ARÍSTIDES QUINTILIANO: “De Musica” (Sobre la Música)
Hoy que estamos acostumbrados a escuchar todo tipo de música y melodías, desde la música clásica hasta la música moderna con sus diversos y variados tipos, como la música pop, la música country, el jazz, el rock, la música techno, el soul, el blues, el góspel, el hip hop, la música reggae, la salsa, el flamenco, la música folclórica, etc., así como melodías y las bandas sonoras de las películas, y, además, vemos asociada la música al baile, la danza y al recitado de poesías, y escuchamos música adecuada a distintas situaciones, como música para relajarnos, música para alegrarnos cuando estamos deprimidos, música para ceremonias religiosas, música para ocasiones festivas, música para los duelos, música para las marchas militares y los himnos nacionales, etc., hemos de pensar que todo esto viene de muy atrás, del mundo antiguo, pero sobre todo quienes empiezan a investigarlo y estudiarlo de un modo sistemático son los griegos, como ocurrió en la mayor parte de las artes. Ellos lo transmitieron al mundo romano y así pasó al resto de Europa y del mundo occidental.
Los griegos y romanos utilizaron la música sobre todo con dos funciones: una educativa (la más importante): la música, al igual que la gimnasia, formaba parte importante de la educación en la antigüedad, y la otra con una función terapéutica.
Estas dos funciones también siguen existiendo en el mundo actual.
Un ejemplo de este estudio sistemático de la música nos lo ofrece Arístides Quintiliano en su obra “De música” (Sobre la música).
No tenemos noticia alguna sobre la persona de Arístides Quintiliano.
Su tratado va dirigido a dos amigos o discípulos, Eusebio y Florencio.
No sabemos cuándo escribió su obra. Con exactitud sólo podemos afirmar que tiene que ser posterior a la época de Cicerón (siglo I a. de C.), al que menciona (II 61), y anterior al escrito de Marciano Capela “De Nuptiis Philologiae et Mercurii” (principios del siglo V d. de C.).
En general se le considera del siglo II d. de C.
Arístides considera que la educación mediante la música, además del beneficio individual, está encaminada a la mejor organización política.
La protección del emperador Adriano hacia las artes y las ciencias en absoluto es contradictoria con la queja de Arístides por el abandono de la música y por la falta de consideración intelectual que esta actividad gozaba, al parecer, entre buena parte de sus contemporáneos; al contrario, el decidido interés por la música que este emperador manifestó muy bien pudo haber estimulado la escritura de un tratado que recogiera toda la antigua especulación teórica, igual que ocurriera con las elaboraciones de las otras ciencias y las otras artes.
Arístides nos ofrece una visión totalizadora de la música griega: además de transmitirnos noticias concretas sobre la práctica musical ( como ciertas escalas antiguas, tal vez de la época de Damón, o los procedimientos de notación y de solfeo), o de ampliar nuestro conocimiento sobre la sistematización aristoxénica y de ser una fuente importante para la teoría métrica, nos ha legado una concepción del universo y del hombre que recoge el espíritu musical del pueblo griego y que nos ayuda a comprender mejor muchas oscuras afirmaciones sobre la música del propio Platón.
Justifica su tratado diciendo ( I,3) que su propósito es presentar todas las cuestiones que conciernen a la música bajo una perspectiva global e integradora, lo que hasta entonces nadie había hecho, al menos por escrito.
Arístides intenta recuperar para la música el prestigio que poseía entre los filósofos antiguos, cuando “no sólo era apreciada por sí misma, sino que era también extraordinariamente admirada por ser útil a las demás ciencias”.
En todo cuanto tiene ser, viene a decirnos, se reproduce el mismo orden cósmico, un orden armónico; conforme mayor es la presencia de la materia tanto más oscuro y alejado aparecerá ese orden en la cosa.
La ventaja de la música, no sólo ya respecto a las demás artes, sino incluso también respecto a los mismos entes de nuestro mundo, reside en la “incorporeidad” de su materia: la música está hecha con sonidos, que no son sino movimientos ordenados, en definitiva, números.
