EL ARCO DE CONSTANTINO
Constantino I (272 d. de C. -337 d. de C.), también llamado “Constantino el Grande”, es uno de los emperadores más importantes de la historia de Roma.
[Al emperador Constantino se le considera el personaje más importante de la Antigüedad Tardía.
Su fuerte personalidad puso los cimientos no ya de la “Basílica de San Pedro” en Roma o de la “Iglesia del Santo Sepulcro” de Jerusalén, sino de la civilización europea postclásica.
Su reino estuvo repleto de acontecimientos de lo más dramático.
Su victoria en el “Puente Milvio” se cuenta entre los momentos decisivos de la historia del mundo.
Pero Constantino es también una persona controvertida y esa controversia comienza incluso en la Antigüedad misma.
Los escritores cristianos Lactancio y Eusebio de Cesarea vieron en Constantino un benefactor de la humanidad enviado por Dios.
Juliano el “Apóstata”, por el contrario, le acusa de codicia y despilfarro, y el historiador Zósimo le hace responsable de la caída del Imperio de Occidente.
En tiempos más recientes, Constantino ha sido criticado ásperamente tanto por filósofos como por historiadores.
Así Voltaire, en su “Diccionario filosófico” (1767), describe a Constantino como “un afortunado oportunista al que le importaba poco Dios o la humanidad” y que “se bañó en la sangre de sus parientes”.
Y el filósofo alemán Johann Gottfried Herder (1744-1803) pensaba que, al apoyar el Estado en la Iglesia, Constantino había creado “un monstruo de dos cabezas”.
Edward Gibbon, en su celebrada “Decadencia y caída del Imperio romano” (1776 -88), sostiene que Constantino degeneró convirtiéndose en un “monarca cruel y disoluto”, alguien que “podía sacrificar, sin reparos, las leyes de la justicia y los sentimientos de la naturaleza a los dictados de sus pasiones e intereses”.
También mantuvo que Constantino era indiferente respecto a la religión, y que su apoyo a los cristianos respondía a consideraciones puramente políticas. Y consideró el cristianismo como una de las causas de la decadencia del Imperio romano.
En su libro “La época de Constantino el Grande” (1852) el renombrado historiador suizo Jacob Burckhardt vio en Constantino una persona esencialmente irreligiosa, alguien completamente consumido por su ambición y afán de poder, peor aún, un “asesino egoísta” y un perjuro habitual. Y, según Burckhardt, un hombre no sólo inconsistente en materia de religión sino “intencionadamente ilógico”.
Incluso el gran historiador Theodor Mommsen, expresó la opinión en 1885, de que había que hablar de una época de Diocleciano más que de una época de Constantino; aparte de lo que pueda decir del carácter de Constantino, de las adulaciones o hipocresías de sus partidarios y de los furiosos ataques de sus enemigos.
Henry Grégoire (1881 -1964), distinguido estudioso belga, negó vigorosamente una conversión de Constantino en el año 312 d. de C. y, bastante irrazonablemente, afirmó que el verdadero campeón del cristianismo fue Licinio.
Por lo general, en nuestro propio tiempo, competentes historiadores de la Antigüedad han visto las cosas con algo más de objetividad y han alcanzado, si no, un consenso, al menos unas conclusiones más equilibradas.
Al contrario que Nerón y Domiciano, por una parte, y Antonino Pío y Marco Aurelio por otra, Constantino no puede incluirse sencillamente en la lista de los emperadores “malos” o “buenos”. Ese intento no haría justicia a la complejidad del personaje.
No sorprende que sea especialmente en la esfera religiosa donde encontramos esa falta de consenso.
En un extremo del espectro de las opiniones, Alistair Kee concluye que la ideología imperial de Constantino conquistó la Iglesia y traicionó a Cristo. En el otro extremo está el juicio de Paul Keresztes, quien sostiene que Constantino era “un verdadero emperador cristiano y un genuino apóstol de la Iglesia cristiana.”
Pero lo cierto es que ninguna historia de la antigua Roma puede acabar sin un capítulo sobre Constantino, y ninguna historia de Bizancio puede comenzar sin él. Una historia de la primitiva Iglesia que no le incluya es también impensable. Esto muestra la importancia del personaje.
