Las dictaduras de Sila y Cinna en Roma.
LAS DICTADURAS DE SILA Y CINNA EN ROMA
Cuando oímos la palabra “dictadura”, la asociamos con falta de libertades, ausencia de derechos humanos, corrupción, falta de información, crímenes, destierros, y también con la consecución del poder por medio de la fuerza militar.
Y esta es la imagen que nos transmite la historia de Roma, donde se produjeron en el siglo I a. de C., a finales de la República romana, dos dictaduras, una que podríamos denominar de “izquierdas” (la de Cinna) y otra que podríamos denominar de “derechas” (la de Sila).
Por suerte las dictaduras actuales no suelen ser tan inhumanas y crueles como aquellas de la antigüedad, aunque sí conservan algunos de estos rasgos: falta de libertad, ausencia de derechos, sumisión de la gente al poder religioso o político, respaldado éste por la fuerza militar.
En Roma se llega a estas dictaduras por las tensiones entre dos facciones o partidos políticos, los “optimates” (partido de la aristocracia) y los “populares” (parido democrático o reformista).
En algunos aspectos estos partidos se parecen un poco a los actuales, en el sentido de que hay partidos que son más “conservadores” debido a sus creencias religiosas o sus intereses económicos o políticos y que parecen estar un poco anclados en el pasado y que pretenden conservar algunos privilegios, y otros que son más “progresistas” y que buscan avanzar más en aspectos culturales y sociales, buscando una mayor igualdad en la sociedad y mirando más al futuro que al pasado.
También se parecen un poco estos partidos actuales a cómo, una vez instalados en el poder, suelen cambiar las leyes establecidas por el partido rival anterior y viceversa.
En Roma, el partido de los “optimates” (conservadores) tenían unos intereses económicos y políticos muy diferentes a los del partido de los “populares” (reformistas). Estos últimos eran partidarios de reformas que favorecían, en principio, a las clases medias y bajas.
Ya desde la época de los hermanos “Gracos” (133 a. de C. -123 a. de C.) se venían planteando reformas que favorecían a estas clases sociales:
- Distribución de tierras a la plebe urbana.
- Distribución de tierras a los soldados licenciados.
- Asentamiento de los soldados licenciados en las “colonias”.
- Concesión de la “ciudadanía romana” a latinos e itálicos.
- Derecho de los “caballeros” a formar parte de los tribunales que juzgaban los delitos o abusos de los magistrados romanos contra los habitantes de las provincias. (Antes estos tribunales estaban en poder de los “senadores”).
- Reparto gratuito o a bajo precio de trigo a la plebe.
Sin embargo, otros eran los intereses económicos y políticos de los “optimates” (conservadores). Éstos por medio de la fuerza, en algunas ocasiones, hicieron fracasar estas reformas que quería introducir el partido de los “populares” (reformistas), especialmente estas reformas de los dos hermanos “Gracos”: Tiberio y Cayo Graco, y que acabaron pagando con sus vidas sus propuestas de reforma.
A partir de entonces se va a ir acentuando esta tensión entre los dos partidos, que, a través de las leyes, van a tratar de conseguir sus objetivos, pero las leyes que promulgan los “populares” (reformistas) van a ser abolidas por los “optimates” (conservadores) y viceversa, las leyes promulgadas por los “optimates” serán abolidas por los “populares” cuando estén en el poder.
Esta situación es la que va a dar lugar a las guerras civiles entre Mario (partido popular) y Sila (partido de los optimates) y a las dictaduras de Sila y Cinna.
Estas guerras civiles van a tener continuidad en las guerras civiles entre César (partido de los populares) y Pompeyo (partido de los optimates).
Estas luchas por el poder entre los dos partidos se van a tensionar debido a un acontecimiento:
[ La orden dada por el rey parto Mitrídates VI Eupator de matar masivamente a todos los ciudadanos romanos que se encontrasen en la región de Asia Menor (año 88 a. de C.).
Cerca de 80.000 romanos son masacrados – la mayoría de ellas en ciudades de la costa de Anatolia -, incluso a pesar de haber buscado refugio en los templos, que, hasta entonces, habían sido considerados lugares seguros e inviolables.
Los senadores romanos acuerdan iniciar una campaña militar contra Mitrídates, soberano del Ponto. Pretenden movilizar con destino a Oriente 5 legiones y alrededor de 5.000 jinetes.
En esta decisión, tanto conservadores como reformistas se muestran conformes.
Las desavenencias surgen cuando los optimates, al ser mayoría, otorgan el mando de la expedición al cónsul Lucio Cornelio Sila, en contra de la opinión de los populares, que opinan que el general adecuado para comandarla es Cayo Mario. Éste desea incorporarse de nuevo a la vida pública con los más altos honores, pero, contando ya con 69 años, es impensable que la República le confíe la dirección de una empresa tan importante.