Si ese movimiento que es el sonido, al aplicársele unas leyes racionales, produce el fenómeno musical (el cual es considerado como paradigma de la belleza artística en este mundo), no será difícil inferir esas mismas leyes en el orden-belleza del universo, en la Belleza misma.
Puesto que la Música es el modelo que siguió el demiurgo para construir el mundo, como cuenta Platón en el “Timeo”, ese modelo habrá quedado impreso en todos los ámbitos del ser.
Pero el mayor interés que tiene el arte musical es que, al ofrecer esa imagen del Todo, se convierte en un arte educativo, es decir, un arte que sirve para guiar la acción a lo largo de toda la vida, un arte práctico que además produce placer.
El pensamiento musical, de influencia pitagórico- platónica que preside el tratado de Arístides considera que en la música se encierran las razones para la comprensión del universo. La música no sólo es aquello que suena sino, ante todo, el paradigma mismo del ser, entendido como armonía. En este sentido la música es útil a las demás ciencias.
“Pero a mí me parece que el bien específico de este arte es principalmente el siguiente: la música, a diferencia de las demás artes, no se considera útil sólo a una única materia, dentro de las actividades humanas, o durante un breve intervalo de tiempo, sino que cualquier edad e incluso la vida entera y cualquier acción podrían ser perfectamente ordenadas únicamente con ella”.
Para Arístides el interés de la música no reside sólo en que su estudio proporciona un conocimiento teórico, sino, principalmente, en que es un saber de tipo práctico, un arte.
Su superioridad respecto a las demás artes radica en que es capaz de modelar la propia manera de ser del hombre, su “ethos”: la música es también una ética, útil para toda la vida.
Esa facultad para hacer de la vida entera una obra ordenada y bella es el verdadero beneficio que se deriva del arte musical.
La música se extiende por toda materia, por así decir, y atraviesa todo tiempo: ordena el alma con las bellezas de la armonía y conforma el cuerpo con ritmos convenientes; y es adecuada para los niños por los bienes que se derivan de la melodía, para los que avanzan en edad para transmitir las bellezas de la dicción métrica y, en una palabra, del discurso entero, y para los mayores porque explica la naturaleza de los números y la complejidad de las proporciones, porque revela las armonías que mediante estas proporciones existen en todos los cuerpos y, lo que en verdad es más importante y más definitivo, porque tiene la capacidad de suministrar las razones de lo que es más difícil de comprender a todos los hombres, el alma, tanto del alma individual como del alma del universo.
“Lo que me ha impulsado a emprender este tratado ha sido, en especial, la poca estima de la mayor parte de la gente por este tema, proponiéndome mostrar qué saber tan importante es el que inadecuadamente desprecian”.
La música tiene la capacidad no sólo de beneficiar rápidamente a quienes gustan del esfuerzo, sino también de dar como fruto un placer digno e incomparable.
Verdaderamente, no hay acción entre los hombres que se realice sin música. Los himnos divinos y las ofrendas son ordenados con música; las fiestas privadas y las festividades públicas de las ciudades son magnificadas con ella; los combates y las marchas se inician y se detienen mediante música. También hace menos penosas las navegaciones y el remar, y los más pesados trabajos artesanos, produciendo un alivio en las fatigas, y en algunos pueblos extranjeros ha sido empleada incluso en los duelos, al romper con la melodía la agudeza del dolor.
Y, ciertamente, ellos veían que no es sólo una la causa que nos mueve a cantar, sino que unas personas en las alegrías son movidas por el placer, otras en la pesadumbre por la pena, y otras, poseídas por un impulso e inspiración divina, por el entusiasmo, e incluso por todas estas causas mezcladas entre sí en algunos acontecimientos y circunstancias, pues tanto los niños debido a la edad como los mayores debido a la debilidad de la naturaleza son arrastrados por tales pasiones.
