EURÍPIDES: “LAS TROYANAS” .Pasajes de la obra.
El poeta trágico Eurípides (484/480 a. de C. -406 a. de C.) escribió “Las Troyanas”, que fue representada en el año 415 a. de C. y no obtuvo demasiado éxito entre los atenienses, quizás porque presentaba crudamente los desastres de una guerra, que se asemejaban demasiado a los que Atenas estaba viviendo en la “guerra del Peloponeso”.
El último día de Troya, cuando la ciudad está destruida y sus murallas humean, la suerte de las mujeres troyanas está en juego.
En el prólogo, dialogado entre Atenea y Poseidón se nos exponen los antecedentes de la situación: Poseidón está a punto de abandonar la ciudad en ruinas porque ya no se le rinde culto. Y Atenea expone su odio contra sus antiguos protegidos, los vencedores griegos, que han profanado su templo; ambos anuncian la destrucción de la flota griega, que sembrará de cadáveres el mar Egeo.
El coro de viudas troyanas hace su entrada y, en torno a Hécuba (reina viuda de Troya), se pregunta a qué país será conducida cada una como esclava.
El episodio primero se abre con Taltibio, el heraldo griego, que viene a anunciar la suerte de cada una: Casandra será concubina de Agamenón, Polixena, la más joven de las hijas de Hécuba, será inmolada en la tumba de Aquiles, Andrómaca, viuda de Héctor, servirá como esclava al hijo de Aquiles, Neoptólemo; y Hécuba a Odiseo.
Aparece Casandra, que profetiza la ruina de la casa de Atreo y el azaroso regreso de Odiseo; los vencedores llorarán tanto como los vencidos.
El coro canta la última noche de Troya, el fatal engaño del caballo de madera y la destrucción de la ciudad.
El episodio segundo se abre con la llegada de Andrómaca, que lleva en brazos a su pequeño hijo Astianacte; en un diálogo lírico con Hécuba, lloran su desgracia, que se completa cuando el heraldo Taltibio anunucia que, por decisión de Odiseo, Astianacte será arrojado desde lo alto de la muralla.
El coro lamenta que de nuevo la ciudad sea destruida, como aquella otra vez que Heracles la arrasó.
En el episodio tercero llega Menelao en pos de Helena para llevarla a Grecia y condenarla a muerte por su traición; Hécuba le previene de su poder de seducción; tiene lugar un largo “agón”, en el que Helena proclama su inocencia, atribuyendo sus acciones a Afrodita, mientras que Hécuba replica negando credibilidad al juicio de Paris y haciendo recaer las culpas exclusivamente en la lujuria de Helena.
Menelao parece convencido por los argumentos de Hécuba, aunque no es difícil adivinar que acabará por perdonar a la culpable.
El coro llora a sus maridos e hijos muertos y enseguida aparece de nuevo Taltibio con el cadáver de Astianacte sobre el escudo de Héctor.
En el “éxodos” Hécuba llora la muerte del niño inocente y, sostenida por el coro, le rinde los ritos funerarios. Taltibio vuelve una última vez para ordenar a los griegos que prendan fuego a Troya y a las prisioneras que se dirijan a los barcos que van a partir.
Hécuba y el coro salen, mientras Troya arde.
El mensaje de Eurípides en esta obra es que las guerras – las de antes y las de ahora – no dejan vencedores ni vencidos, sólo horror y sufrimiento.
PASAJES DE LA OBRA:
POSEIDÓN:
Yo soy Poseidón y hasta aquí he venido tras dejar el Egeo, la salina profundidad del mar donde los coros de Nereidas despliegan, con grandísima hermosura, la estela de sus pies.
Desde el momento en que Febo (Apolo) y yo con rectilíneas plomadas edificamos las pétreas torres de esta tierra de Troya en rededor (1), en ningún momento de mis mientes se ha alejado el afecto por la ciudad de mis frigios (troyanos), que ahora se ve reducida a humo y cenizas, perdida y devastada por las lanzas argivas (griegas).
El hecho es que un foceo del Parnaso, Epeo, con artes de Palas (Atenea) ensambló un caballo preñado de armas y lo condujo hasta el interior de las torres de defensa, carga de perdición.
Por este hecho, entre los hombres venideros será llamado “caballo de madera”, en cuyo interior encierra ocultas las lanzas.
Los bosques están desiertos y los santuarios de los dioses se han venido abajo, destilando sangre. Al pie de las gradas del altar de Zeus Doméstico ha caído muerto Príamo. Oro en grandes cantidades y despojos frigios están siendo transportados a las naves aqueas (griegas).
Aguardan contentos el viento favorable de popa porque, después de diez años, los helenos que partieron en expedición contra esta ciudad van a poder ver a sus esposas e hijos.
Yo, por mi parte, toda vez que he sido vencido por la diosa argiva Hera y por Atenea, que contribuyeron juntas a destruir a los frigios, también abandono la ilustre Ilión y mis altares, ya que cuando la soledad ocupa una ciudad para mal, languidece el cuidado a los dioses y ya no reciben culto.
Resuena el Escamandro (río que discurría junto a Troya) con los lamentos, numerosos, de las cautivas sometidas al sorteo de sus amos. A unas les tocó el pueblo arcadio, a otras el tesalio y los teseidas (2), jefes de los atenienses. (Señala unas tiendas). Las troyanas que no han sido sorteadas están bajo esas tiendas, reservadas a los principales del ejército. Entre ellas se encuentra la laconia (espartana) tindárida, Helena, considerada prisionera con toda justicia. (Señalando a Hécuba). Mas, si alguien desea ver a esta desdichada, ahí está Hécuba postrada ante las puertas, lágrimas innúmeras derramando por otros innúmeros motivos. Su hija Polixena ha muerto con gran valor, a sus espaldas, en el monumento fúnebre de Aquiles. Han perecido también Príamo y sus hijos.
