comerciar sal y madera de construcción.

Pero la verdadera catástrofe para el comercio rodio fue la declaración de Delos puerto libre.

Los romanos, sospechando a Delos de simpatía hacia Perseo, expulsaron a sus habitantes, colocaron en el puerto a los atenienses y declararon su comercio libre de todo gravamen. De este modo, todo el comercio del Mediterráneo oriental pasó a través de Delos y en el curso de un año las entradas aduaneras de los rodios disminuyeron de 1.000.000 de dracmas a sólo 150.000.

Los rodios nunca pudieron recuperarse de este desastre.

El mismo Eumenes de Pérgamo, fiel amigo de los romanos, había caído en desgracia ante ellos. Sospechaban  que hubiese tenido tratos con Perseo a espaldas de Roma.

El fuerte imperio de Pérgamo fundado por Roma como contrapeso a Macedonia, no tenía ya más razón de existir.

Eumenes no recibió nada después de la conclusión de la guerra.

Los romanos trataron de oponerle como pretendiente a su hermano Atalo y hasta llegaron a instigar a sus súbditos a la sublevación.

Un ejemplo de cómo los romanos empezaron a comportarse después de 168 a. de C. en los asuntos orientales, lo da la intervención en la guerra entre Egipto y Siria.

Antíoco IV (rey de Siria) era un soberano muy inteligente y enérgico, gran admirador de la civilización griega y amigo sincero de Roma.

Aprovechando la guerra de Macedonia, había conducido una guerra contra Egipto con gran éxito, llegando en el año 168 a. de C. hasta los mismos muros de Alejandría.

Los egipcios pidieron ayuda a Roma y de inmediato un embajador romano, Cayo Popilio, se presentó ante Antíoco y le transmitió la orden del Senado de restituir todo cuanto había conquistado y evacuar Egipto dentro de un plazo determinado.

El rey pidió tiempo para reflexionar, pero el embajador trazó con una caña un círculo en torno a él y le exigió que diese la respuesta sin salir del mismo. Antíoco obedeció.

 

Sumisión de Macedonia y Grecia

Macedonia, dividida en cuatro partes y debilitada, no mantuvo por mucho tiempo aquella apariencia de independencia que se le había dado.

En el país reinaba la miseria y el desorden; la lucha de facciones (partidos políticos) asumía formas espantosas y crueles; el odio hacia Roma, causa última de la triste situación, llegó a su extrema manifestación.

Los macedonios recordaban a sus reyes y estaban dispuestos a dar sus vidas por volver a los tiempos antiguos. De modo que, cuando en el año 149 a. de C. apareció un impostor que se hacía pasar por Filipo, hijo de Perseo, los macedonios le reconocieron y se sublevaron contra Roma.

El movimiento fue creciendo. El impostor había atacado ya Tesalia. Como los romanos no tenían fuerzas militares, Tesalia debió defenderse dificultosamente con las fuerzas de la milicia aquea y de Pérgamo.

Finalmente llegó un pretor romano con una sola legión que, a pesar de eso, quiso atacar al impostor. Pero él mismo fue muerto y su ejército totalmente destruido.

Una gran parte de Tesalia cayó bajo el poder del impostor. En Roma se difundían mientras tanto, rumores sobre una presunta alianza entre Macedonia y Cartago (en aquel tiempo se desarrollaba la tercera guerra púnica).

En el año 148 a. de C. se envió a la península balcánica un gran ejército al mando del pretor Quinto Cecilio Metelo. Con ayuda de la flota de Pérgamo, éste irrumpió en Macedonia y, si bien en los primeros momentos el impostor obtuvo algunos triunfos, su ejército empezó muy pronto a deshacerse.

El error estratégico del pseudoFilipo, que había dividido sus propias fuerzas, hizo posible a Metelo obtener sin gran trabajo una victoria decisiva.

El impostor huyó a Tracia, donde fue derrotado por segunda vez y finalmente entregado a los romanos. Fue condenado a muerte, después de haber sido llevado por las calles de Roma en el cortejo triunfal de Metelo.

Actuando de acuerdo con una comisión senatorial (148 -147 a. de C.), Metelo transformó Macedonia en “provincia romana”, incluyendo en ella también el Epiro y la Iliria meridional con las ciudades de Apolonia y Epidamno.

Los romanos eliminaron a Macedonia como Estado, tal cual podrían haberlo hecho veinte años antes. Sólo que ahora Roma había abandonado para siempre la “política liberal” de los Escipiones para pasar a un nuevo sistema consistente en la “anexión de os territorios conquistados”.

La terrible crisis internacional del 149 -146 a. de C. devoró incluso a Grecia y Cartago.

El motivo de la intervención directa en los sucesos griegos fue dado por los asuntos internos de la “Liga aquea” que era la única fuerza importante que aún se mantenía en pie.

Dentro de ella surgían interminables discusiones sobre los límites y el grado de autonomía de Esparta, que formaba parte de la “Liga aquea”

El problema fue sometido al Senado romano, que prometió enviar una comisión.