Si bien estas pasiones no mueven a todas las personas, como es el caso de los sabios, y no todas ellas conducen al canto, como las pasiones intemperadas (inmoderadas), era necesario, sin embargo, aplicar la terapia de las pasiones que ocurrían y a las personas en quienes se desarrollaban, logrando ciudadanos que fueran útiles en el momento del esfuerzo. No era posible que las personas turbadas por las pasiones hallaran la curación a partir de la palabra. En efecto, veían que el placer es un reclamo muy fuerte, bajo cuyo dominio caen hasta los animales irracionales – como muestran las siringas de los pastores y las “pektídes” de los cabreros-, que la pena arroja a muchas personas a enfermedades incurables cuando permanecen sin consuelo, y que los entusiasmos, si no tienen medida, no avanzan hacia un fin correcto, al ir unidos a supersticiones y miedos irracionales.
Observaban estas pasiones en relación a las partes del alma: veían que en ella en torno a la parte “deseante” abundaba el placer, en torno a la “impulsiva” la pena y la ira que de ésta nace, y en torno a la “racional” el entusiasmo.
Ciertamente, había un estilo de terapia mediante música que armonizaba con cada una de estas pasiones y que conducía a las personas afectadas, paso a paso y sin que se dieran cuenta, a una recta condición, pues uno por sí mismo hace música de forma espontánea cuando está moderadamente poseído por alguna de dichas pasiones, pero el que ha caído en una pasión intemperada ( inmoderada) puede ser educado por medio del oído.
Efectivamente, no es posible beneficiar el alma en los excesos de desorden de otro modo que con lo que ella hace cuando está moderadamente poseída por las pasiones.
Hay también en las almas ciertas predisposiciones según el sexo y la edad hacia determinadas especies de melodía: las almas de los niños son conducidas a cantar por el placer, las de las mujeres en gran parte por la pena, y las de los ancianos por el entusiasmo, como por ejemplo, por la inspiración durante las festividades religiosas. (Libro II, 62 y V, 35).
Puesto que veían estas cosas, los antiguos obligaban a practicar la música desde niños a lo largo de toda la vida, y se servían de “méle” (melodías), ritmos y danzas reconocidos como buenos, por lo que en las celebraciones privadas y en las fiestas públicas en honor de los dioses habían instituido como habituales ciertos “méle”, a los que también denominaban “nómoi”, haciendo que la ceremonia religiosa fuera un medio para garantizar su estabilidad. Y con esta denominación expresaron el deseo de que permanecieran inamovibles.
En su acepción general, el término “nómos” significa costumbre, ley. Cada “nómos” más que una obra concreta era una manera de componer, un “aire”, definido por un conjunto de fórmulas melódicas que encerraban sus rasgos característicos: la altura tonal, la armonía, el ritmo y, en especial, el “éthos”, en función de la celebración a la que estaba destinado. Posteriormente el estilo “nómico” fue uno de los tres tipos generales de composición melódica, junto con el “ditirámbico” y el “trágico”.
Además, ciertamente, intentaban contener de alguna manera los movimientos que el alma hace en ocasiones, cuando está poseída por deseos intemperados, conduciéndola mediante el oído y la vista a la dulzura, tal como si canalizaran una corriente que circula por barrancos intransitables o que se corrompe en lugares pantanosos, hacia una llanura accesible y fértil.
Doble era el temor que ellos tenían respecto a la música: veían que, por un lado, quienes no habían tomado parte en ella – ni en los “méle” ni en la poesía pura- eran completamente rudos y necios; y, por otra, que quienes se habían dedicado a esta actividad de una forma indebida caían en no pocos errores, y que por su afición a los “méle” y poemas menos valiosos modelaban un tipo peculiar de “éthos” nada refinado.
Por eso utilizaban en la mayor parte de las ocasiones los “méle” educativos, y poco y raras veces los relajados; bien para la observación de los “éthe”, igual que hacían muchas veces con la experiencia de la embriaguez (como el divino Platón en la “República” prueba a los jóvenes con algunos placeres), bien para reconducir a la educación lo que está enajenado por los deseos.
En efecto, toda educación ejerce su influencia a través de la imposición [diá páthous], como la educación que procede de las leyes, o a través de la persuasión, como la que se hace en las asambleas; la música domina de ambos modos, ya que no sólo subyuga al oyente con la palabra y con el “mélos”, sino que también lo arrastra con diversas modulaciones de la voz y de las figuras corporales, a la íntima unión con lo que las palabras expresan. Por ello, empleaban la música educativa hasta en cien días y la que sirve para la relajación solamente en treinta.