Y a aquella que como delirante doncella consagró el soberano Apolo, a Casandra, la ha tomado Agamenón por la fuerza como esposa en secreto, a expensas de dejar a un lado lo divino y lo piadoso.
¡Adiós, pues, oh tú que otrora fuiste dichosa, adiós, ciudad y pulidas fortificaciones! ¡Si Palas hija de Zeus no hubiese causado tu completa destrucción, aún te erguirías en pie sobre tus cimientos!
Notas:
(1) Poseidón y Apolo habían construido las murallas de Troya por encargo de su rey Laomedonte, que se negó a darles la paga acordada una vez acabado el trabajo; por este motivo, Poseidón envió un monstruo marino que devastaba la costa troyana.
(2) Los atenienses son , a veces, denominados “teseidas”, como descendientes de Teseo.
(Entra Atenea por el otro lateral. Hécuba sigue ajena a la presencia divina).
ATENEA:
¿Me es posible deshacer nuestro anterior enfrentamiento y dirigir la palabra al más próximo al linaje de mi padre e importante divinidad que de honores goza entre los dioses.
POSEIDÓN:
Te es posible, que las visitas de los parientes, soberana Atenea, son medicina no despreciable para el corazón.
ATENEA:
Alabo tu amistosa disposición. Traigo aquí unas palabras de común interés para ti y para mí, soberano.
POSEIDÓN:
¿Acaso me estás anunciando alguna nueva noticia procedente de los dioses, de parte de Zeus, o de alguna otra divinidad?
ATENEA:
No, sino que he venido en busca de tu poder a causa de Troya, donde nos encontramos, para unirlo en causa común.
… ATENEA:
Presta primero atención a este punto: ¿vas a hacer tuyas mis palabras y vas a estar de acuerdo con lo que yo quiero poner en práctica?
POSEIDÓN:
Sí; pero ahora lo que quiero es conocer tu plan, si vienes en defensa de los aqueos (griegos) o de los frigios (troyanos).
ATENEA:
Los que antes eran mis enemigos, los troyanos, ahora quiero que se alegren, y al ejército aqueo quiero precipitarlo a un amargo regreso.
POSEIDÓN:
Pero, ¿por qué das ese salto, así de una actitud a otra? Te entregas a un odio sin medida y luego dispensas tus cuidados al primero que te tropiezas.
ATENEA:
¿No sabes que hemos sido objeto de grandes insolencias mis templos y yo?
POSEIDÓN:
Lo sé, lo de cuando Ayante (Ayax) llevó a rastras a Casandra por la fuerza (1).
ATENEA:
Y de parte de los aqueos ni sufrió ningún mal ni escuchó reproche alguno.
POSEIDÓN:
¡Y eso que destruyeron Ilión (Troya) con el auxilio de tu fuerza!
ATENEA:
Pues por eso quiero causarles daño con tu ayuda.
POSEIDÓN:
Dispuesto estoy a lo que quieres de mí. ¿Y qué vas a hacer?
ATENEA:
Quiero precipitarlos a un regreso colmado de desgracias.
POSEIDÓN:
¿Cuándo estén en tierra o ya en el mar salino?
ATENEA:
Cuando zarpen de Ilión rumbo a sus hogares.
También Zeus, por su parte, densas lluvias y granizo sin fin les enviará, y lóbregas ráfagas de viento desde el éter. Incluso afirma que me dará el fuego del rayo para que se lo lance a los aqueos y abrase sus naves con él. Y tú, a tu vez, tu trabajo, procura que el mar Egeo brame con poderosas olas y remolinos salinos. Llena de cadáveres el fondo de la bahía de Eubea. ¡Que de aquí en adelante mis templos venerar sepan los aqueos y honrar a los demás dioses!
POSEIDÓN:
Así será…
Insensato aquel de los mortales que destruye ni deja piedra sobre piedra ciudades, templos, tumbas, santuarios de los difuntos: por entregarlos a la soledad, él mismo consigue su posterior destrucción.
(Poseidón se marcha. Hécuba comienza a moverse y a levantarse lenta y penosamente).
… (Aparece el heraldo Taltibio con sus acompañantes)
CORO:
…Por cierto, he aquí, procedente del ejército de los dánaos (griegos), a su heraldo, dueño de frescas palabras, que avanza con pie ligero hasta llegar al final de sus pasos. ¿Qué noticias traerá? ¿Qué nos dirá? Pues esclavas del país de los dorios somos a partir de este momento.
TALTIBIO:
Hécuba, como mis numerosas idas y venidas desde el ejército aqueo a Troya las tienes ya muy vistas, en calidad de heraldo, ya está bien claro que me conoces de sobra de antes, mujer.
Soy Taltibio y he venido a anunciarte una nueva noticia.
HÉCUBA:
¡Éste, éste era, queridas mujeres, el miedo de antes!
TALTIBIO:
Ya habéis sido sorteadas, si es que ése era vuestro miedo.
HÉCUBA:
¡Ay, ay! ¿A qué ciudad de Tesalia o de Ptiótide te refieres? ¿Acaso al país de Cadmo?
TALTIBIO:
Habéis sido sorteadas cada una a un hombre, no en conjunto.
HÉCUBA:
¿Quién, entonces, ha correspondido a cada quién? ¿A quién entre las troyanas le aguarda un destino dichoso?
TALTIBIO:
Yo lo sé, mas ve enterándote poco a poco, no de todo a la vez.
HÉCUBA:
Mi hija, ¿a quién le ha correspondido? Dilo, la sufrida Casandra.
TALTIBIO:
La ha escogido y la ha tomado el soberano Agamenón.
HÉCUBA:
¿Acaso como esclava para su esposa laconia? (1) ¡Ay de mí, infeliz!
TALTIBIO:
No, más bien en secreta unión conyugal para su lecho.
…TALTIBIO:
¿Acaso no es un gran destino para ella alcanzar en suerte lechos reales?