Lucio Cornelio Sila acepta el nombramiento y, a mediados de septiembre, parte hacia Capua para hacerse cargo de las fuerzas que le ha concedido el Senado.
En Roma, apenas L. Cornelio Sila abandona la ciudad, Cayo Mario, que pretende que (como años atrás durante la guerra contra el rey númida Yugurta) la Asamblea de la Plebe le entregue el mando del ejército, se reúne con el tribuno de la plebe Publio Sulpicio Rufo.
El representante del pueblo (P. Sulpicio Rufo), de conocidas ideas conservadoras, cambia inmediatamente de preferencias cuando el viejo general (Mario) se compromete a pagar sus asfixiantes deudas y le ofrece una parte de los beneficios que obtuviese en una hipotética campaña en Oriente.
Como resultado inmediato de este encuentro, a mediados de octubre, se convoca a la Asamblea de la Plebe a instancias de dicho tribuno, que presenta varios “proyectos de ley”. En uno de ellos propone la expulsión del Senado de aquellos senadores – en su mayoría optimates – que hubiesen actuado como prestamistas o soportaran elevadas deudas.
En otro solicita el regreso de todos aquellos que habían sido condenados al destierro por las comisiones de Quinto Varo Severo Híbrida.
Por último, con la “rogatio Sulpicia de novorum civium libertinorumque suffragiis”, pretende que quienes hayan recibido la “ciudadanía romana” mediante la aplicación de la “lex Iulia de civitate latinis danda” del año 90 a. de C., sean distribuidos entre las 35 tribus de Roma que conforman el curso, no únicamente entre las 8 tribus que estipula dicha ley. Aboliendo las limitaciones de dicha ley se evitaría que los nuevos ciudadanos, pese a ser equiparados jurídicamente con el resto, tengan menos influencia y poder de decisión que los antiguos ciudadanos.
En Roma, pese a la discreción empleada por Mario y Publio Sulpicio Rufo, comienza a ser evidente que la avalancha de proyectos reformistas presentada por Publio Sulpicio Rufo, únicamente es la antesala del proyecto fundamental que pretende presentar ante la Asamblea de la Plebe: despojar del mando de la guerra contra Mitrídates VI Eupator a Lucio Cornelio Sila y otorgárselo a su benefactor, Cayo Mario.
A instancias del otro cónsul, Quinto Pompeyo Rufo, el Senado envía a Capua un mensajero, avisando a Lucio Cornelio Sila, que debe regresar a Roma antes de que esto suceda.
Para lograr que vuelva a tiempo – legalmente, tienen que transcurrir 17 días desde la primera reunión de la Asamblea de la Plebe en la que se presenta un proyecto de ley, y la posterior convocatoria en la que éste se aprueba -, en connivencia con los cónsules, el nuevo Póntifice Máximo, Quinto Mucio Escévola, declara a inicios de noviembre “feriae imperativae” (días de descanso en los cuales no se podían convocar Asambleas), el resto de jornadas hasta las “kalendas” del mes de diciembre (el día 1 de diciembre).
La estrategia estaba bien planteada, pues en esas mismas fechas el tribuno de la plebe (Publio Sulpicio Rufo) finaliza su mandato en el cargo, con lo que planean juzgarlo posteriormente por traición o incitación a la violencia.
Sin embargo, Publio Sulpicio Rufo se rodea de bandas armadas, presionando para que sea revocado el edicto sobre los días festivos y, saltándose las leyes, convoca a la Asamblea de la plebe.
Como era de esperar, se producen enfrentamientos entre sus partidarios y los seguidores de los “optimates”.
En una revuelta junto al templo de Cástor y Polux en el Foro, donde el tribuno ha reunido a la Asamblea de la Plebe, muere el descendiente del cónsul, Quinto Pompeyo Rufo “el Menor”.
Sin oposición, los anteriores proyectos de ley presentados por Publio Sulpicio Rufo son aprobados, y se aprovecha la situación de terror creada para sacar adelante una cuarta ley más – la trascendente -: la “lex Sulpicia de bello Mithridatico”, que otorga el mando militar de la expedición a Oriente a Cayo Mario con el rango de procónsul.
Además, el tribuno de la plebe tiene la osadía de enviar, a través de dos tribunos militares, una carta de su puño y letra al campamento de Lucio Cornelio Sila exigiéndole la entrega del ejército.
Sin perder la calma, éste reúne a las tropas, les explica la situación y les pide que desoigan la autoridad de la Asamblea de la Plebe y sigan bajo sus órdenes.
Sin duda, los soldados (la mayoría de los oficiales deciden mantenerse al margen) eligen seguir a Lucio Cornelio Sila, eliminando a los enviados de la capital.
La noticia llega a Roma, desde donde viaja Quinto Pompeyo Rufo, uniéndose a su colega (Sila) pocas jornadas después.