Y con la melodía y la danza serias educaban a los más distinguidos- viéndolas o actuando ellos mismos- y con las placenteras relajaban a la muchedumbre.
Este argumento de Arístides parece inspirado en la “Política” (1342 a) de Aristóteles, donde junto a la música adecuada para la educación del alma y la purificación de sus pasiones también defiende la utilidad de la música no educativa para el descanso y la distracción de los trabajadores manuales.
Incluso sólo para la educación, la composición melódica era por naturaleza más útil que muchas otras cosas.
En la composición melódica se ha de elegir la más valiosa, pero no se ha de huir completamente del canto porque aporte placer. Ni todo deleite es censurable, ni éste es el fin de la música, sino que la seducción del alma es lo accidental, mientras que el objetivo que se le ha propuesto es el beneficio para la virtud.
Si algunos artistas cantan “méle” innobles para complacer a la multitud tampoco la culpa es del arte.
Sin embargo, también Roma había educado con música (como el mismo Cicerón dice) a los hombres que vivieron en tiempos de Numa y un poco después – que eran todavía bastante rudos – tanto en privado en los banquetes como en público en la celebración de todas sus ceremonias religiosas.
¿Y es necesario decir cómo mediante la música Roma en las batallas, en las que tan gran nombre tuvo y tiene (y añadiré, que siga teniendo), hace el ejercicio de las tácticas militares con la danza pírrica? Sin duda, esto es conocido por todos. Pero lo que la mayor parte de la gente desconoce es que en los mismos combates y peligros Roma evita en muchas ocasiones las órdenes de palabra, pues serían perjudiciales si fueran distinguidas por aquellos enemigos que hablasen la misma lengua, y hace señales con música tocando la salpinga (una especie de trompeta, hecha de metal o de cuerno, usada principalmente para fines militares y heráldicos), instrumento guerrero y terrorífico, asignando un “mélos” específico para cada instrucción.
Que la música, como ninguna otra, es la actividad más poderosa para la educación y que nuestras naturalezas, si permanecen sin corregir, son a menudo corrompidas (pues son inducidas a las pasiones bajas o a las violentas) quedará claro a continuación.
Ahora bien, haré mi razonamiento no sobre los individuos (pues es difícil la investigación en ellos), sino sólo sobre ciudades y pueblos enteros (pues en las realidades más grandes es fácil la observación).
Así pues, en torno al tema de la educación estas dos son sus desgracias: la carencia de educación musical y la educación musical nociva.
Y puesto que en el alma se observan también dos pasiones, hablando genéricamente, el coraje y el deseo, quienes para nada han probado las bellezas de la música, si halagan la parte “deseante”, son insensibles y becerriles, como los de Opimia y Lucania, pero si potencian la parte “impulsiva”, son rudos y feroces, como los de Garamántida (pueblo nómada de Libia interior) e Iberia; de nuevo entre aquellos para quienes las cosas de la música han sido desviadas a lo antinatural – a la vileza y a la educación musical nociva-, los que cuidan la parte “deseante” relajan en exceso sus almas y adornan indebidamente sus cuerpos, como los de Fenicia y sus descendientes de Libia ( los cartagineses), pero los que obedecen a la parte “impulsiva” son de mente desordenada, pues son bebedores y amantes de las danzas guerreras más allá de lo oportuno, desmesurados en la ira y belicosos, como los de Tracia y todo el pueblo celta; sin embargo, el pueblo que acogió con amor el aprendizaje de la música y su uso correcto – me refiero al pueblo helénico y, si lo hubiera, a cualquiera que lo haya intentado imitar – es feliz debido a la virtud y a la ciencia entera, y sobresale extraordinariamente por su amor al género humano.
Por lo tanto, si la música puede deleitar y transformar a ciudades enteras y pueblos, ¿cómo no va a ser capaz de educar a los individuos?.
Quien educa por medio de la música debe poner su atención en estos cuatro elementos: el “concepto” que conviene y la “dicción” (la forma de emplear las palabras), y, junto a éstos, la “armonía” y el “ritmo”.