HÉCUBA:
¿Y qué hay de mi hijita, a la que hace poco me habéis arrebatado? ¿Dónde va a estar?
TALTIBIO:
¿Hablas de Polixena o preguntas por otra?
HÉCUBA:
Sí, esa. ¿A quién la suerte la ha uncido?
TALTIBIO:
Se le ha ordenado servir a la tumba de Aquiles.
HÉCUBA:
¡Ay de mí, infeliz! ¡Para el servicio de una tumba la engendré! Pero, vamos a ver, ¿qué costumbre es esa, amigo, qué ley de los helenos?
TALTIBIO:
Ten a tu hija por afortunada. Se encuentra bien.
HÉCUBA:
¿Por qué acabas de decir eso? ¿Acaso ella ya no ve la luz del sol?
TALTIBIO:
Un destino la protege en modo tal que de las fatigas es libre (2).
HÉCUBA:
¿Y qué hay de la esposa de Héctor, el de broncínea armadura, la desventurada Andrómaca? ¿Qué suerte tiene ella?
TALTIBIO:
A esta precisamente la ha escogido y la ha tomado el hijo de Aquiles.
HÉCUBA:
¿Y yo? ¿De quién seré la sirvienta, aunque del tercer pie de un bastón necesidad tengo ya en mi anciana mano?
TALTIBIO:
En Ítaca a Odiseo le cupo en suerte poseerte como esclava.
[Hécuba lamenta su destino, pues considera a Ulises (Odiseo) un hombre abominable, doloso, enemigo de la justicia, bestia al margen de la ley.]
…TALTIBIO:
¡Adelante! Es preciso traer aquí a Casandra lo antes posible, esclavos, a fin de ponerla en manos del general, y llevar luego también a las prisioneras escogidas a los demás.
Notas:
(1) Casandra, cuando cayó Troya, se refugió junto al altar de Atenea, pero fue arrastrada junto con la estatua de la diosa por Ayante (Ayax), el hijo de Oileo.
(2) Se refiere a la mujer de Agamenón: Clitemnestra.
(Aparece Casandra con sus atavíos de sacerdotisa y con la tea que ha provocado la alarma y que es propia de la celebración del himeneo)
… CASANDRA:
Madre, corona mi cabeza victoriosa y alégrate con motivo de mis nupcias reales. Permíteme partir y, si yo no tuviese, según tú, buen ánimo, empújame incluso a la fuerza.
Pues si existe Loxias (Apolo), unas nupcias más desgraciadas todavía que las de Helena va a contraer conmigo el ilustre Agamenón, soberano de los aqueos, porque pienso matarlo y destruir su casa como revancha, cobrando venganza por mis hermanos y mi padre. Mas omitiré el resto de los detalles.
Con himnos no ensalzaremos ni el hacha que sobre mi cuello y el de las demás vendrá, ni las luchas matricidas que mis bodas han de provocar, ni la aniquilación de la Casa de Atreo.
A demostrar voy que esta ciudad es más feliz que los Aqueos, por muy poseída que yo me encuentre, sí; no obstante, la fuerza de mi argumento la voy a dejar bien clara, lejos ya del furor báquico.
Ellos, a causa de una sola mujer y de una sola Cipris (Venus), perecieron a millares a la caza de Helena.
Su sensato general ha perdido lo que más quería a cambio de lo que más odiaba, el confiar la alegría hogareña de sus hijos a su hermano por causa de una mujer, y eso que ésta fue raptada de buena gana y no a la fuerza. Tan pronto como a las orillas del Escamandro llegaron, al punto iban muriendo, pero no porque se viesen de las lindes de su tierra despojados ni de su patria de altas torres. Y aquellos a quienes Ares iba sometiendo bajo su yugo, ni vieron a sus hijos, ni fueron cubiertos con mortajas por la mano de sus esposas, sino que en tierra extranjera yacen muertos. Y en su patria sucedía lo mismo. Ellas iban muriendo viudas y ellos sin hijos, aun habiendo criado en sus casas hijos de otros, y ni siquiera junto a sus tumbas había quien con sangre de víctimas a la tierra obsequiase. ¡Este es verdaderamente el aplauso que se merece esta expedición! ¡Semejante oprobio mejor es callarlo! ¡Que la musa no me inspire cantos que un himno eleven por estos males!
Los troyanos, en cambio, en primer lugar, morían en beneficio de su patria, gloria bellísima. A quienes laceraba la lanza, sus seres queridos los llevaban muertos a casa y en suelo patrio la tierra los cubría, amortajados por las manos de aquellos que oportuno era que lo hiciesen. Y cuantos frigios en combate no morían, siempre cada día con su mujer e hijos seguían conviviendo, mientras semejantes delicias a los aqueos les faltaban.
El destino de Héctor, escucha, aunque sea doloroso para ti, en qué términos se sostiene: con su muerte se nos ha ido un hombre de excelente reputación, y eso así a llegado a ser gracias a la venida de los aqueos. Pues, si ellos se hubieran quedado en su patria, habría pasado inadvertido que era un hombre valiente. Paris, por su parte, se casó con la hija de Zeus (Helena) y, si no se hubiese casado con ella, un matrimonio silencioso habría tenido en su patria.
Todo aquel que sea sensato, menester es que la guerra rehúya, muy ciertamente, mas, si a ella llega, corona en absoluto vergonzosa para la ciudad es el morir hermosamente en pro de ella; lo contrario, sin embargo, es una infamia. Por esto no debes, madre, compadecerte ni de tu tierra ni de mis desposorios, toda vez que a estos enemigos, tuyos y míos, con estas bodas mías voy a aniquilar.
CORIFEO:
¡Con qué placer de los males de la casa te ríes y celebras lo que, por mucho que lo celebres, revelas como un hecho no cierto y cumplido del todo!