En las “idus” de diciembre (el día 13), Lucio Cornelio Sila toma la decisión de restablecer la autoridad del Senado y acabar de una vez por todas con las maniobras del “partido popular”, dirigiéndose con 5 legiones hacia Roma.
Los senadores, al enterarse, envían a su encuentro al pretor urbano para comunicarle que no aprueban dicha decisión y que lo más sensato es que regrese a Capua. Pero no logran convencerlo. Síla está dispuesto a infrigir el “pomerium”, violando el principio sagrado de preservar la ciudad únicamente para combates políticos, y entrar en ella con sus tropas.
Cayo Mario, que tan bien lo conoce y sabe que no dará marcha atrás, comienza a organizar junto a Publio Sulpicio Rufo su defensa.
A los pocos días, con las murallas de Roma ya a la vista, Lucio Cornelio Sila recibe una última embajada, esta vez compuesta de senadores, que le ruegan recapacite y ordene el regreso de las legiones a Capua.
De nuevo Sila se niega, comenzando a desplegar sus tropas en una estudiada estrategia.
Todo ocurre tal y como Lucio Cornelio Sila ha planeado. Las escasas tropas populares (apenas 5.000 hombres, en su mayoría exgladiadores y legionarios poco adiestrados) que se encuentran dentro de la ciudad de Roma, nada pueden hacer ante la ofensiva de los soldados del cónsul, que se adueñan rápidamente de las calles, incendiando las casas donde sus enemigos intentan refugiarse y asesinando a varios partidarios de Cayo Mario.
Con sus seguidores derrotados, éste (Mario), su hijo Cayo Mario “el Menor”, el tribuno de la plebe Publio Sulpicio Rufo y el pretor urbano Marco Junio Bruto, abandonan la ciudad.
Acabados los enfrentamientos, los cónsules convocan al Senado, reunión en la que además de decretarse el nombramiento de 300 nuevos senadores – pasan de ser 400 a 700, la mayor parte de ellos “conservadores” – para restituir la autoridad de la República, se promulgan varias leyes:
La primera, la “lex Cornelia- Pompeia de lege Caecilia- Didia revocando”, abole una de las cláusulas de dicha ley, aquella en la que se estipulan las jornadas que deben transcurrir entre la presentación de un “proyecto de ley” y su aprobación. Tras esto, ya con la garantía legal de que sus proyectos de ley entrarán en vigor inmediatamente, Lucio Cornelio Sila logra que sea aprobada la “lex Cornelia –Pompeia de comitiis centuriatis”, que establece que los “comicios por centurias” tengan preferencia sobre los “comicios tribunicios” (aquellos que emplean los tribunos de la plebe para sacar adelante sus propuestas) en la votación de cualquier ley, anulando en parte la capacidad legislativa de la Asamblea de la Plebe.
También se aprueba la “lex Cornelia –Pompeia de tribunicia potestate”, que limita la prerrogativa de los tribunos de la plebe para vetar leyes promulgadas por el Senado exigiendo al mismo tiempo la autorización previa de la Cámara (Senado) a todo proyecto de ley.
A continuación, se valida la “lex Cornelia-Pompeia unciaria”, que prohíbe que los prestamistas y usureros puedan cobrar más de diez por ciento de interés en los préstamos.
Con estas leyes, Lucio Cornelio Sila consigue que, aunque las medidas aprobadas por Publio Sulpicio Rufo sigan vigentes, su efectividad resulte nula. Pero Sila no se siente satisfecho, y finalmente decide sacar adelante una cuarta ley, la “lex Cornelia de leges Sulpicias abrogando”, en la cual, alegando que han sido aprobadas en jornadas decretadas como festividad religiosa, se derogan todas las leyes promulgadas por el tribuno de la plebe.
También, pese a las protestas de varios senadores (entre ellos Quinto Mucio Escévola Augur, que recuerda los anteriores servicios prestados por el veterano general (Mario) a la República ante las invasiones germanas), logra el consenso necesario para sacar adelante la “lex Cornelia de exulibus Marianorum”, que declara traidores y enemigos del Estado –“hostes populi Romani” – a Cayo Mario, a su hijo Cayo Mario “el Menor”, a Publio Sulpicio Rufo, y a una decena de sus seguidores.
El Senado emite un senado-consulto ordenando su arresto y la expropiación de todos sus bienes.
Las leyes aprobadas suponen una clara restricción de libertades públicas, pero nadie osa oponerse a la voluntad del cónsul (Sila) (ni al ejército que lo respalda), quien además, para evitar que alguien se aproveche del vacío de poder que su marcha a Oriente puede suponer, convence al Senado para que promulgue otro “senatus consultum”, en el que se retira el mando del ejército del norte a Cneo Pompeyo Estrabón – el único con capacidad real para intentarlo – y se conceden sus tropas a otro cónsul, Quinto Pompeyo Rufo (partidario suyo).
