HÉRCULES Y NESO. LA MUERTE DE HÉRCULES
MITOLOGÍA: NESO Y DEYANIRA. LA MUERTE DE HÉRCULES
Hércules es el héroe más célebre y popular de toda la mitología clásica.
El nombre de Heracles (Hércules) en principio era “Alcides” patronímico derivado del nombre de su abuelo Alceo. En griego, esta palabra evoca la idea de fuerza física.
Cuando, tras haber dado muerte a los hijos que había tenido de Mégara, su primera esposa, (debido a un acceso de locura que le envió la diosa Hera, que era su enemiga), el héroe fue a pedir su “penitencia” a la Pitia del oráculo de Apolo en Delfos, ésta le ordenó, entre otras cosas, que tomase en adelante el nombre de “Heracles”, que significa “la gloria de Hera”, sin duda porque los trabajos que iba a emprender debían redundar en glorificación de la diosa.
Heracles es hijo de Alcmena y Anfitrión, pero su verdadero padre es, en realidad, Zeus, quien aprovechándose de la ausencia de Anfitrión, que había salido para una expedición contra los teleboos, tomó su forma y aspecto para engañar a Alcmena y engendró al héroe en el curso de una larga noche, prolongada por orden suya.
Por eso la diosa Hera, esposa de Zeus, era enemiga de Heracles, porque Zeus había cometido adulterio con Alcmena, y debido a ello le hizo la vida imposible a Heracles.
Incluso antes de que nazca Heracles, empieza a manifestarse la cólera de Hera, celosa de Alcmena. Zeus había afirmado, imprudentemente, que el niño que iba a nacer del linaje de Perseo reinaría en Argos. Inmediatamente, Hera obtuvo de su hija Ilitia, diosa de los alumbramientos, que el nacimiento de Heracles se retrasase, y se adelantase, en cambio, el de su primo Euristeo, hijo de Esténelo.
De este modo, Euristeo nació sietemesino, en tanto que Heracles permaneció diez meses en el seno de su madre.
Y fue posible el parto gracias a Galintias una amiga de Alcmena, porque hallándose Alcmena a punto de dar a luz a Heracles, las Moiras e Ilitia, divinidades del alumbramiento, se negaban a “desatarla”, por orden de Hera. Por espacio de nueve días y nueve noches permanecieron cruzadas de piernas y manos en el umbral de la casa, impidiendo el parto con sus encantamientos. Galintias se apiadó de su amiga y temió que enloqueciera a consecuencia de los dolores, por lo cual ideó la siguiente treta: acudió a las diosas y les anunció que, por orden de Zeus, Alcmena había dado a luz a un niño, sin estar ellas conforme.
Espantadas e indignadas, creyendo violados sus privilegios, las diosas se levantaron y abandonaron la posición que mantenía “atadas” a Alcmena, la cual al punto dio a luz.
Pero las divinidades se vengaron transformando en comadreja a Galintias.
Sin embargo, Hécate sintió compasión por la pobre bestia y la convirtió en su criada y su animal sagrado.
Existen varias leyendas que cuentan cómo Heracles, tierno niño aún, se amamantó en el seno de Hera, su peor enemiga. Tal era, según se decía, la condición precisa para que el héroe pudiera gozar de la inmortalidad.
Según ciertas tradiciones, Hermes acercó al niño al pecho de la diosa dormida. Cuando ésta se despertó, lo arrojó lejos de sí, pero ya era demasiado tarde.
La leche que fluyó de su pecho dejó en el cielo una estela: la “Vía Láctea”.
Otra tradición cuenta el episodio de un modo distinto: Alcmena, temiendo los celos de Hera, habría expuesto al pequeño Heracles, recién nacido, en los alrededores de Argos – y no de Tebas, donde había nacido-, en un lugar que en lo sucesivo llevó el nombre de “llanura de Heracles”. Atenea y Hera acertaron a pasar por allí. Atenea, admirada ante el vigor y la belleza del recién nacido, pidió a Hera que le diese el pecho. Así lo hizo Hera, pero Heracles chupó con tal violencia, que hirió a la diosa; ésta, entonces, lo rechazó con viveza. Atenea lo recogió, lo entregó a Alcmena y le ordenó que criase sin temor a su hijo.