TALTIBIO:
Si no fuese porque Apolo ha enloquecido tu mente, sin la paga merecida a mis generales no te habrías despedido de esta tierra con semejantes palabras.
Por otra parte, los hombres dignos de respeto y sabios de acuerdo al parecer general, en nada son superiores a esos, a los que justamente no lo son. En efecto, el más poderoso soberano de entre todos los griegos, el querido hijo de Atreo, ha escogido someterse al amor por esta loca, y yo, en cambio, que soy pobre, una unión con esta mujer nunca la pediría para mí.
En fin, como tu juicio no está a la altura de las circunstancias, tus injurias a los argivos y tus alabanzas a los frigios dejo que el viento se las lleve.
Ahora sígueme al barco, bello desposorio de mi general.
(Dirigiéndose a Hécuba). Y tú, cuando el hijo de Laertes (Ulises) quiera llevarte, sígueme. Vas a ser la sierva de una mujer prudente, según afirman los que a Ilión han venido.
CASANDRA:
…¿Estás diciendo que mi madre va a ser conducida a las mansiones de Odiseo? ¿Dónde quedan, pues, las revelaciones de Apolo, que afirman, según me han sido explicadas, que aquí moriría? Sobre lo demás, empero, no voy a emitir reproches.
(Refiriéndose a Odiseo) ¡Infeliz! ¡No sabe cuánto le queda por sufrir! ¡Oro creerá algún día que son mis males y los de los frigios! Pues, después de gastar diez años, además de los que aquí ha pasado, llegará solo a su patria; la terrible Caribdis, que habita en el rocoso canal angosto; el cíclope montaraz devorador de carne cruda; la ligistide (1) Circe que a los hombres convierte en cerdos; naufragios en el salino mar; los deseos por el loto; las vacas sagradas de Helios (el Sol) que dejarán oír un día su carne parlante, amarga voz para Odiseo. Para ir abreviando, descenderá vivo al Hades y tras escapar del agua de la laguna (Estigia), mil males en su casa ha de encontrar cuando a ella llegue.
…Adiós, madre, no llores. Oh patria querida, hermanos bajo tierra y padre que nos engendraste, no me habéis de esperar por mucho tiempo, pues habré de llegar al mundo de los muertos portando la victoria, tras destruir la casa de los atridas , a cuyas manos hemos perecido.
Notas:
(1) La isla de Circe se localiza en Liguria.
(Salen Casandra con Taltibio y sus servidores. Hécuba cae abatida)
[Hécuba lamenta sus desgracias, la pérdida de su marido y sus hijos, a pesar de haber sido na mujer dichosa. Se ve como una sierva desgraciada cuando llegue a Grecia.]
…CORO:
(Ve llegar a Andrómaca con su hijo Astianacte, y la señala)
Hecuba, ¿ves ahí cómo traen a Andrómaca sobre extranjero carruaje? Y aferrado a sus palpitantes pechos la acompaña el querido Astianacte, hijo de Héctor.
…El CORIFEO se dirige a Andromaca:
¿Adónde, en buena hora, a lomos de carro te llevan, desgraciada mujer, sentada junto a las broncíneas armas de Héctor y los despojos a punta de lanza conquistados de los frigios, con los que el hijo de Aquiles los templos de Ptía coronará, ahora que a Troya se los ha arrebatado?
…ANDRÓMACA:
Me llevan como botín, acompañada de mi hijo. Él, noble que es, ha alcanzado este estado de esclavitud. ¡Qué trueque tiene que soportar!
HÉCUBA:
¡Terrible cosa ésta de la fatalidad! Poco ha, también a mí me han arrancado a Casandra a la fuerza, y ya se ha ido.
ANDRÓMACA:
¡Ay, Ay! Un segudo Ayante (1), según me parece ha aparecido para tu hija. Mas otros padecimientos estás sufriendo.
HÉCUBA:
De los cuales, por cierto, ni medida ni número tengo, pues a un mal otro mal se suma en constante porfía.
ANDRÓMACA:
Tu hija Polixena ha muerto degollada junto al túmulo de Aquiles, como presente para su cadáver exánime.
HÉCUBA:
¡Ay desgraciada de mí! Eso es, ése es el enigma que hace un rato Taltibio me contó a las claras aun sin decirlo claramente.
ANDRÓMACA:
Yo misma la vi y, bajando de este carruaje, cubrí su cadáver con mi vestido y me entristecí por ella.
HÉCUBA:
¡Ay, ay, hija! ¡Qué impío tu degüello! ¡Ay, ay, una y mil veces más! ¡Qué mala muerte has recibido!
ANDRÓMACA:
Ha muerto como ha muerto. Con todo, no obstante, ha muerto con un destino más afortunado que el mío de continuar con vida.
HÉCUBA:
No es lo mismo, hija, morir que gozar de los sentidos. Pues lo primero nada es, mas en lo segundo hay esperanzas.
ANDRÓMACA:
¡Oh madre, madre! Escucha un bellísimo discurso que, como deleite, a tus mientes propongo.
Digo que no existir es igual a morir, y que morir es mejor que vivir con pena, pues de nada se sufre cuando uno no se percata de ninguno de sus males…
Polixena, como quien no ve la luz, está muerta y nada sabe de sus propios males. Yo, en cambio, que con mi arco pretendía alcanzar una buena reputación, aunque obtuve la mayor de las fortunas, erré el disparo.
Por todas aquellas virtudes que deben hallarse en una mujer sensata, por todas ellas yo me afanaba si era como si no censurable conducta en las mujeres, como el hecho de que una mujer no se quedase en su casa arrastraba consigo escuchar incesantes habladurías, allí en casa yo me quedaba, dejando a un lado mis ganas de salir. Bajo mi techo no permitía las afectadas conversaciones, sino que me contentaba con tener en casa como útil maestra a mi propia mente. A mi esposo le ofrecía una lengua silenciosa y un semblante tranquilo. Conocía tanto aquello en que era preciso prevalecer sobre mi esposo, como aquello en que era menester concederle la victoria.