Mientras tanto, Lucio Cornelio Sila ordena a su ejército abandonar Roma y regresar a Capua.
A continuación, preside las elecciones a las magistraturas superiores, logrando que su influencia haga fracasar la candidatura del sobrino de Cayo Mario, Quinto Sertorio, que se presenta a tribuno de la plebe.
Lo que no puede evitar es que, junto al candidato “conservador” Cneo Octavio Rufo, resulte elegido cónsul el “popular” Lucio Cornelio Cinna, amigo íntimo de Mario.
El último día de su mandato (el mandato de Sila como cónsul) reúne nuevamente al Senado, obligando a los dos nuevos cónsules a jurar ante los senadores respetar sus leyes durante su ausencia.
Ambos lo hacen, aunque es un juramento en el que nadie confía.
Este mismo día es apresado Publio Sulpicio Rufo en Laurentum (antigua ciudad del Lacio), e inmediatamente es ajusticiado por traición. Su cabeza se envía a Roma, donde Lucio Cornelio Sila la expone colgada en el muro de los “rostra” (tribuna en el Foro desde la que los magistrados y oradores se dirigían a la Plebe) en el Foro.
Por su parte, Cayo Mario abandona Italia pensando encontrar asilo en Sicilia, pero el gobernador de la isla, Cayo Norbano Balbo, recibe una notificación del Senado en la que se le prohíbe prestar ayuda a los fugitivos. Inmediatamente solicita a Cayo Mario que abandone Sicilia si no quiere ser arrestado, informándole además de la muerte de Publio Sulpicio Rufo.
Mario se entera entonces de que su hijo ha logrado llegar hasta Numidia (África), y decide viajar allí, confiando en que su soberano, el rey Hiempsal II, acceda a darles refugio. Pero, apenas conoce su llegada, el gobernador de la provincia africana, Publio Sextilio, lo invita a irse. De lo contrario, será considerado enemigo. También amenaza al rey númida con declararlo enemigo de la República romana si presta auxilio al fugitivo. Hiempsal II no sólo obedece, sino que intenta capturar a Cayo Mario para entregárselo al gobernador romano, pero Mario con ayuda de una de las esposas del rey africano, consigue alcanzar la cercana isla de Cercina (una colonia de sus veteranos de África), donde se reúne con su hijo y varios de sus seguidores.
En el mes de marzo, el cuestor de Lucio Cornelio Sila parte hacia Oriente. Dos semanas después, a principios del mes de mayo, tras el regreso de los barcos que han trasladado el primer contingente de tropas, lo hace su general (Sila) y el resto de legiones.
Apenas esta noticia llega a Roma, los populares actúan. Dos tribunos de la plebe presentan una moción al Senado recomendando que se despoje a Lucio Cornelio Sila de su “imperium” proconsular. Incluso plantean que se ordene su regreso para ser juzgado por traición y homicidio.
El Senado desestima la propuesta, pero los “populares” no se dan por vencidos, confiando en que tarde o temprano, llegará el momento adecuado para acabar definitivamente con su enemigo político.
Este enrarecido y peligroso ambiente social no es la única dificultad a la que los ciudadanos de Roma se tienen que enfrentar. La escasez de lluvias en Sicilia y África se agrava, provocando una alarmante carestía del trigo en la ciudad, lo que aumenta el descontento de la población.
En Roma, mientras Sila está en Oriente, se presenta la oportunidad que el “partido popular” esperaba, a principios de septiembre, con la celebración de los grandes juegos anuales, los “Ludi Romani”.
El cónsul Lucio Cornelio Cinna (cuya fortuna aumenta con el paso de los días) aprovecha la afluencia masiva de la gente para calentar los ánimos. A propuesta suya, el tribuno de la plebe Marco Virgilio presenta una nueva propuesta al Senado, intentando que vuelvan a entrar en vigor las leyes propuestas por el desaparecido Publio Sulpicio Rufo, y se conceda el perdón y el regreso de quienes han sido proscritos por Lucio Cornelio Sila.
Tras obtener el visto bueno del Senado, el proyecto de ley tiene muchísimas posibilidades de ser ratificado por la Asamblea de la Plebe.
Para evitarlo, el cónsul afín al partido aristocrático, Cneo Octavio Rufo, actuando por iniciativa propia, contrata un numeroso grupo de mercenarios, los cuales irrumpen durante la reunión en la que se vota la ley, provocando la disolución de la Asamblea.
En las calles comienza una encarnizada lucha entre partidarios de ambos bandos, un enfrentamiento que se salda con la muerte de cientos de ciudadanos.
De urgencia, el Senado se reúne al día siguiente para condenar una acción que, pese a estar protagonizada por uno de los suyos, no aprueba.
Sin embargo, Cneo Octavio Rufo presiona de tal forma a los senadores que éstos se ven obligados a nombrar a Lucio Cornelio Cinna y a todos los tribunos de la Plebe que le son afines, personas “non gratas”, desterrándolos de Roma y sus territorios, despojándolos de sus magistraturas y privándolos de sus derechos ciudadanos.