Cuando Heracles tuvo 8 meses – otros dicen 10 - Hera intentó matarlo. Un atardecer, Alcmena había acostado a los dos gemelos, Heracles e Ificles, en su cuna, y se había dormido. Hacia medianoche, la diosa introdujo en la habitación dos enormes serpientes, que se enroscaron en el cuerpo de los niños. Ificles se puso a llorar, pero Heracles, intrépido, agarró los reptiles por la garganta, uno en cada mano, y los ahogó.
Anfitrión acudió, espada en mano, a los gritos de Ificles, pero no tuvo necesidad de intervenir. Se dio perfecta cuenta de que Heracles era hijo de un dios.
Hay muchas leyendas sobre este héroe, pero la más conocida es la de los “Doce trabajos”: 1. El león de Nemea. 2. La hidra de Lerna. 3. El jabalí de Erimanto. 4. La cierva de Cerinia. 5. Los establos de Augias. 6. Las aves del lago Estínfalo. 7. El toro de Creta. 8. Las yeguas de Diomedes. 9. El cinturón de la reina Hipólita. 10. Los bueyes de Geriones. 11. El cancerbero. 12. Las manzanas de oro de la Hespérides.
Estos trabajos fueron encargados por su primo Euristeo.
Según Eurípides, Heracles habría deseado volver a Argos, a lo cual Euristeo habría accedido con la condición de que realizase antes ciertas tareas, los principales de los cuales tenían por objeto librar al mundo de cierto número de monstruos.
Pero más generalmente se considera esta esclavitud como la expiación del asesinato de los hijos que había tenido de Mégara (crimen involuntario pero que no por ello dejaba de constituir una mancha). Después de esta matanza, Heracles había ido a Delfos a consultar el oráculo de Apolo Pitio; éste le había ordenado que se pusiese al servicio de su primo por espacio de doce años.
Apolo ( y Atenea) añadieron que, como premio a sus penalidades, obtendría la inmortalidad.
Pero aquí sólo vamos a exponer la muerte y apoteosis de Heracles en el monte Eta.
Heracles, casado con Deyanira, su segunda esposa, vivió en Calidón, junto a su suegro Eneo, pero pronto perseguido por la fatalidad, causó involuntariamente la muerte de Éunomo, pariente de Eneo, que servía en su casa en calidad de paje.
Entonces Heracles no quiso permanecer por más tiempo en Calidón y se exilió con su esposa y su hijo Hilo a la región de Traquis en Fócide.
Durante este viaje hubo de luchar con el centauro Neso.
Neso habitaba a orillas del río Eveno, donde se dedicaba a pasar con su barca a los viandantes.
Cuando Heracles se presentó con Deyanira, Neso pasó al héroe en primer lugar, y regresó luego para recoger a Deyanira; pero durante el trayecto trató de violar a la joven, la cual pidió auxilio. El héroe, de un flechazo, traspasó el corazón del centauro en el preciso instante en que llegaba a la orilla.
Neso, al morir, llamó a Deyanira y le dijo que si alguna vez su marido dejaba de amarla, ella podría reavivar su amor con ayuda de un filtro que elaboraría con la sangre que manaba de su herida. Lo hizo con intención de vengarse de Hércules.
Deyanira, crédula, recogió la sangre de Neso y se la guardó.
Las tradiciones discrepan acerca de la composición de este supuesto filtro amoroso: ora se trata exclusivamente de la sangre de Neso, ora de una mezcla de esta sangre con la que había manado de las heridas de la hidra de Lerna, ora, en fin, de la sangre del centauro a la que Deyanira habría añadido el semen que éste esparció al intentar violarla.
Heracles había luchado contra Eurito, debido a que éste había ofrecido un concurso permanente a todos los griegos, en el que ofrecía otorgar la mano de su hija Yole al arquero que consiguiera vencerlo.