Y la fama por todo esto, que ha llegado hasta el ejército aqueo, ha causado mi perdición, pues tan pronto como fui hecha prisionera, el hijo de Aquiles (Neoptólemo) quiso tomarme por esposa. Voy a ser esclava en casa de los ejecutores de mi familia.
Y si paso por encima de mi querido Héctor y cedo mi voluntad a mi actual esposo, mi comportamiento con el difunto será mal visto. Mas si rechazo a este nuevo esposo, me granjearé los odios de mis dueños.
Aunque dicen que una sola noche afloja las reticencias de la mujer con respecto a acostarse con un varón, yo le escupo con todo mi desprecio a la esposa que ama a otro hombre y que a su antiguo esposo lo abandona a cambio de un nuevo lecho. Pues ni siquiera la yegua a la que se separa del yugo de su compañero de crianza arrastra el yugo con facilidad. Y eso que los animales son mudos, no hacen uso de la inteligencia y son inferiores por naturaleza.
En ti, mi querido Héctor, tenía yo un varón que colmaba todas mis expectativas, grande en inteligencia, nobleza, riqueza, valor y virilidad. Pura me tomaste de la casa de mi padre, y tú el primero te unciste al yugo de mi lecho virginal. Ahora, en cambio, tú estás muerto, y a mí me embarcan cautiva a la Hélade con vistas a un yugo servil.
(Dirigiéndose a Hécuba) ¿Acaso no es mejor que mis males la ruina de Polixena, por la que tanto suspiras? Pues yo no tengo ni la esperanza que a todos los mortales resta, ni me engaño con recibir beneficios que, con sólo imaginarlos, son ya un placer.
HÉCUBA:
… ¡Venga, hija querida! Deja tranquilo el destino de Héctor. Tus lágrimas no han de salvarlo. Honra a tu actual dueño, ofrece a tu marido los apreciados atractivos de tu carácter. Pues, si actúas de este modo, alegrarás abiertamente a tus seres queridos y podrías además criar al hijo de mi hijo para mayor provecho de Troya, con vistas a que esos hijos que de ti pudiesen nacer algún día llegasen de nuevo a habitar Troya, para que entonces así la ciudad volviese a recobrar su vida. (Ve llegar a Taltibio otra vez, pero no lo reconoce al principio).
TALTIBIO:
(Dirigiéndose a Andrómaca)
Oh primera esposa de Héctor, en otro tiempo el más sobresaliente de entre los frigios. No me aborrezcas, pues de mala gana voy a anunciarte una noticia que Dánaos (griegos) y Pelópidas (Agamenón y Menelao) han decidido de común acuerdo.
ANDRÓMACA:
¿Qué sucede? ¡Qué principio – me parece – introductorio de malas noticias!
TALTIBIO:
Se ha decidido que tu hijo…¿cómo podría contarte la noticia?
ANDRÓMACA:
¿Acaso no va a tener el mismo dueño que nosotras?
TALTIBIO:
Ningún aqueo será jamás su dueño.
ANDRÓMACA:
¿Lo van a dejar entonces aquí como resto de los frigios?
TALTIBIO:
No sé cómo contarte con facilidad esta mala noticia.
ANDRÓMACA:
Aprobaría tu pudor si no me fueses a contar algo malo.
TALTIBIO:
Van a matar a tu hijo, para que te enteres de tu gran mal.
ANDRÓMACA:
¡Ay de mí! ¡Qué mal, mayor incluso que el de mis bodas, estoy escuchando?
TALTIBIO:
Odiseo (Ulises) se impuso a todos los griegos cuando propuso…
ANDRÓMACA:
¡Ay, ay, una vez más! ¡Que padecemos males inconmensurables!
…TALTIBIO:
… sino arrojarlo desde lo alto de las torres de Troya.
Con que, para que así suceda y tú te muestres como mujer bien sensata, no te aferres a él, sino duélete con nobleza por tus males. Tampoco, siendo débil como eres, te creas poderosa cuando ninguna fuerza tienes. Preciso es que reflexiones: tu ciudad y tu esposo han perecido, tú a otros te ves sometida, y nosotros podemos combatir a una sola mujer.
Por ello, no quiero ni que desees la lucha, ni que cometas algún acto vergonzoso u odioso, ni que arrojes maldiciones contra los aqueos. Pues, si dices algo que encolerice al ejército, este hijo tuyo ni recibirá sepultura ni tendrá ritos piadosos. En cambio, si permaneces en silencio y soportas bien tu suerte, no dejarás insepulto su cadáver y tú misma tendrás a los aqueos mejor dispuestos.
[Andrómaca lamenta la muerte inminente de su hijo y echa la culpa de todo a Helena.]
ANDRÓMACA:
… ¡Oh griegos urdidores de brutales males! ¿Por qué matáis a un niño que no tiene culpa alguna? ¡Oh vástago de Tindáreo (Helena), no eres hija de Zeus! Afirmo, en cambio, que has nacido de muchos padres, del Genio vengador el primero y luego del Odio, y del Crimen y de la Muerte y de cuantas perversas divinidades la tierra alimenta.
En alta voz pregono yo que no fue Zeus quien te engendró, maldición tú de extranjeros y griegos todos. ¡Así perezcas! Con tus muy bellos ojos, de modo vergonzoso, las ilustres llanuras de los frigios arruinaste. ¡Venga! ¡Cargad con él, lleváoslo, arrojadlo, si eso es lo que habéis decidido! Daos un festín con sus carnes, pues de los dioses nos viene nuestra total perdición, y no podríamos salvar a mi hijo de la muerte.
(Andrómaca ya ha entregado a su hijo a Taltibio, y montando de nuevo en el carro, va desapareciendo por el lateral).