El “flamen dialis” (un alto sacerdote de Júpiter) Lucio Cornelio Mérula, es designado “cónsul suffectus” en lugar del magistrado destituido (Cinna), un nombramiento con el cual el Senado, al saltarse el derecho de elección de las “centurias”, está actuando al margen de la ley.
El “partido popular” llama a sus seguidores a rebelarse ante lo que consideran un acto de traición. Quinto Sertorio es de los primeros en hacerlo, regresando de la Galia Cisalpina para unirse a Lucio Cornelio Cinna. Éste, desoyendo la orden de busca y captura decretada por el Senado (que considera ilegal, al igual que su destitución), a principios de octubre se dirige a Nola, donde el pretor Apio Claudio Pulchro mantiene varias legiones cercando la ciudad, uno de los últimos reductos de resistencia itálica.
Allí, tras asumir el mando de las tropas, decide marchar contra Roma, reclutando durante su avance numerosos seguidores. A mediados de mes cuenta con cerca de 30.000 hombres.
Mientras, en Oriente, ajeno a todos estos importantes acontecimientos, Lucio Cornelio Sila avanza en dirección a Atenas.
Por su parte Cayo Mario, informado de lo que ocurre en Roma, tras una gran campaña mediática logra reclutar en la provincia de África un ejército entre veteranos númidas y esclavos partidarios de su causa. Con cerca de 6.000 hombres abandona la isla de Cercina y desembarca en Caere (la actual ciudad de Cerveteri, en la región del Lacio, famosa por sus necrópolis etruscas) junto a 40 naves de guerra, uniéndose posteriormente al grueso de fuerzas populares.
Lucio Cornelio Cinna, que, en su opinión, aún mantiene las prerrogativas de su cargo consular, le otorga “imperium” proconsular y le ordena que sitie Roma por la zona sur.
Las principales ciudades del Lacio caen en su poder.
A continuación, Lucio Cornelio Cinna divide su ejército en tres cuerpos, otorgando el mando de uno de ellos a Quinto Sertorio, el control de otro a Cneo Papirio Carbo, y encargándose él en persona de comandar el restante.
Los senadores aristócratas ordenan al cónsul que les es leal, Cneo Octavio Rufo, que se ponga al frente de las tropas fieles a la República y plante cara a los sublevados.
El día 3 de diciembre, sabiéndose derrotado, el Senado envía al censor Publio Licinio Craso, a los hermanos Lucio Julio César y Cayo Julio César Estrabón (cuya cercanía familiar puede influenciar entre los dirigentes populares) y a Quinto Cecilio Metelo Pío para parlamentar con Cayo Mario y Lucio Cornelioi Cinna. En la reunión de logran acercar posturas.
Dos jornadas más tarde se produce otro encuentro, esta vez sólo entre Quinto Metelo Pío y Lucio Cornelio Cinna, en el que se sientan las bases para restablecer la paz.
Lucio Cornelio Cinna propone que se le permita entrar en Roma como cónsul legal y la dimisión inmediata del nombrado “cónsul suffectus”, Lucio Cornelio Mérula. También exige que el gobierno de la República no tome represalias contra él o su ejército, y que todos aquellos esclavos que le han apoyado consigan la libertad y sean considerados ciudadanos romanos.
Quinto Cecilio Metelo Pío, en nombre del Senado, se muestra dispuesto a admitir esas condiciones, pero, en contrapartida, condiciona el pacto a que no se produzcan ni proscripciones, ni destierros, ni juicios por traición, ni expropiaciones de bienes.
Cada uno acepta los términos del otro, por lo que Lucio Cornelio Cinna entra en la ciudad con su ejército.
Pero las buenas palabras e intenciones de ambos se quedan en eso, simples palabras, cuando los hombres de Lucio Cornelio Cinna se dejan llevar por las ansias de venganza y deciden aprovechar la ocasión para humillar a los vencidos. El cadáver de Cneo Pompeyo Estrabón es paseado por las calles de Roma y ultrajado.
Horas después, mientras busca enemigos escondidos por las calles de la capital, Cayo Marcio Censorino, uno de los legados de Lucio Cornelio Cinna, sin saber de quién se trata, encuentra al cónsul Cneo Octavio Rufo y acaba con su vida degollándolo. Al conocer su identidad, su cabeza es colgada en los “rostra” del Foro ante la pasividad de Lucio Cornelio Cinna, que no intenta detener los asesinatos.
En apenas una semana, los “populares” se hacen con el control de las instituciones, derogando las leyes de Lucio Cornelio Sila y devolviendo a la Asamblea de la Plebe su poder tradicional.