Unos han hablado de una “revolución constantiniana”, mientras otros han evitado ese tipo de expresiones.
Es cierto que en el curso de su carrera tuvo dos decisiones transcendentales: apoyar al cristianismo y establecer una nueva capital en Oriente (Constantinopla).
Constantino impulsó el nacimiento de una nueva clase de altos oficiales imperiales asalariados, tanto civiles como militares, cuyo nombramiento y promoción se basaba en el mérito.
Continuando y completando la obra de Diocleciano, Constantino puso los cimientos del Estado bizantino, que duraría más de un milenio después de él, preservaría la literatura griega y codificaría el derecho romano.
El Estado Bizantino recibió una parte sustancial de su identidad de la religión; se basó en la alianza entre el trono y el altar. Pero estos dos aliados no eran iguales; hubo siempre preponderancia de la autoridad imperial sobre la eclesiástica.
Constantino intentó la unificación de la doctrina de la Iglesia en el concilio de Nicea (325 d. de C.), que se convirtió en un pilar de la ortodoxia.
Parece que en la administración civil del Imperio hubo bastante corrupción, y Constantino tronaba contra esto: amenazó con “cortar las manos rapaces de oficiales (corruptos)” o “segar las cabezas y cuellos de los villanos”.
Algunas de las medidas de gobierno de Constantino revelan un sincero interés por el bienestar de sus súbditos.
En una ocasión ordenó un reparto de dinero, comida y ropa a las familias pobres de Italia y África.
Cuando una hambruna se desencadenó en Siria en 334 d. de C., hizo que se distribuyeran alimentos a través de las iglesias.
Constantino, como un “censor” romano de la República, estaba muy preocupado por proteger la moral de la sociedad romana, especialmente en materia de conducta sexual. Incluso llegó a ordenar un castigo ejemplar para los padres que cooperasen a la seducción de una hija: ¡se les derramaría plomo derretido en la garganta!
Si una mujer libre y un esclavo tenían relaciones, ambos eran condenados a muerte, el esclavo sería quemado vivo.
Constantino facilitó que los esclavos pudiesen manumitirse en la iglesia.
En 315 /316 d. de C. ordenó que no se marcase en la cara a los criminales, no porque se opusiera a la crueldad de esta práctica, sino porque la cara “refleja la semejanza de la belleza celestial”.
A los encarcelados no debía privárseles completamente de la luz del día.
Quedaba prohibida la exposición de los niños.
En 320 d. de C. se suprimieron las incapacidades anejas al celibato.
En 321 d. de C. Constantino estableció el primer día de la semana (el domingo) como día de descanso y culto, sancionando así la práctica cristiana.
Es de notar, sin embargo, que Constantino se refirió al “dies solis” (día del Sol), no al “dies domini” (día del Señor).
Los legados a la Iglesia se autorizaron ese mismo año.
Los combates de gladiadores se prohibieron en el año 325 d. de C., pero continuaron en Occidente hasta comienzos del siglo siguiente.
La crucifixión como forma de ejecución también fue prohibida.
Los esclavos se beneficiaron de la legislación de Constantino en dos aspectos al menos. Dispuso que no se pudiera separar a los miembros de una familia de esclavos cuando se dividiese una finca; y permitió que la manumisión de los esclavos tuviese lugar en la iglesia. Sin embargo, la esclavitud como institución nunca fue cuestionada.
Constantino fue pródigo en beneficiar a la Iglesia en proyectos de construcción y en generosos regalos a individuos o grupos: construcción de iglesias y basílicas en Roma, en Tierra Santa y en Constantinopla.
Iglesias y Basílicas en Roma:
San Juan de Letrán. El Baptisterio de Letrán. La antigua Basílica de San Pedro en el Vaticano. San Pablo Extramuros. La Basílica de la Santa Cruz.
Iglesias y Basílicas en Tierra Santa.
La Iglesia del Santo Sepulcro. La Iglesia de la Natividad (en Belén). La Iglesia del monte de los olivos. La Basílica de San Jorge (cerca de Hebrón).
Iglesias y Basílicas en Constantinopla:
Las grandes iglesias: “La Hagia Sofía” (Santa Sabiduría) y la “Hagia Eirene” (Santa Paz). La Iglesia de los Santos Apóstoles.