…HÉCUBA:
¡Oh criatura! ¡Oh hijo de mi desgraciado hijo! De tu vida nos despojan injustamente a tu madre y a mí. ¿Qué voy a hacer yo ahora? ¿Qué voy a hacer, infeliz, por ti?...
(Entran por un lateral el rey Menelao, acompañado de su séquito y dirigiéndose al público)
MENELAO:
¡Qué bellos brillan los rayos del sol en este día en que a mi esposa, a Helena, voy por fin a ponerle la mano encima!
Después de numerosos trabajos, aquí estamos yo, Menelao, y el ejército aqueo. Vine a Troya no sólo únicamente, como algunos creen, a causa de una mujer, sino también por un hombre que de mis palacios se llevó a mi esposa como botín, engañando a quien le hospedaba. Aquél ya ha expiado su pena con la aquiescencia de los dioses, él en persona y su tierra, toda vez que bajo la lanza helena (griega) ha sucumbido.
He venido a llevarme a la laconia (Helena, que era espartana) (que el nombre de la que antaño fue mi esposa no lo pronuncio yo con gusto). En estos recintos de cautivos se cuenta ella junto con las demás troyanas. Aquellos que precisamente más se esforzaron por ella, me la han entregado a fin de que la mate a punta de lanza o que, en caso de que no desee matarla, me la lleve de regreso al país argivo. He decidido no ocuparme del destino de Helena en Troya, sino llevarla por el viajero mar hasta tierra helena, y luego allí entregarla a la muerte, como satisfacción de cuantos han perdido en Ilión a sus seres queridos.
(Dando órdenes a sus soldados) ¡Así que, ea! Entrad en las tiendas, compañeros de armas, traedla arrastrándola de sus cabellos ávidos de sangre. Cuando lleguen favorables los vientos, la escoltaremos hasta la Hélade.
HÉCUBA:
(Dirigiendo una plegaria a Zeus)
¡Oh sostén de la tierra que sobre ella tienes tu sede! Quienquiera, en buena hora, que tú seas – difícil es saberlo -, Zeus, ora necesidad natural, ora razón de los mortales, a ti dirijo mis súplicas. Bien cierto es que todos los asuntos de los hombres, aunque te muevas a través de silenciosos caminos, riges concordes a la justicia.
MENELAO:
¿Qué sucede? ¡Qué inusitada plegaria a los dioses diriges!
HÉCUBA:
Alabo, Menelao, que muerte des a tu esposa. Mas evita mirarla, no sea que te atrape su deseo, pues cautiva las miradas de los hombres, conquista ciudades y consume a la familias entre fuego y llamas. A tal extremo alcanza su fascinación.
La conocemos tú, yo y quienes la han padecido.
(Los soldados de Menelao traen de una de las tiendas a Helena, lujosa y elegantemente ataviada)
[Helena le pide a Menelao que, antes de matarla, la escuche, y Hécuba le pide a Menelao que la escuche y que luego la permita a ella hablar sobre Helena. Entonces Menelao accede a que hable Helena.]
HELENA:
Posiblemente, tanto si crees que hablo bien como si no, no me vayas a responder, en la creencia de que soy tu enemiga.
No obstante, yo voy a responderte a aquello de lo que creo que tú vas a acusarme con tus palabras, enfrentando a tus argumentos los míos y aquello de lo que sólo tú eres responsable.
(Señalando a Hécuba) Primero fue esta mujer de aquí la que engendró el comienzo de todos nuestros males, cuando a Paris parió. En segundo lugar, Príamo nos hizo perecer a Troya y a mí al no dar muerte al recién nacido, a Alejandro (Paris), amarga imagen del tizón (1). A partir de aquí, escucha cómo es lo demás.
Paris dirimió (resolvió) un juicio entre un trío de diosas.
El ofrecimiento de Palas (Atenea) a Alejandro (Paris) fue comandar un ejército al frente de los frigios y asolar la Hélade. Hera, a su vez, le prometió tener la soberanía a lo largo de Asia y de los confines de Europa, si él la escogía a ella. Cipris (Venus) finalmente, admirada por mi belleza, le prometió que a él me entregaría, si ella superaba a las demás diosas en belleza. A partir de este punto, mira qué razones tengo.
Cipris (Venus) se impuso a las otras diosas y, de este modo, mis bodas aprovecharon a la Hélade: ni fuisteis conquistados por parte de extranjeros, ni os enfrentasteis a las armas o la tiranía. En la medida en que la Hélade era afortunada, yo perecí vendida por mi hermosura y era objeto de reproches por aquello por lo que, más bien, debía yo recibir una corona sobre mi cabeza.
Dirás que no estoy contando nada sobre aquello con lo que inevitablemente me tengo que tropezar pie con pie: cómo me escapé de tus palacios a escondidas. El azote de esta mujer vino acompañado de una diosa nada insignificante, tanto quieras llamarlo Alejandro como Paris, y a éste tú, malvado, lo dejaste en tus palacios mientras tú partías de Esparta en barco rumbo a Creta. Bien. Sobre esta cuestión no a ti, sino a mí misma voy a dirigir la siguiente pregunta: ¿cómo es que, si estaba en mi sano juicio, acompañé fuera de la casa al forastero, traicionando patria y hogar? Castiga a esta diosa y sé más poderoso que Zeus, que tiene poder sobre todas las demás divinidades y sin embargo es esclavo de ella. Ten indulgencia conmigo.