Como Cayo Mario se niega a entrar a la ciudad hasta que el Senado no revoque su pena de destierro, Lucio Cornelio Cinna convoca a la Asamblea de la Plebe, haciendo votar la “lex Cornelia de exulibus Marianorum revocandis”, que levanta dicha condena sobre su persona y sobre todas aquellas que han sido desterradas por Lucio Cornelio Sila, permitiéndoles recuperar sus cargos políticos y sus propiedades.
También son rehabilitados los que se habían visto afectados por las comisiones creadas por Quinto Varo Severo Hybrida.
A continuación, sin convocar elecciones a las magistraturas superiores, Lucio Cornelio Cinna y Cayo Mario se nombran cónsules.
Este último, además, recibe “imperium” proconsular para comandar la guerra contra el soberano del Ponto (Mitrídates), sustituyendo a Lucio Cornelio Sila.
El viejo general recupera de este modo el poder y la autoridad de antaño. Pero ya no es el mismo hombre. El rencor y la venganza han anidado en su corazón en el transcurso de los años, y únicamente piensa en castigar a quienes lo han despreciado y han tratado de eliminarlo. Confecciona inmediatamente una lista de proscritos, la mayor parte dirigentes optimates que han apoyado abiertamente a Lucio Cornelio Sila, y ordena a sus hombres que quienes figuren en ella sean detenidos y se les encarcele en espera de juicio. Así, con el temor convertido en amo y señor de las calles de Roma, acaba el año.
El primer día del año (86 a. de C.), Cayo Mario entra en la ciudad de Roma para asistir a la toma de posesión de su cargo de cónsul. Es su séptimo consulado.
Esa misma tarde los seguidores “populares” cometen una auténtica matanza entre los “optimates” detenidos y muchos otros senadores “conservadores” son asesinados. Igualmente pierden la vida los dos censores, Lucio Julio César y Publio Licinio Craso Dives, que se quitan la vida antes de ser apresados. Uno de los hijos de este último, Lucio Licinio Craso, es pasado a cuchillo, mientras que el otro, Marco Licinio Craso, consigue huir a Hispania.
El tribuno de la plebe Publio Popilio Laenas convoca a la Asamblea de la Plebe con intención de castigar a los cabecillas visibles de la República en los últimos meses.
Muchos “senadores conservadores” escapan de la purga abandonando la ciudad, entre ellos Quinto Cecilio Metelo Pío. Dos días después, el mismo tribuno de la plebe convoca a una reunión. En ella, los “Comicios tribunicios” declaran a Lucio Cornelio Sila enemigo del pueblo romano, ordenándose la demolición de su vivienda y la confiscación de sus bienes.
Sila, informado de los sucesos de Roma, aunque desearía con toda su alma poder estar allí para defender sus intereses, nada puede hacer para evitar los acontecimientos.
Además, al haber sido declarado “enemigo público”, tampoco tiene la posibilidad de solicitar tropas o suministros al Senado que le faciliten la pronta resolución del conflicto en Oriente y el deseado regreso a Italia.
Convencido de que su estrategia de asediar Atenas dará tarde o temprano resultados, decide enviar a su cuestor Lucio Licinio Lúculo a Rodas y a Alejandría para obtener naves con las que romper el bloqueo con el cual los buques de Mitrídates VI Eupator controlan el mar Egeo. Mientras, para obtener los fondos necesarios para mantener la campaña militar, ordena el saqueo de varios de los templos de las inmediaciones, entre ellos el santuario de Apolo en Delfos, el más rico de todos.
El día 6 de enero, la Asamblea de la Plebe se reúne, de nuevo a petición del tribuno de la plebe Publio Popilio Laenas. Durante la sesión Cayo Mario sufre un infarto. Ya no se recupera. Una semana más tarde, en las “idus” (13 de enero), con casi 71 años, fallece] (José Manuel Franco Crespo. La sangre de Roma. Las guerras civiles y el fin de la República. Edit. Almena).
Sila, tras vencer a Mitrídates VI Eupator en Oriente, hizo la paz con él.
Aunque en otras circunstancias no habría aceptado concertar una paz con Mitrídates: comprendía muy bien qué terrible enemigo era el que Roma tenía delante y no se hubiera detenido hasta destruir por completo al rey del Ponto y su reino.
Pero en esas circunstancias tenía una necesidad urgente de liberarse de Oriente para regresar a Italia.
Sólo propuso a Mitrídates condiciones bastante blandas:
Restitución por parte de Mitrídates de todas las conquistas hechas en Asia Menor desde el comienzo de la guerra, pago de 3.000 (según otros 2.000) talentos, entrega de 80 naves de guerra y otras condiciones de menor importancia.
Mitrídates no aceptó de inmediato, pero, ante la amenaza de Sila de invadir Asia Menor, se puso inmediatamente de acuerdo.
En agosto del año 85 a. de C., en Dárdano, sobre el Helesponto hubo un encuentro personal entre Sila y Mitrídates, en el que se concluyó la paz.