Generó ingresos adicionales imponiendo nuevos tributos: uno sobre la propiedad de la tierra de los senadores y otro sobre los comerciantes de las ciudades. La confiscación de tesoros de los templos paganos probablemente proporcionó menos dinero del que dicen los críticos del emperador.
En el área de las reformas de la moneda, Constantino gozó de más éxito que Diocleciano. Un nuevo tipo de moneda el “Solidus” de oro, tuvo particular resultado.
Ganó aceptación incluso fuera de las fronteras del Imperio y permaneció sin devaluarse hasta el siglo undécimo (XI). Las acuñaciones en bronce de Constantino tuvieron menos éxito.
Constantino continuó y desarrolló la organización del ejército que había instituido Diocleciano: el ejército se dividía en dos ramas, las “tropas de fronteras” (los “limitanei” y los “ripenses”) y el “ejército móvil de campo” (los “comitatenses”). En cada área de la defensa, las tropas de frontera las mandaba un “dux”, no el gobernador de la provincia.
El ejército de campo (comitatenses), formado por unidades de élite y que gozaban de privilegios superiores, estaba bajo el mando del emperador o de uno de los “césares”, asistido por un “Magister” de la infantería y otro de la caballería.
La “guardia pretoriana” había sido disuelta ya en 312 d. de C., como castigo por haberse aliado con el “tirano” Majencio.
La nueva “guardia imperial” se llamó “scholae palatinae” y la mandaba el “Magister officiorum”.
De modo creciente se reclutaban germanos en el ejército romano, y algunos eran incluso promovidos a los altos mandos militares. El conjunto del ejército de Constantino se estimaba en 500.000 hombres.
Podemos negarle a Constantino el título de “Grande”, como hace A. H. M. Jones. Pero no podemos negar su excelencia como general, su sentido de misión, su habilidad política y su relevancia histórica.
Pero podemos criticar su carácter y muchas de sus obras.
Las disposiciones de Constantino para su propia sucesión nos presentan uno de sus puntos más débiles.
Pasó los mejores años de su vida luchando por conseguir el poder absoluto y lo consiguió al final.
Augusto, Vespasiano, Trajano, Adriano y Antonino Pío podrían haberle enseñado cómo pasarlo a su sucesor.
Pero además Constantino murió con sangre en las manos. No necesitamos contar contra él los miles que murieron en sus guerras; trajo la bendición de la paz a través de los horrores de la guerra.
Más atención merece el hecho de que Constantino fue de varios modos y por distintos caminos responsable de las muertes de muchos de sus parientes.
Contentémonos con reconocer en Constantino un resuelto gobernante que estuvo en el poder más largo tiempo que sus predecesores, con excepción de Augusto, un soberbio general que nunca perdió una batalla y que fue “el más incansable trabajador de la unidad cristiana desde San Pablo” en expresión de Robin Lane Fox.]
(Hans A. Pohlsander. El emperador Constantino. Edit. Rialp).
El arco de Constantino
El arco de Constantino es un arco triunfal de tres vanos, ubicado en Roma, a poca distancia del Coliseo.
Fue erigido en el año 315 d. de C. para conmemorar la victoria de Constantino el Grande en la batalla del “Puente Milvio”, el 28 de octubre del año 312 d. de C.
Su altura es de 21 metros, con 25,9 de ancho y 7,4 metros de profundidad.
Fue el último arco de triunfo construido en Roma durante la Antigüedad.
El arco se alzaba entre los montes Palatino y el Celio, en la “Vía triumphalis”, por donde pasaban los generales victoriosos cuando celebraban los “triunfos”.
El arco carece de toda referencia al cristianismo, ya que en el momento de su construcción Constantino no había manifestado su simpatía por el cristianismo, limitándose a confirmar la libertad de culto dictada por Galerio y Licinio.
La frase “instinctu divinitatis” (por inspiración divina) que aparece en la inscripción, es cuidadosamente neutral.
Entre los relieves hay escenas de sacrificios y bustos de dioses de la religión romana, si bien muchos de estos paneles esculpidos habían sido tomados de un monumento de la época de Marco Aurelio.