Ahora, no obstante, podrías tú emplear un argumento especioso en mi contra: “al punto que Alejandro (Paris) murió y descendió a los abismos de la tierra, era mi obligación, toda vez que ya no existían esas nupcias mías preparadas por los dioses, abandonar la casa y encaminarme a las naves de los argivos”. Yo bien que me apresuré a ello. Tengo como testigos a los centinelas de las puertas y a los vigías de las murallas que, en numerosas ocasiones, me sorprendieron intentando descolgar a hurtadillas con cuerdas desde las almenas a tierra este cuerpo mío, mas a la fuerza me agarró un nuevo esposo, Deífobo, y me tomó por esposa contra la voluntad de los frigios. ¿Cómo, entonces, podría yo morir de modo justo, esposo mío, justamente por lo que a ti respecta, yo que a la fuerza me casé y que en casa padecía amarga esclavitud, en vez de ser premio de victoria? Si quieres ser más poderoso que los dioses, el hecho de desearlo es una estupidez por tu parte.
Notas:
(1) Hécuba, a punto de dar a luz, tuvo un sueño en el que se veía a sí misma echando al mundo un tizón que incendiaba Troya.
CORIFEO:
(Dirigiéndose a Hécuba)
Majestad, venga a tus hijos y a la patria y echa abajo la persuasión de esta mujer, pues habla bien aun siendo una facinerosa. ¡Bien terrible es esto!
HÉCUBA:
Voy a ser primeramente aliada de los dioses, y voy a demostrar que esta mujer no habla con la justicia de su parte. Yo no creo que Hera y la doncella Palas Atenea, cuando fueron al Ida (monte de Troya) en son de broma y galanteo por una cuestión de hermosura, llegasen a tal grado de estupidez, hasta el punto de vender la una Argos a extranjeros, y la otra, Palas, someter a Atenas a la esclavitud de los frigios. Vamos a ver, ¿por qué iba a tener la diosa Hera semejante afán de hermosura? ¿Acaso por conquistar un esposo mejor que Zeus? ¿O iba Atenea a la caza de matrimonio con alguno de los dioses, ella que pidió para sí de su padre la castidad, pues rehuía todo yacer? No conviertas a las diosas en unas estúpidas con el propósito de adornar artificialmente tu maldad; no vas a convencer a las gentes sensatas.
Has dicho (eso sí que es para reírse con ganas) que Cipris (Venus) fue acompañada de mi hijo a los palacios de Menelao. ¿Es que no podía, si se quedaba tranquila en el cielo, llevarte a ti junto con la mismísima Amiclas (ciudad de Esparta) a Ilión? Mi hijo era extraordinariamente guapo. Tu alma, así que lo vio, se convirtió en Cipris (Venus), pues todas las locuras son Afrodita (Venus) con respecto a los mortales. Bien correcto es que el nombre de la diosa empiece por “insensatez” (1). Al verlo con atuendos extranjeros y reluciente de oro, perdiste completamente el control y el juicio. En Argos vivías con escasez de recursos y, marchándote de Esparta, albergaste la esperanza de desbordar la ciudad de los frigios, donde corre el oro, a base de dispendios. Los palacios de Menelao no te bastaban para el alto nivel de vida al que querías entregarte con un total y completo desenfreno.
Bien. Afirmas que mi hijo te llevó por la fuerza. ¿Qué espartano se percató de ello? ¿O qué gritos de ayuda lanzaste, cuando todavía estaban vivos(aún no entre los astros) el joven Cástor y su hermano (Pólux) (Eran hermanos de Helena).
Después que a Troya llegaste – y luego los argivos tras tus huellas – y se inició el combate a punta de lanza, si te traían noticias de su superioridad por encima de éste, alababas a Menelao, a fin de que mi hijo se apenase por tener un poderoso rival amoroso. Por el contrario, cuando los troyanos tenían éxito, nada significaba tal hecho. Atenta a la suerte, te esforzabas en eso, a saber, en seguir sus pasos, y no los del valor.
¡Y luego vas diciendo que tratabas de descolgar con cuerdas desde las murallas tu cuerpo a hurtadillas, como si estuvieses retenida contra tu voluntad!
¿Cómo, pues, no fuiste sorprendida ahorcándote con un lazo o aguzando un puñal, acciones que una noble mujer habría llevado a cabo si, efectivamente, añorase a su primer esposo?
Y eso que yo te advertía una y otra vez en numerosísimas ocasiones: “Hija, márchate. Mis hijos se casarán con otras, y a ti te enviaré yo a las naves aqueas tratando de ocultarte. Pon fin al combate entre griegos y troyanos”. Pero eso te era amargo. En casa de Alejandro (Paris) te creciste llena de soberbia y te complacía ser objeto de veneración por parte de los extranjeros, rodilla en tierra. Eso sí que era grande para ti.
Y después de esto, sales aquí a lucir el palmito, bien ataviada, y contemplas el mismo cielo que tu esposo. ¡Habría que escupirte a la cara! Tendrías que haber venido en actitud humilde, con jirones de ropa, temblorosa entre escalofríos y con la cabeza afeitada como los escitas (2), haciendo gala de moderación más que de impudicia, después de todos tus errores del pasado.
Menelao, mira hasta que punto llevo el final de mi discurso: corona con una acción digna de ti a la Hélade dando muerte a esta mujer e impón esta costumbre al resto de las mujeres, a saber, que muera toda aquella que traicione a su esposo.
CORIFEO:
Menelao, tal como merecen tus antepasados y tu patria, castiga a tu esposa y ahórrate por parte de la Hélade la censura de haber actuado como una mujer, toda vez que bien nacido te mostraste ante los enemigos.
MENELAO:
Has venido a caer en la misma idea que yo, a saber, que ésta salió de mi casa voluntariamente con destino a un lecho extranjero. Y Cipris (Venus) se ve involucrada en ello no más que por jactancia.
(Dirigiéndose a Helena) Encamina tus pasos a donde te lapiden y ofrece tu muerte como pago en un corto lapso de tiempo a sus largos sufrimientos. ¡Aprende a no deshonrarme!
HELENA:
(Echándose a sus rodillas) ¡No, por tus rodillas, no me imputes esta enfermedad procedente de los dioses, no me mates! ¡Perdóname!
HÉCUBA:
¡A los aliados cuya muerte causó esta mujer, no los traiciones! ¡Yo te suplico en favor de ellos!