Quedaba aún el ejército de Fimbria (del “partido de los populares”), que se encontraba en Pérgamo. Las deserciones y los desórdenes (en su ejército) aumentaban día a día. Cuando Sila se acercó a los soldados, fueron pasándose en masa a sus filas. Fimbria huyó a Pérgamo, donde se suicidó arrojándose sobre una espada.
Luego Sila se dedicó a restaurar el orden.
Todos los más importantes partidarios de Mitrídates caídos en manos de los romanos fueron ajusticiados. Sus medidas (las de Mitrídates) (remisión de las deudas, liberación de esclavos, etc.) fueron abolidas. Se obligó a los contribuyentes a pagar todos los impuestos atrasados que se habían acumulado durante la guerra.
Además, la provincia de Asia fue gravada con un enorme tributo de guerra de 20.000 talentos.
Las comunidades y Estados que habían permanecido fieles a Roma (Rodas, Licia, Magnesia, etc.) fueron generosamente recompensadas.
En el año 84 a. de C., Sila se trasladó desde Asia Menor a Grecia, donde pasó el invierno preparándose para la guerra en Italia.
La desafortunada Grecia debió soportar por segunda vez una ocupación romana.
En la primavera del año 83 a. de C., Sila con un ejército de 40.000 hombres, cargado de botín, desembarcó en Brindisi. Empezaba para Italia una nueva guerra civil.
En Roma, después de la muerte de Mario, los asesinatos y el pillaje cesaron y se restableció un relativo orden, cosa que sólo se obtuvo después de que Sertorio destruyó, por orden de Cinna, a los más desenfrenados partidarios de Mario, que se habían transformado en bandoleros.
Por espacio de casi tres años (87 -85 a. de C.) Cinna dirigió el Estado en calidad de cónsul y fue, de hecho, un dictador (del “partido de los populares”).
Tomó algunas medidas para consolidar la democracia y luchar contra la crisis económica. Además de abolirse las disposiciones de Sila, se estableció la distribución igualitaria de los ciudadanos en laa35 tribus, una cesación parcial de las deudas (en las 3/4 partes), se promovió una reforma monetaria y se concedió una mayor distribución de pan.
Sin embargo, la situación de Cinna y de sus partidarios en Roma no era sólida. Su apoyo principal lo constituían esencialmente los “ítalos” y esto creaba en la población romana originaria una cierta desconfianza con respecto al régimen democrático.
La opinión pública era más bien partidaria de reconciliarse con Sila.
Este último, después de concluir la paz con Mitrídates, había informado al Senado del fin de la guerra y de su inminente regreso a Italia. Había prometido que respetaría a los derechos concedidos a los ciudadanos.
Este mensaje diplomático dio mayor fuerza en el Senado al partido moderado, favorable a un acuerdo. Se iniciaron deliberaciones con Sila. Pero los cónsules Cinna y Carbón (del partido de los populares), tratando de hacer fracasar el acuerdo, empezaron, en el invierno del 85 -84 a. de C., a concentrar tropas sobre el mar Adriático para una expedición contra Sila.
Los soldados, disconformes con su destino a una expedición invernal, se sublevaron y a comienzos del año 84 a. de C. mataron a Cinna en Ancona.
Carbón quedó como único cónsul y postergó la expedición.
La muerte de Cinna significó un grave golpe contra los democráticos (populares), porque era el más popular y, sin duda alguna, el más importante de sus jefes.
Sila y sus ayudantes vencieron a los ejércitos de los populares en Italia y en las provincias (Cerdeña, Sicilia, África, en la península Ibérica).
En la misma Roma, la conquista del poder por parte de Sila se hizo famosa por las inauditas atrocidades.
El terror de Mario en el año 87 a. de C. sólo fue un pequeño preludio de lo que sucedió en el año 82- 81 a. de C.
En la orgía de sangre que se desencadenó en los primeros días, y aterrorizó incluso a sus amigos, Sila introdujo el conocido “orden” con las llamadas “proscripciones” o “listas de proscripciones” en las que se anotaban los nombres de las personas declaradas fuera de la ley y susceptibles de ser muertas.
Sila no se lilmitó a la represión contra los vivos: el cadáver del anciano Mario fue exhumado de su tumba y arrojado al Aniene (un río).
El sistema de proscripciones permaneció en vigencia hasta el 1 de junio del año 81 a. de C.
Perecieron en total 5.000 personas. El mismo Sila y las personas que le rodeaban se enriquecieron comprando a muy bajo precio los bienes de los proscritos.
De los esclavos pertenecientes a las personas declaradas fuera de la ley, Sila liberó a 10.000 elegidos entre los más jóvenes y fuertes. Recibieron el nombre de “cornelios” y formaron la guardia personal de Sila.
Los 120. 000 exsoldados de su ejército, favorecidos por la concesión de tierras en Italia, constituían otro de los fuertes apoyos de Sila.