Pero los jefes de la “Liga aquea”, apoyados por el movimiento democrático en creciente desarrollo, decidieron aprovechar la situación internacional favorable para librarse de la odiada tutela de Roma.

Las circunstancias parecían efectivamente oportunas:

En Macedonia había aparecido el pseudoFilipo, cuyas acciones habían obtenido en un primer momento un gran éxito; en España tenía lugar una terrible rebelión y para completar, había comenzado la guerra entre Roma y Cartago.

La “Liga aquea” no esperó la decisión del Senado y atacó a Esparta, a pesar de las advertencias de Metelo.

El Senado decidió entonces castigar a los aqueos.

Una comisión senatorial resolvió separar de la “liga” a Esparta, Corinto, Argos y algunas otras ciudades.

Cuando esta decisión se hizo pública en una asamblea de la “liga” en Corinto, en el verano del 147 a. de C., suscitó una enorme indignación. Todos los espartanos que por casualidad se encontraban en Corinto fueron arrestados y los mismos embajadores romanos lograron apenas escapar de la violencia. Pero el Senado aún confiaba en arreglar las diferencias por vía diplomática. Sin embargo, los jefes de la “liga”, Critolao y Dieo, interpretaron la actitud romana como signo de debilidad ya que, si bien el movimiento macedonio ya había sido reprimido, aún estaban desarrollándose las guerras en España y África.

El movimiento no sólo tuvo un carácter nacional, sino también social. Los jefes democráticos decían que los ricos se habían vendido a Roma, que hacía falta una dictadura militar y que pronto empezaría la rebelión general de todos los pueblos contra Roma. Se suspendió el pago de las deudas.

En la primavera del año 146 a. de C. comenzó la guerra que fue confiada al cónsul Lucio Mumio. Pero ya antes de su llegada a Grecia, Metelo, proveniente de Macedonia, derrotó el ejército de Critolao en Lócrida (región de la Grecia central).

Los romanos destruyeron luego respectivamente la resistencia en la Grecia central, barriéndola hasta el Istmo.

La lucha entró en su etapa más aguda cuando llegó Mumio y tomó el mando.

Dieo, que había sucedido a Critolao, concentraba sobre el Istmo a todos los hombres capaces de manejar armas, completándolas con 12.000 esclavos voluntariamente liberados.

En el Peloponeso reinaba el terror: los ricos fueron obligados a hacer empréstitos forzosos, los propagandistas de la paz eran condenados.

En el Istmo tuvo lugar la batalla decisiva.

La infantería aquea combatió valerosamente, pero no pudo resistir la aplastante superioridad de los romanos.

Dieo huyó a su tierra y después de matar a su mujer se envenenó.

Las ciudades de la “Liga aquea” se rindieron sin ofrecer resistencia y Mumio entró en Corinto (146 a. de C.)

El cónsul fue encargado, con la acostumbrada comisión senatorial, de la nueva organización de Grecia.

Todas las “ligas” (aquea, de Beocia, de Eubea, de Fócida, de Lócride) fueron disueltas; las comunidades ciudadanas fueron aisladas; se prohibió adquirir propiedades al mismo tiempo  en más de una ciudad; las constituciones fueron abolidas y se introdujo la organización por censo.

Las comunidades ciudadanas que habían tomado parte en la rebelión fueron obligadas a pagar a Roma un determinado tributo. Todas fueron sometidas al legado de Macedonia, a quien también correspondía la dirección suprema de la administración y de la justicia.

De este modo, una gran parte de Grecia fue unida a la provincia macedonia (estas medidas fueron abolidas algunos años después).

La represión de los vencedores fue particularmente severa hacia aquellas grandes ciudades que habían sido los principales puntos de apoyo del movimiento: Tiro, Calcis y Corinto.

Los muros de Tiro y Calcis fueron desmantelados y su población desarmada. Los habitantes sobrevivientes fueron reducidos a esclavitud y las obras de arte llevadas a Roma o a Italia.

La cruel represalia contra Corinto, que había sido el centro principal de la rebelión, debe considerarse una medida represiva tendente a quitar para siempre de la cabeza de los griegos la idea de rebelarse contra Roma.

La ciudad fue destruida completamente.

El mismo año de la destrucción de Corinto fue destruida también Cartago.

Es significativo el hecho de que se prohibiera habitar el territorio de ambas ciudades.

Antes del año 146 a. de C., Corinto era el único centro comercial importante que había quedado en la península balcánica.

No es difícil deducir de estos hechos que la destrucción de la ciudad se debió sobre todo      al deseo de los mercaderes romanos.

En dos décadas éstos lograron eliminar los tres competidores más fuertes: Rodas, Corinto y Cartago.

La importancia comercial de Corinto fue heredada por Delos, que se convirtió en el centro del comercio romano en Oriente.]

(S.I. kovaliov. Historia de Roma. Akal Editor)

 

                          

                          Segovia, 27 de febrero del 2023

 

                             Juan Barquilla Cadenas.