Notas:
(1) Falsa etimología que relaciona el nombre de “Afrodita” con “aphrosyne” que significa “insensatez”.
(2) Los escitas tenían la costumbre de arrancar el cuero cabelludo a los enemigos muertos y de esto procede la expresión. Ir con la cabeza rapada es señal de duelo o de humildad.
CORIFEO:
(Ve llegar la comitiva fúnebre con el cadáver de Astianacte)
¡Ay, ay! con gran rapidez en este país los sucesos se tornan nuevos unos después de otros. Mirad, tristes esposas de los troyanos, el cadáver de Astianacte, al que los dánaos (griegos) han matado arrojándolo - ¡qué amargo! – de lo alto de las murallas.
[Después llega Taltibio y su séquito de hombres que portan sobre el escudo de Héctor el cadáver de Astianacte. Y le dice a Hécuba que Neoptólemo se ha tenido que marchar pronto a Ptía, porque un rey le había expulsado del país, y que se ha llevado a Andrómaca. Ésta le ha pedido que dejara aquí en Troya el escudo de Héctor y el cadáver de Astianacte.
También Taltibio le dice a Hécuba que él ya ha lavado el cadáver del niño en el río Escamandro y que iba a abrirle una tumba para ir abreviando.]
HÉCUBA:
Dejad el bien torneado escudo de Héctor en el suelo, penosa visión que no quiero contemplar.
¡Oh, aqueos que tenéis más armas que corazón! ¿Por qué, por temor a un niño, habéis ejecutado esta nueva muerte? ¿Por si acaso llegaba a enderezar algún día a esta Troya caída? Eso quiere decir que no erais nada cuando perecimos, aun cuando a Héctor y a otros muchísimos les iba bien con las armas, y que nada sois ahora que tenéis miedo de un niño así de infantil, aun cuando la ciudad ya está tomada y los frigios muertos. No apruebo cualquier temor que se tenga y que no haya sido sometido a la razón…
(Dirigiéndose a las muchachas troyanas) En marcha, traed unos adornos para este triste cadáver, de entre lo que tengamos, que la divinidad no nos concede prosperidad para embellecerlo.
(Las muchachas van al interior de las tiendas a cumplir las órdenes de su ama)
Vas a disponer de lo que tengo. Insensato entre los mortales todo aquel que, porque cree que le va bien, se alegra como si esa situación fuese a durarle siempre.
Sí, pues, por su carácter, la fortuna es como un hombre volubles: da saltos a uno y otro lado, y así nunca nadie es feliz por sí mismo.
CORIFEO:
(Vuelven las muchachas con lo que han encontrado en las tiendas)
Ya están aquí éstas. Te traen, de entre los despojos que tenían a mano de los frigios, unos adornos para que cubras el cadáver.
HÉCUBA:
¡Oh hijo! A ti, no porque vencieses a tus camaradas con el caballo o con el arco, costumbres que honran los frigios, aun sin afanarse hasta el agotamiento, la madre de tu padre te impone estas joyas que en otro tiempo te pertenecieron. Ahora Helena, a quien los dioses aborrecen, te las ha arrebatado.
Y , además también, a tu persona le ha causado la muerte y a tu familia la ha exterminado por completo.
…HÉCUBA:
Cubro tu cuerpo con los fastuosos peplos frigios que habrías debido llevar sobre tu piel el día en que con la más excelente mujer de Asia te hubieses casado.
Y tú, querido escudo de Héctor, glorioso vencedor, madre de incontables trofeos en el pasado, cíñelo como una corona, que mueres aunque no mueres con el cadáver, toda vez que tú eres mucho más digno de estima que las armas de Odiseo, tan ingenioso como pérfido.
…HÉCUBA:
…En marcha, enterrad el cadáver en su triste sepultura. Ya tiene los vendajes que son precisos allá abajo. Creo que a los muertos poco les importa si se les distingue con ricas honras funerarias. Vana presunción de los vivos es ello.
(Se llevan el cadáver de Astianacte sobre el escudo de Héctor).
TALTIBIO:
(Dirigiéndose a parte a su séquito, que porta antorchas)
Mando a los capitanes, a quienes se ha ordenado incendiar esta ciudad de Príamo, que no tengan por más tiempo inactivas las antorchas en sus manos y que le prendan fuego, para que, una vez completamente enterrada la ciudad de Ilión, podamos de Troya regresar contentos a casa.
(Dirigiéndose a las mujeres)
Y vosotras, hijas de los troyanos, a fin de que las mismas palabras tengan dos caras, cuando los capitanes del ejército de una señal de trompeta, poneos en marcha derechamente en dirección a las naves aqueas, para partir de esta tierra.
(Dirigiéndose a Hécuba)
Y tú, oh anciana, la más desdichada de todas las mujeres, acompáñame. Éstos de aquí te andan buscando de parte de Odiseo; el sorteo te lleva lejos de la patria en calidad de esclava suya.
[Hécuba lamenta su situación y trata de correr hacia la hoguera, pues dice que prefiere morir calcinada a la vez que su patria.]
TALTIBIO:
Desventurada, tus propios males te transportan al éxtasis. (Dirigiéndose a sus soldados) ¡Venga! Llevadla sin miramientos, que debemos escoltar y depositar a esta anciana en manos de Odiseo.
[Y finalmente, lamentándose, contemplan todos cómo arde la ciudad]
(Esquilo, Sófocles, Eurípides. Obras completas. Traducción de Eurípides: Juan Antonio López Férez y Juan Miguel Labiano. Edición, Introducción, notas y apéndices: Luz Conti, Rosario López Gregoris, Luis M. Macía y Mª Eugenia Rodríguez. Bajo la coordinación de Emilio Crespo. Edit. Cátedra).
Segovia, 27 de junio del 2023
Juan Barquilla Cadenas.