En lo jurídico, Sila constituyó su dictadura observando rigurosamente la “constitución romana”.
Pero la dictadura de Sila era en esencia (y también en la forma) bien distinta de las dictaduras que le precedieron. Era ilimitada tanto por la duración como por la amplitud de sus funciones. Sila tenía facultad para admitir la colaboración de las magistraturas ordinarias o gobernar por sí solo.
Previamente había sido liberado de toda responsabilidad por sus acciones.
Pero mucho más grande era la diferencia sustancial: la autoridad de Sila tenía un carácter puramente militar, había surgido de las guerras civiles y se apoyaba en un ejército profesional.
Aunque Sila tenía derecho a gobernar sin otros magistrados, no usó de este derecho.
Exteriormente, el sistema republicano se mantuvo: cada año se elegían los magistrados con el procedilmiento normal (en el año 80 a. de C., Sila mismo fue uno de los cónsules).
Las leyes eran presentadas ante la Asamblea popular.
La reforma de los “comicios centuriados” hecha por Sila en el año 88 a. de C. no llegó a cristalizar, porque los comicios cumplían pasivamente todos los deseos del omnipotente dictador.
Sila volvió a poner en vigencia y hasta amplió las viejas disposiciones que había tomado contra la democracia.
La distribución del trigo fue suspendida, el poder de los tribunos de la plebe fue reducido a una ficción: sólo podían actuar en el campo legislativo y judicial después de haber obtenido la aprobación del Senado. El derecho de “intercesión” fue mantenido, pero los tribunos eran tolerantes con las multas por intervenciones inoportunas.
Además, quienes habían ocupado el cargo de tribuno de la plebe no tenían acceso a los cargos curules, y esto privó al tribunado de la plebe de cualquier atractivo para quienes deseaban hacer una carrera política.
El dictador estableció un severo orden de sucesión para el acceso a las magistraturas: no podía ser cónsul quien no había sido pretor, y sólo podía llegar a la pretura quien antes hubiera sido cuestor. El cargo de edil no se incluyó en la escala de las magistraturas, porque se suponía que cualquier personaje político debía pasar inevitablemente a través del cargo de edil, que le abría amplias posibilidades de lograr popularidad.
Se estableció la antigua norma que prohibía elegir un cónsul por segunda vez, mientras no pasaran 10 años desde la primera elección.
El número de pretores fue elevado a 8, el de los cuestores a 20, para satisfacer las crecientes exigencias del Estado y del aparato administrativo.
Los excuestores se convertían automáticamente en miembros del Senado.
Los senadores fueron declarados inamovibles, eliminando con esto una de las más importantes funciones de los censores, la revisión del Senado.
Las atribuciones económicas que en otro tiempo tenían los censores fueron transferidas a los cónsules, aboliendo de ese modo, en la práctica, la censura.
Las reformas constitucionales de Sila tendían formalmente a restituir el dominio de la aristocracia (los optimates), y es natural que con tal fin el Senado fuera de nuevo puesto a la cabeza del Estado. Se abolió la ley judicial de Cayo Graco y los tribunales de justicia pasaron de nuevo a manos de los senadores.
Se aumentó el número de senadores con la elección de 300 miembros nuevos del orden ecuestre. En la práctica, los electos fueron jóvenes hijos de senadores, oficiales de Sila y “gente nueva” que se había abierto camino en la vida política durante este último movimiento.
Así se inició la formación de una nueva nobleza, que debía ser el sostén del régimen de Sila.
Sila mantuvo la promesa hecha en un mensaje al Senado: los nuevos ciudadanos provenientes de los ítalos fueron dueños de todos los derechos, incluso de ser inscritos uniformemente en las 35 tribus.
Los poderes dictatoriales de Sila eran absolutos.
Pero en el año 79 a. de C., cuando los nuevos cónsules entraron en funciones, Sila convocó a la Asamblea de la Plebe y declaró que renunciaba a los poderes dictatoriales. Licenció a sus lictores (había sido cónsul el año 80 a. de C. y a la guardia personal y se declaró dispuesto a responder de su actividad si alguien así lo deseaba. No habiendo presentado nadie ninguna proposición en ese sentido, Sila descendió de la tribuna y se retiró a su casa, acompañado por sus más íntimos amigos.
De inmediato, Sila partió para su tierra en Campania.
Aunque ya no se ocupó más de asuntos de Estado, prefiriendo dedicarse a la pesca y a escribir sus memorias, de hecho su influencia se hizo sentir hasta su muerte, que se produjo por enfermedad en el año 78 a. de C.
Sila murió a los 60 años. El Estado le tributó honores fúnebres excepcionales.
(S. I. Kovaliov. Historia de Roma. Akal Editor.)
Segovia, 6 de noviembre del 2022
Juan Barquilla Cadenas.