MITOLOGÍA: CALISTO
El otro día leí la noticia de que la Agencia Espacial Europea había lanzado con éxito la sonda espacial Juice para explorar el planeta Jupiter y tres de sus lunas: Calisto, Europa y Ganimedes. Se piensa que el planeta gigante (Júpiter) y sus satélites pueden albergar grandes cantidades de agua líquida en océanos bajo la superficie helada. (El País).
Estos nombres, Júpiter, Calisto, Europa y Ganimedes, son nombres mitológicos, y hoy he querido exponer la mitología de CALISTO.
Calisto, hija del rey de Arcadia, Licaón, fue una de las ninfas del séquito de Ártemis (Diana) y la más querida entre las favoritas de la diosa.
Zeus (Júpiter), enamorado de ella, recurrió para seducirla a una estratagema; adoptó la figura de la diosa de la caza y se unió a la ninfa, que dio a luz a un hijo, llamado Arcas.
Cuando Ártemis (Diana) se dio cuenta de que Calisto había quebrantado el voto de virginidad, la expulsó de su séquito.
Sin embargo, intervino también la celosa Hera (Juno), que transformó a la ninfa en osa.
Así comenzó a vagar por los bosques y un día se encontró con su hijo Arcas, convertido en un joven y valiente cazador.
Éste, por ignorancia, estaba a punto de herir a la madre, quien al reconocerlo, se había detenido gimiendo; intervino Zeus, que transformó a Arcas en oso y transportó a la madre y al hijo al cielo, donde formaron las constelaciones la Osa Mayor y la Osa Menor.
Hera, que consideraba fallida su venganza, obtuvo del dios del mar Poseidón que no permitiese a estos astros acostarse en el Océano al atardecer, condenándolos a permanecer siempre por encima del horizonte como castigo por su pecado.
De esta manera, Hera (Juno), la esposa de Zeus (Júpiter) se vengó de la infidelidad de su marido, el padre de los dioses.
(Enciclopedia de la mitología. J. C. Escobedo. Edit. De Vecchi .)
El poeta romano OVIDIO (43 a. de C. -17 d. de C.) en su obra “Metamorfosis”, libro II, 405 -430, cuenta el mito de Calisto.
Después de la devastación producida en la Tierra por Faetón al conducir el carro del Sol, Júpiter dirige su mirada a la tierra y a las penalidades de los humanos.
“Pero es su Arcadia (1) el objeto de sus más solícitos cuidados; restablece en ella las fuentes y los ríos que aún no se atrevían a correr, da césped a la tierra y hojas a los árboles, y ordena que las selvas destruidas reverdezcan.
Durante sus frecuentes idas y venidas, queda prendado de una doncella de Nonacris (2) y la pasión penetra y arde bajo sus huesos.
No se ocupaba ella (Calisto) en suavizar la lana cardándola ni en cambiar de peinado sus cabellos; una vez que un imperdible sujetaba su vestido y una cinta blanca su cabellera descuidada, y en sus manos había cogido, ya una alisada jabalina, ya el arco, era soldado de Febe (Diana), y ninguna más querida que ella de la Trivia (3) correteó nunca por el Ménalo (monte de Arcadia); pero ningún privilegio es durable.
Ocupaba el sol, bien alto, un lugar más allá de la mitad de su carrera, cuando penetra ella en un bosque que jamás época alguna había talado. Quitó de sus hombros la aljaba, distensó el flexible arco y se tendió en el suelo, cubierto de hierba, con el cuello descansando sobre la adornada aljaba.
Cuando Júpiter la vio, cansada y sin que nadie la custodiase, dijo: “Al menos de esta aventura no se enterará mi esposa; y si se entera, sus reproches ¡merecen tanto, tanto, la pena en este caso!”.
En el acto toma la figura y el atavío de Diana y dice: “Oh doncella, que formas parte de mi cortejo, ¿en qué colinas has estado cazando?”.
La doncella se levanta del césped y dice: “Salud, divinidad superior, en mi opinión, a Júpiter, aunque él mismo me oiga”. Se ríe él y oye y se alegra de que se le prefiera a sí mismo y le da en la boca besos desenfrenados e impropios de que los dé así una virgen. Cuando ella se dispone a contarle en qué selva había estado cazando, se lo impide él con sus abrazos y se delata no sin oprobio. Ella, desde luego, por su parte y todo lo que podía una mujer - ¡ojalá la hubieras visto, Saturnia (Juno)! Hubieras sido más benévola -, ella desde luego luchó; pero ¿a qué hombre podía vencer una muchacha, y quién podía vencer al supremo Júpiter?