Heracles aceptó el desafío y superó a Eurito; pero los hijos de éste no se avinieron a concederle el premio. Temían que Heracles, en el caso de tener hijos con su hermana, los matase repitiendo lo que había ocurrido ya otra vez en estado de locura.
Tras varios incidentes con los hijos de Eurito y con él mismo, emprendió una expedición contra Ecalia, ciudad de la que era rey Eurito. Tomó la ciudad, ejecutó a Eurito y a sus hijos y se apoderó de Yole a la que llevó cautiva.
Mientras tanto, su esposa Deyanira, que permanecía en casa de Ceix, rey de Traquis, amigo y pariente de Heracles, que había acogido a Heracles y a su familia después de su marcha de Calidón, supo por Licas, un compañero de Heracles, que a causa de Yole corría peligro de verse olvidada. Entonces Deyanira se acordó del filtro amoroso que Neso le había dado al morir, y decidió recurrir a él.
Heracles, después de su victoria sobre Eurito, quiso consagrar un altar a Zeus en acción de gracias.
Para esta ceremonia había enviado a su compañero Licas a Traquis a pedir a Deyanira un vestido nuevo.
Deyanira impregnó una túnica con la sangre de Neso y entregó la prenda a Licas.
Sin sospechar nada, Heracles se revistió con la túnica y se dispuso a ofrecer el sacrificio a Zeus.
Pero a medida que la túnica se iba calentando al contacto de su cuerpo, el veneno que le impregnaba desarrolló su acción, y atacó la piel.
Pronto el dolor fue tan agudo que Heracles, fuera de sí, cogió a Licas por un pie y lo arrojó al mar, al mismo tiempo que porfiaba por quitarse la túnica fatal. Pero el tejido estaba adherido a su cuerpo, y, al tratar de arrancarlo, seguía con él la carne. En tal estado fue transportado a Traquis por mar.
Cuando Deyanira se dio cuenta de lo que había hecho, se suicidó.
Heracles tomó entonces sus últimas disposiciones.
Confió su concubina Yole a su hijo Hilo, y le pidió que se casase con ella cuando tuviese la edad.
Luego subió al monte Eta, cerca de Traquis, y en la cumbre levantó una gran pira, sobre la cual se encaramó.
Terminados los preparativos, dio orden a sus criados de que prendiesen fuego a la pira, pero ninguno quiso obedecer; sólo Filoctetes –o tal vez su padre Peante – se resignó a prenderla fuego.
Como premio, Heracles le dio su arco y sus flechas. La participación de estas armas iban a ser necesarias, así como la presencia de Filoctetes, para que Troya fuese conquistada por los griegos.
Mientras la hoguera ardía resonó un trueno, y el héroe fue arrebatado hacia el cielo sobre una nube.
Se contaba que, antes de morir, Heracles había hecho prometer a Filoctetes, único testigo de su muerte, que jamás revelaría a nadie el emplazamiento de la pira. Al ser interrogado después Filoctetes, se negó a pronunciar palabra alguna; pero habiéndose trasladado al lugar de la pira, golpeó con el pie el suelo con gesto significativo, eludiendo de este modo la prohibición de Heracles. Más tarde fue castigado por ello con una dolorosa herida en el mismo pie.
Por el fuego, Heracles se despoja de los elementos mortales que había heredado de su madre mortal, Alcmena. También Tetis trató de purificar a Aquiles exponiéndolo al calor de un hogar, para hacerlo inmortal.
Ya entre los dioses, Heracles se reconcilió con Hera, la cual se convirtió en su madre inmortal después de una ceremonia en la que se simuló el nacimiento del héroe como si saliera del seno de la diosa.
Se casó con Hebe, la diosa de la juventud, y en lo sucesivo fue uno de los inmortales, gloria que había merecido por sus trabajos, su valor y, sobre todo, por sus sufrimientos. (Pierre Grimal. Diccionario de mitología griega y romana. Edit. Paidós).
El mito de la muerte de Hércules lo cuenta Ovidio (43 a. de C. -17 d. de C.) en el libro IX (vv. 101 -272) de su obra “Metamorfosis”.