Contemporáneo de su construcción son los que muestran el sacrificio a Júpiter Capitolino (la más importante ceremonia religiosa que celebraba el emperador).
La parte inferior del monumento está construida con bloques de mármol, mientras que la parte superior (llamada “ático”) es de ladrillo con remates de mármol.
El estilo es el “imperial romano”, ya que extrae la mayoría de los relieves de otras construcciones.
El diseño general, con una parte principal estructurada por columnas adosadas y un ático con la principal inscripción encima, está realizado según el ejemplo del “Arco de Septimio Severo” en el Foro romano.
Las columnas corintias de la parte Sur y Norte fueron extraídas de un monumento de Domiciano.
Los relieves que hay en las partes izquierda y derecha del ático son de un monumento del “Foro de Trajano”, pero Constantino decidió dividirlo en cuatro partes y colocarlo en la parte Oeste y la parte Este del arco, tanto en el ático como en el vano.
También los ocho medallones que se ubican en la parte Sur y Norte del arco, son de un monumento de Adriano en los cuales se representan escenas de sacrificio y de caza.
Hay ocho relieves de gran tamaño extraídos de un “Arco de Marco Aurelio” donde se ve a este emperador recibiendo a un jefe bárbaro y dando un discurso a las tropas romanas.
Pero, aparte de estas piezas expoliadas de otros monumentos pertenecientes a diversos emperadores, también hay partes que corresponden a la época de Constantino, como son los dos medallones de las partes Oeste y Este, los seis frisos que rodean los plintos de los que se erigen las columnas donde se representan escenas alegóricas como “victorias”, prisioneros bárbaros o legionarios, y por último las “Victorias” portadoras de trofeos de las enjutas de los arcos.
En los dos medallones, en la fachada Oeste se representa al “Sol invictus” – o dios Helios – montado en su carro de cuatro caballos conducido por Phosphoros – también conocido como “Lucifer” -. Y en la zona Este se encuentra la “Luna” – Selene – descendiendo su carro hacia el mar, representado como un varón.
En los frisos que rodean el arco se pueden ver las diferentes victorias del emperador, como por ejemplo su victoria en Asia, la cual se representa primero con la partida de Constantino de Milán, escenas de la batalla y finalmente su llegada triunfal.
El friso de la parte Oeste representa la salida de Milán.
En el lado Sur, encontramos dos relieves, encima de los arcos laterales.
La primera escena es el asalto y conquista de Verona.
Los soldados van armados y protegidos con escudo, y de las murallas de la ciudad que van a sitiar vemos como una figura que se desprende de ellas.
En la segunda escena se representa la batalla del “Puente Milvio”.
En el lado Este se representa la entrada triunfal de Constantino a Roma después de la victoria en el puente Milvio.
Por último, en la parte Norte, está la misma ordenación de las dos escenas sobre los arcos laterales.
En primer lugar, se representa el discurso triunfal de Constantino, en la “rostra” (tribuna de los oradores) del Foro junto a los demás oradores. En esta escena podemos ver representados monumentos de otros emperadores, como es el “Arco de Septimio Severo” a la derecha y la “Basílica Julia” a la izquierda.
En segundo lugar, se representa el “congiarium” (repartición de dinero y comida al pueblo romano) presidido por Constantino.
Esta escena con el emperador sedente y con una notable jerarquización influyó en la iconografía paleocristiana que aparecerá unos años más tarde.
En este arco, en definitiva, es la primera vez que la influencia griega se deja un poco de lado para dar paso al arte romano más expresivo y real.
Se da más importancia al significado de la escena representada que a la escena en sí.
La principal inscripción del arco estaría originalmente en letras de bronce y dice:
“Al emperador César Flavio Constantino, el más grande, pío y bendito Augusto: porque él, inspirado por la divinidad y por la grandeza de su mente, ha liberado al Estado del tirano y de todos sus seguidores al mismo tiempo, con un ejército y sólo por la fuerza de las armas, el Senado y el Pueblo de Roma le han dedicado este arco, decorado con triunfos”.
Dos inscripciones breves en el interior del arco central portan un mensaje similar: Constantino vino no como conquistador, sino que liberó a Roma de la ocupación.
(Wikipedia)
Segovia, 5 de marzo del 2023
Juan Barquilla Cadenas.