Triunfador se encamina Júpiter al cielo; en cuanto a ella, detestó aquel bosque y aquella espesura conocedora de su secreto, y al marchar de allí casi se olvidó de recoger la aljaba con las flechas y el arco que había colgado.
He aquí que, acompañada de su séquito, entra Dictina (Diana) (4) en el alto Ménalo, orgullosa de las fieras que ha abatido, y la ve, y una vez vista, la llama; a sus voces huye ella, temiendo al principio que fuese Júpiter en la figura de Diana.
Pero cuando vio que con ella iban las ninfas, se dio cuenta de que no había engaño y se agregó al grupo. ¡Ay, qué difícil es no delatar la culpa por la cara! Apenas levanta los ojos del suelo, y no va, como antes solía, al lado de la diosa, ni es la primera del tropel entero en marcha. Por el contrario, permanece callada y por su sonrojo da muestras del ultraje que ha sufrido su honor; y si no fuera porque ella misma es virgen, se hubiera Diana dado cuenta de la culpa por mil indicios; dicen que las ninfas se dieron cuenta.
Reaparecían los cuernos de la Luna en su disco por vez novena (5), cuando la diosa, fatigada de cazar bajo los fuegos de su hermanos (el Sol), encontró una fría espesura, de donde se deslizaba con murmullo un arroyo que iba removiendo límpidas arenas.
Encantada del sitio, tocó con el pie la superficie de las aguas; encantada igualmente de éstas, dijo: “Ningún testigo hay cerca; bañemos nuestros cuerpos desnudos sumergiéndolos en las transparentes aguas”.
Enrojeció la Parráside (Calisto); todas se despojan de sus ropas: hay una que remolonea: mientras vacila le quitan el vestido, y una vez sin él, al mismo tiempo que el cuerpo desnudo quedó manifiesta la falta. Mientras ella, sobrecogida, intentaba ocultar el vientre con las manos, le dijo la Cintia (Diana): “Vete lejos de aquí y no mancilles este sagrado manantial”, y le ordenó apartarse de su cortejo.
Ya hacía tiempo que la señorial esposa del gran Tonante (Júpiter) se había enterado de esto, y había aplazado su cruel venganza hasta el momento oportuno.
Ya no había por qué esperar, y ya un niño, Arcas, había nacido de su rival, lo que igualmente molestó a Juno.
Cuando a él dirigió sus ojos y su alma furiosa dijo: “Precisamente era esto lo que faltaba, adúltera, que concibieses y por tu parto se divulgase el ultraje y quedase atestiguado el torpe deshonor de mi Júpiter. No quedarás impune; porque te voy a quitar esa figura por la que te gustas a ti misma, descarada, y gustas a mi marido”.
Dijo y, puesta frente a ella, agarrándola por los cabellos sobre la frente, la tendió boca abajo en tierra. Extendía ella sus brazos suplicantes; sus brazos empezaron a erizarse de negras crines, sus manos a curvarse y prolongarse en ganchudas uñas, haciendo oficio de patas, y aquella boca en otro tiempo admirada por Júpiter, a afearse convirtiéndose en ancho hocico. Y para que no puedan sus plegarias y palabras suplicantes doblegar el corazón, se la priva de la facultad de hablar; una voz colérica y amenazadora, que difunde el terror, sale de su ronca garganta.
Conserva, en cambio, sus antiguos sentimientos, que permanecen en ella incluso después de convertida en osa, y atestiguando por sus constantes gemidos sus angustias levanta al cielo y a los astros las manos conforme las tiene, y piensa, aunque no puede decirlo, que Júpiter es un ingrato. ¡Ay! ¡Cuántas veces, no atreviéndose a dormir en la selva solitaria, anduvo errante por delante de su casa y en los campos que otrora fueron suyos! ¡Ay! ¡Cuántas veces se vio perseguida a través de peñascos por los ladridos de los perros, y la cazadora huyó espantada de los cazadores!
Muchas veces se ocultó al ver fieras, olvidada de lo que era, y siendo una osa se estremeció al ver osos en los montes, y temió a los lobos aun cuando su padre se encontraba entre ellos.