“En cambio a ti feroz Neso, te perdió la pasión por la misma joven, dando lugar a que traspasaran el lomo con una voladora flecha.
En efecto, el hijo de Júpiter (Hércules), que con su nueva esposa se dirigía de nuevo a los muros de su patria (en realidad iban a Traquis), había llegado a las aguas turbulentas del Eveno. Más caudaloso que de ordinario, acrecido por las borrascas invernales, estaba lleno de remolinos y era infranqueable. Hércules no temía por sí, pero estaba preocupado por su esposa; lo aborda Neso, vigoroso de miembros y conocedor de los vados, y dice: “A ella yo prestaré el servicio de ponerla en aquella orilla, Alcida; tú haz uso de tus fuerzas nadando”.
Estaba la calidónide (Deyanira) pálida de terror y tenía tanto miedo del centauro como del río, así angustiada se la entregó el Aonio (Hércules) a Neso.
Enseguida, conforme estaba, cargando con la aljaba y con el despojo del león (la piel del león de Nemea) (pues había arrojado a la otra orilla la maza y el curvo arco), dijo: “Puesto que he empezado con los ríos, venzámoslos” (Pues había conseguido a Deyanira tras vencer al río Aqueloo), y no vacila y no examina dónde la corriente es más suave, y desdeña ser conducido a capricho de las aguas. Y habiendo alcanzado ya la otra orilla, en el momento en que recogía el arco que antes arrojara, reconoció la voz de su esposa, y dirigiéndose a Neso que se disponía a traicionar lo que había recibido en depósito, le grita: “¿A dónde te lleva la vana confianza en tus patas, violador? A ti te digo, Neso biforme. Escúchame y no te apoderes de lo que es mío. Si no tienes respeto alguno hacia mí, al menos la rueda de tu padre (Ixión, que fue condenado a estar atado a una rueda encendida que giraba sin cesar) debería mantenerte alejado de uniones prohibidas.
Pero no escaparás aunque confías en tus recursos caballares; te alcanzaré por una herida, no por mis pies”.
La acción confirma sus últimas palabras, y una flecha disparada atraviesa el lomo fugitivo. El ganchudo hierro sobresalía de su pecho, y al arrancárselo brotó por ambos orificios la sangre mezclada con la ponzoña del jugo de Lerna (el veneno con el que Hércules había impregnado sus flechas). Neso la recoge; “No moriré sin venganza” se dice, y entrega a la raptada como obsequio una prenda empapada en la caliente sangre, dándole a entender que es un estímulo para el amor.
Largo fue el lapso de tiempo que transcurrió, y las hazañas del glorioso Hércules habían llenado la tierra y saciado el odio de su madrastra (Juno).
Volvía vencedor de Ecalia y se disponía a celebrar un sacrificio que tenía ofrecido a Júpiter Ceneo, cuando la gárrula Fama se le adelantó en llegar a tus oídos, Deyanira, esa Fama que se complace en añadir lo falso a lo verdadero y desde lo más insignificante va creciendo gracias a sus mentiras, y dijo que el Anfitriónida (Hércules, hijo putativo de Anfitrión) estaba cautivo del amor a Yole. Lo cree la amante Deyanira, y espantada por los rumores del nuevo amor se entregó primero a las lágrimas, y llorando desahogó la pobre su aflicción.
Poco después dice: “Pero ¿por qué llorar? Mi rival se alegrará de estas lágrimas. Y puesto que ella va a venir, hay que darse prisa y tramar algo mientras aún se puede y todavía no ocupa otra mi alcoba. ¿Debo salir de esta casa o aunque sólo sea resistirme?
¿Y si, acordándome, Meleagro, de que soy tu hermana, preparo una valerosa hazaña y demuestro degollando a mi rival lo que puede el ultraje y el dolor de una mujer?”