El “concepto” es el guía absoluto, pues sin él no se produce ni elección ni rechazo de nada. Imitación de éste es la “dicción”, la cual es necesaria antes que otra cosa para la audición y la persuasión de las personas. Cuando la dicción añade agudos y graves separados por intervalos, si es vertida desordenadamente, produce la “armonía”, y si es ordenada por las razones consonantes, produce el “ritmo”.
El “concepto”, la “énnoia” (Arístides emplea también los términos “ennóema” y “nóema”), es el contenido, no sólo racional sino también ético y afectivo que se pretende transmitir; la “dicción” es su expresión verbal; la canción vertida desordenadamente (“synkechyméne) es la melodía sin ritmo ( cf. I, 31 sobre las canciones difusas,”kechyména áismata”); las razones de las consonancias son también las razones rítmicas. (Véase I,32-33).
El arte de la educación mediante “conceptos” es doble: si en la materia inherente a cada tema encontramos sentidos útiles para la seducción del alma, nos serviremos de ellos; pero si carecemos de esos recursos, buscaremos los necesarios mediante procedimientos retóricos. Los procedimientos retóricos más útiles son los siguientes: epítetos, metalepsis (especie de metonimia), metáforas, símiles, sinécdoques, perífrasis, alegorías, y otros más.
Así pues, por un lado, los “conceptos” que conducen a la relajación y a la alegría producen la frase sencilla y suave, y, por otro, los que mueven la parte reflexiva y la impulsiva dan lugar a la frase política y contenciosa.
Pero, puesto que la música es terapia de las pasiones anímicas, primero se ha de examinar cómo y a partir de qué éstas acostumbran a ocurrir en el alma.
En general hay dos especies de educación ética. Una es la terapéutica, mediante la cual corregimos el vicio. Dentro de ella, a su vez, hay dos especies: la minorativa, cuando al ser incapaces de persuadir al oyente de una sola vez le conducimos a la serenidad a través de graduales disminuciones de la pasión; y la anulativa, cuando desde el principio conducimos al oyente a una transformación completa.
La otra especie de educación ética es la beneficiosa, dentro de la cual una es la especie conservativa, cuando consolidamos la mejor manera de ser mediante enseñanzas y la mantenemos en el mismo estado, y la otra es la aumentativa, cuando intentamos conducir gradualmente una moderada belleza moral hasta la virtud suma.
Que la educación mediante todas estas cosas también se utiliza en la música es suficientemente confirmado por Homero.
Así, cuando Aquiles en la Ilíada quiere alegrarse de la pasión por Briseida no es introducido cantando algo amoroso, sino que invita a su alma a virilizarse rememorando con la cítara las hazañas guerreras de los antiguos.
De los personajes que educan por medio de la música en la Odisea uno, para frenar la insolencia de los pretendientes de Penélope y su impiedad con la diosa protectora de Ulises, canta las desgracias aqueas causadas por el delito del locrio (se refiere a Ayax) que raptó y violó a Casandra cuando ésta se refugiaba bajo la estatua de Atenea, razón por la cual esta diosa, aunque protectora también de Ulises, castigó a los aqueos ( los griegos) con un desafortunado regreso.
Dice: “Él canta el penoso regreso de los aqueos, que desde Troya ordenó Palas Atenea”.
El otro, para corregir la lujuria de los feacios y evitar aquello a lo que por naturaleza conduce, canta el encadenamiento de Ares y Afrodita, como si ni siquiera ellos quedaran sin castigo por las faltas que cometieron.
Incluso el mismo Ulises no se dio a conocer a los feacios hasta que Demódoco, mediante la música, hubo mostrado la virtud de este varón y producido, por la persuasión de la melodía, el deseo de conocer al ingenioso Ulises.
Demódoco (el aedo) describe cómo sufren castigo quienes ilegalmente se han entrometido en uniones ajenas. Canta la caída de Troya y cómo los amores de Paris y Helena causaron la guerra.
Pero también vemos cómo el ingenioso Ulises quiere ser alabado por el músico de la manera que él necesita y sin ofender a los oyentes, como si hablara de otra persona. Y de este modo, cuando más tarde desean saber quién es, llega a serle más convincente y agradable, diciendo: “Soy Ulises Laertiada, conocido entre los hombres por todas sus astucias y mi fama llega hasta el cielo”.