Y he aquí que aparece Arcas, el vástago (hijo) de la Licaonia (Calisto), que nada sabía de su madre y que anda ya por sus quince años; y mientras persigue a las fieras, mientras escoge bosques apropiados y cerca de densas redes las selvas del Erimanto (montaña de Arcadia), se tropieza con su madre, que se detuvo al ver a Arcas y pareció que lo reconocía; huyó él, asustado, en su ignorancia, de la que mantenía los ojos perpetuamente clavados en él, y cuando ella intentó acercársele se dispuso a atravesarle el pecho con su mortífera pica.
Se lo impidió el todopoderoso (Júpiter) y los eliminó a ellos a la vez que evitaba un crimen; arrebatados por un torbellino a través del espacio, los colocó en el cielo convirtiéndolos en dos constelaciones vecinas (6).
Se enfureció Juno al ver brillar entre los astros a su rival, y descendió a la líquida llanura a visitar a la blanca Tetis y al anciano Océano, que con frecuencia imponen conmovido respeto a los dioses, y al preguntarle ellos el motivo de su viaje, empieza así:”¿Me preguntas por qué yo, la reina de los dioses en las moradas celestiales, estoy aquí? Otra posee el cielo en vez de mí.
Miento si, tan pronto como la noche haya oscurecido el mundo, no veis, recién galardonados con un lugar en lo más alto del cielo, otros tantos ultrajes para mí, unas estrellas colocadas donde el último de los círculos rodea el extremo del eje del cielo describiendo la curva de menor longitud. ¿Habrá ahora motivo para que alguien tenga reparo en insultar a Juno o tema mi enfado, si soy la única que favorezco a los que quiero hacer daño?
¡Oh, cuán grande son mis hazañas! ¡Qué inmenso es mi poder!
Le impedí que fuese un ser humano, y se la ha hecho diosa. Así es como impongo yo castigo a los culpables, así es mi soberana potencia.
¡Que le restituya su antigua figura, que le quite su forma de fiera, como ya hizo antes con la argólida Forónide (Io)! ¿Y por qué no expulsa a Juno y se casa con ella, la coloca en mi tálamo y toma por suegro a Licaón?
Pero vosotros, si os mueve el desprecio y la humillación de que es víctima la que vosotros criasteis (7), excluid de vuestros azules abismos a los Siete Triones, y rechazad a esos astros que han sido recibidos en el cielo en recompensa de un adulterio, y evitad así que una concubina se bañe en vuestras aguas puras”(8).
Notas:
(1) Parece aludir Ovidio a una tradición según la cual, en lugar de en Creta como en la versión más común, sería Arcadia donde Júpiter había nacido o había sido criado.
(2) Nonacris: ciudad de Arcadia. Esta doncella arcadia es Calisto.
(3) Trivia o diosa de las Encrucijadas es un epíteto latino y no griego de Febe (Diana), relacionado con la identificación de Diana con Hécate, casi tan frecuente como la identificación con la Luna.
(4) Dictina: epíteto de Ártemis, que significa, o por lo menos evoca en griego “la de las redes”, referido a las redes de caza de Diana.
(5) Para indicar los nueve meses del embarazo, pero aquí, excepcionalmente en “cómputo exclusivo” (como el nuestro), aunque también es posible que quiera decir, “a los ocho meses”, es decir, cuando la preñez era ya bien visible, aunque aún no inminente el parto.
(6) La Osa Mayor, y el Guardián de la Osa, Artofílace o Arturo en la constelación del Boyero.
(7) Océano y Tetis se encargaron de la crianza de la niña Juno durante la guerra de Júpiter contra su padre (Cronos).
(8) Es la explicación mitológica de por qué las constelaciones polares no se ponen jamás, no descienden nunca hasta el horizonte ni se sumergen en el Océano, sino que giran siempre, tanto a lo largo de cada noche como a lo largo del año, alrededor del polo, permaneciendo visibles, aunque en distintas posturas, en t odas las estaciones, en nuestras latitudes de la zona templada: no así, claro está, en la zona ecuatorial, en la que el Polo Norte (como también el Polo Sur) está en el horizonte.
(P. Ovidio Nasón. Metamorfosis. Texto revisado y traducido por Antonio Ruiz de Elvira. Texto, notas e índice de nombres por Bartolomé Segura Ramos. Edit. C.S. I. C. 1988).
Segovia, 22 de abril del 2023
Juan Barquilla Cadenas.