Su alma tiene impulsos diversos. A todos ellos prefirió el de enviar la túnica impregnada de la sangre de Neso para que dé fuerzas al amor que se ha extinguido, y sin saber lo que entrega, entrega ella misma a Licas, que lo ignora, lo que la va abrumar de pena, y con palabras acariciantes le encarga la infeliz que dé aquel obsequio a su marido. El héroe lo acepta sin sospechar nada y se pone en los hombros el veneno de la víbora de Lerna.
Estaba echando incienso a las primeras llamas, junto con plegarias, y derramando de una copa de vino junto al altar de mármol; la fuerza de aquel tósigo se calentó, y liberada por las llamas se difundió desparramándose bien a través de los miembros de Hércules.
Mientras pudo reprimió el gemido con su habitual fortaleza. Cuando su resistencia fue vencida por el mal, dio un empujón al altar y llenó de sus gritos el boscoso Eta. Y en el acto intenta rasgar la mortífera prenda: por donde tira de ella, tira ella de la piel, y, cosa atroz de decir, o se adhiere a los miembros siendo vanos los esfuerzos para arrancarla, o deja al descubierto los miembros despedazados y los enormes huesos. La sangre misma, como ocurre cuando una barra de metal candente es sumergida en un recipiente de agua fría, chirría y hierve con el fuego de la ponzoña. Y no hay límite, las llamas voraces le sorben las entrañas, un sudor negruzco le sale por todo el cuerpo, crujen los tendones calcinados, y con los tuétanos derretidos por el misterioso agente destructor, vocifera, levantando al cielo las manos: “Aliméntate, Saturnia (Juno), con mi infortunio; aliméntate y contempla, cruel, desde lo alto esta calamidad, y sacia tu empedernido corazón.
O, si soy digno de conmiseración hasta de parte de un enemigo, es decir, de la tuya, arrebátame esta vida atormentada por infernales suplicios, odiada y que nació para los trabajos. Eso será un obsequio para mí; esos son dones que debe dar una madrastra.
¿De manera que yo destruí a Busiris (rey de Egipto que sacrificaba a los extranjeros que llegaban al país), el que mancillaba los templos con la sangre extranjera?
¿Y arrebaté al fiero Anteo (un Gigante, hijo de la Tierra, que lo alimentaba y fortalecía con sólo su contacto) el alimento de su madre? ¿Y no me hizo mella la triple figura del pastor ibero (Geriones), ni tu triple figura, Cerbero? ¿Y vosotros, manos mías, oprimisteis los cuernos del poderoso toro? ¿De vuestra obra goza la Élide y las ondas del Estínfalo y el bosque Partenio?
¿Fue vuestro valor el que trajo el cinturón cincelado con oro del Termodonte y las frutas custodiadas por el insomne dragón?
¿Y no pudieron resistir contra mí los centauros ni el jabalí devastador de la Arcadia? ¿Y no fue útil a la hidra crecer gracias a sus pérdidas y recobrar dobladas fuerzas? ¿Y qué decir de que yo vi los caballos del tracio cebados con sangre humana y sus pesebres llenos de cuerpos despedazados, y que después de ver los pesebres los eché por tierra y di muerte a su dueño y a los caballos? El gigantesco cuerpo de Nemea yace estrujado por estos brazos; con esta cerviz sostuve el cielo. La cruel esposa de Júpiter se ha cansado de mandar; yo no me he cansado de obrar. Pero he aquí una plaga insólita a la que no es posible resistir ni con el valor no con las armas no corazas. Un fuego devorador penetra en lo más hondo de mis pulmones y se alimenta de todos mis miembros. ¡Y en cambio Euristeo goza de buena salud!
¡Y hay gente capaz de creer que los dioses existen!”
Dijo, y enfermo camina por el alto Eta, no de otro modo que si un toro llevase clavado un venablo en el cuerpo y el autor del hecho hubiera escapado.
Se le habría podido ver profiriendo gemidos muchas veces, muchas veces aullando, muchas volviendo a intentar hacer jirones toda su ropa, derribando troncos, y enfurecido contra los montes o tendiendo los brazos al cielo de su padre.