Habla luego de la “dicción”, de las letras, de las sílabas, de los pies, etc. Y luego dice:
Hablemos ya de las cuestiones más específicas de la música – de los “méle”, de los ritmos y de los instrumentos – tal como conviene a los músicos y expliquemos generosamente su poder.
Hemos de iniciar el estudio de la armonía a partir de sus elementos más pequeños, los cuales son llamados sonidos.
A partir de los sonidos toman sus cualidades los intervalos y se completan los “sistemas”, cuya naturaleza es fácil de distinguir desde el sistema más grande, el de octava, al que también llamamos “armonía”.
De ahí se comprende también la diferencia entre los instrumentos, ya que un mismo tipo de canto no resulta igual de conveniente en la cítara que en el aulós, pues si así fuera ni hubiera hecho falta la variedad de instrumentos ni los oyentes serían seducidos por ellos de diferente modo.
Las “armonías” se asemejan a los “intervalos” que en ellas predominan o a los sonidos que las determinan; y los sonidos, a su vez, a los movimientos y las afecciones del alma. Que por medio de la semejanza de los sonidos incluso en la melodía continua, no sólo modelan un “éthos” inexistente, tanto en los niños como en los mayores, sino que también sacan a la luz el que tienen dentro, lo mostraban también los discípulos de Damón.
De los “méle”, los viriles y ordenados son adecuados para la educación, pero los que tienen una naturaleza distinta son también necesarios para ciertas formas de seducción del alma.
De los ritmos, los que empiezan en las “théseis” son más tranquilos, pues predisponen la mente al orden, y los que empiezan en las “árseis” son agitados, al añadir el golpe rítmico (kroûsis) a la voz.
Por cierto, cualquiera podría descubrir en la manera de andar que quienes caminan con pasos de buena longitud e iguales, según el espondeo, son de “éthos” ordenado y viriles; quienes lo hacen con pasos largos pero desiguales, según los troqueos o peones, son más ardientes de lo debido; los de pasos iguales pero excesivamente pequeños, según el pirriquio, son humildes y nada nobles; y los de paso breve y desigual, próximos a la irracionalidad rítmica, son totalmente disolutos. Y observarás también que quienes utilizan irregularmente todos estos pasos no tienen una mente estable, sino que son vacilantes.
Además, los ritmos de conducción [agogé] más rápida son cálidos y activos, mientras que los de conducción lenta y retardada son relajados y tranquilos. Y los ritmos apretados y precipitados son vehementes y compactos e invitan a la acción; los ritmos expandidos, que hacen una unión de sonidos, son indolentes y más débiles; y los intermedios que son mezcla de ambos, son moderados en su construcción.
Decía que había de hablar también sobre los instrumentos, cuyo uso es fácil de comprender a partir de su denominación. En efecto, nosotros llamamos instrumento bien a aquello que es indispensable para hacer algo (como ver mediante los ojos) o bien aquello con lo cual lo hacemos mucho mejo (como cortar un sarmiento con una pequeña hoz).
En este segundo sentido es como son necesarios los instrumentos musicales, pues aunque es posible interpretar la canción y el “mélos” con la voz, sin embargo, también se puede usar instrumentos. Y tal como la misma voz y armonía no deleita a todos los oyentes, sino que unas pueden agradar a unos y otras a otros, así también sucede con los instrumentos, pues cada persona ama y admira aquellos instrumentos adecuados a los sonidos a los que se asemeja por su “éthos”.
Entre los instrumentos de viento cualquiera podría mostrar que la salpinga es de carácter masculino debido a su fuerza, y que el aulós frigio es femenino por ser gimiente y trenódico; y que los intermedios, el aulós pítico participa más de lo masculino por su gravedad y el aulós coral más de lo femenino por su facilidad para el agudo.
Por su parte, entre los instrumentos de cuerda es posible encontrar que la lira es análoga a lo masculino por su mucha gravedad y aspereza, y la sambýke a lo femenino por carecer de nobleza y conducir a la languidez, pues es muy aguda como consecuencia del pequeño tamaño de sus cuerdas; mientras que los intermedios, la cítara policorde participa más de lo femenino, y el tipo de cítara que no difiere mucho de la lira más de lo masculino.