He aquí que divisa a Licas, que tiembla escondido en el hueco de una roca, y como el dolor había concentrado toda su rabia, dijo: “¿Fuiste tú, Licas, el que me diste el don funesto? ¿Serás tú el autor de mi muerte?” Se estremece Licas, palidece sobresaltado y pronuncia tímidamente palabras de disculpa. Mientras habla y se dispone a echarle las manos a las rodillas, lo coge el Alcida, y, después de hacerle dar tres o cuatro vueltas en el aire lo arroja a las ondas de Eubea con más fuerza que una catapulta.
Licas se endurece cuando aún surcaba los aires del cielo; y, como dicen que las aguas de lluvia se condensan con los vientos helados y de ahí se forma la nieve, y que los copos de nieve sometidos a rotación hacen que aquella se comprima en su masa y se apelotone en compacto granizo, así él, lanzado al vacío por brazos poderosos y muerto de miedo y sin que le quedase nada líquido, se convirtió en granítico pedernal, según lo indicó el tiempo pasado.
Aún ahora un modesto peñasco realza en el profundo abismo de Eubea y conserva trazos de humana figura; los marineros temen pisarlo, como si fuera a notarlo, y lo llaman Licas. En cuanto a ti, vástago eximio de Júpiter, después de cortar árboles que el elevado Eta produjera y de apilarlos formando una pira, mandas al hijo de Peante (Filoctetes), por cuyo ministerio fue aplicada la llama al pie de aquélla, que lleve tu arco y tu capaz aljaba y tus flechas, destinadas a ver una vez más el reino de Troya.
Y mientras el fuego voraz va inflamando el montón, extiendes en lo alto del rimero de leña la piel de Nemea y te acuestas con la cerviz apoyada en tu maza, no con otro semblante que si estuvieras tendido como comensal, entre vasos llenos de vino y coronado de guirnaldas.
Y ya crepitaba la llama vigorosa y extendida por todos lados, y buscaba los miembros tranquilos de quien la desdeñaba. Temieron los dioses por el defensor de la tierra. Y así les habló, pues se dio cuenta, el Saturnio Júpiter con alegre rostro: “Es para mí un placer ese temor, oh inmortales, y me congratulo, satisfecho con todo mi corazón, de que se me llame caudillo y padre de un pueblo agradecido, y de que mi prole esté segura también de vuestro favor.
Pues aunque esto lo hacéis en consideración a sus hazañas colosales, también yo me siento obligado por ello. Pero vamos, que no se angustien con miedo superfluo vuestros leales corazones: ¡despreciad las llamas del Eta! El que todo lo venció, vencerá al fuego que estáis viendo, y no sentirá al poderoso Vulcano (el fuego) más que en la parte que tiene de su madre. Lo que se llevó de mí es eterno, libre y fuera del alcance de la muerte, e indestructible por ninguna llama.
Y esa parte, una vez terminada su misión en la tierra, yo la voy a recibir en las regiones celestes, y espero que mi acción será agradable para todos los dioses. Pero si hay alguno que acaso vaya a molestarse porque Hércules sea un dios, no querrá que se le haya otorgado este premio, pero sabrá que ha merecido que se le otorgue y lo aprobará sin querer”.
Asintieron los dioses. Incluso la regia esposa (Juno) pareció que aceptaba con semblante no hostil o demás, si bien con hostil semblante en cambio las últimas palabras de Júpiter, y que sufría de verse aludida con reproches.
Entre tanto Mulciber (el fuego) se había llevado ya cuanto la llama podía devastar, y no se reconocía la figura que quedaba de Hércules; no tiene ya nada que proceda de los rasgos de su madre, y sólo conserva los trazos de Júpiter.
…. y el padre omnipotente lo arrebató, envuelto en huecas nubes, en carro de cuatro caballos, y lo colocó entre los astros centelleantes”.
(Ovidio. Metamorfosis. Texto revisado y traducido por Antonio Ruiz de Elvira. Texto, notas e índice de nombres por Bartolomé Segura Ramos. C.S.I. C. Madrid 1988)
Segovia, 8 de junio del 2024
Juan Barquilla Cadenas.