Cada una de las armonías y cada ritmo es adecuado, según su propia naturaleza a un determinado instrumento y no nos conmoverá del mismo modo mediante un instrumento impropio.
Para una perfecta eficacia de la música se ha de tomar un “concepto” adecuado; una “dicción” que convenga; un “sistema” de similar carácter y una “armonía” de sonidos, unas cualidades rítmicas y un uso instrumental de naturaleza análoga.
En efecto, que el alma es naturalmente movida por la música de los instrumentos es algo que todos conocen.
Un argumento dice que el alma es una cierta armonía, y una armonía de números, y que la armonía musical está constituida por esas mismas proporciones; y, por consiguiente, cuando los semejantes son puestos en movimiento también se mueven a la vez los de naturaleza semejante.
En su discurso sobre el uso de los instrumentos, los antiguos nos revelan lo siguiente:
Atribuyeron la melodía perniciosa, aquella de la que se debe huir por arrastrar al vicio y a la perdición, a mujeres mortales con aspecto de fieras, las Sirenas, a quienes las Musas vencen y de las que huye precipitadamente el ingenioso Ulises.
Ahora bien, puesto que la utilidad de la acción musical es doble – pues una es útil para el beneficio de los virtuosos y otra para la inofensiva relajación de la multitud, e incluso de los de condición humilde si los hubiera –en lo que respecta a la música de cítara, dedicaron la educativa en tanto que viril a Apolo, y atribuyeron la que necesita buscar el deleite por estar dirigida a la multitud a una deidad femenina, a una de las musas, Polimnia; respecto de la música de lira, asignaron la que es útil a la educación, por ser adecuada a los hombres, a Hermes, y vincularon la que es apropiada para la distensión, porque muchas veces dulcifica la parte femenina y deseante del alma, a Erato.
En el caso de los auloi, consagraron la melodía que agrada a la multitud de los hombres y a la parte del alma que tiende al placer, a la diosa que, como indica su nombre, exhorta a buscar ardientemente entre lo bello lo agradable, a Euterpe y asignaron la melodía aulética que es capaz de producir algún beneficio, si bien en raras ocasiones y gracias a mucha ciencia y moderación, no a un dios masculino, pues esta melodía no deja de lado totalmente su femenidad natural, sino a una deidad femenina en cuanto al género aunque moderada y guerrera por su éthos, a Atenea. Por eso, mostrando que el beneficio que se obtiene a través de la melodía aulética es escaso y exhortando a los sabios a huir en la mayor parte de las ocasiones de la molicie que produce, dicen que la diosa rechazó el aulós por aportar un placer que es inadecuado para las personas que buscan la sabiduría, aunque útil para los hombres fatigados y agotados por las continuas labores y trabajos. En este sentido introdujeron también a Marsias, a quien la justicia persiguió por ensalzar su música más allá de su valor, pues sus instrumentos eran tan inferiores respecto a los de Apolo como lo son los trabajadores manuales y los hombres incultos respecto a Apolo.
Es por esto por lo que Pitágoras, dicen, aconsejó a sus discípulos que cuando oyeran el aulós limpiaran su oído por estar contaminado por el viento, y que por medio de la lira purificaran los impulsos irracionales del alma con “méle” favorables, pues mientras el aulós atiende a lo que preside la parte inferior del alma, la lira es grata y querida a lo que se ocupa de la naturaleza racional.
La música está constituida a partir de opuestos, de modo similar a la generación natural, y lleva la imagen de la armonía del universo.
Arístides muestra en su obra otros contenidos más técnicos de la música, que son más comprensibles para los especialistas en esta materia y también en el libro tercero muestra una concepción del universo y las relaciones con la música, que son más de tipo filosófico y de más difícil comprensión.
(Arístides Quintiliano. Sobre la música. Traducción y Notas: Luis Colomer y Begoña Gil. Edit. Planeta DeAgostini).
Segovia, 19 de julio del 2025
Juan Barquilla Cadenas.